13

El nuevo enemigo

Por la tarde de su décimo día con el grupo de refugiados, Elbryan consultó el Oráculo por primera vez en más de una semana. El paso de la caravana de monjes lo había preocupado mucho; pero aquella misma mañana se produjo un nuevo hecho: Roger Descerrajador regresó al campamento de refugiados a la cabeza de quince prisioneros de \Kos-kosio Begulne. El joven, en el curso de sus exploraciones, se enteró de que los prisioneros habían sido trasladados de Caer Tinella a Tierras Bajas y aprovechó la oportunidad para entrar furtivamente en aquel pueblo menos protegido y rescatarlos.

Sin embargo, a pesar del error del jefe de los powris de trasladar a los cautivos a una comunidad más débil, poco faltó para que a Roger le ocurriera un desastre en el bosque, pues otro sabueso Craggoth que había estado con los prisioneros les seguía la pista muy de cerca, y sólo la llegada de Juraviel permitió a Roger y a los fugitivos ponerse a salvo.

Roger omitió este detalle cuando explicó los acontecimientos de la noche anterior ante un grupo de refugiados emocionados y conmovidos.

El guardabosque vio allí un nuevo problema, más grave y en potencia más peligroso, y por tanto se fue a visitar a su tío Mather para aclarar las cosas.

Tal como temía, tío Mather, empezó a decir cuando la imagen se le apareció en el espejo en medio de la lóbrega oscuridad, la rivalidad con Roger Descerrajador conduce al desastre. Esta misma mañana entró en el campamento a la cabeza de quince refugiados, prisioneros de los powris a los que había liberado la noche anterior. Naturalmente, nos alegramos de verlos, pero al hablar luego con ellos llegué a la conclusión de que Roger había corrido un gran riesgo, había expuesto su vida y la de los demás al rescatarlos. Pues, aunque todos ansiamos liberar hasta el último prisionero de los powris, esta vez no parecía haber ninguna razón para emprender una acción tan desesperada. Los prisioneros no corrían peligro, según todas las informaciones, por lo menos de momento, y habríamos podido establecer un plan de mayor alcance que habría facilitado no sólo su huida sino también la caída de \Kos-kosio Begulne y de sus malignos hermanos.

Pero comprendo lo que condujo a Roger al pueblo la última noche, y también lo comprende Pony. Por su errónea manera de pensar, ha perdido su prestigio entre su gente. Antes lo miraban a él; ahora él ve que me miran a mí.

El guardabosque se detuvo y recordó aquel encuentro, cuando Roger había vuelto por primera vez. Rememoró sus bravatas, su manera de sacar pecho cuando hablaba, y su forma de mirar, particularmente a Pony, cuando relataba sus arriesgadas proezas.

—Pony —murmuró Elbryan exhalando un profundo suspiro.

Volvió a mirar al espejo, a la imagen fantasmagórica que se percibía en su interior. Pony, repitió. Roger se ha prendado de ella. O tal vez simplemente considera las respuestas de la chica como el mejor indicador de su propio mérito. Pony es mi pareja, como todos saben muy bien, y si él puede conseguir su aprobación quizá crea que todos los demás lo pondrán por encima de mí.

Al darse cuenta de que Roger había perdido la chaveta por Pony, el guardabosque advirtió lo peligrosa que podría llegar a ser aquella situación. Roger, con su evidente talento, podía desempeñar un papel de indudable valor para el grupo, pero su inmadurez podría llevarlos a todos al desastre.

—Pelearemos —dijo Elbryan con calma y en voz alta—; me temo que ocurrirá.

El guardabosque abandonó la habitación poco después y comprobó que era de noche; los fuegos del campamento ardían resplandecientes no muy lejos. De inmediato se dirigió hacia aquel lugar y al acercarse oyó algunas frases pronunciadas en voz alta.

—Tenemos que atacarlos —argumentaba Tomás Gingerwart, lleno de ira—, y con dureza. Hay que expulsarlos de nuestras tierras y devolverlos a los agujeros de su montaña oscura.

Elbryan entró en el anillo de luz del fuego y vio que la mayoría de las cabezas se inclinaban para asentir a la opinión de Tomás. Observó a Pony, sentada al lado de Tomás; en su rostro había una mirada apenada.

Todas las charlas se interrumpieron en deferencia al guardabosque y todas las miradas se volvieron hacia él, como si esperaran su juicio. Tan pronto se cruzaron las miradas de Elbryan y Tomás, ambos comprendieron que iban a sostener opiniones opuestas en la discusión.

—Se han quedado sin prisioneros —dijo Tomás—. Ha llegado la hora de atacar.

Elbryan reflexionó un buen rato; comprendía sinceramente a aquel hombre al recordar sus propios sentimientos, su desesperada necesidad de venganza cuando habían quemado y destruido su hogar en Dundalis.

—Comprendo… —empezó a decir.

—Entonces haz formar a los combatientes —gruñó Tomás dirigiéndose de nuevo a él; y el grupo coreó sus palabras.

—Me temo que subestimáis la fuerza de nuestros enemigos —prosiguió con calma el guardabosque—. ¿Cuántos de nosotros, de nuestros amigos, morirán en el ataque?

—Merece la pena —gritó un hombre—, si liberamos Caer Tinella.

—¡Y Tierras Bajas! —gritó otro, una mujer de un asentamiento ubicado más al sur.

—¿Y si no lo conseguimos? —preguntó serenamente el guardabosque—. ¿Y si, como me temo, consiguen rechazarnos y acaban con nosotros en los prados?

—¿Qué pasaría entonces con los que no pueden combatir? —añadió Pony, y aquel simple razonamiento, el hecho de recordarles sus responsabilidades, acalló muchas réplicas.

Pero la discusión seguía y seguía, y finalizó por cansancio y no porque se llegara a un acuerdo. No obstante, Elbryan y sus partidarios podían considerar que habían logrado una victoria menor, ya que todavía no se habían establecido planes para el combate. Todos estaban muy excitados, advirtió el guardabosque: por la llegada de tres nuevos aliados poderosos, por la victoria en la lucha del bosque, por el retorno de Roger Descerrajador sano y salvo y por el subsiguiente rescate del resto de prisioneros de \Kos-kosio por parte de Roger. En aquellos momentos, con la seguridad que les habían proporcionado aquellos éxitos, la gente se atrevía a pensar en reconquistar sus hogares y en castigar a los asesinos y ladrones que habían invadido Caer Tinella y Tierras Bajas. Cabía esperar que, a medida que los hechos se fueran asimilando, la lógica reemplazaría la emoción.

Pony comprendía y compartía el punto de vista más racional, por lo que quedó totalmente sorprendida más tarde cuando ella y Elbryan encontraron a Juraviel en un bosquecillo de pinos a cierta distancia, hacia el sur del campamento, y el guardabosque anunció:

—Ha llegado la hora de atacar duro a nuestro enemigo.

—Precisamente acabas de argumentar lo contrario —replicó la mujer.

—Nuestros enemigos están heridos y desorganizados —prosiguió Elbryan—, y un ataque furioso en este momento podría obligarlos a huir.

—Podría —repitió Juraviel con severidad—; y también podría costarnos muchos guerreros.

—Nuestra vida entera es un riesgo —repuso el guardabosque.

—Tal vez deberíamos considerar el envío hacia el sur, hacia Palmaris, de los que están demasiado débiles para la lucha, antes de planificar un ataque a Caer Tinella y Tierras Bajas —razonó el elfo—. Podríamos incluso conseguir aliados en las ciudades del sur.

—Tenemos aliados en las ciudades del sur —dijo Elbryan—, pero están ocupados en la defensa de sus propias fronteras, y con razón. No, si podemos pegar duro a \Kos-kosio Begulne ahora y expulsarlo de los pueblos…

—¿Y podríamos conservarlos? —indicó con sarcasmo el elfo, pues el solo hecho de pensar en aquella banda de harapientos manteniendo una posición defensiva le parecía absurdo.

Elbryan bajó la cabeza y suspiró profundamente. Sabía que Juraviel estaba haciendo de abogado del diablo, más para ayudarle a aclarar sus propias ideas y a profundizar los puntos más sutiles que para desanimarlo; pero hablar con el Touel’alfar y escuchar su pragmático aunque artificioso modo de considerar el mundo resultaba siempre un poco desalentador para alguien que lo mirara con ojos humanos. Juraviel no comprendía el nivel de frustración de Tomás y de los demás, no comprendía lo peligroso que podía llegar a ser semejante frustración.

—Si expulsamos a Kos-kosio Begulne y a sus powris de los dos pueblos —empezó a decir, con deliberada lentitud, el guardabosque—, es posible, incluso probable, que muchos de sus aliados abandonen a los peligrosos powris, y tal vez incluso deserten al mismo tiempo de la guerra. Ni los trasgos ni los gigantes sienten especial cariño por los powris; odian a los enanos al menos tanto como a los humanos. Creo que sólo la fuerza del jefe de los powris es lo que ahora los reúne en un único ejército. E incluso aunque gigantes y trasgos hayan sido aliados en el pasado, jamás ha habido gran simpatía entre unos y otros, según todos los informes. Se dice que los gigantes en alguna ocasión han comido trasgos, así que desacreditemos a ese jefe powri, a esa fuerza cohesionadora, y veamos qué sucede.

Entonces fue Juraviel quien suspiró.

—Siempre buscas sacar la mayor ventaja posible —dijo con calma; su tono tenía una punta de resignación—. Siempre exiges el máximo de ti mismo y de los que te rodean.

Elbryan, herido, miró al elfo con curiosidad, sorprendido de que lo criticara de aquel modo.

—Naturalmente —prosiguió el elfo, cobrando ánimo y con una maliciosa sonrisa que se dibujaba en su cara angulosa—, eso es exactamente lo que los Touel’alfar te enseñaron a hacer.

—¿Entonces estamos todos de acuerdo? —preguntó con ansiedad Elbryan.

—Yo no he dicho eso —respondió Juraviel.

Elbryan emitió un gruñido de frustración.

—Si no los atacamos, si no aprovechamos nuestra ventaja, y me temo que resultará ser efímera, probablemente nos encontraremos en la misma situación desesperada de la que precisamente conseguimos librarnos. \Kos-kosio Begulne se reagrupará y se reforzará y volverá a por nosotros; nos forzará a librar otra batalla en el bosque, y tarde o temprano una de esas batallas nos será desfavorable. El jefe powri está ofendido, sin duda, por la derrota en el bosque y por la pérdida de los prisioneros.

—Incluso podría sospechar que el Pájaro de la Noche ha venido a esta región —añadió Pony, suscitando en el elfo y en el guardabosque miradas de curiosidad.

—Recuerdo el nombre, y vosotros también, si os detenéis a pensarlo lo suficiente —explicó Pony—; \Kos-kosio Begulne nos recuerda de Dundalis.

Juraviel asintió, al evocar la emboscada que una vez los monstruos tendieron al Pájaro de la Noche destruyendo un valle de pinos que el guardabosque estimaba especialmente para sacarlo del bosque. Sin embargo, aquella emboscada se había vuelto contra los monstruos, igual que todas las artimañas urdidas contra el guardabosque y sus astutos y poderosos amigos.

—Incluso es posible que la caravana de monjes de la que habló Roger estuviera huyendo de algo —continuó el guardabosque.

—Podríamos utilizar nuestra ventaja provisional para deslizarnos alrededor de los pueblos y huir hacia el sur —razonó Juraviel. No se le escapó la mirada, casi de alarma, que intercambiaron Pony y Elbryan al oír sus palabras.

—¿Qué pasa? —preguntó bruscamente el elfo.

—Cualquier cosa que haya obligado a los monjes, con su poderosa magia, a huir de ese modo debe de ser una fuerza considerable —indicó Pony, sin lograr convencer al perspicaz elfo.

—Razón de más para que nos limitemos a huir hacia el sur, tal como hicieron los monjes —urgió Juraviel. Observó de nuevo la mirada que intercambiaron sus compañeros—. ¿Qué pasa? —preguntó otra vez—. Hay algo más que el paso de los monjes; te conozco demasiado bien, Pájaro de la Noche.

Elbryan rio aceptando la observación.

—Pony y yo no podemos quedarnos en la zona —admitió—. Ni podemos arriesgarnos a ir hacia el sur.

—Las piedras del hermano Avelyn —dijo Juraviel.

—Podría ser que los monjes de los que habló Roger nos estuvieran buscando —dijo Pony—. O por lo menos buscando las piedras que están en mi poder. Cuando el hermano Justicia buscaba a Avelyn, utilizó esta piedra —explicó la mujer sacando un granate rojo de su bolsa y levantándolo para que Juraviel pudiera verlo—. Esta piedra detecta el uso de magia; así fue como los poderes invocadores de Avelyn condujeron hasta él al hermano Justicia.

—¿Y crees que el hecho de haber utilizado magia ha puesto a los monjes tras vuestra pista? —dedujo Juraviel.

—Es posible; y es demasiado importante para nosotros como para que nos expongamos a correr algún riesgo —asintió Pony.

—El último acto de la vida de Avelyn fue confiarnos las piedras sagradas —indicó Elbryan con firmeza—; en eso no vamos a fallarle.

—Entonces quizá nosotros tres deberíamos irnos ahora por nuestra cuenta —dijo Juraviel—. ¿Son esas piedras más importantes que los refugiados que ahora conducimos?

Elbryan miró a Pony, pero la mujer no sabía qué decirle.

—Si aplicamos criterios históricos, es posible que lo sean —dijo el guardabosque.

Un ruido desde la maleza, un gorjeo, un sonido enojoso, los alertó. Juraviel se movió rápidamente y levantó el arco, mientras desaparecía entre la vegetación; regresó un instante después acompañado por un furioso Roger Descerrajador.

—¡Consideráis más importantes unos pedruscos que la gente a la que pretendéis guiar! —les increpó el joven. Mientras hablaba, se iba apartando de Juraviel, evidentemente incómodo por la proximidad de aquella diminuta criatura.

—No tienes por qué tenerle miedo —comentó Pony secamente, pensando que era ridículo que Roger se comportara de forma tan asustadiza con uno de los dos que lo habían rescatado de las crueles garras de \Kos-kosio Begulne. Se dio cuenta de que la vacilación del joven para aceptar a Juraviel se basaba en algo más que el miedo—. Belli’mar Juraviel, y por supuesto todos los Touel’alfar, son aliados.

—Ya voy comprendiendo lo que entendéis por esa palabra —le espetó Roger.

Pony se dispuso a contestarle, pero Elbryan se le adelantó.

—Como estaba explicando —dijo sin alterarse, mientras miraba fijamente al joven—, esas piedras son tan vitales…

—Más vitales, dijiste —interrumpió Roger.

—¡No infravalores su importancia! —le espetó Elbryan en la cara. El guardabosque observó la expresión censuradora de Juraviel y se calmó—. Las piedras representan mucho más que el gran poder que encierran —prosiguió Elbryan con voz controlada y uniforme—. Pueden ser más importantes que mi vida, o la de Pony, o la tuya, o la de toda la gente de nuestro grupo.

—Esas son las estupideces que tú crees… —empezó a gritar Roger, pero Elbryan le cortó en seco alzando la mano con un movimiento tan rápido y tan enérgico que la frase acabó en un gorjeo asustado.

—No obstante —continuó el guardabosque con calma—, una vez puntualizado esto, que creo de corazón, no puedo dejar las cosas tal como las he encontrado: tengo que llevar a esa gente hasta un lugar seguro en las tierras del sur, o por lo menos asegurar que encontrarán el camino despejado.

—Te autoproclamas su jefe —acusó Roger.

—Así que quieres atacar, y atacar duro, contra \Kos-kosio Begulne —razonó Juraviel, ignorando la mezquina tortuosidad del argumento de Roger—. Si les propinamos un duro golpe en los dos pueblos y los forzamos a escapar por el bosque, nuestros refugiados podrán huir hacia el sur con relativa seguridad sin necesidad de que los guíe el Pájaro de la Noche.

—Además, no sería prudente que el Pájaro de la Noche fuera hasta allí —dijo Pony—. Y sin embargo —añadió, mirando directamente a su amado—, acabas de argumentar en contra de esa acción.

—Lo he hecho —asintió Elbryan—; y sigo sosteniendo mis argumentos en contra de una lucha que enviará a todos nuestros combatientes, o a la mayoría de ellos, contra los pueblos.

Pony iba a preguntarle de qué estaba hablando, pero entonces lo comprendió. Elbryan había ido a Caer Tinella a rescatar a Roger, y pensaba volver en compañía únicamente de sus amigos más poderosos para desnivelar el equilibrio de poder.

Juraviel lo comprendió también y asintió con la cabeza.

—Iré a Caer Tinella esta noche para obtener información —asintió.

—Puedo ir yo —dijo Roger.

—Juraviel es más adecuado para este trabajo —se apresuró a responder Elbryan.

—¿Has olvidado que estuve en Caer Tinella hace sólo dos noches? —protestó Roger—. ¿Y que fui yo quien regresó con los prisioneros?

Los tres lo miraron fijamente advirtiendo cómo había enfatizado el pronombre personal.

—¡Si los prisioneros aún estuvieran allí, no podríais ni siquiera pensar en atacar el pueblo! —añadió Roger.

Elbryan inclinó la cabeza para mostrar su asentimiento respecto a este punto. La acción de Roger, desde luego, había establecido la base para aquel posible ataque. Pero, sobre todo después de hablar con los prisioneros liberados y de escuchar cómo relataban sus desesperadas carreras por la oscuridad del bosque, Elbryan seguía convencido de que Belli’mar Juraviel era más idóneo para aquella tarea. Juraviel le había dicho que un sabueso, por lo menos, aún estaba vivo, y que si aquella criatura los hubiera alcanzado, probablemente ninguno de ellos, ni Roger ni los prisioneros, habrían regresado jamás.

—El elegido es Juraviel —dijo con calma el guardabosque.

Pony observó la expresión del joven y se dio cuenta de que Elbryan había colocado a Roger en una situación aún más comprometida y había herido su vanidad.

—¿Eres capaz de volar desde la cima de un árbol a otra cuando un sabueso huele tu rastro? —le preguntó bruscamente Elbryan antes de que Roger pudiera empezar a protestar.

Roger se mordió el labio inferior; tanto Elbryan como Pony pensaron que iba a pegar al guardabosque. Sin embargo, se limitó a patear el suelo, y se dio la vuelta para irse.

—¡Alto! —gritó Pony ante la sorpresa de los tres; estaba empezando a comprender a Roger y, aunque a ella no le caía mal, reconocía que era joven y demasiado orgulloso y pagado de sí mismo.

Roger se dio la vuelta, con los ojos muy abiertos y brillantes de ira.

Pony sacó una gema, la guardó con mucho cuidado en su mano para que él no pudiera verla con claridad y se encaró a él.

—Lo que has oído es privado —explicó.

—¿Ahora te dignas darme órdenes? —preguntó Roger con incredulidad—. ¿Acaso eres mi reina? ¿Debo arrodillarme ante ti?

—Debes tener el juicio suficiente, pese a tu edad y a tu falta de experiencia, como para distinguir a un amigo de un enemigo —le riñó Pony. Quería seguir riñéndolo para que se diera cuenta de sus defectos en la forma de relacionarse, pero comprendió que tales lecciones, para asimilarlas completamente, deben aprenderse mediante la práctica y no con la teoría.

»Pero veo que no puedes, pues por alguna razón has decidido que no somos tus amigos. Es así.

La mujer metió la mano en otra bolsa y Roger retrocedió un paso. No obstante, no se alejó lo suficiente, pues Pony extendió la mano y con unas malas hierbas de tono amarillento marcó una X en la frente de Roger. Luego levantó la mano con la gema ante él y recitó una serie de frases que sonaban como un antiguo sortilegio.

—¿Qué me has hecho? —preguntó Roger a punto de caer al suelo, pues no dejaba de retroceder.

—No te he hecho nada, a menos que nos traiciones —repuso Pony con calma.

La cara de Roger expresó confusión.

—No te debo nada —dijo.

—Ni yo tampoco —replicó con severidad Pony—. O sea, que simplemente he vuelto a equilibrar nuestra relación. Mientras nos escuchabas a escondidas, oíste cosas que no son de tu incumbencia, y por tanto tienes la obligación de olvidarlas.

Roger no supo qué contestar y se limitó a sacudir la cabeza.

—O por lo menos, no debes decir nada al respecto —prosiguió Pony—. Sin embargo, si no puedes, tendrás que cargar con la más desagradable de las consecuencias.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Roger y, como Pony sonrió maliciosamente, el joven se dirigió a Elbryan, que se hallaba detrás de ella.

—¿Qué me ha hecho? —preguntó.

Elbryan realmente no lo sabía, de modo que al encogerse de hombros fue sincero.

—¡Dímelo! —le gritó Roger a Pony en la cara.

Elbryan cerró los ojos mientras Roger se disponía a agarrar a Pony, completamente seguro de que su amada atizaría un puñetazo al estúpido hombrecito y lo dejaría seco. No obstante, Roger no completó la acción y se limitó a permanecer delante de Pony con los puños apretados en signo de frustración.

—He puesto una maldición sobre ti —explicó Pony serenamente—, pero es una maldición con una condición.

—¿Qué quieres decir? —preguntó en un tono irritado que expresaba cierto temor.

—Quiero decir que mientras hagas lo que debes y no hables de lo que no deberías saber, no te ocurrirá nada —explicó con toda calma la mujer. Su expresión cambió bruscamente y se volvió tenebrosa y amenazadora; redujo la distancia que la separaba de Roger y se puso de puntillas, encumbrándose, alta y terrible, por encima del hombrecito.

—Traiciónanos —avisó con voz tan grave que erizó los pelos de la nuca de Elbryan y produjo escalofríos a Roger—, y la magia que he puesto en ti te fundirá el cerebro dentro de tu cabeza hasta que te salga por las orejas.

Los ojos de Roger la miraron desorbitados. Sabía poco de magia, pero las manifestaciones que había visto le habían impresionado bastante como para creer que aquella mujer era capaz de llevar a cabo su amenaza. Se tambaleó, casi cayó hacia atrás, se dio la vuelta y salió corriendo.

—¡Pony! —la reprendió Elbryan—. ¿Cómo has podido hacer tal…?

—No he hecho nada salvo marcar su frente con diente de león —replicó la mujer—. He hecho lo mismo que te hacía en la barbilla cuando jugábamos al ranúnculo de niños.

—Entonces… —Elbryan se detuvo y sonrió, en cierto modo sorprendido por su compañera.

—¿Era realmente necesario? —preguntó secamente Belli’mar Juraviel.

La expresión de Pony era mortalmente seria cuando inclinó la cabeza para contestar afirmativamente.

—Nos habría traicionado con los demás —explicó—; y no tengo ganas de que sea de dominio público que a los ojos de la Iglesia abellicana somos dos proscritos.

—¿Tan terrible es nuestro secreto? —cuestionó Elbryan—. Hace tiempo que he aprendido a confiar en esta gente.

—¿Como Tol Yuganick? —replicó con dureza Pony, refiriéndose a un hombre que los traicionó a ella y a Elbryan y a toda la gente de Dundalis antes del viaje a Aida.

Elbryan no supo qué responder, pero Pony, al darse cuenta de que su cinismo había dolido a su amado, continuó:

—También yo confío en Belster y Tomás y en toda esa gente —admitió—, pero Roger habría contado la historia para lucirse, y me temo que eso podría habernos puesto en una situación poco favorable. ¿Quién sabe qué historias podrían circular cuando la gente estuviera a salvo en Palmaris?

Elbryan, que también estaba empezando a comprender a Roger Descerrajador, no podía estar en desacuerdo con aquello.

—Hiciste bien —decidió Juraviel—. El tiempo es de vital importancia para nosotros y no podemos correr riesgos. Quizás el joven Roger ha tenido dificultades para encontrar el camino correcto, pero creo que tú le has dibujado un poste indicador absolutamente claro.

Elbryan soltó un bufido.

—Y yo que toda mi vida he creído que la moralidad estaba de algún modo vinculada a la conciencia.

—Y así es —respondió Pony.

—Idealmente —añadió Juraviel—; pero no infravaloréis el poder del miedo. Vuestra propia Iglesia ha utilizado la amenaza del más allá con terribles azufres para mantener la congregación cohesionada durante más de mil años.

—Mi Iglesia no —replicó Elbryan—. No la Iglesia a la que Avelyn se adhirió.

—No; fue la Iglesia que perseguía al monje renegado tanto para silenciar sus ideales radicales como para recuperar tas gemas, no lo dudéis —replicó Juraviel sin vacilar.

Elbryan miró a Pony y vio que la joven inclinaba la cabeza para expresar su acuerdo con las palabras del elfo. Soltó una risita, incapaz de discutir aquel punto.

—Es la Iglesia que nos persigue a Pony y a mí —comentó.

—Roger dijo que los monjes que pasaron por aquí se dirigían al sur, y muy velozmente —indicó Pony—; he utilizado el granate, pero no puedo detectar ninguna magia en la zona, de modo que asumo que la suposición de Roger en relación con su rapidez era correcta.

—Espero que no se detengan en Palmaris —añadió Elbryan—; pero en cualquier caso, aquí podemos quedarnos poco tiempo. Espero aprovecharlo al máximo.

—Caer Tinella y Tierras Bajas —dijo Belli’mar Juraviel.

El rostro de Elbryan adquirió una seriedad grave, incluso severa, mientras asentía con la cabeza y formulaba su respuesta:

—Nos encontraremos contigo aquí de nuevo, al atardecer, tal vez para atacar antes del alba.

—Como quieras, amigo mío —respondió el elfo—. Ahora me voy a inspeccionar alrededor de los pueblos. Preparad el ataque y reconciliaos, por lo menos un poquito, con Roger Descerrajador. Ha hecho grandes cosas para esta gente, según cuenta Belster O’Comely, y me atrevería a decir que le aguarda un futuro prometedor, si no deja que le pierda el orgullo.

—Nos ocuparemos de Roger —contestó Pony.

—Dibuja el poste indicador con toda claridad —dijo Juraviel con una carcajada y un chasquido de los dedos; luego desapareció entre los arbustos con tal rapidez que Pony parpadeó y se frotó los ojos dudando de lo que acababa de ver. Elbryan, más acostumbrado a los Touel’alfar y mejor conocedor de los usos del bosque, no se sorprendió.

—Es él —insistió Kos-kosio Begulne—. ¡Conozco sus maneras, el muy bastardo!

Maiyer Dek ponderó aquellas palabras un buen rato, como solía hacer cuando se hablaba de algo incluso remotamente importante. El enorme fomoriano era un impresionante ejemplar de su raza, tanto física como mentalmente. Aunque no poseía una inteligencia tan aguda como su colega powri, ni era tan prudente como Gothra, que había dirigido a los trasgos, Maiyer Dek comprendía sus limitaciones y por lo tanto se tomaba el tiempo necesario para analizarlo todo con calma y prudencia.

El silencio del gigante no contribuyó a disminuir la impaciencia de \Kos-kosio Begulne, que estaba de pésimo humor. El powri pegó una patada en el suelo del enorme granero, se hurgó la nariz con una mano y con la otra se golpeó repetidamente la cadera.

—Debe de haber otros humanos como el Pájaro de la Noche —sugirió el gigante.

Kos-kosio Begulne pegó un bufido ante semejante idea.

—¡Si así fuera, nos habrían machacado todo el camino de vuelta a Aida!

—Otro más, entonces —replicó el gigante.

—Espero que no —respondió el powri—. Y creo que no. Es él. Puedo oler a ese bastardo. Esto atraerá al Pájaro de la Noche, no lo dudes. ¿Así que me das tus prisioneros o no?

De nuevo Maiyer Dek se sumió en largas e interminables consideraciones. Él y otros tres gigantes que le habían acompañado acababan de regresar del sur, donde habían librado una terrible batalla contra los hombres del rey, justo al oeste de Palmaris. Muchos gigantes habían muerto en la lucha, y muchos más humanos, y Maiyer Dek y su cohorte de supervivientes habían hecho muchos prisioneros. El jefe de los gigantes los llamaba «comestibles viajeros» y, por supuesto, diez de los cuarenta hombres que habían capturado ya habían sido devorados por los crueles fomorianos cuando llegaron a Caer Tinella. Ahora \Kos-kosio Begulne quería a los otros treinta como cebo para el Pájaro de la Noche, y en realidad, a Maiyer Dek no le gustaba demasiado la carne humana. Pero, con todo, el gigante recordaba con claridad la desastrosa batalla en el valle de los pinos cuando él y sus compinches habían acosado por última vez a aquel hombre a quien llamaban el Pájaro de la Noche. ¿Y ahora \Kos-kosio Begulne quería atraerlo?

—Vas a dármelos —dijo súbitamente Kos-kosio Begulne—. Conseguiremos ajustarle las cuentas al Pájaro de la Noche, antes de que la mitad de nuestras fuerzas nos abandonen. Los trasgos ya están murmurando que quieren irse a casa y mi propia gente sueña con regresar a las Islas Desgastadas.

—Pues marchaos todos —replicó el gigante, que nunca había sido demasiado partidario de avanzar hacia el sur, hacia Honce el Oso en primer lugar. Antes de que hubiera despertado el Dáctilo, Maiyer Dek había disfrutado de una placentera existencia en las montañas al norte de Barbacan, con una tribu de ochenta gigantes, incluyendo veinte hembras para sus expansiones, y multitud de trasgos por los alrededores para buena caza y mejor comida.

—Todavía no —replicó bruscamente el powri en tono cortante—. No, hasta que el maldito Pájaro de la Noche haya pagado por los problemas que nos ha causado.

—Nunca te gustó Ulg Tik’narm —dijo el gigante sin ni siquiera efectuar su pausa habitual.

—¡Eso no importa! —espetó Kos-kosio Begulne—. ¡Era un jefe de los powris, y uno de los mejores! El Pájaro de la Noche lo mató; por tanto, yo voy a matar al Pájaro de la Noche.

—¿Luego nos iremos?

—Luego nos iremos —confirmó el powri—. Y una vez hayamos pasado más allá de las tierras de los humanos, yo y mi gente no protegeremos a los canallescos trasgos de vuestras barrigas.

Aquello era todo lo que Maiyer Dek necesitaba oír.

Cuando Juraviel regresó de los pueblos, Elbryan y Pony ya habían obtenido un consenso general para aplazar el ataque; era una propuesta difícil, dado el éxito de la lucha en el bosque y el regreso de Roger y de los otros prisioneros. Todo el mundo estaba impaciente por llevar a cabo aquella aventura y por sentarse en una sala común confortable y exagerar sus historias en torno al fuego; además, el hecho de atacar a Caer Tinella y Tierras Bajas quería decir que pronto podrían estar a salvo en Palmaris, y por eso estaban más que dispuestos a la batalla.

Pony todavía estaba ultimando con ellos los detalles para cuando el ataque a Caer Tinella o a Tierras Bajas comenzara, cuando Elbryan regresó al bosquecillo de pinos.

Tan pronto como el guardabosque vio a Juraviel bajar del pino, supo que algo iba mal.

—Se han fortificado —dedujo el guardabosque.

—Por supuesto —contestó Juraviel con una inclinación de cabeza—. Hay tres nuevas torres de exploración en las lindes del pueblo, al norte, al suroeste y al sureste; y han levantado una barricada improvisada que rodea el lugar: una barrera hecha con barriles, con cascotes, con todo lo que han podido encontrar. Parece bastante sólida; es tan alta como un hombre, aunque no demasiado gruesa.

—Lo bastante para frenar una carga —dijo el guardabosque.

—Quizás un poco —admitió Juraviel, aunque no estaba demasiado preocupado o impresionado por la fortificación—. Pero, con los nuevos aliados que les han llegado, dudo que les haga falta la fortificación.

—¿Otro grupo de powris? —preguntó Elbryan.

—Gigantes —respondió Juraviel—, incluyendo al mayor y más feo de esos grandes y feos brutos que jamás haya visto. Se llama Maiyer Dek, e incluso los powris, incluso el mismo \Kos-kosio Begulne, le tienen un gran respeto. Su armadura es especial, me temo, incluso puede que sea mágica, pues casi parece tener un fuego interior.

Elbryan asintió; había peleado contra gigantes protegidos de forma similar, y recordaba el nombre de Maiyer Dek de las Tierras Boscosas. La armadura disponía de magia negra y era una de las que había forjado el demonio Dáctilo para sus soldados de elite.

—No podemos permitir que esa gente ataque Caer Tinella —prosiguió el elfo—. Podríamos rodear el pueblo en la oscuridad de la noche o podríamos atacar Tierras Bajas, cuya guarnición no parece tan formidable. Pero enviar a esa gente, todos ellos combatientes inexpertos, contra los gigantes, sobre todo contra esos monstruos recién llegados, sería una locura. Incluso vuestros planes de batalla resultan muy arriesgados.

Elbryan no tenía ningún argumento frente a ese simple razonamiento. Había peleado con bastantes gigantes para evaluar la probabilidad de una catástrofe absoluta.

—Si huimos rodeando los pueblos, probablemente podrían seguir nuestra pista —razonó—. Jamás conseguiríamos recorrer todo el camino hasta Palmaris sin que nos alcanzaran.

—¿Y un rodeo mayor? —preguntó el elfo, pero sospechaba que el guardabosque sería difícil de convencer.

—Podemos enviarlos —insinuó Elbryan.

—Pero tú insistes aún en ir al pueblo y librar tu batalla —dedujo Juraviel.

—Si ese gigante, Maiyer Dek, es tan poderoso y tan venerado como indicas, quizás él y yo deberíamos hablar —explicó el guardabosque.

—¿Hablar? —repitió Juraviel dubitativo.

—Con armas —aclaró Elbryan—. ¿Cuál supones que sería el impacto para nuestros enemigos si Maiyer Dek y \Kos-kosio Begulne resultaran muertos?

—Grande, por supuesto —admitió el elfo—. Ignoro lo que mantiene unidos a gigantes y a trasgos unos con otros, y aún más con los powris, si no es la fuerza del liderazgo de esos dos. Pero, reflexiona con prudencia, amigo mío. No será tarea fácil llegar hasta los jefes de los powris y de los gigantes; pero incluso si pudieras, incluso si encontraras la forma de enfrentarte a ellos sin que sus secuaces se te echaran encima, podrías resultar derrotado. Dale la vuelta a tu pregunta: ¿qué harán los refugiados sin el Pájaro de la Noche para guiarlos?

—Lo han hecho suficientemente bien sin el Pájaro de la Noche hasta hace muy poco —recordó el guardabosque—. Y además contarán con Juraviel.

—¡Entre cuyos asuntos no figura ese!

—¿Quién escogió venir para ayudar a los humanos? —replicó Elbryan con una mueca irónica.

—El mismo que escogió seguir a su protegido, el Pájaro de la Noche, para estar seguro de que no haría tonterías —corrigió el elfo, sonriendo abiertamente; y Elbryan supo por aquella sonrisa que Juraviel estaba de su parte.

»He invertido demasiados años en tu adiestramiento y llevas una espada élfica y un arco construido por mi propio padre; por eso no voy a permitir que te maten.

—Algunos lo llaman tonterías, otros osadías —dijo el guardabosque.

—A lo mejor son uno y el mismo —precisó Juraviel.

Elbryan dio una palmada en el hombro del elfo y todavía estaban riéndose cuando Pony avanzó a través del bosquecillo de pinos para reunirse con ellos.

—Las noticias sobre los pueblos son buenas, ¿no? —dedujo la mujer.

—No —dijeron Elbryan y Juraviel al unísono.

Pony se sobresaltó, sorprendida ante la alegría que ambos expresaban.

—Estábamos discutiendo acerca de los alocados propósitos de Elbryan —explicó Juraviel—: meterse en pleno campamento enemigo y matar a sus dos líderes, aunque uno es un powri, la criatura más resistente y tenaz que jamás haya existido, y el otro es un enorme y temible gigante.

—¿Y lo encuentras divertido? —preguntó Pony a Elbryan.

—Naturalmente.

La mujer inclinó la cabeza; se preguntaba sinceramente si la tensión de sus vidas estaba al fin haciendo mella en su compañero.

—No voy a irrumpir en el campamento abiertamente —corrigió el guardabosque, mientras miraba fijamente al elfo—. Por supuesto, entraré a hurtadillas, sigiloso como una sombra, sin que me inviten, como la muerte.

—Y muerto como un trozo de madera —acabó por decir Juraviel, y ambos estallaron otra vez en risas.

A Pony, que comprendió que había parte de verdad bajo aquella frivolidad, aquello no le divertía.

—Basta de tonterías —les reprendió—. Tenéis a cien combatientes paseando ansiosamente, preguntándose si van a morir esta noche, esperando tu decisión.

—Y mi decisión, sobre la que volveré a insistir, es que se retiren —dijo Elbryan en tono serio.

—No estoy segura de que te escuchen —admitió Pony pues durante la ausencia del guardabosque, las charlas habían alcanzado un estado febril a favor de expulsar a los monstruos.

—No podemos atacar los pueblos —explicó el guardabosque—, pues los powris cuentan con más gigantes, incluyendo uno que dispone de una armadura con magia negra del Dáctilo.

Pony suspiró profundamente y confió que la gente los escucharía. Recordaba aquella armadura de cuando lucharon en Barbacan y comprendió que cualquiera de los refugiados que se acercara a ese nuevo aliado caería fulminado. Miró a Elbryan y reconoció la expresión de peligro en su rostro.

—Tenemos que limitarnos a explicarles que deben esperar uno o dos días más antes de la batalla, hasta que podamos averiguar el poder de nuestros nuevos enemigos —razonó Elbryan.

—Pero sigues pensando en ir allí y luchar esta misma noche —supuso Pony.

—Quiero encontrar el modo de destruir a ese gigante y a \Kos-kosio Begulne —admitió Elbryan—. Sería un gran golpe para nuestros enemigos, y podría causar suficiente confusión para permitirnos escapar de los demás monstruos y llevar a esa gente a Palmaris.

—En ese caso, vamos a dilucidar cómo podríamos llevar a cabo esa empresa —dijo Pony con calma, poniéndose ante Juraviel e inclinándose. Levantó un palo, se lo tendió al elfo y limpió el suelo de pinaza.

—Para empezar, un mapa —pidió.

Juraviel miró a Elbryan; ambos se sorprendieron al ver que Pony, normalmente más conservadora que el guardabosque, se había mostrado enseguida de acuerdo, a pesar de los monstruos recién llegados al pueblo. Y Juraviel también se preguntaba si ese giro de los acontecimientos habría hecho cambiar al Pájaro de la Noche de parecer. ¿Seguiría dispuesto a involucrar a su amada en una misión tan peligrosa?

El guardabosque inclinó la cabeza para asentir, con expresión severa, en respuesta a esa pregunta no verbalizada. Él y Pony habían estado juntos en demasiadas ocasiones como para que ahora él pudiera pensar en excluirla de una lucha tan decisiva. Si bien había planeado mantener apartado a Juraviel de la pelea —pues después de todo las armas diminutas de un elfo no eran muy prácticas contra un gigante—, desde el primer momento había previsto ejecutar el ataque con Pony a su lado.

A esa hora la luz diurna se apagaba deprisa, de forma que Pony sacó el diamante y aportó una pequeña esfera de luz. En un momento Juraviel tuvo dibujado el mapa del pueblo de Caer Tinella.

—No puedo estar seguro de dónde estará \Kos-kosio Begulne —explicó el elfo—. Pero sólo hay tres edificios donde puede caber un gigante —los señaló en el mapa—. Establos —explicó—. Y este es el más apropiado para el jefe de los gigantes —su puntero indicaba el esbozo de un gran edificio casi en el centro del pueblo.

»No tienen una defensa organizada, por lo que yo sé —prosiguió el elfo—. Aparte de las barricadas y de algunos centinelas apostados.

—Los powris suelen estar preparados —dijo Pony—. Es más probable que las tengan camufladas.

—Pero ese grupo ha tenido pocos problemas últimamente —repuso Juraviel.

—Excepto la batalla del bosque —dijo Elbryan.

—Y el robo de los prisioneros —añadió Pony.

—Pero no han sufrido verdaderos ataques contra el pueblo —explicó el elfo—. Y dudo que esperen uno, pues disponen de gigantes fomorianos muy visibles para cualquiera que pensara atacar.

—Pero dado que Roger ha demostrado su habilidad para entrar en el pueblo a voluntad y ha escapado de sus garras, el anillo defensivo en torno a los jefes, en particular en torno a \Kos-kosio Begulne, quizá sea muy estrecho —razonó Pony.

—Y allí precisamente es donde quiero ir —añadió Elbryan.

—No es tarea fácil —dijo Juraviel.

—Nunca lo es —respondió el guardabosque.

—Pero vas a intentarlo, en cualquier caso —comentó el elfo.

Elbryan miró a Pony.

—Esta misma noche —explicó—. Primero buscaré a Belster y a Tomás Gingerwart y les contaré nuestros planes, y qué deberían hacer en función de si Pony y yo triunfamos o no.

—¿Y mi papel? —preguntó el elfo.

—Servirás de enlace entre Belster y yo —explicó Elbryan—. Pronto te darás cuenta del cariz que tomará la batalla, sin duda, y cuanto antes esté sobre aviso Belster, mejor podrá reaccionar.

Juraviel se quedó mirando a Elbryan fijamente un buen rato, al hombre que había merecido que los Touel’alfar le atribuyeran el nombre de Pájaro de la Noche. El elfo sintió que en aquel momento la incrédula Tuntun estaba con él, que la elfa admitía de todo corazón que se había equivocado en su juicio inicial sobre Elbryan Wyndon, la «sangre de Mather», tal como ella lo había llamado a menudo con sarcasmo. Tuntun nunca había creído que Elbryan daría la talla como guardabosque y había creído que era estúpido y torpe. No obstante, había descubierto que era muy distinto, hasta el punto que de buen grado sacrificó su vida para salvar a aquel joven… a pesar de que los elfos no suelen ser altruistas con los humanos. Y si ella estuviera ahora allí, Juraviel lo sabía, para testimoniar la serena determinación y el sincero sentido del deber con el que Elbryan afrontaba aquella lucha increíblemente peligrosa, podría llamarle una vez más «sangre de Mather», pero ahora con un sincero afecto.

—Tu papel en esta batalla se limitará a las piedras —explicó Elbryan a Pony mientras se encaminaban pausadamente hacia Caer Tinella. Belster y Tomás habían estado de acuerdo en que la batalla tenía que demorarse hasta que hubieran conseguido más información, pero no sabían que el guardabosque tenía intención de emprenderla por su cuenta.

Pony le echó un escéptico vistazo.

—Me he entrenado duramente —replicó.

—Y bien…

—¿Pero no confías en mí para dejarme luchar con la espada?

Antes de que ella acabara, Elbryan negaba con un gesto de la cabeza.

—Estás a medio camino entre dos estilos de lucha —explicó—. Tu cabeza te dicta el siguiente movimiento, pero tu cuerpo está todavía acostumbrado al otro estilo. ¿Vas a dar una estocada o a acuchillar? Y en el instante en que tienes que decidir, el arma de tu enemigo te alcanza.

Pony se mordió el labio, tratando de encontrar una respuesta lógica. Ya era capaz de realizar muy bien la danza de la espada, pero a una velocidad inferior a la de una lucha real. Al final de cada sesión, cuando Elbryan aceleraba el proceso, no podía seguir el ritmo, atrapada, tal como él había dicho, entre lo que pensaba y lo que recordaban sus músculos.

—Dentro de poco tiempo —le prometió Elbryan—. Hasta entonces, eres más útil con las piedras.

Pony no discutió.

La pareja se unió a Juraviel en un altozano que dominaba Caer Tinella por el nordeste; la elevada atalaya les ofrecía una completa panorámica de la ciudad. Las nuevas barricadas que rodeaban los edificios del centro destacaban tal y como Juraviel las había descrito, pero los tres fijaron su atención en una enorme hoguera que ardía en el rincón sureste, en el lado opuesto de donde estaban.

—Lo investigaré —dijo voluntarioso el elfo.

Elbryan asintió y miró a Pony.

—Localízalos con la piedra del alma —le dijo el hombre, y entonces se dirigió a Juraviel y añadió—: Si \Kos-kosio Begulne y Maiyer Dek están en el granero, allí iremos Pony y yo. Controla nuestro avance en el pueblo, luego regresa aquí para recoger a Sinfonía, ya que sospecho que tendré que dejar el caballo. Entonces, no tienes más que esperar y vigilar.

—Espera un momento —le corrigió Belli’mar Juraviel; su tono manifestaba que no pensaba dejarse disuadir—. No es normal esa hoguera; haríais bien en dejarme averiguar su significado antes de ir al pueblo.

—Sólo tendremos una oportunidad con aquellos dos —dijo Pony a Elbryan, mostrando con la cabeza su acuerdo con la opinión de Juraviel—. Pero debemos asegurarnos de que el momento es el adecuado.

—Daos prisa, entonces —les dijo a ambos amigos un impaciente Elbryan.

Antes de que Juraviel pudiera contestar, un grito procedente del pueblo rompió la quietud de la noche.

—¡Otro a la hoguera! —exclamó un atronador rugido, la voz de un gigante—. ¿Lo estás viendo, Pájaro de la Noche? ¿No ves cómo mueren los hombres por tu culpa?

Los tres aguzaron la vista en la distancia, concentrándose en las llamas. Vieron las siluetas de tres cuerpos, dos powris y un hombre, eso parecían, y contemplaron con horror cómo el hombre era arrojado a una pira ardiente.

Sus gritos de dolor atravesaron el aire.

El Pájaro de la Noche soltó un gruñido de cólera, se dio la vuelta, desmontó a Pony del caballo y en el mismo fluido movimiento echó mano del arco.

—¡No, guardabosque! —advirtió Juraviel—. ¡Eso es exactamente lo que quieren!

—Lo que creen que quieren —replicó con aspereza el guardabosque—. ¡Ayúdame con tus flechas, hacia el muro! —Clavó con fuerza sus talones en los costados de Sinfonía y el imponente semental salió corriendo como un rayo colina abajo, cargando hacia el pueblo. Juraviel se apresuró a seguirlo medio corriendo y medio volando, y Pony cambió las gemas y guardó la hematites.

El Pájaro de la Noche salió de entre la protección de los pinos a pleno galope y cruzó el pequeño campo ante la muralla improvisada con Ala de Halcón en alto y preparado. Su primera flecha alcanzó a un desprevenido trasgo en un lado de la cabeza y lo lanzó por encima del muro. La segunda alcanzó a otro trasgo en el pecho en el preciso momento en que levantaba el brazo para arrojarle una lanza.

Pero el factor sorpresa se evaporó y el muro se llenó de enemigos, trasgos y powris. Rugiendo, demasiado enfurecido y demasiado desesperado para considerar otra alternativa, el guardabosque se inclinó sobre el cuello de Sinfonía y lo espoleó para que siguiera adelante.

Entonces caballo y jinete tropezaron; poco faltó para que Sinfonía cayera mientras la explosión de un rayo atronaba justo a su lado y chocaba contra la barricada, partiendo troncos y lanzando trasgos y powris por todas partes.

El guardabosque y su corcel se recuperaron enseguida, sin apenas perder impulso. Lanzado a la carrera, arrancando la hierba, el poderoso semental saltó la barrera de casi dos metros, elevándose por encima de monstruos muertos o aturdidos y batiendo el suelo en una carrera mortal. Cuando el guardabosque hizo dar un viraje cerrado al caballo para cargar entre dos edificios, varias flechas pasaron silbando muy cerca de él. Dobló veloz otra esquina y más enemigos surgieron ante él. Bajó por una callejuela e irrumpió en la plaza del pueblo, pero volvió de nuevo sobre sus pasos, pues el lugar estaba infestado de powris, y bajó a todo correr por otra estrecha callejuela.

Mientras se acercaba a un tejado bajo, el Pájaro de la Noche se colgó Ala de Halcón al hombro, desenvainó Tempestad y se puso en pie sobre el caballo con las piernas muy separadas y dobladas para mantener el equilibrio. Mediante la turquesa incrustada en el pecho del caballo, se comunicaba con Sinfonía y le ordenaba que mantuviera una carrera uniforme y que avanzara pegado al edificio que quedaba a mano derecha.

Un trasgo se levantó en el preciso instante en que el Pájaro de la Noche se le echaba encima. Al tajo de Tempestad poco le faltó para no decapitarlo; el guardabosque se apresuró a liberar la espada de un tirón; en seguida volvió a acuchillar a un segundo trasgo pinchando debajo de la barbilla.

El Pájaro de la Noche se dejó caer para sentarse de nuevo, deslizó Tempestad entre el muslo y la silla de montar y volvió a preparar el arco, disparando mientras cabalgaba. Un powri brincó para cortarle el paso, y otro lo intentó sobre un tejado a la izquierda. El Pájaro de la Noche se concentró en el objetivo más alto y le disparó una flecha al pecho mientras el monstruo le arrojaba una lanza. Sinfonía se ocupó del powri que estaba en la calle y atropelló al enano, que se quedó dando traspiés, pero resistiendo con energía.

El Pájaro de la Noche se las apañó para poner el arco de través y, así, desviar parcialmente aquella bien dirigida lanza; ese movimiento defensivo a buen seguro le salvó la vida, aunque la lanza le alcanzó en cualquier caso y le rozó el hombro: se le enganchó en la camisa y le desgarró la tela. Con un gruñido, el Pájaro de la Noche tiró de ella y la soltó creyendo que caería al suelo.

Pero la lanza fue a parar debajo del brazo, como si la empuñara, mientras se acercaba a un portal abierto y un powri salía y cargaba contra él. El powri levantó el escudo, pero no con suficiente rapidez, y la punta de la lanza pasó por encima del escudo y alcanzó al vociferante enano en plena boca, golpeándole los dientes; luego, se hundió más profundamente, le atravesó la nuca y se clavó en la madera de la jamba de la puerta.

El Pájaro de la Noche dejó ir el arma y ni siquiera tuvo tiempo de mirar atrás y ver su trabajo.

El powri, clavado de pie, se agitó espasmódicamente varias veces antes de morir.

El Pájaro de la Noche dobló veloz una esquina, luego otra, para avanzar hacia el extremo nordeste del pueblo. Tomó otra curva y se encontró con problemas, pues allí, bloqueándole el paso, había un par de gigantes, enormes criaturas a las que una simple flecha no podía derribar y que Sinfonía tampoco podía atropellar.

Cuando Juraviel llegó hasta la maltrecha barricada, no había ni un monstruo, ya que los pocos que habían sobrevivido a la carga del guardabosque y a la explosión de Pony se habían dispersado por las calles de Caer Tinella en pos de la veloz y esquiva carrera de Sinfonía. Con un batir de alas, Juraviel salvó el muro y se fue hacia el tejado de uno de los edificios adosados a él. En el extremo opuesto del tejado había un trasgo, brincando como un loco e indicando a gritos a sus camaradas que estaban en la calle los lugares por donde iba pasando el raudo jinete.

Juraviel avanzó lentamente hasta situarse a unos cinco pasos, con el arco en la mano. Hincó una rodilla en el suelo para que el disparo tuviera mejor ángulo, y su flecha alcanzó al trasgo justo debajo de la base del cráneo en dirección ascendente. La criatura se movió compulsivamente en el extremo del tejado y cayó pesadamente a la calle, de espaldas, completamente muerto.

Un movimiento desde atrás provocó que el elfo se diera la vuelta con otra flecha lista para volar. Afortunadamente no disparó, pues el cuerpo que gateaba sobre el borde del tejado no era ni un trasgo ni un powri, sino un hombre, de complexión delgada, que se movía con gran agilidad.

—¿Qué estás haciendo aquí? —murmuró el elfo cuando Roger se reunió con él y se agachó a su lado.

—Una pregunta que también podría hacerte yo —contestó el joven. Su mirada se centró en la hilera de prisioneros—. Debe de haber unos treinta —dijo, y al punto se encaminó hacia la esquina sureste del tejado.

Juraviel le dejó ir sin seguirlo. Cuántos más fueran los ángulos desde donde atacar a los monstruos, mayor confusión podrían sembrar; y esa confusión podría ser lo único que permitiría al insensato Pájaro de la Noche salir con vida de aquel lugar.

Otro batir de alas llevó al elfo hasta otro tejado, más hacia el interior del pueblo y en dirección norte; desde allí dominaba muy buenos blancos. Disparó una, dos, tres veces; y sus flechas alcanzaron a un powri y a un gigante, y aún a otro powri al otro lado; no mató a ninguno, aunque su última flecha hirió de gravedad al enano, pero provocó gritos de rabia y evitó que la atención, por lo menos de los grupos vecinos, se centrara en su amigo. Los monstruos se acercaron al edificio desde todas direcciones.

Juraviel ascendió en la oscuridad de la noche y luego inclinó su vuelo ligeramente para aterrizar en otro edificio. Corrió hacia el extremo más alejado del tejado, lanzó una flecha contra un trasgo desprevenido como medida de seguridad, y después batió las alas para alcanzar otro edificio: el gran granero central.

A su espalda dejó una estela de gritos y aullidos de monstruos que ya no creían que el guardabosque hubiera entrado solo en la ciudad.

Los cascos de Sinfonía arrojaron tierra a considerable distancia cuando el guardabosque lo obligó a ladearse mucho para tratar de pasar a la derecha de los gigantes. El monstruo más cercano alzó su palo, pero el guardabosque fue más rápido, empuñó de nuevo Tempestad y lo acuchilló, alcanzando a la enorme criatura por debajo del codo del brazo que tenía levantado.

El gigante rugió de dolor y no pudo rematar su golpe, y así el Pájaro de la Noche y su caballo pudieron sobrepasarles; parecía que por delante el camino estaba despejado.

Pero entonces apareció otro gigante que les bloqueó el paso; el sendero se estrechaba más arriba, de modo que el guardabosque no tenía el menor espacio para pasar. Cruzó Tempestad sobre su regazo, y volvió a coger Ala de Halcón; en un abrir y cerrar de ojos puso una flecha y apuntó con el arco.

Sólo podría disparar una vez.

Tenía que ser perfecto.

La flecha, lanzada desde unos cinco metros de distancia, alcanzó al gigante justo en un ojo. ¡Cómo aullaba! Se llevó las manos a la cara y se dio media vuelta gritando y chillando.

—¡Sigue corriendo! —ordenó el Pájaro de la Noche al caballo. Blandió a Tempestad; apretó las piernas en los flancos del poderoso semental, y Sinfonía interpretó las órdenes del Pájaro de la Noche, comprendió lo desesperado de la situación, obedeció de buen grado sin aflojar la carrera y embistió a la enorme criatura a pleno galope.

Al mismo tiempo, el guardabosque consiguió un buen golpe, pues la espada acuchilló con fuerza la parte lateral del cuello del tambaleante gigante. El bruto se desplomó, y Sinfonía, aturdido, mantuvo el equilibrio mientras el Pájaro de la Noche tiraba con energía para que el caballo se diera la vuelta hacia los otros dos que se acercaban.

—Mantén a este alejado del combate —ordenó el guardabosque a Sinfonía, y entonces tiró al suelo la espada y tomó el arco; dio una voltereta desde el lomo del caballo, preparó una flecha mientras la daba, y disparó al completarla y quedar de pie. El proyectil se hundió profundamente en un hombro del gigante, pero la enorme criatura apenas pareció darse cuenta.

El guardabosque conjuró imágenes de los pobres prisioneros del otro lado del pueblo, hombres a los que estaban quemando vivos en las hogueras de los powris; esas escenas le llenaron de rabia y de esa rabia extrajo fuerza. Alargó el brazo para recoger Tempestad, y la hoja mágica, al escuchar su silenciosa llamada, voló a su mano y resplandeció gracias a su energía interna. El Pájaro de la Noche, demasiado concentrado para advertir siquiera el prodigio ofrecido por su espada, cargó hacia adelante.

Su ataque sorprendió a los gigantes lo suficiente como para permitirle apoyarse sobre una rodilla y agacharse soslayando por debajo el golpe lateral de uno de los brutos. Dirigió rápidamente la espada hacia fuera y golpeó con violencia la rótula de la enorme criatura; mientras el monstruo levantaba instintivamente la pierna para sujetarse la herida, el guardabosque corrió hacia adelante, justo por debajo de la pesada bota que el gigante había levantado y se lanzó de cabeza más allá de la otra pierna, para quedar fuera del alcance de la segunda enorme criatura, que se acercó a la primera dispuesta a golpearlo.

El Pájaro de la Noche pivotó y atacó una vez y luego otra; en las dos ocasiones consiguió apuñalar al gigante en las nalgas. El bruto se dio la vuelta y se balanceó con violencia; en una mano llevaba un palo y con la que le quedaba libre se tocaba alternativamente el hombro alcanzado por la flecha, la rodilla acuchillada y el culo apuñalado.

El palo golpeó en algún lado, pero lejos de donde estaba el ágil guardabosque; este se agachó y dejó que el palo le pasara por encima de la cabeza; entonces se levantó con energía buscando la mano del gigante, atacó y lo alcanzó de nuevo justo en la muñeca.

La enorme criatura aulló y soltó el palo.

Pero aquella maniobra situó al Pájaro de la Noche en una delicada situación respecto al segundo gigante, de modo que no pudo evitar del todo el golpe lateral del palo del bruto, que lo alcanzó en el hombro y lo hizo volar; el guardabosque dio una voltereta en el aire y cayó de cabeza; volvió a dar otra y, al fin, otra más mientras se estrellaba contra el suelo en un desesperado intento de amortiguar el choque.

Con una pirueta recuperó la posición y examinó a su enemigo. Verdaderamente, era el gigante más feo que jamás había visto, con un labio arrancado y un llamativo tatuaje de un trasgo partido por la mitad que le cubría la frente. Además, le faltaba una oreja y en la otra ostentaba un gran colgante de oro. Riendo perversamente, el bruto miró a su maltrecho compañero y asintió mientras el otro monstruo le indicaba que aún estaba en condiciones de luchar. El horrible bruto empezó a avanzar con paso majestuoso.

Incluso para el guardabosque adiestrado por los elfos, dos gigantes eran demasiado.

Pero por lo menos sólo quedaban dos, observó el Pájaro de la Noche, echando una ojeada a Sinfonía. El gigante que yacía en el suelo trató de levantarse, pero el caballo piafó repetidamente sobre la cabeza del monstruo golpeándosela con los cascos delanteros.

El gigante, ciego de un ojo, estiró los brazos con desesperación, y de nuevo trató de levantarse mientras Sinfonía se daba la vuelta.

No obstante, el poderoso semental sólo estaba tomando posiciones para cocear al bruto; en efecto, cuando el gigante se había medio incorporado, Sinfonía le lanzó varias coces con sus patas traseras y lo alcanzó violentamente en plena cara; el gigante se desplomó en el suelo.

Entonces el caballo se le acercó otra vez a la cabeza pateándosela repetidamente con las patas delanteras.

El Pájaro de la Noche no vio la última acción, pues estaba demasiado ocupado en alejarse a toda prisa de la súbita lluvia de golpes del gigante más cercano: golpes propinados por lo alto que no podían esquivarse. La tierra temblaba a cada uno de aquellos tremendos impactos.

El otro gigante recuperó su palo, pero no parecía tener prisa por reunirse con su compañero.

El Pájaro de la Noche escuchó cómo sus perseguidores se le acercaban por todas partes y supo que no había escapatoria.

Pony no había estado ociosa. Después de la explosión del rayo que derribó la barricada y que despejó el camino a Elbryan y a Juraviel, y luego, aunque ella no lo sabía, a Roger Descerrajador, la mujer bajó corriendo por la pendiente virando hacia el norte. Trató de seguir la pista de los movimientos del guardabosque dentro del pueblo por el ruido de los gritos de los monstruos y el sonido metálico del silverel mientras la espada realizaba su trabajo; estaba completamente segura de que su amado también estaba avanzando por el extremo norte.

La carrera de Pony se convirtió en una sucesión de cortas ráfagas, corriendo desde un lugar protegido a otro, sin dejar de mirar hacia atrás, hacia el pueblo, con objeto de pescar alguna información. Vio las cabezas de dos gigantes, vio a uno de los dos que se movía bruscamente y gritaba de dolor, y supo que el Pájaro de la Noche los había atacado. Cuando la cabeza y los hombros de un tercer gigante se encumbraron por encima de los edificios bajos, Pony se dio cuenta de que su amado estaba en una situación apurada.

La mujer rebuscó en su bolsa de piedras, tratando de encontrar alguna que pudiera ayudarla. El rubí no servía, pues no tenía tiempo de llegar adonde estaba Elbryan. Podría utilizar el grafito para provocar la descarga de un rayo por encima de los tejados, pero temía herir a su amado, en especial si estaba luchando cuerpo a cuerpo.

Decidió utilizar la malaquita y cogió con firmeza la piedra verde. Con ella podría hacer levitar a uno de los brutos y mantenerlo flotando en el aire para que las circunstancias de la lucha fueran un poco más equilibradas.

Mientras sacaba la piedra, sin embargo, vio otra, la piedra imán, y pensó que sería aún más adecuada.

Pony alzó la mano y apuntó: concentró la vista a través de la magia de la gema buscando una diana metálica contra la cual pudiera lanzar el proyectil.

¡Pero parecía que no había ninguna; los gigantes no llevaban armadura y empuñaban palos de madera!

Pony gruñó y buscó con más atención, pero siguió sin encontrar nada. Estaba a punto de coger otra vez la malaquita —su corazón se aceleró al ver que otro gigante se caía—, cuando al fin halló una ligera atracción que provenía del lado de la cabeza del gigante que quedaba, de una zona próxima a la oreja.

El Pájaro de la Noche saltó hacia adelante y hacia un lado para evitar otro golpe de arriba abajo. Tempestad se movió rauda con una repentina estocada, pero el gigante ya había girado su enorme cuerpo, poniendo extremidades y torso fuera de su alcance.

Está bien adiestrado, se dijo el guardabosque. Dio una nerviosa mirada hacia un lado y vio que el otro gigante estaba observándolo.

Entonces se enzarzó con el horrible bruto en una segunda ronda de ataque y defensa, de nuevo sin un vencedor claro, aunque esta vez el Pájaro de la Noche consiguió un impacto de escasa importancia. El gigante se limitó a aullar —de risa, no de dolor— y su compañero pareció recuperarse aún más y disponerse a entrar en combate.

—¡Argh, ya te tengo! —bramó la fea y enorme criatura, pero sus palabras terminaron de golpe mientras su cabeza se desplomaba bruscamente hacia un lado. El monstruo volvió a enderezar la cabeza, pero sus ojos ya no veían al guardabosque, velados súbitamente por la oscuridad. Sin hacer ni siquiera un movimiento para amortiguar la caída, el gigante se desplomó boca abajo sobre el barro.

El colgante había desaparecido, observó el Pájaro de la Noche. ¡No, no había desaparecido, sino que había sido empujado, llevado a través del cráneo hasta el cerebro!

Sin desperdiciar ningún golpe, el guardabosque la emprendió con el último gigante y rugió victorioso; el fomoriano se desplomó sobre sí mismo y aplastó a un powri que doblaba la esquina tratando de huir.

El guardabosque comprendió aquel misterio claramente y se lo agradeció a Pony, pues sabía que ella era la causa; luego, partió el cráneo del gigante por la mitad con Tempestad y extrajo la magnetita de entre la sangre derramada.

—¡Sinfonía! —gritó y se apresuró a coger el arco.

El imponente caballo relinchó y se dio la vuelta deteniéndose tan sólo para pegar otra doble coz a la cara del gigante, que yacía boca abajo. Sinfonía se acercó al Pájaro de la Noche a medio galope y el guardabosque montó de un brinco en la silla, deslizó Tempestad por debajo del muslo y colocó en un ágil movimiento a Ala de Halcón en posición de tiro.

Disparó contra el powri que el gigante había aplastado mientras con tozudez trataba de ponerse en pie; por precaución hizo que Sinfonía atropellara al desgraciado enano, avanzó por la parte despejada que había detrás del powri y giró rápidamente hacia abajo por otra callejuela; la persecución proseguía una vez más.

A diferencia del guardabosque, Roger Descerrajador estaba haciendo todo lo que podía para no llamar la atención. El ágil ladronzuelo avanzaba con mucho cuidado: saltaba de tejado en tejado cuando los edificios estaban lo bastante próximos, o bajaba por un edificio y subía por otro en caso contrario. En dos ocasiones se topó sin querer con un enemigo en el mismo tejado, pero en ambas mantuvo la calma y tan sigiloso como una sombra siguió avanzando sin ser advertido, ya que los enemigos, fueran trasgos o powris, estaban inevitablemente distraídos por el tumulto que iba sembrando el guardabosque.

La hoguera guio sin error a Roger a través de Caer Tinella hasta que se encaramó a un tejado a no más de siete metros de los andrajosos prisioneros, unos treinta, sentados en el suelo, desesperados y encadenados unos a otros por los tobillos. Había muchos monstruos alrededor; dos en particular, un enorme gigante, el mayor que Roger había visto nunca, y un nervioso \Kos-kosio Begulne, llamaron su atención; y, al parecer, también llamaron la atención de todos los demás monstruos que estaban en la zona.

—¡Estamos perdidos! —aulló el powri—. ¡Ha llegado el Pájaro de la Noche y todo el mundo se ha convertido en un lugar maldito!

El gigante sacudió la enorme cabeza y ordenó con calma al powri que se callara.

—¿Acaso no eres tú quien quería traerlo aquí?

—¡Y tú qué sabes! —le espetó el powri—. Tú no estabas allí, en medio de la lucha, cuando nos diezmó en el valle.

—Ojalá hubiera estado —dijo el gigante secamente. Aquello dio que pensar a Roger. ¿Un gigante con talento? El simple hecho de pensarlo le produjo un escalofrío a lo largo del espinazo; a menudo, el único punto débil de un gigante estaba entre sus orejas.

El joven se encogió de hombros, se deslizó por la parte trasera del edificio, protegido de la luz de la hoguera, se metió de puntillas entre la hilera de prisioneros humanos y se sentó entre dos hombres, que se quedaron muy sorprendidos e inquietos. Ambos lograron mantener la calma y Roger, con la herramienta desbloqueadora en la mano, se dispuso a manipular los grilletes.

—¡Condenados, te repito! —protestó el powri—. ¡Nosotros dos!

—Tienes razón a medias —respondió sin inmutarse el gigante.

Con un súbito movimiento, Maiyer Dek levantó a \Kos-kosio en el aire y lanzó al powri a la pira ardiente como si fuera un trasto. El enano gimió y gateó para librarse de las llamas, pero estas prendieron en su ropa y en su pelo y le quemaron la carne; ni siquiera las abrazaderas mágicas que el enano había cogido del caído Ulg Tik’narn pudieron salvarle de una muerte horrible.

Se armó una gran confusión entre todos los monstruos allí reunidos: algunos gritaban para que se ejecutase a los prisioneros, otros —todos ellos powris— para amotinarse contra el gigante.

Y en medio de toda aquella algarabía, Roger Descerrajador proseguía con calma su trabajo; se desplazaba por la hilera de prisioneros para abrirles los grilletes ordenándoles sin cesar que conservaran la serenidad hasta que estuvieran todos libres.

—¡Escuchadme! —rugió Maiyer Dek, y fue imposible que nadie a menos de cien metros no oyera su retumbante y atronadora voz—. ¡Sólo se trata de un humano, un encanijado humano! ¡Cien monedas de oro del rey y diez prisioneros para el que me traiga la cabeza del Pájaro de la Noche!

Aquello puso a los monstruos en movimiento, haciéndolos brincar y chillar de excitación, y muchos de ellos se precipitaron corriendo hacia el lugar de la pelea.

Durante sólo una fracción de segundo, Roger Descerrajador acarició la idea de que aquellos monstruos atraparían y matarían a Elbryan. Pero acto seguido, con un gruñido sordo, el joven se culpó a sí mismo por abrigar semejantes pensamientos y en silencio agradeció al guardabosque que de nuevo captara la atención de los monstruos y le permitiera acabar su trabajo; y, mientras abría grillete tras grillete, Roger Descerrajador rezaba para que Elbryan pudiera escapar sano y salvo.

—Aquí estoy, Pájaro de la Noche —pronunció una voz que sonó como una bendición por encima del guardabosque, mientras este daba una vuelta cerrada en torno a un edificio con los monstruos pegados a sus talones. Oyó el sonido de un arco élfico al ser tendido y bruscamente disparado, luego un batir de alas, y poco después Belli’mar Juraviel estaba montado sobre Sinfonía, detrás de él, con el arco en la mano.

—Dispara contra los que están frente a ti, yo te cubriré los flancos y la retaguardia —propuso el elfo, mientras disparaba otra flecha. Su cuadrillo dio en el blanco y consiguió un buen impacto en la cara del gigante, pero la enorme criatura se limitó a rugir y a librarse de él de un manotazo.

—¡Aunque me temo que me quedaré sin flechas antes de que consiga matar a un solo gigante! —añadió Juraviel.

No importaba demasiado en cualquier caso, pues ninguno de los monstruos conseguía acercarse al veloz Sinfonía. Con la cabeza agachada y resoplando, el semental azotaba el suelo y el guardabosque, telepáticamente vinculado al caballo por la turquesa, no necesitaba sus manos para guiarlo. Los monstruos que aparecían de frente o en un ángulo que les hubiera permitido interceptarles el paso se encontraron con el rayo del imponente arco del Pájaro de la Noche y con el martilleo de los cascos de Sinfonía; y los tres compañeros prosiguieron su veloz carrera y no tardaron en desembocar en el callejón que recorría el oeste de Caer Tinella, justo por la parte interior de la barricada.

Sinfonía, y el guardabosque no pudo menos que celebrarlo de todo corazón, resbaló al detenerse bruscamente.

—No podemos vencerlos —dijo Juraviel, mientras miraba más allá de guardabosque, hacia las hogueras y hacia las docenas de monstruos que pululaban por todas partes por delante de ellos.

El Pájaro de la Noche gruñó y espoleó los flancos del caballo.

—¡No! —le reprendió Juraviel—. Tu carrera ha sido magnífica y valiente, pero continuar es una absoluta insensatez; ¿qué esperanza les quedará a esos hombres si ven caer al Pájaro de la Noche delante de ellos? ¡Te digo que saltemos el muro! ¡Es la única salida!

El Pájaro de la Noche estudió la situación que se le planteaba, oyó a los monstruos que se acercaban por detrás y por el este. No veía otra opción, de manera que agarró las riendas con fuerza y orientó la cabeza del caballo hacia el oeste, hacia la barricada y, más allá, hacia la negrura de la noche.

Afuera, en la oscuridad, a sólo unos pocos metros del muro, Pony, perpleja, trataba desesperada de improvisar algo. No sabía con exactitud dónde se hallaba el guardabosque, aunque estaba casi segura de que había llegado al extremo del pueblo y no tenía tiempo de utilizar el cuarzo o la hematites para intentar encontrarlo. Por lo tanto, no podía arriesgarse a provocar la descarga de un rayo o cualquier otro ataque mágico de importancia.

Pero ¿y si utilizara aquella otra?

En la mano tenía un diamante, la fuente de luz y de calor. Pony comprendió que existía un delicado equilibrio en la magia de aquella gema, pues en sus profundidades la luz y la oscuridad no eran absolutas sino diversas gradaciones de una y otra. Por consiguiente, un diamante podía producir un brillante resplandor o una luz débil. Pony se preguntó qué ocurriría si inclinaba el fiel de la balanza en la otra dirección.

—Es una magnífica ocasión para hacer experimentos —murmuró con sarcasmo; ni siquiera había acabado de decirlo cuando ya estaba sumergiéndose en la magia de la piedra; encontró el punto de equilibrio, se lo imaginó como una lámina circular colocada sobre la punta de una aguja de hacer calceta. Si levantaba el borde más próximo de esa lámina, produciría mucha luz.

En lugar de eso, lo bajó.

El gran fuego languidecía; todas las antorchas parecían brillar con luz mortecina y se fueron debilitando, hasta que no hubo más que diminutos alfileres luminosos. Al principio, el Pájaro de la Noche pensó que una ráfaga de viento debía de haber barrido la zona, pero por encima de su cabeza, supuso, ya que él no había notado brisa alguna. Sin embargo, aquello no tenía sentido, pues ¿qué viento podría con tanta facilidad hacer languidecer un fuego tan grande como aquella pira ardiente?

Entonces reinó la oscuridad, sólo la oscuridad, y Sinfonía, encarado al muro del oeste, vaciló, incapaz de distinguir la barricada para calcular el salto.

—Jilseponie con las piedras —dedujo Juraviel, aunque tenía miedo de que no fuera así; tenía miedo de que aquella oscuridad fuera obra del demonio Dáctilo. Juraviel había encontrado a la bestia en una ocasión, poco después de separarse de la expedición del guardabosque para llevar a algunos refugiados al lugar seguro que era Andur’Blough Inninness; y en aquella ocasión el Dáctilo se había rodeado con una nube de oscuridad. No exactamente como aquella, sin embargo; la negrura del Dáctilo era más una oleada de desesperación en el corazón que una ausencia de luz en los ojos.

—Están ciegos —repuso el Pájaro de la Noche, observando los frenéticos movimientos de los monstruos a lo largo del callejón. Se dio cuenta de que ya no podían verlo a él, ni podían ver el suelo que pisaban, ni los muros que tenían delante.

—Tanto como yo —se apresuró a contestar Juraviel, y aquello hizo reflexionar al guardabosque. Había creído, o había deseado, que Pony hubiese generado algún encantamiento para dejar ciegos a los enemigos; pero ¿por qué Juraviel también estaba afectado, y por qué en cambio él podía ver?

—Debe de ser cosa del ojo de gato —razonó, sintiendo el aro con la gema en su cabeza. Aquella tenía que ser la respuesta, pero en cualquier caso, el Pájaro de la Noche no iba a desaprovechar la oportunidad que le brindaba el destino. Se comunicó con el caballo, y ordenó a Sinfonía que diera la vuelta y bajara por el callejón en dirección a la hoguera junto a la que estaban los prisioneros; luego guio al semental con la turquesa, tal como muy a menudo había hecho antes, y dejó que Sinfonía «viera» a través de sus ojos.

—Agárrate fuerte —le pidió el Pájaro de la Noche al elfo, y Juraviel obedeció de buen grado, ya que en cualquier caso tampoco podía utilizar su arco.

Al final del callejón atacaron: el Pájaro de la Noche puso todo su empeño en que Sinfonía diera los virajes oportunos para poner en fuga a trasgos y powris, y para mantenerse lejos de los dos gigantes que andaban buscando a tientas dentro de uno de los edificios. De repente, salieron de la zona encantada con la oscuridad y se encontraron ante la hoguera. Casi todos los monstruos estaban detrás de ellos, pero no el gigantesco Maiyer Dek; la enorme criatura se hallaba de pie junto al fuego, balanceando una impresionante espada como si fuera una pluma.

El Pájaro de la Noche consiguió mirar más allá del gigante y vio a Roger en la parte más alejada de la hilera de prisioneros, manipulando furiosamente unos grilletes.

—Hace mucho tiempo que aguardo este momento —dijo con calma el gigante.

—Yo también —contestó el guardabosque severamente, consciente de que necesitaba bravuconear para mantener la atención del monstruo y las miradas de todos los que estaban por allí cerca.

—¡Y yo! —gritó alguien desde detrás del guardabosque; y Juraviel se asomó detrás del hombre y disparó una flecha contra la cara de Maiyer Dek.

El gigante se movió con rapidez, pero en realidad ni tan sólo le habría hecho falta, pues aunque la flecha de Juraviel iba bien dirigida, se desvió en el último momento y pasó de largo sin causarle el más mínimo daño.

—Imposible —comentó el elfo.

El Pájaro de la Noche gruñó en voz baja; cayó en la cuenta de que ya había visto antes aquello: cuando había peleado con Ulg Tik’narn en el bosque, por alguna razón que no podía comprender, sus flechas y sus golpes no acertaban a alcanzar al powri.

Aparentemente una armadura similar protegía a Maiyer Dek. El Pájaro de la Noche sabía sin ninguna duda que aunque el gigante estuviera desnudo y sin más armas que sus propias manos, seguiría siendo un hueso muy duro de roer.

—¡Ven aquí, Pájaro de la Noche! —rugió el gigante, echando la cabeza hacia atrás y estallando en burlonas carcajadas.

Sin embargo, su alegría cesó bruscamente cuando los camaradas de Maiyer Dek empezaron a gritar alarmados al ver que todos los prisioneros que quedaban, y también Roger, se ponían en pie de un salto y se dispersaban; unos se detenían para atacar a los enemigos cercanos y quitarles las armas, otros simplemente escapaban a todo correr o trepaban por la barrera más próxima.

—¿Qué trampa es esta? —rugió el grandioso gigante mirando en torno—. ¡Olvidadlos! —aulló, señalando al guardabosque—. ¡Olvidaos de todos salvo de ese! ¡Es el Pájaro de la Noche! ¡Tendré su cabeza!

El Pájaro de la Noche espoleó a Sinfonía para que corriese, no hacia Maiyer Dek, pues el guardabosque no creyó prudente enzarzarse en una pelea con el gigante en aquel momento, sino dando un rodeo; atropelló monstruos y acuchilló con Tempestad, mientras el arco de Juraviel volvía a disparar de nuevo. La situación en aquel momento exigía confusión y los dos jinetes y el magnífico semental respondieron a la perfección a aquella exigencia.

El Pájaro de la Noche se estremeció al ver a un hombre abatido por el martillo de un powri y luego a otro aplastado por el palo de un gigante. Pero muchos otros corrían libres, muchos otros habían salvado el muro y corrían apresurados hacia la protección del bosque. En lo alto del muro, a través del fuego, el Pájaro de la Noche vio a Roger. El chico sonrió, le hizo un ademán de saludo y se fue.

En el extremo del callejón cesaba la oscuridad del encantamiento. El Pájaro de la Noche hizo girar a Sinfonía y cargó en aquella dirección, dispersando a los confundidos monstruos más cercanos. Luego, hizo girar bruscamente al caballo hacia el este, hacia el centro del pueblo, tratando de atraer la atención hacia él y disminuir así el riesgo de los prisioneros fugados.

Dio vueltas y más vueltas; Sinfonía parecía que estaba siempre una zancada más allá de sus perseguidores, entre los cuales estaba el furibundo Maiyer Dek. Juraviel empezó a cantar una canción burlona y subrayaba cada verso con un certero disparo de arco.

Al cabo de unos minutos, Sinfonía resoplaba mucho y alrededor el cerco de monstruos se iba estrechando cada vez más; el guardabosque decidió prudentemente que se había acabado el juego. Dirigió el caballo hacia la siguiente barricada, hacia el muro este, y tras saltarla se internaron en la oscuridad de la noche. El Pájaro de la Noche pensó continuar hacia el este y el sur, y luego virar hacia atrás para llegar al campamento de refugiados al cabo de un buen rato. Tendría que confiar en Roger y en Pony para guiar a los prisioneros.

No obstante, cambió de planes al ver la enorme figura de Maiyer Dek que saltaba el muro sur y corría hacia el bosque.

Quizá después de todo libraría su combate con el gigante.

—Debemos conseguir que sigan haciendo conjeturas —razonó Juraviel, y voló desde el lomo de Sinfonía hasta a una rama cercana.

—Manténlos desorientados —replicó el Pájaro de la Noche—. Tengo un asunto urgente en el sur.

—¿El gigante? —preguntó Juraviel con incredulidad—. ¡Tiene un encantamiento en torno que lo protege!

—Ya he visto esa magia antes —contestó el Pájaro de la Noche—, y sé cómo vencerla. ¡Quiere pelear conmigo, y lo va a conseguir!

Juraviel no hizo comentario alguno mientras el guardabosque espoleaba a Sinfonía.

La persecución no estaba bien organizada; era tan sólo una turba de monstruos que corrían y daban vueltas en círculos cerrados cada vez que cambiaban de dirección. Muchos no tardaron en abandonar la caza, al no estar seguros de a quién se suponía que estaban persiguiendo, deseosos por otra parte de evitar a toda costa encontrarse a solas frente al Pájaro de la Noche.

Sin embargo, el tenaz Maiyer Dek no se arredró sino que apretó el paso sin dejar de retar al guardabosque para que se dejara ver y le hiciera frente.

Aquellos gritos permitieron al Pájaro de la Noche acortar distancias con el gigante sin dificultad; se alegró al descubrir que los monstruos habían desistido de la persecución y que el jefe de los gigantes, en su rabia, se había quedado solo. El guardabosque se preguntó si no debería buscar antes a Pony.

—La piedra solar —murmuró recordando que Avelyn había anulado la defensa mágica de \Kos-kosio Begulne; también recordó que él y Pony no habían encontrado esta magia en el alijo de Avelyn y que aquella piedra solar se había perdido en la destrucción de Aida.

El guardabosque contempló su espada; la gema incrustada en la empuñadura era en realidad una combinación mágica de varios tipos de piedras, entre ellas la piedra solar.

El gigantesco fomoriano apareció a la vista, atravesando la última línea de arbustos y pinos que le separaba de un prado.

—Trabaja por mí, Tempestad —susurró el guardabosque, e hizo dar un rodeo a Sinfonía para abandonar el bosque de pinos por el lado opuesto al prado cuando el gigante ya estaba en medio del mismo.

Maiyer Dek se detuvo en seco, sorprendido por que el hombre se atreviera a hacerle frente tan abiertamente.

—Saliste a buscarme —exclamó el guardabosque con calma—, y por lo tanto me has encontrado. Terminemos de una vez.

—¡Arréglatelas tú solo! —replicó de forma atronadora Maiyer Dek sin dejar de lanzar en torno miradas de desconfianza.

—Estoy solo —le aseguró el guardabosque—; por lo menos, eso creo. Estabas intentando seguirme, pero te he seguido yo —entonces dio alguna orden telepática a Sinfonía para que el caballo estuviera listo para acudir a su lado si fallaba la piedra solar. Luego se deslizó de la silla, blandiendo Tempestad y echó a andar calmosa y pausadamente hacia el fomoriano.

La sonrisa burlona de Maiyer Dek se ampliaba a cada paso. El gigante sospechaba que en el pueblo habría problemas —al fin y al cabo, había arrojado al jefe de los powris a la hoguera—, pero ¿acaso todos ellos, gigantes, trasgos e incluso los tercos powris, no se postrarían ante él cuando entrara con la cabeza del Pájaro de la Noche? Y Maiyer Dek pensaba que era absolutamente imposible que perdiera. Llevaba las abrazaderas claveteadas, el regalo del demonio Dáctilo, y pensaba que con su poder mágico ningún arma podía alcanzarlo.

Por lo tanto, la sorpresa del gigante fue total cuando el Pájaro de la Noche recorrió velozmente los últimos cinco metros, pegó un salto equilibrado y le asestó una estocada rápida que le pinchó con fuerza en el vientre; la deslumbrante Tempestad penetró a través de la ropa y del cinturón de piel y se hundió hasta casi la mitad de la hoja en el abdomen de Maiyer Dek.

El Pájaro de la Noche sacó la espada y propinó cuchilladas transversales que alcanzaron la rótula de Maiyer Dek. Después, mientras el gigante separaba las piernas como había previsto el guardabosque, el Pájaro de la Noche se precipitó de cabeza al suelo entre aquellos miembros que parecían árboles al tiempo que la enorme espada de Maiyer Dek silbaba inofensiva a su espalda.

El hombre se incorporó dando media voltereta con las piernas flexionadas; saltó de nuevo hacia el gigante mientras este trataba de darse la vuelta y consiguió propinarle otro golpe, un corte profundo en los tendones de la parte posterior de la rodilla. Después volvió a colarse de nuevo entre las piernas de la criatura y giró sobre sus talones para encararse a Maiyer Dek.

El gigante estaba visiblemente confuso y dolorido; con una de sus enormes manazas se apretaba los intestinos, que le salían de la barriga.

—Creías que tu armadura demoníaca desviaría mis ataques —dijo el guardabosque—; pero el don de Bestesbulzibar se ha vuelto contra ti, Maiyer Dek, ya que mi magia, la magia del Dios bondadoso, es con diferencia mucho más potente.

Por toda respuesta, Maiyer Dek rugió y atacó.

El Pájaro de la Noche dio un salto hacia adelante con la espada levantada como si intentara repeler el ataque. Sabía que no podía aspirar a detener la tremenda potencia del golpe de la espada de Maiyer Dek y, por consiguiente, en el último momento brincó hacia un lado para luego cargar tras haber oído el silbido de la espada del gigante, y consiguió apuñalarle otra vez en el abdomen herido.

Maiyer Dek acercó hacia sí la gran empuñadura de su espada lo bastante rápido como para rechazar parcialmente el ataque, y entonces, con un ágil movimiento, impulsó el brazo que empuñaba la espada muy hacia afuera de modo que el pomo golpeó al esquivo Pájaro de la Noche en su ya magullado hombro y lo hizo rodar.

El guardabosque se incorporó en perfecto equilibrio, pero realmente el hombro derecho le torturaba a causa del contundente golpe recibido, y Maiyer Dek, dándose cuenta de la ligera ventaja ganada, volvió a la carga, pero ahora aprestando bien la espada en lugar de limitarse a blandirla sin premeditación alguna.

El gigante comenzó un suave balanceo para probar la defensa del guardabosque. Tempestad voló con fuerza contra la enorme hoja, una vez y otra vez más, desviándola ampliamente.

—Mueves bien tu escuálida hoja —comentó el gigante.

—Salvo cuando está clavada en tu barriga —replicó el guardabosque.

Previsiblemente, Maiyer Dek atacó con fiereza: la espada acuchilló transversalmente a la altura justa para separar la cabeza de los hombros del guardabosque.

Pero el Pájaro de la Noche ya no estaba de pie, sino que se había arrodillado para levantarse una vez la espada le hubo pasado por encima. Tempestad se movía izquierda, derecha, izquierda, y luego, se lanzó en línea recta hacia adelante, por dos veces; a la tercera se desvió hacia arriba, de nuevo en dirección al abdomen.

El guardabosque tuvo que lanzarse desesperadamente de cabeza al suelo, cuando el gigante invirtió su movimiento para propinar un brusco golpe de revés, y en esa ocasión la hoja pasó tan cerca que el Pájaro de la Noche tuvo que pegarse a tierra por completo.

Maiyer Dek se precipitó hacia adelante, levantó su inmensa bota y la bajó con la intención de aplastar al Pájaro de la Noche en el barro.

El guardabosque dio una vuelta hacia un lado; y luego, otra más, pues el gigante continuaba tratando de aplastarlo. A la tercera vuelta quedó boca arriba con una pierna doblada; cuando Maiyer Dek levantaba el pie y se disponía a aplastarlo una vez más, el guardabosque se levantó de un salto agarrando la empuñadura de Tempestad con ambas manos y apoyándola en su pecho para dirigirla con fuerza hacia la suela de la bota de Maiyer Dek antes de que empezara a bajarla hacia el suelo.

La hoja penetró en la bota como si fuera papel y siguió hacia arriba, hasta la carne y el hueso. Maiyer Dek intentó retirar el pie, pero el guardabosque seguía empujando.

La tierra tembló con una tremenda sacudida cuando Maiyer Dek cayó hacia atrás y golpeó el suelo. El gigante notó que el guardabosque saltaba sobre su muslo y subía corriendo por su torso. Trató de atraparlo con la mano libre, pero Tempestad se la acuchilló y le cortó un dedo por el nudillo y le rajó los otros.

El Pájaro de la Noche saltó al inmenso pecho del gigante; luego brincó hacia adelante para aterrizar sobre el hombro de la enorme criatura y dejó caer con todas sus fuerzas a Tempestad en la parte lateral del cuello. Después volvió a brincar dando una voltereta hacia atrás, cayó de pie y corrió por encima del postrado gigante, evitando por poco la pesada espada de Maiyer Dek mientras este se daba la vuelta.

El Pájaro de la Noche se encontraba a casi siete metros de distancia cuando el gigante, tambaleándose, consiguió ponerse en pie. El guardabosque observó la sangre que brotaba del cuello de Maiyer Dek y supo que el resultado estaba decidido.

—¡Ah, lo pagarás caro, rata enana! —le espetó Maiyer Dek—. ¡Voy a partirte por la mitad! Te voy… —el gigante se detuvo y se llevó al cuello la mano desgarrada, luego la levantó hasta sus ojos y contempló con incredulidad la sangre. Asombrado, Maiyer Dek miró hacia el guardabosque y lo vio montado en Sinfonía con la espada envainada.

—Estás acabado, Maiyer Dek —declaró el Pájaro de la Noche—; lo único que podría salvarte sería la magia del buen Dios, y me temo que Él mostrará poca clemencia ante un monstruo que ha cometido crímenes tan terribles.

El Pájaro de la Noche hizo dar la vuelta al caballo y se alejó.

Maiyer Dek se dispuso a seguirle, pero se detuvo; volvió a levantar la mano y, al caer en la cuenta de que la sangre manaba realmente de su cuello, presionó con fuerza sobre la herida para cortar la hemorragia y se encaminó hacia Caer Tinella.

Antes de haber llegado a abandonar el prado, sintió que el frío invadía su cuerpo, sintió el dedo de la muerte y vio cómo la oscuridad iba creciendo ante sus ojos.