—¡Así que es cierto! —exclamó el hombre gordo, mientras miraba a Elbryan y Pony, que entraban en el campamento al lado de los arqueros.
—Belster, mi viejo amigo, ¡qué alegría verte tan bien! —saludó el guardabosque.
—¡Bien, desde luego! —declaró Belster—. Aunque nos hemos quedado un poco cortos de provisiones a última hora —mientras hablaba se daba palmadas en su ancha barriga—. Ya lo verás, estoy seguro.
Tanto Pony como Elbryan se rieron ante aquella observación… las prioridades de Belster O’Comely estaban siempre muy bien definidas.
—¿Y dónde está mi otro amigo? —preguntó Belster—. ¿El que tiene un apetito que rivaliza con el mío?
Una nube ensombreció el rostro de Elbryan y se volvió hacia Pony, que estaba aún más afligida.
—Pero si las informaciones del bosque hablaban de una gran piedra mágica —protestó Belster—, una magia que sólo el Fraile Loco era capaz de provocar. ¡No me digáis que murió precisamente esa noche! ¡Oh, qué tragedia!
—Avelyn dejó esta vida —repuso sombríamente Elbryan—, pero no esa noche. Murió en Aida, cuando destruyó al demonio Dáctilo.
—Pero las informaciones del bosque… —tartamudeó Belster, como si quisiera utilizar la lógica contra las palabras del guardabosque.
—Las informaciones de las luchas eran correctas, pero se referían a Pony —explicó Elbryan al tiempo que apoyaba el brazo sobre los hombros de la mujer—. Fue ella la que activó la poderosa energía de las piedras. —Se volvió hacia su amada y alzó su otra mano para acariciarle la espesa melena dorada—. Avelyn le enseñó muy bien el uso de las piedras.
—Eso parece —observó Belster.
El guardabosque se separó de la mujer y adoptó un aire decidido, mirando otra vez a Belster.
—Y está preparada para continuar el trabajo donde Avelyn lo dejó —declaró—. En las entrañas de la humeante Aida, Avelyn destruyó al demonio Dáctilo y cambió el curso de esta guerra al eliminar la fuerza que cohesionaba a nuestros enemigos. Ahora recae sobre nosotros la responsabilidad de acabar el trabajo, de liberar nuestras tierras de esas perversas criaturas.
A todos los presentes les pareció que la estatura del guardabosque aumentaba al hablar, y Belster O’Comely sonreía consciente de ello: era el encanto de Elbryan, la mística del Pájaro de la Noche. Belster sabía que el guardabosque los enardecería para que alcanzaran nuevas cotas en las batallas, los guiaría como una fuerza bien dirigida y concentrada, mientras castigaba con dureza los puntos flacos de las filas enemigas. A pesar de las noticias relativas a Avelyn, a pesar de sus crecientes temores por el desaparecido Roger Descerrajador, a Belster le pareció que aquella noche el mundo brillaba con un poco más de intensidad.
El balance de la batalla era impresionante: los bosques estaban sembrados de cadáveres de trasgos y powris, e incluso de algunos gigantes también. Había seis hombres heridos, uno de ellos de gravedad; otros tres habían desaparecido y presumiblemente estaban muertos. Los que se habían encargado de trasladar al herido más grave no esperaban que el hombre pasara de aquella noche; por supuesto, lo habían trasladado sólo para que pudiera despedirse de su familia y para poder enterrarlo debidamente.
Pony se acercó a él con la hematites y trabajó infatigablemente durante horas, sacrificando de buen grado hasta el último gramo de su propia energía.
—Lo salvará —anunció Belster a Elbryan poco después, cuando él y Tomás Gingerwart encontraron al guardabosque mientras este cuidaba de Sinfonía frotándolo con un trapo y limpiándole los cascos.
—Lo hará —repitió una y otra vez el posadero, intentando evidentemente convencerse a sí mismo.
—Shamus Tucker es un buen hombre —añadió Tomás—. No se merece ese destino.
Elbryan advirtió que, mientras hablaba, Tomás lo miraba fijamente a él, casi de forma acusadora. A Elbryan le pareció que Tomás consideraba el trabajo de Pony con el hombre herido como una especie de prueba.
—Pony hará todo lo posible —se limitó a responder el guardabosque—. Es muy diestra con las piedras, casi tanto como lo era Avelyn; pero me temo que ha utilizado la mayor parte de sus energías en la batalla y que no le quedó mucha para destinar a Shamus Tucker. Cuando acabe con Sinfonía, voy a reunirme con ella por si puedo ser de alguna ayuda.
—¿Primero cuidas al caballo? —preguntó Tomás Gingerwart en un tono claramente acusador.
—Hago lo que Pony me ha dicho que hiciera —replicó con calma el guardabosque—. Ella ha preferido empezar el proceso de curación en solitario, ya que a solas puede concentrarse hasta niveles más profundos y alcanzar así un enlace más íntimo con el hombre herido. Yo confío en su criterio, y lo mismo deberías hacer tú.
Tomás ladeó la cabeza, mientras lo miraba y expresaba un ligero y poco convencido acuerdo.
Belster, nervioso, se aclaró la garganta y dio un codazo a su tozudo compañero.
—No creas que somos unos desagradecidos… —empezó a disculparse ante Elbryan.
La risa del guardabosque le cortó en seco y resopló sorprendido. Miró a Tomás, que estaba evidentemente enojado, pensando que le estaban tomando el pelo.
—¿Cuánto tiempo llevamos viviendo así? —preguntó Elbryan a Belster—. ¿Cuántos meses hemos pasado en el bosque, peleando y corriendo?
—Demasiados —repuso Belster.
—Desde luego —dijo el guardabosque—. Y en ese tiempo he llegado a comprender muchas cosas. Sé la razón por la cual te muestras desconfiado, maese Gingerwart —dijo bruscamente, dando la espalda a Sinfonía y encarándose directamente al hombre—. Antes de que Pony y yo llegáramos, tú eras uno de los líderes indiscutibles del grupo.
—¿Insinúas que no soy capaz de velar por el bien común? —preguntó Tomás—. ¿Crees que pondría mi propia ambición de poder por encima de…?
—Digo la verdad —interrumpió Elbryan—. Eso es todo.
Tomás casi se atragantó al oír esas palabras.
—Ahora desconfías, y es comprensible —prosiguió el guardabosque, volviéndose de nuevo hacia el caballo—. Siempre que alguien en una posición de gran responsabilidad como la tuya percibe un cambio, incluso un cambio que parece positivo, debe ser cauteloso. Nos jugamos demasiado.
Belster disimuló su sonrisa mientras examinaba el cambio experimentado por Tomás. El sencillo razonamiento del guardabosque, franco y honesto, lo había desarmado por completo. Ahora, la agitación de Tomás había superado el punto crítico y el hombre parecía visiblemente relajado.
—Pero comprende —prosiguió Elbryan— que Pony y yo no somos tus enemigos, ni tan sólo tus rivales. Ayudaremos en todo lo que podamos. Nuestro objetivo, el mismo que el tuyo, es liberar el país de los malvados secuaces del Dáctilo, e incluso ayudar a expulsar del mundo al mismo demonio.
Tomás asintió; parecía de alguna manera apaciguado, pero un tanto confuso.
—¿Vivirá el hombre? —preguntó Belster.
—Pony se mostró esperanzada —respondió el guardabosque—. Su labor con la hematites es poco menos que milagrosa.
—Tengamos esperanza —añadió con sinceridad Tomás.
Poco después, el guardabosque acabó sus cuidados con Sinfonía y entonces fue en busca de Pony y el hombre herido. Los encontró bajo el refugio de un colgadizo; el hombre dormía confortablemente con una respiración uniforme y potente. Pony también se había dormido; yacía junto al hombre y todavía apretaba en la mano con fuerza la piedra del alma. Elbryan pensó en coger la hematites y tratar de acelerar la curación de Shamus Tucker, pero cambió de idea, al considerar que el mejor remedio era un sueño reparador.
El guardabosque movió con sumo cuidado a Pony para que estuviera más cómoda, y luego se marchó. Regresó adonde estaba Sinfonía, con la intención de instalarse allí para dormir, y se alegró al encontrar a Belli’mar Juraviel esperándolo.
—Conduje el pequeño grupo de nuevo hacia Caer Tinella —explicó el elfo, con voz severa—. Y allí encontramos un centenar de powris, otros tantos trasgos y varios gigantes esperando para unirse a la persecución.
—¿Más gigantes? —repitió con incredulidad el guardabosque, pues no era común que aquellas enormes criaturas constituyeran grupos tan numerosos. El tremendo potencial devastador de una fuerza semejante le quitó la respiración—. ¿Crees que tienen intención de marchar sobre Palmaris?
Juraviel sacudió la cabeza.
—Es más probable que utilicen los pueblos como campamentos para efectuar desde allí pequeñas incursiones —razonó Juraviel—. Pero debemos vigilar Caer Tinella con mucho cuidado. Al parecer, el jefe es un powri de considerable categoría; incluso los gigantes se inclinan ante él, y durante todo el tiempo que pasé escondido entre las sombras del pueblo, no escuché jamás una sola palabra de crítica contra él, ni siquiera cuando empezaron a llegar las noticias del desastre en el bosque.
—Entonces, les hemos pegado duro —observó el guardabosque.
—Les hemos pegado —respondió Juraviel—, y eso puede servir sólo para encolerizarlos más. Debemos vigilar el sur, y hacerlo bien. El próximo ejército que vendrá a encontrarse con sus amigos será aniquilador, estoy seguro.
Elbryan, instintivamente, echó una mirada hacia el sur, como si esperara ver aparecer entre los árboles una horda de monstruos destrozándolo todo.
—Hay otra cuestión —prosiguió Juraviel—; un prisionero que los powris tienen en su poder.
—Tengo entendido que los powris tienen muchos prisioneros en muchos pueblos —repuso Elbryan.
—Quizás este sea distinto —explicó Juraviel—. Sabe que tus amigos están en el bosque; por supuesto, es muy admirado entre ellos, tanto como tú lo eras entre las gentes de Dundalis y de los otros pueblos de las Tierras Boscosas.
En el límite del claro, protegido por las tupidas ramas de un pino, Belster O’Comely observaba con curiosidad al guardabosque. A su lado, Tomás estaba más animado, y sólo los constantes codazos del gordo posadero impidieron que ambos fueran descubiertos.
Elbryan estaba hablando consigo mismo, aparentemente, aunque Belster sospechaba que podía tratarse de otra cosa. El guardabosque estaba mirando hacia arriba, hacia la parte interior de un árbol donde había una rama aparentemente vacía; mantenía una conversación, aunque ellos no podían acercarse más para distinguir las palabras.
—Tu amigo está un poco chiflado, ¿no? —susurró Tomás al oído de Belster.
—Todo el mundo debería estar así de loco —replicó Belster, mientras sacudía su cabeza con resolución.
Demasiado alto.
Elbryan se dio la vuelta y ladeó la cabeza; Belster sabía que el juego se había acabado e hizo salir a Tomás de debajo del pino.
—Ah, Elbryan —dijo el gordinflón—, estás aquí; te hemos buscado por todas partes.
—No era tan difícil encontrarme —replicó el guardabosque en tono uniforme, de modo harto sospechoso—. Me reuní con Pony; vuestro amigo descansa bien tranquilo y parece que va a sobrevivir. Luego volví aquí con Sinfonía.
—Con Sinfonía y… —indicó Belster, señalando hacia el árbol con la cabeza.
El guardabosque permaneció en silencio. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar Tomás al ver a Juraviel, aunque Belster había visto al elfo y a varios otros Touel’alfar durante el tiempo que luchó con Elbryan en el norte.
—Ven —prosiguió Belster—, conozco bien a Elbryan, y no lo imagino solo y hablando consigo mismo.
«Deberías verme con el Oráculo», pensó Elbryan, y esbozó una pequeña risita.
—Has traído a un amigo, a menos que haya perdido mis facultades adivinadoras —dijo Belster—. Un amigo cuyas especiales cualidades son un buen presagio para mí y mis compañeros.
Elbryan hizo una señal a Belster y a Tomás Gingerwart para que se reunieran con él bajo el árbol; Belli’mar Juraviel, aprovechando la ocasión, saltó de la rama utilizando sus casi translúcidas alas para descender en un suave balanceo y aterrizó junto a los amigos del guardabosque.
Tomás se quedó de piedra.
—¿De dónde diablos ha salido este? —vociferó.
—Es un elfo —explicó con calma Belster.
—Touel’alfar —añadió Elbryan.
—Belli’mar Juraviel, a tu servicio —dijo el elfo inclinando la cabeza hacia Tomás.
El hombretón se limitó a asentir estúpidamente moviendo la cabeza y los labios.
—Ven —le dijo Belster—. Te hablaré de los elfos que pelearon con nosotros en Dundalis; te hablaré de la caravana de catapultas, cuando el hermano Avelyn casi se hace explotar a sí mismo, y de los elfos que asaeteaban a nuestros enemigos desde los árboles.
—Yo… yo… yo no me esperaba… —tartamudeó Tomás.
Elbryan miró a Juraviel, que casi parecía aburrido ante aquella típica reacción.
Con un sonoro suspiro, Tomás consiguió serenarse.
—Juraviel ha estado en Caer Tinella… —empezó a explicar Elbryan.
—Le habría pedido que fuera si no lo hubiera hecho —interrumpió Belster ansioso—. Tenemos miedo por uno de los nuestros, un chico llamado Roger Descerrajador; fue al pueblo esta misma tarde, poco antes de que los monstruos salieran a perseguirnos.
—Parece que o bien vinieron hacia nuestra posición porque lo perseguían, o bien lo tienen en su poder —añadió Tomás.
—Lo segundo —les informó Elbryan—. Juraviel ha visto a vuestro Roger Descerrajador.
—¿Vivo? —preguntaron ambos hombres a la vez, en un tono que mostraba su sincera preocupación.
—Bien vivo —respondió el elfo—. Está herido pero no grave. No pude acercarme lo suficiente; los powris lo tienen bajo una estrecha y atenta vigilancia.
—Roger ha sido una pesadilla para ellos desde su llegada —explicó Tomás.
Belster entonces contó las múltiples historias relativas a las aventuras de Roger: los latrocinios, las anécdotas burlonas, la práctica habitual de inculpar a los trasgos de las consecuencias de sus incursiones nocturnas y la liberación de la señora Kelso.
—Tendrás que espabilarte mucho, Pájaro de la Noche —dijo con total seriedad Tomás Gingerwart—, si debes sustituir a Roger Descerrajador.
—¿Sustituirlo? —rechazó el guardabosque—. Hablas como si ya estuviera muerto.
—En las garras de Kos-kosio Begulne, es fácil que lo esté —replicó Tomás.
Elbryan miró a Juraviel; los dos intercambiaron sonrisas irónicas.
—Ya veremos —dijo el guardabosque.
Belster casi saltó de alegría: sus esperanzas habían aumentado.
Elbryan se sorprendió a la mañana siguiente al ver a Pony levantada y esperándolo, cuando el cielo por el este apenas empezaba a brillar con las primeras luces del alba.
—Creía que aprovecharías para dormir más después de tus esfuerzos de ayer con las piedras —dijo el guardabosque.
—Lo habría hecho si no fuese un día tan importante —respondió Pony.
Elbryan quedó perplejo, pero sólo por un instante; no tardó en advertir que la joven llevaba la espada al cinto.
—Quieres aprender la danza de la espada —dedujo.
—Tal como quedamos —dijo Pony.
La falta de entusiasmo del guardabosque se manifestó con evidente claridad.
—Hay muchos asuntos que atender —explicó—. Roger Descerrajador, una figura importante para esta gente, está prisionero en Caer Tinella, y tenemos que examinar al grupo para ver quién está en condiciones de pelear y quién no.
—¿De modo que no vas a ejecutar tu danza de la espada esta mañana? —preguntó Pony, y el guardabosque se dio cuenta de que lo había atrapado con su lógica.
—¿Dónde está Juraviel?
—Se fue cuando me desperté —respondió Pony—. Pero, después de todo, ¿no se va cada mañana?
—A ejecutar su propia danza de la espada —dijo el guardabosque—. Y a explorar la región; muchos Touel’alfar prefieren esta hora del día, justo después del amanecer.
—Yo también —dijo Pony—. Es un buen momento para la bi’nelle dasada.
Elbryan no pudo resistir ante tanta insistencia.
—Ven —le dijo—; vamos a buscar un lugar donde podamos empezar.
La condujo a través de la oscuridad del bosque descendiendo hacia una pequeña depresión en la que el terreno era llano y sin arbustos.
—Te he visto luchar —dijo él—, pero en verdad jamás he tenido ocasión o motivo para corregir tu estilo. Bastarán unos cuantos ejercicios de ataque y defensa.
Le indicó con una seña que avanzara hacia el claro para hacer una demostración. Pony lo miró con curiosidad.
—¿Tenemos que quitarnos la ropa? —preguntó tímidamente.
Elbryan emitió un suspiro de frustración.
—¿Piensas seguir bromeando? —preguntó desalentado.
—¿Bromeando? —replicó Pony con aire inocente—. Te he visto realizar la danza de la espada y…
—¿Hemos venido aquí para aprender o para jugar? —repuso el guardabosque con firmeza.
—No estaba bromeando —contestó Pony en un tono igualmente decidido—. Sólo pretendo mantener vivo tu interés mientras van pasando lentamente las semanas de esta guerra.
Avanzó hacia el claro y desenvainó la espada agachándose ligeramente.
Pero entonces sintió que la cogían por el hombro y se dio la vuelta; Elbryan la estaba mirando a los ojos con una expresión muy seria.
—No fui yo quien decidió abstenerse —dijo en un tono sereno y solemne—. Ni nosotros. Fue una decisión impuesta necesariamente por las circunstancias y estoy dispuesto a soportarla aunque no me guste. En absoluto. No tienes que preocuparte por mantener mi interés, amor mío. Mi corazón es tuyo; sólo tuyo.
Se inclinó y la besó tiernamente, pero sin permitir que el beso se convirtiera en algo más profundo y más apasionado.
—Ya llegará nuestro momento —le prometió Pony soltándose del abrazo—. Un momento y un lugar para ti y para mí, cuando no necesitemos entrar en acción para mejorar el mundo. Un tiempo en el que tú podrás ser Elbryan Wyndon, y no el Pájaro de la Noche, y en el que nuestro amor nos regalará hijos libres de cualquier peligro.
Permanecieron durante largo rato mirándose el uno al otro; ambos sentían placer y bienestar por la mera presencia del otro. Al fin, el sol se asomó por encima del borde oriental y rompió el encanto.
—A ver —le pidió el guardabosque, dando un paso hacia atrás.
Pony volvió a agacharse, dedicó un rato a calmarse, a prepararse mentalmente, e inició una estratagema de ataque y defensa; su espada hendía el aire con destreza. Había pasado años en el ejército del rey perfeccionando aquellos ejercicios y su habilidad con la espada no era un espectáculo baladí.
Pero Elbryan reconocía el estilo de lucha característico y común en todo el país, un estilo imitado por trasgos y powris. Las caderas de Pony giraban cada vez que llevaba su peso hacia atrás antes de cada golpe cortante, avanzaban y al fin retrocedían rápidamente en posición defensiva.
Cuando acabó, se dio la vuelta; tenía la cara enrojecida por el esfuerzo y en ella se dibujaba una ancha sonrisa de orgullo.
Elbryan caminó hacia ella desenvainando Tempestad.
—Golpea aquella rama —le pidió, señalando una rama baja a un metro de distancia.
Pony se preparó, y avanzó, uno, dos, alzó la espada, la llevó hacia atrás y después, bruscamente, hacia adelante.
Se detuvo a medio movimiento pues Tempestad se le adelantó y se clavó profundamente en la rama. Ella había dado ya un paso completo antes de que Elbryan hubiera tan sólo iniciado el movimiento y, a pesar de eso, el hombre había conseguido con facilidad alcanzar el objetivo antes que ella.
—La estocada —explicó él, colocándose en posición, con el cuerpo completamente extendido, el brazo derecho recto hacia afuera y el izquierdo girado hacia abajo por debajo del hombro más atrasado. De repente, se retiró para situarse en una posición defensiva en apenas un segundo.
—Tu técnica para trenzar movimientos y golpear con la espada es excelente, pero debes incorporar la estocada, ese súbito y fulminante apuñalamiento que ningún powri ni ningún otro oponente puede ni esperar ni desviar.
Como respuesta, Pony adoptó la postura del guardabosque; se equilibró a la perfección, con las rodillas adelantadas y las piernas en posición perpendicular una respecto a otra. Avanzó súbitamente la pierna derecha, mientras dejaba caer el brazo izquierdo y extendía el derecho, imitando casi a la perfección los movimientos de Elbryan.
El guardabosque ni tan sólo pudo tratar de disimular su sorpresa o su aprobación.
—Me has estado estudiando —dijo.
—Siempre —contestó Pony, volviendo a una posición defensiva.
—Y casi consigues hacerlo bien —observó Elbryan para rebajarle el orgullo.
—¿Casi?
—Tu cuerpo es el que domina —explicó el guardabosque—, y tiene que ser la espada la que tire de ti hacia adelante.
—No lo entiendo —dijo Pony mirando la espada con escepticismo.
—Ya lo entenderás —dijo Elbryan con una sonrisa bonachona—. Ahora, ven; vamos a buscar un lugar mejor para poder ejecutar de forma apropiada la bi’nelle dasada.
No tardaron en dar con un claro idóneo; Elbryan se apartó hacia un lado para prepararse, proporcionando a Pony cierta intimidad mientras se quitaba la ropa. Luego, se reunieron en el prado con sus armas; el guardabosque dirigía la danza y Pony seguía armoniosamente cada uno de los movimientos.
Durante un buen rato Elbryan la observó calibrando su fluidez y agilidad y se maravilló de la facilidad con que aprendía la danza. Entonces el hombre se dejó caer en su propio trance meditativo, en sus ejercicios, y dejó que la canción de la bi’nelle dasada fluyera por su cuerpo.
Durante un breve período Pony trató de imitarlo, pero pronto abandonó y se puso a observarlo, asombrada ante la belleza, la interacción de los músculos y los continuos desplazamientos siempre en perfecto equilibrio.
Cuando hubo acabado, estaba cubierto de sudor, y también Pony; un viento suave les hizo cosquillas en la piel. Permanecieron mirándose el uno al otro un buen rato y a los dos les pareció que habían alcanzado un grado de intimidad no menor que al de hacer el amor.
Elbryan alargó el brazo y acarició la mejilla de Pony.
—Cada mañana —dijo—; pero ten cuidado de que Belli’mar Juraviel no se entere.
—¿Tienes miedo de su reacción?
—No sé si lo aprobaría —admitió el guardabosque—. Forma parte de los rituales más sagrados de los Touel’alfar y sólo ellos tienen derecho a compartirlos.
—Juraviel admitió que tú no eras un Touel’alfar —le recordó Pony.
—Y no me siento culpable —repuso el guardabosque, en un tono bastante convincente—. Te voy a enseñar… sólo quiero que la decisión sea exclusivamente mía.
—Para proteger a Juraviel —razonó Pony.
—Ve a vestirte —dijo Elbryan con una sonrisa—. Me temo que el día será largo y arduo.
Pony regresó junto a los arbustos situados al lado del prado, satisfecha del trabajo de aquella mañana, aunque realmente exhausta. Durante todas aquellas semanas había deseado empezar la danza de la espada y, ahora que había terminado su primera experiencia, no estaba en absoluto decepcionada.
De algún modo, la danza de la espada hacía que se sintiera como cuando recibió el adiestramiento con las piedras mágicas; era un don, una plenitud que le permitía acercarse a su máximo potencial y aproximarse a Dios.