Capítulo 9

El big bang de la cultura humana: los orígenes del arte y de la religión

Hubo una explosión cultural en los actos cuarto y final de nuestro pasado. Esto ocurrió en el periodo entre 60 000 y 30 000 años atrás, un periodo que marca el inicio un tanto confuso de la segunda escena del cuarto acto. El inicio del propio acto viene marcado por la entrada del único y también último actor superviviente, H. sapiens sapiens hace 100 000 años. Inmediatamente parece que este nuevo actor ha adoptado unas formas de comportamiento que no se habían visto hasta ahora en la obra. Entre ellas destaca, sobre todo,la producción de útiles de hueso en el sur de África; y la presencia de partes animales en enterramientos humanos en el Próximo Oriente, las únicas dos áreas del mundo donde se conocen fósiles de H. sapiens sapiens de 100 000 años de antigüedad. Pero aparte de esta fugaz visión de algo nuevo, los accesorios de H. sapiens sapiens de la primera escena del cuarto acto son casi idénticos a los de los humanos primitivos. De modo que me referiré a estos primeros H. sapiens sapiens como los primeros humanos modernos. La explosión cultural no acaece hasta 40 000 años después de haber entrado en escena. Y por lo tanto, lo que los arqueólogos consideran uno de los cambios cruciales de la prehistoria, y que denominan inadecuadamente «la transición del Paleolítico Medio al Superior», es en realidad el inicio de la segunda escena, y no la primera aparición de H. sapiens sapiens.

En este capítulo deseo explorar el comportamiento de H. sapiens sapiens en las dos primeras escenas del cuarto acto —inmediatamente antes y después de esa transición— y preguntar en qué medida sus mentes diferían de las de los humanos primitivos. Pero abordaré ambas escenas en sentido inverso, empezando por los espectaculares cambios culturales que tuvieron lugar a partir de hace 60 000 años en adelante, en especial el origen del arte.

Recordemos que en los inicios del cuarto acto la catedral de la mente moderna está casi completa. Ya están en su lugar las cuatro capillas de la inteligencia técnica, de la historia natural, social y lingüística, cuyos bosquejos vimos ya al explorar la mente moderna en el capítulo 3. Pero los muros de estas capillas son sólidos; las capillas están aisladas unas de otras, atrapando en su interior las ideas y el conocimiento de cada inteligencia especializada, con excepción de los flujos entre la capilla de la inteligencia social y la de la inteligencia lingüística. Para constituir la mente moderna, los pensamientos y conocimientos encerrados en cada una de esas capillas deben poder fluir libremente por todo el recinto de la catedral —o quizás dentro del espacio de una «supercapilla»— de forma armónica y conjunta para crear formas de pensamiento que nunca hubieran podido existir en el interior de una sola capilla.

Los arqueólogos han descrito con frecuencia la transición entre el Paleolítico Medio y el Superior como una explosión cultural. Ya mencionamos en el capítulo 2 que fue durante esa transición, o poco después, cuando Australia se coloniza, los útiles de hueso se generalizan (tras haber hecho su primera aparición en la escena primera del cuarto acto) y se crean las primeras pinturas rupestres. La escena segunda del cuarto acto conoce una actividad frenética, con más innovaciones que en los anteriores 6 millones de años de evolución humana. Dado que el inicio de esta escena es calificada con frecuencia como una explosión cultural, es lógico que nos preguntemos si ese ruido es o no una explosión; tal vez es el ruido de puertas y ventanas que se están abriendo en los muros de las capillas, o puede que sea el ruido de la construcción de una «supercapilla»; en otras palabras, el inicio de la fase final de nuestra historia arquitectónica de la mente.

Es muy fácil considerar la transición del Paleolítico Medio al Superior como una explosión cultural, o como un big bang, el origen del universo de la cultura humana. El big bang es la descripción taquigráfica que utilizaré en este capítulo. Pero si miramos algo más de cerca la línea de separación-transición entre la primera escena y la segunda, vemos que no se trata de un solo big bang, sino de toda una serie de destellos culturales que tienen lugar en momentos ligeramente diferentes en distintas partes del mundo entre 60 000 y 30 000 años atrás. La colonización de Australia, por ejemplo, parece reflejar un destello cultural que aconteció hace entre 60 000 y 50 000 años, si bien en esa misma época en el resto del mundo todo permaneció relativamente tranquilo y silencioso. En el Próximo Oriente hubo un destello cultural hace entre 50 000 y 45 000 años, cuando la tecnología levallois fue sustituida por la de los núcleos foliformes o laminares. El destello cultural en Europa no se produciría hasta hace unos 40 000 años, con la aparición de los primeros objetos de arte. Pero sólo a partir de hace 30 000 años se podría afirmar que el agitado ritmo del cambio cultural había empezado en serio en todo el globo. Algunos arqueólogos llegan a negar que hubiera algo parecido a una gran transición, y consideran los cambios culturales como un mero resultado de un proceso largo y gradual de cambio. Sugieren que los nuevos tipos de artefactos que aparecen en el registro arqueológico en el cuarto acto reflejan una preservación y una recuperación mejores, pero no nuevas formas de comportamiento[1]. Pero yo no estoy de acuerdo.

Como la mayoría de los arqueólogos, yo creo que algo fundamental tuvo lugar durante la transición entre el Paleolítico Medio y el Superior, aunque fuera en momentos ligeramente distintos en distintas partes del mundo. Se han avanzado con anterioridad diversas ideas acerca de esos posibles factores fundamentales, entre ellas la «reestructuración de las relaciones sociales[2]», la aparición de la especialización económica[3], una «invención» tecnológica semejante a la que originaría la transición a la agricultura 30 000 años más tarde[4], y el origen del lenguaje[5]. Creo que todas ellas son erróneas: porque o bien son más consecuencia que causas de la transición, o bien no llegan a reconocer la complejidad de la vida social y económica de los humanos primitivos.

Mi explicación del big bang de la cultura humana es su coincidencia con la gran configuración final de la mente; cuando se insertaron puertas y ventanas en los muros de las capillas, o tal vez cuando se construyó una nueva «supercapilla». La mente moderna podría, así, representarse tal como aparece en la figura 17. Con estos nuevos elementos en el diseño, las inteligencias especializadas de la mente humana primitiva dejaron de trabajar aisladamente unas de otras. Creo que en las últimas dos décadas de investigación se ha dado con la explicación de la transición del Paleolítico Medio al Superior, y no se debe a los arqueólogos, sino a los científicos cognitivistas cuyo trabajo analizamos en el capítulo 3.

Recordemos que, según Jerry Fodor, la «pasión por lo analógico» es un rasgo fundamental de los procesos centrales claramente no modulares de la mente, y que, en opinión de Howard Gardner, en la mente moderna operan inteligencias múltiples de forma «conjunta y armónica, incluso sin fisuras, con el fin de ejecutar actividades humanas complejas». Veíamos que Paul Rozin concluía que el «sello distintivo de la evolución de la inteligencia… es que una capacidad aparece primero en un contexto limitado y más tarde se extiende a otros ámbitos», y quepan Sperber proponía una idea parecida con su módulo de la metarrepresentación, cuya evolución creaba nada menos que una «explosión cultural». Recordemos asimismo las ideas de Annette Karmiloff-Smith sobre la manera en que la mente humana «re-representa conocimientos», de forma que «resulta posible aplicar el conocimiento más allá de los objetivos específicos para los que normalmente se utiliza y forjar vínculos figurativos a través de las diferentes áreas», algo muy parecido a la idea de «configuración de mapas transversales a los sistemas de conocimiento» de Susan Carey y Elizabeth Spelke, y a las ideas de Margaret Boden sobre el nacimiento de la creatividad gracias a la «transformación de espacios conceptuales[6]».

Ninguno de estos cognitivistas pretendía analizar la transición del Paleolítico Medio al Superior. Y tampoco trataron necesariamente los mismos aspectos de la mente moderna: algunos de ellos analizaron el desarrollo infantil, mientras otros se ocuparon de la evolución cognitiva, o sencillamente de cómo pensamos en el transcurso de nuestra vida cotidiana. Pero sus ideas tienen un elemento en común: que tanto en el desarrollo (infantil) como en la evolución (de la especie humana), la mente humana sufre o ha sufrido una transformación, pasando de ser una mente constituida por una serie de áreas cognitivas relativamente independientes a ser una mente donde las ideas, maneras de pensar y el conocimiento fluyen libremente entre las distintas áreas. Aunque no lo supieran, Gardner, Rozin, Boden y los demás estaban preparando la respuesta a la transición del Paleolítico Medio al Superior.

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17. La mente de los cazadores-recolectores modernos.

O al menos yo así lo creo. El propósito de este capítulo y del próximo es valorar esta propuesta. Empezaré por preguntar si tales desarrollos pueden explicar los nuevos tipos de comportamiento que observamos al principio del cuarto acto, cuando las comunidades humanas seguían viviendo de la caza y la recolección durante el periodo que llamamos el Paleolítico Superior. En el epílogo nos acercaremos algo más al presente y a los estilos de vida actuales que nos son familiares abordando el origen de la agricultura.

Empezaremos por el acontecimiento del cuarto acto que aporta finalmente un poco de color a la obra: la aparición del arte.

¿Qué es arte?

No podemos abordar el origen del arte sin antes ponernos de acuerdo sobre lo que estamos hablando. Arte es otra de esas palabras que impregnan este libro y que desafían cualquier definición facilona, como mente, lenguaje e inteligencia. Al igual que en otros casos, la definición de arte viene determinada culturalmente. Muchas de las sociedades que producen espléndidas pinturas rupestres no tienen una palabra para arte en su lenguaje[7]. Seguramente las comunidades del Paleolítico Superior tenían un concepto de arte (si es que lo tenían) muy distinto del que actualmente se ha popularizado entre nosotros: objetos no utilitarios para ser exhibidos sobre un pedestal en las galerías de arte. Pero aquellos cazadores-recolectores prehistóricos producían útiles que para nosotros no tienen precio, y que colocamos encantados sobre un pedestal en nuestras galerías y museos. Antes de generalizar sus cualidades esenciales, pasemos a considerar brevemente las piezas de arte más antiguas que se conocen.

Entre los desechos abandonados en el tercer acto, se han descubierto unas pocas piezas de piedra y hueso con unas rascaduras, que según algunos arqueólogos tienen un significado simbólico, como es el hueso de Bilzings-leoen. Alemania, que presenta líneas incisas paralelas[8]. Dudo de que esta hipótesis esté justificada, y creo que habría que excluir estos objetos de nuestra mal definida categoría de arte. La mayoría pueden explicarse como producto colateral de otras actividades, como cortar materia vegetal sobre un soporte de hueso, por ejemplo, si bien pudiera haber algunas excepciones, sobre las que volveré más adelante.

La pertenencia al grupo de útiles de élite que llamamos «arte» debe concederse a aquellos objetos que o bien son figurativos o bien demuestran pertenecer a un código simbólico, como en el caso de repetición de los mismos motivos. La fase más antigua del Paleolítico Superior ofrece ejemplos de ambas categorías.

Por lo que respecta al arte figurativo, lo mejor es empezar con la estatuilla de marfil encontrada en Hohlenstein-Stadel, en el sur de Alemania, fechada hace unos 30 000 a 33 000 años (véase la figura 18). Se trata de una figurilla de un hombre con cabeza de león tallada en el colmillo de un mamut, una combinación espléndida de destreza técnica y de gran fantasía. Se encontró hecha añicos y fue meticulosamente restaurada para ofrecernos la obra de arte más antigua que se conoce[9]. También del sur de Alemania y de la misma época procede una serie de figuras zoomorfas talladas en marfil que incluyen felinos y herbívoros tales como mamuts, caballos y bisontes. Algunas presentan marcas incisas en el cuerpo[10]

Contemporáneas a este arte figurativo se han descubierto imágenes que podrían ser parte de un código simbólico creado en el suroeste de Francia (véase la figura 19). Se trata de signos predominantemente en forma de «V» tallados en bloques de piedra caliza en las cuevas de la Dordoña. Aunque tradicionalmente se han considerado imágenes de vulvas, los arqueólogos descartan ahora la idea de que puedan tener ni siquiera un simple estatus figurativo. Su rasgo más destacado es la producción reiterada de motivos que tienen la misma forma[11].

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18. La estatuilla de un hombre/león de marfil hallado en Hohlenstein-Stadel, en el sur de Alemania, de unos 30 000-33 000 años de antigüedad (28 cm de altura).

Junto a estos objetos de arte, el periodo de hace 40 000 a 30 000 años conoció la primera producción de ítems destinados a la ornamentación personal, tales como abalorios, colgantes y dientes perforados de animales. En el yacimiento de La Souquette, en el suroeste de Francia, los grabados que figuran en los abalorios de marfil pretenden imitar conchas marinas[12]. En la misma época, o poco después, de la producción de estos ítems, se empezaron a pintar las primeras cuevas del suroeste de Europa con imágenes de animales, signos y figuras antropomorfas, una tradición que culminaría en las pinturas rupestres de Lascaux, de unos 17 000 años de antigüedad[13]. Algunas de las pinturas de la cueva Chauvet, en la región francesa del Ardèche, descubierta el 18 de diciembre de 1994, se han fechado, efectivamente, hace 30 000 años. Las más de 300 pinturas zoomorfas de esta cueva —que incluyen rinocerontes, leones, renos, caballos y un búho— son realmente extraordinarias. Muchas de ellas son sumamente naturalistas y demuestran un conocimiento impresionante de la anatomía animal y un talento artístico asombroso. Esta cueva no tiene nada que envidiar a la de Lascaux ni a la de Altamira, en España, por lo que a la espectacularidad de su arte se refiere[14]. Aunque se trata del arte más antiguo que conoce la humanidad, no hay nada primitivo en él.

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19. A la derecha, símbolos grabados en un pequeño canto rodado, de 60 cm de ancho, procedente del Abri Cellier, en la Dordoña francesa, de unos 30 000-25 000 años. Imágenes como estas se repiten en otros yacimientos del suroeste de Francia durante este periodo, entre ellos el Abri Blanchard, Abri de Castanet y La Ferrassie, tal como se ilustra en la parte izquierda.

Si la producción de arte fue prolífica en Europa, a partir de hace 30 000 años ya se había convertido en un fenómeno mundial. En el sur de África, las placas pintadas de la cueva de Apolo tienen 27 500 años, mientras que los grabados de Australia tienen más de 15 000 años, y posiblemente 40 000[15]. Pero el arte siguió escasamente presente o incluso ausente en varias regiones del mundo hasta hace 20 000 años, es decir, exactamente 20 000 años después de su primera aparición en Europa, ciertamente un lapso de tiempo casi insignificante comparado con los más de 1,5 millones de años en que los humanos primitivos vivieron sin arte.

Esta variable intensidad en la producción de arte cabe atribuirla a las variaciones en la organización económica y social, que a su vez podría atribuirse, grosso modo, a condiciones medioambientales. El registro arqueológico demuestra que el arte de la Edad de la Piedra no es el producto de unas circunstancias confortables, de cuando la gente tiene tiempo en sus manos, sino que habitualmente se producía cuando la gente vivía en condiciones de gran tensión. El florecimiento del arte paleolítico en Europa se desarrolló en un momento en que las condiciones medioambientales eran extremadamente duras, en torno al punto álgido de la última glaciación[16]. Y sin embargo, si hubo una población humana que sufrió una de las mayores presiones adaptativas fueron los neandertales de Europa occidental. Y en cambio no produjeron arte. No tenían la capacidad para ello.

No cabe duda de que hace 30 000 años esta capacidad ya constituía un atributo universal de la mente humana moderna. ¿Qué implica exactamente? Aunque la definición de un símbolo visual sea difícil, al menos posee cinco propiedades que resultan decisivas:

  1. La forma del símbolo es arbitraria respecto de su referente. Este es uno de los rasgos fundamentales del lenguaje, pero también es aplicable a los símbolos visuales. Por ejemplo, el símbolo «2» no se parece ni recuerda remotamente a dos ítems de algo[17].
  2. Un símbolo se crea con la intención de comunicar[18]
  3. Puede haber un considerable desplazamiento espacio/tiempo entre el símbolo y su referente. Así. por ejemplo, yo puedo trazar una imagen de algo que ha pasado hace mucho tiempo, o que creo que podría pasar en el futuro.
  4. El significado concreto de un símbolo puede variar entre individuos y especialmente entre culturas. Depende por lo general del conocimiento y de la experiencia. Una cruz, gamada nazi tiene un significado distinto para un niño que para un judío cuya familia pereció en el Holocausto. La esvástica es, en realidad, un símbolo muy antiguo, que se encuentra en culturas muy distantes unas de otras, en México y en el Tíbet por ejemplo.
  5. Un mismo símbolo puede tolerar cierto grado de variabilidad, sea o no deliberada. Por ejemplo, podemos leer la escritura de distintas personas, aunque las formas concretas de las letras varíen.

Estas propiedades de los símbolos visuales se hacen especialmente evidentes cuando analizamos el arte que han creado los cazadores-recolectores recientes, como es el caso de las comunidades aborígenes de Australia. La última década ha sido testigo de un considerable desarrollo de nuestra comprensión de ese arte[19] Ahora sabemos que incluso las imágenes más simples, como el círculo, pueden tener muchos referentes distintos. Entre los walpiri, que habitan en el desierto central australiano, por ejemplo, un círculo puede representar un número casi ilimitado de referentes: campamentos de paso, hogares, montañas, charcas, pechos femeninos, huevos, fruta y otros ítems. El supuesto significado del círculo en cualquier composición sólo se puede identificar a partir de los motivos asociados. Esos motivos geométricos tan simples pueden llegar a tener una cantidad de significados posibles mayor que las imágenes naturalistas complejas[20] (véase el recuadro siguiente).

Significados complejos de los diseños simples del arte cazador-recolector

Los significados complejos y múltiples que pueden encontrarse en los diseños geométricos más sencillos del arte del Paleolítico pueden ilustrarse con un ejemplo del arte aborigen australiano. El antropólogo social Howard Morphy afirma que muchas de sus pinturas poseen un patrón geométrico básico subyacente al diseño. Cada parte del patrón puede codificar toda una serie de significados. Por ejemplo, consideremos la imagen inferior que tiene dos «loci» o lugares geométricos, a) y b).

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En a) están codificados los siguientes significados «charca», «lago», «vagina». En b) los significados «palo cavador», «río», «pene». Por consiguiente, tres posibles interpretaciones de esta imagen podrían ser un río que vierte en un lago, un palo cavador utilizado para cavar un pozo, y un pene penetrando en una vagina. Las tres son interpretaciones «correctas», pero cada una de ellas obedece a un contexto social distinto. Además, las interpretaciones pueden asociarse en una sola secuencia mítica:
Un antepasado canguro estaba cavando una charca con un palo cavador. Cuando hubo acabado, una hembra wallabi se inclinó para beber agua fresca, y el canguro aprovechó la oportunidad para tener relaciones sexuales con ella. El semen salió del cuerpo de la hembra derramándose en la charca. Actualmente un río vierte en el lago en aquel lugar y el pene del canguro se transformó en un palo cavador que aún puede verse en forma de un gran tronco a orillas del lago.
Si diseños geométricos tan simples pueden «codificar» significados tan complejos, y con ello expresar los aspectos transformativos de los Seres Ancestrales, sólo cabe maravillarse ante los significados codificados de los diseños geométricos del Paleolítico.
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Las imágenes naturalistas, ya sean de animales o de seres ancestrales, por ejemplo, también pueden tener significados complejos y múltiples. Un niño aborigen que desconozca el Tiempo del Sueño (el pasado/presente míticos) podría inicialmente interpretar las imágenes de un modo literal. Para un niño, la imagen de un pez, por ejemplo, tiene que ver con la pesca, que es una actividad económicamente importante para muchos grupos aborígenes. Este tipo de interpretaciones literales pueden calificarse como significados «externos» del arte; se aprenden en el contexto de la vida diaria y pertenecen al ámbito público. A medida que el niño crece y adquiere conocimientos sobre el mundo ancestral, interpretará la misma imagen en un sentido más metafórico, con frecuencia asociado a las acciones de los Seres Ancestrales. Estos seres pueden presentar diversos niveles, y cada uno de ellos requiere conocimientos adicionales sobre el pasado ancestral, que puede restringirse a determinadas clases de individuos. Por consiguiente, se consideran significados «internos». Por ejemplo, el niño puede aprender poco a poco que el pez es un símbolo muy poderoso de la transformación espiritual del nacimiento y de la muerte. Son buenos para pintar no sólo porque son buenos para comer, sino porque son buenos para pensar. Los significados metafóricos de las imágenes del pez relativos al nacimiento y a la muerte, no sustituyen la interpretación literal referida a la práctica de la pesca, sino que se complementan. De todo ello resulta que muchas imágenes tienen significados distintos para distintas personas, dependiendo de su acceso al conocimiento del pasado ancestral[21].

Sea cual fuere el significado atribuido a una imagen, lo más probable es que esa imagen se aleje en el tiempo y en el espacio de aquello que la inspiró. La charca a la que puede aludir un círculo puede estar muy lejos, mientras que el Ser Ancestral no tiene una ubicación clara ni en el espacio ni en el tiempo.

Se pueden encontrar muchos de estos rasgos en la tradición del arte rupestre de otros cazadores-recolectores modernos, como en el caso de los san del sur de África[22]. Es indudable que las imágenes creadas en el Paleolítico Superior teman también múltiples significados simbólicamente complejos por lo que se refiere a aquellas cinco propiedades mencionadas anteriormente. Seguramente los arqueólogos tendrán más éxito a la hora de reconstruir los significados externos de este arte que los significados internos, puesto que para desentrañar estos últimos hay que acceder al mundo mitológico ya perdido de la mente prehistórica, un mundo al que volveré al final de este capítulo al abordar el origen de las ideas religiosas.

La fluidez cognitiva y el origen del arte

Habiendo explorado algunas de las propiedades de los símbolos visuales, pasemos ahora a considerar los atributos mentales que se requieren para crearlos y leerlos. Hay al menos tres:

  1. La producción de una imagen visual supone la planificación y la ejecución de un modelo mental preconcebido.
  2. Una comunicación deliberada referida a algún evento u objeto alejado en el tiempo o en el espacio.
  3. La atribución de significado a una imagen visual no asociado a su referente.

Según dejamos establecido en el capítulo anterior —y tal como explicaré más adelante—, es probable que los humanos primitivos fueran competentes en cada uno de esos procesos cognitivos. Estos habrían podido existir en un estado tan complejo y avanzado como en una mente humana moderna. Entonces ¿por qué no hubo arte? La respuesta podría ser que aun cuando los poseyeran, estos procesos se encontraban en áreas cognitivas distintas, sin accesos entre unas y otras. Y el origen del arte sólo fue posible tras un considerable aumento de las conexiones entre las distintas áreas cognitivas. Entonces ¿en qué parte de la mente del humano primitivo estaban ubicados estos procesos?

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20. El fragmento de costilla de un gran mamífero procedente de Bilzigsleben, Alemania. En la superficie hay una serie de lineas paralelas, al parecer grabadas mediante la aplicación repetida de un útil lítico por parte, seguramente, de un neandertal (28,6 cm de largo por 3,6 cm de ancho).

Dejar marcas en los objetos es algo que ocurre sin querer en el curso de cualquier actividad por parte de los animales, marcas en forma de huellas, de arañazos en huesos, o de rasguños en los árboles. Algunos animales no humanos también producen marcas de manera deliberada: los chimpancés han creado pinturas asombrosas en laboratorio, aunque carezcan, en principio, de significado simbólico y no se hayan producido en su entorno natural[23]. Yo interpretaría estos «logros artísticos» de igual modo que los «logros lingüísticos» de los chimpancés, es decir, como el producto de una capacidad generalizada de aprendizaje. Los primeros miembros del linaje Homo que tratamos en el capítulo 6 hacían marcas con útiles líticos en los huesos durante el proceso de matan/a. También tenemos una serie de útiles hechos por humanos primitivos que presentan líneas incisas, como por ejemplo el hueso de Bilzingsleben[24] ya mencionado (véase la figura 20), y un fósil numulita de Tata, Hungría, donde se aprecia una línea grabada, al parecer intencionadamente, perpendicular a una fisura natural para producir una cruz, y cuya antigüedad se estima en unos 100 000 años. Aunque aún esté por demostrar, simpatizo con la idea de que algunas de estas líneas pudieron ser intencionadas, y más adelante me ocuparé de su interpretación. También los escasos restos de ocre rojo encontrados en yacimientos de humanos primitivos del sur de África —apenas una docena correspondientes al periodo inmediatamente anterior a hace 100 000 años[25]— podrían indicar que H. sapiens arcaico decoraba su cuerpo. Pero no hay razón para equipararlo al comportamiento simbólico implicado en la producción de objetos de arte. Lo que necesitamos encontrar en la mente de los humanos primitivos es una capacidad para crear deliberadamente marcas u objetos con una forma preconcebida.

Y eso sí es posible, precisamente en el área de la inteligencia técnica. Hemos visto que los humanos primitivos imprimían formas regulares a sus útiles líticos. Las hachas de mano y las lascas levallois exigen la extracción de objetos con una forma preconcebida a partir de un nódulo de piedra. Ante este tipo de inteligencia técnica, la incapacidad para producir objetos de arte tridimensionales no puede atribuirse a una dificultad a la hora de concebir objetos «dentro de» un bloque de piedra o marfil, o de planificarlos mentalmente, o a una falta de destreza manual para «sintetizarlos». Los procesos mentales ubicados en el área de la inteligencia técnica y que se utilizaban para fabricar útiles líticos fueron, al parecer, suficientes para esculpir una estatuilla en una defensa de mamut. Pero no se usaron para tales propósitos.

Con respecto a la segunda de las tres capacidades cognitivas decisivas para el arte, la comunicación deliberada, la caracterizábamos en el capítulo anterior como un rasgo importante de la inteligencia social del humano primitivo. En efecto, los humanos primitivos dependieron seguramente tanto de la comunicación deliberada como los humanos modernos de hoy en día. Entre los últimos humanos primitivos esta capacidad se manifestó en el lenguaje hablado; entre los primeros humanos primitivos, puede que se limitara a sonidos inarticulados demasiado simples para ser descritos como lenguaje o gesto. En el capítulo 5 vimos que los simios no antropomorfos y los antropomorfos también desarrollan una comunicación deliberada, lo que sugiere que esta capacidad ha tenido una larga historia evolutiva: no hay duda de que tanto los humanos primitivos como el antepasado común y los primeros Homo se comunicaron frecuente y deliberadamente.

El tercer elemento de una capacidad para el arte es la habilidad para atribuir significado a objetos inanimados o a señales alejados de sus referentes[26]. ¿Encontramos esta habilidad en alguna de las áreas cognitivas de los humanos primitivos? Decididamente sí: la capacidad para atribuir significado a los rastros y a las huellas no deliberadas de presas potenciales es un componente fundamental de la inteligencia de la historia natural. Como ya he mencionado en capítulos anteriores, la habilidad para hacer deducciones a partir de unas huellas de pisadas, por ejemplo, podría remontarse a la época en que el Homo primitivo, o los australopitecinos, empezaron a cazar y a recuperar animales muertos en la sabana africana. Esas deducciones se refieren, por lo general, al tipo, la edad, el sexo, el estado de salud y el comportamiento habitual del animal que produjo esas huellas.

Las marcas no deliberadas que dejan tras de sí los animales comparten algunas propiedades con las «marcas» deliberadas o los símbolos de los humanos modernos, como las pinturas rupestres o los trazos en la arena[27]. Son inanimados. Ambos están espacial y temporalmente alejados del acontecimiento que los inspiró y de aquel que denotan. Las huellas de pisadas, como los símbolos, hay que enmarcarlas en una categoría adecuada si se quiere atribuir un significado adecuado. Por ejemplo, las huellas de las pezuñas de un ciervo variarán según se hayan dejado en el barro, en la nieve o en la hierba, y el trazo de un símbolo también será distinto según cuál sea la superficie rocosa y el estilo individual del artista. Las huellas de los animales no son, por lo general, figurativas. Si bien la huella de un ciervo suele «reproducir» la base de la pezuña, no reproduce el acontecimiento que cabe deducir de ella, es decir, el paso de un venado macho. Hay muchas marcas que no tienen ningún parecido visual con el animal que las ha creado; es el caso de las líneas paralelas que deja el culebreo de una serpiente. Y finalmente, el significado de las marcas variará según los conocimientos de la persona que ve la marca, como varía también el significado de los símbolos. Por ejemplo, un niño puede identificar la huella de una pezuña y deducir que procede de un ciervo, mientras que un cazador adulto y diestro puede llegar a conocer que el ciervo era una hembra preñada que pasó por allí dos horas antes.

Estos puntos de semejanza sugieren que los mismos procesos cognitivos que se usan para atribuir significado a marcas de animales dejadas de forma no deliberada serían igualmente eficaces a la hora de atribuir significado a marcas creadas deliberadamente por los humanos. Pero no hay evidencia de que se utilizaran con esa finalidad antes de la llegada de los humanos modernos.

Los tres procesos cognitivos fundamentales para crear arte —concepción mental de una imagen, comunicación deliberada y atribución de significado— estaban los tres presentes en la mente del humano primitivo. Se encontraban en las áreas de la inteligencia técnica, social y de la historia natural, respectivamente. Pero la creación y uso de símbolos visuales requiere un funcionamiento conjunto «armonioso y sin fisuras» (para usar las palabras de Gardner), lo cual exige «una transversalidad de los vínculos entre las distintas áreas» (para citar a Karmiloff-Smith). Y el resultado sería una «explosión cultural» (para citar a Sperber).

Sí se constata una explosión cultural hace 40 000 años en Europa cuando se produjeron los primeros objetos de arte, y sugiero que la explicación radica en la posibilidad de nuevas conexiones entre las áreas de la inteligencia técnica, social y de la historia natural. Los tres procesos cognitivos anteriormente aislados unos de otros funcionaban ahora de forma conjunta, creando el nuevo proceso cognitivo que llamamos simbolismo visual, o sencillamente arte (véase el recuadro de la página 176).

Si tuviera que elegir un único rasgo definitorio del arte más primitivo en apoyo de este razonamiento destacaría la gran destreza técnica y el poder emotivo de las primeras imágenes. No puede establecerse ninguna analogía entre el origen del arte en el curso de la evolución y el desarrollo de la habilidad artística en el niño. Este último consiste en un cambio gradual desde los garabatos iniciales a las imágenes figurativas, para luego desplegar una mejora gradual en la calidad de esas imágenes. En algunos artistas jóvenes se observa más tarde una comprensión gradual de cómo usar líneas y colores para transmitir no sólo un registro de lo que ven, sino los propios sentimientos sobre ello. En cambio, no hay nada gradual en la evolución histórica de la capacidad artística: las primeras obras que encontramos son comparables en calidad a las producidas por los grandes artistas del Renacimiento. Lo cual no quiere decir que los artistas de la era glaciar no tuvieran que pasar por un proceso de aprendizaje; de hecho, encontramos muchas imágenes que parecen dibujadas por un niño o por un aprendiz de artista[28].

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Pero la habilidad para imponer una forma y para comunicar e inferir significado de las imágenes ya tuvo que estar presente en la mente del humano primitivo, aunque no hubiera arte. Lo que necesitaba para crear las maravillosas pinturas de la cueva de Chauvet era una conexión entre aquellos procesos cognitivos que habían evolucionado para otras funciones.

Pero antes de abandonar el origen del arte, habría que volver a aquellas piezas de hueso o marfil «marcadas» producidas por los humanos primitivos, como las ya mencionadas de Bilzingsleben y Tata. Si —y es un gran «si»— aquellas líneas son deliberadas, ¿cómo explicarlas? Sugiero que reflejan la máxima cantidad de comunicación simbólica posible que permite la inteligencia general por sí sola. Puede que los humanos primitivos fueran capaces de asociar marcas y significados usando sólo su capacidad para el aprendizaje asociativo. Pero confiar en ese aprendizaje habría limitado severamente la complejidad de las marcas y de los significados. Existe una semejanza entre la simplicidad de la capacidad técnica del chimpancé comparada con la de los humanos primitivos, y la simplicidad de las marcas deliberadas de estos últimos comparada con las de los humanos modernos. Los chimpancés se sirven de la inteligencia general para fabricar útiles, del mismo modo que los humanos primitivos se servían de la inteligencia general para la comunicación «simbólica». Por eso los chimpancés y los humanos primitivos parecen «subdotados» en esas actividades si las comparamos con sus logros en aquellas áreas de comportamiento para las que sí poseen inteligencias especializadas.

Humanos como animales, animales como humanos: antropomorfismo y totemismo

El nuevo flujo de conocimientos y de procesos de pensamiento entre las áreas cognitivas de la mente moderna se aprecia fácilmente no sólo en la existencia del arte, sino también en su contenido. Observemos una vez más la imagen de la figura 18. Esta figura tiene una cabeza de león y un cuerpo humano. No podemos demostrar, pero tampoco dudar, de que representa un ser de la mitología propia de los grupos del Paleolítico Superior del sur de Alemania. No sabemos si se trata de la imagen de un animal que ha adoptado determinados atributos humanos —lo que reflejaría un pensamiento antropomórfico—, o si se trata de un humano que desciende de un león —lo que reflejaría un pensamiento totémico. Pero, sea cual fuere la respuesta correcta (y seguramente ambas lo son), la capacidad para concebir un ser así requiere fluidez entre la inteligencia social y la inteligencia de la historia natural.

Imágenes como esta impregnan tanto el arte del Paleolítico Superior como el de casi todas las sociedades cazadoras-recolectoras, y evidentemente también el arte de las sociedades que viven de la agricultura, el comercio y la industria[29]. Tenemos muchos ejemplos famosos en la prehistoria. El arte del Paleolítico Superior incluye el «hechicero» de Les Trois-Frères —una figura pintada en posición erguida, con extremidades superiores e inferiores que parecen humanas, pero con el lomo y las orejas de un herbívoro, las astas de un reno, la cola de un caballo y un falo diríase que de un felino (véase la figura 21)—, así como un hombre con cabeza de pájaro, en Lascaux, y una figura femenina de la cueva de Grimaldi, asociada a un carnívoro[30]. Una de las pinturas de la cueva recién descubierta de Chauvet, muchas de ellas de 30 000 años de antigüedad, representa una figura con la cabeza y el torso de un bisonte y las extremidades de un humano. Y los cazadores-recolectores prehistóricos que vivieron hace 7000 años en la zona de bosque de Lepenski Vir, en el Danubio, tras la retirada de las capas de hielo, también nos han dejado esculturas monumentales de peces/humanos[31]. Como se recogía en el capítulo 3, entre los modernos cazadores-recolectores estudiados por los antropólogos, se suele atribuir mentes de tipo humano a los animales.

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21. El hechicero de Les Trois-Frères, en Ariège. Francia, dibujado por Henri Dreuil (75 cm de alto).

El pensamiento antropomórfico es algo que está presente en toda nuestra propia vida cotidiana. En nuestras relaciones con los animales domésticos nos entregamos al pensamiento antropomórfico, atribuyéndoles sentimientos, objetivos e intenciones. Es algo que puede parecer razonable en el caso de los perros y los gatos, pero si nos paramos un momento a pensar, en realidad parece bastante cogido por los pelos cuando se trata, por ejemplo, de animales como los pececillos de color. Parece que la antropomorfización de animales es inevitable entre nosotros —hay quien dice que es un legado de la naturaleza y de la crianza—, y aunque sea motivo de considerable placer, lo cierto es que es un problema que se ha convertido en una plaga en el campo del estudio del comportamiento animal, puesto que es altamente improbable que los animales posean realmente una mente de tipo humano[32]. El antropomorfismo es una integración sin fisuras entre la inteligencia social y la inteligencia de la historia natural (véase el recuadro de la página 179). Las obras más antiguas del arte paleolítico indican que se remonta a la explosión cultural de hace 40 000 años. Pero creo que quizá sea más antigua.

El totemismo es la otra cara de la moneda humano/animal. En lugar de atribuir características humanas a los animales, introduce individuos y grupos humanos en el mundo natural, remontando la descendencia a especies no humanas. El estudio del totemismo —y los intentos por definirlo— constituyó el núcleo de la antropología social desde su nacimiento en el siglo XIX. Las grandes obras sobre el totemismo aparecieron entre 1910 y 1950 de la mano de los pioneros de la antropología social. Frazer, Durkheim, Pitt-Rivers, Radcliffe-Brown y Malinowski. Aquellas obras sentaron las bases para La mente salvaje, de Lévi-Strauss, una obra que, a partir de los años setenta, estimularía un resurgir del interés por el totemismo[33].

Dada esta larga historia de investigación y estudio, es lógico que el totemismo se haya definido e interpretado de maneras muy variadas. Las tesis de Lévi-Strauss son tal vez las más conocidas: los animales no sólo son buenos para comer, sino que también son «buenos para pensar». Este autor consideraba el totemismo como la práctica de la humanidad meditando sobre sí misma y sobre su lugar en el mundo. En su opinión, el «estudio de las especies naturales procuraba a grupos ágrafos y precientíficos un medio al abasto para conceptualizar relaciones entre grupos humanos[34]».

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Sea esta o no la interpretación correcta, nosotros simplemente constatamos tres rasgos del totemismo que nos parecen particularmente relevantes para comprender la evolución de la mente moderna. Primero, si definido en sentido amplio, el totemismo es universal entre los grupos humanos con un estilo de vida cazadora-recolectora; segundo, requiere una fluidez cognitiva entre pensar en animales y pensar en seres humanos; y, tercero, de acuerdo con la evidencia arqueológica, es probable que el totemismo permeara la sociedad humana desde el comienzo del Paleolítico Superior. La evidencia que podemos invocar aquí incluye la fantasía del arte paleolítico y la de los enterramientos, como la necrópolis de 7800 años de antigüedad de Oleneoslrovski Mogilnik, en Carelia, donde encontramos dos agrupaciones de tumbas, una asociada a efigies de serpiente, y otra a efigies de alce[35]. Aun así, no hay razón para creer que la sociedad humana primitiva estuviera estructurada sobre bases totémicas.

Habría que mencionar que no son las únicas cosas animadas a las que se otorgan cualidades humanas. Los cazadores-recolectores no viven sólo en un paisaje de animales, plantas, piedras, montañas y cuevas. Sus paisajes están construidos socialmente y repletos de significado. Una vez más las comunidades aborígenes de Australia son un buen ejemplo. Los pozos de agua de su paisaje se hallan allí donde los seres ancestrales excavaron la tierra, los árboles están donde hincaron sus palos cavadores y los depósitos de ocre rojo donde sangraron[36]. John Pfeiffer dice que el hecho de que los aborígenes encuadren los rasgos del paisaje en una red de mitos y de historias les es enormemente útil, porque les ayuda a recordar una gran cantidad de información geográfica. Sea como fuere, cuando contemplamos una región como el suroeste francés, con cuevas y abrigos llenos de pinturas, y que presenta toda una serie de rasgos topográficos a los que todos los cazadores-recolectores modernos atribuyen universalmente significado social y simbólico[37], no nos cabe duda de que los cazadores del Paleolítico Superior también tuvieron que vivir en un paisaje lleno de significados simbólicos.

Es útil recordar aquí las palabras de Tim Ingold ya mencionadas en el capítulo 3: «Para ellos [los cazadores-recolectores modernos] no hay dos mundos de personas (sociedad) y cosas (naturaleza), sino tan sólo un mundo —un medio— lleno de poderes personales que abarca no sólo a los seres humanos, a los animales y a las plantas de las que dependen, sino también al paisaje donde viven y se mueven[38]». Las imágenes y las pinturas antropomorfas de cuevas y abrigos que aparecieron hace 40 000 años sugieren que los primeros cazadores-recolectores del Paleolítico Superior teman una actitud similar hacia el mundo natural y hacia el mundo social: eran uno y el mismo. Una de las consecuencias de esta unidad, y que nos beneficia, es que expresaron esta concepción del mundo en su arte, creando algunas de las imágenes más poderosas y hermosas de la historia de la humanidad. Pero esta desintegración de la barrera cognitiva entre el mundo social y el mundo animal también tuvo consecuencias considerables para su propio comportamiento, ya que cambió de forma fundamental su interacción con el mundo natural. De ello nos ocuparemos ahora.

Una nueva pericia en la caza: estrategias especiales, útiles especiales

Los cazadores-recolectores del Paleolítico Superior cazaban el mismo tipo de animales que los humanos primitivos. En Europa, por ejemplo, el reno, el ciervo, el bisonte y el caballo seguían constituyendo el soporte principal de sus economías, mientras que en el sur de África los animales más importantes eran el antílope, el búfalo y la foca. Pero la diferencia radica en la manera de cazar estos animales. Los humanos modernos parecen mucho más diestros a la hora de predecir el movimiento de las presas y de planificar estrategias de caza complejas.

Esto es evidente en Europa. En casi todos los yacimientos de humanos primitivos se encuentran restos de una mezcla de especies animales, lo cual sugiere que se cazaron individualmente, sobre una base oportunista. El yacimiento de Combe-Grenal, en el suroeste de Francia, es típico en este sentido. Cada estrato de ocupación contiene habitualmente unos cuantos ejemplares de cada una de las especies características de la caza mayor. A medida que el clima se fue haciendo más frío, en los depósitos de ocupación comienzan a prevalecer animales como el reno, mientras que el ciervo aumenta durante los periodos más templados. Los neandertales cazaban sencillamente cualquier animal disponible, aunque como ya he indicado en el capítulo anterior, no habría que minimizar en absoluto sus logros en materia de explotación de esos animales.

Los primeros humanos modernos de Europa cazaban, en cambio, de una manera muy diferente. Aunque siguieron matando una serie de animales individuales, o todo lo más pequeños grupos, empezaron a especializarse en determinados animales y en lugares concretos[39]. De ahí que en muchos yacimientos domine una sola especie, sobre todo el reno. En efecto, determinados yacimientos parecen haberse seleccionado por su situación idónea para la emboscada, lo que indicaría que los humanos modernos fueron mejores que los humanos primitivos a la hora de predecir el desplazamiento de los animales Esta evidencia se observa al analizar los métodos de caza de hace unos 18 000 años, cuando la última glaciación estaba en su cénit. En esa época, los humanos modernos dejaron atrás la caza de animales individuales o en pequeños grupos, para dedicarse a masacrar manadas enteras de renos y ciervos, seguramente atacándolos en lugares y momentos clave de sus rutas migratorias anuales, cuando las manadas se agrupaban en estrechos valles o cruzaban los ríos[40].

En otras partes del Viejo Mundo se constata idéntica diferencia entre humanos modernos y humanos primitivos. En el norte de España, por ejemplo, se empieza a cazar por primera vez el íbice. Es un hecho relevante porque, como ha escrito el arqueólogo Lawrence Straus, la caza del íbice requiere «estrategias, tácticas y armas elaboradas y… campamentos logísticos». Por «campamento logístico» el autor entiende lugares específicamente establecidos: para la caza de este animal[41]. Olga Sofler constata igualmente que los primitivos cazadores del Paleolítico Superior de la llanura rusa se asentaban en determinados lugares para explotar determinados animales en épocas concretas del año. Y sugiere que tenían mucho más presentes las fluctuaciones estacionales y temporales en cuanto a la cantidad de animales y a sus pautas de comportamiento[42]. Lo mismo se aprecia en el sur de África. Por ejemplo, Richard Klein sugiere la emergencia de una nueva consciencia en torno a la variación estacional del número de focas, y que ese conocimiento se utilizó para planificar partidas de caza en la franja costera, que habría sustituido un modelo más oportunista de caza y carroñeo[43].

En general, parece que los humanos modernos del Paleolítico Superior poseían una capacidad considerablemente mayor para predecir el movimiento de los animales y usar ese conocimiento en sus estrategias de caza. ¿Y cómo lo consiguieron? La respuesta se halla en lo que ha sido tema central de este capítulo: en el pensamiento antropomórfico. Es un pensamiento universal a todos los cazadores modernos y es importante porque puede mejorar sustancialmente la predicción del comportamiento animal. Aun cuando un ciervo o un caballo no piensan la búsqueda de alimentos y sus pautas de movilidad de la misma forma que lo harían los humanos modernos, el mero hecho de imaginar que sí lo hacen permite predecir en qué lugares se alimentará el animal y en qué dirección se mueve.

Así lo han reconocido diversos estudios sobre cazadores-recolectores actuales, como por ejemplo los g/wi y los !kung del Kalahari, los bisa de Zambia y los nunamiut del océano Glacial Ártico canadiense. Antropomorfizar animales atribuyéndoles personalidad y carácter humanos demuestra ser sumamente eficaz a la hora de predecir su comportamiento, tan eficaz como el estudio de sus pautas a la luz del conocimiento ecológico que poseen los científicos occidentales[44]. La antropóloga Mary Douglas considera que la semejanza entre las categorías utilizadas para comprender el mundo social y el mundo natural tiene fundamentalmente un valor práctico, en el sentido de que permite comprender y predecir el comportamiento animal. Sugiere que este factor tiene una importancia mucho mayor que el hecho de utilizar el mundo natural para abordar profundos problemas metafísicos sobre la condición humana, como propone Lévi-Strauss[45].

El pensamiento antropomórfico, pues, tiene claros beneficios utilitarios. Pero los nuevos poderes de predicción habrían tenido un valor limitado si paralelamente los humanos modernos no hubieran sido también capaces de desarrollar nuevas armas de caza. Y, en efecto, eso es precisamente lo que se observa en los albores del Paleolítico Superior: una asombrosa creación de tecnología. En Europa, los humanos modernos podían hacer todos aquellos útiles que los neandertales, con su mentalidad de navaja suiza, no hubieran sido capaces de hacer: útiles que requerían una integración de la inteligencia técnica y la inteligencia de la historia natural.

Por ejemplo, se observan ahora muchos tipos nuevos de armas hechas de hueso y de asta, sobre todo arpones y propulsores. Estudios experimentales basados en réplicas de útiles han demostrado la eficacia de esas armas para perforar pieles y órganos de animales[46]. También aparecen muchos tipos nuevos de puntas de proyectil, de piedra, y asociaciones entre unas determinadas puntas y determinados tipos de animales[47]. Hay evidencia de fabricación de útiles de componentes múltiples, en forma, por ejemplo, de microlitos —pequeñas hojas o láminas de sílex que se utilizan como puntas y barbas—. En el centro de todas esas innovaciones tecnológicas está el paso a la «tecnología de hojas», que produjo «hojas sin tallar» estandarizadas, que podían convertirse en parte de un útil altamente especializado (véase la figura 22).

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22. La producción sistemática de hojas en el Paleolítico Superior fue un medio para producir «láminas sin tallar» estandarizadas y fácilmente modificables para producir una amplia serie de útiles de componentes múltiples.

Lo importante no es sólo la introducción de nuevos útiles al principio del Paleolítico, sino su constante modificación y cambio. Durante todo el Paleolítico Superior vemos operar procesos de innovación y de experimentación, que produjeron un flujo constante de nuevas armas de caza adaptadas a las condiciones medioambientales dominantes y basadas en los conocimientos de generaciones anteriores. Cuando el medio se hizo más severo, en los momentos más álgidos de la última glaciación hace 18 000 años, se fabricaron puntas más anchas, especiales para asegurar el éxito de la caza mayor en la tundra. Con la mejora del clima, y la consiguiente proliferación y mayor disponibilidad de animales de caza, la tecnología de la caza se diversificó, en forma de una mayor preponderancia de útiles multicompuestos[48] Lawrence Straus lo describe oportunamente como una carrera de armamento paleolítica[49]. Este tipo de comportamiento, pensado para mantener o maximizar la eficacia cazadora, difiere de manera manifiesta de la monotonía que caracteriza los útiles de caza de los humanos primitivos en los medios, también variables, que explotaron, Y sólo pudo emerger gracias a una nueva conexión entre la inteligencia técnica y la inteligencia de la historia natural.

El diseño de las armas de caza es tal vez el mejor ejemplo de este nuevo tipo de pensamiento, pero también estimuló muchos oíros desarrollos tecnológicos. Por ejemplo, hace unos 18 000 años, en el norte de África, se usaron piedras especiales para triturar y preparar materias vegetales. Estos útiles tuvieron que integrar pensamientos relativos a las características tanto de la piedra como del grano[50]. La elaboración que se aprecia en toda la gama de útiles para raspar y tallar destinados a tareas como la limpieza de cueros y el grabado de huesos demuestra que, durante el proceso de manufactura, se ha pensado en la naturaleza de los productos animales. Y puede que el aspecto más impresionante de todos sea el desarrollo de artilugios para tender trampas a animales de caza menor o redes para pescar peces, así como la tecnología para almacenar alimentos, ya fuera carne de reno durante el Paleolítico Superior o avellanas en los extensos bosques de Europa durante la última glaciación, hace 10 000 años[51]. El diseño y uso de todo ello implica la integración del conocimiento técnico y del conocimiento de la historia natural, lo que posibilitó y estimuló una innovación constante de nuevas tecnologías.

El arte como información almacenada

Muchos de los útiles de hueso y de asta del Paleolítico Superior presentan diseños muy elaborados, grabados en la superficie o incluso esculpidos en forma de figuras animales, como el propulsor de Mas d'Azil (véase la figura 23). Es ciertamente muy difícil trazar una línea divisoria entre lo que es «arte» y lo que es un «útil», y este tipo de artefactos personifican la ausencia de barreras entre las distintas áreas de actividad. Muchos de los objetos de arte podrían considerarse o pensarse como un tipo completamente nuevo de útil, un instrumento para almacenar información y ayudar a recuperar información almacenada en la mente.

Los útiles más sencillos de nuevo tipo son trozos de hueso con líneas incisas paralelas. Los más complejos presentan cientos de marcas dejadas por distintos útiles, configurando una pauta bastante compleja en la superficie del útil, como se aprecia, por ejemplo, en la placa de Tai, en el este de Francia (véase la figura 24[52]). La interpretación de estas piezas siempre ha sido controvertida. Cuando fueron descubiertas, se las consideró como tailles de chasse, tallas o muescas de caza que registraban el número de animales capturados. Desde entonces se han avanzado otras interpretaciones, en el sentido de que podrían registrar, por ejemplo, el número de personas que acuden a reuniones sociales y calendarios lunares[53].

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23. Propulsor de asta de Mas d'Azil, Ariège, Francia. Representa un íbice en posición de parir o defecar un gran excremento donde posan dos aves (29,6 cm de largo).

Alexander Marshack y Francesco d'Errico han realizado un estudio microscópico detallado de estos útiles y han confirmado que en varios de ellos las incisiones presentan pautas tan regulares que parecen constituir un sistema de anotación[54]. Es posible que estos artefactos se utilizaran como una forma de registro visual, relativo seguramente a acontecimientos medioambientales. Se parecen mucho a las muescas y grabados que imprimen los modernos cazadores-recolectores a sus útiles, y que sirvieron, como hoy sabemos, de dispositivos de memorización y de registro, como los palos-calendario de marfil de los yakut de Siberia[55].

Parece que las pinturas rupestres, al igual que los huesos grabados, también se utilizaron para almacenar información sobre el mundo natural, o al menos para facilitar su retención en la memoria, como un artificio mnemotécnico. Así, John Pfeiffer denomina estas pinturas la «enciclopedia tribal[56]». Yo mismo he sugerido que muchas de las imágenes animales que aparecen en este arte servían para ayudar a recordar información sobre el mundo natural almacenada en la mente[57] He sugerido, por ejemplo, que la manera en que se pintaron muchos de los animales constituye una referencia directa a la forma de obtener información sobre sus movimientos y su conducta. En algunas imágenes, los animales aparecen representados de perfil, mientras que sus extremidades inferiores y las huellas se reproducen de frente, como si se hubieran pintado así para facilitar la memorización y el recuerdo de las huellas tal como se ven en el exterior, en la naturaleza, o incluso para facilitar el aprendizaje de los niños. También la elección misma de las imágenes es selectiva en favor de aquellos animales «portadores» de conocimientos sobre futuros acontecimientos medioambientales. Las imágenes de pájaros son especialmente claras al respecto, puesto que dominan los ánades y los ánsares seguramente migratorios. Los cazadores modernos que viven en medios helados vigilan muy de cerca la llegada y la partida anual de estas aves, dado que se trata de una información de vital importancia para conocer cuándo llegará el gran frío del invierno o el deshielo de la primavera. Algunas de las imágenes más evocadoras en este sentido son los ánsares en pleno vuelo grabados en marfil descubiertos en el yacimiento siberiano de Marta. Sus ocupantes, cazadores, dependían del mamut para alimentarse, pero seguramente también vigilaban el paso de las aves migratorias indicadoras de la llegada de la primavera[58].

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24. Placa de hueso grabada de la gruta del Tai. Drôme. Francia (8,8 cm de largo).

La posible utilización de las pinturas rupestres del Paleolítico Superior como ayuda para almacenar información sobre el mundo natural tal vez sea análoga al uso que hacen los cazadores-horticultores wopkaimin de Nueva Guinea de los huesos de los animales que cazan. Colocan estos huesos en las paredes posteriores de sus casas y los describen como «conjunto de trofeos». Pero están ordenados de manera que puedan servir como un mapa mental del entorno, como recordatorio de la información sobre ese entorno y sobre el comportamiento animal. Desempeñan, así, un papel importante a la hora de decidir el uso de los recursos y mejorar las predicciones sobre el emplazamiento y comportamiento de los animales[59]. Hay pautas muy claras en la ordenación de las figuras animales en las pinturas rupestres del Paleolítico Superior[60]. Michael y Anne Eastham han sugerido que las pinturas y grabados de las cuevas de la región del Ardèche, en Francia, sirvieron como un modelo o mapa del terreno concreto en torno a las cuevas[61]

En pocas palabras, aun cuando ignoremos el rol concreto que desempeñaron los útiles prehistóricos en la gestión de la información sobre el mundo natural, no cabe duda de que muchos de ellos sirvieron para almacenar, transmitir y recuperar información. Las principales ventajas que se habrían derivado de ese hecho fueron una habilidad reforzada para detectar cambios a largo plazo, controlar las fluctuaciones estacionales, e idear planes de caza. Muchas pinturas, grabados y esculturas de los humanos modernos fueron útiles para pensar el mundo natural.

El envío de mensajes sociales: objetos de ornamentación personal

Los abalorios, los colgantes y otros ítems de ornamentación personal aparecen por primera vez a principios del Paleolítico Superior. Estos objetos aparecen también gracias a la nueva fluidez cognitiva de la mente, es decir, a una integración entre la inteligencia técnica y la inteligencia social. Estos objetos aparecen inicialmente en abundancia en los estratos de ocupación de las cuevas del suroeste francés, y son especialmente importantes durante las durísimas condiciones climáticas de hace 18 000 años[62] Casi siempre se encuentran en enterramientos, siendo el hallazgo más espectacular el de las tumbas de Sungir, en Rusia, fechadas hace 28 000 años (véase el recuadro de la página 188). Considerar las cuentas y los colgantes como «ornamentación» podría minimizar su importancia. Porque pudieron utilizarse también para enviar mensajes sociales, tales como el estatus del propietario, su afiliación grupal y sus relaciones con otros individuos, como ocurre en nuestra sociedad. Y evidentemente estos mensajes no tenían por qué ser «ciertos»; abalorios y colgantes ofrecen nuevas oportunidades para el engaño, una táctica social que ya hemos visto prevalecer incluso entre los chimpancés. Para producir estos objetos fueron necesarias no sólo una inteligencia social y técnica especializadas —como las que poseían los humanos primitivos—, sino también una capacidad para integrar ambas.

Es muy posible que, a principios del Paleolítico Superior, todos los útiles, incluidos los de apariencia mundana, para cazar o curtir pieles por ejemplo, estuvieran imbuidos de información social[63]. En efecto, los «postes de la portería» del comportamiento social se habían desplazado; mientras que en los humanos primitivos los ámbitos de caza, manufactura y socialización estaban totalmente separados, ahora aparecen tan integrados que resulta imposible caracterizar un solo aspecto del comportamiento del humano moderno como perteneciente a una sola de esas áreas. Como afirmaba Ernest Gellner, «la combinación y la confusión de criterios y fines es la condición normal y original de la humanidad[64]».

La aparición de la religión

Gran parte de los nuevos comportamientos que he descrito, como las imágenes antropomorfas de las pinturas rupestres y el enterramiento de personas con ajuar funerario, sugieren que estas poblaciones del Paleolítico Superior fueron las primeras en creer en seres sobrenaturales y posiblemente en una vida más allá de la muerte. Se trataría, pues, de la primera aparición de ideologías religiosas; la cual se explicaría por el colapso de las barreras que anteriormente existían entre las múltiples inteligencias de la mente del humano primitivo.

Envío de información social a través de la cultura material: las tumbas de Sungir

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Las tumbas de Sungir. en Rusia, se han fechado en 28 000 años de antigüedad. Consisten en las tumbas de un hombre de sesenta años, con un enterramiento de dos adolescentes, varón y mujer, en su interior. Cada uno de ellos apareció decorado con miles de cuentas de marfil, seguramente cosidas en su día a la ropa. El arqueólogo Randall White ha estudiado estas tumbas y las describe de la siguiente manera: «El hombre aparecía adornado con 2936 cuentas y fragmentos formando hileras en todas las partes del cuerpo, incluida la cabeza, que al parecer había estado cubierta con un birrete o toca con cuentas y varios dientes de zorro. Sus antebrazos y bíceps estaban decora dos con una serie de brazaletes de marfil pulimentado (unos 25 en total), hechos a partir de defensas de mamut, y algunos mostraban indicios de pintura negra ... Alrededor del cuello llevaba un pequeño colgante liso de esquisto, con pintura roja, pero con un pequeño punto negro en un lado... »El supuesto joven estaba cubierto de hileras de cuentas —4903—, cuyo tamaño representaba unas dos terceras partes del tamaño de las cuentas del adulto, aunque de idéntica forma. Pero al contrario que el hombre, alrededor de la cintura había más de 250 dientes caninos de zorro polar, al parecer los restos de un cinturón decorado.

En el pecho se encontró un colgante de marfil tallado en forma de animal. En el cuello habla un pasador de marfil, parece ser el cierre de algún tipo de manto o capa. Bajo su hombro izquierdo había una gran escultura de marfil representando un mamut- En el lado izquierdo había un segmento de un fémur muy pulido de un humano sumamente robusto, cuya cavidad medular estaba llena de ocre rojo. En el lado derecho ... había una lanza de marfil hecha a partir de una defensa de mamut enderezada ... Al lado un disco de marfil grabado hincado en el suelo. »La supuesta joven tenía 5274 cuentas y fragmentos (cuyo tamaño era también unos dos tercios menor que las cuentas del adulto) cubriendo su cuerpo. También había llevado un tocado con cuentas y tenía un broche de marfil en el cuello, aunque su enterramiento no contenía ningún diente de zorro, ni exhibía colgante en el pecho Pero a ambos lados del cuerpo había cierta cantidad de pequeñas «lanzas» de marfil, más adecuadas al tamaño de su cuerpo que la lanza del joven. A su lado también había dos varas de asta perforadas, una de ellas decorada con puntos horadados formando una hilera. Finalmente, se acompañaba de tres discos de marfil con un agujero central y trabajo de reticulado, como el que se encuentra en el enterramiento del supuesto joven» (White, 1993, pp. 289-292).

Pero como en el caso del arte, primero tendríamos que alcanzar un mínimo acuerdo sobre que es lo que queremos decir con religión. Aunque resulta difícil identificar rasgos universales a todas las religiones, existe, sin embargo, una serie de ideas recurrentes, cuya importancia ha destacado el antropólogo social Pascal Boyer en su libro de 1994 The Naturalness of Religious Ideas, Boyer explica que una creencia en seres inmateriales es el rasgo más común a todas las religiones; podría ser incluso universal. En realidad, desde la obra clásica de L. B. Tylor, Primitive Odiares, escrita en 1871, la idea de seres inmateriales se considera la definición más clara de religión. Boyer menciona otros tres rasgos recurrentes en las ideologías religiosas. El primero se refiere al hecho de que muchas sociedades creen que el componente inmaterial de una persona puede sobrevivir después de su muerte y seguir presente como un ser que posee creencias y deseos. Segundo, se supone con mucha frecuencia que determinadas personas en el seno de una sociedad son más propensas que otras a recibir la inspiración directa o los mensajes de los agentes sobrenaturales, ya sean dioses o espíritus. Y tercero, se suele dar asimismo por sentado que realizar ciertos rituales de una determinada manera puede comportar un cambio en el mundo natural.

Si nos atenemos a la evidencia arqueológica del inicio del Paleolítico Superior, observamos indicios de la presencia de cada uno de esos rasgos. Pocos dudan ya de que las cuevas pintadas, algunas a cierta profundidad bajo tierra, fueron lugares para llevar a cabo actividades rituales. De hecho, las imágenes antropomorfas de este arte, como el hechicero de la cueva de Les Trois-Frères, pueden interpretarse perfectamente bien como seres sobrenaturales, bien como chamanes que se comunicaban con ellos. Como afirmaba con vehemencia el prehistoriador francés André Leroi-Gourhan, estas cuevas pintadas podrían reflejar un mundo mitológico con conceptos tan complejos como el del Tiempo del Sueño de los aborígenes australianos.

Además del arte, contamos con la evidencia de los enterramientos. Es difícil creer que se pudiera realizar una inversión tal de esfuerzo en rituales funerarios, como el de Sungir, sin una idea de la muerte entendida como una transición a una forma inmaterial. Dado que, por lo que parece, sólo una pequeñísima fracción de la población del Paleolítico Superior fue enterrada, es muy posible que esta gente desempeñara un rol religioso especial en el seno de la sociedad.

Pascal Boyer estudió las características de los seres sobrenaturales tal y como aparecen en las ideologías religiosas y su relación con el conocimiento intuitivo del mundo genéticamente codificado en la mente humana. En el capítulo 3 describíamos tres tipos de conocimiento intuitivo, el psicológico, el biológico y el físico, y decíamos que estos «activan» la formación de áreas cognitivas o inteligencias múltiples durante el desarrollo infantil. Boyer dice que un rasgo típico de los seres sobrenaturales es su capacidad para violar este conocimiento intuitivo.

Boyer explica, por ejemplo, que los seres sobrenaturales de las ideologías religiosas violar sistemáticamente el conocimiento biológico intuitivo. Aunque tengan cuerpo, no pasan por el ciclo normal del nacimiento, crecimiento, reproducción, muerte y descomposición. Y su capacidad para atravesar objetos sólidos (como los fantasmas) o para hacerse invisibles estaría violando asimismo la física intuitiva. Sin embargo, los seres sobrenaturales también tienen una tendencia a adaptarse a ciertos conocimientos intuitivos; por ejemplo, suelen ser seres intencionados que tienen creencias y deseos como el resto de los seres humanos. Los Seres Ancestrales de los aborígenes australianos son un ejemplo excelente de este tipo de entes que violan pero también se adaptan al conocimiento intuitivo del mundo. Por un lado, poseen características fantásticas, como por ejemplo existir en el pasado y en el presente. Por otro, en muchas leyendas traman trucos y engaños de una manera que resulta sumamente humana[65] Un ejemplo más familiar para muchos serían los dioses de las leyendas griegas que tienen poderes sobrenaturales pero que también conocen los celos y las rivalidades de los demás mortales.

Boyer afirma que es precisamente esta combinación de violación y de adaptación respecto al conocimiento intuitivo lo que caracteriza a los seres sobrenaturales de las ideologías religiosas. Las violaciones los convierten en algo diferente, pero su adaptación a determinados aspectos del conocimiento intuitivo permite a los demás conocerlos mejor. Si no hubiera nada en los seres sobrenaturales que se ajustara al conocimiento intuitivo del mundo, la mente humana difícilmente podría captar la idea misma de esos seres.

Una forma alternativa de entender este rasgo de los seres sobrenaturales es considerarlos como una mezcla de conocimientos sobre distintos tipos de entidades del mundo real, unos conocimientos que habrían quedado «atrapados» en áreas cognitivas distintas en el interior de la mente del humano primitivo. Por ejemplo, los humanos primitivos sabían seguramente que las rocas no nacen ni mueren como los seres vivos. Y también sabían sin duda que las personas tienen intenciones y deseos, mientras que los inertes nódulos de piedra no los tienen. Dado que poseían áreas cognitivas aisladas unas de otras, la mente humana primitiva no corría el riesgo de confundir estos entes ni de concebir un objeto inerte que ni nace ni muere, pero que a pesar de todo tiene intenciones y deseos. Este tipo de ideas y conceptos, que según Boyer son la esencia de un ser sobrenatural, sólo pudo surgir en una mente cognitivamente fluida.

El propio Boyer sugiere que una combinación de conocimientos sobre distintos tipos de entes explicaría otro rasgo recurrente en las ideologías religiosas: el hecho de creer que algunos individuos poseen-poderes especiales de comunicación con los seres sobrenaturales. En el fondo de esta idea, dice Boyer. está la creencia de que algunas personas tienen una «esencia» diferente del resto del grupo. En el capítulo 3 exploramos la idea de esencia, y explicamos que era un rasgo importante de la biología intuitiva, un medio que permite a los niños clasificar animales en diferentes especies. Boyer explica la diferenciación de las personas en distintos roles sociales, cuyo paradigma sería el rol del chamán, como una introducción de la idea de esencia en el pensamiento sobre el mundo social. En otras palabras, sería una consecuencia de la fluidez, cognitiva.

Es evidente que no podemos reconstruir las ideologías religiosas de las sociedades más antiguas del Paleolítico Superior. Pero sí podemos prácticamente asegurar que ideologías religiosas tan complejas como las de los modernos cazadores-recolectores surgieron en la transición del Paleolítico Medio al Superior, y que desde entonces se ha mantenido entre nosotros. Parece ser una consecuencia más de la fluidez cognitiva que apareció en la mente humana, que se plasmó en forma de arte, de una nueva tecnología y en una transformación de la explotación del mundo natural y de los medios de interacción social.

Hacia la fluidez cognitiva: la mente de los primeros humanos modernos

La nueva fluidez cognitiva transformó la mente humana y todos los aspectos del comportamiento humano (véase la figura 25). Vista esa nueva capacidad para fabricar útiles a partir de materias como el hueso y el marfil, y para utilizar nuevas técnicas de almacenaje y transmisión de información, no resulta sorprendente que los humanos fueran capaces de colonizar nuevas regiones del mundo. Hace unos 60 000 años se iniciaba un nuevo gran impulso migratorio por todo el globo, el segundo tras aquel primero que había llevado a los primeros humanos primitivos a salir de África hace más de 1,5 millones de años. Como Clive Gamble ha descrito en su reciente estudio de la colonización global[66], Australasia fue colonizada mediante numerosos viajes por mar, y más tarde, hace menos de 40 000 años, se colonizaron la llanura norteuropea, las regiones áridas de África y los bosques de coníferas y la tundra del extremo norte. Los humanos primitivos pudieron penetrar temporalmente en estos medios, pero no se quedaron en ellos durante mucho tiempo. Los humanos modernos no sólo colonizaron estos paisajes, sino que los usaron como hitos hacia el continente americano y las islas del Pacífico.

La emergencia de una mentalidad cognitivamente fluida constituye la respuesta a la transición del Paleolítico Medio al Superior. Pero recordemos que esta transición no tiene lugar hasta la mitad del cuarto acto. El inicio de este acto viene definido por la aparición de H. sapiens sapiens en el registro fósil hace 100 000 años. Habremos de completar este capítulo preguntándonos en qué difería la mente de aquellos primeros humanos modernos —que vivieron antes de la transición del Paleolítico Medio al Superior— de la mente de los humanos primitivos del tercer acto (que también continúan presentes en la primera escena del cuarto acto) y de la de los humanos modernos que vivieron con posterioridad a la transición del Paleolítico Medio al Superior, entre los que nos incluimos.

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25. La explosión cultural, consecuencia de la fluidez cognitiva.

Creo que hay una respuesta sencilla a esta pregunta. Parece que los primeros humanos modernos alcanzaron un cierto grado de integración entre sus inteligencias especializadas, pero sin lograr la plena fluidez cognitiva que aparece a partir de hace 60 000 años. Sus mentes estaban a medio camino entre una navaja suiza y una mentalidad cognitivamente fluida.

Este hecho se aprecia con mucha claridad en los restos de los primeros humanos modernos descubiertos en las cuevas de Skhül y Qafzeh, en el Próximo Oriente, y que arrojan una edad estimada de entre 100 000 y 80 000 años. Si bien sus útiles líticos no se distinguen prácticamente de los producidos por los neandertales, que usaron la cueva de Tabün antes que ellos (hace entre 180 000 y 90 000 años) y la de Kebara después de su marcha (hace entre 63 000 y 48 000 años), los primeros humanos modernos presentan dos rasgos de comportamiento que parecen únicos.

El primero es el hecho de que colocaran partes de animales muertos en tumbas humanas. En la cueva de Qafzeh, por ejemplo, se descubrió un niño enterrado con el cráneo y las astas de un ciervo. Una de las tumbas de Skhül contenía un cuerpo yaciendo de espaldas, con las mandíbulas de un jabalí en sus manos[67] Parecen indicios de actividad funeraria y de creencia en ideologías religiosas. Recordemos que aunque los neandertales enterraban a algunos individuos, no existe evidencia de colocación deliberada de ítems en las tumbas, ni de actividad ritual asociada al acto funerario.

El segundo rasgo tiene que ver con la caza de la gacela. Este animal fue el objetivo de caza más importante de los neandertales y de los humanos modernos, y parece que ambos utilizaron lanzas cortas arrojadizas con puntas de piedra. Pero sus pautas de caza eran muy distintas. Los primeros humanos modernos usaban sus cuevas de manera estacional, y seguramente invertían menos energía física en sus actividades de caza. Además, según todos los indicios, reparaban sus lanzas con menos frecuencia[68] En otras palabras, cazaban con mayores dosis de planificación y eficacia que los neandertales. Esto, a su vez, pudo ser el reflejo de una mayor capacidad para predecir la localización y el comportamiento de sus presas.

A primera vista, estas dos diferencias entre los primeros humanos modernos y los neandertales del Próximo Oriente no parecen relacionadas entre sí. Pero en realidad existe una relación muy relevante: ambas se deben a una integración de la inteligencia social y de la inteligencia de la historia natural en la mente de los primeros humanos modernos. Como he mencionado anteriormente en este mismo capítulo, la mayor capacidad para predecir el comportamiento animal, contra lo que puede conseguirse con sólo una inteligencia de la historia natural, tuvo que ser resultado del pensamiento antropomórfico, que es universal entre los actuales cazadores-recolectores. También he defendido que el origen de la idea de creencia religiosa fue posible gracias a la fluidez cognitiva, y sobre todo a la integración de la inteligencia social y la inteligencia de la historia natural. La colocación de partes de animales en las tumbas de los primeros humanos modernos significa que ya se estaban produciendo determinadas asociaciones entre las personas y los animales, posiblemente reflejo de alguna forma de pensamiento totémico. Creo que es significativo el hecho de que no hubiera útiles en las tumbas, algo que sería práctica habitual en el Paleolítico Superior. Lo cual sugiere que la inteligencia técnica seguía aislada en la mente del primer humano moderno; el hecho de que, a pesar de su capacidad para predecir el comportamiento de la gacela, los humanos modernos continuaran usando los mismos tipos de armas de caza que los neandertales, lo confirmaría. Al parecer no diseñaron armas más eficaces, porque esto sólo habría sido posible si la inteligencia técnica y la inteligencia de la historia natural hubieran estado integradas; y tampoco parece que invistieran sus útiles líticos de información social, algo que sólo resulta posible si se integran la inteligencia social y la inteligencia técnica.

En resumen, parece que la mente de los primeros humanos modernos del Próximo Oriente está a medio camino entre la mentalidad de navaja suiza y la mentalidad cognitivamente fluida de los humanos modernos (véase la figura 26).

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26. La mente del primer humano moderno. La ilustración muestra el cráneo llamado Qafzeh 9, de unos 100 000 años de edad. Pertenece a un joven adulto que parece haber sido enterrado con un niño a sus pies.

Si observamos a los primeros humanos modernos del sur de África llegamos a una conclusión similar. Sus fósiles, encontrados en la cueva de Klasies River Mouth y en la de Border, están peor preservados que los del Próximo Oriente, pero datan del mismo periodo, en torno a los 100 000 años de antigüedad. Los especímenes del sur de África presentan algunos rasgos arcaicos, de modo que la región pudo ser muy bien la cuna original de H. sapiens sapiens[69]

La larga secuencia estratificada de los depósitos arqueológicos de la cueva de Klasies River Mouth es de sumo interés[70] Abarca el periodo entre hace 140 000 y 20 000 años. Hacia el final de esta secuencia, hace unos 40 000 años, se observa un cambio en la tecnología lítica, que pasa de un método de producción predominante de lascas a otro de hojas, que refleja la transición del Paleolítico Medio al Superior, que los arqueólogos llaman transición de la Edad de la Piedra Media a la Edad de la Piedra Tardía en el caso de África. Antes de esta transición, todos los útiles líticos en la práctica totalidad de esta secuencia son muy similares a los fabricados por los humanos primeros en el resto del continente africano durante el tercer acto, aunque los útiles producidos después de hace 100 000 años parecen hechos por los primeros humanos modernos, los primeros H. sapiens sapiens.

Pero lo más destacable es que los niveles susceptibles de correlación con la aparición de los primeros humanos modernos presentan un incremento importante de la cantidad de ocre rojo[71]. Algunos de estos restos parecen haberse usado como carboncillo. Los grumos de ocre rojo aún son sumamente excepcionales, ya que representan menos de un 0,6 por 100 de los objetos de un estrato, pero presentan frecuencias mucho más altas que en otros yacimientos asociados a humanos primitivos. De hecho, no se conocen restos de ocre rojo de más de 100 000 años, pero sí en otros yacimientos del sur de África de fecha posterior, y hay quienes afirman que hubo extracción de este mineral en Lion Cavern, en Swazilandia. Aún no sabemos qué es lo que hacían los primeros humanos modernos con el ocre. Según los antropólogos Chris Knight y Camilla Powers, la explicación más probable es la ornamentación corporal, ya que no se conocen objetos de arte en el sur de África con anterioridad a hace 30 000 años, ni tampoco abalorios ni colgantes[72]

En el sur de África encontramos otros indicios de nuevos tipos de comportamiento por parte de los primeros humanos modernos. En la cueva de Border hubo al parecer un enterramiento infantil en una tumba fechada hace entre 70 000 y 80 000 años. Es el único enterramiento conocido de la Edad de la Piedra Media en la región, y destaca no sólo por ser la tumba de un humano moderno primitivo, sino porque contiene una concha Conus perforada cuyo origen se hallaba a más de 80 kilómetros de distancia[73]. Otra innovación —junto con la más extendida tecnología de lascas— fue la introducción de hojas pequeñas o laminillas, hechas de piedra de mayor calidad y presentando unas formas que no desentonarían nada en el Paleolítico Superior de Europa. Estas hojas parecen diseñadas para útiles multicompuestos[74]. Un último tipo de comportamiento nuevo es el trabajo del hueso. La evidencia más espectacular procede de los yacimientos de Katanda, en la República Democrática de Congo, donde se han encontrado arpones de hueso dentados. Son igual de complejos que los útiles de hueso del Paleolítico Superior de Europa. Se hicieron a base de afilar y pulimentar la materia prima y tienen por lo menos unos 90 000 años de antigüedad, lo que los hace 60 000 años más antiguos que cualquier otro ejemplar conocido. Aparecen asociados a los típicos útiles líticos de la Edad de la Piedra Media[75]

Si se trata de un único tipo de humano en el sur de África de hace menos de 10 000 años, entonces nos hallaríamos ante un primer humano moderno con una mentalidad que «entra y sale» de la fluidez cognitiva. Como si las ventajas de una fluidez cognitiva parcial no fueran suficientes para que esa transformación mental se «fijara» entre la población. La mente de estos primeros humanos modernos se parece a la de los primeros humanos modernos del Próximo Oriente, por cuanto ambas muestran un cierto grado de fluidez cognitiva, pero sin comparación con la que surge tras el inicio del Paleolítico Superior.

Sin embargo, esta fluidez cognitiva parcial demostraría ser crucial a la hora de proporcionar a los primeros humanos modernos un talante competitivo suficiente para expandirse desde África y el Próximo Oriente a todo el mundo, hace entre 100 000 y 30 000 años.

Los primeros humanos modernos del Próximo Oriente pudieron ser representantes de —o al menos estrechamente relacionados con— la población original de H. sapiens sapiens que abandonó África, se expandió por Asia y Europa, y sustituyó a todos los humanos primitivos existentes[76]

La evidencia más sólida en favor de esta sustitución es la limitada diversidad genética que se observa entre los humanos contemporáneos. Pese a la considerable controversia que se ha desatado sobre cómo interpretar la variabilidad genética moderna, hay sólida evidencia de un reciente y grave «cuello de botella» en la evolución humana. En general, los actuales africanos presentan un grado de variabilidad genética mayor que el resto del mundo, lo que sugiere que cuando los primeros H. sapiens sapiens abandonaron África se produjo una pérdida considerable de variación genética. Esto significa que durante un corto lapso de tiempo la población infantil tuvo que ser pequeña en extremo. Una estimación reciente maneja una cifra de solamente 6 crías durante 70 años, lo que reflejaría una población real de unos 50 individuos, o de 500 si ese cuello de botella duró 200 años[77]

Si los primeros humanos modernos del Próximo Oriente fueron efectivamente parte de aquella población original, o estrechamente relacionados con ella, entonces en su expansión por el mundo llevaron consigo sus mentes sólo parcialmente fluidas cognitivamente. Cabe suponer que este rasgo de su mentalidad estaba codificado en sus genes. Fue su integración de la inteligencia social y la inteligencia de la historia natural lo que les permitió competir con éxito frente a las poblaciones residentes de humanos primitivos, llevándolas a la extinción, aunque persiste la posibilidad de algún tipo de hibridación. De ahí que encontremos H. sapiens sapiens en China hace 67 000 años, representado por el cráneo fósil de Liujang[78]

El paso final a una mente cognitivamente fluida tuvo lugar en épocas ligeramente distintas en diferentes partes del mundo, a raíz de la integración de la inteligencia técnica con las ya combinadas inteligencia social e inteligencia de la historia natural. Tal vez fue inevitable que todas las poblaciones de H. sapiens sapiens dispersas por el mundo dieran este paso final, en un caso de evolución paralela. En el curso de la evolución, hubo un impulso inicial en favor de la fluidez cognitiva: una vez el proceso en marcha, ya no pudo pararse. Parece que en el momento en que apareció una serie de presiones adaptativas en cada área, la inteligencia técnica se integró como parte de la mente cognitivamente fluida, el paso final en la senda hacia la modernidad.

En este capítulo he sostenido que los acontecimientos del cuarto acto pueden explicarse gracias a la emergencia de la fluidez cognitiva en la mente humana. Este proceso empezó con la primera aparición de H. sapiens sapiens y su culminación provocó la explosión cultural que los arqueólogos llaman transición del Paleolítico Medio al Superior. Pero, como ocurre tantas veces en las ciencias, la respuesta a una pregunta no hace sino plantear otra. ¿Cómo ocurrió? ¿Cómo escaparon los pensamientos y los conocimientos de sus respectivas capillas de la mente humana primitiva?