Intentando pensar como un neandertal
Antes de entrar a analizar lo que ocurrió con la mente al comienzo del cuarto acto a raíz de la aparición de los primeros humanos modernos, habría que plantear una cuestión importante: ¿qué supondría poseer una mente de humano primitivo, la de un neandertal por ejemplo?
Para contestar a esta pregunta hay que volver al tema de la consciencia. En este libro me baso en la afirmación de Nicholas Humphrey según la cual la consciencia evolucionó como un dispositivo cognitivo que permitía a un individuo predecir el comportamiento social de otros miembros de su grupo. Humphrey decía que la consciencia evolucionó para permitirnos utilizar nuestra mente como un modelo para comprender la mente de otras personas. En algún momento de nuestro pasado evolutivo se hizo posible hurgar en nuestros propios pensamientos y sentimientos, y preguntarnos a nosotros mismos cómo nos comportaríamos en tal o cual situación ficticia. En otras palabras, la consciencia evolucionó como parte de la inteligencia social.
Lo cual tiene consecuencias importantes a la hora de analizar las diferencias entre la corriente de estados subjetivos de consciencia y autoconsciencia que pudieron experimentar los neandertales y la corriente de esos estados subjetivos en nuestra propia mente. En la mente neandertal, la inteligencia social estaba aislada de la inteligencia técnica y de la inteligencia de la historia natural, es decir, de la que rige la interacción con el mundo natural. Utilizando la catedral de nuestra analogía, la consciencia estaba firmemente atrapada entre los gruesos y pesados muros de la capilla de la inteligencia social, y no podía «oírse» en el resto de Ja catedral salvo en forma sumamente mitigada. Por lo tanto, cabe concluir que los neandertales no poseían autoconsciencia de los procesos cognitivos que utilizaban en las áreas de la inteligencia técnica y de la historia natural.
Ahora bien, antes de proseguir, deseo advertir que la consciencia es un fenómeno de múltiples caras que nadie alcanza a comprender del todo. Si Daniel Dennett logró o no explicar la consciencia en su libro de 1991, Consciousness Explained, es algo discutible. Algunos sugieren que lo que hizo en realidad fue justificarla. Habría al menos dos tipos diferentes de consciencia[1]. El primero sería el tipo al que nos referimos como «sensación», como cuando sentimos picores en nuestro cuerpo, o los colores y los sonidos. Nicholas Humphrey lo considera un «orden inferior» de consciencia comparado con el razonamiento y la reflexión sobre los propios estados mentales. Sospecho que es este último orden superior de «consciencia introspectiva o reflexiva» el que parece estar ausente de la mente neandertal por lo que se refiere a la producción de útiles y a la interacción con el mundo natural, si bien estaba presente en sus pensamientos sobre el mundo social.
Creo que los humanos primitivos, cuando producían sus útiles líticos, experimentaban el mismo tipo de consciencia que nosotros conocemos cuando conducimos un automóvil y al mismo tiempo mantenemos una conversación con un pasajero. Acabamos el viaje sin memoria de los semáforos, de las curvas y de otros avatares que hemos resuelto y superado felizmente sin pensar para nada en la conducción. Como dice Daniel Dennett, si bien esta forma de conducción suele describirse como un caso clásico de «percepción inconsciente y acción inteligente», en realidad se trata de un caso de «consciencia atenuada con pérdida pasajera de memoria[2]».
Cuando los humanos primitivos se dedicaban a producir útiles y a buscar alimentos es muy probable que experimentaran este tipo de «consciencia atenuada», resultado de la fuerte «amortiguación» de la consciencia cuando se la «oye» desde fuera de la catedral de la inteligencia social. En otras palabras, cuando los módulos mentales creadores de consciencia se aplicaban a áreas diferentes de aquellas para las que estaban destinados, no podían funcionar eficazmente. Esto dejó a los neandertales con una consciencia atenuada, momentánea y efímera acerca de su propio conocimiento y de sus ideas sobre la producción de útiles y la provisión de alimentos. No había introspección.
Este razonamiento tal vez resulte más fácil de aceptar si, en lugar de aplicarlo a los neandertales, nos referimos al antepasado común de hace 6 millones de años y a H. habilis hace 2 millones de años. Ninguno de ellos poseía procesos mentales particularmente avanzados sobre la manufactura lítica y la historia natural, de modo que una consciencia de ambas áreas no parece que fuera un tema fundamental. Pero si se trata de los neandertales, o de cualquier otro tipo de humano primitivo, resulta difícil imaginar que fuera posible ser un hábil artesano o naturalista sin ser consciente, al mismo tiempo, de la profundidad del propio conocimiento o de los procesos cognitivos que tienen lugar en la propia mente. Se nos antoja impensable que se pueda producir un útil sin, al mismo tiempo, pensar detalladamente en la función futura de ese artefacto y utilizar inmediatamente esos pensamientos para diseñar el artefacto. Es como cuando por la mañana elegimos la ropa que nos pondremos (nuestros «útiles materiales») pensando automáticamente en los distintos contextos sociales en que nos moveremos a lo largo del día.
Es tan difícil imaginar lo que pudo significar poseer una mentalidad tipo navaja suiza que la posible existencia de este tipo de mentalidad resulta cuestionable. ¿Cómo pudo existir una mente tipo navaja suiza? Pero en momentos de duda como ahora es útil recordar que nosotros poseemos muchos procesos cognitivos complejos que están funcionando en nuestra mente de los que no somos conscientes. Tal vez tengamos consciencia de sólo una minúscula fracción de lo que ocurre en nuestra mente. Por ejemplo, no somos conscientes de los procesos que utilizamos para comprender y generar expresiones lingüísticas, ni de la gran cantidad de reglas lingüísticas que utilizamos en nuestro lenguaje cotidiano, ni de las miles de palabras cuyo significado conocemos. Generar expresiones gramaticalmente correctas y con significado es tal vez la cosa más compleja que hacemos es muy probable que la cantidad de procesos cognitivos que utilizamos exceda con mucho la cantidad que necesitaban los neandertales para fabricar sus útiles líticos —y la hacemos sin ser conscientes de lo que ocurre en nuestra mente.
Daniel Dennett ha subrayado la importancia de otros tipos de pensamiento inconsciente. Para demostrar su existencia cita el ejemplo del café derramado sobre la mesa:
En una milésima de segundo, saltamos de la silla para intentar eludir el café derramado que gotea por el borde. No teníamos consciencia de haber pensado que la mesa no absorbería el café O que el café, un líquido sujeto a las leyes de la gravedad, rebasaría el borde de la mesa, pero esos pensamientos inconscientes tienen que haberse producido, puesto que si la Laza de café hubiera contenido sal, o si en la mesa hubiera habido un mantel, no habríamos saltado bruscamente[3].
Tal vez el argumento más persuasivo de que los humanos primitivos sí pudieron fabricar sus útiles líticos y buscar víveres con poca o nula consciencia introspectiva de los procesos mentales y de los conocimientos utilizados se encuentra en el siguiente ejemplo de pensamiento inconsciente. Algunas personas sufren pérdida repentina de funciones en la parte superior del cerebro, que se traduce en ataques epilépticos muy leves, lo cual implica una pérdida de experiencia consciente. Pero los pacientes pueden continuar realizando sus actividades normalmente, ya sea pasear, conducir o tocar el piano. Continúan realizando actividades que exigen respuestas selectivas a estímulos medioambientales, sin autoconsciencia de sus procesos mentales. Cuando actúan así, su comportamiento adquiere un carácter más bien mecánico —un tema que abordaremos más adelante en este mismo capítulo— pero continúan, sin embargo, realizando sus actividades complejas[4].
No estoy sugiriendo que la mente humana primitiva fuera equivalente a la de alguien contemporáneo que sufra este tipo de ataques. Simplemente me valgo de este ejemplo como una demostración más de que la ausencia de autoconsciencia sobre los propios procesos mentales no tiene por qué significar que esos procesos mentales no tienen lugar y no pueden traducirse en formas complejas de comportamiento. Si las personas pueden conducir y tocar el piano sin autoconsciencia de esas actividades, entonces la posibilidad de que los neandertales fabricaran útiles líticos y buscaran alimentos sin ser conscientes de ello se hace más plausible.
Plausible, tal vez, pero todavía imposible de imaginar en la práctica. Pero es posible que esta dificultad para imaginar cómo sería pensar como un neandertal sea meramente reflejo de una limitación de nuestra propia clase de pensamiento resultante de la evolución.
El núcleo de las tesis de Nicholas Humphrey sobre la evolución de la consciencia radica en la idea de que aquella nos permite utilizar nuestra propia mente como un modelo de la mente de los demás. Pensar que otras personas piensan de la misma manera que nosotros habría sido de un valor inmenso en términos de evolución. Pero su corolario es la dificultad inherente para pensar que otro humano (de la especie que sea) pueda pensar de una manera fundamentalmente distinta a la nuestra.
Pero quizás no estemos en tan mala posición como el filósofo Thomas Nagel cuando, en 1974, formuló su famosa pregunta de «¿qué supone ser un murciélago?». Después de todo, en términos de evolución, estamos mucho más cerca de los neandertales que de los murciélagos. Pero Nagel no pretendía saber cómo se sentiría él si fuera un murciélago, sino qué representa ser un murciélago para un murciélago. «Si trato de imaginarlo —escribió— me tengo que limitar a los recursos de mi propia mente, y esos recursos son inadecuados para la tarea. No puedo lograrlo ni siquiera imaginando adiciones a mi actual experiencia ni imaginando segmentos gradualmente sustraídos a ella, ni imaginando combinaciones de adiciones, sustracciones y modificaciones[5]».
Todo cuanto podemos lograr es quizás una experiencia efímera de la manera de pensar posible de un neandertal cuando, por ejemplo, nos concentramos en una determinada tarea y cerramos el resto del mundo a nuestra mente. Pero esa experiencia no dura más que un instante. Como en el caso de Nagel y sus murciélagos, somos incapaces de saber qué pudo suponer para un neandertal ser un neandertal. La evolución se ha protegido contra esta posibilidad dejando que nos rompamos la cabeza con la idea de una mentalidad humana primitiva semejante a una navaja suiza.
Pero para ayudarnos en esta contienda está el registro arqueológico, la evidencia empírica, posiblemente mucho más valiosa que todas las teorías filosóficas y psicológicas. En efecto, la naturaleza casi siempre enigmática de este registro es el argumento de más fuerza en favor de un tipo de mente humana fundamentalmente distinto. Gran parte del comportamiento humano primitivo parece moderno, y el paradigma sería la habilidad técnica que exhiben los útiles líticos. Pero en cambio son muchas las cosas que nos parecen realmente extrañas: la monotonía de las tradiciones industriales, la ausencia de útiles de hueso o marfil, la ausencia de arte El paradigma de todo ello es el artefacto «tipo» de los humanos primitivos, el hacha de mano. Como ha dicho recientemente el arqueólogo Thomas Wynn, «sería difícil exagerar lo extraña que resulta el hacha de mano cuando la comparamos con los productos de la cultura moderna[6]». Creo que la única forma de explicar el registro arqueológico de los humanos primitivos es invocando un tipo de mente fundamentalmente distinta de la mente de los humanos modernos.