Los simios y la mente del eslabón perdido*
El primer acto de nuestra prehistoria empieza hace 6 millones de años. Pero como vimos en el capítulo 2, el escenario está vacío y nuestro actor, el eslabón perdido, ausente. No hay huesos ni útiles que estudiar susceptibles de deparar claves sobre el comportamiento y la actividad mental del pasado. Entonces ¿cómo reconstruir la mente de ese antepasado tan lejano? ¿A qué fase arquitectónica habría que asignar su mente? ¿A la fase 1, que sólo dispone de una inteligencia general? ¿O tal vez a la fase 2, que, además de una inteligencia general, tiene una o más áreas cognitivas especializadas que trabajan en paralelos pero independientes unas de otras? ¿Cómo servirnos de la mente del eslabón perdido para que nos ayude a comprender la prehistoria de la mente? Todas estas preguntas constituyen verdaderos desafíos.
Nuestra única esperanza es ese gran antropomorfo del que se bifurcaron nuestros antepasados en el árbol genealógico ancestral hace 6 millones de años: el chimpancé.
El uso de chimpancés como analogía de nuestros primeros antepasados humanos tiene una larga tradición en la ciencia[1]. Esta analogía se basa en la premisa de que, en la línea evolutiva de los antropomorfos, la evolución cognitiva ha sido mínima en el curso de los últimos 6 millones de años. En efecto, podemos tener la plena seguridad de que no ha habido una evolución significativa del poder procesador del cerebro, puesto que el tamaño del cerebro del chimpancé, de unos 450 cm3, no es sustancialmente menor que el que poseen los australopitecinos, y es un volumen que parece razonable para el eslabón perdido. Así, a medida que retrocedemos en el tiempo desde H. erectus a H. habilis, a A. afarensis y a A. ramidus, la anatomía se va haciendo más simiesca, cada vez más parecida a la de los chimpancés actuales. Y si observamos el registro arqueológico que los chimpancés han dejado tras de sí, resulta prácticamente indiferenciable del de nuestros primeros antepasados, porque prácticamente no existe. No tenemos más que unas pocas lascas de piedra (creadas inintencionadamente al cascar frutos secos) que apenas se distinguen de las lajas creadas por procesos naturales. Tales lascas pudieron perderse en el humus de la naturaleza.
De modo que respetaremos las convenciones y partiremos del supuesto de que la mente del chimpancé es una buena aproximación a la del eslabón perdido. ¿Qué nos dice la conducta de los chimpancés sobre la arquitectura de su mente? Empecemos por un tipo de conducta que hace tiempo se consideró exclusivamente humana —la manufactura y uso de útiles— e intentemos averiguar si los chimpancés tienen una capilla de inteligencia técnica.
Hace cincuenta años existía la creencia generalizada de que los humanos eran la única especie capaz de fabricar y usar útiles, idea que se resumía en el epíteto «El hombre, productor de útiles». Más larde, a finales de los años cincuenta. Jane Goodall empezó a estudiar chimpancés salvajes en Gombe, Tanzania, y pronto descubrió que los chimpancés arrancaban hojas de las ramas para utilizarlas como sonda o calador para cazar hormigas y termitas[2]. Desde entonces, investigadores como Bill McGrew y Christophe y Hedwige Boesch han venido realizando otras muchas observaciones sobre la fabricación y uso de útiles por parte de los chimpancés. Hoy sabemos que los chimpancés construyen y utilizan una amplia gama de útiles para una serie de tareas[3]. Además de cazar insectos, utilizan pequeños palos para coger miel, extraer frutos secos de la cascara, trozos de cerebro de los cráneos y hurgar en las órbitas de los ojos. Prensan hojas y forman con ellas una esponja para coger hormigas o agua. También utilizan las hojas para limpiar las cavidades craneanas de sus presas, o para lavarse, e incluso a modo de recipiente —para recoger sus propias heces que luego inspeccionan en busca de ítems indigestos de comida—. En los bosques del África oriental los chimpancés utilizan percutores y «yunques» para partir frutos secos (véase la figura 3). En resumen, los chimpancés parecen versados en la fabricación y manipulación de objetos físicos. ¿Quiere ello decir que operan mediante procesos cognitivos especializados dedicados a tales tareas? O, dicho de otro modo, ¿posee su arquitectura mental una capilla de inteligencia técnica? ¿O para producir y utilizar útiles sólo hacen uso de los procesos de inteligencia general, por ejemplo, el de aprendizaje a base de «ensayo y error»?
3. Un chimpancé usando un percutor y un yunque de piedra para partir nueces.
En un primer intento de responder a esta pregunta, podríamos tener en cuenta las apariencias del complejo comportamiento técnico del chimpancé: cuanto más complejo, más posibilidades existen de que se deba a procesos cognitivos especializados. Bill McGrew, autor del estudio más exhaustivo de la cultura material del chimpancé[4], cree firmemente que la utilización de útiles por parte del chimpancé es de una complejidad considerable. En efecto, en un (por muchos conceptos) famoso artículo escrito en 1987, comparaba directamente los útiles de los chimpancés con los de los aborígenes tasmanos, y concluía que el nivel de complejidad de ambos era equivalente. Para llevar a cabo esta comparación, McGrew optó por medir la complejidad mediante «tecnounidades», que es simplemente un componente individual de un útil, sin considerar la materia prima de que está compuesto ni cómo se utiliza. Por ejemplo, la azada que utiliza, digamos, un campesino, que incluye una empuñadura, una hoja y un enmangue, poseería tres tecnounidades, mientras que el conjunto de robots informatizados que operan en un coche moderno tiene tal vez tres millones de tecnounidades.
Cuando McGrew midió las tecnounidades de los útiles de los aborígenes tasmanos y de los chimpancés tanzanos descubrió que el número medio de tecnounidades por útil no era sustancialmente diferente. Todos los útiles del chimpancé y la mayoría de los útiles aborígenes estaban hechos de un solo componente. El útil aborigen más complejo, un pellejo con anzuelo, contaba con sólo cuatro tecnounidades. Todos los demás útiles, ya fueran lanzas, piedras arrojadizas, cueros o cestas, parecían directamente comparables, en cuanto a la complejidad de sus tecnounidades, a los palos termiteros y a las esponjas de hojas de los chimpancés. Por consiguiente, si la mente moderna, en este caso la de los aborígenes tasmanos, posee una física intuitiva, entonces también tendríamos que atribuírsela a la mente del chimpancé.
Pero las conclusiones de McGrew no nos ayudan al respecto. Los útiles del campesino pueden tener varios millones menos de componentes que los del obrero industrial, pero seguramente requieren mucha más destreza y mayores conocimientos a la hora de utilizarlos con eficacia. Una vez que los ordenadores y los robots están instalados, apretando un botón se puede producir un coche, pero para labrar la tierra hay que manejar la azada con cuidado.
Contar tecnounidades para medir la complejidad de la cultura material puede sernos de poco valor a la hora de considerar cómo se fabrican los útiles. Se requiere algún tipo de útil para obtener un palo afilado. Este útil puede ser una sencilla lasca de piedra, pero aun así, primero hay que encontrarla o, más probablemente, habrá que tallarla a partir de un nódulo. Un palo termitero se obtiene arrancando simplemente las hojas y seccionando el palo con los dientes a la medida adecuada. Cuando los aborígenes fabrican útiles, sus acciones físicas están encaminadas exclusivamente a esa producción de útiles: no hay nada en los demás ámbitos de la conducta humana comparable a la talla de una piedra o a la obtención de un palo. Cuando los chimpancés producen útiles simplemente utilizan el mismo tipo de acciones que emplean para alimentarse: arrancan ramas de los arbustos, extraen las hojas, y las seccionan con los dientes para obtener palos más cortos[5].
McGrew sí tuvo en cuenta la complejidad técnica al comparar útiles aborígenes y chimpancés, y de nuevo afirmó que las semejanzas eran superiores a las diferencias. Pero encuentro algunos de sus ejemplos poco convincentes. Por ejemplo, cuando fabrican sus útiles, los aborígenes utilizan habitualmente el principio productivo de la «réplica». Es la combinación de varios elementos idénticos, como en un hato compacto y uniforme de heno. McGrew decía que los chimpancés también se sirven de ese principio, pero el único ejemplo que pudo citar fue el de una esponja de hojas, una masa apretada de hojas esencialmente idénticas.
Los aborígenes también utilizan regularmente la «conjunción», que es la asociación de dos o más tecnounidades. Pero sólo se ha podido registrar un ejemplo de conjunción por parte de chimpancés. Ocurrió el 16 de enero de 1991, cuando Testuro Matsuzawa observó que Kai. un viejo chimpancé hembra, agarraba dos piedras para partir nueces, una como percutor y otra como base, a modo de yunque[6]. Y para estabilizar la base calzó otra piedra debajo en calidad de cuña. Hasta que no haya otros ejemplos, no estoy convencido de que esta sea evidencia suficiente de que los chimpancés se sirvan de la conjunción para fabricar útiles, algo que sí está presente en prácticamente todos los útiles hechos por humanos.
A estas alturas, la esencia de mi argumentación debería ser evidente: no podemos atribuir a los chimpancés procesos cognitivos especializados dedicados a la manipulación y transformación de objetos físicos, es decir, no podemos atribuirles una inteligencia técnica. Esto se ve confirmado en las distintas pautas que se observan entre los chimpancés en materia de utilización de útiles, aunque esta evidencia se utilice muchas veces para demostrar exactamente lo contrario. Parece que, en materia de útiles, los chimpancés poseen determinadas tradiciones culturales[7]. Sólo los chimpancés de los bosques del Tai, en el África oriental, se valen de palos para extraer la médula ósea; los chimpancés de Mahale, Tanzania, no usan útiles para hurgar en los hormigueros, pese a que se nutren de esos insectos. Lo mismo ocurre con los del Tai, que tampoco utilizan útiles para remover hormigueros, aunque sí se alimentan de hormigas A diferencia de los chimpancés de Gombe, los de Mahale y Tai no utilizan útiles para su higiene personal.
Estas diferencias no pueden explicarse sólo por razones genéticas o ecológicas: el uso de útiles entre los chimpancés parece basarse sobre todo en la tradición. Este descubrimiento ha supuesto un espaldarazo para quienes pretenden minimizar las diferencias entre el comportamiento del chimpancé y del humano. Porque parece estar diciendo que los chimpancés son como los humanos: animales con cultura. Pero yo interpreto este descubrimiento de forma bastante diferente. Las tradiciones culturales humanas raramente influyen en el uso de útiles simples diseñados para tareas sencillas, sobre todo cuando incrementan de manera espectacular su eficacia en la tarea a llevar a cabo (como cuando se usan palos para hurgar en un termitero). Todos los grupos humanos utilizan cuchillos, por ejemplo. Las tradiciones culturales humanas influyen por lo general en las distintas formas de realizar la misma tarea, pero no en si esa tarea se realiza o no. Por poner un ejemplo banal, los franceses solían utilizar boinas y los ingleses bombines, pero ambos llevaban sombrero. Las tradiciones chimpancés relativas al uso de útiles parecen fundamentalmente distintas de las tradiciones culturales humanas. El hecho de que los chimpancés del Tai no utilicen palos termiteros se debe seguramente a que ningún individuo de ese grupo ha pensado nunca en hacer una cosa así, o bien lo ha descubierto fortuitamente, o lo ha aprendido de otro chimpancé antes de que ese chimpancé olvidara cómo hacerlo o muriera llevándose con él su gran secreto. Eso no es comportamiento cultural, sino sencillamente dificultad o imposibilidad para pensar cómo fabricar y utilizar objetos físicos Es la carencia de inteligencia técnica.
Esta conclusión se ve reforzada cuando observamos el modelo de aprendizaje en materia de usos artefactuales. Recordemos que la física intuitiva y la inteligencia técnica en la mente humana facilitan un aprendizaje rápido y eficaz del mundo de los objetos. En cambio, si constatáramos el esfuerzo que realizan los chimpancés para aprender las cosas más sencillas relacionadas con la manipulación de objetos, diríamos que sus mentes carecen de ese conocimiento intuitivo. Y eso es precisamente lo que observamos.
Por lo general, tendemos a creer que los chimpancés son alumnos que aprenden muy rápidamente, una especie que ha logrado dominar el arte de la imitación. En este sentido, solemos decir «parece un mono» para decir que sabe «imitar». Pero esto está muy lejos de la verdad: los chimpancés no son en absoluto buenos imitadores de conductas. De hecho, algunos primatólogos afirman que los chimpancés no pueden imitar, que todo lo más centran su atención en determinados objetos y luego aprenden a base de «ensayo y error[8]». Así, si un chimpancé ve que otro introduce un palo en un agujero y se come las termitas adheridas, y luego empieza a hacer algo parecido, no parece tratarse de una imitación, si por imitación entendemos que ha comprendido el objetivo de la acción y los medios para lograrlo. Lo más probable es que su atención estuviera centrada sobre todo en los palos y en los agujeros. Esa es tal vez la razón de que en más de treinta años de observación del uso de útiles por parte de chimpancés no se haya observado ningún avance tecnológico: cada generación de chimpancés parece luchar por alcanzar el nivel técnico de la generación precedente.
Por desgracia faltan estudios sistemáticos que nos permitan saber algo más sobre la adquisición de este tipo de técnicas —para atrapar termitas u hormigas— por parte de los chimpancés, aunque existen varios informes que describen a jóvenes chimpancés mirando a sus madres «jugar» con palos[9]. Pero Christophe y Hedwige Boesch han realizado un estudio detallado de la adquisición de la técnica para cascar nueces que utilizan los chimpancés del Tai[10]. Para ustedes, para mí o para la mayoría de los niños esta técnica es fácil. Se coloca una nuez en una piedra de base o yunque y se la golpea con un percutor. Pero los jóvenes chimpancés parecen tener una enorme dificultad para aprenderla. No llegan a adquirir plenamente esa habilidad antes de la edad adulta y necesitan cuatro años de práctica antes de lograr algún beneficio. Los chimpancés jóvenes parecen dedicar muchísimo tiempo a golpear piedras directamente contra yunques sin haber colocado una nuez entre ambos, o a colocar nueces sobre el yunque pero sin percutor para partirlas.
Con esto resumimos la evidencia existente relativa a la producción y utilización de útiles por parte de los chimpancés. Sus instrumentos son muy simples. Están hechos mediante acciones físicas que son comunes a otros ámbitos de la conducta. Los utilizan para una gama reducida de tareas, y los chimpancés parecen bastante imitados a la hora de pensar en otras formas de utilización. Son lentos a la hora de adoptar los métodos que practican corrientemente los miembros adultos de su grupo. Y ciertamente, este tipo de atributos no constituyen el repertorio que cabría esperar si la mente del chimpancé tuviera una inteligencia técnica dedicada a manipular y a transformar objetos físicos. En cambio, se parecen mucho más a los que se esperan de una inteligencia general —procesos de ensayo y error, por ejemplo, o de aprendizaje asociativo— que no están específicamente diseñados para fabricar o usar útiles.
La utilización de útiles por parte del chimpancé está relacionada fundamentalmente con la obtención de alimento. Así que ahora debemos ocuparnos de esa obtención de alimentos y preguntarnos si la mente chimpancé posee una inteligencia de la historia natural entendida como un conjunto de procesos cognitivos destinados a adquirir y procesar información sobre los recursos, es decir, sobre plantas, animales y materias primas.
Los chimpancés parecen sumamente versados en tomar decisiones relacionadas con la búsqueda de víveres, puesto que realizan desplazamientos dirigidos exclusivamente a determinadas manchas medioambientales provistas de recursos alimentarios. Lo más probable es que ese comportamiento derive de un conocimiento detallado de la distribución espacial de los recursos —un mapa mental continuamente actualizado— y de los ciclos de maduración de muchas plantas. Algunas de las observaciones más detalladas sobre el comportamiento «proveedor*» de los chimpancés se deben a Richard Wrangham[11]. Este científico se dedicó a estudiar los chimpancés de Gombe, Tanzania, para concluir que poseen un conocimiento íntimo de su entorno, que son excelentes botánicos y capaces de distinguir sutiles claves visuales sobre las especies animales o sobre la condición de las plantas. Utilizando estos conocimientos botánicos y un mapa mental, los chimpancés eran capaces de dirigirse directamente a manchas medioambientales de plantas ya maduras.
Pero Wrangham no pudo descubrir ninguna evidencia de que los chimpancés puedan encontrar manchas medioambientales provistas de recursos alimentarios sin tener previo conocimiento de su existencia. Para conseguirlo tendrían que poder desarrollar hipótesis sobre la distribución de alimentos, es decir, hacer un uso complejo y perspicaz de sus conocimientos para construir una nueva idea del mundo, que es uno de los sellos distintivos de una inteligencia especializada. Parece más bien que los chimpancés confían en anotar y recordar suficiente información sobre el medio con ocasión de sus desplazamientos cotidianos.
Se ha podido demostrar la existencia de mapas mentales en chimpancés comprobando formalmente su capacidad para descubrir y recordar el emplazamiento de objetos escondidos en lugares cerrados[12]. Pero el estudio más interesante es el que han llevado a cabo Christophe y Hedwige Boesch sobre el transporte de percutores y frutos secos a yunques en los bosques del Tai, en el África oriental[13]. Tras realizar un seguimiento del traslado de piedras de percusión, tras pesarlas y medir la distancia entre árboles, los Boesch dedujeron que los chimpancés poseen una manera espontánea de medir la distancia entre dos lugares del bosque, una manera tan precisa como las cintas métricas de los Boesch, y que resulta operativa incluso cuando interfieren obstáculos, léase árboles caídos y ríos. Los autores afirman que los chimpancés son capaces de hacer abstracción y comparar distancias entre una serie de lugares asociados, identificar el camino más corto y contar con la influencia del peso del percutor que hay que transportar a la hora de decidir adonde ir. Esta proeza mental resulta aún más impresionante si recordamos que los mapas mentales requieren una actualización continua para dar cuenta no sólo del traslado de percutores, sino también de la actividad de otros chimpancés cascanueces. En efecto, una de las razones de que se produzcan tan pocas decisiones subóptimas se debe a aquellas situaciones en que el chimpancé espera encontrar un percutor en un determinado lugar, pero el percutor ya ha sido trasladado por otros individuos.
Este mapa mental tan bien desarrollado que exhiben los chimpancés del Tai deriva seguramente de la necesidad de explotar recursos irregulares en condiciones de mala visibilidad. Es lo que muchos han propuesto a titulo de explicación general de la evolución de la inteligencia entre los primates[14], antes, evidentemente, de que la inteligencia fuera comparada a una navaja suiza con dispositivos especializados.
Estas observaciones de Wrangham y de los Boesch nos sitúan en una posición un tanto equívoca en cuanto a la posibilidad de un área especializada de inteligencia de la historia natural. Determinados elementos sí parecen estar presentes: el interés y la capacidad para crear una amplia base de datos de historia natural y el procesamiento de esos datos para que las decisiones relativas a la provisión de alimentos sean más eficaces. Pero esto, efectivamente, no es sino memoria rutinaria, y no parece existir un uso creativo o lúcido de esos conocimientos. Recordemos que muchos animales, especialmente los pájaros, construyen mapas mentales sumamente elaborados sobre la distribución de recursos[15]. Necesitamos más evidencia acerca de la interacción de los chimpancés con el mundo natural, y eso es algo que podemos encontrar analizando un tipo de provisión de alimentos bastante más excitante: la caza.
En 1989 los Boesch publicaron un estudio detallado del comportamiento cazador de los chimpancés del Tai. comparándolo con la práctica de la caza entre los chimpancés de Gombe y de Mahale[16]. Los chimpancés del Tai parecen ser unos cazadores sumamente avezados; en más del 50 por 100 de los acontecimientos de caza se hicieron patentes intenciones cazadoras muy claras en el seno del grupo antes de que la presa hubiera sido vista u oída. En cambio, todas las actividades de caza de los chimpancés de Gombe y de Mahale parecen oportunistas.
Los chimpancés del Tai se concentran en un tipo de presa, los monos colobo, mientras que los de Gombc y Mahale cazan sistemáticamente el cerdo salvaje, el pequeño antílope africano y el antílope azul. Esta diferencia se explica sólo en función de la ecología, ya que el joven antílope raramente se encuentra en los bosques del Tai y los cerdos salvajes viven en grupos relativamente grandes y son difíciles de cazar.
En cuanto al éxito en la caza, es considerablemente mayor entre los chimpancés del Tai. Este éxito parece derivar del hecho de que cazan en grupos mayores, donde se da un grado relativamente alto de cooperación. Cuando los chimpancés de Gornbe cazan en grupo tienden a perseguir a la presa en diferentes direcciones, lo que tiende a confundirla. En cambio, los chimpancés del Tai se dispersan para ponerse al abrigo de la presa, y por lo general fuera de la vista unos de otros, pero todos permanecen con la atención centrada en la misma víctima. A medida que la caza progresa, se vuelven a reagrupar una vez han acorralado a su víctima.
¿Por qué los chimpancés del Tai muestran un mayor grado de intencionalidad y de cooperación en su actividad cazadora? Los Boesch dicen que responde al reto que supone cazar en un bosque muy denso donde la visibilidad no supera los 20 metros. Pero existe una alternativa a este razonamiento. En los bosques del Tai los chimpancés cazadores dependen de claves acústicas para localizar a su presa. Los Boesch citan varios ejemplos de cómo un grupo de caza cambia de dirección cuando oye los gruñidos de los cerdos salvajes del bosque. En medios más abiertos, como en Gombe y en Mahale, un chimpancé habrá de confiar tanto o más en las claves visuales, como es la vista del animal y las huellas que deja en tierra. Pero las claves visuales pueden ser en sí mismas más difíciles de descifrar para un chimpancé. Es precisamente el caso de los monos vervet del sur de África, que parecen incapaces de reconocer el peligro que acecha cuando ven señales que delatan la proximidad de sus depredadores, como es el rastro de una serpiente pitón o el de un animal recién muerto por un leopardo[17]. Dado que los chimpancés se muestran también bastante deficientes a la hora de extraer consecuencias de las claves visuales —como parece ser el caso[18]—, entonces la caza en medios relativamente abiertos puede resultar más difícil en los medios donde predominan las claves acústicas.
Mi sospecha de que la caza que practican los chimpancés del Tai puede parecer más compleja de lo que es en realidad se ha visto algo reforzada gracias a una curiosa anécdota que aparece mencionada en la obra de los Boesch. Describen un incidente entre un grupo de chimpancés pequeños y jóvenes que habían cazado un antílope joven y estaban jugando con él. Una hembra adulta se unió al juego, y la contundencia del «juego» acabó matando al animal. Pero durante toda la sesión lúdica ningún macho adulto mostró el menor interés y los restos del animal fueron abandonados sin más. Esta conducta parece un tanto extraña dada la excitación que suelen exhibir los machos cuando matan a un pequeño mono colobo. Sería muy difícil imaginar a un cazador humano desaprovechando una oportunidad así; no es la clase de comportamiento que cabría esperar si hubiera estado presente un área especializada de inteligencia de la historia natural.
En resumen, la base cognitiva para la interacción del chimpancé con el mundo natural es difícil de determinar. Por un lado, está la adquisición de gran cantidad de información y su procesamiento para tomar decisiones eficaces en materia de provisión y búsqueda de alimentos. Por otro, parece haber una clara ausencia de un uso creativo de esos conocimientos; el comportamiento proveedor parece mostrar un grado considerable de inflexibilidad. Y es sumamente dudoso que los chimpancés sean buenos lectores de la masa de claves visuales disponibles en el entorno. La conclusión más razonable sería atribuir a la mente del chimpancé una microárea que le permite construir mapas mentales, pero no una inteligencia de la historia natural plenamente desarrollada.
Volvamos ahora a la base cognitiva de la interacción social. En 1988 se publicó una importante antología de textos con el título Machiavellian Intelligence: Social Expertise and the Evolucion of Intellect in Monkeys, Apes and Humans[19]. Editado por Dick Byrne y Andrew Whiten, algunos de los textos ya habían sido publicados originalmente treinta años antes. Todas eran contribuciones favorables a la tesis central, según la cual habría algo muy especial en los procesos cognitivos que se utilizan para la interacción social. Estos procesos posibilitan la conducta social que es, en su esencia, más compleja que cualquier otro ámbito de actividad. En efecto, los autores sostienen que los simios poseen un área separada de inteligencia social, constituida por todo un conjunto de módulos mentales. El término maquiavélico parecía especialmente oportuno, ya que la astucia, el engaño y la construcción de alianzas y lazos de amistad son omnipresentes en la vida social de muchos primates.
Uno de los artículos más influyentes reeditado en ese volumen trataba sobre «la función social del intelecto», y lo firmaba Nicholas Humphrey, autor que ya he mencionado en el capítulo 3. Allí se exponían los problemas que plantea a los primates la vida en grupo y la necesidad de procesos cognitivos especializados para competir con éxito en el medio social. Basándose en estos argumentos, Byrne y Whiten describieron la intrincada red social en la que viven los chimpancés y otros muchos primates. Estos animales tienen que
sopesar una variada gama de opciones competitivas y cooperativas. Los individuos compiten no sólo por compañeros sexuales, sino también (por ejemplo) por recursos alimentarios, un lugar para dormir, su ubicación en el grupo (que puede condicionar su acceso a los alimentos y también sus posibilidades de eludir a los depredadores), compiten por determinados aliados, por compañeros de juego y de espulgo y por el acceso a las crías, y pueden cooperar unos con otros no sólo en materia de apareamiento, sino (por ejemplo) de aseo/espulgo mutuo y de apoyo en los enfrentamientos[20].
Parece mucho más difícil que arrancar unas cuantas hojas de una rama para producir un palo termitero o construir un mapa mental de la distribución de las plantas.
Uno de los mejores relatos de este intrincado tejido social en que viven los chimpancés es la estupenda descripción que hace Franz de Waal de las astucias que pudo observar en el seno de una colonia del zoológico de Burgers, en Arnhem[21]. Explica una historia de ambición, de manipulación social, de privilegios sexuales y de poder que avergonzaría a más de un aspirante a político, y todo ello protagonizado por chimpancés (de mente maquiavélica). De Waal describe, por ejemplo, una lucha de poder que duró dos meses entre los dos machos de más edad, Yeroen y Luit. La historia empieza con Yeroen como macho dominante y se desarrolla a través de una serie de choques agresivos, de fanfarronadas y de gestos de reconciliación hasta el aislamiento social y posterior destronamiento de Yeroen. Para ello, Luit fue cimentando meticulosamente el apoyo de las hembras del grupo, que inicialmente apoyaban a Yeroen. Cuando Yeroen estaba presente, Luit ignoraba a las hembras; pero cuando Yeroen no estaba a la vista les dedicaba atenciones y jugaba con sus crías. Y antes de cada despliegue de intimidación contra Yeroen, Luit intercambiaba sistemáticamente mimos y atenciones con cada hembra, una tras otra, como para estimular su apoyo. El futuro éxito de Luit dependía de una coalición con otro macho, Nikkie. Durante los conflictos con Yeroen, Luit confiaba en Nikkie para repeler a quienes apoyaban a Yeroen, las hembras. Nikkie tenía mucho que ganar con ello. Su estatus inicial en el grupo había sido muy bajo, e ignorado por las hembras, pero una vez Luit fue líder, se convirtió en el segundo de a bordo en la jerarquía, por encima de las hembras y del propio Yeroen. Cuando esta situación fue un hecho, las actitudes sociales de Luit cambiaron. En lugar de ser una fuente de conflictos, se convirtió en el campeón de la paz y la estabilidad. En una ocasión en que las hembras luchaban entre sí, atajó la pelea sin tomar partido y pegó a cuantas continuaron peleando. En otras ocasiones Luit impidió la escalada del conflicto en el grupo dando su apoyo al participante más débil de la pelea. Ahuyentaba a Nikkie, por ejemplo, cuando Nikkie atacaba a Amber, una de las hembras. Tras unos meses como macho dominante, Luit fue a su vez «depuesto» por Nikkie. Y ello sólo gracias a una poderosa coalición nada menos que con Yeroen.
Los dos elementos centrales de la inteligencia social son la posesión de un amplio conocimiento social sobre otros individuos, con el fin de saber quiénes son los amigos y aliados, y la capacidad de inferir los estados mentales de esos individuos. Cuando vemos que algunos chimpancés se dedican a engañar a otros, podemos estar seguros de que ambos trabajan juntos sin roces. Dick Byrne y Andrew Whiten han ofrecido muchos ejemplos de engaño entre antropomorfos[22], pero citamos sólo los tres siguientes. Se ha visto a gorilas hembras tramando meticulosamente situaciones donde ellas y un joven macho se separan del grueso del grupo, sobre todo del macho dominante, y luego copulan, reprimiendo los gemidos y gritos que normalmente acompañan a este tipo de actos. Los chimpancés machos son igual de astutos. Se ha observado que cuando cortejan a las hembras en presencia de un competidor de mayor rango, colocan una mano sobre su pene erecto para que sea visible para la hembra pero permanezca fuera del campo de visión del otro macho. El engaño se utiliza tanto para robar comida como para robar sexo. Otro incidente que Byrne y Whiten relatan es aquel en que un individuo de alto rango abandona un área donde otro individuo había ido escondiendo diversos alimentos. Se marchó como si no sospechara nada, pero luego se puso a mirar a hurtadillas detrás de un árbol hasta que la comida quedó a la vista. Y entonces la robó.
David Premack, mediante experimentos de laboratorio, ha explorado la naturaleza de la «teoría de la mente» de los chimpancés[23]. En uno de los experimentos, a un chimpancé hembra llamada Sarah se le había dado el control del botón que abría la puerta del armario donde se colocaba la comida y que, una vez abierta, permitía que una de sus cuidadoras alcanzara la comida. Detrás de la puerta el armario estaba dividido en dos mitades, una donde se almacenaban los ítems de comida buenos, como galletas y dulces, y la otra con malos productos, como serpientes de goma e incluso un vaso de heces, ante el cual la cuidadora había gesticulado para darle a entender a Sarah su profundo asco. En el experimento, la cuidadora entraba en la habitación y Sarah pulsaba el botón que abría la puerta del armario para que la cuidadora pudiera acceder al lado que contenía los productos buenos Esto se repitió varias veces. Luego se dejó que Sarah observara a un «intruso», un humano desconocido para ella, que abría de par en par el armario y cambiaba la ubicación de los productos buenos y malos. Cuando la cuidadora entró de nuevo. Sarah estaba al corriente del cambio, y tendría que haber sabido que la cuidadora no lo estaba. Si se abría la puerta del armario, la cuidadora pondría la mano en el lugar equivocado. Pero Sarah pulsó el botón como de costumbre.
Premack se basa en este experimento para demostrar que la teoría de la mente del chimpancé es bastante menos sofisticada que la de los humanos. Porque Sarah parecía incapaz de retener en la mente ni una representación de su propio conocimiento, ni de la cuidadora, que era distinta que la suya. Premack afirma que atribuir a otro individuo un conocimiento que es diferente del de uno está más allá de las capacidades mentales de un chimpancé. Pero ¿no es eso precisamente lo que los chimpancés hacen cuando engañan? El chimpancé «malo» con el pene erecto es perfectamente capaz de representarse su propio conocimiento, el conocimiento del macho dominante y el de la hembra. Sospecho que la razón de que Sarah pareciera incapaz de hacer lo que se esperaba de ella fue porque su cuidadora no era otro chimpancé. Leer las mentes de otros chimpancés puede ser difícil pero posible, pero cruzar las fronteras de la especie y leer el estado mental de un humano puede resultar sencillamente imposible para los chimpancés.
Esto nos devuelve a la idea —analizada en el capítulo 3— de que el módulo de la teoría de la mente en el área de la inteligencia social pudo haber evolucionado para facilitar la interacción con otros miembros del grupo social al que uno pertenece. La esencia de una teoría de la mente es que permite a un individuo predecir el comportamiento de otro. La vida social trata de construir y verificar hipótesis, algo muy distinto a la toma de decisiones sobre búsqueda y provisión de alimentos de los chimpancés, que es simple memoria rutinaria. Nicholas Humphrey afirma que esta es la función biológica de la consciencia[24]. En efecto, exploramos nuestra propia mente y la usamos como modelo para hurgar en la mente de otro individuo. Reflexionamos sobre cómo nos sentiríamos y nos comportaríamos en un determinado contexto y suponemos que otro individuo haría lo mismo. Se trata de un argumento muy poderoso en favor de la evolución de la consciencia reflexiva: es elegante, es de sentido común y se adecúa a todo lo que sabemos sobre la evolución. Me persuade de que los chimpancés tienen una autoconsciencia de sus propias mentes. Pero si Humphrey está en lo cierto, esta autoconsciencia sólo debería referirse a pensamientos sobre interacción social. Si la consciencia es un dispositivo para predecir el comportamiento de otros, no hay razón, en términos de evolución, que explique por qué los chimpancés tienen que tener una autoconsciencia de sus (limitados) pensamientos sobre fabricar útiles o buscar alimentos. Con lodo, nuestra propia autoconsciencia parece abarcar pensamientos sobre todos nuestros ámbitos de actividad. A medida que esta prehistoria de la mente se vaya revelando, veremos que la extensión de la autoconsciencia desempeña un papel decisivo en la creación de la mente moderna.
Nuestra próxima tarea consiste en conocer las experiencias de los potenciales doctores Doolittle, es decir, de aquellos que han intentado hablar con los animales.
Los chimpancés no pueden hablar con nosotros porque no tienen el aparato vocal para ello. Pero ¿tienen la base cognitiva para el lenguaje? Si pudiéramos conectar a un chimpancé a un par de cuerdas vocales ¿tendrían algo que decir? Bueno, esto no se puede hacer, pero lo que más se aproxima es enseñar a chimpancés a utilizar el lenguaje por signos.
En los años sesenta. Beatrice Gardner y su marido y compañero de investigación Alien Gardner entrenaron a un chimpancé llamado Washoe a usar el lenguaje por signos[25]. Washoe vivía en una caravana al lado de su casa y siempre que se encontraban en su presencia se comunicaban con él y entre ellos mediante signos. Washoe aprendió a responder con signos. En el lapso de tres años había adquirido al menos 85 signos y podía mantener una «conversación» con humanos y pedir cosas. «Gimme tickle, gimme, gimme tickle» (hazme cosquillas, hazme, hazme cosquillas) no es la solicitud más profunda y articulada posible, aunque sí una de las más sinceras. La frase más aclamada de Washoe durante el tiempo en que fue la estrella del mundo chimpancé la pronunció al ver un cisne y gesticuló «agua» y luego «pájaro» en rápida sucesión. Un cisne es, en efecto, un pájaro de agua.
En la misma década, David Premack se embarcó en una serie de experimentos lingüísticos con Sarah, a la que acabamos de conocer hace un momento[26]. Premack se sirvió de unas fichas de plástico de distintos colores y formas, cada una representada por un objeto diferente. Decía que, al utilizarlos, podía verse que Sarah entendía conceptos abstractos tales como «igual», «diferente», «color de» y «nombre de».
A principios de los años setenta, Duane Rumbaugh y Sue Savage-Rumbaugh iniciaron un programa de investigación a largo plazo en el Centro Yerkes de Investigación del Lenguaje en los Estados Unidos[27]. Utilizaron los símbolos de un teclado de ordenador para representar palabras. Dijeron poder demostrar que los chimpancés eran capaces de clasificar objetos según tipos semánticos, tales como «fruta» o «útil». Pero lo más importante es su afirmación de que sus experimentos demostraban una correspondencia entre lo que los chimpancés querían decir y lo que realmente decían. La utilización de símbolos por parte de los chimpancés, dijeron, no era simplemente una serie de trucos o rutinas condicionadas, sino que implicaba una comprensión del significado de las expresiones de forma muy similar a la de los humanos.
La validez de estos experimentos y resultados no dejó de ser cuestionada. En la Universidad de Columbia, Herbert Terrace llevó a cabo un estudio de la capacidad «lingüística» de un chimpancé llamado Nim Chimpsky[28] y concluía diciendo que las afirmaciones de los Gardner, Premack y Rumbaugh eran falsas. Decía que todos ellos habían exagerado negligentemente las capacidades lingüísticas de sus chimpancés al adoptar una metodología deficiente que no excluía el aprendizaje asociativo ni la posibilidad de signos fortuitos. En su deseo de descubrir evidencia de una capacidad lingüística, los académicos habían sobreinterpretado sus datos; todo gesto susceptible de aparecer como un signo plausible había sido registrado como tal. ¿Era, pues, el «pájaro de agua» de Washoe tan sólo una asociación fortuita de dos palabras que casualmente creaban una combinación con sentido en el contexto en que fueron emitidas?
En 1979 Terrace y sus colegas publicaron un artículo académico que planteaba la cuestión de si un antropomorfo podía crear una frase. Y su respuesta fue simple: No. En una serie de artículos académicos de principios de los años noventa, Sue Savage-Rumbaugh y sus colegas han dado la respuesta contraria. Sí, dicen, los chimpancés pueden crear frases. O al menos sí puede la nueva estrella del mundo chimpancé. Se trata de un chimpancé pigmeo o bonobo conocido con el nombre de Kanzi[29].
A Kanzi no se le enseñó formalmente a utilizar símbolos como se había hecho con los anteriores. Simplemente se le estimuló a usarlos situándolo en un entorno de aprendizaje que tenía el máximo de semejanzas posibles con una situación natural. Por consiguiente, Kanzi y sus hermanos fueron educados y criados en un bosque de 20 ha y gran parte de la comunicación entre ellos tenía que ver con actividades típicas de chimpancés, como por ejemplo buscar comida.
El proceso de aprendizaje de Kanzi se basaba en comprender una palabra hablada y su referente, y luego aprender el símbolo correspondiente en un teclado de ordenador. A los seis años Kanzi podía identificar 150 símbolos distintos al oír la palabra respectiva. También podía entender el significado de las frases cuando se conjugaban palabras distintas para componer nuevas demandas que no conocía. A la edad de ocho años, se comparó formalmente la capacidad lingüística de Kanzi con la de una niña de dos años llamada Alia. Era la hija de una de las cuidadoras de Kanzi y había crecido en un entorno similar. Sus respectivas capacidades lingüísticas parecían muy similares.
Sue Savage-Rumbaugh y sus colegas han destacado con fuerza la supuesta capacidad de Kanzi para usar reglas gramaticales. Parecía adoptar algunas de las reglas gramaticales que utilizaban sus cuidadores. Por ejemplo, parecía existir un orden progresivo de palabras en frases de dos palabras lejos de una combinación fortuita según el orden utilizado en inglés, donde el verbo precede al complemento. De modo que Kanzi se mostraba más inclinado a decir «morder pelota» y «esconder cacahuete» y menos propenso a decir «pelota morder» y «cacahuete esconder».
Afirman asimismo que Kanzi ha «inventado» sus propias reglas gramaticales. Por ejemplo, Kanzi hace con frecuencia combinaciones de dos palabras que implican acción. Un análisis estadístico de estas expresiones demostró que determinadas palabras, como por ejemplo «perseguir», «hacer cosquillas» y «esconder» aparecían frecuentemente en primera posición, mientras que otras palabras tendían a aparecer en segunda posición, como «bofetón» y «morder». Savage-Rumbaugh y sus colegas dijeron que ese orden reflejaba la secuencia en que se suceden los eventos: la primera palabra tiende a ser una invitación al juego, mientras que la segunda describe el contenido del juego que viene a continuación. En tales casos, Kanzi combinaba palabras con reglas gramaticales. Creaba frases.
Pero no eran frases demasiado buenas. De hecho eran horribles, las comparemos con las de William Shakespeare o con las de un niño de tres años. Savage-Rumbaugh y sus colegas reconocieron que la gama del vocabulario de Kanzi y su uso de reglas gramaticales no eran tan avanzadas como las de un niño de tres años. El lingüista Steven Pinker señala esta diferencia[30]. A la edad de tres años, un niño suele unir diez palabras seguidas utilizando reglas gramaticales complejas. A los seis años, el niño tiene un vocabulario de unas 13 000 palabras. Los niños pequeños no cesan de hacer comentarios sobre el mundo que les rodea y sobre lo que los demás dicen. Prácticamente la totalidad de las expresiones de Kanzi son peticiones de cosas; sus comentarios sobre el mundo son sumamente raros.
En efecto, toda la pauta de adquisición del lenguaje es tan radicalmente diferente entre los antropomorfos y los humanos que es difícil imaginar cómo se ha podido creer alguna vez que el lenguaje de un antropomorfo fuera algo más que una débil analogía del lenguaje humano. El canto de los pájaros parece presentar una analogía mucho más consistente. Como describiera hace tiempo el biólogo Peter Marler, hay varios puntos importantes de semejanza entre la forma en que los niños adquieren el lenguaje y la de los pájaros jóvenes que aprenden a cantar[31]. Ambos aprenden la pauta correcta de vocalización de los adultos. Ambos tienen un periodo crítico durante el cual el aprendizaje del lenguaje/trino resulta difícil. El «subtrino» de los pájaros jóvenes parece análogo al balbuceo de los niños pequeños. También existe semejanza en las estructuras cerebrales que permiten aprender el lenguaje/trino. Tanto en los pájaros como en los humanos estas estructuras se encuentran en el córtex cerebral, mientras que entre los primates no humanos son otras partes del cerebro las que controlan las voces inarticuladas[32].
Las semejanzas entre la adquisición del lenguaje por parte de los niños y el aprendizaje del canto por parte de los pájaros jóvenes son tan asombrosas como sus diferencias respecto de la adquisición del «lenguaje» por parte de los chimpancés. El canto desempeña un papel mucho más importante en la vida de los pájaros que las voces inarticuladas en la vida de los primates no humanos; posiblemente sea tan importante como el papel del lenguaje entre los humanos. De modo que tal vez cabría esperar que tanto los pájaros como los humanos tengan procesos cognitivos especializados diseñados para la rápida adquisición de trino/lenguaje complejos, rasgos que pueden estar menos desarrollados, tal vez incluso ausentes, entre los primates no humanos. La evolución convergente ha significado que estos módulos de trinos de pájaro y de lenguaje humano sean profundamente análogos. Por eso no resulta del todo sorprendente que el mayor lingüista no humano no sea un antropomorfo, sino un papagayo africano llamado Alex[33].
La descripción que hace Steven Pinker de la lingüística de los chimpancés, a la que considera como «actos animales altamente entrenados» puede ser un poco severa. Pero, a raíz de estos experimentos de adquisición de lenguaje, no parece que estemos en presencia del despliegue de una capacidad lingüística latente, atrapada en las mentes de los animales debido a la ausencia de cuerdas vocales. Todo cuanto vemos son chimpancés listos que utilizan aspectos de la inteligencia general, como es el aprendizaje asociativo, para comprender los vínculos que existen entre un conjunto de signos y sus referentes, y cómo combinar esos signos para conseguir una recompensa. Y un chimpancé, utilizando una regla de aprendizaje general para el lenguaje, sólo puede llegar a ese punto si aprende vocabulario y gramática: y esa distancia es parecida al «lenguaje» de un niño humano de dos años. Y recordemos, tal como mencionábamos en el capítulo anterior, que hasta la edad de dos años los niños humanos pueden estar utilizando reglas generales de aprendizaje para el lenguaje; la explosión del lenguaje sólo tiene lugar después de esa edad, cuando empiezan a operar los módulos especializados del lenguaje. Pero eso no ocurre en la mente del chimpancé. No posee inteligencia lingüística.
Hemos intentado establecer los procesos cognitivos que están detrás del uso de útiles, de la búsqueda de alimentos, del comportamiento social y de la adquisición de «lenguaje» por parte de los chimpancés. ¿Cómo está configurado el diseño arquitectónico de la mente del chimpancé?
Parece presentar tres características fundamentales (véase la figura 4). La primera es una inteligencia general, que incluye módulos para el aprendizaje asociativo y mediante ensayo y error. Opera en una amplia gama de tareas: tomar decisiones en materia de búsqueda y provisión de alimentos, aprender a utilizar útiles, comprender significados simbólicos. No habría que minimizar la importancia de esta inteligencia general: los chimpancés son sin lugar a dudas unos animales listos. En segundo lugar, existe un área especializada de inteligencia social, que permite que la interacción del chimpancé con el mundo social presente un nivel de complejidad mayor que su interacción con el mundo no social, y que incluye aspectos como la formulación de hipótesis, algo que de toda evidencia está ausente en la búsqueda y provisión de alimentos y en el uso de útiles. En tercer lugar, habría un pequeño grupo de módulos mentales responsables de la elaboración de amplias bases de datos mentales relativos a la distribución de recursos, es decir, una incipiente inteligencia de historia natural.
4. La mente del chimpancé.
Estas características que se proponen para la arquitectura mental de los chimpancés se han podido identificar observando los comportamientos técnico, proveedor, lingüístico y social, independientes y aislados unos de otros. Y pueden verse reforzadas si analizamos las zonas interfaciales entre esos cuatro comportamientos.
Examinemos el interfaz entre la producción de útiles y la búsqueda y provisión de alimentos. Parece tan fluido que resulta imposible diferenciar ambas actividades. Los chimpancés del Tai parecen expertos a la hora de elegir percutores de piedra con el peso adecuado para partir el fruto seco concreto que han recogido[34]. También fabrican palos de un tamaño preciso para la tarea que tienen entre manos: los hacen pequeños para extraer el tuétano de los huesos y el contenido de las nueces, y más largos y delgados para llegar a la miel y para introducirlos en los hormigueros[35]. Los chimpancés de Gombe seleccionan tallos y hierbas largas de un determinado tamaño para hurgar el fondo de los termiteros y los cortan con los dientes para optimizar su longitud o remozar la consistencia de las puntas. Bill McGrew relata que Kate, un chimpancé hembra rehabilitado en Gambia, usaba cuatro útiles sucesivos para llegar hasta la miel de un panal construido dentro de un árbol hueco[36]. Al parecer, Kate había elegido minuciosamente cada útil para cada una de las fases de su delicada tarea.
En general, los chimpancés parecen muy bien dotados para hacer y elegir los útiles precisos para la tarea que deben realizar. Esto es al menos lo que cabe esperar si en la fabricación de útiles y la búsqueda de alimentos utilizan los mismos procesos mentales, la inteligencia general.
Ahora bien, si analizamos el interfaz entre el comportamiento social y el comportamiento técnico (producción de útiles), parece todo lo contrario: parece caracterizarse por la ineptitud y por lo que podrían considerarse oportunidades fallidas. Consideremos las interacciones sociales que afloran entre madres e hijos en el uso de percutores y de yunques para partir frutos secos en el bosque del Tai[37]. Es normal que las madres ayuden a sus hijos más pequeños a adquirir esa habilidad, dado el valor nutritivo de esos frutos y la dificultad para romperlos. A veces colocan el percutor encima del yunque, o algunos frutos secos junto al yunque. Además, al parecer se ha podido observar un aprendizaje activo. Los Boesch citan dos ejemplos de madres que, ante las dificultades de sus hijos para partir las nueces, hicieron una demostración de cómo resolver el problema. En uno de los casos, la madre mostró cómo colocar correctamente la nuez encima del yunque, y en el segundo caso enseñó a su pequeño cómo había que agarrar la piedra de percusión, e inmediatamente el pequeño pareció asirla con relativo éxito.
Pero lo extraño es la escasísima frecuencia de ese aprendizaje activo, e incluso del estímulo pasivo. Los dos ejemplos que citan los Boesch representan menos del 0,2 por 100 de casi mil intervenciones maternas en contextos similares observados a lo largo de 4137 minutos. ¿Por qué no es más frecuente? El tiempo y el esfuerzo que los pequeños invierten en romper los frutos es considerable, como lo es el beneficio nutritivo que se logra si se tiene éxito. Tenemos evidencia de que los chimpancés son capaces de imaginar lo que puede estar pasando por la mente de otro chimpancé, así que ¿no tendría que ser capaz una madre de valorar los problemas que tienen sus pequeños cuando intentan usar útiles? Desde el punto de vista de la evolución, tendría sentido que las madres suministraran a sus hijos mayor instrucción. Pero no lo hacen. Parece una oportunidad desaprovechada. Y parece que esa capacidad para imaginar los pensamientos de otros no incluye los pensamientos técnicos, es decir, relativos a la fabricación de útiles, sino que se limita exclusivamente a los del área social.
Los chimpancés tampoco utilizan la cultura material en sus estrategias sociales. Hemos visto que su carácter es maquiavélico: engaño, astucia, ambición son moneda corriente. Parece que los chimpancés se valen de cualquier medio para conseguir ventajas sociales, pero en realidad no es así. Porque no emplean la cultura material con este fin. Nunca se ha visto a un chimpancé llevando o utilizando ítems materiales para transmitir mensajes sociales sobre su estatus y sobre sus aspiraciones. Imaginemos qué pasaría si nuestros políticos actuaran con el mismo autocontrol en sus alardes competitivos: sin trajes a rayas ni corbatas de colegios caros. La cultura material es decisiva para las maquiavélicas bufonadas sociales de los humanos modernos, pero aunque parezca extraño está ausente de la vida social de los chimpancés. Si el estatus social es tan importante para ellos, ¿por qué no usar instrumentos para afirmarlo? ¿Por qué no exhibir la cabeza del pequeño mono que se ha matado, o utilizar hojas para exagerar el tamaño del propio tórax? La incapacidad de los chimpancés para actuar de esta manera parece otra oportunidad fallida en esta extraña zona interfacial entre el comportamiento social y el comportamiento técnico.
Es como si hubiera una pared de ladrillos entre el comportamiento social y el comportamiento técnico: la relación entre ambos carece de la fluidez que sí se da entre este último y el comportamiento proveedor. Esa pared estaría ahí porque los procesos cognitivos que utilizan los chimpancés para interactuar con objetos físicos (inteligencia general) son radicalmente distintos de los que utilizan para la interacción social (inteligencia social). En pocas palabras, parecen ser incapaces de integrar sus pensamientos técnicos y sus pensamientos de interacción social. Puede que sean capaces de leer sus respectivas mentes, pero no cuando una mente está «pensando» el uso artefactual. Sospecho que esto se debe a que no tienen consciencia mental de su propio conocimiento y cognición sobre la fabricación y uso de útiles. Son conocimientos que no forman parte de su autoconsciencia.
La existencia de esta pared entre inteligencia general e inteligencia social no significa que no haya relación entre el comportamiento social y el comportamiento técnico. Está claro que lo hay, porque las pautas del comportamiento social suministran los medios para que el conocimiento técnico se conserve en el seno del grupo. Como han observado los Boesch, tal vez no sea mera coincidencia el que los chimpancés del Tai presenten las pautas técnicas más complejas y también el mayor grado de complejidad social entre los grupos chimpancés[38]. El hecho de que madres e hijos compartan la comida puede ser esencial para que los pequeños puedan invertir más tiempo y energía en aprender la técnica de partir nueces. La intensidad de la vida social en el seno de los grupos chimpancés es asimismo esencial para mantener las tradiciones relativas al uso de los útiles, que requieren observación constante por parte de otros individuos, proporcionando así oportunidades «gratuitas» llamadas a estimular la utilización de útiles. El elemento que debe retenerse es que la frecuencia relativamente mayor del uso de útiles que se observa entre los chimpancés que viven en grupos socialmente más complejos es simplemente un reflejo pasivo de esa misma complejidad social; los útiles no desempeñan un papel activo en las estrategias sociales.
Sospecho que se da la misma relación entre el comportamiento social y el comportamiento proveedor, sobre todo por lo que a las pautas de caza se refiere. Existen indudablemente «tradiciones» relativas a la explotación animal que no parecen tener una explicación ecológica. Existen algunas preferencias culinarias ciertamente curiosas: «Los chimpancés del Tai dejan el cuarto trasero o la caja torácica para el final, siempre comparten el cerebro, y siempre se tragan sus fajos de hojas. En cambio, los chimpancés de Gombe se guardan el cerebro, que casi nunca comparten, para el final, escupen las hojas, chupan la sangre de su presa, y se comen con deleite el contenido fecal del intestino grueso[39]». Las diferencias en materia de matanza son interesantes: los chimpancés del Tai suelen matar a su presa destripándola, mientras que los de Gombe machacan la cabeza de su presa contra troncos de árbol o rocas, o desgarran los miembros. Como ocurre con los útiles, estas tradiciones parecen desempeñar un rol pasivo en la interacción social; no tienen nada que ver con las tradiciones culinarias o de matanza entre los grupos humanos, que sí desempeñan un papel activo en la definición de la identidad social.
En general, la explotación de recursos no parece tener implicaciones sociales directas. El reparto de la comida entre los chimpancés tiene más de robo tolerado que de ocasión para crear obligaciones sociales entre los individuos, como ocurre entre los humanos. Incluso entre los chimpancés del Tai, el reparto de los alimentos es fundamentalmente un reflejo pasivo de la estructura social, y no un medio activo de relación social. La aparente eficacia cazadora de los chimpancés del Tai no es consecuencia de una inteligencia de la historia natural, sino del gran tamaño del grupo, de la práctica generalizada entre madres e hijos de compartir alimentos y juegos, y de la abundancia de claves acústicas.
Otras evidencias en favor de la arquitectura mental que se propone para los chimpancés se basan en las observaciones realizadas durante su captura y en cautividad, cuando empiezan a recibir la influencia de seres humanos socialmente complejos, técnicamente expertos y con talento lingüístico. No se aprecia ningún cambio fundamental en la complejidad del comportamiento social del chimpancé. Las estrategias sociales que adoptan en cautividad son esencialmente las mismas que en estado salvaje. En cambio, si observamos su capacidad para fabricar y usar útiles, resulta que puede llegar a ser sumamente elaborada, y aprenden incluso a extraer lascas de nódulos de piedra. En efecto, muchos primates, si reciben los estímulos adecuados, consiguen manejar útiles con destreza en cautividad. Y lo mismo pasa con las «capacidades lingüísticas» de los chimpancés: emerge repentinamente una capacidad para utilizar símbolos. Ahora recordemos que en los dos capítulos anteriores sosteníamos que una de las características fundamentales de una inteligencia especializada basada en el conocimiento intuitivo es que basta un mínimo estímulo del entorno social y natural para que esas capacidades se desarrollen. Si los chimpancés tuvieran una «inteligencia técnica», cabría prever que su manejo de útiles en laboratorio fuera algo mejor que en estado salvaje; por otro lado, si son solamente chimpancés listos, es decir, si poseen una inteligencia general, cuanto más estímulos y aliento reciban, tanto mejor utilizarán los útiles y el lenguaje. Y esto es precisamente lo que se observa. La conducta social ya se ha construido sobre una base de procesos cognitivos especializados, y una interacción social más intensa en cautividad no influye de forma relevante en ella.
Ahora resumiré los elementos fundamentales de este capítulo. Nos proponíamos interpretar la acción del primer acto de nuestra prehistoria, pero el teatro estaba en penumbra y nuestro actor ausente. Para compensar esta situación, hemos analizado el comportamiento de los chimpancés, y hemos partido del supuesto de que la arquitectura de la mente del chimpancé es parecida a la del antepasado común de hace 6 millones de años.
Hemos visto que los chimpancés producen y usan útiles, aprenden a utilizar símbolos en el laboratorio, van a buscar alimentos y provisiones y se implican en estrategias sociales complejas. Interpretamos este comportamiento diciendo que la mente del chimpancé tiene una gran inteligencia general, un área especializada de inteligencia social, y varios módulos mentales que utiliza para crear una vasta base de datos sobre la distribución de los recursos. Si retomamos la analogía de la mente-catedral y la propuesta de nuestra historia arquitectónica de la mente, se puede sugerir que la mente de aquel antepasado de hace 6 millones de años está en el interfaz entre la fase 1 y la fase 2. Ahora sabemos que las capillas no se construyeron simultáneamente, y que la primera en erigirse fue la capilla de la inteligencia social.
¿Cuándo apareció por vez primera un área de inteligencia social en la mente de los primates? Antes de contestar a esta pregunta tendremos que ocuparnos de otro antepasado común, nuestro, de los chimpancés y de los simios no antropomorfos. Parece que este antepasado común vivió hace unos 35 millones de años y seguramente poseía una mente similar a la de los monos actuales[40].
Los muchos años que dedicaron Robert Seyfarth y Dorothy Cheney a experimentos y observaciones de campo para «mirar dentro» de la mente de los simios no antropomorfos aparecen publicados en su libro de 1990 How Monkeys See the World. Descubrieron una inteligencia general relativamente menos desarrollada que la que nosotros hemos encontrado en la mente del chimpancé; una inteligencia que no permitía a los monos en estado salvaje manejar útiles, pero sí aprender a utilizarlos en laboratorio si eran convenientemente estimulados. Cheney y Seyfarth también descubrieron evidencia en favor de un área especializada de inteligencia social en la mente del simio no antropomorfo, que, como en la del chimpancé, estaba separada e incomunicada de la inteligencia general. Los simios no antropomorfos parecen ser capaces de resolver los problemas del mundo social con mucha mayor eficacia que los problemas del mundo no social, incluso cuando esos problemas parecen ser esencialmente los mismos. Por ejemplo, pueden identificar el rango social de sus congéneres, pero no pueden identificar el orden de las distintas cantidades de agua contenidas en una serie de recipientes. Poseen hambre de conocimiento social, pero muestran indiferencia hacia el conocimiento del mundo no social[41]. Pero la inteligencia social de los simios no antropomorfos parece menos compleja y potente que la de los chimpancés. Los simios no antropomorfos parecen incapaces de saber o de deducir lo que piensan otros monos, ni siquiera saber si piensan: no poseen un módulo para una teoría de la mente. Y si colocamos a un simio no antropomorfo delante del espejo, se enojará con el otro simio no antropomorfo que ha entrado de repente en la habitación: al revés que los chimpancés y los gorilas, no pueden reconocerse a sí mismos ni tienen un concepto de sí mismos[42].
Ahora analicemos otro antepasado común. Nos aventuraremos aún más atrás en el tiempo para observar el antepasado común de humanos, simios no antropomorfos y lémures. Este antepasado común vivió hace al menos 55 millones de años, y probablemente su mente era muy parecida a la de los modernos lémures. Dick Byrne y Andrew Whiten dicen que esa mente posee una inteligencia general, aunque carece de procesos cognitivos especializados para el comportamiento social[43]. La interacción de los lémures con su mundo social no parece ser más compleja que la que desarrollan con el mundo no social.
En resumen: un área especializada de inteligencia social apareció por primera vez en el curso de la evolución humana con posterioridad a hace 55 millones de años, y fue gradualmente ganando en complejidad con la incorporación de otros módulos mentales —el de una teoría de la mente, por ejemplo— hace entre 35 y 6 millones de años. A medida que esta área de inteligencia social iba haciéndose más compleja, también ganaba en complejidad la capacidad de la inteligencia general. Y los módulos mentales aparecían por primera vez relacionados con la actividad proveedora permitiendo que la mente construyera grandes bases de datos relativos a la distribución de los recursos.
El segundo acto de nuestra prehistoria está a punto de comenzar. Las notas del programa nos avisan que ahora aparecerán los actores y se encenderá una vela para contemplarlos. El tiempo ha volado. Ahora es hace 4,5 millones de años. ¿Se han realizado nuevas obras en la catedral de la mente?