El drama de nuestro pasado
Para descubrir los orígenes de la mente moderna hay que adentrarse en la oscuridad de la prehistoria. Hay que retroceder a los tiempos anteriores a las primeras civilizaciones, que emergieron hace tan sólo 5000 años. Y anteriores también a la primera domesticación de plantas y animales, hace 10 000 años, a la primera aparición del arte hace 30 000 años y a antes incluso de la aparición de nuestra propia especie, Homo sapiens sapiens, en el registro fósil, hace 100 000 años. Ni siquiera cabe asociar aquel origen a la época en que por vez primera aparecen útiles líticos, hace 2,5 millones de años. Nuestro punto de partida de la prehistoria de la mente debe remontarse a no menos de 6 millones de años, porque fue entonces cuando vivió un antropomorfo cuyos descendientes evolucionaron en dos direcciones divergentes. Una rama evolucionaría hacia los antropomorfos modernos, los chimpancés y los gorilas, y la otra hacia los humanos modernos. Llamaremos, pues, a aquel antiguo antropomorfo el antepasado común.
No sólo el antepasado común, sino también el eslabón perdido. Es la especie que nos vincula a los antropomorfos contemporáneos, y es también la que sigue ausente del registro fósil. No tenemos ni un solo fragmento fósil de ese antepasado. Pero no hay duda alguna de que el «eslabón perdido» existió. Los científicos le pisan los talones. Midiendo las diferencias genéticas entre los simios modernos y los humanos modernos, y mediante una estimación de la frecuencia de las mutaciones genéticas, se ha podido remontar el curso de la evolución hasta situar su existencia hace seis millones de años. Y es casi seguro que vivió en África, ya que —tal como declaró Darwin— ese continente pudo ser, en efecto, la cuna de la humanidad. Ningún otro continente ha arrojado los necesarios fósiles humanos.
Seis millones de años es un periodo larguísimo de tiempo. Para empezar a aprehender sus verdaderas dimensiones y vislumbrar su patrón de acontecimientos mis importante, propongo pensar en él como si de una obra dramática se tratara, el drama de nuestro pasado. Una obra muy especial, ya que nadie escribió el guión; seis millones de años de improvisación. Los actores son nuestros antepasados, sus útiles son los accesorios y los continuos cambios medioambientales que conocieron son los distintos escenarios. Pero no cabe concebir esta obra como una novela policíaca, donde lo que cuenta es la acción y el final. Porque nosotros ya conocemos el final, estamos viviéndolo. Los neandertales y los demás actores del Paleolítico murieron y se extinguieron dejando tan sólo un único superviviente, el Homo sapiens sapiens.
Es mejor pensar nuestro pasado como si fuera no una novela de Agatha Christie o de Jeffrey Archer sino un drama shakespeariano. Imaginarlo como una historia donde el conocimiento previo de su desarrollo ayuda a disfrutarla y a comprenderla mejor. Porque ya no tenemos que preocuparnos por el qué va a pasar, sino por el por qué ocurren las cosas, por el estado mental de los actores. No vamos a ver Macbeth para saber si matará o no a Duncan, ni haremos apuestas sobre si Hamlet morirá o vivirá. En este libro nuestro interés radica menos en lo que nuestros antepasados paleolíticos hicieron o dejaron de hacer, que en lo que sus acciones nos dicen acerca de su mentalidad.
Así que propongo considerar este breve capítulo como las notas al programa de la obra. Diferentes productores —los autores de manuales de arqueología— ofrecen distintas versiones de los principales acontecimientos, de ahí que se hayan añadido breves comentarios sobre las versiones alternativas. He dividido el drama en cuatro actos, y más abajo presento un breve resumen de la acción, así como algunos «detalles biográficos» de los actores y notas sobre los accesorios y los cambios de escena. Todo esto puede leerse ahora o puede utilizarse como marco de referencia más adelante. Los cambios de iluminación que menciono reflejan la variable calidad y la cantidad de nuestros conocimientos sobre cada uno de los actos de la prehistoria. Y cuando hablo de «él» o de «ella» me valgo de una base arbitraria para evitar sencillamente la fórmula tan poco elegante de «el/ella». Pero ello no implica que un sexo fuera necesariamente más importante que otro en un determinado periodo de nuestro pasado.
Acto 1
(hace entre 6 y 4,5 millones de años)
Una larga escena con poca acción.
Contémplese prácticamente a oscuras.
Nuestra obra se inicia en algún lugar de África hace unos 6 millones de años y tiene un único actor, el antropomorfo ancestral. Este actor no tiene uno, sino dos nombres en escena: antepasado común y eslabón perdido. Mientras no se encuentren algunos restos fósiles, su verdadera identidad —su nombre científico— seguirá en blanco. Como no sabemos nada del medio en que vivió aquel antropomorfo ancestral, y dado que al parecer no ha dejado útiles líticos, el escenario permanece desnudo y en silencio a lo largo de todo este primer acto. A más de un productor le gustaría añadir tal vez algunos árboles y algún que otro útil, sencillo, parecido a los palos termiteros que usan los actuales chimpancés. Pero si lo hiciéramos pecaríamos de sobreinterpretación. Es mejor dejar el escenario desnudo y sin acción durante todo el acto. Estamos de hecho en la más absoluta oscuridad.
Acto 2
(hace entre 4,5 y 1,8 millones de años)
Este acto tiene dos escenas que, unidas, duran algo más de 2,5 millones de años.
Iluminación sólo a base de una vela oscilante.
El segundo acto tiene lugar en África, inicialmente tan sólo en regiones del Chad, Kenia, Etiopía y Tanzania, y más tarde el escenario se amplía para abarcar África del Sur en la segunda escena. El acto empieza hace 4,5 millones de años con la aparición de Australopitecus ramidus, un actor que no se dio a conocer al mundo hasta 1994. Es el primero de los llamados australopitecinos (que significa «simios meridionales»). Transcurridos unos 300 000 años aparece un segundo actor, A. anamensis, de llegada aún más reciente, pues se descubrió en 1995. Ambos actores viven en medios arbóreos y son esencialmente vegetarianos. Hace unos 3,5 millones de años ambos abandonan el escenario para ser sustituidos por una actriz tan famosa que ha merecido un nombre propio en la profesión, Lucy (porque su descubridor estaba escuchando en ese momento la canción de los Beatles «Lucy in the Sky with Diamonds»). Su verdadera identidad es Australopitecus afarensis. Seguramente desciende de A. ramidus, pero pudo asimismo evolucionar a partir de A. anamensis, o de alguna otra rama. Lucy posee un carácter tan impresionante, ya que es adicta a andar erguida sobre ambas piernas y a trepar a los árboles, que la ausencia de accesorios —útiles— pasa casi inadvertida. Abandona el escenario medio millón de años más tarde, y en la obra se abre otro periodo de silencio hasta la segunda escena, que empieza hace 2,5 millones de años. Pero justo al final de la primera escena vemos algunas piedras dispersas en el escenario. Apenas se diferencian de otras piedras, desprendidas de la roca de forma natural, pero en realidad son los primeros accesorios de la obra. Lamentablemente no podemos ver al actor que las fabricó.
La segunda escena se abre 2,5 millones de años atrás con la aparición de múltiples actores en el escenario. La mayoría presenta una gran similitud aparente con los actores de la primera escena, aunque ahora despliegan una mayor variedad de formas y tamaños. Son otros australopitecinos: son los hijos de Lucy. De hecho, uno de ellos, que exhibe una constitución claramente más ligera y al que se considera un australopitecino grácil, es muy parecido a Lucy, aunque ahora lo vemos en el sur y no en el este de África. Se trata de A. africanus, que se comporta más como un moderno babuino, si bien pasa más tiempo erguido que sus abuelos. Los demás australopitecinos son físicamente más robustos, con representantes tanto en el sur como en el este de África. Nos recuerdan más a los gorilas que a los babuinos.
Hace 2 millones de años, tras la desaparición de A. africanus, aparece un nuevo grupo de actores con cabezas más voluminosas y aspecto bastante precoz. Son, en efecto, los primeros miembros del linaje Homo, con un cerebro 1,5 veces mayor que el de los australopitecinos. Pero, como en el caso de estos últimos, muestran una considerable variedad de tamaño y forma. Algunos críticos ven en él a un único actor, Homo habilis, pero lo más seguro es que haya tres en escena: Homo habilis. Homo rudolfensis y Homo ergaster. Pero, dada la dificultad para diferenciarlos, nos referiremos a ellos colectivamente como Homo habilis.
Es evidente que Homo habilis es portador de útiles, artefactos de piedra que reciben el nombre de industria olduvayense o de Olduvai. Es posible que los australopitecinos robustos también lo sean, pero es difícil asegurarlo. La anatomía de sus manos se lo habría permitido, ciertamente. Vemos a Homo habilis descuartizando animales con sus útiles, pero no sabemos con certeza si esos animales son producto directo de la caza o si, por el contrario, son los restos que han dejado leones y leopardos tras darles caza y matarlos. Hacia el final de la escena, el comportamiento de Homo habilis comienza a diverger de forma clara del de sus primos australopitecinos robustos: los primeros van ganando en habilidad en la fabricación de útiles e incluyen más carne en su dieta, mientras que los segundos parecen preparar el camino hacia una morfología aún más robusta.
Acto 3
(hace 1,8 millones de años-100 000 años)
Dos escenas, que tienen un comienzo excitante hace entre 1,8 y 1,5 millones de años, para luego caer en un tedio absoluto.
La iluminación es aún escasa, aunque mejora ligeramente en la segunda escena
El tercer acto se abre con una gran declaración: «Empieza el Pleistoceno». Empiezan a formarse capas de hielo en las latitudes más septentrionales. Y hace unos 1,8 millones de años aparece en escena una nueva figura. Homo erectus. Desciende de Homo habilis (o tal vez de algún otro tipo de Homo), quien abandona ahora la acción, y es más alto y posee un cerebro mayor. Los australopitecinos robustos permanecen aún en escena, aunque en la sombra, hasta hace un millón de años, pero ya no participan en los eventos de este acto. Lo que más sorprende de la aparición de Homo erectus es el hecho de que su llegada parece ser prácticamente simultánea en tres partes del mundo, en el este de África, en China y en Java, de ahí que el escenario haya tenido que ampliarse para incluir el Próximo Oriente, el este y sureste de Asia. Gradualmente vamos viendo a Homo erectus, o sus útiles, en todas estas áreas, Pero es difícil decir con exactitud cuándo llegó a determinadas zonas y qué es lo que está haciendo.
Tras más de un millón de años de Homo erectus —un periodo durante el cual el cerebro no parece experimentar ningún tipo de expansión— empezamos a ver nuevos actores en el escenario. Como en el caso de los primeros Homo, no vemos con claridad cuántas especies hay. Homo erectus continúa viviendo en el este de Asia hasta hace tan sólo 300 000 años, pero en Asia y en otras partes de África hay actores con cráneos más redondeados que se conocen con el extraño nombre de Homo sapiens arcaico. Es muy posible que desciendan de Homo erectus en sus respectivos continentes, y marcan una vuelta a un periodo de gradual aumento del tamaño cerebral. Hace unos 500 000 años, el escenario se amplía de nuevo para incluir a Europa. El actor se llama Homo heidelbergensis, otro descendiente de Homo erectus que parece presentar una estructura física especialmente grande.
Mientras que los accesorios del segundo acto siguen siendo los mismos a lo largo de todo el acto, ahora aparecen otros algo más impresionantes, sobre todo unos útiles líticos en forma de pera llamados hachas de mano-Poco después de su primera aparición en el este de África, hace aproximadamente unos 1,4 millones de años, se encuentran en casi todo el mundo, excepto en el sureste asiático, donde no vemos ningún tipo de útil; algunos críticos afirman que es porque se fabricaron con bambú, que es una materia perecedera.
La segunda escena de este tercer acto, que empieza hace unos 200 000 años, se conoce tradicionalmente entre los arqueólogos con el nombre de «Paleolítico Medio» para diferenciarlo del «Paleolítico Inferior» de la escena anterior. Pero los límites entre ambos son tan difusos que esta distinción va perdiendo actualidad. Con todo, está claro que por estas fechas han ocurrido cambios significativos en los accesorios que utilizan los actores. Se han diversificado, y las hachas de mano son ahora menos prominentes. Aparecen nuevos útiles, algunos hechos con una nueva técnica llamada levallois, capaz de producir lascas y puntas líricas minuciosamente talladas. Y por primera vez parece que los actores de las distintas zonas del escenario poseen un conjunto distinto de útiles cada uno. Sólo en África, por ejemplo, vemos que en el norte predominan las lascas levallois, en las regiones subsaharianas, unos auténticos «picos» de piedra macizos, y lascas finas y alargadas en el sur.
Hace 150 000 años en Europa y en el Próximo Oriente aparece un nuevo actor, Homo neandertalensis, conocido popularmente como el hombre de Neandertal. Es propenso a utilizar útiles fabricados con la técnica levallois y puede vérsele dedicado a la caza mayor. Al igual que los demás actores de este acto, los neandertales sufren cambios frecuentes y profundos de escenario: es el periodo de las glaciaciones, cuando las capas de hielo avanzan y retroceden una y otra vez en toda Europa, y observamos que paralelamente también cambia la vegetación, pasando de tundra a bosque. Pero aun con todos estos cambios, la acción parece sumamente monótona. En efecto, un distinguido crítico del segundo y tercer acto, el arqueólogo Glynn Isaac, afirmaba que «durante casi un millón de años, los conjuntos líticos parecen incluir los mismos ingredientes esenciales, sometidos al parecer a incesantes cambios, todos ellos menores y sin dirección alguna». Si bien algunos de estos útiles evidencian una habilidad muy refinada, todos están hechos de piedra o de madera. Y aunque se utilizan trozos de hueso y asta, estos no presentan modificaciones ni están tallados.
Tras otro prolongado acto cae el telón. Ha durado más de 1,5 millones de años, y aunque una gran parte del Viejo Mundo ocupe ahora todo el escenario, los accesorios se hayan diversificado, el tamaño del cerebro haya alcanzado sus dimensiones modernas y haya aparecido una serie de nuevos actores, no hay más remedio que describir el acto como puro y simple aburrimiento. Hemos estado contemplando la obra durante algo menos de 6 millones de años, pero aún no hay nada que podamos calificar como arte, religión o ciencia.
Acto 4
(hace entre 100 000 años y la actualidad)
Un acto mucho más corto, donde se agrupan tres escenas que contienen más acción dramática que todo el resto de la obra
La primera escena del cuarto acto abarca el periodo que se inicia hace 100 000 años y finaliza hace unos 60 000 años, aunque como veremos la línea divisoria entre las escenas primera y segunda es relativamente difusa. Pero el inicio es claro: entra una nueva figura, nuestra propia especie, Homo sapiens sapiens. La vemos por vez primera en el sur de África y en el Próximo Oriente, y se une a un reparto que continúa incluyendo a los neandertales y al Homo sapiens arcaico. Tal vez sorprenda que no se aprecie durante este periodo ningún cambio esencial en los accesorios, en términos generales: nuestro nuevo actor continúa fabricando la misma gama de útiles líticos que sus abuelos de la última escena del tercer acto. En efecto, prácticamente ningún aspecto de su comportamiento difiere del de sus abuelos. Pero hay indicios de algo nuevo. En el Próximo Oriente vemos que Homo sapiens sapiens no sólo entierra a sus muertos en fosas —al igual que hacen los neandertales—, sino que coloca trozos de animales muertos encima de los cuerpos, a modo, por lo que parece, de ajuares funerarios. En el sur de África utiliza grumos de ocre rojo, aunque no sabemos qué es lo que hace con ellos, y afila trozos de hueso para fabricar arpones. Se trata de los primeros útiles hechos con materiales distintos a la piedra y la madera.
La segunda escena de este último acto empieza hace unos 60 000 años con un acontecimiento importante: en el sureste asiático Homo sapiens sapiens construye barcas y luego procede a realizar la primera travesía a Australia. Muy pronto ocurren nuevos eventos en el Próximo Oriente. En lugar de lascas producidas mediante la técnica levallois, aparecen las llamadas hojas, es decir, láminas largas y finas talladas en sílex que adoptan la forma de hojas. Y luego, de forma bastante repentina —hace unos 40 000 años— en Europa y en África la obra se transforma. Los accesorios dominan ahora la acción. Para marcar ese cambio de comportamiento tan espectacular, los arqueólogos utilizan estos accesorios para determinar el comienzo de un nuevo periodo de nuestro pasado, el llamado Paleolítico Superior, en Europa, y Edad de la Piedra Reciente, en África. En Asia tiene lugar una transformación parecida, pero dado que podemos descifrar esa región sólo parcialmente, no sabemos si acaeció al mismo tiempo que en Europa y África, o si ocurrió más tarde, hace tal vez unos 20 000 años.
En lugar de la pequeña gama de útiles líticos, los accesorios son ahora extremadamente diversificados y hechos de muchas materias nuevas, que incluyen el hueso y el marfil. Los actores crean ahora su propio escenario: construyen viviendas y pintan en las paredes. Algunas aparecen sentadas tallando figuras animales y humanas de piedra y marfil, otros cosen ropas con agujas hechas de hueso. Y en sus cuerpos, estén vivos o muertos, llevan colgantes y abalorios. ¿Quiénes son esos actores? Es evidente que quien marca el paso es Homo sapiens sapiens. Hemos visto al principio de esta escena que es capaz de realizar la travesía hasta Australia, y luego lo hemos visto entrar en Europa hace 40 000 años. Durante los siguientes 10 000 años los neandertales de Europa intentan quizás copiar los nuevos útiles —las hojas— que Homo sapiens sapiens está fabricando y los collares de abalorios que lleva. Pero pronto los neandertales desaparecen de la escena, como ha ocurrido con todos los demás actores de la obra. Homo sapiens sapiens se ha quedado solo en el escenario del mundo.
El ritmo de la acción se acelera lentamente. Europa brilla a la luz del color del arte rupestre hace entre 30 000 y 12 000 años, aunque los paisajes se han helado durante la última glaciación. A medida que las capas de hielo empiezan a retroceder, el escenario se hace aún mayor, incorporando ahora América del Norte y del Sur. Cuando la era glaciar llega a su fin, tienen lugar profundas fluctuaciones climáticas, pasando de periodos templados/húmedos a periodos fríos/secos, y esta fase acaba con un periodo de rápido calentamiento global hace unos 10 000 años, que marca el final del Pleistoceno, en que el actor entra en el templado mundo del Holoceno y última escena de la obra.
Con el inicio de la tercera escena del cuarto acto, aparecen algunas gentes del Próximo Oriente sembrando cosechas y luego domesticando animales. Los acontecimientos transcurren ahora a una velocidad vertiginosa. Los actores levantan pueblos y más tarde ciudades. Surgen y caen una sucesión de imperios, y los accesorios son cada vez más dominantes, diversos y complejos: en un abrir y cerrar de ojos los carros se han convertido en automóviles y las tablillas en ordenadores. Tras casi 6 millones de años de relativa inacción, resulta difícil darle un sentido a esta última y febril escena.