Capítulo 15

Fue una ceremonia muy hermosa. El día de junio pareció querer agasajar a los setenta y cuatro nuevos médicos y amaneció en medio de una sinfonía de capullos, claro cielo estival, suaves brisas marinas y alguna que otra golondrina de mar surcando el cielo. No hacía ni frío ni calor, se podían llevar vestidos sin mangas y las corbatas no producían agobio. El programa no fue agotador y se combinaron en él las adecuadas dosis de solemnidad académica y de humor.

Los graduados salieron luego al patio exterior, con los birretes y las togas rojo púrpura distintivos de Castillo y las estolas doctorales de raso azul pálido y blanco, en compañía de sus amigos y parientes.

Ruth era el centro de un enjambre de actividad: los miembros de dos numerosas familias se turnaban en apoyar suavemente las manos sobre su abultado abdomen, rindiendo homenaje a la nueva doctora. Dos madres y dos padres se abrazaron por primera vez mientras todos los componentes de las familias Roth y Shapiro trataban de entablar amistad. El padre de Ruth parecía muy satisfecho por el hecho de tener una hija capaz de graduarse en el primer lugar de la promoción.

—Vaya, Ruthie, nos engañaste a todos —dijo, mientras la abrazaba efusivamente—. Te has situado en el primer puesto. Bueno, bueno. Confío en que eso te induzca a tomar las cosas con un poco más de calma. Con un hijo a la vista, no debes pensar en ejercer la medicina. Tu sitio está en casa. Sin embargo, quizá no hayas perdido completamente el tiempo. Es posible que el diploma te sea útil algún día.

Algunos graduados estaban solos, nadie había acudido a felicitarles. Entre ellos se encontraba Mickey. Paseó por el patio repartiendo sonrisas y recibiendo la enhorabuena y los apretones de manos de los profesores y del personal de la escuela, y se hizo fotos con sus compañeros. Por una parte, envidiaba que fueran objeto de tantas atenciones y, por otra, se alegraba de estar sola. «Así estaré a partir de ahora: sola». Mickey sabía que Sondra seguiría buscando hasta encontrar al hombre adecuado; Ruth y Arnie crecerían juntos. Ella, en cambio, estaba convencida de que viviría sola y lo aceptaba.

Mientras caminaba sobre la hierba, pensó en el hombre que dejaba a sus espaldas.

Recordó la última vez que habló con Jonathan, la noche en que le pidió que se reuniera con él al pie del campanario de la escuela, y ella no quiso hacerlo. Y la última vez que le vio a través de la televisión, aceptando el Óscar al mejor documental. Qué guapo estaba y qué dinámico se le veía. Jonathan ya no la necesitaba y ella, por su parte, tenía que seguir su propio camino, libre de cualquier traba o impedimento. Sin embargo, sabía que Jonathan la acompañaría por doquier a lo largo de toda su vida porque había sido el primero.

Mickey se acercó a sus dos amigas, que estaban rodeadas de familiares por todas partes. Se sentía electrizada cuando pensaba en el futuro. «¿Adónde vamos? ¿Qué nos reserva la vida?». Sabía que los últimos cuatro años habían sido el preámbulo de grandes aventuras y, aunque se alegraba de que hubiera finalizado aquella etapa, no podía por menos que entristecerse un poco al pensar en que pronto tendría que separarse de sus amigas.

Mientras la presentaban a todo el mundo, Mickey observó cuán insólitamente callado estaba Arnie. Sabía cuál era el motivo. Ruth había hecho poner en el diploma su apellido de soltera en lugar de Roth, y Arnie se había ofendido.

Los padres de Sondra iban elegantemente vestidos y exhibían unos saludables bronceados de Arizona.

—No sabéis cuán orgullosos nos sentimos de vosotras, chicas —le dijo el señor Mallone a Mickey mientras le estrechaba una mano. Sondra me dice que te vas a las islas Hawai. Nuestra niña, en cambio, se irá a África para colaborar en la obra de Dios.

Al final, Mickey, Sondra y Ruth regresaron al apartamento, conscientes de que era la última vez que bajaban juntas por aquel camino embaldosado.