LYSHA

Abrí los ojos. Podía ver el dosel de la cama a mi alrededor y me reconfortaba sentir las sábanas de seda. Había extrañado el confort de mi habitación luego de haber dormido en esa sucia posada y en el bosque. Salí de la cama y llamé a mi dama de compañía, Brisela, para que me vistiera.

Había llegado a Izar la noche anterior y ahora tendría que lidiar con el caos que era mi castillo.

Le indiqué a Brisela el vestido color lila y llamé a mi otra dama de compañía para que me peinara. Una vez que ambas hicieron su trabajo fui hacia el espejo y observé el resultado.

La joven de largo cabello rubio y grandes ojos azules me observó, el vestido iba bien con su cuerpo y la tiara de oro reposaba de manera elegante en su cabeza. Sonreí, conforme con mi reflejo. La reina había regresado.

Le indiqué a ambas damas de compañía que se retiraran y fui hasta el gran cuadro que adornaba la pared. El cuadro era un retrato mío, lo habían pintando cuando tenía diez años y me encontraba sentada en el trono. Lo contemplé, ya no era una niña, haría pintar uno nuevo.

Lo empujé hacia un lado y me adentré en el pasadizo que se escondía detrás de él. No fue hasta que me encontré a unos pasos de la recámara que mi cuerpo comenzó a temblar levemente.

Me detuve. Había fallado, Blodwen había robado el Corazón del Dragón. Mi padre se disgustaría conmigo. Sabía que no me haría daño, era la única persona que en verdad quería y odiaba defraudarlo. Avancé y al entrar en la gran recámara lo encontré sentado en uno de los tronos. La habitación se encontraba desierta, los cuatro tronos que completaban el círculo estaban vacíos.

—Acércate niña, he esperado tu regreso con ansias —dijo Akashik.

Di unos pasos y me arrodillé frente a él. Su expresión era severa pero no parecía enfadado.

—Lamento haber fallado, padre. Estuve cerca de obtener el amuleto pero Blodwen interfirió. Sabe que soy tu hija —dije.

—Lo sé. Le llevó bastante tiempo descifrarlo al viejo infeliz. Partió hace unos días con la excusa de encontrar a Sorcha para eliminarla y Mardoc desapareció al día siguiente, antes de que pudiera matarlo —respondió.

—¿Qué haremos? Si él o Blodwen utilizan el Corazón del Dragón no podremos detenerlos.

Lo observé pero esto no parecía preocuparlo.

—Eso no es cierto. Estuve estudiando unos pergaminos que encontré escondidos bajo una roca en la cueva donde habitaba Ailios. Al parecer, el Corazón del Dragón no es lo que pensábamos.

—¿A qué te refieres, padre?

—Lo verás con el tiempo. Dejaremos que uno de ellos use el amuleto y luego haremos una pequeña prueba —replicó.

Conocía esa sonrisa, mi padre sonreía de esa manera cuando sabía que estaba por causarle daño a alguien. Reí sabiendo que tramaba algo perverso.

—Ansío ver de qué se trata tu prueba —respondí.

—Antes tenemos temas que tratar. La elfa, el mago y el traidor se encuentran con vida, creí haberte pedido que terminaras con ellos cuando no fueran de utilidad, Lysha —su voz se volvió más severa.

—¡La elfa está muerta! —me apresuré a decir—. La apuñalé.

—Es extraño… Debe ser otra Adhara con sangre élfica quien mató a Seith entonces —espetó.

Mi corazón latió violentamente contra mi pecho. No podía ser. Seith…muerto.

—¡No es posible! —grité—. Seith no está muerto.

—Tal vez quieras hacer una excursión a Agnof, aunque es probable que solo encuentres las cenizas —respondió.

Las lágrimas escaparon de mis ojos antes de que pudiera evitarlo. Intenté detenerlas pero nuevas lágrimas llenaron mis ojos. Escondí mi cabeza sin atreverme a mirar a mi padre. Él no sabía lo que sentía por Seith y me sentía avergonzada de que me viera llorar.

—Seith era el único que servía para algo, es una lástima que ya no esté con nosotros —dijo con sequedad.

Su voz era fría, no se encontraba afectado por su muerte.

—¿Cómo es posible? Adhara se estaba desangrando cuando llegó el dragón y nos atacó, su piel se encontraba más pálida que la nieve —dije controlando mi voz.

Recordé la imagen y podía ver a la elfa yaciendo en su propia sangre.

—La próxima vez deberás apuñalarla dos o tres veces por si acaso —respondió.

Podía oír cierta burla en su voz y esto me molestó, debía pensar que me estaba comportando como una idiota. Limpié mis ojos con la manga de mi vestido y levanté la mirada hacia sus ojos negros.

—Nadie jamás venció a Seith. ¿En verdad fue Adhara quien lo mató? —pregunté aún incrédula.

Seith era fuerte y poderoso, no era posible que esa elfa tonta lo hubiera vencido.

—Le atravesó el corazón con su espada —replicó mi padre—. Envié una sombra disfrazada de cuervo, no sé muchos detalles.

La imagen de la elfa matando a Seith apareció en mi mente y más lágrimas recorrieron mis mejillas.

—Lo siento, padre. Seith poseía magia poderosa, pensé que algún día sería un esposo adecuado —dije en voz baja.

Me sentía avergonzada de admitirlo, me preocupaba lo que mi padre pudiera pensar de mí.

—Lo sé, era un candidato apropiado, era el más poderoso de los Nawas —hizo una pausa—. Ven aquí, Lysha.

Extendió sus manos hacia mí y me puse de pie acercándome. Mi padre me abrazó y acarició mi cabello. Rara vez tenía ese tipo de gestos conmigo, permanecí en sus brazos e hice un esfuerzo por recomponerme. No quería ser débil.

—Acabaremos con todos ellos y recuperaremos el Corazón del Dragón —dije.

Mi padre me soltó, indicándome que me sentara en unos de los tronos a su lado.

—Hay trabajo por hacer. Sin Blodwen y Mardoc será difícil mantener el control sobre el reino. He estado creando ilusiones parecidas a ti toda la semana. Los consejeros desaparecieron y la reina apenas aparece. Los nobles están alborotados y los criados sospechan que ocurre algo raro —dijo.

—Tal vez deberíamos matarlos a todos —le espeté.

No quería lidiar con los nobles ni oír las estupideces que tenían para decir. Quería encontrar el amuleto y vengar a Seith.

—Matar a todos los nobles y al ejército real sería imprudente, Lysha. Debes aprender a ser paciente, no podemos ganar más enemigos antes de haber encontrado un modo de garantizar nuestra inmortalidad —me regañó.

—Haré lo que tú digas, padre.

—Ocupa tu lugar en el trono, ha estado vacío demasiado tiempo. Convoca a todos los sirvientes para que te vean y di que harás un festín para celebrar que te has recuperado y para velar por las almas de William Connaught y Lucius Darlison —hizo una pausa—. Diremos que fueron víctimas de una peste; para eso mataremos al ayudante del cocinero, al jardinero y a algunas damas de compañía. Debemos hacer que se preocupen por ellos mismos y por sus familias, y no por asuntos del reino.

Asentí con la cabeza, me encontraba llena de ira y tristeza, se sentiría bien matar a alguien.

—Debemos reemplazar a tu consejero real, haz una lista con los hijos de los nobles, debemos encontrar uno joven y crédulo, alguien que caiga bajo tus encantos y no haga preguntas.

—La tendré lista para esta noche.

—Este es nuestro momento, Lysha. Ya no hay Concilio, solo nosotros. Pruébame que tienes mi sangre en tus venas y mantén el reino bajo control. Una vez que tengamos el Corazón del Dragón buscaremos la forma de crear otro igual y ambos gobernamos por siempre.

Me levanté del trono y le hice una reverencia.

—Gobernaremos por siempre, padre.

Sus ojos negros se posaron en mí y me sonrió de manera afectuosa. Le devolví la sonrisa y me alejé, regresando al pasadizo que daba a mi habitación. Por fin éramos solo nosotros, había odiado pretender que era una niña débil y asustada frente a los demás miembros del Concilio. Ahora ya no debería volver a hacerlo.

Seith estaba muerto, jamás me vería como lo que realmente era.

Fui hacia el espejo y limpié mis ojos, haría que mi padre estuviera orgulloso de mí.

Al entrar en el gran salón las trompetas tardaron en anunciar mi llegada. Todos parecían sorprendidos de verme. Me senté en el trono y le dije a Brisela que convocara a todos los sirvientes del castillo y di las instrucciones para preparar un festín y las invitaciones para los nobles más influyentes. Les daría la buena nueva de mi recuperación y cuando se encontraran relajados y disfrutando de la comida anunciaría la muerte de William y Lucius, y expresaría mi preocupación por la plaga que estaba acechando Izar. Esto los volvería temerosos e inseguros y dejarían de causar molestias por un tiempo.

Brisela se paró a mi lado y comenzó a informarme acerca de todo lo que había sucedido en los últimos días. Problemas triviales como sequías en las cosechas y que el hijo de su hermana Drisela se encontraba enfermo y se preguntaba si el médico real podría atenderlo. Pensé que sería difícil ser la reina inocente y amable luego de haber sido yo misma durante varios días pero no fue el caso. Me encontraba demasiado acostumbrada a ser la dulce reina Lysha y actué como ella desde el momento en que me senté en el trono. Le sonreí a Brisela pretendiendo que la escuchaba y pensé de qué manera la mataría para simular la peste. Lo más sencillo sería asfixiarla con magia, así no le dejaría marcas en el cuerpo.

Se sentía bien estar de nuevo en el trono. Era la reina y gobernaría por siempre.