EL RITUAL DE LAS SIETE ESTRELLAS

La madera de la puerta crujió y Aiden entró por ella. Intentaba ocultar algo y había una sonrisa en su rostro. Corrí hacia él, que me esquivó y me miró de manera sospechosa.

—¿Por qué presiento que esto ya no es una sorpresa? —preguntó.

—¡Quiero verlo! —dije.

Aiden miró a Zul con desaprobación.

—Lo siento. Créeme, es para mejor, no sabes el estado en el que se encontraba… —respondió el mago.

Me pregunté qué habría envuelto en la tela que llevaba en sus manos. Parecía demasiado grueso como para ser un vestido. Lo miré impaciente, Aiden fue hacia la mesa y desenvolvió la tela revelando lo que había adentro. No era un vestido, era una capa. Una gran capa blanca, parecía abrigada y se encontraba adornada con plumas blancas.

—¿Te gusta? —preguntó Aiden.

Levanté la mirada, él y Zul me observaban expectantes. Incluso Sorcha parecía esperar mi respuesta.

—Es hermosa —respondí—. ¡Gracias! Me alegra saber que luciré bien y que además no me congelaré.

Aiden respiró aliviado, lo besé en agradecimiento y me rodeó con sus brazos.

—Pasar la mayor parte de la noche afuera no parece una buena idea. Espero que no se resfríen porque mañana partiremos de todos modos.

—Gracias, Zul. Es muy considerado de tu parte —respondí riendo.

Tomé la capa y encontré que debajo de esta había otra capa blanca más grande.

—Zul dijo que ambos debíamos vestir del mismo color —dijo Aiden.

—Zul está en lo correcto —respondí con una sonrisa.

Me alegré de que el mago supiera tanto acerca del ritual. La primera estrella en aparecer en cielo lo haría un tiempo después de que el sol se escondiera, lo que me daba un par de horas para hablar con Aiden y arreglarme para el ritual. Analicé su expresión, no quería arruinar el momento pero cuando peleamos me había acusado de que no podía confiar en mí y necesitaba arreglar eso.

—Aiden, hay algo de lo que debemos hablar antes del ritual —dije.

Asintió con curiosidad, su expresión era serena pero me observó pensativo. Zul negó con la cabeza y me hizo gestos que no logré comprender del todo. Fui hacia la habitación y Aiden me siguió, cerrando la puerta detrás de él.

Me volví hacia él y lo miré. ¿Qué le diría? ¿Cómo empezaría? Debió notar que estaba nerviosa porque su expresión se volvió más seria.

—¿Debería estar asustado por lo que vas a decirme? —preguntó.

—No…

Mi voz sonó poco convincente.

—No —dije con más claridad.

Esto no pareció tranquilizarlo. Me miró expectante, esperando a que dijera algo.

—Ayer, luego de que tú y Zul salieran a buscar leña, Seith utilizó un hechizo para mantenerme atrapada en un sueño. Luego de unos intentos logré despertar, abrí los ojos y… y… Seith me estaba besando —dije las últimas palabras tan rápido que me pregunté si las habría entendido.

La expresión atónita de Aiden me indicó que sí.

—Lo aparté apenas tuve conciencia de lo que estaba sucediendo —agregué.

—¿Seith te besó? —su voz era una mezcla de furia e incertidumbre.

Asentí con la cabeza. Silencio, Aiden me observó sin decir nada, había tantas emociones en su rostro que era imposible saber lo que estaba pensando.

—¿Seith la besó?

—Shhhhh…

Las voces habían sido un susurro pero ambos las oímos. Aiden fue hacia la puerta y la abrió de manera repentina. Sorcha y Zul se encontraban agazapados detrás, claramente nos habían estado oyendo. Retrocedieron sorprendidos, Sorcha escondió su rostro y regresó junto al fuego sin decir una palabra. Zul parecía avergonzado pero miró a Aiden y sonrió.

—Piensa que Seith está muerto —dijo el mago.

—Me gustaría revivirlo para poder matarlo yo mismo —respondió Aiden.

Cerró la puerta, dejando al mago afuera y se volvió hacia mí. Parecía más compuesto.

—Gracias por decírmelo —dijo.

—Puedes confiar en que te contaré todo, Aiden. Incluso aquello que no quieras oír —respondí.

Acarició mi pelo y corrió un mechón de mi rostro.

—Puedes confiar en que seré el único en besarte —dijo.

Dejé escapar una risa y me atrajo hacia él, posando sus labios sobre los míos.

El sol había comenzado a esconderse, faltaba una hora para que la primera estrella apareciera en el cielo. Me miré en el espejo, me había puesto el mismo vestido que llevaba el día que nos conocimos y arriba la gran capa blanca. Me quedaba bien y el tamaño era perfecto. No estaba segura si dejarme el pelo suelto o atarlo con mi listón celeste. Recordé que Aiden llevaba mi lazo celeste atado en su muñeca y decidí que me dejaría el pelo suelto.

Ya no estaba nerviosa como antes, sabía que estaba tomando la decisión correcta y me sentía tranquila.

La hora pasó tan rápido como si fuera un minuto. Al salir de la habitación me encontré con Aiden aguardándome cerca en la puerta de entrada. Se encontraba tan hermoso como siempre y la capa le quedaba bien. Llevaba siete velas en su mano y lucía seguro pero algo ansioso.

—Estás tan hermosa como el día en que te conocí —dijo.

—Tú aun eres más apuesto que un elfo —respondí.

Aiden iba a decir algo pero desvió la mirada y rió.

—Nunca imaginé que fuera a contártelo pero ese día no pensé que fueras un elfo porque estuviera mareada por el sol —dije.

—Siempre lo supe —respondió.

Intentó permanecer serio pero no lo logró. Sentí el rubor en mis mejillas y me sentí avergonzada de haberlo confesado.

—El sol ya bajó —dijo Zul—. Siento que debería decir algo importante pero no estoy seguro de qué decir.

—Amor eterno tendría otro significado si mañana no fuéramos tras un grupo de warlocks que quiere matarnos.

—¡Sorcha! —dijimos los tres al mismo tiempo.

—El mago dijo que quería decir algo importante… —respondió.

—¡Algo alentador! ¡No que todos podríamos estar muertos en poco tiempo! —replicó Zul.

—¡Zul! —dijo Aiden.

Silencio. Después de todo, una de las razones por las cuales quería prometerle a Aiden que haría todo lo posible por pasar el resto de mi vida a su lado era saber lo incierto de nuestro futuro.

—Zul, nos vemos mañana —dije con una sonrisa—. Sorcha, gracias por tus amables palabras.

El mago me devolvió la sonrisa y me miró para darme aliento. Aiden vino a mi lado y salimos por la puerta.

La noche era fría pero el cielo se encontraba despejado. Era extraño pensar que nos estábamos dirigiendo a hacer el ritual. Nos alejamos de las cabañas y buscamos un claro en la parte abandonada del pueblo que se encontraba desierto. Nos sentamos enfrentados sobre la nieve y coloqué las velas entre nosotros una al lado de la otra. Era un alivio que tuviera mejor control sobre la magia, de lo contrario hubiéramos necesitado a Zul para conjurar el hechizo.

El ritual era sencillo, a medida que fueran apareciendo las siete estrellas debíamos prometernos amor eterno y las velas se encenderían.

Aguardamos en silencio hasta que la primera estrella se hiciera visible en el cielo, era el único punto resplandeciente en la oscuridad.

—Chara es la primera estrella en aparecer y con ella se empieza el ritual —dije.

Aiden asintió.

Recité las palabras del conjuro, era un milagro que las recordara luego de tanto tiempo. Habían pasado años desde que los elfos me habían enseñado acerca del ritual. Esperaba que funcionara.

Miré a Aiden a los ojos y tomé sus manos.

—Aiden Moor, con Chara como testigo, te prometo amor eterno.

—Adhara Selen Ithil, con Chara como testigo, te prometo amor eterno.

La vela más cercana a mí se prendió fuego y, por una milésima de segundo Chara brilló de manera más intensa. Había funcionado.

Aiden y yo nos miramos, parecía tan entusiasmado como yo. Apenas podía creer lo que estaba haciendo. Nunca me había imaginado haciendo el ritual.

Las demás estrellas empezaron a aparecer de a poco pero pasó un rato hasta que apareció Wasat, la segunda estrella del ritual.

—Aiden Moor, con Wasat como testigo, te prometo amor eterno.

—Adhara Selen Ithil, con Wasat como testigo, te prometo amor eterno.

Una de las velas se prendió y por un momento la estrella brilló más que las demás a su alrededor.

La noche pasó lentamente y realmente disfrutaba encontrarme con Aiden en la oscuridad iluminados por las velas y las estrellas. A medida que fueron apareciendo las demás estrellas del ritual hicimos la promesa y las velas se fueron encendiendo. Después de Wasat vinieron Gienah, Al Nair, Thabit y Yildun.

La última estrella del ritual se hizo visible adentrada la noche, era la última estrella en irse al amanecer y la estrella por la cual me habían nombrado: Adhara.

—Aiden Moor, con Adhara como testigo, te prometo amor eterno.

—Adhara Selen Ithil, con Adhara como testigo, te prometo amor eterno.

La última vela se prendió, la estrella brilló de manera intensa y cuando volvió a la normalidad las siete velas se apagaron al mismo tiempo. El ritual estaba completo.

Intercambiamos una larga mirada, comprendiendo el significado de lo que habíamos hecho. Me sentía feliz por saber que estaríamos ligados por siempre. Era una sensación difícil de describir; me sentía liberada, emocionada y algo perpleja.

Aiden me tomó de la mano para ayudarme a ponerme de pie y luego me atrajo hacia él para besarme. Permanecimos así por un rato, ocultos en la oscuridad de la noche y finalmente caminamos tomados de la mano de regreso a la cabaña.

Al despertar, Aiden se encontraba ordenando la habitación y recordé que partiríamos en poco tiempo. Creí que me sentiría diferente después de hacer el ritual pero me sentía igual. A pesar de haber dormido pocas horas no me encontraba cansada, había pasado demasiados días en reposo. Aiden me saludó con un beso y pude ver un brillo en sus ojos que rara vez veía. Estaba feliz. Sonreí, yo también lo estaba. Cómo podía no estarlo cuando el hermoso humano frente a mí había prometido amarme eternamente.

Al salir de la habitación aún debía tener esa sonrisa tonta en mi rostro, ya que Zul me observó y dejó escapar una risa negando con la cabeza. Sabía lo que pensaba, ahora que iríamos en busca de Blodwen quería a Adhara la espadachín intrépida, no a Adhara enamorada y descuidada.

Mi expresión se volvió más seria y corrí mi capa para que pudiera ver a Glace lista en mi cinturón.

Sorcha se encontraba sentada en su lugar de costumbre cerca del fuego. Me pregunté si extrañaría Agnof o si ya se había aburrido del pueblo. Su expresión revelaba poco pero a juzgar por la manera en que miraba las llamas supuse que extrañaría un poco este lugar.

—¿Lista para más aventuras? —me preguntó el mago.

—Lista para recuperar el Corazón del Dragón e ir tras Lysha —respondí.

Sorcha se volvió hacia mí con una sonrisa cómplice.

—No eres la única que quiere ver a la mocosa muerta —dijo Sorcha.

—La mocosa tiene quince años. Debemos concentrarnos en Blodwen y los demás warlocks —espetó Zul.

—Fácil decirlo cuando no te tuvo prisionero en un bosque helado durante días —dijo Sorcha.

—O cuando no te apuñaló —repliqué.

Ambas intercambiamos una mirada de sorpresa. Era la primera vez que coincidíamos en algo.

Aiden entró en la sala cargando nuestras bolsas de viaje. Parecía perdido en sus pensamientos pero llevaba su espada y se encontraba más alerta de lo que había estado en los últimos días.

Cuando todo estuvo listo, Marcus, Dara, Braen y Mikeila vinieron a despedirnos. Dara y Marcus parecían aliviados de que finalmente dejáramos Agnof, sabían que estaban en peligro mientras estuviéramos allí. Braen y su amiga Mikeila lucían tristes y nos dieron un abrazo a todos, incluyendo a Sorcha. Parecía incómoda con ambos niños sujetándola pero al menos no los apartó. Me recordó a mis primeros días en Naos.

Aiden había sugerido decirle la verdad a Marcus, es decir, que sabíamos que su hijo Marcus Ian se encontraba en la corte del Hechicero de Hielo y que él era el heredero al trono de Lesath.

Zul y yo no habíamos estado demasiado convencidos. Si Marcus no quería que su hijo fuera rey, podía enviarle un mensaje para que se vaya de la corte del Hechicero y jamás lo encontraríamos. A pesar de eso sabíamos que le estábamos ocultando algo a Marcus, que a pesar de los problemas que podíamos causarle nos había dado un lugar en su casa.

—Espero que el camino que les espera sea más seguro —dijo Marcus.

—Lo dudo —espetó Sorcha.

—Estaremos bien, gracias por ayudarnos —dijo Aiden.

—¿Nos veremos de nuevo, Adhara? —preguntó Braen.

Sus padres se tensaron a su lado.

—Algún día, Braen —respondí—. Cuando Lesath sea un lugar más seguro.

Mis palabras parecieron tranquilizar a Dara: no regresaríamos mientras existiera el Concilio. A decir verdad, no tenía ninguna intención de regresar a un pueblo tan frío y desolado como Agnof. Pero el lugar guardaba recuerdos valiosos y esperaba volver a ver a Braen. Algún día regresaría.

—No los demoremos, es mejor si parten de día —dijo Marcus.

Aiden estrechó la mano de Marcus sin decir nada. Se encontraba demasiado ansioso por deshacerse de nosotros, era mejor si no le decíamos nada acerca de su hijo o la corte del Hechicero.

Los caballos también parecían felices de marcharse del pueblo, les había costado encontrar pasto debajo de toda esa nieve. Daeron relinchó contento cuando subí a la montura. Me encontraba tan distraída con él que cuando Aiden comenzó a reír no sabía a qué se debía. Lo miré y seguí su mirada que se encontraba fija en el mago y Sorcha.

—Yo iré en el caballo, tú puedes caminar —dijo Sorcha.

—Eres tú la que va a caminar si no quieres subirte al caballo, no yo —respondió Zul.

—¡Entonces me quedaré aquí en Agnof!

Para mi sorpresa, Sorcha se sentó en la nieve tras decir estas palabras.

—¡Eres imposible, Sorcha! ¡Súbete al caballo! —gritó Zul.

—Solo si tú estás abajo —replicó Sorcha.

El mago se volvió hacia nosotros con una mirada implorante. Sus ojos grises revelaban varias emociones: peligro, enojo, frustración.

—Sorcha, súbete a ese caballo o Glace y tú tendrán una conversación —dije tomando la empuñadura de la espada.

—Bájate, conversemos —replicó Sorcha con ironía.

Sabía que no pelearía contra ella sin importar cuánto me irritara.

—Zul sabe andar a caballo mejor que tú, estarás más segura con él —dijo Aiden en tono serio.

—No me hagas reír —le espetó Sorcha.

El mago abrió la boca y la volvió a cerrar, sujetándose la cabeza con las manos. Por suerte, su magia no funcionaba con ella. Quería que él y Sorcha fueran en el mismo caballo pero por el momento parecía imposible.

—¿Quieres venir conmigo, Zul? —pregunté.

—Por favor —respondió aliviado.

Miré a Aiden, que asintió con la cabeza. A juzgar por su expresión, se compadecía del mago.

Extendí mi mano para ayudarlo y Zul la tomó, acomodándose detrás de mí.

—Gracias, Adhara. Iba a ser difícil destruir el Corazón del Dragón si la mataba —susurró.

—Eso fue lo que pensé —respondí riendo.

—Súbete a ese caballo y deja de demorarnos, Sorcha —dijo Aiden.

Sorcha se puso de pie, me dirigió una mirada molesta y subió al caballo de Zul sin decir nada.

Atravesamos el pueblo a paso tranquilo, todo era silencio y nieve al igual que el día en el que habíamos llegado. Nos llevó toda la tarde llegar hasta las montañas que marcaban el límite de Lesath. Por fortuna, esta vez no debíamos cruzar el túnel sino bordear el camino montañoso por el costado. La fortaleza que había pertenecido a la familia de Blodwen se encontraba escondida en alguna parte de la montaña, en el borde de las afuera de Lesath. Esperaba que Sorcha se encontrara en lo cierto y el warlock se encontrara allí con el Corazón del Dragón, de lo contrario estaríamos perdidos.

Observé a Aiden, iba a mi lado sobre Alshain, lucía majestuoso arriba de la yegua blanca. Su mirada se encontraba alerta en los alrededores pero su expresión era serena y parecía de buen humor. Aún me costaba creer que la noche anterior habíamos realizado el ritual de las siete estrellas. Habíamos pasado por tantas cosas desde que nos habíamos conocido que no podía evitar preguntarme qué nos depararía el futuro. Deseé con todo mi corazón que pudiéramos terminar con los warlocks que quedaban y tener una vida juntos.

No sería sencillo, Blodwen y Mardoc eran poderosos y aun si lográbamos vencerlos tendríamos que lidiar con Akashik. Él y su hija Lysha eran una amenaza oscura a la que en algún momento nos deberíamos enfrentar.

Zul parecía relajado pero sabía que sus peligrosos ojos grises se encontraban concentrados en el camino. De vez en cuando su cuerpo se rotaba levemente y sabía que lo hacía para asegurarse de que Sorcha estuviera detrás de nosotros y no hubiera huido.

Miré hacia atrás, el pequeño caballo de Zul avanzaba detrás de nosotros al trote. Sorcha tenía su mirada en el suelo, parecía perdida en sus pensamientos. No confiaba en ella. Temía el día en que le dijéramos la verdad. ¿Qué haría cuando supiera que descendía de la Dama Draconis y que era la única que podía utilizar el Corazón del Dragón sin ser afectada por su magia? No sabía la respuesta pero estaba segura de que no podía ser buena.

Volví mi mirada hacia el camino delante de nosotros, estaba nevando y avanzábamos lento debido a la montaña. No sabía qué nos esperaba, no sabía si lograríamos liberar a Lesath del Concilio o si nos aguardaba un destino más trágico. Lo único que sabía era que debíamos continuar y enfrentar los peligros del camino.