Pelear a muerte con Seith no era lo que había tenido en mente cuando deseé poder tener un buen duelo. Nos miramos por una fracción de segundos, analicé la posición de su cuerpo intentando descifrar cómo atacaría. Uno de nosotros no dejaría el círculo, era inevitable, éramos enemigos por naturaleza. No había sobrevivido para morir unos días después, terminaría con él.
Atacó primero, la posición de sus pies lo traicionó y detuve su espada con Glace antes de que terminara su trayecto. Arremetí contra él, obligándolo a retroceder, quería probarle que estaba recuperada, que no demostraría debilidad, solo fortaleza.
Su rostro ya no era una máscara con una sola expresión, en él había enojo, odio y arrogancia. Nuestras espadas chocaron en el aire. Mis movimientos eran más rápidos pero los de él poseían mayor fuerza. Se plantó sobre la nieve y guió su espada hacia mi derecha con tal brutalidad que necesité hacer uso de toda mi fuerza para mantener la espada firme contra la suya y detenerlo.
Me embistió con su hombro decidido a hacerme retroceder el espacio que había ganado. Parecía haber deducido que si lo arrinconaba contra la línea del círculo tendría la ventaja.
Ataqué con Glace una vez más, era difícil ser rápida cuando la nieve disminuía la velocidad de mis pies. Era un gran espadachín, de eso no había duda, pero sus movimientos no eran tan calculados como antes. Ahora que no podía ignorar sus emociones era vulnerable a cometer errores.
Seith llevó su espada hacia mí una y otra vez, cada ataque más rápido que el anterior. Lo detuve pero no logré salir de la posición defensiva, no tuve más opción que retroceder para evitar que el filo de su espada se acercara demasiado a mi cuerpo. Me sentía cansada, los músculos me dolían, estaba recuperada de la herida pero no lo suficiente como para hacer tanto esfuerzo. Intenté atacarlo, pero esquivó a Glace y dirigió su espada hacia mi pierna izquierda. Mi pie se enterró en la nieve y para cuando logré moverlo el filo de la espada rozó mi piel provocando un tajo. Ardía, pero por fortuna no era profundo y podía moverme bien.
—El primero en derramar sangre suele ser el vencedor —dijo Seith.
—No es el primero lo que me preocupa, sino el último —respondí.
Llevé la espada hacia su derecha, asegurándome de mantener mis pies en la nieve ya pisada. La velocidad de mi ataque lo sorprendió, lo vi en sus ojos, detuvo mi espada a solo centímetros de su hombro. Retiré la espada y la dirigí hacia su otro hombro a la misma velocidad, esta vez logré hacerle un tajo antes de que lograra apartarla. Nuestras miradas se cruzaron, la suya era de enojo, la mía de satisfacción.
—Eres buena, elfa. Lo admito. Eres la mejor rival que he tenido —dijo Seith—. Pero no puedes igualarte a mí. Si mi magia funcionara contra ti ya estarías muerta.
Probablemente estuviera en lo cierto pero no me importaba. Era un duelo de espadas y confiaba en mi habilidad.
Arremetí contra él, pero detuvo mi espada en el aire antes de que pudiera acercarme. Izquierda, derecha, nos movíamos rítmicamente, cada uno buscando un punto débil en el otro.
—No me he sentido yo mismo desde hace un tiempo y es todo por tu culpa, Adhara. No sé qué me has hecho pero pronto esta pesadilla terminará —dijo Seith.
No veía amor en sus ojos, sino odio. Odio y algo más que no podía descifrar del todo. Detuve su ataque y guié a Glace hacia la izquierda, pero su espada esperaba lista para detenerme.
—Si te refieres a que ya no tendré que lidiar contigo y tus intentos de matarme estás en lo correcto, esta pesadilla terminará —respondí.
—Eres audaz, elfa. Eso me gusta. De ser otras las circunstancias te tomaría como mi prisionera. Lástima que eres una molestia para Akashik… —respondió Seith.
Me concentré en el duelo y no en sus palabras. Esquivé su espada y me alejé de él para darle descanso a mi cuerpo aunque fuera por unos segundos. La cintura me molestaba y mis piernas me pesaban, era como si mis botas fueran de piedra. Lo miré desafiante, ocultando mi cansancio.
A juzgar por su expresión estaba intentando hacer magia de nuevo, la frustración no tardó en aparecer en su rostro y reanudó su ataque. Me apresuré en tomar la ofensiva para evitar sus brutales ataques. Fui rápida y ágil e intenté acercar mi espada a su pecho de todas las maneras posibles pero Seith era demasiado bueno.
—¡ADHARA!
Mi corazón se detuvo, era la voz de Aiden. Creí distinguir tres figuras corriendo hacia nosotros detrás de Seith pero mantuve mi concentración en él. Un momento de distracción podía costarme la vida.
Su espada se apresuró en dirección a mi pecho pero la desvié con Glace. Sabía que aprovecharía la situación para intentar algo así.
—¡ADHARA!
—No puedo pasar. ¡ADHARA!
Seith levantó la espada hacia mí a modo de advertencia y llevó su vista hacia donde se encontraban los demás. A diferencia de él, no usaría una distracción a mi favor, no había nada honorable en eso. Aproveché la oportunidad para mirar a Aiden. Se encontraba en el borde del círculo junto a Zul y Sorcha.
—¿Vienen a ver morir a la elfa? —su tono de voz ya no era neutro, sino que saboreaba cada palabra.
—¡Pelea conmigo, Seith! —gritó Aiden.
Desenfundó su espada pero una pared invisible le impedía avanzar.
—Es magia —dijeron Zul y Sorcha al unísono.
—¿Has decidido unirte al traidor, Sorcha? No estoy sorprendido, eres débil y patética, siempre lo has sido.
—Al parecer no tan patética como tú. ¿Sientes atracción por la elfa, Seith? —la voz de Sorcha era burlona.
—Ríe ahora, estarás muerta en poco tiempo —replicó.
—¡Déjala ir y pelea conmigo! —dijo Aiden.
Empujó sobre la línea e intentó pasar su espada a través de ella pero la pared invisible aún continuaba allí.
—Adhara y yo tenemos asuntos pendientes —respondió Seith.
Se volvió hacia mí. Levanté a Glace deteniendo su espada.
—¡ADHARA! —gritaron Aiden y Zul.
Me esforcé por ignorar sus voces. Lo único que importaba era lo que pasaba dentro del círculo, debía recordar eso si quería vivir. Nuestras espadas chocaron en el aire otra vez, ambos empujando para que el otro retrocediera. El duelo se volvió más intenso, más salvaje, sus ataques eran cada vez más brutales y mi cuerpo sufría al detener su espada.
Seith se había dado cuenta de que intentaba mantener mis pies sobre la nieve pisada y sus ataques me obligaron a moverme hacia donde estaba más profunda. Mis botas se hundieron en la nieve y me moví con cuidado repeliendo sus ataques.
—¡Zul, has algo! ¡Ahora! —gritó Aiden.
—No puedo, mi magia no puede romper el círculo —respondió el mago.
Mis brazos se encontraban cansados y el dolor en mi cintura avanzó por mi espalda. Lo ataqué intentando que retrocediera pero permaneció en su lugar sin dejarme salir de la nieve profunda.
—¡Ayúdame, Sorcha! —gritó Zul.
—El hechizo está sellado con sangre, no hay nada que podamos hacer.
La espada pasó a centímetros de mi mano, me tambaleé hacia atrás pero logré recuperar el equilibrio antes de caer. Seith miró a Aiden con maldad y arrogancia, creía que se encontraba cerca de ganar.
—Adhara va a atravesarte con esa espada, lo sé —dijo Aiden.
Sus palabras me reconfortaron, saber que confiaba en mis habilidades me daba fuerza para continuar. Levanté a Glace y puse mis pies en la posición correcta, lista para atacar. Seith me embistió, nuestras espadas chocaron, la fuerza de su cuerpo me arrojó hacia atrás y caí contra la línea del círculo. La pared invisible en mi espalda me impedía retroceder. Giré hacia un lado, evitando que Seith me aprisionara contra ella. Mi respiración era agitada y sabía que no aguantaría mucho tiempo más antes de que mi cuerpo me jugara en contra y cometiera un error. Quería vivir y para hacerlo debía matar a Seith. No había otra salida.
Respiré con calma, esforzándome por ignorar el dolor. Dirigí a Glace hacia él con un ágil movimiento. Era más rápida que él, aun con la nieve mis movimientos eran más rápidos, debía valerme de eso. Lo ataqué por un lado, por el otro, asegurándome de permanecer a la ofensiva.
Sus movimientos dejaron de ser fluidos y se volvieron más forzados. Ataqué con toda la velocidad de la que era capaz, un ataque a continuación del otro sin darle oportunidad de reacomodarse. Su expresión era de furia. Ya no estaba en control, las emociones lo estaban afectando y su defensa dejó de ser impenetrable. Nuestros ojos se encontraron por un breve momento, había odio y oscuridad en ellos. Decidida, y forzando cada músculo de mi cuerpo, llevé mi espada hacia su izquierda. Una vez que Seith posicionó su espada, giré con toda la velocidad de la que era capaz y lo ataqué por la derecha, enterrando mi espada en su pecho sin nada que la detuviera.
Había dolor y sorpresa en su rostro. Me mantuvo la mirada. Sus párpados comenzaron a temblar. Sus ojos marrones se cerraron repentinamente y su cuerpo cayó en la nieve.
Seith estaba muerto. Su cuerpo yacía sin vida, su pelo oscuro enterrado en la nieve. Lo miré incrédula, le había quitado la vida. Sabía que era lo correcto pero aun así me invadió una sensación de pavor y recordé las palabras de Akashik, quizá después de todo no éramos tan distintos.
Horrorizada, saqué a Glace de su pecho, la hoja fina como el hielo se encontraba cubierta de sangre. El alivio recorrió mi cuerpo pero también sentí una repentina sensación de tristeza.
—Adhara.
La voz de Aiden interrumpió mis pensamientos y fui hacia él. El alivio en su rostro era tan evidente que no pude evitar sonreírle.
—¡Eso fue increíble, Adhara! —exclamó Zul.
Intenté ir hacia ellos pero la línea del círculo me lo impidió. Aiden golpeó sus manos contra el aire comprobando que la pared invisible aún seguía allí.
—¿Por qué no se rompió el hechizo? —preguntó preocupado.
Recordé las palabras de Seith: «Mi sangre cerró el círculo y mi sangre es lo único que puede volver a abrirlo».
—Debes poner su sangre allí —dijo Sorcha.
Apoyé la hoja de Glace sobre la línea, dejando que la sangre tocara la nieve. Nada sucedió. Aiden y Zul se abalanzaron sobre mí y esta vez pasaron a través del aire, rodeándome con sus brazos. Me sentía tan cansada que me dejé caer sobre ellos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Aiden.
—Sí, solo estoy cansada —respondí.
El mago palmeó mi espalda y me dejó ir. Me apoyé sobre el pecho de Aiden y me sostuvo a su lado, besando mi cabeza de forma afectuosa.
—Un enemigo menos —dijo Zul contento—. Te luciste, ese último movimiento fue asombroso.
Le dediqué una corta sonrisa agradecida por su cumplido, pero aún me sentía mal por haber tenido que hacerlo.
—Vamos, es tarde y hace frío —dijo Aiden.
No sentía frío, el duelo me había hecho entrar en calor.
—¿Qué haremos con su cuerpo? —pregunté volviéndome hacia Seith.
—¿A qué te refieres? —preguntó Aiden.
Él y Zul me miraron sorprendidos.
—Lo dejaremos allí para que se lo coman los gusanos —dijo Sorcha.
—No, no sería correcto —respondí.
—Es lo que merece —dijo Aiden en tono firme—. Intentó matarte más de una vez y asesinó a personas inocentes.
Sabía que tenía razón, pero mi padre y los demás elfos en Alyssian no aprobarían dejar su cuerpo allí tirado sin importar cuan oscuro o cruel haya sido en vida. Quemarlo sería más respetuoso que dejarlo para que se lo coman los animales. Mi cuerpo se encontraba dolorido y cansado, no estaba en condiciones de hacer magia.
—Zul…
El mago me miró pensativo y asintió.
—¿Qué quieres que haga?
—Fuego —respondí.
—Espero que esto sea por alguna costumbre élfica con la que fuiste criada y no porque sientas lástima por él —espetó Aiden.
Zul se acercó unos pasos al cuerpo de Seith y este se prendió en llamas.
—Eres una tonta, a Seith le hubiese complacido dejarte tirada como un animal —dijo Sorcha.
—Por fortuna, no soy como él —respondí.
Caminamos de regreso a la cabaña. Aiden insistió en cargarme pero prefería caminar. Sabía que le había exigido demasiado a mi cuerpo pero quería ser fuerte. Descansaría cuando llegáramos.
El sol ya había bajado y todo a nuestro alrededor estaba oscureciendo. Mi cuerpo se enfrió y el aire se volvió helado. Mis manos se encontraban tan frías que apenas podía sentirlas.
Al entrar me senté frente al fuego junto a los demás. Una vez que mis manos y mi rostro se calentaron fui a buscar un trapo para limpiar a Glace. Refregué la hoja de la espada varias veces hasta sacarle toda la sangre.
Al entrar en la habitación me dejé caer sobre la cama. No fue hasta que me relajé por completo que sentí todos los músculos de mi cuerpo quejarse. Esperaba que una buena noche de sueño fuera suficiente para recuperarme, no quería que perdiéramos más tiempo por mi culpa.
Aiden entró en la habitación llevando una bandeja de comida. No tenía hambre pero sabía que si me iba a dormir sin comer lo lamentaría al otro día. Me observó comer en silencio y una vez que terminé retiró la bandeja y se sentó en el banco frente a la cama.
—Sabía que podías vencerlo —dijo acariciando mi mejilla.
—No fue fácil —respondí.
Llevó la mano hacia su bota y sacó mi collar de ella.
—Cuando lo vi supe que algo andaba mal —dijo Aiden.
—Fue la única pista que pude dejar.
—Fuiste inteligente —replicó.
Me observó con una nueva expresión en su rostro y lo miré con curiosidad. Sonrió y por alguna razón parecía nervioso.
—Iba a decírtelo mañana pero tras lo que pasó con Seith no puedo esperar más.
Lo miré ansiosa sin saber que iba a decir.
—Zul me contó que los elfos tienen un ritual, una promesa de amor eterno donde se comprometen a pasar el resto de sus vidas juntos —dijo Aiden.
—El ritual de las siete estrellas —susurré.
—Estuviste a punto de perder tu vida hace días y el camino que nos queda por recorrer es peligroso. Necesito demostrarte mi amor. Necesito saber que tu corazón es mío de la misma manera que mi corazón es tuyo. Ha sido tuyo desde el día que te conocí junto a la laguna.
Mi corazón se aceleró tanto que podía oírlo. Sus palabras me abrumaron a tal punto que no podía hacer más que mirarlo en silencio. Quería que hiciéramos el ritual de las siete estrellas.
—El día que nos casemos espero que sea frente a mi madre y tus abuelos, y en un día festivo. No en medio de una guerra. Este ritual suena más íntimo y es mi manera de decirte que te amo —continuó.
Me abalancé sobre él y lo besé. Aiden perdió el equilibrio y cayó al suelo de espalda, conmigo arriba. Dejó escapar una risa y me atrajo hacia sí besándome.
—¿Eso es un sí? —preguntó.
—Mi corazón es tuyo desde que me besaste aquel día bajo la lluvia —respondí.
Me moví en la cama intentando volver a dormir. Mi cuerpo se encontraba cansado pero mi cabeza se rehusaba a dejar de pensar. Había matado a Seith y Aiden quería que hiciéramos el ritual de las siete estrellas. Siempre había asumido que si algún día lo hacía sería en Alyssian, con mis padres, pero ahora que lo pensaba el ritual era algo íntimo que se hacía sin la presencia de los demás. Las familias de la pareja que se unía solía hacer una celebración al día siguiente pero no presenciaban el ritual.
¿Qué pensarían mis padres? Mi madre tal vez lo entendería, después de todo ella había dejado Lesath para irse con mi padre cuando tenía mi edad. Pero mi padre era un elfo y pensaría que había actuado de manera precipitada y sin pensar.
Miré a Aiden que se encontraba durmiendo a mi lado. Su rostro siempre parecía más infantil cuando dormía. La intensidad de los sentimientos que sentía por él no dejaba de sorprenderme. Cuando Lysha me apuñaló lo único que podía pensar era que no quería separarme de él.
Lo amaba y no podía imaginarme mi vida sin él y eso era lo que significa el ritual de las siete estrellas. Sonreí más segura de mi decisión y me dormí.
El ruido de voces me despertó. Me encontraba sola en la habitación. Cerré los ojos y los volví a abrir intentando no dormirme de nuevo. La fatiga de la noche anterior había desaparecido pero mis músculos no se encontraban en el mejor estado. Fui hacia mi bolsa de viaje y me puse un abrigo. Si íbamos a hacer el ritual de las siete estrellas necesitaba un vestido, comencé a hurgar entre la ropa pero me detuve al ver los copos de nieve en la ventana. Si usaba uno de mis vestidos no aguantaría el frío de la noche.
—¿Estás segura de que Blodwen huyó hacia esa fortaleza? —preguntó Zul.
—Ya te le he dicho miles de veces, no hay forma de saberlo con certeza pero es lo más probable. Lo he oído hablar de ella con Mardoc y Dalamar en varias ocasiones —respondió Sorcha.
—Espero que estés en lo cierto —replicó.
—¿Acaso no confías en mí? —preguntó Sorcha.
—No más de lo que tú confías en mí —respondió Zul.
Sorcha dejó escapar una risa.
—Aprovecha el día para descansar. Partiremos mañana a primera hora —dijo el mago.
—Vi cómo te comportaste ayer, estabas desesperado por romper el hechizo de Seith —su voz sonaba más fría—. Lysha no sabía lo que hacía. Si quería el Corazón del Dragón debió secuestrar a Adhara, no a mí.
—¿A qué te refieres?
Espié por la puerta pero solo podía ver la espalda de Sorcha.
—Te atrae la elfa —dijo Sorcha.
—No, no es cierto —respondió Zul.
—La manera en la que te comportaste ayer sugiere lo contrario —espetó Sorcha.
—Adhara es la primera amiga que tuve. Mi relación con ella es especial pero no por las razones que tú crees —hizo una pausa y agregó—. No tengo ese tipo de sentimientos por ella.
Silencio.
—Bien por ti, mago. Sería un error que los tuvieras —dijo Sorcha.
Me acerqué más a la puerta hasta poder ver a Zul. Se encontraba perplejo frente a ella, sus ojos perdidos en los de Sorcha. Se miraron por unos momentos sin decir nada y luego Sorcha fue hacia al hogar y se sentó en su lugar de costumbre. Su mente era un misterio, pero había sonado algo molesta cuando insinuó que Zul sentía algo por mí. Quizás sí sentía algo por el mago después de todo.
Si partíamos a la mañana siguiente, tendríamos que hacer el ritual de las siete estrellas esa misma noche. La ansiedad se apoderó de mí, no sabía qué iba a ponerme, aún me preocupaba qué dirían mis padres y era extraño pensar que en solo horas le prometería a Aiden pasar el resto de mi vida con él. La ansiedad se transformó en pánico. Terminé de cambiarme y fui hacia la sala.
—Zul.
—Adhara.
—Necesito hablar contigo —dije.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el mago— Luces… extraña.
—Me siento extraña y ansiosa, y no estoy acostumbrada a sentirme de esa manera —dije.
Zul me observó preocupado pero luego sonrió.
—¿Aiden te dijo? —preguntó con una mirada cómplice.
—Si te refieres al ritual de las siete estrellas, sí —hice una pausa—. ¿Tú lo sabías? ¿Cómo sabes acerca del ritual?
—Lo leí en uno de los libros de Talfan —respondió.
—¿Qué es el ritual de las siete estrellas? —preguntó Sorcha.
—Es un ritual élfico, van a casarse —dijo el mago.
—No vamos a casarnos —dije
Sabía que significaba lo mismo pero escuchar a Zul decirlo era aun más extraño que pensarlo.
—Se prometen pasar el resto de sus vidas juntos, es lo mismo que casarse con la excepción de que lo hacen frente a un par de estrellas —respondió el mago.
Quería decir algo pero no se me ocurría nada. Zul rió ante mi expresión y me abrazó.
—Felicitaciones —dijo.
Estaba molesta de que encontrara mi reacción graciosa pero sabía que estaba contento por mí.
—Gracias, Zul.
—¿Tú y Aiden van a casarse? —preguntó Sorcha con escepticismo.
A juzgar por su expresión pensaba que era absurdo.
—Es una promesa de amor eterno —repliqué molesta.
Sorcha revoleó los ojos y volvió su atención al fuego.
—Necesito un vestido, está nevando y mis padres se enfadarán cuando se enteren —dije.
Zul reprimió una risa e intentó sonar serio antes de volver a hablar.
—No debería decirte esto, pero nunca te vi así: Aiden se encargó de la ropa —dijo Zul.
—¿Aiden se encargó de la ropa?
Por alguna razón, saber esto me preocupaba aún más en lugar de calmarme. ¿De dónde la había sacado? ¿Le había pedido a Dara que le prestara uno de sus vestidos? Esperaba que no. Lo miré indicándole que fuéramos a la habitación, necesitaba a hablar con él a solas, sin Sorcha y sus comentarios.
Una vez dentro cerré la puerta y me volví hacia él. Tenía tantas preguntas en mi mente que era difícil articular solo una.
—¿A qué te refieres con que Aiden se encargó de la ropa?
—La chica que vino ayer, Laria, está confeccionando algo para ti. Te pidió un vestido para estar segura de las medidas —respondió Zul.
Recordé la escena y comprendí por qué el mago había escondido su rostro detrás del libro. Me pregunte qué tipo de prenda había confeccionado Laria, esperaba que me quedara bien, no quería hacer el ritual con algo que no me gustara.
—¿Qué pensarán mis padres? Conozco a Aiden hace solo meses, la mayoría de los elfos pasan años y años juntos antes de hacer el ritual —dije.
—Probablemente se deba a que son inmortales y tienen todo el tiempo del mundo —respondió el mago—. Cuando yacías en el suelo, luego de que Lysha te clavó la daga, vi la forma en que se miraron…Tú no puedes vivir sin Aiden y él no puede vivir sin ti. Tus padres lo van a entender.
Sus palabras me tranquilizaron, estaba en lo cierto. De seguro los sorprendería pero sabía que cuando les contara toda la historia me entenderían. La tranquilidad duró solo segundos antes de que la siguiente pregunta se apoderada de mi cabeza. En realidad no era una pregunta sino una confesión. No podía hacer el ritual de las siete estrellas sin decírselo a Aiden pero no estaba segura de cómo hacerlo.
—Necesito decirle algo a Aiden antes del ritual, algo que lo va a enfadar —dije.
Zul me observó con curiosidad. Me sentía incómoda, si no podía decírselo a él, ¿cómo se lo diría a Aiden? Aguardé a que dijera algo pero su expresión comenzó a impacientarse cuando permanecí en silencio.
—Aceptaste hacer el ritual, a menos que tengas pensado intentar fugarte de nuevo dudo que haya algo que lo pueda hacer enojar —dijo Zul.
—Seith me besó —espeté—. Utilizó magia mientras dormía. Tuve un sueño y no podía despertarme, lo intenté varias veces hasta que logré abrir los ojos y descubrí que me estaba besando.
Su expresión no hizo más que aumentar mis nervios.
—No creo que debas decírselo a Aiden… —respondió.
—Cuando le oculté que Seith había intentado estrangularme terminamos peleando —dije—. Quiero ser honesta con él.
—No pudiste hacer nada para evitarlo, no va a enojarse contigo —hizo una pausa y agregó—: Además, Seith está muerto.
Pasé las siguientes horas dando vueltas por la cabaña. Traté de recordar los pasos del ritual y el nombre de las siete estrellas mientras esperaba que Aiden regresara. Estaba ansiosa porque me mostrara lo que Laria había confeccionado. En varias ocasiones me asomé a la ventana, por fortuna no estaba nevando y no parecía hacer tanto frío como el día anterior.
Zul y Sorcha estaban hablando frente al fuego, tenían un mapa y estaban viendo el camino más rápido hacia la fortaleza que había pertenecido a la familia de Blodwen. Por momentos levantaban el tono de voz o alguno hacía un comentario sarcástico, pero parecían llevarse mejor que de costumbre. Sorcha llevaba el pelo en una trenza que caía sobre su hombro, al mago debía gustarle cómo le quedaba, ya que se quedaba mirándola cuando se encontraba distraída con el mapa.
Me pregunté qué pasaría con ellos. No sabía cuánto tiempo iba a llevarnos destruir al Concilio o si lograríamos hacerlo, pero sabía que si pasaban más tiempo juntos eventualmente el mago se animaría a hablarle de sus sentimientos. Sorcha era joven y, a pesar de que solo había conocido maldad, alguna parte de ella debía sentir curiosidad acerca del amor. Si Seith podía sentirse atraído por alguien no había duda de que Sorcha también podía hacerlo. La miré detenidamente. Sus ojos azules se encontraban fijos en el mapa y su expresión no revelaba nada. Era buena escondiendo sus emociones, probablemente lo había hecho toda su vida.
Sorcha señaló un punto en el mapa y levantó la mirada de forma repentina tomando a Zul por sorpresa. Su mirada permaneció fija en ella y ambos se observaron en silencio. El momento se volvió mas intenso y el mago bajó su mirada hacia el mapa y balbuceó algo. Fue allí cuando lo vi, las llamas iluminaron el rostro de Sorcha y noté el rubor en sus mejillas.