Una lágrima recorrió mi mejilla mientras deslizaba mi pie hacia la piedra más cercana. Sabía que el viejo mago había vivido una larga vida y que había partido en paz pero aun así me sentía triste por él. Verlo convertirse en piedra sabiendo que no regresaría a la vida me había perturbado. Lamenté no haber tenido flores para poner junto a él pero Grigor se había encargado al poner mi anillo a los pies de Warrick.
Zul se encontraba a mi lado bajando la montaña en silencio. Su mirada era triste, pero en ningún momento lloró ni dejó entrever sus sentimientos. A pesar de haber pasado poco tiempo juntos, el viejo mago se había ganado el cariño y la admiración de Zul. En un punto, era como si todos los mentores en los que había depositado su confianza lo hubieran abandonado. El mago tenía demasiada fe en las personas pero esta vez su expresión me decía que había aprendido la lección. Nadie llevaría a cabo esta tarea por él, era su destino salvar a Lesath y el nuestro también.
Me pregunté qué sería de Grigor. ¿Permanecería en el Monte Luna o regresaría a la tierra de Serpens? Era difícil saberlo.
El día transcurrió en silencio. Zul durmió la mayor parte del tiempo, aunque en un comienzo se había negado a hacerlo. Las ojeras en su rostro y el hecho de que hacía dos días que no dormía lo obligaron a resignarse.
Aiden y yo practicamos por unas horas con la espada y luego cepillamos a los caballos.
Al anochecer nos reunimos alrededor del fuego para comer las pocas provisiones que quedaban. El aire se encontraba tan frío que de solo apartarme de las llamas unos centímetros sentía que el cuerpo se me congelaba. Sabíamos el tema a discutir pero nadie se animaba a dar el primer paso. Aiden y yo observamos a Zul e intercambiamos miradas. Necesitábamos encontrar a Sorcha y convencerla de que fuera con nosotros a la corte del Hechicero de Hielo. El mago parecía encontrarse bien, pero tras recordar cómo había reaccionado antes, no nos decidíamos a hablar.
Sorcha… no podíamos confiar en ella. Era tramposa y había oscuridad en su alma. Lisabeth Derose había arriesgado su vida para salvar a un dragón cuando tenía solo siete años, su corazón era noble, me costaba creer que Sorcha descendiera de ella. El Concilio de los Oscuros había elegido y entrenado a la única joven de Lesath que podía arruinarlos. Y como si fuera poco, la habían convertido en su enemiga. Me pregunté cómo sería Sorcha si hubiese tenido una vida normal junto a sus padres; probablemente se hubiera convertido en la joven valerosa y de buen corazón que debería haber sido. En cambio era una embustera que se valía de trucos sucios y su corazón era más frío que la nieve a nuestro alrededor.
Zul dejó escapar un suspiro y nos miró con impaciencia. Sabía que estábamos evitando hablar del tema por miedo a su reacción.
—Debemos encontrar a Sorcha —dijo.
Su tono de voz era calmo pero intentaba sonar más tranquilo de lo que en verdad estaba.
—Zul, no podemos confiar en Sorcha y lo sabes —respondió Aiden con cautela.
—Escapó de los warlocks y no tiene adónde ir, eso jugará a nuestro favor —hizo una pausa—. La convenceremos de que nos ayude a eliminar al Concilio y la vigilaremos de cerca.
—No es necesario que sepa quién es ni lo que eso significa. Le ofreceremos que se una a nosotros contra el Concilio. Posee magia, nos sería útil aun sin ser descendiente de la Dama Draconis. Y eso es lo que pensará —dije.
—Podemos hacer que destruya la piedra sin que sepa que es la única que puede hacerlo— dijo Aiden.
Silencio.
—Es un buen plan —dijo el mago finalmente.
Al amanecer comenzamos a preparar todo para partir. El único problema era que no sabíamos hacia dónde ir o donde buscar. Habíamos descartado los pueblos, ya que debía permanecer oculta y la guardia real había hecho circular un pergamino con su descripción ofreciendo recompensa.
En mi opinión debíamos regresar al bosque donde la habíamos encontrado, cocinar algo con rico aroma y esperar a que se escabullera para comer como lo había hecho antes.
Hubiera sido más fácil lograr que confiara en nosotros si Zada no hubiese intentado matarla. De alguna manera Zada siempre se las ingeniaba para complicar las cosas.
Los caballos se encontraban listos y Aiden terminó de guardar la carpa. Zul y yo discutíamos acerca de si volver a donde la habíamos encontrado o buscar en otro lado.
Una sensación extraña se apoderó de mí mientras el mago me mostraba el mapa, señalando hacia donde creía que debíamos ir. Me sentí observada, como si hubiera alguien espiándonos desde algún lado. Disimuladamente, miré hacia los alrededores en busca de algún intruso, nada. Levanté la vista hacia el Monte Luna pensando que podía tratarse de Grigor pero no vi rastros de él. Aunque las escamas del dragón eran blancas y podría camuflarse con la nieve aun así podría distinguir a una criatura grande como un dragón.
Tal vez me sentía de esa manera porque sabía que el Hechicero de Hielo había estado observándonos a través de su esfera de cristal. Zul me habló y volví mi atención a él. Quería volver a Agnof por provisiones y luego continuar hacia el este. Me agradaba la idea de volver a pasar por Agnof; el niño que vivía allí, Braen, me lo había pedido.
Mi cuerpo se tensó, a pesar de que quería prestarle atención a las palabras de Zul no podía evitar sentirme alerta. Llevé la mano hacia la empuñadura de Glace y observé los alrededores una vez más.
—Adhara…
—No es nada —respondí.
Aiden había notado mi reacción y observaba los alrededores con ojos sospechosos. Estaba por convencerme de que estaba sobreactuando cuando oí pisadas. Desenfundé la espada y me volví hacia el bosque que se extendía a nuestra izquierda. Alguien estaba allí y venía en nuestra dirección. Aiden y Zul aparecieron a mi lado, tan listos para recibir al intruso como yo lo estaba.
Las pisadas se acercaban más y más hasta que alguien se hizo visible entre los árboles cubiertos de nieve. Lo primero que vi fue largo cabello rubio.
Quedé perpleja mientras veía a la reina Lysha correr hacia nosotros. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué estaba allí? ¿Escapó de Zosma porque la habían descubierto? ¿Qué había pasado con Goewyn y Deneb? Silencié todas las preguntas en mi mente.
—¡Lysha! —exclamé.
—¿Reina Lysha? —preguntaron Aiden y Zul al mismo tiempo.
La joven corrió hacia nosotros y estiró sus brazos hacia mí. Antes de que me abrazara creí ver una expresión extraña en su joven y aniñado rostro. Se apretó contra mí y resistí mi impulso de apartarla al escuchar un sollozo. Algo malo le había sucedido.
—Lysha, ¿qué ocurrió? —pregunté.
Cuando no respondió, la tomé por los hombros y antes de lograr poner distancia entre nosotras sentí un dolor tan repentino e intenso que grité mientras me desmoronaba contra la nieve.
—¡Adhara!
Una daga negra se encontraba clavada por completo en mi cintura, a tal punto que solo su empuñadura era visible. La sangre recorría mi pierna y se extendía por la nieve tiñéndola de rojo. Aiden y Zul se arrodillaron a mi lado. Levanté la vista, Lysha me observaba sonriendo, la expresión en su rostro ya no era inocente sino siniestra
—¿Qué diablos has hecho? ¿Te has vuelto loca? —gritó Zul.
—Muestra respeto o serás el siguiente —respondió Lysha.
Aiden me movió para tomarme en sus brazos y grité de dolor sin poder contenerme. Era el dolor más intenso que había experimentado en toda mi vida.
—Adhara, mírame.
Había desesperación en su voz, mis ojos buscaron los suyos. La expresión de Aiden era de puro horror y sus ojos parecían vidriosos.
—Tengo que sacarte la daga o será peor, lo haré rápido y de un solo movimiento —dijo.
Asentí con la cabeza e intenté controlar mi respiración. No era posible que el dolor empeorara, no lo aguantaría. Aiden tiró con fuerza y sentí lágrimas en los ojos. Me encontraba envuelta en una total y profunda agonía.
—¡Ayúdala, Zul! Cura la herida —gritó Aiden.
—No puedo. La magia solo cura las heridas causadas por magia —respondió con desesperación—. A menos que la daga tenga algún tipo de encantamiento…
—No lo tiene —lo interrumpió Lysha.
Quería ponerme de pie y matarla. Si pudiera hacer algo antes de perecer, sería matarla. Besar a Aiden y matarla.
—Te mataré, Lysha —le espeté.
—Oh, Adhara, lastimas mis sentimientos, creí que éramos amigas —respondió Lysha riendo.
Intenté incorporarme pero las manos de Aiden y el dolor me lo impidieron.
—Es un regalo de Akashik, yo solo soy la mensajera —dijo Lysha—. Aunque debo admitir que disfruté al hacerlo. Tú y yo tenemos un conflicto de intereses, Adhara.
¿De qué estaba hablando? Zul me interrumpió antes de que pudiera averiguarlo.
—¿Sirves a Akashik? —preguntó Zul.
—Podría decirse que sí —hizo una pausa y rió—. Verás, nuestra relación es algo más íntima. Akashik es mi padre.
La miré incrédula, sus palabras resonaron como un eco en mi mente. ¿Lysha era hija de Akashik?
—No es posible —dijo Aiden.
—Tu madre conoce la historia. Creí que arruinaría mi plan cuando la encontramos pero logré alterar su memoria antes de que hablara con Adhara —dijo Lysha—. Elana Moor fue su dama de compañía y mi madre cometió del error de contarle que se había enamorado de un misterioso hombre que solía visitarla en el castillo. Es por eso que mi padre decidió eliminar a tu familia. Supongo que le diste pena y perdonó tu vida, o quizá pensó que serías de utilidad. Es una lástima que estuviera equivocado.
Aiden tembló de furia a mi lado y se puso de pie con su espada en la mano. Lysha recitó unas palabras y la nieve comenzó a agitarse de manera violenta. Magia negra.
—¿Por qué me ayudaste a escapar de Izar? —pregunté confundida—. Si Akashik me quiere muerta podría haberlo hecho allí con sus propias manos.
—Eso no hubiese servido a su propósito —respondió Lysha—. Mi padre oyó el contenido del pergamino que les entregó Ailios cuando lo leyeron en Elnath. «Valentía y bondad serán virtudes, maldad y avaricia desencantos.» Mi padre no es exactamente bondadoso y no sabía a qué tipo de guardianes se enfrentaría. Entonces decidió que lo mejor sería llevarte a Izar para que pudiera ayudarte a escapar y nos volviéramos amigas. De esta manera podría seguirte y quitarte el Corazón del Dragón una vez que lo obtuvieran.
Todo había sido una trampa de Akashik, habíamos hecho exactamente lo que él quería que hiciéramos. Me sentí tonta por no haberme dado cuenta de lo que era Lysha realmente. Me había utilizado como a una marioneta igual que a todos los demás.
—¿Qué has hecho con Goewyn y Deneb? —pregunté temiendo la respuesta.
—Viven, alteré sus memorias para que se olvidaran de mí y de la existencia del Concilio. Goewyn es una sirvienta devota, me encantaría que me sirviera en mi castillo —dijo Lysha.
Sentía frío. Frío y dolor. Aiden se quitó la capa y la ajustó alrededor de mi cintura, haciendo presión para detener la sangre.
—No me importa que seas su hija, puedo derrotarte —dijo Zul—. Recibirá tu cabeza en lugar del Corazón de Dragón.
Dio un paso hacia ella, sus ojos grises revelaban enojo y poder. El suelo comenzó a agrietarse a su alrededor a medida que avanzaba y la grieta se extendió hacia Lysha. Al mago nunca había podido engañarlo del todo.
—Tengo un regalo para ti también, Zul Florian.
Lysha fue hacia el bosque y unos segundos después reapareció arrastrando una figura detrás de ella. No logré ver con claridad quién era pero temí que se tratara de Zada.
A medida que se fue acercando vi que su pelo no era negro, sino rojo. Sorcha. Estaba atada y con un pedazo de tela en la boca. Lysha la arrojó en la nieve y miró al mago de manera siniestra.
Zul permaneció quieto como un bloque de hielo, la expresión en su rostro era imposible de leer.
—Oí tu romántica confesión mientras los seguía. Entrégame el Corazón del Dragón o serás tú quien reciba una cabeza —dijo Lysha.
No podía imaginar lo que pasaba en la mente de Zul en ese momento. No solo amaba a Sorcha sino que era la heredera de la Dama Draconis. No podía dejar que la mataran, pero tampoco podía entregarle la piedra.
Vi el enigma en sus ojos grises. Su expresión era más peligrosa que nunca. El mago mataría a Lysha de alguna forma.
—Pareces perturbado, Zul. Sé cómo te sientes, yo también temí por la vida de aquel que quiero. Cuando oí a Seith intentando matar a Adhara temí lo peor. De no haber intervenido la hubiera matado y mi padre lo hubiese matado a él. El más poderoso de los aprendices de Nawa, el único verdadero mago de Lesath, casi muere por su culpa. Seith cree que soy una niña tonta, una patética marioneta, pero ahora podré decirle quién soy realmente. Él y los otros miembros del Concilio aprenderán a temerme.
Oírla hablar de Seith de esa manera me revolvía el estómago. Tomé la mano de Aiden con fuerza, sentía que estaba desvaneciéndome, no sabía cuánto tiempo más podría aguantar aquel terrible dolor.
—Serás tú quien me tema a mí, niña impertinente —dijo una voz.
Una figura encapuchada surgió de entre los árboles, su capa tenía una insignia dorada de dos dragones entrelazados. Era un warlock. Lysha parecía tan perpleja como el resto de nosotros.
—Eres una muchacha inservible, siempre lo has sido. Tuve sospechas de que fueras su hija, pero no pensé que Akashik se rebajaría a unir su sangre con una humana débil como tu madre.
Se retiró la capucha haciendo visible su rostro, era Blodwen.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Lysha—. Cuando mi padre sepa que has interferido, seguirás el mismo destino de Sabik y Dalamar.
Mi vista comenzó a nublarse, intenté moverme pero el dolor no me lo permitió. Tenía miedo de lo que podía pasarme. No quería morir.
—Necesito que aguantes hasta que pueda sacarte de aquí —me susurró Aiden—. Te amo, Adhara. Quédate conmigo.
Sus ojos marrones parecían más cálidos que de costumbre. Me esforcé por levantar la cabeza para besarlo y al darse cuenta de mi intención, Aiden me beso a mí. No quería que fuera nuestro último beso. Viviría, no sabía cómo pero viviría.
—Akashik pagará esta traición con su vida. Lo creímos un líder digno y poderoso, capaz de conseguir nuestra supervivencia y mató a dos de los suyos. Cree que estamos ciegos a la verdad pero no es tan astuto como cree. Cuando tú y la elfa escaparon supe que algo andaba mal y decidí tomar el asunto en mis manos —dijo Blodwen.
La atmósfera se volvió tensa. El mago miró a Lysha y a Blodwen sin estar seguro de quién sería su rival. Sorcha se movía en el suelo intentando soltarse. Y Lysha observaba nerviosa a Blodwen y a Zul con incertidumbre.
—Akashik está al tanto de tu viaje y me ha enviado a decirte que ya no requiere de tus servicios —dijo otra voz.
Seith salió caminando del mismo lugar del que había salido Blodwen. La escena frente a mí se había vuelto aún más extraña. Temí que Akashik y Mardoc aparecieran en cualquier momento.
—Inténtalo, Seith. Te crees poderoso, pero no conoces el verdadero poder —replicó Blodwen.
En ese momento, Lysha corrió hacia Blodwen, con la nieve arremolinándose a su alrededor, y Zul corrió hacia Sorcha. El mago la desató, la ayudó a ponerse de pie y tiró de su brazo, para traerla hacia nosotros. Alguien lanzó un encantamiento y ambos volaron por el aire antes de poder alcanzarnos.
Todo se volvió confusión, escuché gritos y hechizos sin poder distinguir quién peleaba con quién. Me encontraba tan aturdida que no pude hacer más que permanecer allí inmóvil en medio del campo de batalla. Jamás me había sentido tan inútil e indefensa. Aiden se movió a mi lado atacando a alguien con su espada y creí ver cabello rubio.
Me esforcé por permanecer consciente, pero mi visión estaba nublada y no podía distinguir del todo las figuras a mi alrededor.
—Hola, Adhara.
Conocía esa voz, era la última voz que quería escuchar en ese momento.
—Luces pálida y ensangrentada —dijo Seith.
—Tu victoria sería demasiado fácil si peleas conmigo ahora —respondí.
No podía morir en sus manos, me rehusaba a hacerlo.
—Pero seguiría siendo una victoria —respondió.
Enfoqué mi vista en él. Estaba parado tan quieto y firme que no parecía humano. Tomé mi espada y la clavé en la nieve intentando ponerme de pie. Gotas de sudor cayeron por mi frente, me sentía mareada e inestable. Intenté levantar la espada hacia él y colapsé del dolor, cayendo sobre nieve y sangre.
—Seith —dijo la voz de Aiden.
—Aiden Moor, el traidor —respondió Seith—. Me avergüenza admitir que ambos deseamos a la misma mujer, pero no te preocupes, pronto morirá y jamás volveré a pensar en ella.
Su voz sonaba fría y distante, pero no tan carente de emoción como otras veces que lo había oído hablar. Aiden gritó y se arrojó contra él, las espadas chocaron y se batieron a duelo. Creí oír a Seith maldecir y supe que la mística debía estar protegiendo a Aiden de su magia. Los oía batallar a mi alrededor, pero no podía ver con claridad. Me obligué a calmarme y a ver más allá del dolor que me sofocaba. Levanté la vista, Sorcha y Lysha parecían estar en mitad de una guerra de nieve, ambas manipulándola a su antojo. A unos metros, el mago se encontraba de espalda contra el piso y Blodwen se encontraba arriba de él.
Miré sin poder hacer nada, sin siquiera poder ponerme de pie para ir en su ayuda. Había tenido la esperanza de que lucharan entre ellos y no contra nosotros, pero no eran tan tontos.
Los ojos se me cerraron y luché por volver a abrirlos, sentía frío y dolor y apenas tenía conciencia del charco de sangre a mi alrededor.
Oí un rugido claro y potente. ¿En verdad lo había oído o creía haberlo hecho? No lo sabía. Lo oí de nuevo y sentí una correntada de aire caliente. Abrí los ojos exhausta, un gran dragón blanco volaba por los cielos largando llamaradas de fuego. Escuché gritos, pisadas y caos.
Abrí los ojos de nuevo, no recordaba haberlos cerrado, mi vista se encontraba tan nublada que apenas podía distinguir a mis alrededores. Vi un dragón alejándose en el cielo y todo se volvió oscuridad.