Si pensaba que sus halagos iban a compensar el hecho de que el dragón Grigor nos había revoleado de un lado al otro de la recámara estaba equivocado.
Debió adivinar mis pensamientos, ya que parecía pedirnos disculpas con la mirada al tiempo que nos indicó que nos acercáramos.
—Hay mucho sobre lo que debemos hablar y poco el tiempo con el que contamos. Tengo entendido que han logrado matar a dos de los warlocks del Concilio de los Oscuros, corríjanme si me equivoco.
Silencio.
—Lo peor aún está por venir, Akashik es un enemigo formidable, un ser dotado de tal oscuridad y astucia…
—¿Cómo sabe acerca de nosotros y de lo que hemos hecho? —lo interrumpí.
—Todo a su tiempo, Adhara. Solo diré que hay alguien que los ha estado observando —respondió el viejo mago.
Lo sabía. Ese pensamiento había estado rondando mi mente. ¿Cómo era posible que no nos hubiésemos dado cuenta? ¿De quién se trataba?
—¿Qué saben acerca del Corazón del Dragón? —preguntó Warrick.
—Concede inmortalidad a quien lo use —respondió Zul.
Grigor dejó escapar humo por sus orificios. Por un momento creí que el dragón se había ofendido.
—Las historias en torno al Corazón del Dragón han variado con los años. Los warlocks pusieron sus esperanzas en una vieja leyenda que hablaba sobre una piedra del color de la sangre creada por los dragones como un regalo para un líder digno de los hombres. La piedra en cuestión ofrecía el regalo de la inmortalidad —hizo una pausa—. Esa leyenda es falsa.
—¿Falsa? —preguntamos los tres al unísono.
—El Corazón del Dragón no concede inmortalidad —dijo Warrick.
No era posible. Los elfos mismos habían escrito pergaminos con la leyenda. Si la leyenda era falsa debían saberlo. A menos… que supieran que era falsa y la escribieran de todos modos. Era otra prueba de su desconfianza.
—Los elfos saben que la leyenda es falsa —dije pensando en voz alta.
Warrick guardó silencio pero su mirada confirmó mis sospechas.
—¿Entonces el Corazón del Dragón es simplemente una piedra? —preguntó Zul incrédulo.
El dragón gruñó.
—¿Alguno de ustedes ha escuchado la historia de la Dama Draconis? —preguntó Warrick.
Aiden y Zul negaron con la cabeza.
—Mi padre solía cantarme una canción que hablaba sobre ella cuando era niña —dije pensativa.
El viejo mago me indicó que prosiguiera.
—«Solo su presencia puede callar a aquellos que desconocen el silencio
»Y ni el más vil de los insolentes osa mirarla sin su permiso.
»Pues ella es la dama que fue criada por el gran dragón y como su hija no tolera las faltas de los mortales
»Aquella dama de larga cabellera roja que conoce los secretos del fuego y los misterios de los dragones
»Aquella cuyo nombre induce respeto
»Pues nadie conoce el secreto que envuelve a la Dama Draconis.» —recité.
Me sorprendí de recordar todos los versos. Zul me observó pensativo. A juzgar por su expresión, nunca la había oído.
—Hace más de doscientos años aún había dragones en Lesath. Volaban libres y salvajes por las tierras y en ocasiones cazaban ganado y dañaban los pueblos. Glaws, un dragón con escamas del color del cielo y descendiente de Darco, el primer dragón, mató el ganado de un pueblo llamado Daos… en más de una ocasión. La gente del pueblo, cansada de esto, decidió tenderle una trampa. Necesitaron más de cien guerreros para atraparlo. Estaban decididos a matarlo y lo hubieran hecho de no haber sido por una niña llamada Lisabeth Derose. Tenía apenas siete años y era la única hija de uno de los nobles. La niña se escabulló hacia donde lo tenían cautivo y lo liberó de sus cadenas, salvando su vida. Glaws escapó y regresó con los suyos llevando a Lisabeth con él. Darco recompensó a la pequeña entregándole una piedra creada por sus propias llamas. La piedra protegería a la niña, de la misma manera que las escamas protegían a los dragones. Mientras la tuviera puesta ningún ataque físico o mágico podría lastimarla.
—Lisabeth Derose se convirtió en la Dama Draconis —adiviné.
La historia aún sonaba algo extraña como para ser cierta. ¿Una niña de siete años rompiendo cadenas y salvando la vida de un dragón? Pero el Corazón del Dragón existía, Grigor lo llevaba alrededor de su cuello, la historia debía ser cierta.
—Tal vez la piedra no lo vuelva inmortal pero aun así es peligrosa. Si Akashik la obtiene nunca lograremos matarlo. No vivirá para siempre pero vivirá por largos años —dijo Aiden.
—La historia aún no termina. Los dragones son astutos y conocen sobre la codicia de los hombres —dijo Warrick—. El Corazón del Dragón fue creado para Lisabeth Derose y sus descendientes. Cualquier otra persona que lo utilice sufrirá consecuencias.
—¿Qué clase de consecuencias? —preguntó Zul.
—Si un mago utiliza el amuleto, en cuanto se lo quite, la piedra le quitará su magia. Si un hombre lo utiliza se volverá débil y enfermo al quitárselo.
El viejo mago tenía razón, los dragones habían sido astutos.
—¡Si Akashik se pone el amuleto y luego se lo quitamos perderá su magia! —exclamó Zul animado—. Se convertirá en un humano y podremos matarlo sin dificultad.
Recordé a aquel terrible ser que me había mantenido cautiva en Izar, su rostro joven y malvado, sus ojos negros y su facilidad para manipular a los demás. Akashik ya poseía grandes poderes mágicos, si le sumábamos el Corazón del Dragón, jamás nos acercaríamos lo suficiente a él como para arrebatárselo.
—No tenemos ninguna garantía de que podremos separarlo de la piedra. Si le entregamos el Corazón del Dragón estaríamos asegurando su reinado —dijo Aiden.
Tenía razón, habíamos llegado a la misma conclusión. A Zul no le agradó oír esas palabras, pero sabía que eran ciertas. La frustración se hizo evidente en su rostro.
—Sería demasiado arriesgado entregárselo a los warlocks y tampoco podemos utilizarlo nosotros —dije—. Lo único que nos resta es destruirlo para asegurarnos de que no caerá en sus manos.
—Solo una persona puede destruir la piedra —dijo Warrick—. Un descendiente de la Dama Draconis. Fue creada como un obsequio para ella y solo alguien que comparta su sangre puede destruirlo.
Esa perspectiva no era buena.
—Según lo que recuerdo la Dama Draconis fue hacia la tierra de Serpens con los demás dragones.
Eso era lo que me había dicho mi padre.
—Sí, pero su hija Eilwen Derose permaneció en Lesath y continuó el linaje —respondió Warrick.
—Ustedes deben saber quién es —le espetó Aiden—. ¿Por qué permanecieron aquí en lugar de buscar al descendiente de la Dama Draconis y hacer que destruya la piedra?
Había algo de enojo en su voz y comprendía de dónde provenía. Warrick era un mago poderoso y tenía un dragón a su lado, ambos podrían haber destruido la piedra en lugar de permanecer escondidos en una montaña.
—Mi vida llegó a su fin hace mucho tiempo, soy más viejo de lo que ustedes creen —replicó Warrick—. Los humanos tenemos una vida corta, incluso aquellos que poseemos magia. Yo fui el último mago de la Orden de la Luna Vieja. Pensé que viviría mis últimos años en paz cuando un joven adivino llamado Celestino tuvo una premonición. Había oído hablar de un niño de cabello blanco y ojos del color del agua que tenía visiones sobre el futuro; decidí ir a visitarlo y verlo por mí mismo. El niño habló acerca de una amenaza oscura que buscaba apoderarse de Lesath. Dijo que un grupo de warlocks habían sobrevivido y que causarían muerte y sufrimiento. Los elfos estaban dejando estas tierras para regresar a Alyssian y solo uno de ellos me escuchó y accedió a ayudarme, Ailios. Juntos buscamos por toda Lesath hasta que finalmente encontramos el Corazón del Dragón. Este se había perdido en el tiempo y se encontraba bajo el poder de un noble que solo lo veía como una bonita joya. Intentamos encontrar a aquel que pudiera destruirlo pero sabíamos que los warlocks venían tras nosotros. Ailios me confió la piedra y me indicó que me dirigiera al Monte Luna. No tuvo más opción que encerrarse en el pasaje de Elnath —hizo una pausa—. Cuando llegue aquí me encontré con Grigor. Ailios había escuchado que un dragón blanco había reclamado para sí una cueva en el Monte Luna y que cada un par de años regresaba de la tierra de Serpens. Grigor accedió a ayudarme a cambio de que una vez finalizada nuestra tarea le entregara mi báculo. A los dragones les gusta coleccionar objetos valiosos. No sabía quién continuaría mi misión o en cuánto tiempo, solo sabía que me encontraba viejo, cansado y que me quedaba poco tiempo de vida. Entonces utilicé mi magia para crear un hechizo que nos mantuviera intactos ante el paso de los años —hizo otra pausa y agregó—: Debo admitir que estoy complacido con la extraordinaria magia que he logrado.
Era difícil creer que hubieran esperado aquí transformados en piedra durante tanto tiempo. ¿Qué pasaría con él ahora que nos encontrábamos aquí? ¿Moriría?
Zul se paseó en círculos, no sabía lo que pensaba pero era evidente que se encontraba perturbado. Aiden dejó escapar un suspiro y se apoyó sobre su espada.
No solo debíamos vencer al Concilio de los Oscuros, sino que también debíamos encontrar a un descendiente de la Dama Draconis.
—Si no pudo matar a los warlocks, ¿cómo espera que yo lo haga? —preguntó Zul.
Había irritación y desesperación en su voz.
—Eres joven y tu magia es fuerte, Zul Florian. Encontrarán la manera —respondió Warrick.
Zul abrió la boca y volvió a cerrarla, luego nos dio la espalda y se alejó unos pasos. Pensé en seguirlo e intentar tranquilizarlo pero no parecía una buena idea.
—¿Cómo haremos para encontrar a un descendiente de la Dama Draconis? No tenemos siquiera un nombre para comenzar a buscar —dijo Aiden.
—Utilizaré un hechizo, creo poder proporcionarles un nombre o una imagen de la persona que deben buscar —replicó el viejo mago.
El dragón blanco se puso de pie y gruñó.
—El amanecer se aproxima. Hay otros temas que debemos discutir, información que puede ayudarlos, regresen por la noche —se volvió a Grigor y agregó—. Una noche más, amigo. Una noche más y tendrás lo prometido.
El dragón asintió con la cabeza y se acercó a Warrick colocándose dentro del círculo de palabras. La oscuridad se fue disipando de a poco y, con el primer rayo de sol, ambos volvieron a ser de piedra como si nunca hubiesen tenido vida. Fue algo asombroso de contemplar, Warrick en verdad había utilizado magia extraordinaria.
Con el sol también me llegó el cansancio, había estado tan absorta en la charla, que no me percaté de que habíamos pasado la noche en vela.
Permanecimos en silencio un buen rato, cada uno perdido en sus pensamientos. No podía creer que la historia del Corazón del Dragón que todos conocían fuera falsa. Pero no era difícil ver cómo se había creado la leyenda: si protegía de todo tipo de peligros a quien lo poseyera, muchos podían haber interpretado erróneamente que los volvería inmortales. Lo que me costaba comprender era que alguien tan astuto como Akashik no haya dudado en ningún momento del poder de la piedra; quizá su ambición era más grande de lo que imaginábamos. Era alentador saber algo que él desconocía.
Me pregunté quién sería el descendiente de la Dama Draconis y si sabría sobre sus orígenes. Una nueva posibilidad cruzó mi mente. La persona no solo podía destruir el Corazón del Dragón, sino que también podía utilizarlo sin sufrir consecuencias. Si se trataba de alguien con magia podría atacar a los warlocks sin padecer ningún tipo de daño. Pero incluso si no poseía magia, podía matarlos con un arma.
Les indiqué a Aiden y a Zul que se acercaran y les conté lo que había pensado. En cuanto terminé de hablar, ambos asintieron. El mago parecía aliviado e incluso sonrió. Aiden parecía tener dudas al respecto.
—Me alegraré una vez que veamos qué tipo de persona es —dijo.
—Es un descendiente de la Dama Draconis, debe llevar su ferocidad en la sangre —respondí.
Tenía sueño. Consideré dormir sobre las rocas pero tenía el presentimiento de que despertaría más dolorida de lo que me encontraba.
—Iré a ver los caballos para asegurarme de que se encuentren bien —dijo Aiden—. La carpa aún se encuentra armada y me vendrían bien unas horas de sueño.
—Iré contigo —repliqué.
Observé al mago esperando a que se nos uniera.
—Me quedare aquí —dijo Zul—. Necesito aclarar mi mente.
Era extraño que quisiera quedarse allí con las estatuas pero no dije nada, respetaba que quisiera estar solo por un tiempo.
—Adhara.
Aiden estrechó mi mano y me guió por el camino de regreso hasta la abertura en la montaña. Descender fue aún más difícil que subir, debíamos mirar constantemente hacia abajo y en ocasiones no sabíamos sobre qué piedra apoyar el pie. No sé cuánto tiempo nos llevó tocar el suelo pero finalmente lo hicimos. El clima parecía aún más frío que el día anterior, el aire helaba mis manos y mi rostro. Mis pies se enterraban en la nieve y cuando llegamos a la carpa estaba tan cansada que apenas podía mantenerme en pie.
Daeron relinchó al verme y me acerqué a acariciarlo. Los caballos se encontraban bien, habían quitado la nieve con sus patas hasta dejar el pasto al descubierto y pastaban tranquilos uno al lado del otro. Parecían estar tolerando el frío mejor que yo.
Al entrar en la carpa me quité la capa y me dejé caer sobre la bolsa de dormir. Aiden entró unos minutos después y en el momento en que nuestras miradas se cruzaron mi corazón comenzó a acelerarse. Me sentía ansiosa, nerviosa y no tardé en darme cuenta a qué se debía. Era la primera vez que nos encontrábamos solos desde hacía bastante tiempo. La carpa nos proporcionaba cierta intimidad que me asustaba y resultaba emocionante al mismo tiempo.
Me sentí más consciente de mí misma, debía encontrarme en un estado desastroso. Con ojeras, la piel seca a causa del frío y la ropa sucia por la batalla. Me acomodé el pelo y permanecí quieta sin saber qué hacer. Aiden se quitó el pesado abrigo y lo dejó a un lado junto a su espada.
Debió darse cuenta de la intimidad de la atmósfera ya que sus ojos me miraron con cierta intensidad. Su rostro era imposible de leer.
—No recuerdo la última vez que estuvimos solos. Me recuerda a la noche en que dejamos Naos, antes de que Zul nos encontrara en Zosma —dijo Aiden.
Estaba en lo cierto, era la primera vez que nos encontrábamos realmente solos desde aquella vez.
—A mí también —respondí.
—Es una lástima que aún esté enfadado contigo.
Intentó sonar frío, pero no lo logró. Estaba arrodillado en el otro extremo de la carpa y podía ver que intentaba decidir si vendría a mi lado o permanecería allí. Aun así el espacio era tan reducido que nos encontrábamos a unos pocos centímetros. Ya me había disculpado cientos de veces y no lo volvería a hacer. Tiré mi pelo hacia atrás y lo miré de forma seductora. La poca determinación que había en su rostro se desvaneció y estiró su brazo atrayéndome hacia él. La calidez de sus labios despertó emociones que no tardaron en apoderarse de mí. El beso fue largo, apasionado, intenso.
—Aún me encuentro enojado —dijo.
Lo besé en cuanto terminó de decir las palabras. Apoyé mis manos en su torso y las dejé allí, su camisola estaba fría pero podía sentir el latido de su corazón. Tuve el impulso de quitársela para poder sentir su piel, pero no lo hice. Me atrajo hacia él aún más y su mano recorrió mi espalda hasta posarse en mi cintura causándome escalofríos. Su contacto me estremecía y no había nada que pudiera hacer para controlarlo.
—Eres la mujer más hermosa que ha existido —susurró.
Lo miré a los ojos, aquellos ojos marrones que tenían tanto poder sobre mí.
—Entonces, ¿me perdonas? —dije con una mirada inocente.
Dejó escapar una risa y me besó de nuevo. La intensidad de la situación comenzó a abrumarme, una parte de mí quería rendirse ante el momento y fundirme en sus brazos, pero la otra parte tenía miedo de la profundidad y la intensidad de lo que sentía por él.
Entrelazó su mano en mi pelo delicadamente y luego su otra mano se posó sobre mi camisa. Mis labios se separaron de los suyos. Intenté aferrarme a mi razón antes de perderla por completo. Mi expresión debió delatar mis pensamientos, ya que quitó su mano del cuello de mi camisa y la llevó a mi rostro. Acarició mi mejilla y me besó. El beso no fue largo y apasionado como los otros, sino corto y lleno de ternura.
—Ha sido un día largo, ¿lista para dormir? —preguntó.
Aiden en verdad era un caballero, el más hermoso y cortés de Lesath. Lo abracé y apoyé mi cabeza en su pecho.
—Deberíamos alejarnos de Zul más seguido —dijo rodeándome con sus brazos.
Dejé escapar una risita. Tenía razón, no podía negarlo.
—Podríamos escabullirnos de vez en cuando —respondí.
Debimos dormir por largas horas, ya que cuando nos despertamos era el atardecer. Nos apresuramos a dirigirnos a la montaña, sería imposible escalarla en la oscuridad. Esta vez nos resultó más fácil, ahora sabíamos sobre qué piedras podíamos trepar y sobre cuáles no.
Logramos llegar a la abertura justo segundos antes de que el sol se ocultara por completo. Al entrar en la recámara, vimos que el mago se encontraba sentado frente a las dos figuras. Creí que estaba demasiado absorbido en sus pensamientos para notarnos pero se encontraba dormido.
Aguardamos en silencio contra la muralla de piedra y no lo despertamos hasta que la noche estuvo sobre nosotros.
Zul se sobresaltó cuando apoyé mi mano sobre su hombro y al vernos volvió su mirada hacia las figuras de piedra.
—Aún no se han despertado —dije.
La luna tardó en hacerse visible y pasó un rato hasta que su luz finalmente iluminó el recinto. Zul leyó en voz alta las palabras del círculo, al momento siguiente, Warrick y Grigor habían vuelto a la vida.
El viejo mago parecía aún más viejo y cansado que la noche anterior. Las arrugas eran más pronunciadas, el pelo y la barba ya no eran una mezcla entre gris y blanco, sino que eran completamente blancos.
—Warrick, luces…
—Es bueno verlos aquí —me interrumpió—. Tenemos mucho de qué hablar.
Zul fue hacia él y para mi sorpresa se arrodilló frente a sus pies.
—Déjame ayudarte, Warrick. Por favor —dijo—. Eres un gran mago, hay tanto que podría aprender de ti.
Warrick le dio un golpecito con su báculo.
—Levántate, muchacho —le espetó—. No hay nada que puedas hacer por mí. Guarda silencio y presta atención.
El mago lo obedeció pero sus misteriosos ojos grises lucían perturbados y tristes.
—¿Han oído hablar acerca del Hechicero de Hielo? —preguntó.
Los tres negamos con la cabeza.
—Si continúan camino hacia el norte hallarán un territorio llamado Eira. Se trata de un desierto de nieve y hielo, y allí se encuentra la corte del Hechicero de Hielo —dijo Warrick.
Era la primera vez que escuchaba hablar de él.
—El Hechicero posee una esfera de cristal, los winsers se la obsequiaron a cambio de que les permitieran vivir en su corte —continuó—. Esta esfera le permite dar un vistazo a lo que ocurre en el resto del mundo.
—¿Qué son los winsers? —preguntaron Aiden y Zul al mismo tiempo.
—Son espíritus de hielo —respondí.
Había oído historias sobre ellos en Alyssian.
—Así es, espíritus de hielo. Tienen apariencia humana pero su esencia es distinta. Al nacer son casi traslúcidos, como fantasmas, y a medida que crecen se vuelven blancos y visibles. Al envejecer adquieren mayor solidez e incluso se los puede percibir con el tacto. Cuando mueren se congelan por completo —explicó Warrick.
Zul y Aiden parecían asombrados de que tales criaturas existieran.
—Los winsers son espíritus hechos de hielo y magia. Hace mucho tiempo, los warlocks los cazaron para robarles su magia llevándolos al borde de la extinción. Cuanta más magia utiliza un winser, más rápido envejece. Al robarles su magia, los winsers morían convirtiéndose en hielo —hizo una pausa y continuó—. Los winsers que sobrevivieron buscaron refugio en la corte del Hechicero de Hielo. Si acceden a ayudarlos serán buenos aliados contra el Concilio de los Oscuros.
Warrick estaba en lo cierto. Si los warlocks habían ayudado a su extinción, de seguro estarían en busca de venganza. Akashik era poderoso. Aún si teníamos el Corazón del Dragón, necesitaríamos de toda la ayuda posible para matarlo. Y Blodwen y Mardoc también eran rivales peligrosos.
—¿Qué hay del Hechicero? —preguntó Zul— ¿Se nos unirá contra los warlocks?
—Lo dudo —respondió el viejo mago—. El Hechicero de Hielo se ocupa de sus propios asuntos y no arriesgará la paz de su corte para interferir en Lesath.
La decepción en el rostro de Zul era evidente.
—Entonces, ¿debemos seguir hacia el norte hasta encontrar el territorio de Eira y la corte del Hechicero? —preguntó Aiden.
—Sí. Los winsers les serán de ayuda y el Hechicero puede proporcionarles sabios consejos. Su esfera puede haberle mostrado algo que les resulte útil.
Esa idea me intrigaba.
—¿Qué es lo que muestra exactamente la esfera? —pregunté—. ¿Nos ha visto en ella?
—Por lo que sé, la esfera muestra imágenes. Dudo que sean al azar, son personas, lugares, sucesos que alteran el equilibrio del mundo —replicó Warrick—. Él los vio en ella y me envió un mensaje para advertirme de que vendrían.
El dragón emitió un leve gruñido, Warrick se volvió hacia él e intercambiaron una mirada. De alguna manera comprendía lo que quería decir.
—Grigor cree que deberían encontrar a la heredera de la Dama Draconis antes de ir hacia Eira y coincido con él —dijo.
Esperaban demasiado de nosotros, por la expresión perturbada del mago supe que pensaba lo mismo. De alguna manera creían que seríamos capaces de encontrar al último descendiente de una larga línea de sangre perdida en el tiempo; ir hacia Eira, un desierto de hielo al norte de las afueras de Lesath; reunir un ejército de winsers; matar al Concilio de los Oscuros y destruir el Corazón del Dragón. Sonaba imposible y agotador de solo pensarlo.
Warrick nos hizo un gesto con la mano para que lo siguiéramos, su paso era lento pero firme y utilizaba su báculo como un bastón para caminar. En uno de los rincones de la recámara había una abertura que no había visto antes. El viejo mago se puso de rodillas y entró gateando. Lo imitamos, el pasaje era estrecho y mis brazos apenas podían deslizarse sin rasparse contra la pared de roca. Oí a Aiden quejarse detrás y adiviné que el espacio debía ser demasiado estrecho para él. Por fortuna solo se extendía por uno o dos metros. Al salir apenas podía ver debido a la oscuridad. El báculo de Warrick iluminó los alrededores, era una recámara de piedra más grande que la anterior y en ella había un manantial.
Le ofrecí mi mano a Aiden y lo ayudé a salir de la grieta, sus brazos se encontraban llenos de pequeños raspones. Warrick tomó una piedra del piso y comenzó a tallar algo en la pared. Los tres nos acercamos a él intentando descifrar lo que hacía, pero la luz era escasa y no podíamos verlo con claridad. Aguardamos hasta que se volvió a nosotros y apoyó su báculo sobre la pared haciéndola visible. Lisabeth Derose. Había tallado el nombre de la Dama Draconis. Lo observé confundida, Aiden y Zul tampoco parecían entender.
Recitó unas palabras y el nombre se iluminó con un destello plateado, unos momentos después una línea brotó de este y apareció otro nombre debajo y luego otro y así sucesivamente.
La Dama Draconis le había dado su apellido a su hija, un hecho bastante curioso ya que en Lesath las mujeres cambian sus apellidos por el de sus esposos cuando se casan. Pero solo se había extendido por una generación más, ya que su nieta llevaba otro apellido. Zul leyó en voz alta cada nombre que fue apareciendo a excepción del último. Su mirada era de horror y comprendí a qué se debía cuando llegué al último nombre de luz plateada. Sorcha Hale. No podía tratarse de Sorcha, era imposible.
—Sorcha Hale —Zul leyó para sí, incrédulo.
—No es posible que se trate de Sorcha —dije mirando a Aiden—. ¿Crees que sea ella?
—No puede ser la única Sorcha en Lesath —respondió.
Aiden no sonaba demasiado convencido.
—No es Sorcha, no puede ser Sorcha —exclamó Zul.
Warrick nos observó en silencio, parecía confundido con nuestra reacción pero no dijo nada al respecto. Simplemente caminó hacia el manantial, estiró su báculo hacia él y trazó círculos en el agua. Un rostro apareció sobre la superficie del agua como si se tratara de un reflejo, un rostro que conocíamos bien: pelo rojo como el fuego, ojos azules y una expresión gélida como el hielo. Era Sorcha. Sorcha era la última descendiente de la Dama Draconis. Me negaba a creerlo y sin embargo allí estaba, claro como el agua.
—Sorcha Hale es una aprendiz de Nawa —dije mirando a Warrick—. Sirve al Concilio de los Oscuros.
Me miró con alarma en sus ojos pero la compostura jamás dejó su rostro.
—Ella es la única que puede destruir el Corazón del Dragón —respondió simplemente.
Sus palabras me alteraron. ¿Acaso no me había oído? No comprendía la gravedad de la situación. La única persona que podía ayudarnos era aliada de nuestros enemigos. Miré a Zul, extrañada de que no estuviera tan indignado como yo, y me helé al verlo. Sus ojos grises brillaban peligrosos y turbados al mismo tiempo. Su expresión era… era imposible de describir, en ella había horror y enojo pero también había esperanza. Y se encontraba tan quieto que me recordó a Seith.
—Zul… —dijo Aiden.
Cuando el mago no reaccionó ante su nombre, Aiden me miró preocupado. Me acerqué a él y sacudí su brazo hasta que su mirada perdida se volvió hacia mí.
—Sorcha es Sorcha Hale —dijo con un hilo de voz.
No sabía qué decir. Miré a Aiden para que dijera algo, pero este parecía pasmado por el estado del mago.
—Sorcha es Sorcha Hale —repitió—. La heredera de la Dama Draconis.
No parecía tener la capacidad para decir otra cosa. Me sentí mal por él, era como si no pudiera liberarse de Sorcha. Pensé en abrazarlo, pero dudaba que le sirviera de algo. Aiden palmeó su espalda para darle ánimo, pero este apenas lo notó.
—Componte, Zul Florian —dijo Warrick—. Eres un mago capaz y poderoso, no puedes comportarte de esa manera.
Volvió en sí y observó a Warrick avergonzado.
—Lo siento —se disculpó.
—¿Saben dónde se encuentra Sorcha Hale en este momento? —preguntó Warrick sin prestarle atención.
—No —respondió Aiden—. Pero la última vez que la vimos había escapado del Concilio y no parecía tener intenciones de regresar con ellos.
—Es cierto —dije—. Parecía disfrutar de su libertad, tal vez podamos persuadirla de que nos ayude a acabar con los warlocks. El único problema será lograr que destruya el Corazón del Dragón tras terminar con ellos y que no se lo quede para sí.
El viejo mago permaneció pensativo.
—No podemos confiar en Sorcha —dijo Aiden.
No, no podíamos.
—Deberán hacerlo —replicó Warrick.
Antes de que pudiéramos decir algo más nos dio la espalda y entró a la grieta que daba a la otra recámara. Su actitud comenzaba a molestarme. Actuaba como si todo fuera tan sencillo. No era él quien debía arriesgarse a confiar en ella, ni era él quien arriesgaría su vida luchando contra las criaturas más oscuras de Lesath. Aiden maldijo en voz baja y supe que nuestros pensamientos eran los mismos. Warrick era sabio y no había duda de que había sido un gran mago, pero se encontraba al final de sus días y la magia que había utilizado para mantenerse con vida todo este tiempo lo había agotado. Probablemente quería morir en paz sabiendo que había hecho todo lo que estaba a su alcance para poner el Corazón del Dragón en manos capaces que terminaran lo que él había comenzado. Su deseo de que nosotros triunfáramos en todo lo que nos había encomendado era tan grande que nublaba su juicio.
El dragón nos esperaba del otro lado, algo en su mirada lo hacía lucir impaciente.
—Camina conmigo, Zul. Tú y yo hablaremos a solas —dijo el viejo mago.
Zul se tensó ante estas palabras pero asintió y se unió a él. Ambos se alejaron caminando hacia la salida de la recámara.
Inspeccioné las paredes de piedra detenidamente, recordé que Talfan me había dicho que podría encontrar místicas en el Monte Luna. En Alyssian había aprendido sobre las místicas, pequeñas piedras blancas que protegían de la magia. No detenían todos los hechizos pero sí los que estaban dirigidos directamente hacia uno, aquellos que causaban dolor físico y psíquico.
No encontré nada, podrían estar en cualquier parte de la montaña y no contaba con suficiente tiempo para inspeccionarla por completo. Debía conseguirlas de alguna manera; si lo hacía, Aiden y yo nos encontraríamos protegidos contra la magia de los warlocks. Zul era bueno con hechizos defensivos pero yo aún estaba aprendiendo y Aiden estaba completamente desprotegido.
Miré al dragón, él conocía la montaña. Me tomó unos momentos decidirme, tenía miedo de que lo considerara impertinente y se ofendiera o algo peor. Pero era un riesgo que estaba dispuesta a correr, si lográbamos obtener místicas estaríamos más protegidos. Caminé decidida hacia el dragón y me detuve a unos pasos de él. Grigor me observó con sus penetrantes ojos amarillos, su mirada era de advertencia pero también de curiosidad. Aiden me miró preocupado y se apresuró a mi lado, pero negué con la cabeza para que mantuviera la distancia.
Grigor gruñó y levantó el cuello, con su mirada fija en ambos.
—No es mi intención faltarte el respeto, Grigor, segundo nacido de Lancer y Everil, sino que busco tu sabiduría. He oído que aquí hay místicas. ¿Es cierto?
Silencio. Su mirada era tan intensa que no era fácil sostenerla. Hasta ahora nunca había bajado la mirada ante nadie, pero no había vergüenza en bajarla ante un dragón. Grigor movió la cabeza en forma afirmativa y miró hacia arriba. Si las místicas se encontraban en la punta de la montaña, estaba frente a un problema. Las paredes de roca se extendían por metros y metros hacia arriba y jamás lograría escalar tan alto.
—¿Podrías ayudarme a tomar algunas? —pregunté con humildad.
Supe la respuesta en cuanto terminé de hablar. El dragón gruñó mostrando los dientes y golpeó el suelo con la pata delantera provocando que el suelo vibrara. Permanecí tan quieta como me fue posible. Lo miré obligándome a lucir calmada y a ocultar mi miedo.
—Adhara, esto es peligroso —dijo Aiden.
Le hice un gesto para indicarle que estaba bien sin apartar mi mirada de Grigor. Sabía que Aiden era lo suficientemente inteligente para no sacar su espada, eso solo empeoraría las cosas. Había ayudado a Warrick a cambio de su báculo. Tal vez, si le ofrecía algo, accedería. Pero no sabía qué, no poseía nada de valor. Lo único valioso que llevaba conmigo era mi espada Glace. Acero forjado por un habilidoso herrero elfo y una empuñadura de fina y bella confección. No podía cambiarla. Con suerte, exigiría otra cosa.
—Mis disculpas, Grigor. Hablé de manera precipitada. Déjame pedirlo de otra manera. ¿Hay algo que pueda ofrecerte a cambio de místicas?
Su expresión se apaciguó. Sus ojos amarillos me estudiaron detenidamente por unos minutos. Se puso de pie y acercó su gran cabeza hacia mí. Intenté verme tranquila y relajada pero no lo logré. Era la primera vez que me encontraba tan cerca de la magnífica criatura. Me sentía vulnerable, desprotegida. Solo necesitaba abrir su boca y podía tragarme en cuestión de segundos. Sentí su respiración y un leve temblor recorrió mi cuerpo. Podía sentir a Aiden conteniendo la respiración detrás de mí. Grigor tocó mi mano con las escamas de su nariz, lo hizo de manera cuidadosa para evitar lastimarme, sus escamas eran ásperas contra mi piel. De haberse refregado con más fuerza me hubiese cortado.
Bajé la mirada hacia mi mano, en el dedo índice llevaba un anillo que me habían regalado mis padres. Estaba tan acostumbrada a él, que apenas lo sentía. Tenía forma de flor y sus pétalos eran de esmeralda. La esmeralda había pertenecido a una vieja joya de mi madre, mi padre la había tallado y había hecho la banda de oro.
Era valioso, pero principalmente tenía valor sentimental para mí. Me dolería desprenderme del anillo, había sido un regalo especial de mis padres pero sabía que era necesario. De seguro mis padres lo comprenderían, mi seguridad era más importante que una joya.
Me quité el anillo y se lo ofrecí a Grigor, que se las ingenió para tomarlo entre sus garras. No comprendía de qué podía servirle el anillo o para qué lo querría. El gran dragón blanco extendió sus alas de manera tan repentina que me sobresaltó, se elevó en el aire y continuó subiendo hasta llegar al techo de piedra. Frotó su cabeza contra ellas y rocas de todos los tamaños comenzaron a caer. Aiden me tomó de un brazo y me atrajo hacia sí con fuerza evitando las rocas. Cuando ya no cayeron más, me arrodillé y busqué entra ellas hasta que distinguí dos pequeñas piedras blancas como la nieve y de contextura lisa. Eran místicas. Le entregué una Aiden y guardé la otra en el bolsillo.
—Llévala siempre contigo, te protegerá contra algunos hechizos.
Era una lástima que no hubiera una más para Zul. Aunque el mago sabía protegerse de la magia podría haberle ahorrado trabajo. Aiden observó la piedra con curiosidad y luego la guardó en su ropa.
Warrick y Zul no tardaron en regresar. Zul tenía una expresión seria, su mirada brillaba peligrosa y había algo nuevo en sus ojos, seguridad. Lo que fuera que el viejo mago le hubiera dicho parecía haber funcionado. Se unió a nosotros y le sonreí. Me alegraba que ya no estuviera tan consternado como antes.
—El amanecer está cerca —dijo Warrick yendo hacia el dragón y ofreciéndole su báculo—. Has sido un buen compañero, Grigor. Aquí está lo prometido.
Grigor lo tomó entre sus garras, al igual que había hecho con mi anillo, y le entregó el Corazón del Dragón al viejo mago, dedicándole una larga mirada. Una mirada que demostraba respeto. Debía haberle tomado cariño luego de haber estado encerrados juntos durante tanto tiempo. Luego se echó en el suelo y contempló el báculo, parecía complacido con su nueva adquisición.
—Adhara Selen Ithil, ha sido un gusto conocerte. Mantente fuerte y honra a los tuyos, tanto elfos como humanos. Reprende a Zul de mi parte cuando deje que sus nervios le ganen a su mente. Y una vez que todo esto termine, recuerda: uno encuentra su hogar donde su corazón es feliz.
—Sabias palabras, Warrick. Las recordaré siempre —respondí—. Descansa en paz, bajo el brillo de las estrellas.
Asintió con una leve sonrisa.
—Aiden Moor, eres un buen guerrero, uno de noble corazón. Posees buenos instintos y un coraje difícil de abatir, válete de ellos y saldrás victorioso en las batallas por luchar.
Aiden agachó la cabeza e hizo una corta reverencia en señal de respeto.
—Recordaré tu nombre, Zul Florian, y sé que en el futuro muchos lo harán también. Te nombré primer mago de la Orden de la Luna Nueva y te encomiendo la custodia del Corazón del Dragón hasta que su verdadera dueña lo destruya —dijo Warrick entregándole el amuleto con la piedra color sangre—. Sé fuerte muchacho, tengo fe en ti. En todos ustedes.
Nos dirigió una última mirada y se dirigió al interior del círculo. Quería decir algo pero no sabía qué palabras podrían reconfortar a alguien que se encontraba tan cerca de su fin.
Grigor emitió un largo y agudo sonido en el momento en que los rayos del sol se asomaron al interior de la recámara y el viejo mago abandonó este mundo. Su cuerpo se volvió piedra por última vez y las inscripciones en el suelo desaparecieron.