Todo estaba a oscuras, el mago hizo un hechizo y una esfera de luz apareció frente a nosotros guiando el camino. Nos encontrábamos en una gran recámara que se dividía en diferentes túneles. Los caballos se encontraban inquietos y golpeaban molestos el suelo, incluso a Daeron no le agradaba estar allí. Marcus nos había dicho que el túnel que buscábamos era uno que llevaba hacia las afueras de Lesath y nos llevaría horas recorrerlo.
Lograr que los caballos avanzaran durante tanto tiempo bajo tierra no sería tarea fácil pero no teníamos otra opción. Debíamos avanzar de a uno, el mago fue primero, luego yo y por último Aiden.
Avanzamos despacio y en silencio. Todo era humedad y oscuridad. El aire era denso y nuestra respiración se volvió agitada. Habíamos perdido la noción del tiempo por completo, era difícil decir si nos habíamos encontrado allí minutos, horas o días. El no saber cuánto tiempo más estaríamos allí y el hecho de no ver la salida comenzaron a inquietarme. Presentí que los demás pensaban lo mismo pero por alguna razón ninguno de los dos decía una palabra, debía ser por la falta de aire.
El tiempo pasó y la situación empeoró, los caballos no solo se encontraban molestos sino que también había pánico en sus ojos. Alshain, la yegua de Aiden, comenzó a tironear retrocediendo y debía contener a Daeron que intentaba apresurarse y galopar hacia la salida. Nos detuvimos hasta que logramos calmarlos y continuamos pero sabía que si no salíamos de prisa enloquecerían. No podía culparlos, la desesperación estaba intentando apoderarse de mí también.
El mago se tambaleó y perdió el equilibrio, me apresuré a ayudarlo pero cuando lo hice me apartó gentilmente. Intentó esconder su rostro de mí pero a pesar de la escasa luz pude verlo por unos segundos, estaba transpirado y tenía ojeras, lucía exhausto.
Aiden y yo también nos encontrábamos cansados, pero eso era algo diferente. Zul ocultaba algo, quise acercarme pero al darse cuenta apresuró su paso. No sabía qué podía ser, había estado delante de mí todo el tiempo desde que habíamos entrado en la cueva y no lo había visto golpearse. Quería observarlo más detenidamente pero solo lograba ver su silueta avanzando, la luz parecía estar debilitándose ya que el túnel se volvía más y más oscuro. Seguimos avanzando hasta que entendí lo que estaba sucediendo. ¡La luz! Era tan evidente que me sentí tonta por no haberme dado cuenta antes, el mago había estado utilizando magia todo este tiempo, debía encontrarse agotado.
—Zul —susurré.
Me ignoró. Se estaba esforzando por mantener el hechizo. Si la poca luz que había desaparecía y nos encontrábamos a oscuras los caballos enloquecerían. Pero, si continuaba, sería él quien pagara el precio. Si empujaba su mente y su cuerpo más allá de lo que podían soportar podía sufrir consecuencias severas. Debía saberlo, Talfan era una clara advertencia de ello.
—Zul, detente, no puedes continuar así —dije con severidad.
Silencio.
—¿Qué ocurre? —preguntó Aiden.
—Zul —insistí.
—Si me detengo, los caballos enloquecerán. Es peligroso —respondió el mago.
—Y si continúas no sabemos qué podría sucederte. Detén el hechizo —ordené.
Silencio. La luz se volvía más débil a cada segundo. El mago se tambaleó de nuevo, lo que quedaba de la esfera de luz apenas nos iluminaba pero continuaba allí.
—Detén el hechizo —gritó Aiden.
Sus palabras resonaron en el túnel y al momento siguiente nos encontramos inmersos en una profunda oscuridad. Los caballos relincharon y comenzaron a moverse de manera precipitada.
Era desesperante, no podía ver nada, sentía a Daeron moverse a mi lado y sostuve las riendas con fuerza para evitar que saliera galopando y lastimara al mago. Podía oír a Aiden luchando por controlar a Alshain y la respiración agitada de Zul mientras sujetaba a su caballo.
Era un caos. Me obligué a calmarme, debía pensar con claridad, no sabía cuánto faltaba para salir de la cueva y no podíamos continuar de esa manera. Intenté ignorar todo lo que pasaba a mi alrededor y relajé mi mente, imaginé una esfera de luz como la que había conjurado Zul, una esfera de luz que nos iluminara y nos guiara a través de la oscuridad, una esfera de luz fuerte y clara. La imaginé en detalle, podía verla, su luz desterraba a la oscuridad que había a su alrededor y flotaba frente a nosotros. Me concentré con más fuerza, podía verla.
La luz emergió de la nada. El mago yacía de rodillas en el suelo. Detrás de mí, Aiden había arrinconado a Alshain contra la pared de roca para evitar que galopara.
—Debemos movernos rápido —dije.
Zul se puso de pie y avanzó a paso rápido, su nuca estaba cubierta de transpiración. Intenté analizarlo más detenidamente pero no lograba verlo con claridad, me preocupaba no saber cuánto daño había sufrido. Aiden también respiraba agitado pero parecía estar bien.
Avanzamos y aun así no parecía haber una salida a aquella infinita oscuridad que se desplegaba frente a nosotros. Mis piernas ya no eran ligeras, me encontraba acostumbrada a moverme con la agilidad de una gacela pero sentía mis pies pesados y torpes. Al principio me resultó fácil de ignorar pero con cada minuto que pasaba comencé a sentirme más pesada. Sentí una gota de transpiración caer por mi rostro y la aparté con mi mano, rara vez transpiraba y por lo general era tras un gran duelo con mi espada, no por caminar. La magia se estaba haciendo notar. No podía haber pasado más de una hora y ya sentía el peso del hechizo, era asombroso que un humano como Zul hubiese logrado mantener la magia por tanto tiempo como lo hizo. Sabía que no lograría aguantar mucho tiempo más, no estaba acostumbrada a utilizar magia y menos a prolongarla por grandes lapsos de tiempo.
Pensé en otra cosa, debía aguantar. El mago había llevado sus fuerzas al límite por nuestro bien y yo haría lo mismo. No comprendía por qué Marcus la había llamado «la cueva de la salvación», en mi opinión era más como «la cueva de la perdición».
—Adhara —dijo la voz de Aiden—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien —respondí.
—No suenas bien —replicó—. Te falta el aire.
Lo ignoré y apresuré mi paso. Comprendía cómo se había sentido Zul, me estaba comportando de la misma manera en que él lo había hecho conmigo.
Aiden apresuró su paso para alcanzarme pero no se lo permití. Era una agonía, cada músculo de mi cuerpo ardía y debía hacer un gran esfuerzo por mover mis piernas. Faltaba poco, solo unos metros más, repetía las palabras en mi cabeza una y otra vez, era lo único que me daba ánimo para continuar concentrándome en el hechizo y continuar.
La mano de Aiden tomó mi capa y tiró hacia atrás. Sus ojos encontraron los míos, había miedo y desaprobación en su mirada. Limpió la transpiración de mi rostro con su manga y me sostuvo con fuerza.
—Detente —me ordenó.
No respondí. Era demasiado difícil mantener la concentración, la luz de la esfera comenzó a perder intensidad. Aiden me sacudió para que me detuviera. No lo haría. Me concentré, la luz no tardaría en desvanecerse, podía sentirlo. Me concentré con mayor fuerza. ¿No sabía lo difícil que era concentrarse con él sacudiéndome? Era él quien debía detenerse.
—Adhara —su voz era urgente.
Me concentré, me sorprendió que el mago no intentara detenerme, debía estar desesperado por llegar a la salida y debía tener la misma convicción que yo de que no moriríamos en aquella cueva aplastados por caballos asustados. Faltaba poco, me concentré.
Aiden me tomó con más fuerza y sin previo aviso sentí sus labios contra los míos. Todo se volvió oscuridad. Había hecho lo único que podía quebrar mi concentración.
—Aiden —dije molesta apartándolo.
Era un alivio, no podía negarlo. Mi cuerpo se encontraba cansado y las piernas aún me pesaban, pero ya no me dolían con la misma intensidad. Los caballos comenzaron a relinchar, debía intentarlo otra vez. Me concentré e imaginé la luz de nuevo. Nada.
—No vuelvas a intentarlo, Adhara —dijo la voz de Zul entrecortada—. Veo algo adelante.
Sujeté a Daeron y caminé a prisa sin poder ver nada, tras unos pasos la oscuridad continuó allí pero con menor intensidad, no era exactamente luz lo que veía adelante pero podía ver mejor. El viento frío me tomó por sorpresa, respiré profundamente el aire fresco de la noche, habíamos llegado al final del túnel.
El bosque no solo era oscuro y frío sino que también era blanco. Nieve, debía ser nieve. Me agaché y apoyé mi mano sobre el manto blanco que cubría el pasto, era frío, suave y húmedo. Era la primera vez que veía nieve, a pesar del frío era una imagen hermosa, la nieve resplandecía bajo la luz de la luna.
Levanté mi mirada, el mago se sentó sobre una roca, no se encontraba en buen estado. El viento sopló frío helando la transpiración en mi cuello. Hacía demasiado frío.
—¿Zul? —pregunté preocupada.
—Necesito unos momentos para recuperarme —respondió.
Se veía agotado, pero parecía fuera de peligro. Mi cuerpo también se encontraba cansado, necesitaba recostarme por unos minutos. Aiden vino hacia mí y tras rodearme con una manta me llevó a sentarme junto a Zul.
—Descansen, armaré la carpa dentro del túnel para resguardarnos del frío —dijo Aiden.
Quería ayudarlo, él también lucía cansado pero mis pies se negaban a moverse. Miré alrededor, sobre la copa de los árboles se alzaba la punta de una montaña, era blanca y contrastaba con la noche. El Monte Luna. Lo habíamos encontrado.
Aiden terminó de armar la carpa y cubrió a los caballos con las mantas. Entre los dos tomamos al mago y lo ayudamos a ir hacia la carpa. El espacio era chico pero, una vez más, nos ingeniamos para acomodarnos los tres y el sueño se apoderó de nosotros tan rápido que no nos dio tiempo para pensar.
Al despertarme un par de ojos de un cálido marrón chocolate me observaban. Me pregunté cuándo había despertado, no podía ser hace mucho, aún tenía cara de dormido. Levanté la cabeza, el mago se encontraba profundamente dormido. En cierta manera era extraño haber dormido amontonada con ellos dos y por otro lado me sentía cómoda, segura.
Salimos de la carpa en silencio. El aire era frío pero podía sentir el sol sobre mi cara, todo era blanco y resplandeciente. A excepción del frío, me gustaba ver la nieve. Por fortuna mi cuerpo ya no me dolía, era como si nunca hubiera hecho el hechizo.
—¿Descansaste? —preguntó Aiden.
—Sí, fue una buena noche de sueño —respondí.
Me acerqué a él, a pesar del abrigo aún sentía algo de frío, era inevitable pensar en sus brazos alrededor de mí. A juzgar por su expresión, su enfado no se había ido del todo pero había cierta ternura en su mirada.
Intercambiamos una larga mirada, era como si ambos supiéramos lo que pensaba el otro. Yo no quería dar el primer paso y él no quería ceder. Le sonreí y lo miré de manera seductora, o al menos esperaba que fuera seductora. Aiden reprimió una sonrisa y me rodeó con su capa. Había estado en lo cierto, sentir sus brazos alrededor de mí hacía todo mejor, hacía el frío más soportable.
El Monte Luna se encontraba frente a nosotros. Me pregunté qué encontraríamos en él, era difícil decirlo. Según el pergamino era la ubicación del Corazón del Dragón, pero Ailios también nos había dicho que encontraríamos al mago Warrick allí. Me imaginé a un mago merodeando por la montaña con el Corazón del Dragón en su cuello.
Zul tardó unas horas en despertar y cuando lo hizo, nos regañó por no haberlo despertado antes. Su aspecto había mejorado, ya no tenía ojeras y caminaba con normalidad.
—Ayer te extralimitaste —dije.
—Debí hacerlo —replicó Zul.
—Ambos fueron imprudentes —dijo Aiden—. Espero sean más cautos la próxima vez.
—Fue un mal necesario. Logramos salir del túnel y el Monte Luna yace frente a nosotros —respondió el mago—. Hiciste un buen trabajo, Adhara.
Asentí, había logrado hacer un gran avance con respecto a la magia, hace unos años jamás hubiese pensado que sería capaz de mantener un hechizo por tanto tiempo.
—Los caballos lucen cansados, es mejor si los dejamos aquí —dijo Aiden.
Tras comer algo, comenzamos a caminar hacia la base de la montaña blanca. Era difícil avanzar a través de la nieve, nuestras piernas se hundían con facilidad y avanzábamos lento.
No fue hasta llegar a la base de la montaña que pensé en cómo haríamos para escalarla. Había creído que encontraríamos alguna especie de entrada pero me había equivocado.
Aiden puso sus manos contra la pared de roca y tras observarla por un tiempo comenzó a escalarla, colocando sus pies en las rocas que sobresalían. El mago y yo lo imitamos, y poco a poco fuimos avanzando sobre las piedras. Era la primera vez que hacia algo así, era un proceso lento y debía observar con precisión dónde apoyar mis pies. En una ocasión la roca que sostenía uno de mis pies se desintegró y de no haber sido por mi rápida reacción y por la ayuda del mago, hubiese caído tras los escombros de la piedra.
La altura y el frío se hacían notar constantemente, cuanto más subíamos, más helado se volvía el aire. El frío me quemaba las manos de tal manera que me sujetaba de cada roca con toda la fuerza de la que era capaz. Estaba tentada de ponerme los guantes de lana pero sabía que no podría sujetarme bien con ellos y tenía miedo de resbalar.
La piel de mi rostro se encontraba tan fría como la nieve, de a poco comencé a perder sensibilidad hasta que llegó un momento en que apenas podía sentir las manos y los pies.
Era la peor sensación que recordaba haber experimentado.
El mago dejó escapar un grito y al levantar la mirada lo vi colgando unos metros arriba de mí, con los pies en el aire, y Aiden sujetándolo con fuerza de uno de sus brazos. Aiden lo hizo balancear lentamente hasta que los pies de Zul encontraron en donde apoyarse.
A medida que subíamos el camino se volvía más empinado, temía que tarde o temprano alguno de nosotros sufriera un accidente. Subimos más despacio y con la máxima cautela que nos fue posible.
Luego de lo que parecieron horas, finalmente encontramos una gran abertura que iba hacia el interior de la montaña. Descansamos por unos minutos en la entrada y luego avanzamos. Era bastante más amplio que los túneles de la cueva y el aire circulaba libremente.
La ansiedad por ver lo que encontraríamos comenzó a apoderarse de mí. No comprendía cómo un mago podía vivir allí. Me imaginé una sala amueblada en el interior de la montaña con un mago sentado en una vieja silla esperándonos.
Era absurdo, lo sabía. El camino fue corto y tras unos minutos una salida nos llevó a una gran recámara de piedra en el centro del Monte Luna.
Nos detuvimos perplejos ante la impresionante escena frente a nosotros. Dos figuras hechas de piedra, como estatuas. Una de ellas era un humano, un mago, pero no un mago como Zul, sino que parecía salido de uno de los libros que había leído. Era viejo, tenía una larga barba y arrugas en el rostro. Su expresión inspiraba respeto, algo en ella denotaba sabiduría. Sus ropajes consistían en una larga túnica y un sombrero puntiagudo que aparentaba ser aún más viejo que el mago. Y como si fuera poco, llevaba un báculo en la mano. Centenares de años atrás, los elfos habían escrito libros sobre magos humanos y la estatua que se encontraba frente a mí coincidía a la perfección con lo que habían descripto.
La otra figura a su lado era un gran dragón. Era la primera vez que veía uno. Había algo feroz y majestuoso en él. Inspiraba terror y admiración al mismo tiempo. Su cuerpo parecía hecho de piedra y no podía ver el color de sus escamas.
—Esto es… sorprendente —exclamó Zul.
—Jamás pensé que vería un dragón —respondió Aiden.
Me acerqué cautelosamente, temerosa de que las estatuas cobraran vida pero continuaron inmóviles. Extendí mi mano con cuidado hasta apoyarla sobre la mano del mago, pero no hubo reacción.
—Son de piedra —dije.
Silencio. Zul se acercó y al igual que yo llevó su mano hacia el viejo mago. Nada.
—No nos sirven mientras sean de piedra —gritó Zul frustrado.
Algo en el dragón llamó mi atención, alrededor de su cuello había una cadena y sujeta a él un amuleto. El Corazón del Dragón. No podía verlo con claridad, ya que también parecía hecho de piedra.
—Hay algo escrito en el suelo —dijo Aiden.
Estaba arrodillado y sus manos se encontraban junto a unas letras, las seguí con la vista y me di cuenta de que las palabras continuaban y formaban un círculo alrededor de las dos figuras.
—«La luna nos da vida y el sol nos la quita» —leí en voz alta.
Era magia, magia antigua y poderosa. Miré hacia arriba, a lo lejos distinguí un orificio, si los rayos del sol lograban filtrarse iluminando la recámara, la luna también sería visible.
—Debemos esperar hasta la noche —respondió Aiden.
Zul apoyó su mano sobre el mago de piedra nuevamente y permaneció allí.
—Puedo sentir la magia —dijo—. Es asombroso.
Me pregunté si podrían oírnos, era poco probable pero no descarté la opción. La escena no dejaba de desconcertarme. ¿Quién habría puesto tan terrible hechizo sobre ellos? ¿Y desde cuándo se encontraban allí? No podía ser obra de Ailios, jamás transformaría a otros seres vivos en piedra.
Aún faltaba para la noche, Zul caminó alrededor de la recámara una y otra vez. No estaba segura si buscaba algo o si se encontraba demasiado inquieto como para poder detenerse.
Aiden fue hacia un rincón y se sentó, su expresión era difícil de leer, parecía tan desconcertado con nuestro hallazgo como yo lo estaba. Me senté a su lado y, tras un intercambio de miradas, levantó el brazo y rodeó mi cuello permitiendo que me acomodara en su pecho.
Era una buena señal, aún no era demasiado elocuente conmigo pero de a poco su enojo iba desapareciendo.
El tiempo pasó despacio, nos encontrábamos tan ansiosos de que llegara la noche y de ver si cobraban vida, que los segundos se transformaron en minutos y el sol parecía no querer irse.
Cuando finalmente los últimos rayos del sol se extinguieron y la oscuridad comenzó a llenar la recámara, Zul dejó escapar un suspiro. Estudié su expresión, parecía fuera de sí, no había dejado de moverse en todo ese tiempo y continuamente lanzaba miradas ansiosas a las dos figuras de piedra. Su vida parecía depender de que despertaran del hechizo.
Cuando la luz de la luna comenzó a filtrarse, Aiden y yo nos pusimos de pie y nos acercamos a las estatuas. Los tres las observamos expectantes por un rato. Nada.
«La luna nos da vida y el sol nos la quita», pensé. No podía haber un doble sentido en ello, era demasiado claro.
Fui hacia el viejo mago y apoyé mi mano sobre la de él nuevamente, la roca seguía igual de sólida que antes.
Zul se agachó y comenzó a inspeccionar las letras talladas en el suelo. Su expresión era una mezcla de concentración y frustración. En verdad esperaba que Warrick no nos defraudara de la misma manera en que lo había hecho Ailios.
—La luna nos da vida y el sol nos la quita —leyó el mago en voz alta.
Las letras se iluminaron a medida que su voz las pronunciaba y un círculo de luz envolvió al viejo mago y al dragón. Al segundo siguiente ambos pares de ojos se abrieron de manera repentina. Ya no eran de piedra, habían regresado a la vida.
Los ojos de Warrick eran azules, penetrantes, reflejaban experiencia y sabiduría, pero también vejez y cansancio. El báculo en su mano lo hacía lucir poderoso.
El dragón… era difícil describir lo que sentí al verlo. Era una criatura hermosa y terrible al mismo tiempo. Sus escamas eran blancas, como si estuviera hecho de mármol y sus impactantes ojos eran amarillos. Su presencia era tan poderosa que no me atreví a moverme.
Su mirada se detuvo en mí y luego pasó a los demás. Su boca se encontraba entreabierta mostrando sus amenazantes dientes que parecían filosos como cuchillas. Nos olfateó detenidamente. Ninguno de los tres parecía capaz de respirar mientras la magnífica y temible criatura nos estudiaba. Aiden alargó su brazo y puso su mano alrededor de mi muñeca con un gesto protector, pero no se animó a hacer más.
—Un mago, un guerrero y una doncella dividida entre dos mundos —la voz del viejo mago sonó ronca—. ¿Qué crees, Grigor?
El dragón nos olfateó otra vez y dejó escapar humo por los orificios de su hocico.
—Sí, al parecer son ellos —asintió Warrick.
¿Sabía quiénes éramos? Al menos había estado en lo cierto, una doncella dividida en dos mundos era una descripción bastante apropiada.
—¿Cómo sabe quiénes somos? —preguntó Zul.
Su voz sonaba algo temblorosa, como si temiera faltarles el respeto al hablar.
—No sé quiénes son, no sé sus nombres —respondió.
—Mi nombre es Zul Florian.
—Aiden Moor.
—Adhara Selen Ithil.
El viejo mago nos siguió con sus ojos a medida que nos fuimos presentando. Nos estudió a cada uno de la misma manera en que lo había hecho el dragón.
—Yo soy Warrick, último mago de la Orden de la Luna Vieja y él es Grigor, el segundo nacido de Lancer y Everil.
El dragón blanco dejó escapar un gruñido y extendió sus alas. Esto lo hizo parecer más grande e intimidante de lo que ya era. El Corazón del Dragón se hizo visible en su cuello, era una gran piedra, roja como la sangre y se encontraba incrustada en un gran amuleto con hojas de metal.
—Ailios los guió hasta nosotros —dijo Warrick.
Era una afirmación, no una pregunta.
—Así es, Ailios se encuentra… —la voz de Zul se quebró.
—Muerto —terminó el viejo mago.
¿Cómo podían saberlo? Habían sido estatuas de piedra hasta hacía solo minutos.
—¿Cómo sucedió? —preguntó Warrick.
—Se quitó la vida con una espada —respondí—. Akashik y los demás warlocks atormentaron su mente con magia negra por un largo tiempo.
El dragón gruñó, esta vez sonaba enfadado. Warrick permaneció pensativo, una sombra cubrió sus ojos, parecía disgustado.
—¿Cómo sabes acerca de nosotros? —pregunté.
No sabía por qué, pero algo me generaba desconfianza.
—Adhara… —dijo Zul en forma de advertencia.
Debía pensar que estaba siendo irrespetuosa.
—Antes de responder sus preguntas debo saber quiénes son en verdad —replicó el viejo mago.
—Ya les dijimos quiénes somos —dijo Aiden.
—No nos interesan sus nombres, sino su verdadera naturaleza —respondió.
Intercambiamos miradas curiosas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Zul.
—Grigor.
Warrick miró al dragón y luego comenzó a retroceder lentamente hasta encontrarse de espalda contra la pared de roca. El dragón abrió su boca largando una corta bocanada de fuego y dio un paso hacia nosotros.
Sentí un mal presentimiento. El aire se encontraba caliente a causa del fuego, la atmósfera cambió repentinamente. La mirada del dragón no había sido exactamente amistosa pero había tenido cierta serenidad. En un instante cambió y se volvió peligrosa.
Aiden y yo debimos pensar lo mismo, ya que ambos desenfundamos las espadas al mismo tiempo y retrocedimos.
—¡No vinimos a pelear! —gritó Zul—. ¡Necesitamos su ayuda, queremos terminar con el Concilio de los Oscuros!
El viejo mago permaneció indiferente ante aquellas palabras, era como si no las hubiese escuchado. El dragón blanco avanzó hacia nosotros, su larga cola se balanceaba de un lado al otro golpeando las paredes de piedra.
Nos cubrimos con los brazos esquivando las rocas que caían hasta que se detuvo. Parecía querer provocarnos, no lo comprendía. ¿Eran enemigos? ¿Creían que queríamos robar el Corazón del Dragón? Ninguna de esas teorías parecía acertada.
—¡No queremos pelear! —gritó Zul.
El dragón estiró el cuello en dirección a él, había ferocidad en cada unos de sus movimientos.
—¡Cállate y defiéndete! —grité.
Zul se movió esquivando los dientes de la salvaje criatura y recitó un encantamiento. El viento comenzó a girar en torno de él formando una especie de esfera a su alrededor. Hubiese preferido un hechizo ofensivo, pero al menos se estaba protegiendo. Pensé en atacarlo con fuego pero no lo hice, atacar a un dragón con fuego parecía absurdo.
Grigor avanzó hacia Zul y giró su cuerpo usando su cola como un látigo. Sus escamas parecían tan duras como la roca que las había cubierto. La cola impactó contra la esfera que cubría al mago y por una milésima de segundo pareció detenerse en el aire, pero luego continuó su trayectoria y dio de lleno contra su cuerpo, lanzándolo por el aire.
—¡Zul! —gritamos Aiden y yo al mismo tiempo.
Cayó con fuerza impactando contra el suelo y permaneció allí inmóvil. Su escudo le había fallado, los dragones eran criaturas mágicas y antiguas, aún más antiguas que los elfos y los humanos. Algunos hechizos no debían funcionar contra ellos.
Temí por el mago pero el dragón lo ignoró y se volvió hacia nosotros emitiendo un sonido espeluznante. Aiden se puso delante de mí de manera protectora. No había forma de que pudiéramos derrotar a un dragón y menos en un espacio tan reducido.
—Adhara, quédate detrás…
—No —dije antes de que pudiera terminar.
Sabía lo que iba a decir y no era una opción.
—Pelearemos lado a lado, Aiden.
Levanté a Glace en el aire y puse mis pies en la posición correcta. No tenía idea de cómo luchar contra un dragón. Aiden me dirigió una mirada cálida, sabía que tendríamos mayor posibilidad de victoria si coordinábamos nuestros ataques.
—Lado a lado —respondió.
—Si dejamos que venga a nosotros nos arrinconará —susurré.
—Iremos hacia él. Apunta a las patas o al pecho, no tiene sentido herir sus alas, el espacio no es lo suficientemente grande como para que pueda volar —dijo Aiden.
—No lograremos atravesar sus escamas —repliqué.
—Tendremos que intentar.
Corrimos hacia él y este golpeó el suelo con sus patas haciendo que vibrara. Por un momento pensé que perdería el equilibrio pero no lo hice. Su cabeza arremetió contra mí tomándome por sorpresa. Tomé la empuñadura con fuerza, agarré la punta de la espada en mi otra mano y utilicé la hoja como un escudo para frenarlo. Su boca era tan grande que apenas logré evitar sus dientes. Aiden dirigió un golpe a sus patas y eso me dio el tiempo necesario para recuperar mi postura y atacar. Sus escamas eran tan duras como la roca, mi espada rebotó sin causar siquiera el menor daño.
Utilicé una técnica tras otra, arremetiendo con toda la fuerza de la que era capaz intentando clavar mi espada en él, pero era inútil. Tan inútil como intentar cortar a través de un bloque de piedra.
Aiden esquivó las mordidas del dragón y le hizo frente tratando de llegar hasta su pecho. Su coraje era admirable, los terribles dientes lo rozaron en más de una ocasión pero esto no lo detuvo.
Gruñó irritado, no habíamos conseguido dañarlo, pero nuestros ataques debían resultarle molestos. Su cola trazó un lazo en el aire y golpeó el suelo con tal fuerza que su vibración hizo que ambos cayéramos. Apenas tuvimos tiempo de reaccionar cuando una llamarada de fuego brotó de su boca en nuestra dirección. Grité las palabras del hechizo y las llamas chocaron unas con otras justo a tiempo para detener el ataque. Mi fuego era escaso y débil en comparación al del dragón y se desvaneció en cuestión de segundos.
Aiden se puso de pie y corrió por debajo de la gigante criatura. Las escamas de su pecho debían ser tan duras como el resto, ya que no consiguió atravesarlas. Maldijo y continuó corriendo hacia su cola, a la que logró sujetarse de un salto. No comprendí lo que intentaba hacer hasta que comenzó a trepar.
El dragón blanco agitó sus alas y tras elevarse unos pocos metros giró su cuerpo, y para mi horror, se dejo caer.
—¡Aiden!
Corrí como jamás lo había hecho y lancé a Glace como si fuera una lanza con toda la fuerza que mi cuerpo me permitió. Esta se clavó en la espalda del animal, que irguió su cuerpo dándole la oportunidad a Aiden de soltarse y de no ser aplastado por él. Rodó por el suelo y corrí a su lado, las escamas habían trazado un largo raspón en su brazo.
Levanté la mirada, el dragón tomó mi espada con sus dientes y la arrojó, apenas había una marca donde esta se había clavado. No teníamos esperanza alguna de derrotarlo.
Zul apareció a mi lado, su expresión reflejaba miedo y desesperación.
—Mi magia no funciona con él.
Aiden estiró su brazo, agarró una daga que llevaba atada a la bota y se la dio al mago. Dudaba que le fuera de ayuda, no sabía cómo manejar un arma.
—Necesito recuperar mi espada.
Nos dispersamos antes de que el dragón nos alcanzara. Aiden corrió a mi lado hasta el otro extremo de la recámara donde yacía Glace. Estábamos fatigados y noté que a Aiden le molestaba el brazo. Pero la temible bestia no se encontraba detrás de nosotros, había seguido a Zul, que movía la daga delante de él para evitar que el animal lo mordiera.
Corrí hacia él. Aiden se me adelantó y lo atacó por detrás obligándolo a prestarle atención a él en vez de a Zul. El dragón dejó escapar humo de manera amenazante pero por fortuna no utilizó su fuego contra Aiden, de haberlo hecho no hubiera tenido manera de protegerse. Esquivó su cabeza y con un hábil movimiento logró hacerle un tajo en el pie. Debió dolerle, ya que gimió y arrojó a Aiden hacia atrás con un movimiento de sus alas.
No parecía herido, me paré delante de él para evitar que lo dañara. Los ojos amarrillos del dragón me miraron fijamente. Su mirada fue tan terrible que me costó moverme, era una clara advertencia de su poder y de que no nos temía. No tenía razón para hacerlo, éramos nosotros los que debíamos sentir temor y lo sabía.
Levanté a Glace y lo amenacé con ella para que retrocediera. Permaneció inmóvil, me abalancé sobre él y tras ver su mirada victoriosa me di cuenta de que había cometido un error. Sacudió su cola con un movimiento tan repentino que me fue imposible esquivarla, me preparé para sentir el impacto, sentí unos brazos alrededor de mí y, para cuando comprendí lo que estaba sucediendo, me encontraba rodando por el suelo en los brazos de Aiden.
Un profundo dolor se expandió por mi espalda, respiré desesperada pero era como si tuviera algo en la boca que evitara que el aire entrara. Intenté tranquilizarme y poco a poco logré respirar.
Aiden había recibido la peor parte del golpe, permaneció inmóvil a mi lado y también parecía tener dificultades para respirar.
—Aiden…
Me sentía abrumada, sabía que haría cualquier cosa por protegerme. Tomé a Glace y me balanceé algo aturdida al ponerme de pie.
—¡Aléjate de ellos! —gritó Zul evitando que avanzara hacia nosotros.
El dragón gruñó y lo miró de la misma manera en que lo había hecho conmigo. Otra vez pensé que parecía intentar provocarnos.
Zul gritó un encantamiento tras otro. Una muralla lo separó de la bestia, pero esta cruzó a través de las llamas como si no estuvieran. Luego el mago apoyó su mano en el suelo y este se convirtió en hielo expandiéndose hacia el dragón. Sus patas parecían congelarse y por un momento pensé que funcionaría pero luego se derritió y se volvió agua. Las escamas lo protegían de la magia también.
El dragón blanco largó una bocanada de fuego.
—¡Zul! —grité.
No tenía forma de ayudarlo.
—No moriré hasta acabar con todos los warlocks —dijo Zul mirando al dragón.
Un círculo de viento se formó en torno a él nuevamente. Las llamas chocaron contra este y el viento sopló con mayor fuerza perdiendo el control. El aire se volvió tan caliente que la piel me quemaba. Ráfagas de viento soplaban violentamente en todas direcciones y las llamas se dispersaron. Me envolví en mi capa gritándole a Aiden que me imitara. No podía ver lo que ocurría.
La voz de Zul sonó fuerte y segura, el viento comenzó a perder fuerza hasta que desapareció. Quité la capa de mi rostro, el mago se encontraba arrodillado frente a la gran criatura. Le costó ponerse de pie, pero lo hizo y permaneció allí dispuesto a atacarlo.
—Suficiente, Grigor —dijo Warrick.
Había estado tan concentrada en el dragón que me había olvidado de él. Grigor gruñó y retrocedió dejándose caer en el suelo de manera relajada.
—¿Qué diablos fue eso? —grité indignada—. ¿Creen que pueden jugar con nosotros a su antojo? Tal vez no tenga una chance contra el dragón pero pelearé contigo, viejo mago.
Aiden vino hacia mí y me sostuvo para evitar que fuera hacia Warrick.
—Cálmate, Adhara. No tengo intención de dañarlos —respondió Warrick con tranquilidad.
Se acercó a nosotros, pero esta vez fue Aiden quien lo amenazó con la espada.
—Sus acciones demuestran lo contrario —le espetó—. No se acerque, manténgase alejado.
No parecía preocuparle la amenaza pero aun así se detuvo en su lugar.
—Grigor los estaba probando, al pelear es cuando nuestra verdadera naturaleza es revelada. Necesitaba saber si son dignos de confianza y ahora lo sé —dijo Warrick.
Sus palabras tenían cierto sentido, recordaba haber escuchado algo similar en Alyssian. Pero aún me encontraba furiosa.
—Pudo habernos matado —replicó Zul.
—Los dragones no pueden apaciguar sus ataques por más que lo intenten, son criaturas orgullosas y poderosas por naturaleza. Pero les aseguro que Grigor no iba a matarlos.
El dragón gruñó levemente respaldando sus palabras.
—Espero que le haya resultado entretenido —dijo Aiden con ironía—. ¿Qué aprendió al vernos pelear?
—Lo suficiente. Aprendí que los tres pelearon valientemente sin valerse de trucos sucios o artimañas. Ahora sé que Zul Florian duda de sus habilidades en ocasiones pero utiliza la magia con respeto y está dispuesto a enfrentar sus miedos y no darse por vencido; que Adhara Selen Ithil enfrenta a sus adversarios segura de sí misma, que se vale de técnica y persistencia y que pone su vida al límite por aquellos cercanos a su corazón; y que tú, Aiden Moor, peleas con coraje, honor y darías tu vida por la joven a tu lado.