No nos detuvimos a descansar en la noche, ahora que Elana y Zada ya no estaban con nosotros debíamos apresurarnos. No me molestaba avanzar de noche, todo era silencioso y oscuro pero había cierta emoción en ello. Era como avanzar hacia lo desconocido. Nos llevó toda la noche rodear el pueblo de Ness. Al llegar el amanecer continuamos al paso para dejar que los caballos se recuperaran un poco.
Aiden debió oír las voces al mismo tiempo que yo, ya que intercambiamos miradas y nos detuvimos. Aguardamos en silencio y volvimos a oírlas, eran dos hombres. Se encontraban a pie, no se oía ruido de caballos. No lográbamos verlos pero debían encontrarse cerca de nosotros. Probablemente eran de Ness.
Zul hizo un gesto para que continuáramos, estaba a punto de aflojarle las riendas a Daeron para que continuara avanzando cuando las palabras de uno de los hombres llamó mi atención.
—¿Has oído los rumores? Henry, el ayudante de cocina del castillo, regresó de Izar y dijo que algo malo ocurre con la reina Lysha.
—Ahora que lo dices creo haber oído algo… —respondió el otro hombre.
—Nadie ha visto a la reina desde hace días.
—Tal vez se encuentra enferma.
—Henry oyó a William Connaught, su consejero real, decir que su salud era delicada y que tendría que descansar por las próximas semanas.
—¿Crees que alguna peste aceche Izar? He oído que aquel noble Larson Acmar murió de una fiebre.
—No lo sé, Henry insiste en que sucede algo extraño… Asegura que William no deja que nadie se acerque siquiera a la habitación de la reina y que ha estado manejando todas las audiencias.
—Si algo malo le sucedió a la reina Lysha… ¡el trono se encuentra vacío!
Continuaron caminando hasta que sus voces se perdieron. La gente de Lesath por fin comenzaba a darse cuenta de que algo sucedía. La ausencia de Lysha no había pasado desapercibida. Los warlocks debían estar buscándola de manera desesperada, no podrían esconder su ausencia por mucho tiempo más. Finalmente la fachada que habían mantenido por tanto tiempo estaba comenzando a resquebrajarse.
Nos alejamos al paso para no hacer ruido en caso de que hubiera más personas en la cercanía. Continuamos así el resto del día y nos detuvimos a la tarde. Tras estudiar el mapa, el mago estimó que tardaríamos una semana en llegar a Agnof.
Los tres días siguientes pasaron sin imprevistos. Mantuvimos la marcha durante la mayor parte del día y solo nos detuvimos a descansar entrada la noche.
A medida que avanzábamos el tiempo se volvía más fresco y poco a poco aquel clima cálido al que me había acostumbrado desapareció.
El cuarto día el camino se cortó abruptamente y nos encontramos frente a una especie de pantano. Era la primera vez que veía algo así, todo era barro y el arroyo de lodo se extendía durante metros frente a nosotros. El mago opinaba que debíamos cruzarlo a caballo, pero Aiden insistía en que lo mejor era llevarlos de tiro, ya que el suelo era resbaladizo y alguno podía lesionarse.
Sabía que el paso de Daeron era firme y no tendría problemas, pero el caballo de Zul era petizo y el lodo le llegaba hasta las rodillas y Alshain eran joven y temperamental, Aiden estaría más a salvo en el suelo en caso de que se patinara.
Afortunadamente yo llevaba botas altas; el barro tenía un aspecto frío y sucio, y no quería sentirlo sobre mi piel.
Aiden fue primero, tiró de las riendas detrás de él y palmeó el cuello de la yegua para mantenerla calma mientras avanzaban a través del lodo. Alshain pareció asustarse cuando sus patas se enterraron pero siguió adelante. Zul y yo los seguimos, su caballo mantuvo sus orejas levantadas y alertas, Daeron avanzó sin prestarle demasiada atención al barro.
Esperaba que hubiera algún río en el que pudiéramos lavarnos una vez que saliéramos de allí, si el barro se secaba arruinaría las botas.
—Esto es divertido —dijo el mago con ironía.
Le sonreí.
—¿Qué ocurre contigo? —preguntó—. Últimamente has estado seria.
No quería hablar de ello. Me avergonzaba sentirme así, pero debía compartirlo con alguien.
—Aiden no me habla desde hace días, es como si ya no le importara —dije en voz baja.
—Sorcha me odia —respondió Zul.
Lo miré extrañada.
—Pensé que te sentirías mejor al ver que mi situación es bastante peor que la tuya —dijo.
—Te equivocaste —respondí.
—Créeme, a Aiden le importas tanto como siempre.
—No lo sé —repliqué con escepticismo.
Quería creerle pero había sido frío como un témpano de hielo conmigo desde que habíamos dejado Zosma. ¿Cómo podía seguir enojado?
—Puedo probarlo —dijo el mago.
—Hazlo —respondí.
Actuó de manera tan repentina que no me dio tiempo a reaccionar. El empujón fue fuerte y rápido, me hizo perder el equilibrio y caí de espalda contra el lodo.
—Adhara, ¿te encuentras bien? —gritó Zul.
Lo miré furiosa esperando algún tipo de explicación, pero simplemente me observó intentando mantener su expresión seria. Aiden se volvió alarmado.
—¿Qué sucedió?
—Debió ser un pozo —dijo Zul—. Tal vez se dobló el tobillo.
Aiden le entregó las riendas de Alshain al mago y se agachó a mi lado. Estaba cubierta de lodo, no quería que me viera así.
—Estoy bien —dije apartando la mirada.
Ignorando mis palabras me tomó en sus brazos y me levantó, se llenó de barro al hacerlo pero no parecía importarle. Su cálido contacto me hizo dar cuenta de lo mucho que extrañaba poder estar con él de esa manera. Me sentó sobre la montura de Daeron y tomó mi pie para revisarlo.
—¿Te duele en algún lado? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—Estos pantanos son engañosos. Debes tener cuidado.
Tras estas palabras tomó a Alshain y continuó. Me deslicé de la montura de Daeron y lo seguí; no olvidaba sus modales de caballero aun cuando seguía enojado conmigo. El mago se puso a mi lado y me observó divertido.
—¿Lo ves? —susurró.
—Zul, mantén tu distancia y reza porque encontremos agua al salir de aquí —respondí.
Zul reprimió una carcajada y se alejó unos pasos. Había ido demasiado lejos. Pero si bien estaba molesta con él, al mismo tiempo estaba contenta de que Aiden me hubiera ayudado.
Nos llevó horas atravesar aquel pantano, avanzábamos con lentitud y luego de un tiempo comenzó a volverse cansador. Cuando logramos atravesarlo y el paisaje a nuestro alrededor volvió a ser césped y árboles, sonreí aliviada. Los bosques eran más densos y salvajes, nos habíamos alejado bastante del centro de Lesath.
El barro se había secado y sentía mis piernas pesadas, quería encontrar agua para limpiarme, pero todos parecían exhaustos y hubiera sido egoísta insistir en continuar. Permanecimos allí descansando por un buen rato, el cielo estaba oscuro pero no era de noche. Una tormenta se acercaba, podía sentirlo. Insistí en buscar un lugar resguardado donde armar la carpa y encontramos un gran árbol con ramas tan extensas que cubriría a la carpa y a los caballos.
Un fuerte relámpago irrumpió en el cielo; no me había equivocado, era una tormenta. Las gotas comenzaron a caer una tras otra, las sentí en mi rostro y permanecí allí hasta que la lluvia se volvió más constante. No sería necesario buscar un río después de todo, podía sentir el barro deslizándose por mi piel. Una vez que estuve limpia, me acerqué a Daeron para limpiar la montura y el barro de sus patas.
Los relámpagos iluminaban el cielo y la lluvia comenzó a caer con más fuerza. Atamos los caballos a las ramas del árbol y los cubrimos con mantas. La tienda que habíamos comprado en Zosma era pequeña para los tres pero nos ingeniamos para acomodarnos. Era la única cuyo material era más grueso y nos resguardaría mejor del frío. El viento golpeaba con fuerza haciendo que la tela se moviera. No me molestaban las tormentas, de hecho me gustaban, me recordaban lo poderosa que podía ser la naturaleza. Pero no estaba segura de que la tienda pudiera resistir si la tormenta empeoraba. Estaba cansada, oí como las gotas golpeaban contra la tela de la carpa y mis ojos se fueron cerrando hasta que me entregué al sueño.
Me encontraba alrededor de una fogata con los demás elfos en Alyssian. La brisa era cálida y era de día. Elassar, mi maestro, estaba en el centro junto al fuego y utilizaba magia para hacer figuras con las llamas. Un lobo, un pájaro, un venado, una flor, las llamas iban cobrando diferentes formas. Miré el fuego asombrada, preguntándome si algún día sería capaz de hacerlas. Tenía diez años, era la más joven del grupo, los demás elfos también eran jóvenes pero no tanto como yo.
Las llamas volvieron a la normalidad y Elassar insistió en que lo intentáramos. Elani, una elfa que se encontraba a mi lado, concentró su mirada en las llamas y luego de unos segundos las llamas cobraron la forma de una mariposa que voló por el cielo hasta desvanecerse. Yo también quería intentarlo, miré el fuego y pensé en los gorriones celestes que siempre se posaban sobre mi ventana en la mañana. Imaginé su forma con claridad en mi mente y pensé en las palabras que Elassar nos había dicho. Aguardé ansiosa, pero nada ocurría. Todos parecían estar jugando con las llamas menos yo. Sabía que no tenía tanto control de la magia como ellos, pero aun así había magia en mí, si me concentraba lo suficiente lo lograría. Fijé mis ojos en el fuego y visualicé un pájaro saliendo de entre las llamas, podía ver sus alas de llamas anaranjadas, lo único que ocupaba mi mente era el pájaro y las llamas, el pájaro y las llamas. El fuego dio un chasquido y un pequeño gorrión de fuego emergió de las llamas. Lo había logrado.
—Adhara.
Su voz rompió mi concentración y el pájaro se desvaneció, me volví frustrada hacia mi maestro preguntándome qué querría. Elassar me observó con expresión serena.
—Camina conmigo, Adhara. —dijo.
Nos alejamos del resto del grupo, era extraño que quisiera hablar conmigo, por lo general no me prestaba demasiada atención. Tenía mejor relación con Astran, mi maestro de espada.
Tal vez quisiera felicitarme por haber logrado controlar mi magia, había sido por un instante pero era todo un avance. Era una de las pocas veces que había conseguido hacer un hechizo.
—Puedo ver tu esfuerzo, niña. Requirió toda tu concentración poder controlar la magia.
No sabía si eso era algo bueno o malo, a juzgar por su expresión era una crítica.
—Practicaré hasta que me resulte más fácil como a los demás —respondí.
Elassar negó con la cabeza.
—La magia nunca es fácil. Tu madre es una humana, Adhara. Los humanos no comprenden cómo funciona la magia —dijo.
—Mi padre es un elfo —respondí molesta.
—Eres hija de ambos, eres tan elfa como humana.
Sus palabras me molestaron, mi padre había dicho que si me esforzaba lograría controlar la magia que había en mí, pero Elassar no parecía pensar lo mismo. Sabía que era diferente a los demás, todos los días algo me lo recordaba a pesar de que a veces intentaba olvidarlo.
—Te he visto practicar con la espada, tal vez sería más sabio que te concentraras en ello y no en la magia. Los resultados no te resultarán tan frustrantes.
Me esforcé por controlar mi expresión hasta que el elfo se alejó y las lágrimas recorrieron mi rostro. Sin importar cuánto me esforzara, nunca sería buena con la magia. Elassar me había dicho la verdad que mi padre no se había animado a decirme.
Me desperté agitada, con las palabras de mi viejo maestro aún en mi mente. No había sido un sueño, sino un recuerdo. Lo recordaba bien, aquel día había decidido que no me interesaría más por la magia. Solía pensar que Elassar había tenido buenas intenciones al aconsejarme que era mejor dedicarme a la espada, pero ahora no estaba segura.
«¿Por qué crees que los elfos se concentraron en desarrollar tus habilidades con la espada y no insistieron en que aprendieras a utilizar magia?», las palabras de Akashik resonaron en mi mente.
No quería creerlo, me rehusaba a creerlo y aun así había verdad en ello.
Salí de la carpa en silencio, necesitaba aire. Aún llovía y el viento era frío, pero no me importaba.
Los elfos habían tomado sus precauciones para evitar que la historia se repitiera, para evitar que fuera un warlock. Elassar me había desalentado por miedo a que fuera buena con la magia no por mi falta de talento.
Tomé los pedazos de rama que había en el suelo y los sequé con mi capa, apilándolos sobre el pasto. La lluvia era un obstáculo pero no me importaba. Dije las palabras y el fuego apareció, imaginé el gorrión hecho de llamas anaranjadas de la misma manera en que lo había hecho nueve años atrás. Me concentré, lo único que ocupaba mi mente era el pájaro y las llamas, el pájaro y las llamas. El fuego cobró forma de gorrión y voló alrededor de mí. Observé a Daeron y me concentré en él, el gorrión se transformó en un caballo.
Elassar debió saber que podría hacer magia si practicaba. Observé mientras la lluvia extinguía las llamas. Las palabras de Akashik habían sido verdad.
Mi padre me había alentado a hacer magia y se había enfadado conmigo cuando le dije que no me importaba. No podía ver una amenaza en mí. Pero mi maestro me había engañado, él y el resto de los elfos temían en lo que podía convertirme si realmente lograba dominar la magia.
Sentí pisadas detrás de mí, era Aiden. Llevé las manos a mi rostro, no estaba segura de si eran gotas o lágrimas, las limpié con mi capa.
—¿Qué haces aquí, Adhara?
Intenté ocultar mi rostro en caso de que mis ojos se encontraran vidriosos pero Aiden puso sus manos en mis mejillas para evitar que lo hiciera.
Akashik había estado en lo cierto, era lo único en lo que podía pensar.
Enterré mi rostro en el pecho de Aiden y él puso sus brazos alrededor de mí. No me importaba si estaba enfadado conmigo, lo necesitaba.
—¿Qué sucede? —preguntó Aiden—. Dime.
Tomé control de mí misma y le conté todo; mi conversación con Akashik, el sueño que había tenido, cómo los elfos habían desconfiado de mí y me habían engañado para que no me interesara en la magia.
—No puedes creer en Akashik —dijo Aiden.
—Pero es cierto, el primer warlock nació de un elfo y una humana y temían que yo practicara magia oscura al igual que ellos —respondí.
Quería volver a Alyssian y confrontarlos a todos, exigirles que me dijeran la verdad.
—Akashik quiere que te sientas de esta manera, él manipula a la gente —dijo Aiden—. Sabe que eres fuerte y quiere volverte débil.
Sabía que esa había sido la intención de Akashik al decírmelo pero eso no cambiaba el hecho de que los elfos habían desconfiado de mí y me habían mentido.
—Me encontraba más sola en Alyssian de lo que pensaba, a excepción de mis padres, el resto de los elfos pensaba que me convertiría en un monstruo —hice una pausa para contener un sollozo—. ¿Cómo pudieron creer eso? ¿Acaso hay oscuridad en mí?
Me sentía dolida y enfadada, pero sobre todo traicionada. Aiden tomó mi rostro en sus manos y me obligó a mirarlo.
—Elassar y los demás no te conocían, de lo contrario no hubieran pensado algo así. Solo hay luz en ti. Te preocupas por quienes quieres y los proteges sin importarte las consecuencias. De lo contrario no hubieses ayudado a Zul con Sorcha aun cuando sabías que me enojaría contigo. Ni hubieses intentado continuar sin mí para que pudiera pasar más tiempo con mi madre. Tú jamás podrías convertirte en un warlock, Adhara.
Sus palabras me reconfortaron, había dicho exactamente lo que necesitaba escuchar, que jamás me convertiría en uno de ellos. Aiden tenía razón, los elfos no me conocían realmente si habían pensado eso de mí. Tenía que liberarme de los pensamientos oscuros que estaban en mi mente, sabía que Akashik tomaría ventaja de ellos y no podía permitirlo.
Respiré con calma, me concentré en la lluvia que caía sobre mí permitiendo que el enojo se fuera. No me importaba lo que habían pensado, se habían equivocado y algún día se los demostraría. Erradicaría la oscuridad de Lesath.
—¿Mejor? —preguntó Aiden.
Sus ojos color chocolate se encontraron con los míos y no pude evitar atraerlo hacia mí y besarlo. Para mi alivio, él también me besó. Había cierta urgencia en su beso que me hizo pensar que él también extrañaba estar conmigo de esa manera. Estábamos empapados, pero no me importaba, me recordó a la primera vez que me había besado.
Se separó de mí un poco, parte de él seguía molesto conmigo.
—Lo siento —me disculpé—. En verdad lo siento. No quiero pasar los días sin poder hablar contigo, es tonto y no tiene sentido. No puedes continuar enojado para siempre, Aiden.
—El día que Akashik se nos interpuso en el camino y te entregaste a ellos, dijiste algo antes de saltar de Daeron, dijiste que me amabas —dijo Aiden—. Y luego desapareciste entre el fuego y no sabía si volvería a verte.
Lo miré sin entender.
—Fuiste egoísta, no me diste oportunidad de responderte. Cuando logré encontrarte, estaba enfadado contigo por lo que habías hecho y estaba esperando a que el enojo se fuera. Quería encontrar el momento oportuno para decirlo, fue entonces cuando decidiste fugarte con Zul en mitad de la noche —gritó Aiden.
Era difícil creer que había estado acumulando su enojo desde el día en que Akashik nos había emboscado.
—Lo dije porque lo sentía y porque no sabía qué iba a suceder —repliqué.
Aiden abrió la boca y luego la cerró, ahora era él quien intentaba controlarse.
—Estás mojada, es mejor que regresemos a la tienda —dijo simplemente.
Quería hacerlo entrar en razón como él lo había hecho conmigo pero estaba empapado y nos resfriaríamos si continuábamos bajo la lluvia.
—Puedo entender que estés enojado, pero no te atrevas a seguir ignorándome —respondí.
Me miró perplejo pero no dijo nada y me indicó la tienda con su mano para que entrara.
El cielo se encontraba despejado a la mañana, partimos temprano y mantuvimos la marcha durante todo el día. La actitud de Aiden había cambiado un poco, al menos me hablaba.
Tenía el presentimiento de que el mago había escuchado algo de lo sucedido, pero no dijo nada al respecto.
Nos llevó dos días más llegar a Agnof pero finalmente lo hicimos. El clima había cambiado abruptamente, aún no había nieve pero el aire era frío y seco. La entrada al pueblo parecía desolada, avanzamos al paso y a medida que nos adentramos, viejas construcciones aparecieron frente a nosotros, no eran de madera como en el resto de los pueblos, sino de piedra. Los muros estaban lejos de encontrarse completos y amenazaban con derrumbarse en cualquier momento. El pasto crecía entre las piedras dándole un aspecto descuidado. Lo que alguna vez había sido un pueblo ahora solo eran ruinas. El lugar parecía perdido en el tiempo, comprendí por qué lo llamaban «el pueblo olvidado de Agnof».
El viento soplaba frío y áspero contra mis manos, me pregunté cómo se las habían ingeniado para cultivar algo, tanto frío sin duda habría arruinado las cosechas. Si la plaga no hubiese terminado con ellos, el frío lo hubiese hecho. ¿Cómo alguien podía vivir allí sin congelarse?
Podía oír la madera de las puertas resquebrajarse, sabía que era a causa del viento pero aun así me producía cierta ansiedad. El lugar guardaba recuerdos de muerte y tristeza, podía sentirlo en la atmósfera, era extraño. La plaga había terminado con muchas vidas y al parecer los sobrevivientes no habían tenido más opción que dejar su hogar.
Observé todo detenidamente buscando algún rastro de vida pero todo era soledad y silencio. A mi lado, Aiden y Zul también iban a paso lento observando los alrededores, el lugar parecía inquietarlos, ambos se encontraban alertas.
En una de las cabañas una familia de ardillas entraba y salía por las ventanas, los animales habían aprovechado el lugar para resguardarse del frío.
Algo en el suelo llamó mi atención, en la tierra había dos pares de pisadas. Detuve a Daeron y desmonté para ver mejor, eran pisadas humanas y eran frescas. No nos encontrábamos solos en Agnof.
Aiden desmontó y tras analizar las huellas coincidió conmigo en que alguien había pasado por ahí unas horas antes. ¿Quién podía ser? El pueblo estaba deshabitado desde hacía años.
A excepción de Ailios, éramos los únicos que habíamos visto el pergamino, nadie más sabía acerca del camino hacia el Corazón del Dragón.
No tenía sentido, Agnof se encontraba alejado de todo. ¿Por qué venir hasta aquí? No lo sabía, pero era mejor si los encontrábamos a ellos antes de que ellos nos encontraran a nosotros.
—Debemos seguir las huellas —dije—. Si hay alguien más aquí, lo encontraremos.
—No lo sé, si nos apresuramos podemos pasar desapercibidos —respondió el mago pensativo.
—Es mejor si sabemos a qué nos enfrentamos. No tiene sentido que alguien haya venido aquí a menos que esté buscando algo —respondí.
Zul aún no parecía convencido, podía ver la ansiedad en su rostro. Quería continuar al Monte Luna y encontrar a Warrick.
—Adhara está en lo cierto, de nada sirve ignorar el problema si volveremos a toparnos con él mas tarde. Sigamos las huellas y averigüemos de qué se trata —dijo Aiden.
Al menos Aiden me daba la razón. Ambos miramos al mago y este asintió de mala gana. Seguimos las huellas en silencio, llevé mi mano hacia la empuñadura de Glace para estar lista en caso de un ataque. Las casas continuaban abandonadas y en algunos casos derrumbadas a medida que avanzábamos. En lo que supuse que debió ser el centro del pueblo había un gran alce tallado en madera. Era un buen trabajo y se encontraba detallado, desde lejos parecía un alce de verdad. Me pregunté qué haría allí y la única respuesta en la que podía pensar era que habían venerado a los alces por alguna razón.
Las huellas se adentraban más y más en el pueblo, a juzgar por su tamaño una pertenecía a un hombre grande y la otra era más pequeña, debía ser de una mujer. Pensé en Sorcha, tal vez nos había seguido hasta allí, tal vez en verdad nos había mentido y se encontraba ahí junto con Seith.
Deseché ese pensamiento, era poco probable. Aiden parecía intrigado con respecto a las pisadas y al igual que yo parecía estar preguntándose de quién podía tratarse. Zul parecía aburrido. Sabía que el único pensamiento en su cabeza era encontrar a Warrick, el mago del que había hablado Ailios antes de terminar su vida, y al Corazón del Dragón. Parecía no haber aprendido nada. Habíamos puesto nuestras esperanzas en Ailios y se había quitado la vida frente a nosotros, no comprendía por qué esperaba que con Warrick fuera distinto. Si queríamos a los warlocks muertos deberíamos hacerlo nosotros mismos.
Daeron levantó atento las orejas. A metros de nosotros, las pisadas se detenían, un niño de pelo dorado se encontraba parado allí. ¿Qué haría un niño en un lugar como Agnof?
Nos miró asustado pero no corrió, no parecía estar seguro de qué debía hacer.
—¿Te encuentras bien? —pregunté desmontando.
El niño no respondió.
Me acerqué a él lentamente para no asustarlo.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté.
—No —respondió.
Aiden desmontó y vino a mi lado.
—¿De dónde eres? —preguntó Aiden.
—Vivo aquí —respondió el niño.
—¿Vives aquí tú solo? —preguntamos Aiden y yo al mismo tiempo.
—No solo, junto a mi familia —respondió.
Miré alrededor, una de las casas en la cercanía parecía estar más cuidada que las demás, sus muros estaban completos y alguien había puesto un adorno en la puerta.
—¿Quiénes son ustedes? Hace años que nadie viene por aquí.
No había peligro en decirle nuestros nombres, era solo un niño. Su pelo dorado y desprolijo y sus ojos redondos y curiosos le daban un aspecto adorable.
—Yo soy Adhara y ellos son mis amigos, Aiden y Zul —dije.
—Mi nombre es Braen —respondió.
—¿Vive alguien más aquí, además de ustedes? —preguntó Zul.
—Otras dos familias.
¿Habían decidido permanecer aquí aun después de la plaga? Era extraño.
—¡Braen!
Un hombre corrió hacia nosotros, llevaba un hacha en la mano y parecía molesto. Debía ser su padre, sus rasgos eran parecidos y su pelo también era rubio.
—¡Aléjense de él! —gritó el hombre.
Los tres retrocedimos. Desenfundé mi espada en caso de que decidiera atacar.
—Solo estábamos hablando —dijo Aiden—. Adhara, guarda la espada.
—Lo haré si él baja el hacha —repliqué.
El hombre nos miró algo confundido pero mantuvo el hacha firme en su mano.
—No llevan el escudo de Lesath, padre —dijo Braen—. Dijiste que me esconda si alguna vez veo a un hombre con el estandarte de la reina pero ellos no lo llevan.
—¿De dónde vienen? ¿Qué es lo que quieren aquí? —preguntó el hombre.
Los tres intercambiamos miradas cautas.
—Venimos de Naos, nos dirigimos hacia el Monte Luna —dijo Aiden—. Pensamos que Agnof se encontraba abandonado, vimos al niño solo y creímos que necesitaba ayuda.
El hombre nos miró con desconfianza.
—Es verdad, padre. La chica se llama Adhara y me preguntó si necesitaba ayuda —dijo Braen.
El hombre pareció tranquilizarse y bajó el hacha. Enfundé a Glace.
—Lamento si lo asustamos, pero apuntar un hacha contra alguien no es muy cortés —dije.
—Lo siento, pensé que pertenecían a la guardia real —se disculpó.
Los tres intercambiamos miradas nuevamente. Se encontraban viviendo aquí solos y temían a la guardia real, algo no andaba bien.
—Lucen cansados. ¿Podemos invitarlos a casa para que coman algo, padre? —preguntó Braen.
A su padre no pareció agradarle la idea.
—Está bien si no quiere hacerlo, entiendo que es peligroso invitar extraños a su hogar —dijo Aiden.
—Mi hijo tiene razón. Se ven cansados, síganme.
Aún faltaban horas para que el sol bajara, podíamos descansar, comer algo y reanudar la marcha antes del anochecer. Zul no parecía contento, pero cedió cuando Braen nos sonrió y nos indicó que fuéramos con él dando saltitos mientras caminaba. Debía ser muy solitario vivir allí, aun si había dos familias más, debía encontrarse emocionado de ver caras nuevas.
El interior de la casa era diferente a lo que estaba acostumbrada a ver. Una mesa ocupaba una gran parte de la sala y frente a ella un gran hogar de piedra con pilas y pilas de leña acomodadas a un lado. Con el frío que hacía debían mantener el fuego prendido la mayor parte del tiempo. Para mi horror no había cuadros en las paredes, sino pieles. Eran grises y blancas, y el pelaje era corto: lobos. Sentí una ola de tristeza y enojo ¿Mataban lobos y colgaban su piel? Era muy primitivo.
Zul debió ver mi expresión, ya que se apresuró a mi lado y me apartó de la pared palmeando mi espalda para tranquilizarme. Los elfos jamás tolerarían semejante desprecio por la vida de un ser vivo, yo definitivamente no lo hacía. Quería reprocharles por el terrible acto que habían cometido pero el mago me susurró que no lo hiciera. Lo intentaría, pero no sería una tarea sencilla.
Una mujer entró en la sala, se veía diferente del resto de las humanas que había visto hasta ese momento. Su vestido era de una tela oscura y gruesa, largo y cerrado hasta el cuello y una frazada de lana le cubría los hombros. Su piel era pálida y su pelo marrón. Tenía una expresión amable pero vi miedo en sus ojos cuando nos vio.
—Tranquila, querida, solo son viajeros. Braen los invitó para que coman algo —el hombre se volvió hacia nosotros—. Mi nombre es Marcus y ella es mi esposa Dara.
—Ella es Adhara, Zul y yo soy Aiden, agradecemos su amabilidad.
Ambos estrecharon nuestras manos y nos indicaron que nos sentáramos junto al hogar. Sentir el calor de las llamas era una bendición, mi cuerpo se encontraba frío y mis manos congeladas.
Aiden se acomodó a mi lado, sabía que intentaba protegerme aún cuando seguía enfadado conmigo. Me encantaba que tuviera esa actitud cuando nos encontrábamos con desconocidos.
—Se encuentran lejos de Naos. ¿Qué los lleva al Monte Luna? —preguntó Marcus.
—Hemos oído que es uno de los paisajes más lindos de Lesath, siempre he querido conocerlo —respondió Aiden.
Marcus no parecía creerle, pero no insistió.
—¿Cómo es Naos? —preguntó Braen.
—Es diferente…— respondí—. El clima es cálido y la mayoría de las personas que viven allí son granjeros o artesanos.
—Espero conocerlo algún día —respondió el niño.
—Con suerte algún día lo harás, hijo —dijo Marcus.
¿Qué los retenía allí?, pensé.
—¿Por qué permanecieron aquí luego de la plaga? —preguntó el mago.
Había algo de desconfianza en sus ojos, pero también curiosidad.
Marcus se sorprendió ante la franqueza del mago pero respondió.
—Este es nuestro hogar, siempre lo ha sido. Nuestras vidas se encuentran aquí —respondió Marcus.
—¿No temen que vuelva a suceder? ¿La plaga? —agregó Zul.
—No volverá a suceder —replicó Marcus.
¿Cómo podía saberlo con seguridad?
—¿Cómo hacen para sobrevivir aquí? —pregunté.
—Cultivamos lo que podemos y trabajamos junto a las demás familias en la caza y la pesca —dijo Marcus.
—Matan animales —respondí.
Todas las miradas se volvieron a mí. Marcus y su esposa me observaron sorprendidos, Zul con una expresión resignada y Aiden… Era difícil adivinar qué estaba pensando.
—Lo hacemos para sobrevivir —dijo Dara—. De no ser por los alces no tendríamos manera de vivir aquí.
La figura de madera del alce en medio del pueblo volvió a mi mente.
—¿Es por eso que hay un alce de madera en medio del pueblo? —pregunté indignada.
—Agnof siempre veneró a los alces, gracias a ellos la vida aquí fue posible, no los matamos indiscriminadamente. Cazamos a los más viejos de las manadas, está prohibido matar alces jóvenes, siempre ha sido así —dijo Dara.
Era indignante, quería convencerme de que estaba bien matar alces porque eran viejos.
—¿Quiénes son ustedes para robarle la vida a un alce porque creen que es viejo? —pregunté exasperada.
Dara pareció ofendida por el comentario, Braen dejó escapar una risa y Marcus me observaba perplejo.
—Deben disculpar a Adhara, fue criada de un modo distinto y tiene otras costumbres —dijo el mago.
—No sé cuáles serán sus costumbres frente a la naturaleza mas yo no puedo dejar que mi hijo muera de hambre —respondió Dara.
Observé al niño, era joven e inocente y era su hijo; era lógico que hiciera todo lo que estuviera a su alcance para cuidar de él, pero aun así no podía aceptar el hecho de que le quitaran la vida a los animales.
—Hemos oído historias de los refugios en cuevas al pie de la montaña cuando sucedió la plaga —dijo Aiden cambiando de tema—. Esas cuevas son el camino hacia el Monte Luna.
—Las cuevas se encuentran a medio día de caminata de aquí. La última vez que Marcus Ian vino a visitarnos me llevó a explorarlas —dijo Braen.
Era un alivio saber que se encontraban cerca, temía que nos llevara un largo tiempo encontrarlas, ya que su ubicación exacta no aparecía en el mapa.
—Marcus Ian es mi hijo mayor —dijo Marcus.
—¿Dejó Agnof? —preguntó Aiden.
Marcus asintió con la cabeza, no parecía querer hablar de él y la mirada que le dirigió a Braen lo confirmó. No quería que supiéramos sobre Marcus Ian.
—Los noto cansados, les traeré algo de comida —dijo Dara—. Puedo ofrecerte trigo o papas, Adhara. Es lo único que logramos cultivar aquí.
—Suena perfecto.
No quería pensar en mi reacción si servían carne de alce frente a mí.
—Mi amiga Mikeila tiene ojos verdes al igual que tú, Adhara. Pero los tuyos son más bonitos —dijo el niño.
—Eres dulce, Braen —respondí—. ¿Hay otros niños de tu edad en Agnof?
—Mikeila tiene diez como yo, su hermana Kira, dieciséis y su hermano Devin, ocho. Y los Delaney tienen cuatro hijos: Gareth que tiene quince, Rowan de doce, y Leilani y Cailin que son las más pequeñas, tienen siete y cuatro.
Me alegré por Braen, no debía ser tan solitario si había otros chicos con los que pudiera jugar. Aun así no comprendía por qué hacer que un niño sufriera el frío y el vacío de ese pueblo.
—Ve a ayudar a tu madre a poner la mesa, Braen —dijo Marcus.
Este asintió y corrió fuera de la sala.
—¿Por qué le temen a la guardia real? —preguntó el mago repentinamente.
Me había estado haciendo la misma pregunta pero pensé que sería más inteligente no hacerla. De seguro Marcus sospechaba que no le decíamos la verdad acerca del Monte Luna y presentí que él también ocultaba algo. De alguna manera, teníamos un acuerdo mutuo de no hacer más preguntas de las necesarias.
—Hace unos años un grupo de caballeros vino a inspeccionar el pueblo, los oímos decir que tenían órdenes de matar a cualquier sobreviviente por miedo a que la plaga volviera a surgir —dijo Marcus.
Hablaba de forma segura, pero no estaba convencida de que fuera toda la historia.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó Aiden sorprendido.
—Hace mucho tiempo —replicó Marcus—. Pero es mejor ser cauto, dudo de que hayan cambiado de decisión acerca de ello. La plaga fue devastadora, tomó demasiadas vidas.
—Si nadie enfermó hasta ahora después de tantos años es evidente que ninguno de ustedes tiene la enfermedad —dije.
—Lo sé, pero la reina Lysha no parece creer lo mismo.
Dara entró en la sala con la comida y nos invitó a sentarnos. Lysha no había estado detrás de la orden, sino Akashik. De seguro había temido que su plan de inmortalidad fuera arruinado por una peste.
Era agradable comer algo diferente, hacía días que lo único que comía era pan con un poco de queso y frutas. Me resultaba difícil creer que hubieran elegido una vida difícil como esta; el lugar era demasiado frío y escaseaba la comida y la compañía, pero me sorprendió que aun así hubiera una atmósfera familiar. Marcus, Dara y Braen parecían ser felices.
Dara parecía tener más temperamento que las mujeres de los otros pueblos, pero debía tenerlo si esperaba sobrevivir aquí.
La cena aconteció tranquila, podía ver en los ojos del mago que tenía más preguntas en mente, pero había decidido que era más prudente no hacerlas. Aiden parecía estar disfrutando de la comida y hablaba animadamente con Braen.
Una vez que terminamos, Marcus se ofreció a guiarnos hasta las cuevas. Nos despedimos de Dara y le agradecimos por la comida. Braen y su padre montaron en un caballo y los seguimos por el resto del pueblo. Allí vimos que las tres familias habían colaborado para armar una granja. Marcus nos explicó que uno de ellos viajaba a Ness cada un par de meses para comprar granos y comida para el ganado.
No nos llevó mucho llegar a las cuevas pero cuando lo hicimos ya no era de día, tenía la sensación de que allí oscurecía más rápido que lo usual.
Braen insistió en que le prometiera que volveríamos a saludarlo en nuestro camino de regreso, quería presentarnos a sus amigos. No lo hice por miedo a no poder cumplir la promesa, pero le aseguré que haría lo posible.
Por fortuna, las cuevas eran lo suficientemente amplias como para que los caballos pudieran entrar pero debíamos llevarlos de tiro. Nos despedimos de ambos y tras verlos partir, nos adentramos en lo que las familias de Agnof llamaban «la cueva de la salvación».