UN INTRUSO EN LA NOCHE

Tras asegurarle a Elana una y otra vez que en verdad solo necesitaba un poco de aire fresco, finalmente accedió a dejarnos pasar. El día se encontraba horrible, las nubes cubrían el cielo y una espesa neblina apenas hacía visible el paisaje. Zul y yo nos sentamos en las escaleras de la entrada.

Tenía una pregunta en mente para el mago desde hacía un tiempo, sabía que la magia provenía de la naturaleza. Los elfos al estar en mayor contacto y comprensión de la naturaleza poseían un control más profundo y completo de la magia. Pero los humanos rara vez se sentían tan en contacto con ella. Era por eso que solían concentrarse más en los elementos que en la naturaleza como un conjunto. La magia se podía percibir con más fuerza en los elementos: viento, tierra, fuego y agua.

Había notado que Zul solía enfocar su atención en el viento más que en los otros elementos, y Sorcha tenía la costumbre de utilizar hielo. Si lo pensaba, aun yo me había vuelto más afín a utilizar hechizos de fuego. Pero Seith parecía no concentrarse en ningún elemento en particular. ¿Era posible que su magia fuera tan poderosa que pudiera conectarse con la misma facilidad con todos los elementos?

El mago negó con la cabeza, estaba seguro de que ningún humano podría lograr la concentración suficiente como para controlar tanta magia al mismo tiempo, incluso alguien poderoso como Seith. No lo había pensado con anterioridad pero si tenía que adivinar por el tipo de hechizo que utilizaba, creería que Seith utilizaba magia del elemento tierra.

Era posible, de los cuatro era el más compatible con su personalidad, constante y que rara vez sufría alteraciones.

Podía sentir las miradas de Goewyn y Deneb observándonos por la ventana. Me resultaba irritante pero no podía culparlos, solo estaban haciendo lo que Aiden les había pedido.

Aún me encontraba sorprendida de que Goewyn fuera la hija de un noble. Sus gustos eran sencillos y no era elegante ni refinada como aquellas mujeres que había visto en el baile de máscaras. Pero si lo pensaba era buena cocinando, haciendo manualidades, en una ocasión la había visto tocar un instrumento que los humanos llamaban violín y manejar una posada por su cuenta no podía ser fácil. De seguro había recibido una instrucción similar a la que Lysha había tenido de niña. No comprendía por qué ese tipo de enseñanzas se limitaba a las mujeres con sangre noble. En Naos había notado que las jóvenes de allí no acostumbraban a ser buenas en todo, sino que era suficiente con que fueran buenas esposas y pudieran mantener en orden sus casas.

En mi opinión todos deberían poder ser libres de elegir lo que consideraran que fuera importante para su formación. Mis padres en gran medida me habían permitido esa libertad, aunque no podía ignorar el hecho de que me había equivocado al no esforzarme por aprender magia. Mi padre no me había presionado sobre el tema pero debía admitir que de haberme obligado me hubiese hecho un favor. De haber aprendido a utilizar magia como los elfos, Seith nunca hubiese podido dañarme.

Zul y yo levantamos la cabeza al mismo tiempo, alguien se acercaba galopando, podía oír el ruido de los cascos golpear contra el suelo. Intentamos ver con mayor claridad pero era imposible debido a la neblina. Aguardamos alerta hasta que una figura salió de entre la niebla a metros de nosotros.

El caballo era tan blanco que apenas se podía distinguir de la niebla que lo rodeaba, era como si la persona que iba a arriba estuviera flotando en el aire.

Aiden desmontó y tras palmear el cuello del animal, tiró de sus riendas y lo guió en dirección a los establos. Zul y yo lo seguimos en silencio, aun parecía enfadado y el hecho de que no nos hubiera saludado lo confirmaba.

Aguardamos mientras llevaba el caballo a un establo junto a Daeron y una vez que terminó de ponerle comida, no tuvo más opción que volverse hacia nosotros.

—Es hermoso —exclamé aún con mi mirada en el caballo.

—Es una yegua —respondió Aiden corrigiéndome.

—Parece estar en muy buen estado —observó el mago—. ¿Dónde la conseguiste?

—Hay un hombre que cría caballos casi llegando a las afueras, lo noté el día que llegamos —replicó—. No fue barata pero el precio fue justo. Alshain es joven y fuerte, mantendrá bien el paso.

Alshain era el nombre de una estrella, su anterior dueño había tenido buen gusto, iba a la perfección con ella.

—Fue una buena idea —dijo Zul—. Ahora que lo pienso era demasiado peso para solo dos caballos.

—Al menos las mentiras de Adhara sirvieron de algo —le espetó Aiden.

El mago me miró confundido pero evité su mirada.

—Según ella esta fue tu idea y la tuviste ayer —agregó.

Su actitud estaba comenzando a molestarme, comprendía que aún estuviera enojado pero era innecesario que me hablara en ese tono.

—Será mejor que regresemos, Goewyn, Deneb y Elana se alarmarán si no me ven —dije—. Es curioso, es como si me hubiesen estado vigilando todo el día.

Intercambié una mirada con Aiden y este pasó a mi lado sin decir nada.

Cuando regresamos, la reina Lysha se encontraba sentada donde habíamos estado sentados Zul y yo hacía unos minutos. Parecía estar buscando algo y por su expresión al vernos, era a nosotros a quien buscaba.

—¿Le dijiste a una niña de quince años que me espiara? —pregunté indignada.

—No, supuse que la reina de Lesath tendría cosas más importantes que hacer que vigilarte a ti —respondió Aiden.

—Sí, como coser vestidos y comer —dijo el mago en tono sarcástico—. Asuntos reales.

Reprimí una risa, incluso Aiden parecía tentado. Lysha se acercó a nosotros, había cierta determinación en su rostro. Aun allí en medio de Zosma lucía como si fuera de la realeza, su pelo se encontraba prolijamente peinado, lo llevaba trenzado en los costados sobre sus orejas y el resto caía ondulado hasta su cintura. Había terminado el vestido que le había ayudado a coser, era de un claro color beige y con detalles en las mangas y el cuello.

Era bueno que nos encontráramos rodeados de neblina, solo le faltaba la corona y no quedaría duda de que se trataba de la reina.

Le indiqué que entrara a la posada pero ella se negó.

—Necesito hablar con ustedes.

—¿Podemos ayudarla en algo, majestad? —preguntó Aiden.

Al menos no había perdido sus modales del todo, Lysha insistía en que la llamáramos por su nombre, pero él y Goewyn aún seguían utilizando «su majestad» la mayor parte del tiempo.

—Escuché a Elana hablando con Goewyn, dijo que mañana se irían —dijo Lysha.

—Así es —respondió Aiden.

—Quiero ir con ustedes, sé que tienen un plan para derrotar al Concilio de los Oscuros y quiero ayudarlos.

Zul dejó escapar un suspiro, había algo de frustración en él.

—No puedes venir con nosotros, Lysha —dije.

Entendía que quería luchar por Lesath pero no podíamos cuidar de ella, sería una carga más que una ayuda.

—Tú me dijiste que debía pelear por lo que quiero y es lo que haré —respondió la reina.

—Lo siento, su majestad, pero Adhara tiene razón. No puede venir con nosotros, es demasiado peligroso —dijo Aiden.

Al menos creía que tenía razón en algo.

—Es mi deber como reina —replicó Lysha—. Debo proteger a mi gente, no puedo permanecer aquí escondida.

—Tu deber es mantenerte a salvo para poder recuperar tu lugar en el trono una vez que eliminemos a los warlocks —respondí—. No tienes herederos Lysha, no puedes arriesgarte a dejar Lesath sin un líder.

Aiden y Zul me observaron, por sus miradas era la primera vez que pensaban en ello.

—Tampoco puedo quedarme aquí sin hacer nada —insistió.

—No vendrás con nosotros —dijo el mago con firmeza.

Los ojos azules de Lysha se volvieron vidriosos y se cruzó de brazos al tiempo que nos imploraba con la mirada que la dejáramos venir.

—Puedes pensar en los proyectos que harás cuando seas libre de tomar tus propias decisiones como reina —sugerí.

Ahora que lo pensaba, los warlocks la habían manejado como una marioneta desde que sus padres murieron, jamás había reinado por su cuenta.

—Hay varios asuntos en la corte que necesitan mi atención, supongo que puedo trabajar en ello —dijo resignada.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Zul.

Aiden lo codeó y le dirigió una mirada de desaprobación. Zul en verdad debía pensar que lo único que hacía la reina era comer y coser vestidos.

—El tratado con los goblings —dijo Lysha en tono defensivo—. Hace años que intentan hacer un tratado de intercambio con nosotros. Ellos manejan toda las minas de oro, pero poseen muy pocas de diamantes. Akashik no me ha dejado firmarlo porque cree que los goblings podrían sospechar de su presencia. Pero una vez que no estén podré hacerlo, sería muy beneficioso para Lesath.

Los goblings eran codiciosos, debían tener más que suficiente oro si se encontraban dispuestos a cambiar una parte por diamantes. Según los elfos ninguna riqueza sería suficiente para ellos, podría llover oro y aun querrían más.

—Puedes trabajar en eso —dijo Aiden.

—Al menos cuéntenme como planean matarlos —dijo Lysha.

—¿Por qué lo preguntas? —había desconfianza en la voz de Zul.

—Soy la reina, merezco saberlo —respondió en tono firme.

Era la primera vez que la veía tomar esta actitud, había algo nuevo en sus ojos, algo que no podía descifrar. Tal vez merecía más crédito del que le había dado. El mago observó a Lysha, a juzgar por su expresión no podía importarle menos que fuera la reina.

—No, es mejor si no sabes nada al respec…

—Iremos al pueblo olvidado de Agnof, el Corazón del Dragón se encuentra cerca de allí, lo utilizaremos para acabar con ellos y luego lo destruiremos —lo interrumpió Aiden.

Zul le lanzó una mirada furiosa. Lysha permaneció pensativa por unos segundos.

—Espero que su plan funcione —dijo finalmente.

Tras estas palabras entró en la posada, parecía enojada. Debió pensar que nos convencería de ir con nosotros.

—Lysha me ayudó a escapar, no tiene malas intenciones —dije.

—No lo sé. No me agrada —respondió Zul.

—¿Zada vendrá con nosotros?

La pregunta me sorprendió, me volví hacia Aiden.

—No, por supuesto que no —dijo el mago—. Regresará a Saiph.

Después de nuestro enfrentamiento con Sabik y Dalamar habíamos decidido que no volveríamos a poner en riesgo a Zada y Talfan.

—Entonces debo pedirle un favor, necesito que lleve a mi madre con ella cuando regrese —dijo Aiden.

—Creí que Elana se quedaría aquí con Goewyn —dije sorprendida.

—Me dijo que le gustaría conocer a tus abuelos y esperar junto a ellos en Saiph —replicó Aiden.

Su tono era frío de nuevo. A Iara le agradaría conocer a Elana y que esperara con ellos a que regresáramos.

La noche llegó rápido, Goewyn había preparado una especie de banquete para despedirnos, había comida por todos lados. Primer plato, segundo plato, postre. Debió haber pasado horas y horas en la cocina. Todos conversaban animadamente: Goewyn y Elana intercambiaban recetas; Deneb le estaba contando a Aiden que él y Goewyn estaban pensando en tener un hijo pronto, no me sorprendía, eran unos años mayores que yo y además Goewyn parecía bastante maternal; Zul y su hermana discutían la mejor ruta para llegar a Agnof. Partiríamos todos juntos a la mañana siguiente, ya que el camino a Saiph iba en la misma dirección. Marcharíamos juntos por unos días y, luego, Zada y Elana continuarían por otro camino.

La única persona que se encontraba distante era Lysha, no parecía tener ganas de hablar y comía silenciosamente. Parecía molesta. Debía sentirse desilusionada de no poder convencernos de venir con nosotros. Estaría bien en unos días, tarde o temprano aceptaría el hecho de que si nos acompañaba solo entorpecería las cosas.

El mago me preguntó algo y me uní a su conversación con Zada. Ambos creían que había algo extraño en el pueblo olvidado de Agnof, no comprendían por qué permanecía deshabitado aun tantos años después de la plaga. En mi opinión ese tipo de tragedias dejaban una marca permanente, si muchas personas habían perdido su vida allí, era probable que hubiera quedado una energía triste y pesada.

Nos quedamos conversando hasta tarde, era como si quisiéramos evitar que llegara la mañana, continuamos comiendo aunque ya no teníamos apetito y hablando hasta que no hubo más temas de conversación. Finalmente, cuando comenzamos a quedarnos dormidos sobre la mesa decidimos que era hora de descansar.

Seguí a Aiden con la mirada preguntándome dónde dormiría, la respuesta no tardó en llegar cuando vi a Goewyn entregarle una llave. Extrañaba sentirlo a mi lado cuando dormía pero no le pediría que regresara si él no quería hacerlo.

Me acosté intentando sacarlo de mis pensamientos, sería la última vez que dormiría en una cama por un largo tiempo, tenía toda la intención de tener una buena noche de sueño.

Nos habíamos acostado tan tarde que el plan de salir al amanecer se vio cancelado, era el mediodía cuando todos nos encontrábamos despiertos y listos para partir. Goewyn me había dado un largo abrazo, ahora que sabía la verdad estaba preocupada de que nos pasara algo. Le aseguré que estaríamos bien y ella prometió cuidar de la reina.

Lysha nos dedicó una sonrisa y nos deseó suerte, debía ser una costumbre real saludar a las personas de manera cordial y no estar sujetándolas o abrazándolas. Ahora que lo pensaba, al igual que yo parecía evitar el contacto con otras personas.

Tras una última mirada a «La oveja perdida» con Goewyn, Deneb y Lysha saludándonos desde la puerta, comenzamos a alejarnos al paso.

Aiden iba adelante guiando el camino, odiaba admitirlo pero se veía majestuoso arriba del caballo blanco, como si fuera un príncipe. Palmeé el cuello de Daeron, era bueno tener las riendas en mi mano de vuelta. Me sentía cómoda cuando iba detrás de Aiden, pero se sentía bien ir sola en Daeron.

El mago iba a mi lado estudiando los alrededores, ya no nos encontrábamos seguros en la posada, a partir de ese momento podíamos esperar todo tipo de amenazas y lo sabía.

Zada y Elana venían detrás de nosotras. Podía ver el arco y flecha en la montura de Zada y al igual que su hermano su atención se encontraba en el camino, Elana por su lado parecía más relajada.

El día transcurrió tranquilo y una vez que nos alejamos de Zosma, y del banco de niebla que la cubría, el paisaje se volvió más pintoresco. Los caballos parecían felices de ver verde en lugar de gris, aquí los prados eran extensos y de un vivo color verde, a diferencia de los de Zosma, que habían sido secos y de un verde pálido.

A la noche acampamos debajo de un grupo de pinos, las ramas nos escondían a la perfección y aprovechamos para hacer una pequeña fogata. Los dos días que le siguieron fueron similares y transcurrieron sin eventos indeseados. Me agradaba que Zada y Elana se encontraran con nosotros, de alguna manera hacían que nos sintiéramos más tranquilos. Cuando éramos solo nosotros tres apenas nos deteníamos a descansar durante el día y a la noche cenábamos rápido y dormíamos. Con ellas debíamos parar cada un par de horas y la cena no solo era más elaborada, la madre de Aiden era una excelente cocinera, sino que todos parecíamos de buen humor y no tan cansados.

Era la tercera noche desde que habíamos dejado Zosma y me encontraba de espalda mirando las estrellas. Era mi turno de hacer guardia y estaba acostada junto a lo que quedaba de la fogata, no hacía frío pero me gustaba sentir la calidez de las llamas en mi cara. Aiden y Zul dormían cerca de mí, ya que Zada y Elana dormían en las tiendas.

No me molestaba estar a la intemperie, quería disfrutar de ese clima antes de cambiarlo por el frío de la montaña.

Lo único que podía escuchar era el canto de los grillos y, en ocasiones, lechuzas y otros pájaros volando cerca de nosotros. Las lechuzas cazaban de noche y ya me había acostumbrado a escuchar su ulular o sus movimientos en las ramas.

Cerré mis ojos, me encontraba relajada y no veía nada extraño en los alrededores. No tardé en recuperar la conciencia, solo me había dormido por un par de minutos. Odiaba hacer guardia pero era necesario.

Mis ojos se abrieron, había alguien cerca de mí, podía sentir su presencia y oír las silenciosas pisadas en el pasto. Con un leve movimiento casi imperceptible giré mi cabeza para poder ver mejor. Había una figura de rodillas junto al pequeño caldero que se encontraba en lo que quedaba de la fogata, las llamas se extinguirían en cualquier momento. Intenté ver su rostro, pero el fuego era tan débil que apenas iluminaba. Sin perder un segundo, tomé mi espada y me paré de un salto colocando el filo de Glace sobre la nuca del intruso. Este permaneció inmóvil arrodillado de espaldas a mí.

—Suelta cualquier tipo de arma que tengas y muéstrame tu rostro —dije con voz firme—. Si intentas algo, no dudaré en atravesarte con mi espada. Estás advertido.

La figura llevaba una capa roja y tras remover la capucha se puso de pie y se volvió hacia mí, su pelo era rojo como el fuego y sus ojos azules del color del hielo.

—Sorcha —exclamé sorprendida.

Aiden y Zul se levantaron de manera abrupta algo confundidos y al verla, el primero tomó su espada y el segundo dirigió una mirada de horror levantando una de sus manos hacia ella.

—Tu magia no funciona contra mí, mago —dijo Sorcha—. ¿Lo olvidaste?

Zul la miró con una mezcla de sorpresa y frustración.

—Tu magia tampoco funciona contra él —espeté—. ¿Recuerdas?

Sus ojos se volvieron hacia mí y me miró con desagrado.

—Eres una gran molestia para mí, elfa.

—Tú tampoco me agradas —respondí.

Aiden vino a mi lado y levantó la espada hacia ella apoyando la punta de acero sobre su pecho.

—¿Qué haces aquí, Sorcha? —preguntó.

—Aiden Moor, el traidor —dijo Sorcha—. Supongo que ahora me llaman a mí de la misma manera.

—¿A qué te refieres? —preguntó Aiden.

—Blodwen dijo que tendría mi cabeza en una bandeja si no le llevaba el corazón del mago, no solo fallé en eso sino que Sabik y Dalamar están muertos —dijo con frialdad—. Decidí que si quería mantenerme con vida era mejor no regresar.

—Fue una buena decisión, el Concilio envió a Seith por tu cabeza —respondí.

No parecía sorprendida por la información, debió saber que lo enviarían tras ella.

—¿Qué haces aquí, Sorcha? —preguntó Aiden de nuevo levantando el tono de voz.

Era fácil adivinarlo.

—¿Creíste que podías tomarnos por sorpresa, entregarnos al Concilio e implorar por su perdón? —pregunté enfadada.

—No, Blodwen tiene cierta fascinación por la venganza, me recibiría con los brazos abiertos y luego me mataría mientras duermo —hizo una pausa—. Además me gusta mi libertad, no volveré a recibir órdenes de nadie.

Le hice un gesto a Aiden para que no bajara su guardia, Sorcha era tan engañosa como una serpiente.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó el mago.

Sus ojos grises brillaban peligrosos y su mirada era amenazante.

—La guardia real se encargó de repartir un pergamino con mi descripción, me acusan de ser una criminal que apuñaló al noble Larson Acmar para robarle su oro. Es difícil sobrevivir lejos de los pueblos… —dijo de mala gana.

Recordé la conversación que había presenciado en las recámaras del Concilio cuando Akashik me había secuestrado, él y los demás habían estado discutiendo cómo justificar la muerte de Sabik y Dalamar. Al parecer habían matado dos pájaros de un tiro.

—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó el mago incrédulo.

—No —le espetó Sorcha como si el solo pensamiento la repugnara—. Solo buscaba provisiones.

Aiden dejó escapar una risa seca, no le creía. Observé a Sorcha y recordé que, cuando desperté, la había visto comiendo del caldero.

—No debiste venir aquí, Sorcha —dijo Aiden.

Sorcha tocó la espada de Aiden con su mano y esta comenzó a congelarse.

—No me gustan las amenazas —respondió.

Presioné a Glace contra ella indicándole que se detuviera. Sorcha me miró de manera desafiante pero, al hacer más presión con la espada, se detuvo. No podía descifrar qué era lo que en verdad quería, de querer atacarnos ya lo hubiese hecho. Una flecha pasó a mi lado y se clavó en su brazo, Sorcha dejó escapar un grito.

—La próxima va al corazón.

Los cuatro nos volvimos, Zada se acercó apuntando una nueva flecha hacia ella. Su expresión era de furia y había determinación en sus ojos.

—¿Tu hermana? —preguntó Sorcha mirando con molestia al mago.

—Pagarás por todas las veces que intentaste matarlo —dijo Zada furiosa.

—Te destrozaré si vuelves a lanzarme otro flecha —replicó Sorcha.

El mago fue hacia Zada de manera protectora, podía ver el debate interno en su expresión.

—Esto es por mi hermano.

Con estas palabras Zada lanzó otra flecha, esta vez al corazón, la flecha se volvió hielo y luego polvo. Creí ver alivio en el rostro de Zul cuando una segunda flecha voló en el aire. Zada sabía que detendría la primera y había tenido lista una segunda que lanzó con una velocidad inusual para una humana.

—¡No! —dijo la voz del mago.

Había desesperación en su rostro, observé a Sorcha y al ver su mirada de horror comprendí que no llegaría a detenerla.

Sin pensarlo, cerré los ojos y al instante siguiente tomé la flecha con mi mano deteniéndola antes de que llegara a Sorcha. Era bueno tener instintos casi tan agudos como los de los elfos.

Zada, Aiden y Sorcha me miraron boquiabiertos, Zul parecía incrédulo y aliviado al mismo tiempo. Podía sentir todas las miradas sobre mí. Sorcha aprovechó la incertidumbre de la situación y gritó un conjuro, desapareciendo en la noche tras una cortina de humo. Una vez que se despejó, levanté mi espada mirando a los alrededores, nada. Había escapado y no tenía intenciones de volver.

—¿Quieres explicarme lo que acaba de suceder? —preguntó Aiden desconcertado.

—No, realmente —respondí evitando su mirada.

Elana asomó la cabeza por su tienda y Aiden le dijo que permaneciera allí por las dudas. No parecía convencida, pero le hizo caso.

Zada se paró delante de mí, su enojo era evidente.

—¿Por qué la detuviste? —me gritó—. De no haber sido por ti estaría muerta.

—Actuaste precipitadamente, Zada.

No sabía qué más decir y no me agradaba su tono de voz.

—Es una Nawa, te arrojó una serpiente en dos ocasiones —dijo Aiden.

—Lo sé —respondí simplemente.

No necesitaba que me lo recordara, odiaba a Sorcha y de no ser por Zul jamás hubiese detenido esa flecha.

—¿Acaso has perdido la cabeza? —preguntó Aiden.

Él solía perder la cabeza, no yo.

—Luego de tres días has decidido hablarme —repliqué.

Era la conversación más larga que habíamos tenido desde aquel incidente en la noche.

—Explícame por qué lo hiciste, Adhara —exigió Zada.

Ambos me miraron exasperados. No se detendrían hasta que nos les diera una explicación coherente de por qué impedí que Zada terminara con uno de nuestros enemigos. Había pensado que Aiden volvería a ignorarme luego de remarcarle que apenas me había hablado en los últimos tres días, pero sus ojos aún se encontraban en mí esperando una explicación.

Le imploré a Zul con la mirada que hiciera o dijera algo que ayudara a cambiar de tema. Intercambiamos una larga mirada y sentí una ola de gratitud de parte de él.

—No lo mires a él —dijo Aiden casi gritando—. Estoy harto de sus secretos.

Lo miré sin saber qué decir, no pensé que la situación entre nosotros pudiera empeorar pero aparentemente sí podía. ¿Cómo podía responder sin mentirle o revelar el secreto de Zul? Era simple, no podía. Silencio.

—Adhara detuvo la flecha porque sabe que estoy enamorado de Sorcha.

Las palabras resonaron en la noche, seguidas del más tenso silencio. Aiden lo miró incrédulo, no parecía estar seguro de haber escuchado bien. Zada permaneció helada, las palabras debían estar repitiéndose en su mente. Había tantas emociones diferentes en su rostro, que era imposible descifrarlas.

Zul fue hacia ella, pero esta se alejó un poco de él.

—No es posible —dijo—. Tú aborreces a Sorcha, intentó matarte miles de veces.

Este no respondió, no sabía si era por el reflejo de la luna pero se veía pálido. Sorcha había complicado todo al aparecer, de otra manera jamás lo hubiese confesado delante de su hermana.

—No quería que me odiaras —dijo el mago con un hilo de voz—. Intenté enamorarme de Adhara para cambiar mis sentimientos por Sorcha, pero no funcionó. Por favor, no me odies.

Había horror en los ojos de su hermana. Aiden lo observó en silencio, su mirada era de comprensión.

—Es evidente que Sorcha lo hechizó —dijo Zada exasperada volviéndose a mí—. Debemos hacer algo.

—La magia no puede manipular sentimientos —respondí.

El mago la tomó por los hombros y la abrazó.

—Eres lo más importante que tengo, Zada. Eso nunca cambiará —le aseguró.

Me sentía apenada por Zul, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirme aliviada de que Aiden lo supiera.

—Necesito estar sola —dijo Zada apartándose de él.

Comenzó a caminar hacia los árboles, pero Aiden le cortó el paso.

—No es seguro que deambules sola por el bosque —dijo—. Regresa a la tienda, nadie te molestará.

Zada lo miró molesta y al ver que no la dejaría pasar fue de mala gana hacia la tienda. Era lógico que la situación la enfadara, pero no podía comprender su enojo con Zul. No era algo que él hubiese elegido voluntariamente, odiaba sentirse así a tal punto que incluso había intentado matarla.

—Gracias —dijo Zul mirando a Aiden—. Lamento haber mentido.

—Entiendo por qué lo hiciste —respondió este de manera amistosa—. Lo digo en serio, Zul. Te compadezco.

—Yo mismo me compadezco —respondió el mago—. Es una pesadilla.

Fui hacia él y apoyé mi mano en su hombro intentando reconfortarlo. De solo ver su mirada sabía que aún se encontraba turbado por el encuentro con Sorcha y que la mirada que Zada le había dado tras escuchar la verdad le había causado un profundo dolor.

—Gracias otra vez, Adhara —dijo Zul—. Sé que te gustaría matarla y aun así le salvaste la vida.

—Sorcha no tiene ninguna intención de volver al Concilio. Solo buscaba comida —dije intentando animarlo.

Era la verdad, en los minutos en que estuve dormida había tenido su oportunidad de atacar y no lo había hecho.

—Zada no me perdonará.

—Sí lo hará —dijo Aiden.

Pasamos el resto de la noche haciendo guardia. Elana se nos unió al poco tiempo y permaneció junto a Aiden. Al día siguiente los caminos nos separarían y de seguro quería pasar cada momento que pudiera con su hijo. Era una mujer de corazón fuerte y gentil, había mucho de ella en Aiden.

La noche pasó lenta, Elana revivió el fuego y preparó bebidas calientes. No hacía frío pero la brisa era más fresca que durante el día. En Alyssian las estaciones eran largas y los cambios eran sutiles, no hacía frío como el que experimentaríamos en el Monte Luna y definitivamente no había nieve.

Levanté la cabeza y contemplé los alrededores, me sentía observada, no era la primera vez que tenía esa sensación. Dudaba que Sorcha regresara pero no podía evitar pensar que alguien nos observaba desde la oscuridad, mantuve a Glace cerca y permanecí atenta.

Zul miraba la tienda cada un par de minutos con la esperanza de que su hermana emergiera de ella pero no tuvo suerte. Esperaba que Zada entrara en razón e hicieran las paces antes de que nos separáramos.

Observé a Aiden, este me dedicó una corta mirada y luego volvió su atención hacia Elana, habían estado conversando en voz baja. Podía escuchar lo que decían si me concentraba, pero era mejor si les daba privacidad. Odiaba que pudiera mantenerse enojado por tanto tiempo. Era extraño estar cerca de él y que no habláramos o nos hiciéramos alguna demostración de afecto.

Por momentos quería bajar mi guardia e intentar hablarle pero mi orgullo me lo impedía, tendría que ser paciente y esperar a que se le pasara. No podía mantener esa actitud para siempre.

Al ponerse el sol, comenzamos a preparar los caballos. Todos parecían querer buscar alguna ocupación que no fuera dirigirse hacia la tienda de Zada. Sabía que solíamos partir con el sol y hasta ahora no había fallado en despertarse pero hoy no parecía tener intenciones de hacerlo.

El mago parecía estar buscando la determinación para entrar y, al mismo tiempo, tenía miedo de lo que podía oír. Elana se ofreció a despertarla, pero dije que yo lo haría.

Aunque pareciera al revés, Zada era mayor que Zul, no podía comportarse de esa manera inmadura. Sabía que debía sentirse indignada, yo me había sentido así cuando el mago me había contado la verdad en Izar y no tenía un vínculo tan cercano como ella. Pero aun así, no podía continuar enfadada con él, no cuando él había hecho todo lo humanamente posible por no sentirse de esa manera.

Entré a la carpa haciendo ruido para que se percatara de mi presencia. Los ojos grises de Zada me miraron de manera fija. Se encontraba sentada con los brazos alrededor de sus rodillas y a juzgar por sus ojeras no había dormido. Su expresión era la misma que solía tener Zul cuando se encontraba frustrado por alguna situación.

—¿Qué quieres, Adhara?

Su tono brusco me molestó.

—Partiremos dentro de poco —respondí.

No me respondió pero con su mirada dejó en claro que no podía importarle menos lo que había dicho. Me obligué a tranquilizarme antes de hablar, no quería ser grosera con ella.

—Zul no eligió enamorarse de Sorcha —dije.

—¿Cómo puede tener esa clase de sentimientos por ella? Sorcha no mató a nuestros padres, pero posee la misma oscuridad que aquellos que lo hicieron —me espetó.

Era difícil negar ese argumento, sabía que tenía razón.

—¡Tú lo sabías! —continuó Zada—. Lo sabías y no hiciste nada al respecto. Podrías habérmelo dicho pero en vez de eso me dejaste creer como una idiota que Zul sentía algo por ti.

—¿Crees que hay algo que tú o yo podamos hacer al respecto? —pregunte incrédula.

—¡No voy a dejar a mi hermano a merced de esa mujer diabólica! ¿Cómo es posible que no luche contra esos sentimientos? —hizo una pausa—. Si estuviera contigo tardaría segundos en olvidarse de Sorcha.

Mi determinación de no tratarla mal se desvaneció en el momento en que escuché sus palabras, no sabía qué me molestaba más, que pensara que Zul no había hecho nada al respecto o que creyera que era mi culpa.

—No sabes lo que dices, Zada. ¿Crees que a tu hermano le gusta sentirse de esa manera? Zul intentó matar a Sorcha a pesar de lo que sentía para deshacerse de esos sentimientos. Tomó una daga e intentó perforar con ella a la persona que amaba, todo porque odiaba sentirse de esa manera y porque se sentía avergonzado de lo que pensarías de él. Tu hermano intentó matar a Sorcha para no lastimarte a ti. Y sí, coincido contigo en que es vil y oscura, pero eso no hubiese evitado que matarla lo destrozara. De hecho, agradece que el hechizo se detuvo antes de lograr su cometido. Zul ha conocido más sufrimiento del que cualquier persona debería conocer y no estoy segura de que hubiese podido recuperarse de eso.

Zada palideció y pude ver un cambio en su expresión.

—Y por si no lo sabes, él conoció a Sorcha antes de que yo llegara a Lesath, lo que significa que esto está lejos de ser mi culpa. Sabes que aun si Aiden y yo no estuviéramos juntos, eso no cambiaría lo que siente Zul.

Me detuve, los ojos de Zada se volvieron cristalinos y no quise extralimitarme. Respiré detenidamente buscando tranquilizarme.

—No sabía…—su voz se cortó de manera abrupta—. No sabía que Zul había intentado algo así…

—Debes hablar con él, Zada. No puedes culparlo por algo que no puede controlar —dije.

—No es solo eso, temo que algo le pase, Sorcha no dudará en terminar con él. Debemos hacer algo.

Aun parecía algo enfadada, pero su voz sonaba afligida.

—De hecho, Sorcha tampoco logró matarlo —respondí.

Le conté acerca de la magia antigua que Sorcha había utilizado contra Zul, cómo la magia de él ya no funcionaba contra ella y cómo el hechizo también la había afectado. Zada había presenciado como Sorcha había intentado clavarle una estalactita pero no había comprendido por qué había fallado o las consecuencias de ello. Una vez que le expliqué que la magia de Sorcha tampoco funcionaba contra Zul finalmente logró calmarse.

—¿Crees que Sorcha sienta algo por él? —preguntó atónita ante esa posibilidad.

—No lo sé. Es improbable, pero aun así algo la detuvo —repliqué.

—¿Cómo pudo ocultarme todo esto? —preguntó—. Zul y yo siempre nos hemos contado todo, nunca pensé que guardara esta clase de secretos.

—Probablemente tenía miedo de lo que pensarías de él, de que su relación contigo cambiara.

Zada se puso de pie pero aún parecía reacia a salir de la tienda. Había algo en ella que no había notado con anterioridad, no solo parecía molesta sino que algo en sus ojos se asemejaba a culpa.

—Soy su hermana mayor, es mi deber protegerlo y de alguna manera es él quien siempre me protege a mí —dijo.

Los caballos comenzaron a relinchar y podía oír sus cascos golpeando la tierra, se encontraban ansiosos por partir. Solo faltaba Zada, era mejor si le dejaba unos últimos momentos a solas.

—No tardaremos en partir —dije yendo hacia la salida.

Zada se paró delante de mí, sus enigmáticos ojos grises fijos en los míos.

—Gracias por detener esa flecha, Adhara.

Asentí con la cabeza y salí de la carpa. Todo se encontraba empacado y listo. Zul me miró expectante intentando averiguar si había hecho algún progreso. Sabía que había logrado calmar el enojo de Zada pero aun así no me encontraba segura de cómo se comportaría con él y no quería darle falsas esperanzas. Fui hacia Daeron sin decir nada y monté de un salto. Por alguna extraña razón todo parecía más simple cuando estaba junto a mi caballo, como si las preocupaciones no pudieran alcanzarme. Alshain comenzó a sacudir sus crines impaciente y Aiden acarició su hocico para calmarla. Me agradaba que tuviera su propio caballo, significaba que podía sentir el viento en la cara cuando galopaba con Daeron. Pero el momento no había sido el más oportuno, tenía el presentimiento de que si los últimos días hubiese estado sujeta a él la mayor parte del día su enojo se hubiese desvanecido más rápido.

Cuando finalmente Zada salió de la tienda, Aiden y el mago se apresuraron a desarmarla y continuamos nuestro camino. La mañana transcurrió tranquila y silenciosa. No tardaríamos en llegar hasta donde nuestros caminos se separaban, Zada y Elana continuarían por la parte sur del bosque hacia Saiph y nosotros iríamos hacia el norte. Debíamos atravesar un pueblo llamado Ness, el camino corto era ir directo por el pueblo, pero Aiden no quería arriesgarse a toparse con la guardia real por lo que bordearíamos el pueblo yendo por el camino largo.

Zada apresuró su caballo y pasó galopando a mi lado para alcanzar a su hermano. La mirada sombría del mago se iluminó al verla. Había permanecido en silencio desde que partimos pero sabía que contaba con poco tiempo y parecía lista para hablar. Sería una charla entre hermanos y no tenía ninguna intención de escucharla. Tiré de las riendas de Daeron suavemente para que disminuyera el paso. Gracias a los elfos mis oídos eran más sensibles que los de los humanos y podía oír a mayor distancia que ellos, tendría que poner unos metros entre nosotros si quería evitar oírlos.

Aiden me miró con curiosidad. Me molestaba que solo me prestara atención cuando creía que ocurría algo, aparté mi mirada de él ignorándolo. No debió tardar en deducir que quería darle espacio a Zul y a su hermana ya que volvió su atención al camino y continuó hablando con su madre. Elana estaba hablando acerca de su padre, había sido uno de los mejores caballeros de la guardia real y un campeón en las justas, al parecer nunca nadie lo había derrotado. Aiden sin duda había heredado su velocidad y su agilidad con la espada. Me hubiese gustado conocer a su padre, por la forma en que Elana hablaba de él, Aiden también había heredado su testarudez.

La hora de despedirnos llegó junto al atardecer, la atmósfera se volvió algo triste, el camino se dividió ante nosotros. Zul y Zada parecían haber hecho algún progreso y se dieron un abrazo al despedirse, no parecían tan alegres y despreocupados como estaban cuando se encontraban juntos, pero al menos Zada parecía haber dominado su enojo. Se despidió de mí con un corto abrazo, debía saber que el contacto con las personas me inquietaba, la próxima vez le haría saber que el suyo no me molestaba. Al abrazarme me susurró «Gracias por ser tan buena amiga con Zul y por ser mi amiga». Después de lo que le había dicho en la carpa me sorprendió que me agradeciera o que pensara en mí como su amiga, básicamente le había dicho que Zul había intentado matar a Sorcha por ella. Pero Zada por lo general tenía buenos instintos.

La despedida entre Aiden y Elana fue más larga y sentimental, se abrazaron por un largo rato y Aiden le prometió que haría todo lo posible para regresar pronto. Los ojos de Elana se encontraban vidriosos pero no lloró, puso una expresión serena y despidió a su hijo con una sonrisa.

Luego me tomó en sus brazos y acarició mi pelo de manera afectuosa mientras me decía que tuviera cuidado y que cuidara de Aiden. La manera en que nos pidió que nos mantuviéramos a salvo y no nos enfrentáramos a más peligro del necesario me recordó el día en que me despedí de mis padres al dejar Alyssian. Mi madre había tenido confianza en que me encontraría bien, pero mi padre había pasado toda la semana anterior dándome todo tipo de consejos. Diecinueve años no era nada en la vida de un elfo, para él no era más que una niña.