No estaba segura de cuánto tiempo había pasado pero en cuanto abrí los ojos noté que la tensión en mi cuerpo había desaparecido. No recordaba la última vez que había dormido de manera tan profunda. Fui hacia la ventana y vi que el sol había comenzado a esconderse, era el atardecer. Llevaba la misma ropa desde hacía días, busqué mi bolsa de viaje y luego recordé que se encontraba en la montura de Daeron.
El cuerpo de Goewyn era diferente del mío, dudaba que su ropa me fuera, le pediría a Elana uno de sus vestidos. Sería una buena excusa para ir a su habitación y luego podría hacerle las preguntas que había estado pensando.
Estaba a punto de salir cuando escuché crujir la madera del suelo, alguien se encontraba en el pasillo. Entreabrí la puerta para ver de quién se trataba y vi a Lysha dejando la habitación de Elana y regresando a la suya. De seguro quería saber acerca de su madre.
Aguardé unos momentos a que entrara a su habitación para dejar la mía, si me veía se sentiría obligada a hablarme y probablemente quería estar sola.
Golpeé la puerta y aguardé hasta que la madre de Aiden respondiera para abrir, esperaba que Lysha no la hubiera cansado con sus preguntas.
Me sonrió al verme y me hizo un gesto con la mano hacia la silla que se encontraba a un lado de la ventana, su rostro lucía cansado, no había dormido nada.
—Lamento molestarte pero llevo la misma ropa hace días. ¿Tienes algún vestido que pueda quedarme bien?
—Por supuesto.
En un rincón de la habitación se encontraban apilados los vestidos y revolvió entre ellos hasta que volvió con uno color celeste, era el que me había ofrecido antes.
—Irá perfecto con tus ojos —exclamó.
La miré expectante preguntándome si quería monedas a cambio, debió adivinar lo que pensaba porque negó con la cabeza.
—Es un regalo —dijo.
—Gracias, Elana.
Lo tomé en mis manos y analicé la tela, era suave y fina como la seda.
—¿Qué le ha pasado al resto de tu ropa? —preguntó.
—Aiden y yo viajábamos de regreso junto a nuestro grupo cuando un warlock nos encontró —hice una pausa—. Quería que fuera con él o de lo contrario lastimaría a Aiden y a los demás. Me alejé antes de que pudieran detenerme dejando mis cosas en la montura de mi caballo. Terminé prisionera en el castillo y Lysha me ayudó a escapar.
Elana me miró pensativa. Aún debía ser extraño para ella escuchar hablar de su hijo. De solo contar lo sucedido podía imaginarme el enojo de Aiden por haberlo dejado de aquella manera y haberme entregado al peligro. Con suerte, una vez que se reencontrara con su madre, la alegría sería tan grande que olvidaría todo al respecto.
—¿Tú y mi hijo? —preguntó Elana— ¿Cómo es que se conocen?
Le indiqué que se sentara en la cama, la historia era larga. Le conté que nos habíamos conocido en Naos, que mi padre era un elfo y mi madre una mortal, cómo Aiden me había contado la verdad sobre Lesath y que desde entonces Zul, él y yo habíamos estado haciendo todo lo posible para derrotar al Concilio de los Oscuros.
Dejé afuera los detalles, no necesitaba saber sobre nuestras peleas, ni lo poco razonable que podía ser en ocasiones, ni la abrumadora emoción que sentía cuando se encontraba cerca de mí.
—Entonces Aiden fue uno de sus aprendices y luego logró escapar —dijo Elana una vez que terminé de relatar la historia—. Mi muchacho, incluso de muy pequeño, tenía un buen corazón, su maldad no pudo corromperlo.
Asentí con la cabeza, también había omitido contarle que Aiden me lo había ocultado y que, de no habernos infiltrado en la recámara del Concilio en el baile de máscaras, jamás me hubiera enterado.
—Mi niño, me perdí tantos años de su vida —dijo Elana—. Al principio creí que se trataba de un accidente, me tomó un tiempo descubrir que habían sido los warlocks y para entonces creí que se encontraba muerto.
—¿Cómo supiste acerca de ellos? ¿De los warlocks? —pregunté.
Elana pareció dudar.
—La reina Ciara y yo éramos amigas, pasaba la mayor parte del día junto a ella. Un día la encontré llorando y me contó que un mago oscuro los había amenazado a ella y al rey, su esposo. Me rogó que no dijera nada al respecto, una semana después las llamas se apoderaron de mi casa mientras dormíamos.
Akashik, podía imaginarlo en mi cabeza hechizando al rey y a la reina para que hicieran su voluntad.
—Me llevó un tiempo descubrir la conexión del accidente con el mago oscuro. A los dos años, murió el rey y a los cinco, la reina. Entonces supe con certeza que era obra de él. Era demasiada casualidad como para ser un accidente —continuó Elana.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos nuevamente, pero las limpió con la manga de su vestido.
—No hay nada que puedas hacer para cambiar lo sucedido. Alégrate de que tu hijo se encuentra con vida y de que pronto podrás verlo —respondí.
—Tienes razón —replicó Elana—. Tengo tantas ansias de conocerlo, ver su apariencia. Me pregunto si es parecido a su padre.
—Aiden es valiente y posee un gran corazón, pero también es testarudo y su mente no siempre funciona de la manera correcta, es demasiado apuesto para ser un mortal.
Las palabras se escaparon de mi boca antes de que pudiera detenerlas, la madre de Aiden rió y me dedicó una mirada cálida.
—Estás enamorada de mi hijo y él de ti.
La miré sorprendida.
—Luego de todo lo que me has contado es evidente —dijo Elana.
Asentí con la cabeza, era más fácil que hablar.
—Entonces te casarás con él, algún día seremos familia —exclamó.
Vino hacia mí y sin previo aviso me tomó en sus brazos. Su contacto no me resultaba del todo molesto, había mucho de Aiden en ella pero apenas la conocía y no me sentía del todo cómoda con la situación. Sus palabras me resultaron desconcertantes, ¿seríamos familia?
Era difícil imaginarlo, apenas la conocía.
—Ha sido un largo día, te dejaré descansar —respondí alejándome un poco de ella.
—Agradezco a los cielos que advertiste las semejanzas entre Aiden y yo. Me has devuelto a mi hijo, Adhara —dijo Elana.
—Y él ha recuperado a su madre —repliqué con una sonrisa.
Había sido obra del destino, los elfos no creían en casualidades.
—La dueña de la posada, Goewyn, ¿por qué omitiste decirle mi apellido? —preguntó.
—Ella y Aiden son viejos amigos. Goewyn y su esposo Deneb lo encontraron cuando escapó de los warlocks y lo ayudaron, si le digo tu apellido sabrá que te encuentras relacionada a él —hice una pausa—. Goewyn es algo… alborotada, es mejor que lo sepa Aiden primero.
—Comprendo —replicó Elana.
—Si necesitas algo, estaré en la habitación de al lado.
Cerré la puerta detrás de mí y fui hacia los establos para atender a los caballos. Lo que quedaba del día transcurrió rápido, la noche no tardó en llegar y cenamos todos juntos en el gran comedor. Lysha y Elana parecían sentirse a gusto, repitieron la comida dos veces y charlaron alegremente con Goewyn y Deneb. Estos, por su lado, no parecían poder controlarse frente a Lysha, le ofrecían servicialmente cuanta cosa pasaba por su mente y la habían rodeado de todo tipo de platos diferentes. Era como si se tratase de un banquete real.
Mi mente no se encontraba con ellos, estaba con Aiden y con el mago. Me pregunté a qué distancia estarían y qué había ocurrido con Talfan. De seguro ya no se encontraba inconsciente, si aún no había despertado jamás lo haría. Era la primera vez que me separaba por tanto tiempo de ellos desde que habíamos comenzado nuestro viaje. Los extrañaba, no dejaba de sorprenderme que en tan poco tiempo me hubiese acostumbrado tanto a su presencia. A pesar de que apreciaba a las personas en la mesa, me sentía sola sin ellos.
Extrañaba la mirada de Aiden, la forma en que sus ojos siempre se encontraban con los míos y el estar pendiente de cada movimiento suyo. Quería sentir aquel torbellino de emociones que me provocaba su contacto y que había encontrado completamente molesto al principio. Y también extrañaba al mago, nuestras charlas se habían vuelto interesantes y divertidas, quería contarle lo que había oído acerca de Sorcha, no había duda de que era maligna pero ahora que había decidido no regresar con los warlocks tal vez la redención no era imposible para ella.
El siguiente día fue lento y aburrido, pasé la mayor parte de él jugando a las cartas con Lysha, Elana y Goewyn. Cuando comprendí las reglas por completo, comencé a ganar y no pudieron vencerme en el resto de las partidas.
Los humanos tenían una tendencia a cometer los mismos errores y a esperar un resultado diferente. Goewyn intentó hacerme creer que sus cartas tenían números bajos y, a pesar de que no logró engañarme, utilizó la misma táctica en tres ocasiones más. ¿Si la primera vez no pudo engañarme qué la hacía pensar que las siguientes tres veces podría? Era algo que no dejaba de asombrarme. Al igual que Lysha, podía leer su expresión con la misma facilidad con la que leía un libro, levantaba las cejas cuando tenía buenas cartas y movía los labios nerviosa cuando no eran buenas.
Era medianoche y no podía dormir, habíamos terminado de cenar hacía pocas horas pero mi mente se negaba a entregarse al sueño. Finalmente tras dar varias vueltas decidí que era inútil intentar dormirme si no tenía sueño. Me vestí y deambulé por la posada, todo se encontraba oscuro y silencioso.
Me acerqué a la ventana, había luna llena y parecía una noche cálida. Destrabé la puerta sin hacer ruido y me senté sobre los escalones de madera que se encontraban junto a la puerta de la posada. Todo el pueblo dormía, a excepción del canto de los grillos no había ningún otro sonido. Por lo general las noches eran más oscuras allí que en otros pueblos, la neblina cubría los cielos y las estrellas, pero esa noche era diferente, el clima era perfecto y la luna iluminaba el cielo.
Pensé en el pergamino que se encontraba junto a mis demás cosas, sus palabras se encontraban grabadas en mi mente.
«Donde las aguas son oscuras y la luz no llega comienza el camino
bajo el monte donde ilumina la luna reposan aquellos que vigilan
dos serán los guardianes que juzgarán al intruso que interrumpa su descanso
valentía y bondad serán virtudes, maldad y avaricia desencantos.»
Donde las aguas son oscuras y la luz no llega… Al norte de Lesath había un pueblo olvidado llamado Agnof, mi abuelo me había contado acerca de él. Una terrible plaga lo había vaciado de habitantes hacía más de diez años, muchos de ellos habían seguido los ríos hasta llegar a una cueva subterránea y permanecieron allí hasta que la plaga desapareció. De seguro unas de las ramificaciones dentro de ella llevaba hacia las afueras de Lesath, al Monte Luna.
Allí debíamos dirigirnos. La idea de un viejo pueblo que había sido devastado por la peste no me agradaba, me daba la sensación de que sería un lugar de olvido y malos recuerdos. Pero tenía sentido que el Corazón del Dragón se encontrara escondido en el Monte Luna, había leído sobre él, era el único lugar aparte de Alyssian que guardaba un poco de magia en sí mismo. Era un secreto olvidado en el tiempo, solo los elfos lo sabían.
Un ruido a lo lejos interrumpió mis pensamientos, levanté la cabeza pero no pude distinguir nada en la oscuridad. Escuché con atención y apoyé mi mano sobre el suelo para estar segura, era el galope de caballos. Dos caballos para ser exacta. Había dos posibilidades: una llenaba mi corazón de alegría y la otra de terror.
Podía oírlo acercándose, si me escondía podría escapar si se trataba de los warlocks o Seith, pero Lysha, Elana y Goewyn quedarían indefensas. El tiempo era demasiado escaso como para despertar a todos, no lograríamos salir de la posada.
Tomé a Glace y aguardé, el galope se volvió más fuerte, pronto se harían visibles bajo la luz de la luna. Aiden y Zul, Akashik y Seith, Blodwen y Mardoc, cualquier opción era posible.
Distinguí sombras acercándose a lo lejos sin poder diferenciarlas, tomé la espada con más fuerza y aguardé…
Una chispa se desprendió de uno de los sujetos, iluminó la oscuridad y cayó cerca de mí creando una fogata, actué rápido y cree una barrera de mi propio fuego frente a la de él para frenarla. Uno de los caballos relinchó y frené mi espada en el aire, reconocí el ruido en cuanto lo escuché, era Daeron.
Las llamas revelaron los rostros de Aiden y del mago, ambos fuegos desaparecieron al segundo siguiente y corrí hacia ellos.
Aiden desmontó de un salto y me envolvió en sus brazos cubriéndome con su capa. Podía sentir la urgencia en su abrazo, le necesidad absoluta de asegurarse de que era yo y que me encontraba bien. Yo también sentía esa urgencia y una vez que nuestras miradas se cruzaron me deshice en sus brazos.
No estaba segura de cuánto tiempo nos sostuvimos de esa manera, había perdido la noción del tiempo, intenté volverme para ver a Zul y Daeron pero se rehusó a dejarme a ir. No fue hasta unos momentos después que aflojó su presión.
El mago aguardó pacientemente y luego me tomó en sus brazos de manera afectuosa; era un abrazo diferente, de alivio y alegría.
—Lamento lo del fuego, vi una silueta con una espada y temí que hubiéramos llegado tarde, estaba intentando iluminarte.
—No tienes que disculparte, Zul. No tienes idea de lo feliz que estoy de verlos —respondí.
—Todo ocurrió tan rápido. No sabíamos por dónde buscar, los días pasaron y comenzamos a desesperarnos, no sabíamos qué harían contigo —dijo el mago.
—Querían el pergamino —respondí.
Me alejé un poco de él y fui hacia Daeron, que relinchó de alegría cuando rodeé su cuello con mis brazos.
—¿Te encuentras bien? ¿Cómo lograste escapar? —preguntó el mago.
Me volví hacia él para responderle pero la expresión de Aiden me dejó sin palabras.
—¿Cómo pudiste? —preguntó enfadado—. ¿Tienes idea del infierno en el que he vivido? Por momentos pensé que no volvería a verte.
—Lo siento, pero no tuve otra opción. Cuando nos encontrábamos dentro del círculo de fuego negro oí la voz de Akashik en mi mente, dijo que si no me alejaba los mataría —repliqué.
Aiden me observó incrédulo.
—¿Akashik? ¿Oíste la voz de Akashik en tu mente? —preguntó Zul horrorizado.
—Si, él fue quien se interpuso en nuestro camino y ocasionó el fuego —respondí—. Una vez que me alejé, Seith me encontró y me llevó a Izar.
—¿Te lastimaron? —preguntó Aiden.
El viaje con Seith había sido tortuoso, sin mencionar que había intentado estrangularme, pero dado el enojo de Aiden era mejor no mencionarlo.
—No —repliqué.
Aiden me miró a los ojos detenidamente.
—Mientes —me espetó.
¿Desde cuándo Aiden podía distinguir si yo mentía? Esto no podía ser algo bueno, no era que me agradara mentirle pero en este caso la verdad no ayudaba.
—Estoy bien —le aseguré.
—¿Por qué no me respondiste cuando usé el hechizo de Zul? —preguntó Aiden.
—Respondí que me encontraba con vida y estaba bien —repliqué.
—Pero no dónde te encontrabas —dijo molesto.
—Akashik quería el pergamino, quería cambiarme por él. Blodwen y Mardoc están furiosos por la muerte de los otros warlocks, planeaban matarlos cuando trajeran el pergamino —respondí.
—¿Cómo lograste escapar? —preguntó Zul.
—Quiero saberlo todo —lo interrumpió Aiden—. ¿Qué ocurrió desde que tomaste la estúpida decisión de alejarte de nosotros?
No me agradaba su tono de voz, pero no podía culparlo. No quería ni imaginar cómo me hubiese sentido si la situación hubiese sido al revés.
Los tres nos sentamos en los escalones y les conté todo lo que había sucedido desde que Seith me había encontrado, o al menos la mayor parte; les conté acerca del Concilio, mi conversación con Akashik y cómo Lysha me había ayudado a escapar.
Omití mencionar lo ocurrido con Seith y no dije nada a acerca de la madre de Aiden, era mejor si se lo decía a solas cuando estuviera más calmado. Pero había otra cosa que había ocultado, algo que me molestaba cada vez más, y era el hecho de saber que el primer warlock había nacido de un elfo y una mortal.
—Akashik es poderoso, más poderoso de lo que podíamos haber previsto —dijo el mago.
—Su maldad no tiene límite —respondí—. Y la forma en que manipula a todos a su alrededor es algo que jamás había visto antes.
—¿Se ha vuelto a meter en tu mente desde aquel día? —preguntó Zul.
—No, he estado utilizando el hechizo que me enseñaste para proteger mi mente de influencias externas —respondí—. Sé por qué lo preguntas: Ailios estuvo encerrado en el mismo lugar durante años a su alcance y al de los demás warlocks, que también debieron debilitar su mente. Fueron años de luchar contra ellos hasta que un día no pudo hacerlo. Akashik no lo conseguirá conmigo.
—¿Estás segura? —preguntó Aiden.
—Sí, Akashik no podrá tener ese tipo de influencia sobre ella a menos que la encierre cerca de él durante un período prolongado —respondió el mago.
—Eso nunca pasará —replicó Aiden—. Nunca.
—¿Qué hay de Zada y Talfan? —pregunté alarmada.
Me encontraba tan contenta de estar en su compañía de vuelta que no había advertido su ausencia.
—Zada llevó a Talfan a Saiph; necesitábamos viajar rápido para encontrarte y no estarían a salvo con nosotros —el mago hizo una pausa y leyó la expresión en mi rostro—. No sé si Talfan ha despertado. Zada no posee magia y si Talfan perdió la suya no puede utilizar el pergamino. No pueden comunicarse conmigo.
La oscuridad comenzó a disiparse, no faltaba mucho para el amanecer, debía contarle a Aiden acerca de Elana antes de que esta despertara. Analicé la expresión de Aiden, aún parecía molesto. Era extraño, no quitaba sus ojos de mí, por momentos incluso no podía evitar sonreír y aun así se encontraba molesto.
El mago me observó y se puso de pie, sabía que necesitaba hablar con él a solas aunque se equivocaba en el motivo.
—Estoy agotado, no he dormido en días —dijo Zul.
—Puedes dormir en mi habitación, no creo que sea buena idea despertar a Goewyn a esta hora. Es la número cuatro —le respondí entregándole la llave.
Una vez que se alejó, el silencio se volvió más tenso aún; estaba furioso conmigo y, por primera vez su enojo era fundado… en cierta medida.
No estaba segura sobre qué decir o cómo explicarle que su madre estaba con vida y que la había encontrado. No me creería del todo hasta que la viera con sus propios ojos.
—Debiste quedarte junto a mí, hubiésemos peleado juntos —me espetó Aiden—. Sabes que moriría con la espada en la mano antes de dejar que te dañen.
—Si la situación hubiese sido al revés y Akashik te hubiese ofrecido la oportunidad de salvarme, tú la habrías aceptado y lo sabes. No te atrevas a decir lo contrario —respondí.
Aiden no respondió. Sabía que había verdad en mis palabras y no podía negarlo. Dejó escapar un suspiro de frustración y para mi sorpresa puso sus manos en mi rostro y me besó.
—Aún estoy enfadado contigo —susurró unos minutos después.
—Hay algo que debes saber, algo importante —dije.
Su expresión se volvió curiosa y por un momento creí ver miedo en él.
—Es algo bueno —le aseguré—. Cuando llegamos con Lysha a Zosma, conocí a una mujer. Me acerqué a comprarle un vestido y cuando la vi de cerca, su apariencia llamó mi atención. Sus ojos, sus rasgos, me recordaron a los tuyos.
—¿De qué hablas? —preguntó Aiden confundido—. ¿Quién era la mujer?
Puse mi mano sobre la de él.
—Su nombre es Elana Rose Moor.
Aiden me observó perplejo.
—Elana Rose Moor era el nombre de mi madre —apenas consiguió decir las palabras.
—Lo sé —respondí—. Es ella. Creyó que te había perdido en el incendio y dejó Izar para escapar de los warlocks.
Aiden retiró su mano de la mía y se puso de pie, parecía desorientado. No podía leer su expresión, era una mezcla de tristeza, confusión y, por momentos, esperanza.
Permanecí en silencio.
—¿Mi madre se encuentra con vida? —preguntó incrédulo.
Asentí con la cabeza. Se dejó caer a mi lado y escondió la cabeza en sus brazos, pude ver una lágrima en sus ojos antes de que lograra esconderla. Puse una mano en su espalda y lo abracé. No podía imaginar cómo debía sentirse.
El amanecer no tardó en llegar. No estaba segura de cuánto tiempo habíamos estado allí, pero estaba a dispuesta a quedarme todo lo que fuera necesario.
—Se encuentra en una habitación junto a la mía —dije.
Mis palabras parecieron sacarlo de su trance, se puso de pie y me ofreció una mano para ayudar a levantarme.
—Quiero conocerla —dijo Aiden.
Tiré de su mano y entramos a la posada, al parecer todos continuaban durmiendo, aún era temprano. Lo llevé hasta la habitación y una vez frente a la puerta solté su mano, le di un beso y lo miré para darle aliento. Aguardé a que tocara la puerta y fui hacia mi habitación, debía hacerlo solo.
El mago estaba desmayado en mi cama, me pregunté cuándo había sido la última vez que había dormido. Fui hacia el sillón que se encontraba cerca de la cama y me senté allí.