SECRETOS DEL PASADO

Me encontraba sola de nuevo, pero seguía pensando en sus palabras. No quería pensar en ello, no me importaba si el primer warlock había nacido de la misma manera que yo, no era igual que él, jamás lo sería.

Tomé el plato de frutas y la copa que Lysha había dejado y comencé a comer y a beber intentando dejar mis pensamientos de lado. No me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que comí una fruta detrás de otra sin poder detenerme. La copa contenía vino en vez de agua, pero no me quedó más opción que beberlo para calmar mi sed, por fortuna era más dulce que amargo.

Una vez que terminé, me senté sobre mi capa y cerré los ojos. Necesitaba descansar, no quería pensar en todo lo que había dicho Akashik hasta encontrarme descansada y con la mente clara, de lo contrario el cansancio me empujaría hacia pensamientos más oscuros e invitaría a la desesperación.

A pesar de que me encontraba agotada no me resultó fácil dormir, abría los ojos constantemente por miedo a que Blodwen o Mardoc decidieran matarme y se aparecieran frente a mí. Finalmente el cansancio me ganó y comencé a tener menos conciencia de mi alrededor hasta que me entregué al sueño.

El tiempo pasó y me desperté en varias ocasiones, hasta que no pude dormir más. El farol que había dejado Lysha aún se encontraba prendido, su débil llama luchaba por no extinguirse y era la única luz que había.

Me pregunté qué hora sería, era imposible saberlo, pero tenía el presentimiento de que era de día. Mis pensamientos se volvieron a Aiden, lo extrañaba, quería contarle lo que había dicho Akashik, que no se habían equivocado creyendo que poseía magia, que él no era la razón por la que habían matado a su familia. Su madre había sabido algo, algo que no debía saber y el Concilio fue tras ella y su familia como lo hacían con todos los que sospechaban algo.

—¡Seith!

El grito me tomó por sorpresa.

—¿Qué puedo hacer por usted, amo? —respondió la voz de Seith.

Fui hacia la puerta y permanecí en silencio, debían encontrarse en el pasillo.

—Puedes escuchar mis indicaciones y seguirlas —gritó el warlock—. ¿Alguna noticia de Sorcha?

—No —respondió Seith.

—Ha pasado más de una semana y no regresó a nosotros. Ayer te dije que fueras tras ella, ¿por qué aún te encuentras aquí cuando deberías estar buscándola? —replicó enfadado—. Sorcha falló en matar al mago y escapó. Decidió no regresar y hacerse responsable por sus acciones, ahora encuéntrala y mátala.

Era Mardoc, podía distinguir su voz. ¿Sorcha se había escapado? Tenía lógica, su magia ya no funcionaba contra Zul y sabía que los warlocks la harían pagar por ello.

—Akashik me encomendó que aguardara aquí hasta recibir sus órdenes —dijo Seith.

—Asiste a Akashik en lo que necesite y luego encárgate de Sorcha —ordenó Mardoc.

Iban a matarla, Sorcha se encontraba en la misma posición que nosotros, debía escapar de ellos o arriesgarse a perder su vida. El mago se alegraría de saber que había escapado, que ya no seguía la voluntad del Concilio. Pero aun así no podíamos bajar la guardia, Sorcha no se había escapado porque lamentaba el mal que había causado sino que lo había hecho para protegerse, sabía que no podía matar a Zul y que los warlocks la harían pagar por su error.

¿Por qué había detenido su hechizo? Esa pregunta aparecía en mi mente con frecuencia. Su voluntad se había quebrado, una parte de ella no quería matar al mago pero no era porque sintiera algo por él. En el momento en que había intentado clavar la estalactita en su corazón y esta se desvió a último momento, su reacción había sido de furia.

Quería matarlo, no había dudas de ello. Pero, ¿qué la había detenido?

El mago tampoco había podido matarla, tal vez eso tuvo algún efecto en ella. Tal vez sí sentía algo por Zul.

Si Seith la encontraba, terminaría con ella, estaba segura de eso. Me pregunté qué haría el mago. ¿La buscaría para salvarla o no haría nada al respecto? Era difícil de saber, el mago estaba enamorado de ella pero al mismo tiempo se sentía avergonzado de sus sentimientos, Sorcha era malvada y él lo sabía.

La pregunta de Akashik se repitió en mi mente. ¿Qué crees que valore más? ¿Tu vida o su venganza? Sabía la respuesta, Zul era mi amigo y optaría por salvarme. Lo sabía y aun así podía oír una voz en mi cabeza incitándome a dudar.

Era obra de Akashik, quería que dudara, que desconfiara de él.

Aclaré mis pensamientos, Zul daría su vida por acabar con los warlocks, por liberar a Lesath de su mal y por vengar a sus padres. Daría su vida, pero no la mía. En verdad creía eso y no permitiría que Akashik me manipulara.

Comencé a pasear por la habitación, no soportaba encontrarme encerrada, estaba aburrida, me sentía amenazada y eso hacía cosas raras con mi mente. Jamás pensé que me encontraría en una situación así, no tenía opción ni escapatoria. Mi vida ya no se encontraba en mis manos, no tenía mi espada, no tenía la más mínima posibilidad de defenderme, me encontraba a merced de ellos.

No quería ni podía aceptarlo, en cuando tuviera la oportunidad me arrojaría sobre quien entrara en la habitación y me escaparía.

Miré la puerta, quería quemarla, tenía el impulso de hacerlo hace tiempo. Me obligué a calmarme, no me serviría de nada; si prendía fuego a la puerta no lograría salir hasta que este se apagara y para entonces los warlocks me detendrían.

La desesperación aún era nueva para mí y todavía no había aprendido del todo a controlarla. Pensé en Alyssian, pensé en mis padres y en los demás elfos y pensé en cómo era antes de venir a Lesath. Era fuerte y desconocía el miedo y debía ser así una vez más si quería escapar.

Las horas se volvieron eternas, el tiempo no pasaba, me encontraba perdida en mis pensamientos cuando creí escuchar un ruido. Eran pisadas, pero eran tan sigilosas que apenas había logrado oírlas.

Me puse de pie y me acerqué a la puerta, mataría a quien pasase por ella si era necesario.

Silencio, pisadas y más silencio.

Podía sentir la ansiedad creciendo en mí y me deshice de ella. Oí mientras la puerta se destrababa y aguardé inmóvil mientras se fue abriendo hasta que el rostro de Seith se hizo visible.

Avanzó hacia mí y me planté frente a él sin retroceder un solo paso.

—Soy Adhara Selen Ithil y no me retendrás aquí.

Tras estas palabras me abalancé sobre él y lo arrojé contra la pared de un empujón. Intenté correr hacia la puerta pero me tomó por los brazos y me dio vuelta dejándome aprisionada contra el muro de piedra.

—Déjame ir —le ordené.

Me sostuvo con fuerza y por más que peleé, no logré moverme.

—Tú… Tú intentas arruinarme —dijo Seith.

Por primera vez, su expresión había dejado de ser vacía. Podía ver emociones en él, podía ver odio.

—Te encuentras constantemente en mis pensamientos —continuó Seith—. Has envenenado mi mente.

—¿De qué hablas?

No había utilizado magia contra él, no sabía cómo hacerlo. Zul, tal vez sabía que me encontraba aquí y había obrado en su mente. Era lo único que se me ocurría pensar.

—Te imagino constantemente, me condeno por hacerlo y aun así sigues apareciendo en mi cabeza —gritó Seith—. Las emociones hacen débiles a los hombres, me deshice de ellas y no me someteré a ellas de nuevo.

No podía ser, no podía creer sus palabras.

—¿A qué te refieres?

No lo creería hasta que lo dijera y aun así me resultaría difícil de creer. Sus manos subieron por mis brazos y se cerraron alrededor de mi cuello. Su presión era más fuerte que lo usual, podía sentir la fuerza en sus manos.

—Me atraes. Te encuentro atractiva, Adhara —dijo Seith—. No permitiré que esto continúe, intentas arruinarme y te mataré antes de permitirlo.

Sus manos continuaron haciendo presión, le pegué intentando soltarme pero era inútil, era más fuerte que yo. Me esforcé por respirar pero apenas podía sentir el aire entrar en mí hasta que no pude respirar más. Fue allí cuando mi enojo se convirtió en miedo. No podía morir así. Intenté hablar pero las palabras no me salían, los warlocks me necesitaban con vida, no podía matarme.

Mi visión se nubló, no sabía cuánto tiempo aguantaría sin respirar. Aiden, no volvería a verlo…

—¡Seith!

Sus manos me soltaron y caí al suelo. Aire. Respiré profundamente, podía sentir el temblor de mi cuerpo, pero me concentré en tranquilizarme y respirar.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Seith bruscamente.

—Akashik solicita tu presencia —respondió la voz.

Levanté la mirada, era Lysha.

—Olvídate de lo que has visto, si le mencionas esto a alguien te cortaré la garganta mientras duermes —espetó Seith.

Arrojó a Lysha fuera de la habitación y tras darme una última mirada salió y cerró la puerta detrás de él.

Seith había intentado matarme, se sentía atraído hacia mí y había intentado estrangularme. Era lo único en lo que podía pensar. No sabía qué era más difícil de creer, que se sintiera atraído o que hubiese desobedecido a Akashik. Había arriesgado su propia vida para matarme.

Me encontraba en deuda con Lysha, de no haber sido por ella, no se hubiese detenido. Me puse de pie alarmada, iba a regresar. Se encontraba determinado a matarme y de seguro iba a regresar.

Fui hacia la cama y la golpeé una y otra vez hasta que logré romper una de sus patas y la tomé en mis manos. Era sumamente primitivo pero no me importaba, le clavaría una de ellas antes de dejar que volviera a atacarme.

Aguardé allí, la mirada fija en la puerta y me concentré en escuchar cada ruido. Me recordó la noche que habíamos pasado con Aiden y Zul en el sótano de la posada de Goewyn. Experimentaba la misma sensación de alerta y sabía que en cualquier momento podía encontrarme cara a cara con el peligro.

No debieron pasar más de dos horas cuando finalmente algo llamó mi atención. Esa vez oí los pasos desde lejos y al igual que la otra vez, eran sigilosos. Era Seith.

Tomé la pata de la cama con fuerza y me preparé para arremeterlo sin darle oportunidad para que reaccionara.

Los pasos se detuvieron frente a la puerta. Lo mataría y correría como nunca había corrido antes.

—Adhara.

Era la voz de una mujer.

—¿Lysha? —pregunté sorprendida.

La puerta se destrabó y la reina Lysha se asomó tímidamente. Para mi sorpresa llevaba mi espada. Se alarmó al ver el pedazo de madera en mano en mi mano y lo dejé en el piso.

—Si te quedas aquí te matarán, no puedo soportar más muerte —dijo Lysha—. Debemos darnos prisa.

Me entregó a Glace y me hizo un gesto para que la siguiera. La mayoría de las antorchas se encontraban apagadas, todo estaba oscuro. La seguí en silencio con la espada en el aire lista para acabar con quien se interpusiera en nuestro camino. La fortuna nos había bendecido, los aposentos se hallaban vacíos. Pasamos a un lado de la recámara con los cinco tronos y continuamos por otro pasillo hasta que salimos hacia la misma habitación por la que habíamos entrado durante el baile de máscaras.

Fui hacia la ventana pero Lysha me negó con la cabeza.

—No llegarás lejos a pie, debemos ir a los establos.

—Gracias Lysha, me encuentro en deuda contigo —dije—. Por detener a Seith y por ayudarme ahora.

—Puedes devolverme el favor, llévame contigo —me pidió.

—Eres la reina de Lesath, las personas notarán tu ausencia —le advertí.

Me sentía agradecida con ella pero si escapaba conmigo, el trono de Lesath quedaría vacío.

—Akashik me matará cuando sepa que te ayudé a escapar —dijo angustiada—. Por favor, Adhara. Jamás intenté escaparme porque no tengo adónde ir y no sabría cómo defenderme. Pero si me escapo contigo estaré a salvo.

No me agradaba la idea de dejar a Lesath sin su reina, tenía miedo de que el Concilio se diera a conocer y tomara Lesath por la fuerza. Debía correr el riesgo, Lysha me había ayudado y si la dejaba aquí, pagaría con su vida por ello. Además ya era hora de que Lesath supiera la verdad.

—De acuerdo —respondí—. Quédate cerca de mí, si nos descubren yo pelearé y tú corre, corre tan lejos como puedas.

Asintió con la cabeza y comenzamos nuestro camino hacia los establos. Salir del castillo no fue difícil, Lysha conocía pasajes secretos que se encontraban libres de guardias pero una vez que llegamos a los jardines debimos arrastrarnos por detrás de las plantas y los árboles para evitar ser vistas. El castillo contaba con más de diez guardias vigilando todas las entradas y salidas.

Los establos se encontraban en silencio. Miré alrededor, los caballos se veían pequeños en comparación con Daeron. La mayoría de ellos parecían dormidos, busqué hasta que vi un caballo negro que se encontraba despierto y alerta, era petizo pero sus patas parecían fuertes. Me apresuré a ponerle la montura y le indiqué a Lysha que hiciera lo mismo. Eligió un caballo pero parecía tener problemas para asegurar la montura, no sabía cómo hacerlo, debía tener sirvientas que lo hacían por ella.

Me acerqué y la ayudé, comprendía que era la reina pero aun así era difícil creer que no supiera ponerle la montura a un caballo. En ese momento fue fácil entender por qué nunca había intentado escaparse, la hubiesen atrapado en cuestión de horas.

Salimos por la parte trasera de los establos caminando a un lado de los caballos para hacer menos ruido. Cuando dejamos atrás los terrenos del castillo montamos y galopamos con furia hasta las afueras de Izar. Allí me di cuenta de que no sabía hacia adónde debíamos ir, no sabía dónde se encontraban Aiden y Zul, y no conocía Lesath demasiado bien. Pensé detenidamente, necesitábamos un lugar seguro, un lugar donde pudiéramos esperar a Aiden y al mago. La cabaña que había pertenecido al padre de Zul apareció en mi mente, nadie nos había encontrado allí. Pero por más tentadora que fuera la idea la tuve que descartar, no sabía cómo llegar al bosque de Gunnar y aunque lograse encontrarlo no podría luchar sola contra los Garms y Lysha resultaría herida o algo peor.

Pensé por un rato hasta que la cara de Goewyn apareció en mi mente. Zosma no quedaba tan lejos y sabía cómo llegar, Goewyn era de confianza, podíamos refugiarnos en su posada.

Tomé el amuleto que me había dado Aiden con una mano y sostuve las riendas con la otra. Despejé mi mente e imaginé mi lazo para el pelo atado a su muñeca: escape, Goewyn, escape, Goewyn, escape, Goewyn, escape. Repetí las palabras una y otra vez en mi mente hasta asegurarme de que el hechizo había funcionado.

El camino hasta Zosma era largo y me hizo extrañar a Daeron; el caballo negro parecía resistente y se esforzaba por mantener un buen ritmo pero no era veloz ni fuerte como Daeron. El galope me resultaba incómodo y me llevó un largo rato acostumbrarme a él.

Pasamos las primeras horas sin hablar, los warlocks ya debían haber descubierto nuestra fuga, debíamos poner toda la distancia que fuera posible entre nosotras e Izar.

Podía imaginar a los warlocks ordenándole a Seith que fuera tras nosotras. Seith. Aún seguía incrédula ante sus palabras. ¿Cómo era posible que sintiera algo por mí?

Imaginé la expresión de Aiden cuando le contara, podía ver la furia en sus ojos, era mejor no decir nada al respecto. De seguro ya estaría enojado por el riesgo que había tomado, no necesitaba alimentar su ira.

Además el hecho de que Seith me encontrara atractiva estaba lejos de ser un halago, había intentado matarme por ello. Siempre supe que era un ser maligno y carente de emociones, pero todas sus acciones habían tenido cierto sentido y, además, debía sumarle que la locura se había apoderado de él. Si me mataba antes de que obtuvieran el pergamino Akashik lo destrozaría, él lo sabía y aun así había corrido el riesgo.

Los elfos solían decir que lo único peor que un enemigo inteligente era un enemigo demente y Seith claramente se encontraba más cerca de la locura que de la razón.

Continuamos avanzando el resto del día hasta que Lysha me rogó que nos detuviéramos a descansar. Estaba agradecida con ella por haberme ayudado pero no podía evitar verla como una especie de carga. Permití que descansara un par de horas e insistí en volver a partir antes del amanecer. No podíamos darnos el lujo de perder un solo segundo, luego de lo que había vivido atrapada en ese rincón de oscuridad en el castillo prefería morir antes que regresar allí.

Nos llevó dos días llegar hasta Zosma. Temí que Lysha no lo lograra, su estado era desastroso pero a pesar de su debilidad también había algo de fortaleza en ella. Parecía frágil por naturaleza pero tantos años de tormento bajo el control de los warlocks le habían dado la valentía para arriesgarse por su libertad.

Zosma era tal como lo recordaba, había una densa neblina cubriendo el pueblo y todo era gris y húmedo. Me detuve antes de adentrarnos en él y me aseguré de que la capucha cubriera mi rostro, fue allí cuando me di cuenta de que Lysha llevaba su rostro descubierto.

La alforja con mi ropa se encontraba en la montura del caballo y no tenía nada a mano con que cubrirla. Lysha era la reina, las personas la reconocerían. Le indiqué que me siguiera y miré los alrededores hasta ver un granero que parecía desierto. Fuimos tras él y desmonté mirando con inquietud a la joven reina.

—No puedes andar con el rostro descubierto, eres la reina —le espeté.

—Lo siento, dejamos el castillo con tanta prisa que no tuve tiempo de agarrar ninguna de mis prendas —se disculpó.

La examiné detenidamente, su vestido era refinado y llevaba joyas, todo en ella la delataba. Me obligué a tranquilizarme para evitar enfadarme con ella; no era su culpa, había pasado toda su vida entre las paredes del castillo, evidentemente no sabía cómo funcionaban las cosas fuera de él.

—Intentaré conseguir vestimenta y una capa, la posada de Goewyn queda del otro lado del pueblo y debemos pasar desapercibidas —respondí—. Quédate aquí con los caballos, si alguien te encuentra o pregunta algo, inventa un nombre y di que eres la sobrina de Goewyn de la posada «La oveja perdida».

Lysha asintió con la cabeza.

Escondí a Glace debajo de la capa y comencé a alejarme.

—Lamento ser tan torpe, sé que debes sentirte molesta conmigo —dijo Lysha—. No quiero ser un problema para ti.

Me volví hacia ella y vi que sus ojos azules se encontraban vidriosos.

—No debes disculparte, eres joven y has pasado la mayor parte de tu vida en aquel castillo, es natural que te sientas algo desorientada —respondí—. Regresaré en poco tiempo.

Le sonreí de manera amistosa y continué caminando. Me resultaba irritante que no supiera cómo actuar pero me obligué a recordar que de no haber sido por ella no nos encontraríamos ahí. Debía ser paciente.

Caminé por diferentes caminos, la mayoría de las personas llevaban sus rostros cubiertos. Zosma era un pueblo para aquellos que no querían ser encontrados, tanto para criminales como para buenas personas que solo querían olvidar.

Me llevó un rato encontrar a alguien que vendiera prendas, era una mujer y llevaba un carro de madera con un gran número de vestidos y abrigos. Me acerqué a ella, llevaba un pañuelo alrededor de su cuello pero su rostro aun era visible. Se detuvo al ver que iba en su dirección y aguardó a que la alcanzara.

Era bueno encontrar a alguien con modales, la mayoría de las personas en Zosma parecían no poseerlos.

Cuando me encontré delante de ella pude verla con claridad. En el momento en que me miró y pude ver sus ojos sentí que mi corazón se aceleraba. Sus ojos eran iguales a los de… pero no podía ser posible.

La mujer se sorprendió ante mi reacción y me miró con curiosidad.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó.

—Lo siento, no quería asustarte. Es que me recuerdas mucho a alguien —respondí—. Necesito un vestido y una capa.

—Puedes ver lo que gustes, cuatro monedas por los vestidos y cinco por las capas —replicó.

Retiré la capucha de mi rostro cuidando que cubriera mis orejas y la observé detenidamente.

—Eres una joven muy bella —dijo la mujer—. Tengo un vestido color celeste que irá perfecto contigo.

—No son para mí, sino para mi sobrina. Tiene quince años —dije.

—Oh, ya veo —respondió.

Fue hacia el carro y tras revolver entre las prendas por un par de segundos sacó un vestido de simple confección color bronce y una capa. Por fortuna aún llevaba conmigo las monedas que el mago me había dado para el baile de máscaras. Saqué nueve monedas y se las entregué.

—Gracias. Ten cuidado, eres una linda joven y hay hombres peligrosos en Zosma —dijo la mujer.

Comenzó a alejarse pero no podía dejarla ir sin saber, era un riesgo que me encontraba dispuesta a correr.

—Aiden Moor —dije—. ¿Ese nombre significa algo para ti?

La mujer se detuvo en seco y tras unos momentos se volvió hacia mí, había algo nuevo en sus ojos, tristeza.

—Aiden Moor era el nombre de mi hijo —respondió.

Mi corazón se detuvo ante esas palabras. No podía ser.

—Es imposible… —dije.

—¿Cómo sabes su nombre? Mi hijo murió hace muchos años—dijo la mujer conteniendo las lágrimas.

Antes de que pudiera responder llevó la mano hacia sus prendas y sacó una daga. Tras ver el arma no dudé en sacar mi espada y ambas nos apuntamos manteniendo cierta distancia.

—¿Te envían aquellos demonios oscuros? Siempre temí que algún día me encontrarían —dijo la mujer.

¿Demonios oscuros? Los warlocks. Bajé a Glace para demostrarle que no tenía intención de dañarla. Era más veloz que ella, si me atacaba podría levantar la espada a tiempo.

—Si te refieres a los warlocks, son mis enemigos —respondí—. Mi nombre es Adhara y tu hijo, Aiden Moor, se encuentra con vida.

La mujer me miró incrédula y cayó de rodillas con lágrimas en los ojos. Me acerqué a ella para ayudarla pero en su mirada había también algo de desconfianza.

Guardé la espada y le ofrecí mi mano para ayudarla a ponerse de pie.

—¿Cómo supiste que Aiden es mi hijo? —preguntó.

—Tiene tus mismos ojos —respondí.

La mujer dejó escapar un sollozo y tomó mi mano permitiéndome que la ayude.

—Pasé los últimos diecisiete años creyendo que mi hijo había muerto en un incendio —dijo intentando controlar su llanto.

—Los warlocks lo sacaron del incendio y… es una larga historia y no es un buen lugar para hablar —respondí—. ¿El padre de Aiden también se encuentra con vida? Él cree que los perdió en el incendio.

La mujer negó con la cabeza.

—Mi esposo sí murió en el incendio.

No podía esperar a que Aiden lo supiera, su madre se encontraba con vida, era imposible y aun así era verdad.

—Ven conmigo, voy hacia «La oveja perdida». Aiden sabe que me dirijo allí y vendrá en cualquier momento —dije.

—Eres un ángel enviado del cielo —respondió la mujer—. Gracias, Adhara. Mi nombre es Elana Rose Moor.

Asentí con la cabeza y le indiqué que me siguiera, aun me costaba creer que la mujer que se encontraba a mi lado era la madre de Aiden, pero todo tenía sentido. Sabía acerca de los warlocks y había permanecido escondida. Debió escaparse de Izar luego del incendio y era por eso que nunca había visto a Aiden.

Apresuré el paso, había dejado a Lysha sola durante mucho tiempo y debía encontrarse asustada. Al regresar la encontré en el mismo lugar donde la había dejado y por fortuna nada malo le había sucedido.

Corrió hacia mí al verme y me abrazó, fue extraño, su contacto me resultó molesto y la aparté de mí cuidadosamente para no lastimar sus sentimientos. Hacía mucho tiempo que nadie me tocaba a excepción de Aiden y de Zul, había olvidado lo inquietante que me resultaba el contacto con el resto de las personas.

—Ella es Elana y vendrá con nosotras —dije simplemente señalando a la madre de Aiden.

No había tiempo para explicar, hasta que no llegáramos a la posada de Goewyn no nos encontraríamos a salvo. Lysha se cambió de ropa y una vez que ocultó su rostro nos apresuramos y fuimos a paso rápido el resto del camino. Elana había amarrado el carro a su caballo e iba silenciosamente a mi lado. Su expresión era una mezcla de alegría e incredulidad. Lysha del otro lado, la miraba con curiosidad.

La neblina comenzó a volverse más espesa y no podía ver con claridad hacia dónde nos dirigíamos pero mi sentido de la orientación era bueno y, después de atravesar todo Zosma, pude encontrar la posada de Goewyn. Ver la antigua posada trajo muchos recuerdos, en cierta medida yo no era la misma persona que estuvo allí por primera vez. Antes, todo me había parecido nuevo y extraño y Goewyn me había resultado molesta. Pero ahora sentía una sensación de familiaridad y me encontraba aliviada de que hubiéramos logrado llegar hasta ella. Goewyn poseía un buen corazón y era una de las pocas personas de Lesath en las que podía confiar. Me detuve pensativa frente a la posada, con suerte Goewyn no la reconocería y podría inventar alguna historia con respecto a Lysha. En cuanto a la madre de Aiden no estaba segura sobre qué decir, sería extraño que Goewyn supiera sobre ella antes que Aiden.

No sabía cuánto tiempo tardarían en llegar pero podía sentir la ansiedad creciendo dentro de mí. Ansiedad… Rara vez la había sentido en Alyssian, la había experimentado en mis primeros días con la espada pero había aprendido a controlarla. Ahora la sentía constantemente, aun podía deshacerme de ella si realmente me concentraba pero desde que había conocido a Aiden y al mago la sentía con más frecuencia. El miedo y la ansiedad eran dos emociones humanas que hubiese deseado no experimentar.

Desmonté, Lysha y Elana me imitaron, atamos los caballos a un árbol cercano y fuimos hacia la puerta. Observé sus expresiones, ambas parecían nerviosas e inseguras de cómo actuar.

Goewyn sería una buena compañía para ellas; era gentil, servicial e incluso se las había ingeniado para agradarme. Golpeé la puerta. Silencio. Aguardé unos segundos y volví a golpear con más fuerza, esta vez pude oír pisadas. La puerta se abrió repentinamente y el alegre rostro de Goewyn apareció frente a mí. Me observó sorprendida, sonrió y arrojó sus brazos alrededor de mí.

—¡Adhara! —exclamó.

Palmeé su espalda y le devolví la sonrisa.

—¡Qué alegría verte de nuevo!

—Gracias, Goewyn —respondí—.Yo también me alegro de verte.

No apreciaba el abrazo, pero genuinamente me encontraba contenta de verla.

—¿Aiden? —preguntó Goewyn.

Observó con curiosidad a mis dos acompañantes, que no se asemejaban en nada a Aiden y al mago.

—Nos separamos durante el viaje, vendrá pronto. Necesito tu ayuda, Goewyn. Necesito esperarlos aquí —le dije—. Ellas viajan conmigo y necesitarán habitaciones también.

—¡Por supuesto! —respondió Goewyn— Se ven cansadas. Por favor, entren.

La posada era tal como la recordaba, limpia, confortable y los muebles que la adornaban lucían antiguos pero de buen gusto. Nos encontrábamos a salvo, al menos por ahora.

Fui a un sillón cercano y me desplomé, sentía como si hubiera estado despierta durante días, finalmente tendría una buena noche de sueño.

—Goewyn ella es… Elana Rose —dije señalando a la madre de Aiden.

Elana me miró extrañada al notar que no había mencionado su apellido, luego recompuso su expresión y le ofreció la mano.

—Es un gusto conocerte, agradezco que nos brindes hospedaje —dijo Elana.

—El gusto es mío —respondió Goewyn.

Me encontraba a punto de presentar a Lysha cuando esta retiró su capa y antes de que pudiera detenerla, el grito de Goewyn llenó la habitación.

—¡Su alteza! —gritó cayendo de rodillas.

Corrí hacia ella silenciándola con un gesto.

—Nadie debe saber que se encuentra aquí —dije.

—Es la reina Lysha —exclamó Goewyn ignorándome—. La reina se encuentra en mi posada.

No sabía a quién quería estrangular primero, a Lysha por ser tan imprudente en revelar su rostro o a Goewyn por continuar gritando que era la reina.

—Goewyn debes escucharme detenidamente. Lysha, la reina, se hallaba en grave peligro y debió escapar —dije en tono tranquilo—. Nadie puede saber que se encuentra aquí.

—Oh, majestad, ¿nos encontramos bajo ataque? —preguntó asustada.

—No, es difícil de explicar, lo haré más tarde pero ahora debemos descansar —respondí.

Debía decirle la verdad, no había otra opción. ¿De qué otra manera podría explicarle la situación sin que pensara que había perdido la razón o que había secuestrado a la reina?

—La serviré lo mejor que pueda, su majestad. Siéntase como en su casa —hizo una pausa y rió—. Quiero decir como en su castillo.

—Agradezco tu cortesía. No hace falta que me digas majestad, llámame Lysha.

Le ofreció su mano amistosamente, Goewyn la tomó pero no pudo evitar hacer algo similar a una reverencia.

—Nadie puede saber que Lysha se encuentra aquí —repetí.

—Nadie lo sabrá, lo prometo —respondió Goewyn.

—¿Hay alguien más en la posada? —pregunté.

—No, solo Deneb. No podemos ocultárselo, tarde o temprano la verá, pero le diré que no diga una palabra al respecto —replicó.

Asentí con la cabeza, sabía que podía confiar en él. Deneb era el esposo ideal para Goewyn, ambos eran muy parecidos.

—Aguarden aquí. Iré por comida y a preparar las habitaciones —dijo Goewyn.

Tras estas palabras corrió a la cocina y volvió con los brazos llenos de rodajas de pan y queso, regresó con más comida y luego desapareció por las escaleras.

Las tres comimos en silencio, Lysha debía encontrarse exhausta por el viaje y Elana parecía hambrienta. Su vida no podía ser fácil, se había mantenido oculta del Concilio durante los últimos diecisiete años, lo cual significaba que viajaba de pueblo en pueblo y vendía vestidos para obtener dinero y poder sobrevivir.

Me encontraba aliviada de haberla hallado, recuperaría a su hijo y finalmente podría dejar de correr. Podía quedarse con Goewyn o en la casa de Talfan hasta que elimináramos al Concilio y luego podría vivir una vida normal.

—Es un gusto conocerte, Lysha. Yo solía vivir en Izar hace muchos años, era una de las damas de compañía de la reina Ciara, tu madre —dijo Elana—. Cuando debí abandonar Izar tú aún no habías nacido, pero tu largo cabello rubio y tus ojos celestes me recuerdan a ella.

Lysha la observó incrédula y guardó silencio, parecía perturbada por las palabras de Elana.

—Lo siento —se disculpó tras unos momentos—. Mi madre murió cuando era pequeña y recuerdo poco acerca de ella, pero es un honor conocer a alguien que la haya servido.

La madre de Aiden había atendido a la reina Ciara y había sido una de sus damas, lo que significaba que pasaba gran parte de su tiempo en el castillo y debió haber notado la presencia de alguno de los warlocks.

—Tu madre y yo éramos amigas cercanas, lamenté mucho la noticia de su muerte —dijo Elana.

Los ojos de Lysha se tornaron vidriosos y le sonrió mientras agarraba un trozo de pan. Pude notar que evitó mi mirada pero no dije nada al respecto, debía resultarle difícil hablar acerca de su madre y parecía avergonzada.

Quería preguntarle cómo había descubierto a los warlocks, qué sabía, pero no era un buen momento para hacerlo. Lysha era frágil y escuchar las respuestas no le haría ningún bien. Debía ser fuerte y juntar el coraje para sobrevivir y pelear por Lesath, debía pensar en el futuro, no en el pasado.

Goewyn no tardó en regresar y nos llevó a nuestras habitaciones. Se había esmerado en preparar tres. Le aseguró a Lysha que una de ellas era la más espaciosa y digna de una reina. Usualmente me hubiese molestado tener que conformarme con una habitación más pequeña pero Lysha era la reina de Lesath y eso era a lo que se encontraba acostumbrada. Además Goewyn se aseguró de que mi habitación se encontrara lo más limpia posible y me había dejado un florero con jazmines en la mesa de luz para perfumar el ambiente. Aprecié sus esfuerzos, luego de mis últimos aposentos, aquel sucio rincón de oscuridad en el castillo, me sentía feliz de estar allí.

Quería hablar con Elana en privado, pero primero le daría tiempo para que descansara. Hacía pocas horas se había enterado de que su hijo se encontraba con vida, de seguro quería tiempo a solas.

Me recosté en la cama y me entregué al sueño por un par de horas. Era temprano, pero mi mente necesitaba tranquilidad por un rato.