EL CONCILIO DE LOS OSCUROS

La capa aún me cubría y todo se encontraba oscuro, había perdido la noción del tiempo. No podíamos continuar así mucho tiempo más, eventualmente el caballo se detendría a descansar. Quería mirar a Seith a la cara y demostrarle que no le tenía miedo. Al enfrentarme con él en Elnath, el duelo había resultado a mi favor, esta vez no perdería.

Esperaba que Aiden pudiera perdonarme, debía sentirse furioso conmigo. Una vez que las llamas desaparecieron de seguro comprendieron que era a mí a quien querían. Odiaba la idea de haberme entregado pero tras contemplar la situación comprendí que no había tenido otra opción. Akashik nos había tomado por sorpresa y todos desconocíamos la magnitud de su poder.

Akashik… Quería ver su apariencia para convencerme de que se trataba de un mortal y no de una criatura hecha de pura maldad. Los warlocks eran magos oscuros y vivían más que los humanos pero aun así no eran inmortales. Si no lográbamos matarlo el tiempo lo haría, ese pensamiento era alentador. Lo único que podía alargar su vida era el Corazón del Dragón y me aseguraría de que no lo encontrara, no llevaba el pergamino conmigo y aprendería a tolerar el dolor antes de repetir lo que se decía en él.

Además, Blodwen y Mardoc también eran parte del Concilio de los Oscuros y yo sabía algo que ellos ignoraban. Akashik los había traicionado; había observado sin hacer nada mientras el mago mataba a Dalamar y Ailios a Sabik. Él había envenenado la mente de Ailios haciendo que le quitara la vida a uno de los suyos. Eso haría que se volvieran en contra suyo. O Akashik terminaba con ellos o ellos con él, y en ambos casos se trataba de un warlock menos de quien preocuparnos.

Debía actuar con inteligencia, había una posibilidad de que Blodwen y Mardoc supieran de la intención de Akashik de deshacerse de los demás warlocks y estuvieran de acuerdo con él. La situación era como un juego de ajedrez, debía esperar a que hicieran su movida para que pudiera hacer la mía. A pesar de que era un juego inventado por humanos, los elfos también lo jugaban en Alyssian y eran excelentes en él. Dudaba de que existiera un ser con más paciencia que un elfo; probablemente se debía al hecho de que eran inmortales y el tiempo parecía no pasar para ellos. Por fortuna para mí, a pesar de no poseer su paciencia, era buena para el ajedrez. En mi opinión era una cuestión de estrategia y como me había enseñado Astran, mi maestro élfico, qué mejor estrategia que conocer la intención del enemigo antes de responder.

En caso de que los dos warlocks restantes estuvieran al tanto de las acciones de Akashik tal vez pudiera confundirlos y hacerles creer que también planeaba deshacerse de ellos. Aunque no me creyeran al menos plantearía una duda en sus mentes, que ante el menor acto de desconfianza iría creciendo hasta convertirse en certeza.

Intenté moverme una vez más para quitar la capa de mi cabeza pero era inútil. Resultaba humillante que Seith se las hubiera ingeniado por segunda vez para mantenerme cautiva. En cuanto tuviera la oportunidad terminaría con él. Debía poner fin a su vida y ya no me avergonzaba lo que los elfos pudieran decir de mí. Seith no merecía vivir, solo traía oscuridad a este mundo.

La velocidad a la que íbamos disminuyó hasta que el caballo finalmente se detuvo. Oí pasos alrededor de mí hasta que la oscura tela se apartó de mi rostro y pude ver dónde me encontraba. Era de día y un gran prado verde se extendía frente a nosotros. Los árboles eran bajos en comparación con los del bosque y todo tenía un aspecto prolijo. Reconocí el paisaje, había estado ahí con anterioridad. Izar.

Había perdido por completo la noción del tiempo e incluso debí encontrarme inconsciente de a ratos. Debimos tardar al menos dos días en llegar allí.

—Debes estar hambrienta y cansada.

Su voz me enfurecía, levanté la mirada para encontrarme con los ojos de Seith. Había algo extraño en él, algo diferente, pero no podía descifrar qué.

—Y no haré nada para cambiar eso —continuó Seith—. Aguardaremos aquí hasta que sea de noche y nos escabulliremos en el castillo.

Me sentía mareada y hambrienta pero no me importaba, no le daría el gusto de pedirle algo o quejarme.

—Algún día acabaré contigo —respondí secamente.

Su mirada se sostuvo en la mía y llevó una mano hacia mi cuello. Sus ojos ya no estaban vacíos como de costumbre y por unos segundos creí ver algo nuevo en ellos. Odio.

—Créeme, acabaré contigo primero —replicó Seith.

Y tras estas palabras me soltó de manera abrupta y se alejó un poco. No lo comprendía. ¿Por qué me odiaba? ¿Qué había hecho para provocar algún tipo de reacción en él cuando hacía años que no sentía nada?

De seguro los warlocks debieron haberlo castigado luego de que me escapé la primera vez y en Elnath tampoco pudo detenernos. Tras ver la manera en que los warlocks habían tratado a Sorcha cuando entramos en las cámaras en el baile de máscaras, comprendí que el fracaso podía costarles sus propias vidas.

—¿Qué es lo que quieren de mí? —pregunté— Si buscan el pergamino no lo llevo conmigo, no les soy de ninguna utilidad.

—Concuerdo contigo, no nos eres de ninguna utilidad —dijo Seith—. Pero Akashik parece pensar diferente.

Su rostro aún parecía una máscara con una sola expresión, pero su voz escondía un dejo de frustración. Seith no parecía ser el mismo, era una buena oportunidad para derrotarlo. Lo observé buscando alguna debilidad pero a simple vista no pude encontrar ninguna. Su mirada seguía fija en mí y había una nueva intensidad en ella, era perturbadora.

Me esforcé por moverme esperanzada de que su hechizo se hubiera debilitado, pero el cansancio aún era abrumador. Llevé las manos a mi rostro para correr un mechón de pelo y luego no volví a moverme. Necesitaba agua, podía soportar todo lo demás pero la sed se estaba volviendo difícil de ignorar.

—No te ves bien —comentó.

Sabía que se estaba burlando, no respondí. Sentía su mirada sobre mí, mantuvo su distancia hasta que se puso de pie de manera abrupta y tomó la capa arrojándola sobre mí nuevamente. Su reacción no tenía sentido alguno, no había nadie en la cercanía. ¿Por qué mantenerme oculta?

Fuera cual fuere la razón, permanecí así el resto de la tarde. Ya no me resultaba tan molesto como antes, al menos sabía dónde me encontraba y no ver a Seith era mejor que verlo.

El caballo comenzó a avanzar de nuevo, no tardaríamos mucho en llegar al pueblo. Escuché con atención durante todo el trayecto, pero ningún sonido se asemejaba a una voz humana. Debía ser tarde. De seguro Seith había aguardado hasta entrada la noche para que nadie nos viera.

Una vez que nos detuvimos me tomó en sus brazos, sin molestarse en retirar la capa que me cubría y me cargó hacia el castillo. No podía verlo, pero sabía que nos encontrábamos allí, aunque probablemente no en la entrada principal. Debía haber una entrada secreta por la que los aprendices de Nawas pudieran escabullirse.

Sus brazos estaban rígidos alrededor de mí y en una ocasión sentí su mano temblar levemente. Odiaba sentir su contacto pero sospechaba que la sensación era recíproca, ya que parecía ansioso por soltarme.

Todo se volvió oscuridad y misterio. Por primera vez en mi vida no sabía qué me aguardaba, no poseía ningún control sobre ello, lo que habría de pasar a continuación sería la decisión del Concilio de los Oscuros y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Seith retiró sus manos y me dejó caer, el golpe fue fuerte pero sabía que no era nada en comparación con lo que me esperaba.

—Seith —dijo una voz severa.

Este removió la capa y observé a mis alrededores impactada. Nos encontrábamos en medio de una gran sala en forma circular y alrededor de mí había cinco tronos, de los cuales tres se hallaban vacíos. Dos warlocks me observaban complacidos, reconocí a Blodwen del baile de máscaras, pero su rostro ya no poseía una expresión de compostura y gracia, era frío y malévolo. Ahí no era William Connaught, el consejero real, sino un cruel y poderoso mago oscuro.

Era la primera vez que veía al otro warlock, no parecía ser tan viejo como Blodwen, pero su pelo también era blanco y su rostro serio y despiadado. Solo quedaban dos opciones, Akashik o Mardoc, tuve el presentimiento de que era Mardoc. Ambos llevaban largas capas negras, parecían de terciopelo y tenían bordada una insignia plateada de dos dragones entrelazados.

—Bienvenida, elfa —dijo Blodwen.

Con toda la fuerza de la que fui capaz me puse de pie y lo miré a los ojos sin responder, no me intimidaban. A decir verdad me intimidaban un poco pero no lo demostraría.

—¿Qué hay del mago y del traidor? —preguntó el otro warlock.

—Escaparon —respondió Seith.

Zul y Aiden no habían escapado. De haberlo querido, Akashik podría habernos matado a todos. Por alguna razón Seith había mentido.

—¿Cómo te atreves a regresar sin ellos? —dijo Blodwen levantando el tono de voz— Te jactas de ser poderoso pero solo eres una desdicha para este Concilio.

—Lo siento —se disculpó Seith.

Algo andaba terriblemente mal. ¿Por qué Seith asumiría la culpa y se disculparía cuando Akashik fue quien los dejó ir? Blodwen lo había tratado de incompetente y en vez de contradecirlo se había disculpado.

El otro warlock se puso de pie y me dirigió una mirada furiosa.

—Tú y tus amigos pagarán por la muerte de nuestros hermanos.

Era Mardoc. Esto era lo que habían estado esperando, querían vengarse por la muerte de Sabik y Dalamar, lo que significaba que no sabían nada acerca de la traición de Akashik. El comportamiento de Seith comenzaba a cobrar sentido, de seguro se había aliado con Akashik y solo simulaba seguir las órdenes de los demás.

—Están ciegos, Sabik no murió por obra nuestra…

—Seith —una voz me interrumpió.

Un tercer warlock ingresó en la recámara y se sentó en uno de los tronos. Al igual que los demás llevaba la capa negra con la insignia de los dos dragones pero a diferencia de ellos la capucha cubría su rostro, Akashik.

—Nuestra invitada se encuentra en un estado deplorable —continuó Akashik—. ¿Acaso has perdido tus modales? Libérala de tu hechizo.

Mi cuerpo comenzó a aflojarse, era como si hubiese estado sosteniendo un gran peso y luego me lo quitaran. Gran parte de la sensación de cansancio se desvaneció, era un alivio poder moverme de nuevo sin que cada movimiento resultara agotador.

—Continúa hablando, elfa —lo interrumpió Blodwen.

No estaba segura sobre lo que debía hacer, si decía la verdad, Akashik lo negaría y perdería la única ventaja con la que contaba.

—Lo oíste. Habla, Adhara…—dijo Akashik.

Claramente era una advertencia, de lo contrario no nos hubiera interrumpido cuando lo hizo. Aguardaría hasta ver si se encontraba dispuesto a ofrecerme un trato a cambio de mi silencio. Dudaba de que me dejara ir pero al menos era un comienzo, de lo contrario no lograría escapar.

Blodwen me dirigió una mirada impaciente y aún había furia en la expresión de Mardoc, aparté mi mirada de ellos y aguardé sin decir una palabra.

—Parece haber perdido la voz —dijo Akashik intercambiando miradas con los demás warlocks—. Tal vez sea mejor ordenar en vez de preguntar: Ailios te confió un pergamino, entrégamelo.

No podía ver su rostro pero aun así levanté mi mirada hacia él.

—No lo llevo conmigo —respondí.

Intenté no demostrar la satisfacción que sentía para no provocarlos, pero mi tono de voz me delató. Haberme conducido hasta allí había sido en vano, no obtendrían el pergamino de mí.

—Seith.

Tras la palabra de Akashik, la mano de Seith se cerró en mi brazo y una terrible sensación de ardor se apoderó de mi piel. Me quemaba, su mano era como una llama.

—No lo llevo conmigo —repetí.

Soltó mi brazo.

—Dice la verdad —replicó Seith.

Blodwen maldijo y se puso de pie.

—La necesitamos con vida, siéntate —dijo Akashik—. No hay razón para alterarse, Blodwen. El mago y el traidor nos entregarán el pergamino a cambio de su vida.

El warlock tomó asiento aún mirándome con desagrado.

No permitiría que consigan el pergamino. Ailios había confiado en mí y no lo decepcionaría, debía escaparme antes de que encontraran a Zul y a Aiden.

—¿Qué hay de Sabik y Dalamar? —preguntó Mardoc—. Sus muertes deben ser vengadas.

—Coincido contigo, a pesar de no estar unidos por lazos de sangre aún somos una hermandad y sus muertes son una gran pérdida para este Concilio —dijo Akashik—. Seith no pudo recuperar sus cuerpos pero de todos modos mañana al atardecer haremos una ceremonia y brindaremos por ellos.

Ambos warlocks asintieron. Jamás había presenciado algo semejante, sus mentiras eran descaradas e insostenibles, proponía una ceremonia para recordarlos cuando él mismo se había encargado de que ambos murieran. Blodwen y Mardoc solo eran marionetas para él y estaban tan cegados en su búsqueda de poder y de inmortalidad que no podían ver a través de sus engaños.

—Los nobles y los guardias reales han notado su ausencia —dijo Mardoc—. Debemos inventar algo, ambos cumplían roles de gran notoriedad.

—Evard Glaistig, comandante del ejército de la reina, y Larson Acmar, representante de los nobles en la corte, fueron víctimas de situaciones desafortunadas —dijo Akashik—. Larson fue asesinado en las afueras del pueblo, un ladrón lo apuñaló para quitarle su oro. Por supuesto repartiremos pergaminos con la descripción del ladrón y quien coincida con ella será colgado.

—¿Qué hay de Evard Glaistig? —preguntó Blodwen.

—Oí un terrible rumor con respecto a Evard —replicó Akashik—. Fue vencido por la fiebre, luego de tres días de dolorosa agonía.

La facilidad con la que Akashik continuaba cubriendo a todo Lesath con sus engaños no dejaba de asombrarme, en minutos había inventado excusas para justificar la muerte de quienes supuestamente eran dos figuras importantes en la corte.

—Gamon Gant es un noble ambicioso, de seguro pedirá a la reina reemplazar a Larson —observó Blodwen.

—Por fortuna para nosotros Gamon Gant es tan tonto como ambicioso, no nos resultará difícil manipularlo —respondió Akashik.

No sabía quién era Gamon Gant pero sentía pena por él.

—El puesto de Evard es más difícil de sustituir —agregó Mardoc—. No podemos perder control sobre el ejército real.

Blodwen asintió pensativo.

—Siempre creí que Zafir era un inútil pero dadas las circunstancias lamento su muerte —replicó Akashik—. De encontrarse aquí su facilidad para cobrar la apariencia de otras personas resolvería el asunto.

Seith dejó escapar una risa y no me fue difícil imaginar a qué se debía, él también consideraba que Zafir había sido débil.

—Zafir no es el único con facilidad para cambiar su apariencia —intervino Blodwen—. Tal vez no sea necesario reemplazar a Evard Glaistig…

Akashik levantó su mano indicándole a Blodwen que guardara silencio. Me intrigaba mucho su apariencia. ¿Por qué cubrir su rostro permanentemente? De seguro su aspecto no era muy diferente del de los otros warlocks: pelo blanco, rostro arrugado, expresión malévola.

—Seith, lleva a nuestra invitada a sus aposentos —ordenó Akashik—. Discutiremos este tema en privado.

Mardoc asintió y Blodwen dejó escapar una risa fría y sin gracia.

—No importa lo que escuche —dijo Blodwen—. No saldrá de este castillo con vida.

—Aun así —respondió Akashik en tono severo.

Seith me tomó del brazo y me arrastró detrás de él. Todo se encontraba en sombras, las antorchas en la pared apenas iluminaban el camino. Continuamos por un pasillo hasta que nos encontramos frente a una vieja puerta de madera llena de polvo. Seith tiró de una manija de acero y tras abrirla me empujó adentro. El espacio era reducido, las paredes eran de piedra, no había ventanas y el único mueble era una pequeña cama junto a la pared. No estaba segura de si era una habitación o un calabozo. Me rehusaba a quedarme en aquel sucio y oscuro rincón del castillo. Fui hacia la puerta pero Seith se paró delante de mí impidiéndome el paso. De tener a Glace la situación hubiese sido completamente diferente, pero había quedado en la carreta y sería difícil llegar hasta ella.

—¿Qué crees que harán Blodwen y Mardoc cuando descubran que tú y Akashik están complotados para acabar con ellos? —pregunté.

Clavé mi mirada en la suya mientras decía cada palabra, quería provocarlo y que cometiera un error. Aquel destello de odio que había visto con anterioridad en los ojos de Seith reapareció. Retrocedió sin decir nada y cerró la puerta de un portazo dejándome en la oscuridad.

Permanecí quieta por un largo rato, no sabía cómo reaccionar o qué hacer, era como si el tiempo se hubiera detenido. De a poco comencé a moverme y a caminar por la habitación para ir acostumbrándome al espacio. En caso de tener una oportunidad para escapar, me sería favorable conocer esa pieza, lo cual no resultó muy difícil dado su reducido tamaño. La cama debía tener más polvo que la puerta, por lo que decidí no utilizarla. En cambio fui hacia la pared, coloqué mi capa sobre el piso y me senté sobre ella.

No sabía cuánto tiempo pasaría allí encerrada y eso me asustaba, no tenía la certeza de cuánto tiempo podría aguantar tales condiciones antes de perder la cabeza.

El silencio era lo único bueno, había pasado tanto desde que Akashik nos interceptó en el bosque que por primera vez me encontraba sola y tranquila para analizar todo.

Podía ver en mi cabeza todo lo ocurrido y pensé detenidamente en cada escena de todos los eventos que me habían traído hasta allí. Akashik era más poderoso de lo que habíamos imaginado y tenía un control asombroso sobre sus poderes, podía esconderlos al punto de ser imperceptibles y de un momento a otro desatar todo su potencial. Si Zul había sentido lo mismo que yo, sabía la terrible amenaza a la que nos enfrentábamos.

Akashik y Seith tenían un pacto, de eso también estaba segura, pero era un error pensar en ellos como una alianza, Akashik podía acabar con Seith en segundos. Ante tal desigualdad no había mucho que Seith pudiera hacer para rehusarse. Pero esa no era la razón por la que había aceptado. Seith ansiaba el poder más que ninguna otra cosa, al extremo de haber destruido sus emociones y todo sentimiento que pudiera jugarle en contra. Tampoco podía ignorar que Seith era notoriamente más poderoso que Zafir y Sorcha, lo cual significaba que probablemente había sido Akashik quien le había enseñado a dominar la magia.

Los demás warlocks parecían más precavidos, más reacios a enseñarles demasiado, habían limitado su conocimiento en caso de que algún día se volvieran una amenaza. Akashik de seguro tomó la ambición de Seith a su favor y se aseguró su servicio y lealtad.

Los demás warlocks debían sospechar algo. De otro modo no se explicaba la desigualdad de poder entre ellos. A Blodwen no parecía agradarle Seith pero al parecer pensaba de la misma manera que Zafir, que veía a los aprendices de Nawa como un medio para alcanzar un fin, sin importarle lo que ocurriera con ellos. Solo les habían enseñado a utilizar su magia para que fueran sus ojos y oídos alrededor de Lesath.

Lesath… Los humanos se encontraban rodeados de mentiras, no había una reina con leales servidores que la ayudaban a pensar en el bienestar general, había una marioneta cuyo titiritero era una criatura tan manipuladora y calculadora que incluso engañaba a los suyos.

Alejé esos pensamientos de mi mente, no quería pensar en ello. Solo pensar en las oscuras intrigas que rodeaban a todos me causaba malestar, hacía que mi estómago se retorciera. O tal vez eran el hambre y el cansancio, sentía tantas cosas diferentes que era difícil decirlo.

Si bien me sentía cansada, no quería dormir. Pero parecía no tener opción: era dormir o pensar.

Relajé mi mente intentando olvidar dónde me encontraba, me liberé de todo pensamiento agobiante que insistiera en aturdir mi mente y me concentré en el silencio, fue entonces cuando la escuché. Podía ir la voz de Aiden, era débil, distante, y aunque al principio no lograba escucharla del todo, la misma palabra comenzó a repetirse en mi mente una y otra vez, podía ver su rostro mientras lo decía: ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?…

Abrí los ojos y llevé mis manos hacia el amuleto azul que colgaba de mi cuello, el hechizo de Zul había funcionado; él llevaba mi cinta para el pelo y yo el amuleto que me había regalado, de alguna manera podíamos comunicarnos. Fue como si un rayo de esperanza hubiera irrumpido en la habitación, Aiden se encontraba bien y quería saber adónde me habían llevado. Él y el mago se encontraban en alguna parte de Lesath y harían lo que fuera por rescatarme. Pero la esperanza se desvaneció, si venían por mí tendrían que entregarle el pergamino al Concilio y aun si lo hicieran no había ninguna garantía de que no nos mataran a todos. Blodwen y Mardoc querían venganza por la muerte de Sabik y Dalamar, lo cual sería sumamente conveniente si se encontrara dirigida al verdadero culpable, pero dado que su venganza era dirigida a nosotros de seguro no dejarían pasar la oportunidad de acabar con ellos. Y dudaba que Akashik se lo impidiera, no sabía la razón por la que solo me había llevado a mí y los había dejado con vida habiendo tenido la oportunidad de matarlos, pero sabía con total certeza que una vez que obtuviera lo que quería eliminaría a todos aquellos que representaran una amenaza.

No podía decirles dónde me encontraba, sería como apuntarles el camino hacia su muerte. Me limitaría a hacerles saber que me encontraba bien, no quería darle a Aiden más razones de las necesarias para que se enfadara conmigo, quería que supiera que me encontraba con vida y relativamente bien.

Imaginé mi lazo para el cabello alrededor de su muñeca y repetí las mismas palabras una y otra vez: Bien, Vida, Bien, Vida, Bien, Vida.

Un ruido interrumpió mi concentración, eran pasos y cada vez se escuchaban con más fuerza. Pude oír mientras se detenían enfrente de la puerta, mi corazón comenzó a latir precipitadamente, no sabía quién era o qué quería pero no podía ser bueno.

La puerta comenzó a abrirse lentamente, la madera crujía con cada movimiento, podía sentir que mi sangre se helaba, mientras intentaba descifrar de quién era la silueta que avanzaba hacia mí.

En el mismo momento en que me puse de pie la antorcha que el sujeto llevaba en sus manos se prendió fuego revelando su identidad. Era un hombre, su rostro era atractivo y aún reflejaba algo de juventud, su pelo era negro, sus ojos oscuros e intrigantes. Su expresión era maliciosa y calculadora.

—Es hora de que me presente —dijo.

Reconocí su voz en el instante en que habló, Akashik. Lo miré atónita, dudando por primera vez de mi visión, su apariencia no se asemejaba en nada a la de los demás warlocks, creía que sería el más viejo de ellos pero parecía ser el más joven. Los demás aparentaban tener unos sesenta años y él alrededor de cuarenta. Su rostro no estaba arrugado y peor aún, era atractivo.

—Akashik.

Decir su nombre era como decir un maleficio, podía sentir el temor en mi voz. Fui hacia un costado para poner más distancia entre nosotros. Por fortuna el warlock permaneció allí y no avanzó.

—Debes perdonar a Seith, el muchacho no tiene modales —dijo Akashik haciendo una señal con su mano.

Oí más pasos y otra figura se acercó a la puerta. Era una chica joven, su cabello era largo, rubio y llevaba una tiara de oro sobre él. Era la reina Lysha.

Se acercó y me miró con curiosidad, en sus manos llevaba un canasto con frutas, una copa y un pequeño farol. Me sonrió tímidamente, depositó todo en el suelo, luego sus ojos se tornaron vidriosos y volvió su vista a Akashik.

—Eso es todo, Lysha —dijo el warlock—. Ve con Blodwen, él te explicará cómo proceder con respecto al funeral de Larson Acmar.

La joven dejó escapar un sollozo y pude ver dos silenciosas lágrimas que se desprendían de sus ojos.

—Obedéceme —dijo en tono severo.

Quería hacer algo, decir algo, pero sabía que no la ayudaría en nada. La reina asintió con la cabeza, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.

Con la puerta cerrada, el espacio parecía más reducido de lo que era, no soportaba encontrarme encerrada con él.

Lo analicé detenidamente, era imposible pero tenía la extraña sensación de que lo había visto con anterioridad, algo en sus ojos me hacía pensar que no era la primera vez que lo veía.

—Pareces confundida —dijo Akashik.

—No es la primera vez que veo tu rostro —respondí pensativa.

—La primera vez que cruzamos caminos fue en el baile de máscaras, chocamos y tú, hábilmente, esquivaste mi bebida.

La escena se revivió en mi mente a medida que iba escuchando sus palabras, podía ver sus ojos oscuros a través de un antifaz negro, había sido él quien se había dado cuenta de mi origen, no Seith.

—Eras tú —exclamé incrédula.

—En el momento en que te vi supe exactamente lo que eras, pero al parecer cometí un error; Seith me dijo que tu padre es un elfo y tu madre una mortal —comentó Akashik—. No eres una elfa del todo.

Asentí con la cabeza sin responder, no hablaría con él sobre mis padres.

—Tu madre ¿se encuentra con vida? —preguntó.

—Sí, aún vive —respondí—. Pero algún día morirá.

Jamás le diría que los elfos habían encontrado la forma de que viviera para siempre, prefería someterme a la peor de sus torturas antes de revelar su secreto.

—La mortalidad es un castigo amargo, Adhara. Es una pesadilla —continuó Akashik—. Mi padre fue uno de los warlocks más poderosos de todos los tiempos. Presenciar su muerte me resultó sumamente perturbador, incluso traumático. Ver a alguien tan poderoso como él ser derrotado por los años fue desalentador. En su entierro me prometí a mi mismo que no seguiría su suerte y poseo toda la intención de cumplir esa promesa.

Sentí odio. Akashik lamentaba la muerte de su padre solo porque significaba que si su padre había muerto a pesar de sus poderes, él también lo haría.

—Tarde o temprano tú también morirás —repliqué.

—Te equivocas, Adhara. Tú y tu madre humana morirán, yo lograré la inmortalidad. No me importa qué deba hacer para obtenerla ni a cuántos deba matar para lograrlo —espetó Akashik.

—¿Qué opinan Blodwen y Mardoc al respecto? —pregunté—. No parecían contentos con las muertes de Sabik y Dalamar. ¿Cómo crees que reaccionarán cuando descubran que fuiste tú quien orquestó sus muertes?

Akashik sonrió, su rostro se volvió más malévolo. Le sostuve la mirada sin dejarme intimidar, era mi oportunidad para negociar.

—Guardaré tu secreto si logramos ponernos de acuerdo —dije.

Haría que me trasladara a una habitación cómoda, limpia y con ventanas. Allí me resultaría más fácil escapar, rompería la ventana y descendería por el muro. Podía utilizar fuego para derretir las rejas; por fortuna, el fuego era uno de los pocos hechizos que podía controlar.

—Dime, ¿cómo se encuentran tus abuelos? —preguntó Akashik—. No debe haber sido fácil para ellos dejar Naos.

Aquella sensación de miedo que había logrado controlar se volvió contra mí deteniendo mis pensamientos.

—Tu llegada a Lesath les causó serios inconvenientes, dudo que también quieras ser responsable de ponerle fin a sus vidas. No cometas el error de pensar que no los encontraré.

—¡No hables de ellos! —grité—. No te atrevas a…

—No te encuentras en posición de levantar el tono de voz —me interrumpió Akashik—. Olvídate de aquella ridícula acusación y yo me olvidaré de enviar a Seith a ejecutarlos.

Una mezcla de furia y dolor me recorrió apoderándose de mí, la esperanza de escapar del maldito castillo se desvaneció por completo.

—Eres un ser repugnante, Akashik —le espeté.

—¿Te crees tan diferente de mí, Adhara?

Lo miré sin dar crédito a lo que escuchaba. ¿Cómo podía compararme con él?

—Tú y yo somos completamente distintos —respondí.

—Tal vez, pero nuestros orígenes son similares —replicó Akashik.

Era un truco, quería engañarme.

—¿Conoces el origen de los warlocks?

No recordaba que los elfos lo hubieran mencionado.

—Hace cientos de años un elfo llamado Celaneo tuvo un niño con una humana, una hechicera llamada Gergana. Gergana era una maga poderosa que se sentía atraída por la magia negra, enamoró a Celaneo con la esperanza de que su hijo fuera aun más poderoso que ella e incluso inmortal. Pero, a pesar de que el niño poseía grandes poderes, no había sido bendecido con el don de la inmortalidad. Al igual que tú lucía como un elfo pero parte de él era mortal. El niño creció y junto a su madre buscaron el camino a la eternidad a través de la magia negra. Fallaron en su propósito pero lograron un tremendo poder que ningún humano había logrado antes, fueron los primeros en dominar la magia negra. Los elfos los repudiaron por entregarse a tal oscuridad y Celaneo abandonó estas tierras lleno de humillación y jamás fue visto de nuevo —dijo Akashik—. El niño se llamaba Warlock y fue quien comenzó y continuó la línea. Se casó con una hechicera y le enseñó a sus hijos a canalizar y controlar magia negra. Mis ancestros solo elegían magos como pareja pero eventualmente no lograron encontrar más y tuvieron hijos con simples humanos, fue allí cuando comenzó a debilitarse el linaje al punto de que solo quedamos cinco.

—Estás tratando de engañarme —le espeté.

—Es la verdad, te diría que les preguntes a los elfos, pero ambos sabemos que no regresarás a Alyssian —respondió Akashik.

Quería creer que todo era una mentira, pero sabía que estaba en lo cierto. El primer warlock había sido hijo de un elfo y de una mortal, al igual que yo. Por primera vez en mi vida me sentí incómoda en mi propia piel, no quería tener ningún tipo de semejanza con ellos y sin embargo en cierto punto éramos iguales. En Alyssian los elfos hablaban de los warlocks como criaturas siniestras y oscuras, festejaban que la línea se hubiera extinto. ¿Qué pensaban de mí? Al comienzo se habían opuesto a que dejara Alyssian, tal vez pensaban que el mundo de los humanos me corrompería.

Reprocharía a mi padre por habérmelo ocultado. Cuando pensé en mis padres las palabras de Akashik se tornaron pesadas y sentí una opresión en el pecho: «Ambos sabemos que no regresarás a Alyssian». Planeaba matarme. Cuando lograra su cometido y no le sirviera de nada, me mataría.

—¿Por qué crees que los elfos se concentraron en desarrollar tus habilidades con la espada y no insistieron en que aprendieras a utilizar magia? —preguntó Akashik con una diabólica sonrisa—. Pero no estoy aquí para darte una lección de historia. Sé sobre ti y sé sobre Aiden Moor, el traidor…

—Aiden no es un traidor, ustedes destruyeron su vida y él fue el único con el valor para intentar recuperarla —repliqué.

—Aiden fue un error, lo supe desde el momento en que Sabik sugirió que fuera un aprendiz de Nawa —respondió Akashik—. Pero era prometedor como guerrero y no encontrábamos más humanos que poseyeran magia.

—¿Sabían que Aiden no era un mago? —pregunté sorprendida.

—Su falta de magia era tan evidente como la escasez de la tuya —rió Akashik sarcásticamente—. Su familia debía morir y Sabik creyó que sería un desperdicio deshacernos de él también.

Ignoré su comentario acerca de mi magia, era la menor de sus ofensas.

—Su familia comenzó a sospechar acerca de ustedes —adiviné. Tras escucharlos hablar en la cámara del Concilio era evidente que se deshacían de cualquier persona que representara un problema.

—Su madre sabía cosas que no debía saber —replicó Akashik—. Ahora apreciaría que dejes de interrumpirme con preguntas irrelevantes y contestes las mías. El mago, Zul Florian, ¿qué sabes sobre él?

Aiden no sabía nada acerca de esto, creía que los warlocks habían cometido el error de pensar que poseía magia pero aún no se había manifestado. Mi mente se enfocó en Zul, era el único del que Akashik no sabía nada y si le daba información sobre él la utilizaría en su contra.

—No sé mucho acerca suyo—mentí.

—Encuentro placer en causar daño, incluso en algunas ocasiones lo encuentro un tanto adictivo —me advirtió Akashik—. No querrás enfadarme, Adhara.

Tuve el presentimiento de que las quemaduras que me había ocasionado Seith no serían nada en comparación con el daño que me provocaría Akashik si me rehusaba a hablar. Mientras mantuviera oculto el problema de autoestima del mago y su inconveniente amor por Sorcha, dudaba que pudiera utilizar el resto en su contra.

—Ustedes quemaron su casa cuando era un niño pequeño para tomarlo como aprendiz de Nawa y mientras creyeron que había muerto en el incendio, un mago lo rescató —dije.

Esta información perjudicaba más a Talfan que a Zul pero, tras el daño que había sufrido al enfrentarse a los warlocks, dudaba que le pudieran hacer algo peor.

—Lo sabía, tuve mis sospechas cuando supimos de su existencia hace dos años —replicó Akashik—. Ahora lo sé con certeza. Su magia es poderosa, hubiese sido una buena adhesión. El otro mago pagó por su interferencia, su magia se quebró.

Había estado en lo cierto, era posible que un humano perdiera su magia. Talfan se hallaba inconsciente porque el perder la magia era un proceso largo y doloroso, y su cuerpo pagaba el precio. Lo había leído hacía mucho tiempo en Alyssian, pero no pensé que fuera cierto.

—¿Qué hay de la joven de pelo negro que se encontraba con ustedes en el bosque? ¿Quién es ella?

Zada era el punto débil de Zul, no podía decir la verdad sobre ella pero tampoco podía inventar algo que no tuviera sentido o sabría que estaba mintiendo.

—Es la hija de Talfan.

No podía evitar poner a Zada en una posición de peligro, pero podía evitar que la utilizara en contra del mago.

—Algún día pagará por el error de su padre—dijo Akashik.

Zul se enfadaría conmigo por hablar de Zada, pero no tenía otra opción. De todos modos, Akashik no parecía estar interesado en ella.

—El mago parece determinado, lo oí mencionar a sus padres antes de terminar con Dalamar. ¿Qué crees que valore más? ¿Tu vida o su venganza? —preguntó Akashik.

Akashik era astuto, no solo buscaba saber más sobre el mago o especular cuán lejos llegaría por detenerlos, también quería crear desconfianza entre nosotros, que dudara de él, que me sintiera sola y abandonada. Si intentaba manipularme, yo jugaría el mismo juego.

—Su venganza —respondí sin vacilar.

Este sonrió ante mis palabras, con un efecto contrario al que quería causar.

—Me resultaría más convincente si una expresión de horror acompañara tus palabras —se acercó dejando solo centímetros entre nosotros—. Tengo noventa años, no cometas el error de creer que te encuentras a mi altura.

Noventa años. ¿Cómo era posible? Su apariencia era la de alguien con menos de la mitad de esa edad.

El warlock se alejó de mí y fue hacia la puerta.

—La madre de Lysha, la reina Ciara, pasó sus últimos días en esta habitación, deberías sentirte honrada —dijo Akashik.

Y tras estas palabras, desapareció.