El camino de regreso a Saiph se había vuelto demasiado largo. Cansados, y con Talfan aún inconsciente, íbamos a un paso más lento del habitual. Habían pasado dos días desde nuestro encuentro con los warlocks en el pasaje de Elnath y Talfan aún no había reaccionado. Lo único que parecía reconfortar a Zul era que su corazón parecía latir con más fuerza a medida que pasaban las horas. No continuaría en aquel estado por mucho tiempo más. Su magia era un asunto diferente, era como si jamás hubiera existido. Zul ponía su mano sobre él de a ratos con la esperanza de sentir algún rastro de su poder, pero solo lograba aumentar su decepción.
Zada intentaba mantenerse fuerte frente a su hermano para no agregarle otra preocupación, pero cada vez que miraba a Talfan lo hacía con una profunda angustia. Comprendía por qué les importaba tanto, era como un padre para ellos; de no ser por él ninguno de los dos se encontraría con vida.
Me sentía frustrada por no poder ayudarlos. Estaba segura de que con medicina élfica Talfan reaccionaría, pero el tipo de hierbas que necesitaba no crecía en Lesath.
Aiden también se sentía mal por él, pero el hecho de que todos nos encontráramos con vida parecía mantenerlo de buen humor. De a momentos parecía relajarse y luego levantaba la guardia y se concentraba en nuestros alrededores. Habíamos sentido miedo al dejar Elnath, temiendo que nos siguieran. Seith y Sorcha aún continuaban allí afuera. Pero tras dos días de encontrar el camino despejado y silencioso, la idea parecía improbable. Habíamos matado a Sabik y Dalamar, éramos más poderosos de lo que se habían imaginado. De seguro eso había causado que se retiraran y estaríamos tranquilos por un tiempo.
Ansiaba poder llegar a Saiph para que mi abuelo supiera que me encontraba bien y con vida. No sabía cuánto tiempo podría esconder sus nervios de Iara, la incertidumbre de no saber si me encontraba viva o muerta debían estar acabando con él. Deseaba pasar más tiempo con ellos pero sabía que no era posible. Debíamos actuar rápido antes de que el Concilio de los Oscuros actuara. Si lográbamos encontrar el Corazón del Dragón, contaríamos con una ventaja.
Esperaba que Talfan despertara antes de que volviéramos a partir. Tenía el presentimiento de que el mago no se movería de su lado hasta que abriera los ojos o mostrara algún tipo de reacción.
En cuanto el sol comenzó a ocultarse nos apartamos del camino para armar las carpas y pasar la noche. Normalmente continuaríamos por un buen rato más, pero Zada insistía en que Talfan se recuperaría más rápido si no pasaba tanto tiempo arriba del caballo. No estaba de acuerdo con ella, en el estado en que se encontraba estar encima de un caballo o en el suelo no harían ninguna diferencia; pero Zul, al igual que su hermana, pensaba que tanto movimiento no podía ser bueno para él. Para mí, ambos estaban equivocados, pero no dije nada al respecto.
Aiden armó las carpas intentando esconder su expresión de ansiedad mientras observaba el cielo. De seguro pensaba como yo y sabía que podíamos haber continuado por dos o tres horas más. Al fin coincidíamos en la forma de pensar. Me sentí tentada de acercarme pero no estaba segura de que fuera una buena idea. Había sido precavida de no mostrarme demasiado afectuosa con él, para no molestar a Zada. Sabía que vernos juntos le molestaba porque creía que lastimaba los sentimientos de Zul y no quería sumar razones a su angustia. Suspiré y me distraje sacándole la montura a Daeron. Tarde o temprano, y esperaba que fuera temprano, el mago iba a tener que confesar la verdad y terminar con esta farsa: era de Sorcha de quien estaba enamorado, no de mí. Quería confrontarlo al respecto pero no era un buen momento para hacerlo, con la situación de Talfan ya tenía carga suficiente.
Aiden me hizo un gesto para que me acercara a él, le sonreí y negué con la cabeza indicándole que estaba ocupada con Daeron. Pareció algo molesto por mi reacción pero no insistió. No era la primera vez que lo evitaba y estaba comenzando a notarlo. Era mejor que hablara con él antes de que sacara conclusiones erróneas. La mente de Aiden no siempre funcionaba bien y no me extrañaría si pensaba que mis sentimientos hacia él habían cambiado de la noche a la mañana.
—Iré a buscar ramas —dijo Zul—. Tal vez el calor lo reanime.
—No te alejes mucho —respondió Zada.
El mago asintió.
Zada y yo tomamos a Talfan y cuidadosamente lo llevamos hacia la carpa ya armada. Una vez dentro de ella lo apoyamos suavemente sobre una de las bolsas de dormir y lo tapamos. Si bien su expresión continuaba vacía, su piel ya no se encontraba tan pálida y había recuperado algo de color.
—No sé cuánto tiempo más lo soporte —dijo Zada—. Debe despertar.
—Lo hará —le aseguré—. En unos días se encontrará bien.
—Eso espero…
Comencé a gatear hacia afuera cuando Zada tomó mi ropa y tiró de ella.
—Espera… —dijo— Quiero agradecerte por lo que estás haciendo. Sé que has estado evitando a Aiden para no dañar a mi hermano.
Era a ella a quien no quería dañar. A Zul no podía importarle menos lo que hiciera con Aiden; no cuando había una malvada Nawa con el cabello del color del fuego que había hechizado su corazón.
—Zul no se encuentra bien y no lo hará hasta que Talfan despierte —respondí—. No necesita más preocupaciones de las que ya tiene.
No me gustaba mentir.
—Sé que te preocupas por él, tal vez… —Zada hizo una pausa— Tal vez confundes tus sentimientos…
Sus palabras me molestaron, sabía lo que insinuaba: que Zul y yo podíamos ser más que amigos. Zada era más perceptiva que el resto de los humanos, en verdad no podía creer eso. Estaba intentando manipularme.
—Sabes que no es así. Me caes bien Zada, pero no me agrada lo que intentas hacer —le respondí.
Zada debería ser problema de Sorcha, no mío.
—Lo siento —se disculpó—. Es mi hermano, no puedo evitar intentar ayudarlo.
Pasaría por alto su error solo porque sus intenciones eran buenas. Podía darle una pista sin revelar el secreto del mago.
—Sé que crees que conoces a tu hermano, pero lo que siente Zul por mí no es lo que tú piensas —dije con una mirada significativa.
—¿A qué te refieres? —preguntó sorprendida.
Me miró con curiosidad. La posibilidad de que estuviera equivocada con respecto a Zul le parecía remota. Pero no podía decir más que eso, ya había revelado lo suficiente. Le di la espalda y salí de la carpa sin decir nada, oí que me llamaba pero no le respondí. Era inteligente, podía sacar sus propias conclusiones.
El mago no tardó en regresar y en cuanto lo hizo, se dirigió hacia la carpa y permaneció allí el resto de la noche. Desde el día anterior se había recluido en sí mismo, sin pronunciar más de dos o tres palabras. Las últimas noches Zada y yo habíamos compartido una carpa dejándole la otra a Talfan, mientras Aiden y Zul dormían a la intemperie para hacer guardia. Sin embargo, esta vez sería diferente. Sabía que Zada me atiborraría de preguntas si pasaba el resto de la noche a solas con ella y quería evitarlo a toda costa. Tomé mi bolsa de dormir y la coloqué bajo un gran árbol cerca del fuego. El cielo se encontraba despejado y se podían ver las estrellas con claridad, era una buena noche para dormir al aire libre.
Aiden sonrió al verme allí y se acercó a mí con su bolsa de dormir. No estaba segura de que fuera una buena idea, Zada podría pensar que mis palabras eran mentira y solo las había dicho para justificarme. Estuve a punto de detenerlo cuando sus ojos encontraron los míos y las palabras me abandonaron. Su mirada era mas cálida que el fuego y sus ojos color chocolate habían adquirido una tonalidad luminosa con el resplandor de las llamas. Era simplemente irresistible.
Se recostó a mi lado e intercambiamos miradas por un largo rato, el silencio era demasiado perfecto como para arruinarlo. No sabía qué pasaba por su mente, pero esperaba que encontrara en mí la perfección que yo veía en él.
Los elfos no me habían preparado para esto; era irónico, podía blandir una espada mejor que cualquier humano, podía conjurar hechizos, podía enfrentarme a un ser hecho de pura oscuridad como Seith, pero no podía resistirme ante la sensación que me envolvía cuando este humano se encontraba frente a mí.
Intenté aclarar mi mente, era una buena oportunidad para explicarle la situación, no soportaba la idea de estar causándole daño. No podía imaginar mi reacción si Aiden comenzara a evitarme, tampoco quería hacerlo; era un terreno peligroso, no me encontraba lista para admitir que mi vida se encontraba completamente ligada a la de él.
Busqué las palabras correctas para que Aiden comprendiera lo que en verdad quería decir pero antes de que comenzara hablar, tomó mi rostro delicadamente entre sus manos y me atrajo acercando sus labios a los míos.
Un beso. Un beso y ya no respondía de mí misma, no podía pensar con claridad ni recordar nada. Un beso y era suya.
Permanecimos así un largo rato y, una vez que su rostro se alejó del mío, me llevó unos minutos controlar aquella abrumadora sensación que apenas me dejaba pensar. Siempre había pensado que mi madre había sacrificado demasiado para poder estar con mi padre, pero tras ese beso pude comprender por qué lo había hecho.
—Espero que te encuentres tan turbada como yo… —dijo Aiden jadeando.
Sus palabras fueron un alivio: yo tenía el mismo efecto sobre él.
—Turbada no comienza a describir… —respondí.
Sonrió aliviado y me tomó la mano. Sus miedos eran los mismos que los míos, éramos mas parecidos de lo que jamás hubiese pensado.
—Esto es lo que siento por ti —dije antes de que otro beso me hiciera perder las palabras—. Lamento la forma en que me comporté los últimos días. Zul y Zada temen por la vida de Talfan y no quiero hacerlos sentir peor de como ya se sienten.
Le había prometido al mago que guardaría su secreto pero a él le preocupaba la reacción de Zada, no la de Aiden. Aun así, no podía evitar pensar que lo estaría traicionando si revelaba su secreto. Sabía que Zul estaba avergonzado de tener esos sentimientos por Sorcha. Lo correcto sería explicarle que estaba enamorado de otra persona sin revelar de quién.
—Entiendo —respondió Aiden—. Pero no quiero hablar de ello. La noche es perfecta y por una vez quiero disfrutar de tu compañía sin preocupaciones.
Asentí con la cabeza y me acerqué a él acomodándome en sus brazos.
Tenía razón, la noche era perfecta.
A la mañana siguiente, me desperté sonriendo. Los brazos de Aiden aún se encontraban alrededor de mí y me moví cuidadosamente para evitar despertarlo. Encontré al mago a solo unos metros revolviendo las cenizas del fuego para asegurarse de que se estuviera apagando. Al verme me dedicó una corta sonrisa y se alejó adentrándose en el bosque. Su comportamiento estaba comenzando a inquietarme, no podía mantenerse aislado de todos. Lo seguí y lo miré de forma expectante alentándolo a que hablara conmigo, pero no dijo una sola palabra. Su expresión me recordó a Tarf; cuando el zorrito rompía algo y se escondía para que no lo retaran, solía poner la misma expresión que el mago tenía ahora. Sonaba absurdo pero al pensarlo, me di cuenta de que sentía culpa.
—Entiendo que necesites estar solo, pero no puedes continuar sin comer nada ni hablar con nadie —dije.
El mago no me respondió.
—No fue tu culpa, Zul —agregué.
—Sí lo fue —espetó—. Debí darme cuenta de que Talfan no se encontraba en condiciones de enfrentarlos. Debí protegerlo.
—Luchabas por tu propia vida e incluso salvaste a Zada, no tuviste opción.
Me sentí mal por no haber asistido al viejo mago; la escena se revivió en mi mente, podía ver a Talfan volando por los aires y a Aiden luchando con Seith. No lamentaba mi decisión, sabía que de poder cambiar las cosas actuaría de la misma manera, ayudaría a Aiden en vez de a Talfan, pero aun me sentía mal por no haber hecho nada al respecto.
—Talfan está con vida y en algún momento va a despertar, eso es lo importante —dije—. Tal vez no recupere su magia, pero puede vivir sin ella.
—No es justo, él puso todas sus esperanzas en mí y lo defraudé… Perdió su magia a causa de eso —respondió Zul.
—Es su error, no el tuyo. Eres un buen mago, uno poderoso, pero no eres invencible. Pensar que podías derrotar a dos o tres warlocks tú solo fue poco realista de su parte —repliqué.
Estas palabras parecieron molestarlo, pero parecía más enfadado consigo mismo que conmigo. Talfan lo había presionado demasiado, ahora comprendía por qué Zul se esforzaba tanto por cambiar su apariencia cuando no se encontraba en Saiph, no quería que nadie esperara más cosas de él. Quería ser invisible y aparentar ser menos de lo que realmente era.
—Terminaste con uno de los warlocks y debes estar orgulloso de eso, pocos magos podrían lograrlo —dije—. Ahora regresa al campamento y come algo, a Talfan no le gustaría encontrarte en este estado deplorable cuando despierte.
La expresión del mago finalmente se suavizó y me siguió de regreso, su mirada se volvió más humana y menos distante.
—Te vi con Aiden —observó Zul.
—Lo siento. No quiero molestar a Zada, pero no pude evitarlo —respondí.
—No me refería a eso —replicó un poco más animado—. Debieron ser difíciles para ti todos esos años en Alyssian, me alegro de que seas feliz.
Sus palabras me tomaron por sorpresa.
—Gracias, Zul —respondí—. Tú también lo serás algún día.
—Sí, de seguro Sorcha me encontrará y me declarará su amor eterno —replicó con una mirada irónica.
No pude evitar reírme ante la forma en que lo dijo, le hice un gesto a modo de disculpa y comenzó a reír. Era la primera vez en días que escuchaba su risa. Parecía estar mejor, pero sus misteriosos ojos grises aún se veían algo turbios.
Al regresar a las carpas, encontramos que Zada ya estaba despierta y vino corriendo hacia su hermano a abrazarlo. Zul le sonrió y le devolvió el abrazo, al menos ya parecía más humano y no la estatua que había sido en los últimos días. Fui hacia Aiden, que me besó la frente de manera disimulada y comenzó a hacer todos los preparativos para continuar.
Una vez que los caballos estuvieron listos y Talfan bien sujeto a uno de ellos, continuamos nuestro camino hacia Saiph. Las horas se volvieron largas, al ir a paso lento el tiempo parecía no avanzar.
El sol había comenzado a esconderse, cuando creí distinguir una silueta a la distancia. Tras observar por unos segundos estuve segura de que se trataba de un hombre y se encontraba en mitad del camino. Observé a Aiden y a Zul, pero ninguno parecía haber notado su presencia. Zul estaba perdido en sus pensamientos y Aiden, a decir verdad, parecía aburrido. Toqué el hombro de Aiden que se hallaba delante de mí y me aclaré la garganta para llamar la atención del mago. Ambos se volvieron hacia mí y estiré mi brazo señalando al sujeto que se encontraba inmóvil unos metros delante del camino.
La actitud de ambos cambió drásticamente en cuanto sus ojos se posaron sobre la misteriosa figura. La mirada del mago se volvió peligrosa y tras una mirada rápida a Zada y a Talfan clavó sus ojos en el sujeto. Aiden llevó una mano hacia la espada y me indicó con la mirada que hiciera lo mismo.
Me concentré en la figura que ahora se hallaba a pocos metros de nosotros y que no tardaría en cortarnos el paso. No lo podía ver con claridad, llevaba una especie de túnica negra que lo cubría, a juzgar por su apariencia no parecía representar una amenaza. Aún no me encontraba lo suficientemente cerca como para saberlo con seguridad, pero no percibía magia en él.
El mago le indicó a su hermana que no avanzara más y que aguardara allí con Talfan. Zada se sorprendió con sus palabras, pero las obedeció sin dudar y tomó su arco y flecha. Avanzamos de manera cuidadosa aproximándonos al misterioso hombre que permanecía allí inmóvil. La forma en que se comportaba me inquietaba y tuve un mal presentimiento, su rostro se encontraba cubierto y la forma en que actuaba era extraña, tal vez acercarnos a él era una mala idea.
Daeron se detuvo de manera repentina; los caballos eran perceptivos y él lo era especialmente, de seguro había advertido algo peligroso. Fue allí cuando lo sentí, el tremendo y abrumador poder que rodeaba a aquel extraño sujeto. Era una sensación de lo más extraña y alarmante, hacía solo segundos era un simple humano, no percibía nada y ahora magia de lo más oscura y poderosa emanaba de él con una claridad apabullante.
—Deténgase —grité.
Zul frenó a su caballo en seco con una expresión de horror, lo había sentido. Aiden me miró alarmado sin comprender a qué se debía mi reacción.
No soportaba encontrarme tan próxima a él. La imagen de Sorcha, Seith, Sabik y Dalamar cuando nos enfrentamos a ellos había sido perturbadora, pero lo que sentía ahora era mucho peor.
¿Quién era aquel ser? ¿Qué era?
—Retrocedan —dijo Zul con un hilo de voz.
En el momento en que Aiden tiró de las riendas de Daeron, una llama se prendió a los pies del maléfico sujeto y se dirigió a nosotros con una velocidad alarmante. Antes de que pudiéramos hacer algo nos rodeó y se ramificó entre nosotros separando a Aiden y a mí de Zul.
—Sujétate con fuerza —gritó Aiden acariciando el cuello de Daeron para mantenerlo calmado.
Puse un brazo alrededor de su cintura y con el otro levanté mi espada. Daeron era noble y fuerte, poseía el corazón de un león, el fuego no lo asustaría.
El mago gritó un encantamiento pero las llamas se reavivaron en vez de detenerse, no podía verlo a través de ellas, mas podía oír su voz mientras repetía el conjuro. Sonaba desesperado.
—Debemos buscar una manera de escapar, no podremos derrotarlo —dije.
—Pase lo que pase mantente junto a mí —respondió Aiden.
Las llamas nos mantenían cautivos, pero no se cerraban sobre nosotros. No quería matarnos, quería otra cosa. Una flecha pasó a centímetros de nosotros y se consumió en el fuego antes de llegar a su blanco. Miré hacia atrás, Zada se encontraba fuera de los círculos de fuego, pero no había nada que pudiera hacer.
—Aléjate, Zada. Toma a Talfan y vete de aquí —grité.
Pero era demasiado tarde, las llamas se extendieron hacia ella y la dejaron en el centro de otro círculo junto con Talfan.
—Zada, Adhara, Aiden…
La voz del mago sonaba ahogada y podía oír el relinchar de su caballo asustado. Debía hacer algo, si no apagábamos el fuego estaríamos perdidos. Mi espada no me serviría de nada, solo quedaba la magia y tenía poco control sobre ella. Sonaba totalmente irracional pero, tal vez, mi fuego pudiera extinguir al suyo o protegernos de sus llamas. Intenté olvidarme de la desesperación que sentía y respiré con calma, me concentré y apoyé mi cabeza sobre la espalda de Aiden. No podía permitir que algo le ocurriera, debía protegerlo. Me concentré con más fuerza y visualicé una llama, hasta que esta se prendió delante de nosotros y chocó contra las otras. En el momento en que ambos fuegos se encontraron, las llamas perdieron su color anaranjado y se tornaron negras.
Los círculos de fuego se volvieron oscuros, era una imagen impactante y tenebrosa. El humo provocado por las llamas comenzó a cubrirnos; era espeso y denso, como si nos encontráramos en el medio de una nube.
«Puedes salvarlos, Adhara.»
Las palabras aparecieron en mi mente sin explicación alguna, la voz era clara y fría.
«Aléjate de ellos, adéntrate en el bosque y perdonaré sus vidas.»
Era Akashik. Debía serlo, Ailios había dicho que podía oírlo en su cabeza. Sentí miedo, no estaba acostumbrada a sentirlo, pero allí estaba aquella horrible sensación apoderándose de mí. No lo quería en mi mente, pero no podía ignorar sus palabras. Era a mí a quien quería y no tenía otra opción.
«Aléjate de ellos, adéntrate en el bosque y extinguiré el fuego.»
Quería callar sus palabras y, al mismo tiempo, eran la única esperanza que tenía de que Aiden y Zul vivieran. No sabía qué pasaría conmigo pero al sentir a Aiden en mis brazos lo hacía parecer menos importante, mientras él estuviera bien yo también lo estaría.
Debía actuar rápido, Aiden intentaría detenerme al darse cuenta de mi intención. Me obligué a calmarme y me entregué a mis instintos sin pensar.
—Te amo, Aiden.
Tras esas palabras le di un beso en la mejilla y me arrojé de Daeron de un salto para que no pudiera detenerme.
—¡Adhara! —gritó.
Intenté ir hacia el bosque, pero una pared de llamas oscuras aún se encontraba delante de mí.
«Ve hacia el bosque, cesaré el fuego y me iré.»
Su voz me incitaba, me persuadía. Una pequeña franja de fuego desapareció creando una apertura en el círculo para que pudiera salir. Mis pies se congelaron y me detuve frente a ella.
«Piensa en ellos, Adhara.»
No quería volver a escuchar su maldita voz, quería silenciar mi mente.
—¡ADHARA, NOOO…!
El grito de Aiden detuvo mi corazón. Debía hacerlo por él. Di un paso y atravesé el fuego, una vez fuera de él corrí hacia al bosque. Corrí sin estar segura de hacia dónde ir y cuando ya me encontraba a una distancia prudente me detuve y miré hacia atrás para asegurarme de que Akashik hubiera detenido el fuego. Las llamas todavía seguían allí pero, de un momento a otro, se extinguieron por completo. Respiré aliviada de que se encontraran a salvo. Levanté mi espada Glace y observé los alrededores. Era mi turno.
Escuché pisadas e intenté adivinar de dónde provenían, aguardé atenta, mi cuerpo comenzó a sentirse pesado y cansado, mantener la espada en el aire se volvió un esfuerzo. Magia, utilicé el hechizo que el mago me había enseñado para proteger mi mente. Ya era tarde para intentar liberar mi cuerpo pero, al menos, ya no oiría su maliciosa voz en mi cabeza.
Mi adversario se encontraba detrás de mí, podía sentirlo. Intenté darme vuelta pero, antes de lograr verlo, me cubrió con una gran capa negra y una fuerza invisible me arrojó al suelo.
Traté de moverme pero el cuerpo no me respondía, ya había experimentado aquel conjuro con anterioridad y sabía que no podía hacer nada para liberarme de él. En ese momento la desesperación me venció. La magia que me envolvía era familiar y al sentir un par de manos alrededor de mí levantándome y cargándome supe de inmediato que se trataba de él, Seith.
Intenté resistirme con más fuerza pero apenas conseguía moverme, era como si mi cuerpo se encontrara completamente exhausto y se negara a moverse. No era el mismo hechizo que había utilizado antes, pero era igual de desagradable.
Las voces de Aiden y de Zul resonaban a la distancia y ambos gritaron mi nombre una y otra vez hasta que ya no logré escucharlos.
¿Por qué me querrían solo a mí? Ailios ya no estaba con vida, no necesitaban alguien con sangre élfica.
Aclaré mi mente, Ailios me había confiado el pergamino que indicaba el camino hacia el Corazón del Dragón. El pergamino… no lo llevaba conmigo, se encontraba en mi bolsa de viaje en la montura de Daeron.
Seith se detuvo y me bajó, no sentía pasto debajo de mí sino madera. Aguardé sin comprender dónde me encontraba hasta que todo comenzó a moverse y escuché los cascos de un caballo. Debía tratarse de alguna especie de carreta.
Los nervios se volvieron difíciles de ignorar, no sabía hacia dónde me llevaba o qué pasaría conmigo.