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La verdad

que enuncias

no tiene pasado ni

futuro.

Es,

y con eso

basta.

YACÍA boca arriba bajo el Fleet, limpiando el aceite de la panza del fuselaje.

Curiosamente, el motor despedía menos aceite que antes. Shimoda transportó un pasajero y después se acercó y se sentó sobre la hierba mientras yo trabajaba.

—Richard, ¿qué esperanza te queda de conmover al mundo cuando a tu alrededor todos se ganan la vida trabajando y tú revoloteas irresponsablemente un día y otro en tu loco avión? —Me estaba poniendo nuevamente a prueba—. Es una pregunta que te harán más de una vez.

—Bueno, Donald. Artículo primero: no estoy aquí para conmover al mundo. Estoy aquí para vivir mi vida en condiciones que me hagan feliz.

—Muy bien. ¿Artículo segundo?

—Artículo segundo: Todos los demás son libres de hacer lo que más les plazca, para ganarse el sustento. Artículo tercero: Responsables significa capaces de responder, capaces de responder por las condiciones en que elegimos vivir. Por supuesto hay una sola persona ante la que debemos responder, y esa persona es…

—Uno mismo —completó Don, dirigiéndose a la multitud imaginaria de discípulos que nos rodeaba.

—Ni siquiera tenemos que responder ante nosotros mismos, si no se nos antoja… No tiene nada de malo ser irresponsable. Pero a la mayoría de nosotros nos parece más interesante saber por qué nos comportamos como lo hacemos, por qué nuestras opciones son las que son… ya optemos por contemplar un pájaro, o pisar una hormiga, o trabajar en algo que no nos gusta con el exclusivo fin de ganar dinero. —Tuve un pequeño sobresalto—. ¿Es una respuesta demasiado larga?

—Larguísima —asintió.

—Muy bien… ¿Qué esperanza te queda de conmover al mundo…? —Salí de debajo del avión y descanse un rato a la sombra de las alas—. ¿Qué te parece si digo que dejo al mundo que viva como quiera, y me dejo vivir a mí mismo como quiero?

Me dirigió una mirada satisfecha y orgullosa.

—¡Has hablado como un auténtico mesías! Una respuesta simple, directa, fácil de citar, y que no contesta el interrogante a menos que alguien medite lo necesario para analizarla cuidadosamente.

—Ponme nuevamente a prueba.

En esos trances me encantaba ver a mi propia mente en acción.

—Maestro —dijo— «deseo ser amado, soy bondadoso, hago a mi prójimo lo que querría que éste me haga a mí, y sin embargo no tengo amigos y estoy solo». ¿Cómo contestarás a esto?

—Lo ignoro —murmuré—. No tengo la más vaga idea sobre lo que debo aconsejarte.

—¿CÓMO?

—Un poco de humor, Don, para animar la velada. Una distracción inocente.

—Será mejor que elijas bien la forma de animar la velada, Richard. Los problemas no son chanzas y juegos para quien viene a consultarte, a menos que se trate de un individuo muy evolucionado, y éstos ya saben que son sus propios mesías. Como te han concedido las respuestas, comunícalas. Haz el chiste de decir «lo ignoro» y verás cuánta prisa se da la turba para incinerar a un hombre en la pira.

Me erguí altivamente.

—Buscador, vienes en demanda de respuesta, y yo te la doy: La Regla de Oro no sirve. ¿Te gustaría encontrar a un masoquista que haga a sus prójimos lo que quiere que éstos le hagan a él? ¿O a un devoto del Dios Cocodrilo, que anhela el honor de ser arrojado vivo al foso? Aún tratándose del Samaritano que inauguró el sistema… ¿qué le hizo pensar que el hombre que encontró caído a la vera del camino deseaba que le vertieran aceite en las llagas? ¿Y si aquel hombre aprovechaba esos momentos de paz para curarse espiritualmente, disfrutando del desafío que suponían? —Mis propias palabras me parecían convincentes—. Aunque la Regla se trueque en Haz a tu prójimo lo que éste quiera que le hagan, es imposible saber cómo alguien que no es uno mismo quiere que lo traten. Lo que la Regla significa es Haz a tu prójimo lo que sinceramente deseas hacerle, y así es en verdad como la aplicamos. Si sustentas esta regla y tropiezas con un masoquista, no estás obligado a azotarle con su látigo sólo porque esto es lo que él anhela que le hagas. Tampoco tienes el deber de arrojar al devoto al foso de los cocodrilos. —Le miré—. ¿Demasiado latoso?

—Como siempre. ¡Richard, si no aprendes a sintetizar, perderás el noventa por ciento de tu auditorio!

—Bien, ¿qué tiene de malo perder el noventa por ciento de mi auditorio? —le espeté—. ¿Qué tiene de malo perder a TODO mi auditorio? ¡Sé lo que sé y digo lo que digo! Y si eso está mal, paciencia. ¡Los paseos en avión cuestan tres dólares en efectivo!

—¿Sabes una cosa? —preguntó.

Shimoda se puso en pie y se sacudió la hierba de los tejanos.

—¿Qué? —exclamé en tono petulante.

—Acabas de diplomarte. ¿Qué sensación te produce ser un Maestro?

—Endemoniadamente frustrante.

Me miró con una sonrisa infinitesimal.

—Te acostumbrarás a eso —dijo.

He aquí

una prueba para verificar

si tu misión en la tierra

ha concluido:

Si estás vivo,

no ha concluido.