Nunca
te conceden un deseo
sin concederte también la facultad
de convertirlo en realidad.
Sin embargo,
es posible que te cueste
trabajo.
HABÍAMOS ATERRIZADO en una vasta dehesa próxima a un estanque de más de una hectárea, donde abrevaban los caballos. Lejos de todo núcleo habitado, más o menos en el límite entre Illinois e Indiana. No teníamos pasajeros y pensé que era nuestro día festivo.
—Escucha —dijo—. No, no escuches. Limítate a quedarte callado y mirar. Lo que vas a presenciar no es un milagro. Lee tu texto de física atómica… un niño puede caminar sobre el agua.
Dijo esto, y como si ni siquiera hubiera notado que el agua estaba allí, dio media vuelta y se alejó unos metros de la orilla, caminando por la superficie del estanque. La capa de agua parecía un espejismo estival sobre un lago de piedra. Don descansaba firmemente sobre la superficie, ni una ola, ni una onda, le salpicaba las botas.
—Ven aquí —dijo—. Hazlo.
Lo vi con mis propios ojos. Obviamente era posible, porque Don estaba allí, de modo que me acerqué para reunirme con él. Me sentí como si caminara sobre un diáfano linóleo azul, y reí.
—¿Qué haces conmigo, Donald?
—Me limito a enseñarte lo que todos aprenden, tarde o temprano —respondió— y ahora te das maña.
—Pero estoy…
—Escucha. El agua puede ser sólida… —Pisó con fuerza y hubo un ruido como el que hace el cuero al chocar con la piedra—. O no —repitió la acción y el agua nos salpicó a ambos—. ¿Has comprendido? Haz la prueba.
—¡Qué de prisa nos acostumbramos a los portentos! Hace menos de un minuto que pensé que marchar sobre el agua es posible, es natural, es… bien, ¿y qué? Pero si ahora el agua es sólida, ¿cómo podemos beberla?
—Del mismo modo que andamos sobre ella, Richard. No es sólida, y no es líquida. Tú y yo resolvemos qué es lo que será para nosotros. Si quieres que el agua sea líquida, piénsala líquida, compórtate como si fuera líquida, bébela. Si quieres que sea aire, compórtate como si fuera aire, respírala. Prueba.
Pensé que tal vez influía en todo aquello la presencia de un alma sublime. Quizá semejantes portentos pudieran realizarse en un radio de veinte metros a la redonda…
Me arrodillé sobre la superficie y hundí las manos en el estanque. Líquido. Después me eché e introduje la cara en su manto azul y respiré, confiado. Me produjo la sensación del oxígeno licuado, tibio. Sin ahogos ni jadeos.
Me senté y miré a Don, confiando en que él supiera lo que cruzaba por mi cabeza.
—Habla —dijo.
—¿Por qué debo hablar?
—Lo que quieres decir se expresa mejor con palabras. Habla.
—Si podemos andar sobre el agua, y respirarla y beberla, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con la tierra?
—Sí. Claro. Verás…
Marchó hasta la rivera con tanta facilidad como si anduviera sobre un lago pintado. Pero cuando sus pies tocaron el suelo, la arena y la hierba de la orilla, empezó a hundirse, y después de dar unos pasos quedó sumergido hasta los hombros en la tierra. Fue como si el estanque se hubiera convertido súbitamente en una isla y la tierra se hubiera trocado en mar.
Nadó un rato en la pradera, chapoteando en medio de oscuras gotas de arcilla, y luego floto hasta la superficie, se levantó y anduvo sobre ella. ¡Súbitamente resultó milagroso ver a un hombre andando sobre la tierra!
Me erguí sobre el estanque y aplaudí su hazaña. Él hizo una reverencia y aplaudió la mía.
Caminé hasta el borde del estanque, pensé que la tierra era líquida y la toqué con la punta del dedo del pie. Sobre la hierba se expandieron ondas circulares. ¿Qué profundidad tiene el suelo?, estuve a punto de preguntar en voz alta. Será tan profundo como yo imagine que sea. Medio metro, pensé, tendrá medio metro de profundidad y lo vadearé.
Avance confiadamente por la playa y me hundí hasta que la tierra se cerró sobre mi cabeza. La zambullida fue instantánea. Abajo reinaba una oscuridad alarmante y luché por salir a flote, conteniendo el aliento, braceando en busca de un poco de agua sólida del borde del estanque, para tomar apoyo allí.
Don se rió sentado en la hierba.
—¿Sabes que eres un alumno sensacional?
—¡No soy ningún alumno! ¡Sácame de aquí!
—Sácate solo.
Dejé de forcejear. Es sólida y puedo trepar fuera de ella. Es sólida… y trepé fuera, cubierto por terrones y costras de tierra negra.
—¡Hombre, cómo te has puesto!
Su camisa azul y sus tejanos no tenían ni una mancha ni una mota de polvo.
—¡Aaah! —Me sacudí la tierra del pelo, la saqué de mis oídos. Finalmente deposité la cartera sobre la hierba, me introduje en el agua líquida y me limpié a la manera tradicional, húmeda—. Sé que existe un mejor sistema que éste para lavarse.
—Sí, un sistema más rápido.
—No me lo expliques. Quédate ahí y ríete y deja que lo descubra por mis propios medios.
—De acuerdo.
Finalmente volví al Fleet, chorreando agua. Me mudé de ropa y colgué las prendas mojadas de los cables del avión, para que se secaran.
—Richard, recuerda siempre lo que has hecho hoy. Es fácil olvidar nuestros destellos de sabiduría, pensar que han sido sueños o viejos milagros, pasados. Nada bueno es un milagro, nada bello es un sueño.
—El mundo es un sueño, dices, y es bello, a veces. La puesta del sol. Las nubes. El cielo.
—No. La imagen es un sueño, la belleza es real. ¿Comprendes la diferencia?
Asentí con un movimiento de cabeza, a punto de entender. Más tarde, eché una mirada furtiva al manual.
·
El mundo
es tu cuaderno de ejercicios,
en cuyas páginas realizas
tus sumas.
No es la realidad,
aunque puedes expresar la realidad
en él si lo deseas.
También eres libre
de escribir tonterías o embustes,
o de arrancar las
páginas.