V

Me asfixiaría si ahora no cantase

el canto aquél. Me llegan con nitidez las notas

agazapadas en el pergamino. Las recupero.

Recupero sones, palabras olvidadas.

Me asfixiaría si no las cantase ahora.

Y alzo en mi mano el jarro de amargor

blanco y rubio, como si brindase a no sé qué.

Y canto con voz ronca —yo sé que desafino—

ante el racimo de supervivientes, de sordos.

Canto yo, el mudo, el ensimismado,

el repentinamente loco y ebrio,

el que ha roto el silencio

por vez primera. Y nadie me acompaña.

Me contemplan perplejos.

Muevo el jarro a manera de batuta

como hacen los borrachos. Quiero que canten,

que me acompañen, que naden, que nademos,

sólo por esta vez, por el agua de sombra

que un día atravesamos.

No recuerdan el son ni las palabras

anegadas en el olvido.

Sonríen compasivos, comprensivos,

y no comprenden nada. Me contemplo

detrás de una cortina de silencio.

Silencio.