BAILE A BORDO

Juan Sebastián (Bach, naturalmente)

y Mahalia (Jackson, claro) concelebran

su rito, río que se desplaza inmóvil

hacia la mar, que es el morir.

Juan Sebastián, con sus dedos de viento o tiempo

arranca sones húmedos al teclado del Hudson.

Y los tubos del órgano

—casas de cuarenta pisos, servidumbre de color—

los agrandan, amueblan el espacio,

suben interminables y paralelos

hasta el umbral de las estrellas

agazapadas en la bruma.

¡Quién habrá convocado a esta hora,

en este espacio navegante

al que ha llegado de Alemania

en su nave bien temperada,

al que aherrojó su sufrimiento

en las mazmorras de la matemática

y a la africana esclava

en cuya sangre se disuelve

el gemido de los azotados,

encadenados, des-selvados,

hacinados en las sentinas tórridas

de los barcos de asfixia, vómito, látigo,

sobre las olas repetidas y sobrecogedoras,

hasta aportar a los algodonales

del doloroso y hondo Sur!

Las barras del compás, la norma, el orden,

las herramientas de quien nunca sufrió

(¡como si alguien pudiese no haber sufrido nunca!)

o que disciplinó su sufrimiento,

lo domó, lo embridó

en las rejas del pentagrama,

y la vaharada de león y buitre,

de flores podridas y de insectos feroces,

la síncopa, el jadeo, la agonía del swing,

y los gritos no temperados,

el ritmo libre como el oleaje,

se han dado cita aquí, esta tarde,

en los ríos que ciñen la ciudad,

órgano, selva de metal y luz y escalofrío

y de deslumbramiento, y de nostalgia futura,

porque mañana ya será otro día.

Los pasajeros de la embarcación,

—veinte dolares, cena y baile incluidos—,

charlan, ríen, beben y cantan.

Algunos contemplamos el prodigio.

(Majestuosas, las gaviotas

acompañan a los viajeros.

Casi nadie lo advierte.)

Y de pronto, sobre el preludio

filtrado por los siglos que el viejo Bach desgrana,

vuelan los alaridos de una fiera,

pura naturaleza ajena al tiempo:

Canta Mahalia, subrayando, contradiciendo,

complementando con su sufrimiento

a Juan Sebastián Bach, el que nunca sufrió.

El friso de Nueva York majestuoso y geométrico

es ahora jungla. Se retuercen

los bloques impasibles, lo mismo que serpientes,

me rodean, me envuelven; nos envuelven.

Tomo en mis brazos a la desconocida.

Mañana habremos vuelto cada uno a su tierra.

Pero ahora giramos, arrebatados por la música,

lloramos sobre el hombro de Mahalia

y sobre la empolvada peluca de Juan Sebastián

una música irrepetible, porque antes no existía.

Alrededor, gira la ciudad, irrepetible,

giramos y giramos hasta morir,

porque por fin nos hemos descubierto.