IV

Misericordioso e implacable

el sol les reseca la piel repujada de algas.

Muy pronto albatros y gaviotas se ensañarán

con estas moles de agonía,

de grasa y carne putrefacta.

El sol es chupado por el horizonte,

se hunde poco a poco en él

despidiéndose con su rayo verde.

Luego es la noche, y otras noches.

El faro intermitentemente

pasa su lengua de luz piadosa sobre la arena.

El mar agita sus espejos negros.

Sobre la seda o terciopelo funeral

chisporrotean las estrellas fugaces,

las ascuas de la luna de azafrán.

El zumbido de las abejas marinas,

el crujido del oleaje que clava sus colmillos

en las rocas de azabache y cristal

resuena en los oídos agonizantes

de las viejas ballenas,

festín de la desolación, el silencio, el olvido, la sombra.