III

Yo sí lo sé. Yo he descifrado

el, para los demás, indescifrable código,

—¡oh mi piedra Rosetta de estrellas y de olas!—

Los ballenatos, los jóvenes, los útiles,

los que regresan a la mar

tras culminar estas expediciones

hablaban en sus asambleas nocturnas,

mientras dormían las ballenas madres,

de la necesidad imperiosa de liberarse de este lastre

de ancianas jubiladas,

de toneladas de disnea y sordera.

Con fuegos o aguas de artificio,

pirotecnia, acuatecnia,

comunicaron su resolución:

“Nosotros os conduciremos

a unas playas calientes,

a unos lugares a los que no llegan

tempestades, témpanos, balleneros;

allí disfrutaréis del merecido descanso

después de tantas aventuras,

tantos afanes, tantos riesgos.”

Las dejaron varadas en la arena.

“Hasta mañana”, les dijeron,

sabiendo que no volverían.

“Hasta mañana”.