EN SON DE DESPEDIDA

No vine sólo por decirte

(aunque también) que no volveré nunca,

y que nunca podré olvidarte.

Emprendo la tarea

(imposible, si es que algo hay imposible)

de racionalizar, interpretar, reconstruir y desandar

aquellas fábulas y hechizos

que gracias a ti fueron realidad.

Recupero los pasos iniciados a la orilla del río

y que desembocaban en “Kiss Bar” (aunque no estoy seguro

dónde estaba el principio y dónde el fin).

Estoy cansado, muy cansado.

Don Antonio Machado dijo hace más de medio siglo

“Soy viejo porque tengo más de sesenta años,

que es mucha edad para un español".

(Sin comentarios.)

He vivido días radiantes

gracias a ti. Entre mis dedos se escurrían

cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.

Fue un tercer grado carcelario:

regresas a la cárcel por la noche,

por el día —espejismo— te sientes libre, libre, libre.

Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos

arrebatarme tanta felicidad.

Yo no he venido —te lo dije—

para decirte adiós. Sé que no me echarás de menos,

y eso que yo soñaba ser todo para ti

como tú lo eres todo para mí.

¡ay vanidad de vanidades y todo vanidad!

No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas).

Bebo el último whisky en el “Kiss Bar”,

la última margarita en “Santa Fe”,

rodeo luego la ciudad y su muralla de agua

en la que ya no queda nada que fue mío.

Desisto de adentrarme en su recinto,

no tengo fuerzas para celebrar

la melancólica liturgia de la separación.

Sólo deseo ya dormir, dormir,

tal vez soñar…