V
…El silencio que surca el ataúd de caoba.
En el silencio Franz contempla, evoca ahora
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de viola, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave —¿o ataúd?— en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
—chasquido, pellizcado, pizzicatto sombrío—
entre dos nadas, entre dos nuncas.
VI
…Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre dos nadas.
Sentado sobre su banco de cemento
saca de su bolsillo unos trozos de pan,
los desmiga. Da de comer a las palomas.