Yo era piloto. Corría mucho, a gran velocidad. Tan rápido que apenas calaban en mí las gotas de las miserias de la vida. Y no porque no las tuviese cerca, sino porque solo quería correr, avanzar, lograr ese objetivo, cumplir mi sueño. Y entonces no ves, no miras, tu corazón apenas siente porque no le das tiempo tras las capas que has forjado en tu vida y que te hacen más fuerte, más ciego, más torpe e inerte.
Tener un accidente en el que pende tu vida puede ser algo terrible, pero, si logras salvarte para poder vivir dignamente, puede ser un regalo tan grande como devolverte a la niñez, quitarte años de encima y la armadura, redirigir la vista hacia el alma y volver a sentir como si acabaras de nacer. Y es así, porque acabas de nacer.
Y lloras más, sí, te vuelves agradecidamente débil, aunque a veces duele tanto que te gustaría volver a correr, pero no pienso dejar de lado a los que ahora gritan en silencio por mi ayuda. Porque no muchos les oyen, como yo antes; pero ahora, desde que yo fui uno de ellos, no puedo ni quiero quitar este dolor y solo deseo ser mejor, y doy gracias por poder sentirles. A enfermos y sanos.