Hola María:
Hace muchos años decidiste ser piloto de carreras a pesar de que todo mi deseo es que llevaras tu dedicación a cualquier otro deporte, a ser posible olímpico, y desde luego lejos del mundo del motor.
No había más razones para mi deseo que apartarte del riesgo, que es de por sí solo razón suficiente para descartarlo, sino además la dependencia de muchas variables ajenas a uno mismo para su práctica. Me refiero a aspectos como la complejidad mecánica, electrónica, ingenieros, la enorme importancia del patrocinio para llevar a cabo los programas, los circuitos, etc, etc.
Muchas veces sentía envidia de deportes como el atletismo, la natación, el tenis, etc… para cuya práctica todo lo necesario eran unas zapatillas, traje de baño o raqueta…
Cuando te hice este comentario, a propósito de la gran dependencia de terceros en el deporte del motor, te dije a continuación que estaba convencido de que triunfarías en cualquier deporte que eligieras porque el secreto eras tú y no el automovilismo.
Tu respuesta fue contundente: «Precisamente esa dificultad de alinear todos esos aspectos, aparte de la actividad deportiva en sí, es la que me atrae y significa un verdadero desafío para mí».
Ante tal claridad y contundente respuesta solo quedaba que fuese el propio deporte quien fuese haciendo su selección implacable. Si a esto añadimos la dificultad de medirte permanentemente con hombres, no solo en habilidad sino también en capacidad física, el reto hacía presagiar una misión imposible.
Abandonaste tus estudios de empresariales y empezaste la carrera de Ciencias del Deporte con el objetivo de que tu físico no fuera un handicap en el futuro, y centraste tu vida alrededor de un único objetivo, ser piloto de Fórmula 1.
La frase que refleja de manera más clara tu vida y tu reto está expresada en esa frase anónima que bien conoces: «Lo logró porque no sabía que era imposible».
Cada final de temporada era el preludio de una despedida de la actividad, independientemente de los resultados deportivos obtenidos y sobre todo por inanición económica.
El siguiente año suponía siempre un escalón insalvable pero, por alguna razón in extremis y en condiciones límites, eras capaz de salir adelante ante la perplejidad de todos los que te rodeábamos y, un año más, demostrabas que daban igual las barreras y obstáculos que se alzaban delante de ti.
Durante quince años has estado uno a uno en los cursos de nuestra Escuela de Pilotos y en los últimos cinco dirigiendo su organización y formación de los jóvenes que compartían tu sueño. Daniel Juncadella, Carlos Sainz Jr., por decir solo los más conocidos y recientes, entre muchos otros.
Las reducidas horas de entrenamiento en tus coches de competición por falta de presupuesto, las has tratado de suplir durante todos estos años con observación y reflexión de las técnicas de conducción desde los arcenes de las curvas al paso de tus alumnos. Me atrevería a decir que pocos pilotos de la actual Fórmula 1 habrán dedicado tantas horas a pie de pista buscando prestaciones y perfección.
En el ocaso de tu vida deportiva, dictada por aquella rampa sin sentido en zona imposible, déjame decirte que ha nacido una María renovada cuya estela iluminará aún con más fuerza tu pasión por este deporte, y sobre todo a muchas vidas truncadas que conseguirán nuevos logros, porque no sabían que eran imposibles.
Te quiero,
Emilio de Villota