Si tengo la oportunidad de compartir con vosotros parte de mi historia en este libro es por ser una mujer muy cabezota. Dejadme que me ría de esta broma macabra, ya que gracias a esta cabeza dura que tengo pude salvar mi vida, pero más todavía por la cantidad de veces que escuché durante mi niñez, y ya no tan pequeña, aquello de: «¡Mira que eres cabezota, hija mía!». Y menos mal que tenían toda la razón.
Quiero escribir este libro porque tengo un mensaje importante que daros. Y también porque, egoístamente, no quiero olvidar nunca los momentos que me ha dado este accidente. No es tremendo ni morboso: es como la vida; increíble, sorprendente, dura, bonita…Que te regala un momento tan al límite, tan aquí y allá, con una línea tan delgada que no sabes en qué lado estás. Sí, amigos, te regala volver a sentir su pulso como si te acabasen de parir. Te regala sentir cada latido como el primero y vivir más despierto, más alegre, con más sentido, más consciente.
Pero esta noche no me he levantado de la cama para contaros esto. Me he levantado de la cama porque, como muchas otras noches, siento un dolor en el pecho que no calman mis medicinas. A lo largo de este día, como de tantos otros, vivo, leo, siento desgracias que, sean o no de personas que conozco, me agitan de una forma brutal y me desvelan. Son historias de otros que antes de mi accidente también estaban ahí pero que yo solo veía de pasada, como si estuvieran encerradas tras un escaparate y a mí no me llegasen. Ahora siento sus tristezas casi como mías, y siento un dolor amargo, pero sano, cuando intento descansar y dejar mi mente en blanco.
Entonces es cuando intento concentrarme en el ritmo del pecho de Rodrigo, que coge el sueño dulcemente, para intentar calmar mi respiración y dormir. Pero hay días que es imposible, mi cabeza no quiere.
Y pensaréis: «¡Qué duro debe de ser!», y si no lo pensáis, os lo digo yo. Lo es, porque ahora estoy en la piel de todos los enfermos que comparten conmigo su sufrimiento, y además les siento y les respeto tanto que de ellos ya he hecho mi nuevo equipo: la Escudería de Enfermos Valientes. Es un Campeonato del Mundo que no cuenta con la competitividad de los que existen, pero que es genuino y asombroso y del que se aprenden las mejores lecciones de la vida.
Qué pena que las palabras no nos hagan justicia: enfermos, tuertos, tullidos… Yo diría: luchadores, fuertes, valientes…
Pero lo mejor de mi Equipo es que somos seres especiales porque tenemos la capacidad de parar el tiempo, de sentir cada latido como el primero, y de ver más con un solo ojo y sonreír aunque nuestro problema pueda ser mayor que el mayor de los problemas. Y lo mejor: sentir la empatía de toda la «planta», porque allí, sí, todos somos iguales: enfermos antes y de ahora en adelante, valientes y elegidos por el destino.
Y desde aquí nos conectamos con el resto de vosotros que estáis sanos pero que quizá tenéis vuestro propio accidente —desahucio, bancarrota, divorcio, tristeza insuperable— para deciros que somos más fuertes de lo que pensamos, que si nosotros podemos ganar la carrera a la vida y seguir en la pista, vosotros también podéis. Estamos juntos en este empeño.
Algunos dicen que estoy tan sensible porque mi accidente es aún muy reciente. Apenas ha pasado un año… Pero por eso precisamente escribo este libro ahora, porque no quiero que el tiempo borre cómo siento, veo y pienso en este momento. Porque no quiero que este dolor y esta alegría de vivir se pasen como pasa todo en la vida. No, este accidente no se puede pasar. No quiero que se decolore.
El mensaje tan importante que quiero contaros y que creo que no solo lo he vivido yo, sino también amigos que han pasado situaciones parecidas en sus vidas, es que hasta cuando te estás muriendo puedes decidir si sigues luchando o abandonas el barco. Yo no vi un túnel, ni una luz. Soy creyente, pero no vi a nadie que me dijera nada. Sin embargo, estaba peleando en aquella sala de quirófano hasta sentir una fatiga indescriptible. Y sí, decidí seguir luchando. No es fácil porque no sabes que estás batallando por vivir, ¡qué va!, mi cerebro me soñó en otra realidad. Pero ¿sabéis qué?, ese sueño era mi vida, quien yo soy, y tenía la certeza de que la gente que quiero estaba conmigo. Siento mucho respeto al decir esto, no estoy diciendo que alguien que se fue pudo quedarse, no; solo digo que yo podría haberme ido, que siento que podría haber abandonado, pero mi esencia, mi alma, decidió seguir combatiendo.
Así que no solo vivir es decidir. Yo diría, desde mi vivencia, que morir hasta cierto punto también es decidir.
Este libro es para mí un grito a la vida, porque, como os he dicho, siento que tengo la cabeza de un adulto con la sensibilidad de un niño. Ahora no me gusta ver la violencia en las películas, me impacta más que antes, valoro mucho más una mirada que un diamante, rezo cada noche por los que han sufrido como yo y no se sienten fuertes, y siento que la vida es un ratito, un regalo, que no hay que tomársela muy en serio porque ni siquiera nuestra vida es nuestra. Somos tan pequeños…
Así que, con toda esta mezcla en mi motor, voy a hacer explotar mi historia, y espero que mi gasolina os sirva de combustible también a vosotros. Deseo que, sin pasar por un accidente como el mío, podáis sentir la alegría de estar vivos y disfrutar del regalo de la vida.