Capítulo 3

Si a Claire Easterbrook le sorprendió, a su llegada al laboratorio poco antes de las nueve de la mañana, que el inspector Blakelock le pidiera que fuese a ver inmediatamente al comandante Dalgliesh, se guardó de demostrarlo. Aunque antes que nada fue a ponerse su bata blanca, por lo demás acudió al llamamiento sin otro retraso que el estrictamente necesario para poner de relieve su independencia. Cuando entró en el despacho del director, vio a los dos detectives —el de cabellos oscuros y el pelirrojo— conversando sosegadamente junto a la ventana, casi, pensó ella, como si el suyo fuese un asunto ordinario, como si en su presencia allí no hubiera nada fuera de lo común. Sobre el escritorio del doctor Howarth había una carpeta distinta a las suyas, así como un plano del laboratorio y un mapa cartográfico del pueblo desplegado sobre la mesa de conferencias, pero aparte de eso la habitación parecía la misma de siempre. Dalgliesh se acercó al escritorio y comenzó:

—Buenos días, señorita Easterbrook. ¿Se ha enterado de lo que ocurrió anoche?

—No. ¿Debería saberlo? Después de cenar fui al teatro, de manera que estuve ilocalizable, y hoy solamente he hablado con el inspector Blakelock, que no me ha dicho nada.

—Stella Mawson, la amiga de la señorita Foley, fue hallada ahorcada en la capilla.

Ella frunció el ceño, como si la noticia le resultara personalmente ofensiva, y, mostrando apenas un interés educado, contestó:

—Comprendo. Creo que no nos habíamos visto nunca. Oh, sí, ya me acuerdo. Estuvo en el concierto que celebramos en la capilla. Cabellos grises, unos ojos muy notables. ¿Cómo ha sido? ¿Se ha matado?

—Ésa es una de las dos posibilidades. Parece sumamente improbable que haya sido un accidente.

—¿Quién la encontró?

—La señorita Pridmore.

Con sorprendente delicadeza, exclamó:

—¡Pobre niña!

Dalgliesh abrió la carpeta, extrajo dos sobres transparentes para guardar pruebas y dijo:

—Me gustaría que examinara urgentemente estos cuatro cabellos. No hay tiempo para enviarlos al Laboratorio Metropolitano. A ser posible, quiero saber si los oscuros proceden de la misma cabeza.

—Resulta más fácil determinar lo contrario. Puedo examinarlos al microscopio, pero dudo mucho que pueda ayudarle. La identificación de cabellos no es nunca fácil, y no creo que pueda hacer gran cosa con sólo tres muestras. Aparte del examen microscópico, normalmente utilizaríamos espectrometría de masas para tratar de detectar diferencias en los elementos vestigiales, pero eso no puede hacerse con sólo tres pelos. Si me lo pidieran a mí, tendría que responder que no puedo dar una opinión.

Dalgliesh insistió:

—Aun así, le quedaría agradecido si quisiera echarles un vistazo. Tengo un presentimiento, y me gustaría saber si vale la pena que lo siga.

Massingham intervino:

—Me gustaría estar presente, si no le molesta.

Ella lo miró fijamente.

—¿Habría alguna diferencia si le dijera que sí?

Al cabo de diez minutos, alzó la cabeza del microscopio de comparación y dijo:

—Si hablamos de presentimientos, el mío, por lo que pueda valer, es que proceden de distintas cabezas. La cutícula, la corteza y la médula son significativamente distintas. Pero creo que ambos corresponden a varones. Véalo usted mismo.

Massingham inclinó la cabeza hacia el ocular y vio lo que parecían dos pedazos de tronco, con su característico relieve. Junto a ellos había otros dos troncos con la corteza hecha trizas. Pero pudo ver que eran troncos distintos, y que correspondían a distintos árboles.

—Muchas gracias. Se lo comunicaré al señor Dalgliesh.