A cosa de un kilómetro de allí, a través del campo y los terrenos del Laboratorio Hoggatt, Massingham metió el Rover por el camino de acceso del laboratorio y retrocedió en marcha atrás entre los arbustos.
Luego apagó las luces del coche.
La farola situada frente a la entrada arrojaba un suave resplandor sobre el camino, y la puerta del laboratorio era visible a la luz de la luna.
El inspector observó:
—Había olvidado, señor, que esta noche hay luna llena. El asesino habría tenido que esperar a que se ocultara tras una nube. Aun así, habría podido salir del edificio y recorrer todo el camino de acceso sin ser visto si elegía un buen momento. Después de todo, Doyle tenía sus pensamientos, y no sólo sus pensamientos, en otras cosas.
Dalgliesh contestó suavemente:
—Pero eso el asesino no podía saberlo. Si vio llegar el coche, dudo mucho que se arriesgara. Bien, por lo menos podemos averiguar si es posible aunque no contemos con la colaboración de la señora Meakin. Esto me recuerda un juego de mi infancia, las Pisadas de la Abuela. ¿Quiere probar usted primero, o lo intento yo?
Pero el experimento estaba destinado a no realizarse. En aquel mismo instante oyeron, de forma débil pero inconfundible, los tres claros repiques de la campana de la capilla.