16

El viento que precedía al amanecer recorría de arriba abajo la montaña de Peñasco Frío, batiendo los pinos.

En alguna parte de la ladera, al borde de un claro, una casa de piedra gris, igual que rechoncha roca musgosa, con una serpiente de humo agitándose sobre su retorcida chimenea. En el interior, quizá, alguien meciéndose en una silla de madera de abedul entre las columnas que eran huesudos personajes, y un fuego rojo como una zorra roja como fuego en su parte oriental.

El viento se enrollaba y serpenteaba alrededor de la redondeada puerta, batiendo allí como alas, pidiendo que lo dejaran entrar.

La zorra aguzó las orejas, y ladró.

Alguien miró a la zorra, una dama de piedra gris.

—Sólo el viento, orejas preocupadas.

Pero la zorra ladró de nuevo, y alguien prestó también atención.

—¡Barbayat! —gritó el viento, en voz fina, dolorida y angustiada—. ¡Barbayat, Barbayat, déjame entrar!

Barbayat, la dama gris, se levantó y se acercó a la redondeada puerta.

—¿Quién anda ahí? —preguntó, ojos como pedernales, lo bastante afilados para arañar.

—Tú me conoces, Barbayat. Una vez me buscaste. Una vez fuiste mi madre, Barbayat, bebiste mi vida. Tus paredes son demasiado fuertes, no puedo atravesarlas. Déjame entrar, o el viento me empujará fuera de este mundo.

—Un momento —dijo la bruja.

Barbayat cogió un trozo de arcilla blanca y dibujó en el suelo una figura, tan antigua y tan válida como la misma tierra. Luego abrió la puerta.

Un vapor entró remolineando, color claro de luna, y la figura de arcilla lo agarró y lo sostuvo, y la bruja cerró la puerta.

—Ahora estarás a salvo un rato —dijo ella—, mientras la magia del suelo te contiene. Esa magia te prestará una voz, mejor que pedir prestada la voz del viento. Bien, dime quién eres.

El remolineo en la arcilla cesó. Una fina columna se irguió. Allí estaba Shaina, como un espíritu, y la bruja la reconoció.

—Falta algo —dijo Barbayat.

—La cadena que me ataba se ha roto —dijo el alma de Shaina con una voz parecida al seco susurro de las hojas—. ¿Debo explicarte el motivo, dama bruja? Fui a la ciudad, y la magia del mago me atrapó igual que atrapa toda esa ciudad, Arkev. Sólo vi una cara; olvidé mi vida y lo que yo era. Entonces el mago me descubrió. Me persiguió por cielo y tierra, no mencionaré el terror de esa persecución, y luego me dejó marchar. En la aldea no podían despertar mi cuerpo, y había un sacerdote. Él examinó mi muñeca y descubrió las marcas de tus dientes, Barbayat, Dama Gris, en mi vena. Me pusieron en un trineo de maderos, me llevaron colina arriba. Bajo la luz roja de las antorchas el sacerdote blandió la brillante espada y separó mi cabeza de mi cuerpo. Me echaron a la tierra en dos trozos, entre las flores, y me enterraron. En cuanto se fueron, me arrodillé sobre la tumba, me lamenté ante mi propia fosa. Estoy muerta. Muerta, Barbayat, muerta. Muerta.

—Shaina —dijo la bruja—, te advertí de todo. Cuidado con Volkhavaar, vuelve a tiempo, no permitas que nadie vea la herida que yo te causé…

—¿Es el polvo de un pozo seco lo que ofreces, pues, cuando te pido agua? ¿Son las mohosas cortezas del pan del mes pasado lo que pones ante mí cuando te imploro comida?

—Alma —dijo Barbayat—, eres muy fuerte. Te aferras a la vida cuando otro espíritu ya habría sido arrastrado a un lugar distinto hace tiempo. ¿Qué supones que la Dama Gris puede hacer por ti?

—Tú me llamaste hija —dijo Shaina—, y yo te llamé madre. Sálvame, madre mía. Mantenme en el mundo.

—¿Es vida, o todavía amor lo que ansias?

—Ambas cosas, ambas cosas. En Arkev vi a Dasyel, lo llamé. Su espíritu no respondió al mío, como tú me dijiste que haría.

—Quizá te engañé un poco —dijo la bruja—. Te desengañaré ahora. Incluso con los encantamientos de un mago, un cuerpo no puede vivir a menos que también exista su alma. En algún lugar. Pero Dasyel no proyecta sombra, y esto me pareció aciago, porque si una persona carece de sombra ello se debe, generalmente, a que algo le ha quitado el alma… a cambio de algo, o por otras razones. En primer lugar, yo no estaba segura… Así pretende excusarse la Vieja Dama de Peñasco Frío por haber excitado tu sueño. Pero miré en el cristal, y aprendí. El alma de Dasyel, y también de otras personas, está encarcelada para siempre en la panza del dios negro de Volkhavaar, cuyo nombre, como advertirás, ni siquiera yo pronuncio. Monstruos sin alma serán estos cautivos hasta el día en que el mago se harte de sus juguetes. Entonces destruirá su carne, y no quedará nada de ellos. Tú, pobre doncella, dispones al menos de tu parte más preciosa. Estás cambiada, pero no acabada. El alma de Dasyel está eternamente hechizada: encadenada, ciega, muda, sorda, sin conciencia ni receptividad, incapaz de movimiento o afecto. Ni tú, valiente y obstinada como eres, puedes salvarle de eso. Pensé, cuando comprendí el destino de tu joven, que sólo harías un intento, y que así estarías a salvo. Pensé que irías a verle y, al no obtener respuesta, te desesperarías y lamentarías, y superarías desesperación y lamento, porque eres orgullosa. Luego habrías venido a verme en busca del solaz de los hechizos, porque había una hechicera en ti, eso vi yo, que aguardaba ser instruida. ¿Y qué si así era? Libertad, si así era, y poder, y quizá alegría y amantes, además. Pero el tuyo es un corazón cuya estrella sólo sale una vez, sólo un amor, y un amor duradero, eso es evidente. Deja que los vientos del Otro Mundo te lleven. Será mejor dentro de unos días. El lugar que te aguarda es dulce, allí no hay dolor, no hay lucha, no hay angustia. Demorarse es infructuoso. Nunca te unirás con él. El alma de Dasyel está muerta.

Los inmateriales brazos de Shaina se extendieron ante su cuerpo, con las palmas abiertas, todos los dedos rígidos.

—No —dijo la desapasionada y quebrada no-voz que era todo cuanto la magia de la bruja podía prestarle—. Deseo dolor, abrazo el dolor, y lucha y angustia. Fíjate, abro mis brazos a eso. No me tenderé ante la muerte, no desnudaré mi cuello ante ella. Yo también tengo dientes, yo también tengo uñas. No me iré de esta tierra dejando a Dasyel abandonado en ella, en las entrañas de un diablo. Hay un remedio para todas las cosas. Lo encontraré. Si yo hubiera vivido, quizá él hubiera preferido a otra, quizá me hubiera mirado ceñudo y habría dado media vuelta. ¿Qué importa eso? Yo era la que amaba, no él. No lo abandonaré en las entrañas de un diablo. Ahora, háblame. Barbayat es inteligente. Seguramente conocerá algún medio para mantenerme en esta maldición que es el mundo. No iré a ninguna otra tierra.

—Así eres tú —dijo Barbayat—. Recuerdo haberte dicho esto, una vez. Porque la puerta está atrancada, tú quieres echarla abajo.

Y la bruja sonrió, y algo cayó de su cuerpo igual que una prenda gris, y había esmeraldas en sus miradas.

—Hay un hechizo. No es un hechizo fácil y no habrá después existencia fácil, pero te mantendrá aquí. Aunque quizá tu deseo de permanecer aquí no sea tan fuerte pese a todo, porque este hechizo precisa una voluntad de diamante, dura y brillante.

—Dilo —dijo Shaina—. Ya veremos.

La bruja habló y Shaina escuchó, y el fuego se acurrucó en el hogar.

—Bien —dijo Barbayat—. Hay un lobo y están sus fauces. Mete dentro tu mano.