La mejor parte del valor

Para cuando Calder detuvo su caballo a unos cincuenta pasos del Puente Viejo, la lucha ya había acabado. Tampoco es que fuera a derramar muchas lágrimas por habérsela perdido. Por eso, precisamente, se había demorado.

El sol se estaba hundiendo en el oeste y las sombras se extendían en dirección hacia los Héroes, mientras los insectos flotaban perezosamente sobre las cosechas. Calder casi podría haberse convencido a sí mismo de que acababa de salir a dar un paseo a caballo como en los viejos tiempos, cuando aún era el hijo del Rey de los hombres del Norte y amo y señor de todo cuanto veía a su alrededor, si no fuera por la presencia de algunos cadáveres de soldados y caballos que había desperdigados por el camino, donde yacía un soldado de la Unión despatarrado boca abajo con una lanza que sobresalía directamente de su espalda, bajo el cual el polvo del camino había adquirido un color oscuro.

Daba la impresión de que el Puente Viejo —una antigua construcción de piedra cubierta de musgo con dos vanos que parecía que iba a derrumbarse bajo su propio peso de un momento a otro— había sido defendido muy poco, de que cuando los hombres de la Unión vieron a sus compañeros huir de los Héroes, se retiraron a la otra ribera con la máxima celeridad posible. Calder no se lo podía echar en cara.

Pálido como la Nieve había dado con una gran roca en la que sentarse, había dejado su lanza clavada con la punta hacia abajo en el suelo junto a él, mientras su caballo gris mordisqueaba la hierba y la piel gris con la que se había cubierto los hombros se mecía bajo la brisa. Daba igual qué tiempo hiciera, nunca parecía tener suficiente calor. A Calder le llevó un rato encajar la punta de su espada en la abertura de la vaina, lo cual no solía ser un problema para él, pero al final logró envainarla y se sentó junto a aquel viejo guerrero.

—Te ha costado llegar hasta aquí —dijo Pálido como la Nieve, sin ni siquiera alzar la vista.

—Creo que mi caballo no está bien.

—Sí, algo no va bien. Tu hermano tenía razón en una cosa, ¿sabes? —señaló con la cabeza a Scale, quien deambulaba por el campo abierto situado en el extremo norte del puente, a la vez que gritaba y agitaba su maza de aquí para allá—. Los hombres del Norte jamás seguirán a un cobarde.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Oh, nada —los ojos grises de Pálido como la Nieve no mostraron ningún indicio de que estuviera bromeando—. Eres el héroe de todo el mundo.

Ojo Blanco Hansul intentaba razonar con Scale, con las manos alzadas para pedirle que se calmara. Con un rápido movimiento de su brazo, un malhumorado Scale lo apartó de un empujón, que le hizo caer de espaldas al suelo, y se puso a gritar de nuevo. Al parecer, desde su punto de vista, aún no habían luchado bastante y estaba decidido a cruzar el río para buscar más pelea. Daba la sensación de que nadie más pensaba que eso fuera una buena idea.

Pálido como la Nieve profirió una especie de suspiro resignado, ya que le había visto reaccionar así demasiado a menudo.

—Por los muertos, en cuanto las llamas del ansia de la batalla prenden en tu hermano, cuesta muchísimo apagarlas. Quizá tú podrías intentar razonar con él, ¿no?

Calder se encogió de hombros.

—Bueno, me he enfrentado a cosas peores. Toma, te devuelvo tu escudo —se lo lanzó al estómago a Pálido como la Nieve, quien casi se cayó de la piedra en que estaba sentado al intentar cogerlo—. ¡Eh, palurdo! —Calder se volvió hacia Scale con arrogancia y los brazos en jarra—. ¡Sí, tú, Scale, so palurdo! Eres tan valiente como un toro y tan fuerte como un toro, pero tan corto de mollera como un toro.

Al pálido Scale parecía que se le iban a salir los ojos de sus cuencas, mientras observaba a su hermano. Al resto les sucedió lo mismo, pero a Calder eso no le importaba. Tener público era lo que más le gustaba en el mundo.

—¡El bueno y estúpido de Scale! Un gran luchador, pero, ya sabes… no tiene más que un montón de mierda por sesera —Calder se dio un golpecito en la cabeza mientras decía estas palabras, después extendió un brazo lentamente para apuntar en dirección a los Héroes—. Eso es lo que ellos dicen de ti —la expresión de Scale perdió una pequeña parte de su ferocidad y pareció un poco más pensativo, pero sólo un poco—. Eso es lo que piensan ahí arriba, en esas fiestecillas que celebra Dow donde se matan a pajas. Tenways, Dorado, Cabeza de Hierro y el resto… todos ellos piensan que eres un maldito idiota —Calder no estaba del todo en desacuerdo con esa afirmación, la verdad. Entonces, se inclinó sobre Scale, cuando sólo estaba ya a una distancia en la que podría haberle propinado un puñetazo, de lo cual era perfecta y dolorosamente consciente—. ¿Por qué no cruzas ese puente a caballo y les demuestras que tienen razón?

—¡Que les den! —exclamó Scale—. Podríamos cruzar ese puente y adentrarnos en Adwein. ¡Y atravesar a caballo el camino de Uffrith! Así podríamos segar la hierba bajo los pies de esos cabrones de la Unión. ¡Atacándoles por la espalda!

Mientras decía esto, golpeaba el aire con su escudo, intentando avivar las llamas de su ira de nuevo, pero en el mismo momento en que había empezado a hablar en vez de actuar, ya había perdido, Calder le había ganado. Como Calder era consciente de ello, tuvo que disimular su desdén. Aunque eso no le supuso un gran esfuerzo. Ya que llevaba disimulando el desprecio que sentía por su hermano desde hacía años.

—¿Atravesar a caballo el camino de Uffrith? Es probable que la mitad del ejército de la Unión aparezca por ese camino antes de la puesta de sol —Calder posó la mirada sobre los jinetes de Scale, no eran más de doscientos y casi todos sus caballos estaban agotados; mientras tanto, los soldados a pie todavía seguían corriendo a través de los campos, allá a lo lejos, o se habían detenido ante el largo muro que casi llegaba hasta el Dedo de Skarling—. No pretendo ofender a los valerosos y orgullosos Grandes Guerreros de nuestro padre aquí presentes, pero ¿de verdad piensas derrotar a incontables millares de enemigos con esta gente?

Scale posó la mirada sobre ellos, se le tensaron los músculos de la cara en un lado mientras apretaba los dientes con fuerza. Ojo Blanco Hansul, quien se había puesto en pie y se estaba sacudiendo el polvo de su abollada armadura, se encogió de hombros. Scale lanzó su maza al suelo y exclamó:

—¡Mierda!

Pese a que comportaba un gran riesgo, Calder se atrevió a apoyar una mano sobre el hombro de su hermano con el fin de calmarlo.

—Nos han ordenado que tomemos el puente. Y lo hemos tomado. Si la Unión quiere recuperarlo, pueden cruzarlo y luchar contra nosotros. Pero en nuestro terreno. Sí, los estaremos esperando. Una vez estemos listos y descansados. Una vez hayamos abierto unas trincheras y tengamos provisiones. Sinceramente, hermano, si Dow el Negro no nos mata a ambos por pura maldad, es bastante probable que tú lo consigas con tu imprudencia.

Scale respiró hondo y expulsó el aire. No parecía muy contento. Pero tampoco daba la sensación de que estuviera a punto de arrancarle la cabeza a alguien.

—¡Vale, maldita sea! —exclamó, a la vez que miraba el río con gesto de contrariedad, luego volvió a mirar a Calder y se quitó la mano de su hermano de encima—. Te juro que a veces hablar contigo es como hablar con nuestro padre.

—Gracias —dijo Calder, aunque no estaba seguro de si lo había dicho como un halago o no; no obstante, se lo tomó como tal. Al menos, uno de los hijos de su padre tenía que mantener la compostura.