Lo correcto

—¿Es cierto? —preguntó Drofd.

—¿Eh?

—¿Que si es cierto? —insistió el muchacho, señalando con la cabeza hacia el Dedo de Skarling, que se alzaba orgulloso sobre su pequeña y redonda colina, proyectando una diminuta sombra, pues era cerca del mediodía—. ¿De verdad ese tal Skarling el Desencapuchado está enterrado ahí?

—Lo dudo —contestó Craw—. ¿Por qué debería estarlo?

—Ah, ¿no lo llaman por eso el Dedo de Skarling?

—¿Cómo lo iban a llamar si no? —inquirió Wonderful—. ¿La Polla de Skarling?

Brack alzó sus gruesas cejas.

—Ahora que lo mencionas, sí parece un poco una…

Drofd le interrumpió.

—No, me refiero a por qué recibe ese nombre si no está enterrado ahí.

Wonderful lo miró como si fuera el mayor idiota del Norte. Y si no lo era, debía de hallarse entre los primeros puestos.

—Hay un arroyo cerca de la granja de mi marido… de mi granja… al que llaman el Arroyo de Skarling. En todo el Norte hay probablemente otros cincuenta sitios así. Lo más probable es que alguna leyenda cuente que bebió en esas aguas claras antes de dar algún discurso, hacer una carga o realizar un acto noble de ésos de los que tanto hablan las canciones. Me atrevo a decir que lo único que hizo en la mayoría de ellos fue orinar y eso siempre que sea cierto que alguna vez estuvo a menos de un día a caballo de esos lugares. En eso consiste ser un héroe. Todo el mundo quiere un pedazo de ti —con un leve gesto de la cabeza señaló a Whirrun, quien se encontraba arrodillado ante el Padre de las Espadas con las manos juntas y los ojos cerrados—. Dentro de cincuenta años, es más que probable que haya una decena de Arroyos de Whirrun esparcidos por un montón de granjas en las que nunca estuvo. Entonces, los palurdos los señalarán, con ingenuidad, y preguntarán: «¿Es cierto que Whirrun de Bligh está enterrado en ese arroyo?».

A continuación, Wonderful se alejó, sacudiendo su pelada cabeza.

Drofd se hundió de hombros.

—Sólo he hecho una puñetera pregunta, ¿no? Creía que por eso los llamaban los Héroes, porque hay unos héroes enterrados bajo ellos.

—¿Qué más da quién esté enterrado en tal o cual sitio? —masculló Craw, pensando en todos los hombres que había visto enterrar—. En cuanto un hombre está bajo tierra, ya es sólo barro. Barro e historias. Y las historias y los hombres de las que éstas surgen no suelen tener mucho en común.

Brack asintió.

—Y cada vez que se cuenta la historia, menos aún.

—¿Eh?

—Pongamos como ejemplo a Bethod —dijo Craw—. Habrás oído contar muchas historias sobre que fue el hijoputa más malvado que jamás ha pisado el Norte.

—¿No lo fue?

—Eso depende de a quién se lo preguntes. Sus adversarios no le tenían mucha estima y los muertos bien saben que hizo muchos enemigos y muy cabrones. Pero piensa en todo lo que logró. Consiguió mucho más de lo que Skarling el Desencapuchado logró jamás. Logró unir al Norte. Construyó los caminos sobre los que ahora marchamos, levantó la mitad de las ciudades. Puso fin a las guerras entre clanes.

—Sí, gracias a que declaró la guerra a los sureños.

—Bueno, sí, eso es cierto. Toda moneda siempre tiene dos caras y eso es precisamente lo que quiero decir. A la gente le gustan las historias sencillas —entonces, Craw se quedó mirando con el ceño fruncido las marcas rosáceas que tenía alrededor de las uñas—. Pero la gente no es tan sencilla.

Brack le dio una palmada a Drofd en la espalda que casi lo hizo caer.

—Aunque tú eres la excepción, ¿eh, chaval?

—¡Craw! —gritó Wonderful, con un tono de voz que obligó a todos a girarse.

Craw se puso de pie de un salto, o intentó hacer algo similar a un salto, pues era todo cuanto podía hacer ya en esa época, y se acercó corriendo hacia ella, esbozando un gesto de dolor mientras la rodilla le crujía como unas ramas al astillarse, y unas punzadas de dolor le ascendían hasta la espalda.

—¿Qué quieres que vea?

Contempló con los ojos entornados el Puente Viejo, los campos, los pastos y setos, así como el río y los cerros situados más allá, mientras intentaba protegerse los ojos llorosos del viento para intentar ver con claridad el borroso valle.

—Ahí abajo, en el vado.

Entonces, los vio y sintió que las entrañas se le encogían. Para él, desde allí arriba, no eran más que unos puntitos, pero eran hombres, sin duda alguna. Vadeaban por los bajíos y se abrían paso entre los guijarros, con el fin de ascender por la ribera. Por la ribera norte. Por la ribera de Craw.

—Mierda —dijo.

No eran tantos como para ser hombres de la Unión, pero como venían del sur, eso sólo podía significar que eran los muchachos del Sabueso. Lo cual implicaba que probablemente…

—Hardbread ha vuelto —susurró Escalofríos, que era la última persona que Craw habría querido tener a la espalda—. Y se ha buscado algunos amigos.

—¡A las armas! —gritó Wonderful.

—¿Eh? —preguntó Agrick, quien se encontraba de pie con una olla en las manos mientras la miraba fijamente.

—¡A las armas, idiota!

—¡Mierda!

Agrick y su hermano echaron a correr de un lado a otro, gritándose mutuamente; después, cogieron sus petates, los arrastraron y los abrieron para arrojar todo su equipo sobre la pisoteada hierba.

—¿Cuántos has contado? —inquirió Craw, quien dio una palmadita a su bolsillo para comprobar si su catalejo estaba ahí, pero no lo tenía—. ¿Dónde cojones…?

Brack se lo colocó a presión en la cara.

—Veintidós —gruñó.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo.

Wonderful se frotó la larga cicatriz que le recorría el cuero cabelludo.

—Veintidós. Veintidós. Veintidós.

Cuanto más lo repetía, peor sonaba. Era un número particularmente jodido. Eran demasiados como para poder derrotarlos fácilmente sin correr grandes riesgos, pero suficientes como para poder vencerlos si contaban con el terreno a su favor y una buena tirada de runas. Eran demasiado pocos como para huir de ellos, sin tener que explicarle luego a Dow el Negro por qué habían huido. Además, luchar siendo inferiores en número podía ser menos arriesgado que tener que darle alguna explicación a Dow el Negro.

—Mierda —dijo Craw, quien miró hacia Escalofríos y se encontró con que éste le devolvía la mirada con su ojo bueno.

Sabía que Escalofríos estaba haciendo la misma suma y que había llegado a la misma conclusión, pero, en su caso, a él no le importaba cuánta sangre se derramaba, ni cuántos hombres de la docena de Craw volvían al barro por defender esa colina. A Craw eso sí le importaba. Quizá demasiado, últimamente. Hardbread y sus muchachos ya habían salido del río, los últimos ya habían desaparecido entre los manzanos que estaban adquiriendo una tonalidad marrón, situados entre los bajíos y el pie de la colina, y se dirigían a los Niños.

Entonces, Yon apareció entre dos de los Héroes, con un montón de ramas en los brazos, jadeando por el esfuerzo del ascenso.

—Me ha llevado un rato, pero he encontrado… ¿Qué?

—¡A las armas! —le gritó Brack.

—¡Hardbread ha vuelto! —añadió Athroc.

—¡Mierda! —replicó Yon, dejando caer las ramas al suelo, donde formaron una maraña informe con la que casi se tropezó al salir corriendo en busca de su equipo.

La misión de Craw le ponía en un brete y no se podía permitir vacilaciones, pues en eso consiste ser jefe. Si hubiera querido tomar decisiones fáciles, habría seguido siendo carpintero, un oficio en el que de vez en cuando había que deshacerse de una junta estropeada, pero donde rara vez tenías que arriesgar la vida de un amigo.

Durante toda su vida, siempre había creído que había una manera correcta de hacer las cosas, aunque esa forma de pensar parecía estar quedándose anticuada. Uno escoge su jefe, escoge su bando, escoge su grupo y tiene que defenderlos, pase lo que pase. Apoyó a Tresárboles hasta que perdió ante Nueve el Sanguinario. Apoyó a Bethod hasta el final. Ahora, apoyaba a Dow el Negro y, con independencia de si era una decisión acertada o equivocada, Dow el Negro había dicho que defendieran esa colina y eso iba a hacer. Eran guerreros, ése era su oficio. Y llega un momento en que un guerrero tiene que lanzar las runas y luchar. Pues es lo correcto.

—Lo correcto —musitó para sí. O quizá era que, enterrada profundamente bajo sus preocupaciones y quejas, bajo todas las tonterías que decía sobre las puestas de sol, se encontraba clavada la diminuta astilla mellada del hombre que había sido hace tantos años, de aquel guerrero con ojos como dagas que habría derramado toda la sangre del Norte antes de dar un solo paso atrás. Ese tipo que se le atragantaba a todo el mundo.

—A las armas —bramó—. ¡Coged todo vuestro equipo! ¡Todo vuestro material de combate!

No hacía falta decirlo, la verdad, pero un buen jefe siempre gritaba mucho. Yon estaba hurgando en las bolsas del caballo de carga en busca de una cota de malla y, de improviso, sacó ruidosamente de ahí la enorme cota de Brack. Scorry sacó su lanza del otro lado, quitándole el hule que cubría su brillante filo, mientras tarareaba una melodía. Wonderful puso una cuerda en su arco con suma rapidez y, al tirar de ella para probarla, emitió una nota propia y peculiar. Entretanto, Whirrun seguía arrodillado e inmóvil, con los ojos cerrados y las manos juntas ante el Padre de las Espadas.

—Jefe —le dijo Scorry a Craw, lanzándole su espada, que tenía envainada en un cinturón manchado, enrollado sobre la vaina.

—Gracias —replicó, aunque no se sintió demasiado agradecido al cogerla al vuelo.

Se puso el cinturón, mientras los recuerdos de otros tiempos más brillantes y feroces pasaban a gran velocidad por su mente. Recuerdos sobre otros compañeros, que hacía mucho tiempo habían regresado al barro. Por los muertos, qué viejo se estaba haciendo.

Drofd miró a su alrededor por un momento, mientras abría y cerraba los puños sin parar. Wonderful le propinó un tortazo en la sien en cuanto pasó junto a él. Drofd recuperó la compostura y se dispuso a separar las flechas de su carcaj con manos temblorosas.

—Jefe —le dijo Wonderful a Craw, al darle su escudo. Craw se lo colocó en el brazo y su puño cerrado se acomodó a la correa tan bien como un pie a una vieja bota.

—Gracias —Craw miró a Escalofríos, que permanecía quieto con los brazos cruzados, observando cómo la docena se preparaba—. ¿Y tú qué, muchacho? ¿Estarás en primera línea?

Escalofríos echó hacia atrás la cabeza, esbozando una leve sonrisa en la parte de su rostro que no estaba paralizada ni cubierta por la inmensa cicatriz.

—En primera línea y justo en el centro —contestó con voz ronca. A continuación, se dirigió tranquilamente hacia las cenizas de la hoguera.

—Podríamos matarlo —le susurró Wonderful a Craw al oído—. Me da igual lo duro que sea, si le meto un flechazo en el cuello, se acabó.

—Sólo ha venido a entregarnos un mensaje.

—Matar al mensajero no es siempre una mala idea —replicó bromeando, pero sólo a medias—. Así no regresa con más mensajes.

—Eso no importa. Está aquí y tenemos la misma misión. Debemos defender los Héroes. Se supone que somos guerreros, así que un poco de lucha no debería provocar que nos cagásemos encima.

Estuvo a punto de ahogarse al pronunciar esas palabras, ya que casi siempre se estaba cagando, desde la mañana a la noche; sobre todo, durante los combates.

—¿Un poco de lucha? —masculló Wonderful, al mismo tiempo que desenvainaba la espada—. Nos triplican en número. ¿De verdad necesitamos tanto esta colina?

—Más bien, nos doblan en número —contestó, como si así tuvieran más posibilidades de alzarse victoriosos—. Si la Unión acaba apareciendo aquí, esta colina es la clave para dominar todo el valle —con ese razonamiento, pretendía no sólo convencerla a ella, sino también convencerse a sí mismo—. Es mejor que luchemos por conservar esta posición mientras estamos aquí arriba que cedérsela al enemigo, ya que después tendríamos que luchar por recuperarla desde abajo. Eso es lo correcto, eso es lo que hay que hacer —Wonderful abrió la boca con intención de protestar—. ¡Es lo correcto! —le espetó Craw, quien, acto seguido, le tendió la mano, pues no quería darle la oportunidad de convencerle de que estaba equivocado.

Wonderful respiró hondo.

—Vale —dijo, estrechándole la mano con fuerza, hasta casi hacerle daño—. Lucharemos —a continuación, se alejó, mientras estiraba con los dientes uno de los brazaletes con los que se protegía el brazo—. ¡Armaos, cabrones! ¡Que vamos a luchar!

Athroc y Agrick ya estaban listos, con los cascos puestos, hacían chocar sus escudos y se gruñían mutuamente a la cara, calentándose así para el combate. Scorry tenía agarrada la lanza justo por debajo de su hoja, que estaba utilizando para cortar trozos de una «raíz para los temblores» que luego se llevaba a la boca. Whirrun se había puesto en pie por fin y sonreía al cielo azul con los ojos cerrados, mientras el sol acariciaba su rostro. No necesitaba prepararse mucho para la batalla, ya que le bastaba con quitarse la capa.

—No lleva armadura —comentó Yon, quien estaba ayudando a Brack a colocarse su cota de malla, mientras negaba con la cabeza y observaba con el ceño fruncido a Whirrun—. ¿Qué clase de héroe no lleva una maldita armadura?

—Una armadura… —caviló Whirrun, a la vez que se chupaba un dedo y limpiaba una mota de suciedad de la empuñadura de su espada— es un estado mental… en el que admites la posibilidad… de que el enemigo te hiera.

—Pero ¿de qué cojones hablas? —preguntó Yon, tirando fuerte de las correas, lo cual hizo gruñir a Brack—. ¿Qué quiere decir eso?

Wonderful le dio una palmadita a Whirrun en el hombro y se apoyó en él, con una de sus piernas apoyada en el suelo de puntillas.

—Después de tantos años, no sé cómo aún esperas que este personaje actúe con cordura. Pero si está loco.

—¡Joder, todos estamos locos, mujer! —exclamó Brack, con la cara roja de tanto aguantar la respiración mientras Yon intentaba abrochar con gran esfuerzo las hebillas que tenía éste a su espalda—. ¿Por qué, si no, íbamos a combatir por una colina y unas cuantas piedras viejas?

—La guerra y la locura tienen mucho en común —afirmó Scorry, con la boca llena, de un modo no muy afortunado.

Yon por fin logró abrochar la última hebilla y estiró los brazos para que Brack pudiera ponerle la cota de malla.

—Pero por el mero hecho de estar loco, uno no decide dejar de llevar una puñetera armadura, ¿no?

El grupo de Hardbread había logrado atravesar los manzanos y dos grupos de tres hombres se habían separado del resto; uno se dirigió por el oeste al pie de la colina; el otro, al norte. Pretendían rodearlos por los flancos. A Drofd parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas mientras observaba los movimientos del enemigo y luego mientras contemplaba cómo los demás preparaban su equipo.

—¿Cómo pueden bromear? ¿Cómo pueden hacer bromas de mierda en esta situación?

—Porque cada hombre se arma de valor a su manera —Craw jamás admitiría que él también seguía ese consejo. No hay nada mejor para superar el terror que hallarse junto a alguien más aterrorizado que uno mismo. Cogió a Drofd de la mano y le dio un apretón—. Tú respira, muchacho.

Drofd tomó aire, estremeciéndose, y luego lo expulsó con fuerza.

—Tienes razón, jefe. Debo respirar.

Craw se volvió para encararse con el resto del grupo.

—¡Muy bien! Se han dividido en tres grupos, dos de ellos intentan rodearnos por los flancos y el otro grupo, con cerca de una veintena de hombres, se acerca de frente —repasó esos números precipitadamente, quizá con la esperanza de que nadie se percatara del desequilibrio de fuerzas. Quizá con la esperanza de poder así engañarse a sí mismo—. Athroc, Agrick y Wonderful los hostigaréis, Drofd también, acribilladlos a flechazos mientras ascienden, obligadlos a dispersarse por la pendiente. En cuanto se acerquen a las piedras… cargaremos —entonces, se percató de que Drofd tragaba saliva, ya que la idea de tener que cargar contra el enemigo no le convencía demasiado—. No son suficientes como para rodearnos a todos y contamos con la ventaja del terreno. Podemos escoger dónde atacar y podemos atacarlos con fuerza. Con suerte, lograremos dispersarlos antes de que puedan afianzar sus posiciones, luego ya veremos si los otros seis siguen teniendo ganas de luchar.

—¡Atacadlos con todo! —rugió Yon, que chocó las manos con los demás uno tras otro.

—Aguardad mi orden y actuad coordinados.

—Coordinados —repitió Wonderful, chocando su mano derecha con la de Scorry y dándole un puñetazo en el brazo con la izquierda.

—Escalofríos, Brack, Yon y yo ocuparemos la vanguardia y el centro.

—Sí, jefe —dijo Brack, que aún intentaba ponerle a Yon la cota de malla como podía.

—¡Joder, sí! —exclamó Yon, quien agitó su hacha en el aire para calentar y de ese modo le arrancó a Brack de las manos las hebillas que intentaba abrochar.

Escalofríos esbozó una amplia sonrisa y sacó la lengua; no fue un gesto especialmente reconfortante.

—Athroc y Agrick se ocuparán de los flancos.

—Sí —respondieron al unísono.

—Scorry, si alguien intenta acercarse por el flanco, clávale tu lanza. En cuanto nos lancemos contra el enemigo, seréis nuestra retaguardia.

Si bien Scorry se limitó a canturrear, estaba claro que le había escuchado.

—Whirrun. Tú serás nuestra arma secreta.

—No —replicó Whirrun, quien cogió al Padre de las Espadas que se encontraba apoyada sobre una piedra y la levantó en alto, de tal modo que su empuñadura centelleó bajo la luz del sol—. Es ésta. En realidad, es ella la que me convierte… supongo… una especie de… arma secreta de un modo extraño y raro.

—Hombre, raro sí que eres —masculló Wonderful, en voz muy baja.

—Puedes ser todo lo raro que quieras —afirmó Craw—, siempre que estés ahí cuando empiece la acción.

—Oh, no pienso irme a ninguna parte hasta que no me muestres mi destino —Whirrun se echó la capucha hacia atrás y se pasó la mano por su pelo liso—. Tal y como Shoglig me prometió que harías.

Craw suspiró.

—No sabes qué ganas tengo de que eso suceda. ¿Alguna pregunta? —no se oyó ningún otro sonido salvo el del viento que se movía a tientas a través de la hierba, el de las palmas de sus manos mientras se estrechaban las manos unos a otros y el resoplido que soltó Brack cuando al fin logró abrochar por fin todas las hebillas de la armadura de Yon—. Vale. Por si acaso no tengo la oportunidad de volverlo a decir, quiero aseguraros que ha sido un honor luchar con todos vosotros. O más bien ha sido un honor haberme arrastrado con vosotros por todo el Norte hiciera frío o calor. Simplemente, recordad lo que Rudd Tresárboles me dijo una vez. Que mueran ellos y no nosotros.

Wonderful sonrió de oreja a oreja.

—En toda mi puñetera vida, jamás había oído un consejo mejor sobre la guerra.

El resto de los hombres de Hardbread se estaban acercando. Se trataba del grupo más grande. Se aproximaban lentamente, tomándose su tiempo, ascendiendo por la pendiente hacia los Niños. Ahora sí eran algo más que unos puntitos. Mucho más. Ahora eran unos hombres, con un propósito, sobre cuyo afilado metal se reflejaba de vez en cuando la luz del sol. Craw dio un salto al sentir cómo una pesada mano lo golpeaba en el hombro, pero se trataba únicamente de Yon, que estaba tras él.

—¿Podemos hablar, jefe?

—¿Qué quieres? —preguntó, pese a que ya se lo imaginaba.

—Lo de siempre. Si me matan…

Craw asintió, pues quería concluir esa conversación cuanto antes.

—Buscaré a tus hijos y les daré tu parte.

—¿Y?

—Y les contaré cómo y quién eras.

—Les contarás todo.

—Sí, todo.

—Bien. Y no exageres las cosas, viejo cabrón.

Craw se señaló a sí mismo.

—¿Acaso tengo pinta yo de exagerar?

Yon quizá sonriera levemente cuando entrechocaron sus manos.

—Últimamente, seguro que no, jefe.

Eso dejó a Craw preguntándose a quién tendrían que presentarse sus amigos cuando él regresara al barro, pues toda su familia se encontraba ahí, en esa colina.

—Quiere hablar —dijo Wonderful.

Hardbread había dejado a sus hombres atrás, en los Niños, y estaba ascendiendo por la pendiente cubierta de hierba, con las manos vacías y una sonrisa amplia dibujada en su rostro, en dirección hacia los Héroes. Craw desenvainó su espalda y sintió su peso aterrador y reconfortante en su mano. Sabía lo afilada que era, la había afilado con una muela todos los días durante una docena de años. La vida y la muerte dependían de ese trozo de metal.

—Te hace sentir poderoso, ¿eh? —Escalofríos hizo girar su hacha con una sola mano. Era un arma de aspecto brutal, de cuyo mango de madera sobresalían unos tachones y cuya reluciente cabeza estaba repleta de muescas—. Un hombre siempre debería ir armado. Aunque sólo fuera por cómo se siente uno con un arma.

—Un hombre desarmado es como una casa con el tejado hundido —masculló Yon.

—Ambos acaban con más agujeros que un panal —apostilló Brack.

Hardbread se detuvo a tiro de flecha y la larga hierba le acarició las pantorrillas.

—¡Vaya, Craw! Por lo que veo, sigues aquí arriba, ¿eh?

—Así es, por desgracia.

—¿Has dormido bien?

—Ojalá tuviera una almohada de plumas. ¿Me has traído una?

—Ojalá tuviera una de sobra. ¿Ése que está contigo ahí arriba es Escalofríos?

—Sí. Y ha venido acompañado de dos decenas de Carls.

Merecía la pena lanzar ese farol; sin embargo, Hardbread se limitó a sonreír.

—Buen intento. No, no es así. Hacía tiempo que no nos veíamos, Caul. ¿Cómo te va?

Escalofríos se limitó a encogerse muy levemente de hombros.

Hardbread alzó las cejas.

—¿Ah, sí?

Escalofríos volvió a encogerse de hombros. El cielo podría haberse caído sobre sus cabezas y le habría dado igual.

—Como quieras. Bueno, Craw, ¿qué me dices? ¿Puedo recuperar mi colina?

Craw acarició el mango de su espada; como tenía la piel en carne viva en los extremos de sus uñas mordidas, sentía un tremendo picor.

—Tengo intención de quedarme aquí unos días más.

Hardbread frunció el ceño. No era la respuesta que había estado esperando.

—Mira, Craw, como la otra noche me diste una oportunidad, te voy a dar yo otra. Hay una forma correcta de hacer las cosas y lo que es justo es justo. Pero, como ya te habrás dado cuenta, esta mañana he venido con unos amigos —entonces, señaló hacia atrás con el pulgar en dirección a los Niños—. Así que te lo voy a preguntar una vez más. ¿Puedo recuperar mi colina?

Le estaba brindando una última oportunidad. Craw profirió un largo suspiro y gritó al viento.

—¡Me temo que no, Hardbread! ¡Me temo que tendrás que subir aquí arriba para arrebatármela!

—¿Cuántos hombres tienes ahí arriba? ¿Nueve? ¿Así vas a combatir a mis dos docenas?

—¡Hemos luchado en peores circunstancias! —afirmó, aunque no recordaba haber combatido en esas circunstancias tan desfavorables voluntariamente.

—¡Joder, me alegro por ti, yo no me atrevería! —en ese instante, su tono de voz pasó de estar teñido de furia a ser razonable—. Mira, no hace falta que las cosas se desmadren…

—¡Pero estamos en guerra! —Craw se sorprendió al darse cuenta de que había pronunciado esa última palabra con un poco más de mala leche de la que pretendía.

Por lo que podía ver desde la lejanía, Hardbread había dejado de sonreír.

—Tienes razón. Sólo quería brindarte la misma oportunidad que tú me diste, nada más.

—Es decente por tu parte. Y lo aprecio. Pero no puedo moverme de aquí.

—Es una pena, de veras.

—Sí. Es lo que hay.

Hardbread respiró hondo, como si estuviera a punto de hablar, pero al final no lo hizo. Se quedó quieto. Al igual que Craw. Al igual que todo su grupo, que se encontraba tras él contemplando qué sucedía ahí abajo. Al igual que todos los hombres de Hardbread, que alzaban la vista para ver qué sucedía ahí arriba. El silencio reinó en los Héroes, salvo por el susurro del viento, el trino de un par de pájaros en algún lugar y el zumbido de unas pocas abejas que revoloteaban entre las flores. Fue un momento de gran paz. Sobre todo, si se tiene en cuenta que estaban en guerra.

Entonces, Hardbread cerró la boca bruscamente, se dio la vuelta y descendió por la pronunciada pendiente en dirección a los Niños.

—Podría clavarle una flecha —murmuró Wonderful.

—Sé que podrías —replicó Craw—. Y sabes que no puedes hacerlo.

—Lo sé. Hablaba por hablar.

—Tal vez se lo piense mejor y decida no hacerlo —comentó Brack, pero, por su tono de voz, cabía deducir que no albergaba muchas esperanzas de que eso fuera a pasar.

—No. A él le gusta esto tan poco como a nosotros, pero ya se retiró en una ocasión. Ahora que lo tiene todo a favor, no volverá a hacerlo —Craw casi susurró estas últimas palabras—. No sería lo correcto —Hardbread llegó en ese momento a los Niños y desapareció entre las piedras—. Todos los que no tengan un arco que retrocedan hasta los Héroes y aguarden el momento adecuado para atacar.

El silencio se prolongó. Craw sintió un dolor inquietante en la rodilla al cambiar el peso de una pierna a otra. Entonces, escuchó unas voces a su espalda: Yon y Brack discutían por alguna nadería mientras se preparaban para adoptar su exigua formación de ataque. Más silencio. La guerra era en un noventa y nueve por ciento aburrimiento y, de vez en cuando, un uno por ciento de terror acojonante. Craw intuía que estaba a punto de vivir uno de esos momentos tan desagradables.

Agrick había clavado unas cuantas flechas en la tierra, cuyas plumas aleteaban como los extremos superiores de la larga hierba. Alzó la punta de los pies y apoyó el peso en los talones, mientras se frotaba la mandíbula.

—A lo mejor esperan a que se haga de noche.

—No. Si el Sabueso lo ha enviado aquí con más hombres es porque quiere apoderarse de esta colina. La Unión quiere esta colina. No se arriesgará a que podamos recibir refuerzos esta noche.

—Entonces… —masculló Drofd.

—Sí. Supongo que atacarán ahora mismo.

Por una desafortunada coincidencia, en cuanto Craw pronunció la palabra «ahora», unos hombres emergieron de entre las sombras de los Niños. Adoptaron una formación muy ordenada y avanzaron con paso firme. Formaron un muro de escudos de una docena de hombres de ancho, detrás del cual, en segunda línea, asomaban las brillantes puntas de unas lanzas; los arqueros estaban situados en los flancos, protegidos por los escudos.

—A la vieja usanza —dijo Wonderful, a la vez que preparaba una flecha.

—No esperaba otra cosa de Hardbread. Él hace todo a la vieja usanza.

Era un poco como Craw. Dos viejos necios anclados en el pasado que habían sobrevivido más tiempo del que debían y que estaban dispuestos a destrozarse mutuamente. Aunque, al menos, lo harían de la manera correcta. Sí, lo iban a hacer de la maldita manera correcta. Craw miró a ambos lados, buscando alguna señal que revelara la presencia de los dos pequeños grupos que se habían separado del principal. Pero no vio nada. Quizá avanzaban arrastrándose entre la alta hierba, o quizá simplemente estaban haciendo tiempo.

Agrick estiró la cuerda de su arco hasta que, prácticamente, le rozó el ceño.

—¿Cuándo quieres que dispare?

—En cuanto puedas acertar a algo.

—¿A alguien en particular?

Craw se pasó la lengua por los dientes.

—A cualquiera que puedas derribar —vamos, dilo directamente, ¿por qué no?, al menos debería tener los arrestos para decirlo—. A cualquiera que puedas matar.

—Lo haré lo mejor que pueda.

—Házselo pasar muy mal.

—Lo intentaré.

Agrick lanzó una flecha, simplemente para calcular la distancia, que revoloteó por encima de las cabezas del grupo de Hardbread y los obligó a agacharse. La primera flecha de Wonderful zumbó y se clavó en un escudo; acto seguido, el hombre que se encontraba tras él cayó hacia atrás, dejando un hueco en la muralla de escudos. No obstante, el muro ya se estaba rompiendo, a pesar de los tremendos gritos que Hardbread daba. Algunos hombres avanzaban más deprisa que los demás, otros se cansaban antes al tener que subir aquella pendiente.

Drofd también disparó, pero su flecha se elevó mucho y se perdió en algún lugar cerca de los Niños.

—¡Mierda! —juró, mientras cogía otra flecha con una mano temblorosa.

—Calma, Drofd, calma. Respira —le recomendó Craw, a quien también le estaba costando un poco respirar. Nunca le habían gustado demasiado las flechas. Sobre todo, cuando caían del cielo en dirección hacia él, aunque eso no hacía falta decirlo. A pesar de que no parecían gran cosa, eran capaces de provocar la muerte, por supuesto. Entonces, se acordó de una lluvia de flechas que en su día cayó, como una bandada de pájaros furiosos, sobre sus líneas en Ineward. En esa ocasión no tenían adonde huir y se aferraron como pudieron a la esperanza de que saldrían vivos de ahí.

En ese instante, una flecha surcó el aire y se apartó a un lado. Se colocó detrás del Héroe más cercano y se agazapó bajo la protección de su escudo. No era nada divertido ver cómo giraba el astil de esa flecha al descender, mientras se preguntaba si el viento la arrastraría en otra dirección en el último momento y acabaría clavada en él. Sin embargo, rebotó en la piedra y salió disparada girando en el aire sin causar daño alguno. La distancia que separaba un flechazo mortal de una flecha clavada sobre la hierba era muy pequeña.

El hombre que la había disparado se detuvo y echó una rodilla al suelo, buscó a tientas una nueva flecha en su carcaj mientras que el muro de escudos, que le brindaba seguridad, se iba alejando de él a medida que la formación ascendía por la pendiente. Athroc le acertó con una flecha en el estómago. Craw vio como abría la boca de par en par, soltaba su flecha y lanzaba un grito que se acabó transformando un momento después en un largo aullido. Pese a que quizá ese chillido presagiaba que sus probabilidades de ganar aumentaban un poco, a Craw no le gustó demasiado oírlo. No le gustaba la idea de que él mismo pudiera acabar dando un chillido similar en la hora siguiente.

La parte final del muro de escudos se vino abajo en cuanto los hombres se giraron para mirar al arquero que aullaba, mientras se debatían entre si ayudarlo o seguir avanzando, o simplemente se preguntaban si ellos serían los próximos. Hardbread vociferó varias órdenes y logró que recompusieran la formación, pero la siguiente flecha de Wonderful revoloteó muy cerca de sus cabezas, obligándolos a romper la formación una vez más. La gente de Craw contaba con la altura como aliada y podía disparar rápidamente sin que sus flechas se desviaran. Los hombres de Hardbread tenían que disparar hacia arriba, donde el viento seguramente desviaría sus flechas. Aun así, no tenía sentido correr riesgos innecesarios. Además, esa batalla no se iba a resolver a flechazos.

Craw dejó que Drofd disparara una vez más y entonces lo agarró del brazo.

—Vuelve con los demás.

El muchacho se dio la vuelta bruscamente y le dio la sensación de que estaba a punto de gritar. Quizá la locura de la batalla se había adueñado de él. Nunca se sabía quién podía ser su víctima. El miedo demencial y el valor demencial son como dos hojas que brotan de una misma ortiga, y más te vale no agarrarte a ninguna de ellas. Craw agarró del hombro al muchacho, le clavó los dedos con fuerza y lo atrajo hacia sí.

—¡He dicho que vuelvas con los demás!

Drofd tragó saliva, el apretón de Craw le había hecho recobrar la compostura.

—Jefe —dijo y, de inmediato, retrocedió agachado a trompicones entre las piedras.

—¡Retrocede si tienes que hacerlo! —le gritó Craw a Wonderful—. ¡No corras riesgos!

—¡Ya, joder! —masculló entre dientes, a la vez que miraba hacia atrás y preparaba otra flecha.

Craw retrocedió arrastrándose por el suelo, prestando atención por si caían más flechas hasta que dejó atrás aquellas piedras; a continuación, atravesó corriendo el círculo de hierba y se sintió estúpidamente feliz por poder disfrutar de un par de momentos de calma y seguridad, aunque también se sintió como un cobarde por ello.

—Están en… ¡Ah!

De repente, se tropezó con algo y se torció el tobillo, un intenso dolor le atravesó la pierna entera. Recorrió cojeando el resto del camino, apretando los dientes con fuerza y se colocó en el centro de la formación.

—Malditas madrigueras de conejo —susurró Escalofríos.

Antes de que Craw pudiera recobrar la compostura y responder, Wonderful apareció corriendo entre dos de los Héroes, agitando en el aire su arco.

—¡Han pasado el muro! ¡Y me he cargado a uno más de esos cabrones!

Agrick le pisaba los talones, cuyo escudo, que llevaba a la espalda, se balanceaba mientras corría. Una flecha se le acercó veloz por detrás y acabó clavada en la hierba, cerca de sus pies.

—¡Ya llega el resto!

Craw podía escuchar los gritos que llegaban de allá abajo, incluso los tenues chillidos del arquero herido, que el viento distorsionaba.

—¡Volved aquí! —se oyó bramar a Hardbread, casi sin resuello.

Daba la impresión de que la formación seguía disgregándose al ascender, algunos corrían ansiosos, otros hacían justo lo contrario, era evidente que no estaban acostumbrados a luchar juntos. Lo cual favorecía los intereses del grupo de Craw, quienes llevaban juntos tanto tiempo que parecían siglos.

Echó un vistazo hacia atrás y Scorry le guiñó un ojo, mientras seguía mascando. Eran viejos amigos; prácticamente, como hermanos. Whirrun había desenvainado su espada, una larga pieza de metal de un color gris apagado, cuyo filo apenas relucía ni siquiera bajo el sol. Tal y como las runas habían predicho, se iba a derramar sangre. La cuestión que quedaba por dilucidar era de quién. Esa pregunta se la hicieron todos, mientras se miraban mutuamente, pero nadie dijo una palabra y tampoco era necesario.

Wonderful se arrodilló al final de la pequeña formación en línea que habían adoptado, bajo la sombra del escudo de Athroc, y preparó una flecha. La docena de Craw estaba más preparada que nunca para luchar.

Entonces, divisaron a alguien que avanzaba arrastrándose cerca de una de las piedras. Si bien su escudo podría haber tenido algo pintado, estaba tan machacado por los golpes recibidos en combates y las inclemencias del tiempo que no había manera de distinguir el dibujo. Portaba una brillante espada en la mano y llevaba puesto un casco, pero no parecía ser un rival para nadie. Parecía estar reventado, ya que tenía la boca muy abierta y jadeaba tras el largo ascenso.

Los miró fijamente y ellos le devolvieron la mirada. Craw pudo notar cómo la tensión se apoderaba de Yon, que estaba junto a él, ansioso por arremeter; escuchó la respiración de Escalofríos que apretaba los dientes con fuerza; oyó cómo Brack gruñía guturalmente; todos se contagiaban los nervios unos a otros.

—Tranquilos —susurró Craw—. Tranquilos.

Sabía que lo más difícil en un momento como ése era quedarse quieto sin hacer nada. El ser humano no está hecho para algo así. Uno siente la necesidad de cargar o de huir, pero, de un modo u otro, uno siente la necesidad imperiosa de moverse, correr y gritar. Sin embargo, tenían que esperar. Tenían que atacar en el momento adecuado.

Otro miembro del grupo de Hardbread apareció, agazapado, con las rodillas dobladas, trataba de ver por encima de su escudo, sobre el que había pintado un pez torpemente. Craw se preguntó si ese tipo se llamaría Escamoso y, al instante, sintió una necesidad imperiosa de reírse que enseguida se desvaneció.

Tendrían que arremeter pronto y utilizar el terreno en su provecho. Debían sorprenderlos en la pendiente. Y acabar con ellos rápidamente. Era él quien tenía que decidir cuándo había llegado el momento oportuno. Como si él lo supiera. El tiempo se dilató y pudo captar un sinfín de detalles. La cadencia de su respiración en su dolorida garganta. La brisa que le hacía cosquillas en el dorso de su mano. Las briznas de hierba meciéndose en el viento. Entonces, se percató de que tenía la boca tan seca que no estaba seguro de si sería capaz de pronunciar una sola palabra cuando creyera que había llegado el momento de atacar.

Drofd disparó una flecha y ambos se agacharon. No obstante, el sonido de la cuerda del arco hizo que algo se despertara en Craw y, antes de que pudiera meditar sobre si era el momento adecuado o no, profirió un gran rugido. Pese a que apenas era una palabra, sus muchachos captaron su significado. Salieron corriendo como una manada de perros a los que de repente hubieran soltado. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. De todos modos, quizá un momento era tan bueno como cualquier otro.

Sus pies retumbaron al pisar el suelo, sintió las vibraciones en los dientes y en su dolorida rodilla. Se preguntó si se tropezaría con otra madriguera de conejo y caería al suelo. Se preguntó dónde estaban los seis hombres que los habían rodeado por los flancos. Se preguntó si deberían haber retrocedido, en qué estarían pensando esos dos idiotas, que ya eran tres, contra los que cargaban y en qué mentiras iba a contar a los hijos de Yon.

Los demás avanzaban a su mismo ritmo, los bordes de sus escudos se rozaban con los del suyo y empujaban a la altura de los hombros. Tenía al Jovial Yon a un lado y a Escalofríos al otro. Aquellos hombres sí sabían cómo mantener una formación en línea. Entonces, a Craw se le ocurrió que probablemente él era el eslabón más débil. Luego pensó que le daba demasiadas vueltas a las cosas.

Los muchachos de Hardbread avanzaban a saltos y se tambaleaban a cada paso que daban, ahora ya había más allá arriba, intentando adoptar una formación entre las piedras. En ese instante, Yon profirió su grito de guerra, agudo y estridente; después, lo hicieron Athroc y su hermano; en breve, todos estaban dando alaridos y aullando, mientras sus pisadas retumbaban fuertemente sobre el vetusto suelo de los Héroes. Una tierra donde los hombres rezaron una vez, quizá, hace mucho tiempo. Donde rezaron para que llegaran tiempos mejores.

Craw se sintió embargado por el terror y el júbilo de la batalla, que ascendía como si fuera fuego por su garganta, mientras la formación de los hombres de Hardbread quedaba reducida a una masa informe de escudos, entre los que asomaban de manera confusa algunas armas, cuyos filos centelleaban al moverse de aquí para allá.

Se encontraban ya entre las piedras, encima del enemigo.

—¡Dispersaos! —rugió Craw.

Él y Yon se fueron a la izquierda; Escalofríos y Brack, a la derecha y Whirrun aprovechó el hueco que habían dejado para arremeter aullando su diabólico chillido. Craw atisbo fugazmente el rostro del adversario más cercano, que lo miraba boquiabierto y con los ojos desorbitados. Los hombres no son valientes o cobardes, sin más. Todo depende de las circunstancias. De quién se encuentra a su lado. De si tienen que ascender corriendo por una colina mientras las flechas caen sobre ellos. Aquel muchacho pareció encogerse, como si intentara así esconder su cuerpo entero tras su escudo; entonces, el Padre de las Espadas cayó sobre él como si una montaña entera se le viniera encima. Una montaña tan afilada como una cuchilla.

El metal chilló, la madera y la carne reventaron. El bramido de su propia sangre y los rugidos de aquellos hombres invadieron los oídos de Craw, quien logró apartarse a un lado, para esquivar así un lanzazo, chocó con algo y su espada hizo saltar unas astillas de madera por los aires, el impacto lo obligó a girar y fue directamente hacia alguien con el escudo levantado, acto seguido, se escuchó un crujido chirriante y empujó a su adversario hacia atrás, que cayó por la ladera.

Entonces, vio a Hardbread, cuyo largo pelo gris se le había enmarañado alrededor de la cara. A pesar de que alzó su espada rápidamente, Whirrun fue mucho más rápido que él, extendió el brazo con celeridad y golpeó a Hardbread en la boca con la empuñadura del Padre de las Espadas. El fuerte impacto le hizo echar la cabeza hacia atrás y perdió el equilibrio. Pero Craw tenía ahora otras preocupaciones más inmediatas. Se encontraba cara a cara con un tipo con rostro de cavernícola y de aliento hediondo que no dejaba de gruñir. Tiró de su espada, que se había enganchado a algo, e intentó abrir un hueco para poder lanzar un mandoble. Como tenía la pendiente a un lado, empujó al hombre con su escudo y lo obligó a retroceder lo suficiente como para tener espacio.

Athroc golpeó un escudo con su hacha y el suyo acabó recibiendo un fuerte golpe a su vez. Craw intentó atacar, pero se le había enganchado el codo con la punta de una lanza y se le había enredado, de modo que sólo dio un leve golpe a alguien con la parte roma de su espada. Una amistosa palmadita en el hombro.

Whirrun se encontraba en medio de todos, trazando unos círculos borrosos en el aire con el Padre de las Espadas, obligando así a huir a los enemigos, que se alejaban chillando. Entonces, alguien se interpuso en su trayectoria: el sobrino de Hardbread.

—Oh…

Cayó partido al suelo por la mitad. Uno de sus brazos voló por los aires, una parte de su cuerpo rodó por la hierba, sus piernas cayeron al suelo. La larga hoja resonó como cuando se quiebra el hielo al calentarse y chorreó sangre. Craw dio un grito ahogado en cuanto las gotas le salpicaron la cara, arremetió contra un escudo y apretó los dientes con tanta fuerza que tuvo la impresión de que le iban a reventar. Gritó algo a través de ellos, aunque no sabía muy bien qué, mientras un montón de astillas se le clavaban en la cara. Captó un movimiento con el rabillo del ojo y alzó su escudo instintivamente; al instante, algo lo golpeó, destrozando el borde del escudo, con el que se golpeó la mandíbula, provocando que se trastabillara de lado, con el brazo entumecido.

De improviso, vio la silueta negra de un arma que destacaba frente al cielo azul y la detuvo con su espada cuando caía hacia él. Ambas hojas chocaron y se rozaron, y acabó gruñendo a alguien a la cara, a alguien que se parecía a Jutlan, pero Jutlan llevaba años enterrado. Se tropezó, pues se hallaba desequilibrado en la pendiente. Apretó los puños. Le dolía muchísimo la rodilla y le ardían los pulmones. Captó el brillo del ojo de Escalofríos, que esbozaba una sonrisa de batalla que arrugaba su cara destrozada, mientras su hacha reventaba la cabeza de Jutlan, cuyos oscuros sesos mancharon el escudo de Craw. Se quitó el cadáver de encima de un empujón, que acabó dando tumbos por la hierba. El Padre de las Espadas desgarró la armadura de alguien que se encontraba junto a él e hizo volar unos cuantos anillos de malla deformados por el aire, que impactaron contra el dorso de la mano de Craw.

Sólo escuchaba estruendo y estrépito, roces y traqueteos, gritos y siseos, golpes sordos y crujidos y a hombres que juraban y gritaban como animales en un matadero. ¿Acaso Scorry estaba cantando? Algo le rozó a Craw la mejilla y le alcanzó en el ojo; al instante, giró la cabeza. Sangre, el filo de una hoja, tierra, pero no había manera de saberlo, se tambaleó hacia un lado al ver que algo se acercaba a él e intentó parar la caída con el codo. Vio una lanza, tras la que había alguien en cuyo rostro podía apreciarse una marca de nacimiento, alguien que gruñía e intentaba clavarle esa lanza. Craw la apartó torpemente con su escudo e intentó ponerse en pie. Scorry hirió a aquel hombre en el hombro, que movía a tientas su lanza de un lado a otro mientras se desangraba.

Wonderful tenía toda la cara cubierta de sangre. Quizá fuera suya, de otro, o suya y de otro. Escalofríos, en el suelo, se reía, mientras golpeaba con el borde metálico de su escudo a alguien en la boca. Toma, toma, muere, muere. Yon gritó, alzó su hacha y, acto seguido, ésta descendió estruendosamente. Drofd se trastabilló y se agarró el brazo ensangrentado, llevaba enredado en la espalda su arco totalmente destrozado.

Alguien saltó justo detrás de él armado con una lanza y Craw se interpuso en su camino, sintió un zumbido en la cabeza al escuchar su propio rugido ronco, mientras arremetía con su espada. Su puño dejó de agarrar su arma, la tela y el cuero se rasgaron y manó un chorro de sangre. La lanza cayó al suelo y el hombre, boquiabierto, profirió un largo chillido. Craw acabó con él haciendo un movimiento hacia atrás con la espada y su cuerpo giró al caer, su brazo cercenado pendía de su manga y su sangre negra parecía congelada en una nube blanca.

Alguien huía colina abajo. Una flecha pasó junto a él, pero falló. Craw saltó hacia él, pero falló. Se chocó con el codo de Agrick. Se resbaló y cayó con fuerza al suelo, se golpeó con la empuñadura de su propia espada y quedó a merced de su enemigo. Al hombre que huía le dio igual, se alejó brincando y tiró su escudo, que salió despedido rebotando.

Craw alzó su espada del suelo, llevándose consigo un manojo de hierba. Estuvo a punto de arremeter contra alguien, pero se contuvo. Ese alguien era Scorry, que aferraba con fuerza una lanza. Todos los hombres de Hardbread estaban huyendo. Los que quedaban vivos, claro. Cuando unos guerreros huyen en desbandada, lo hacen a la vez, como una ola que rompe, como un acantilado que rasga el mar. Se dispersan. Creyó ver a Hardbread dando tumbos, con la boca ensangrentada. Por una parte, quería que ese viejo cabrón huyera; por otra, quería arremeter contra él y matarlo de una vez.

—¡Atrás! ¡Atrás! —exclamó.

Se giró y se trastabilló, con el miedo atenazándole las tripas, ya que había visto a algunos hombres entre las piedras. Aunque ya no los divisaba. El sol brillaba intensa y cegadoramente. Escuchó unos gritos y el choque del metal. Enseguida, regresó corriendo hasta las piedras, donde su escudo impactó contra una roca de manera estruendosa, pero no sintió nada pues tenía el brazo entumecido. Resollaba y le dolía todo al respirar. A pesar de que tosía, siguió corriendo.

El caballo de carga estaba muerto junto al fuego y una flecha sobresalía de sus costillas. Divisó un escudo con un pájaro rojo dibujado en él y su espada que se alzaba y descendía. Wonderful lanzó una flecha, pero falló. Cuervorojo se giró y corrió, un arquero situado detrás de él disparó una flecha que se dirigió hacia Wonderful. Craw se colocó en su trayectoria y no apartó la mirada de su astil, la detuvo con su escudo y salió rebotada hacia la hierba.

El enemigo se había esfumado.

Agrick miraba algo que había en el suelo, no muy lejos del fuego. Contemplaba el suelo, con un hacha en una mano y el casco en la otra. Craw no quería saber qué estaba mirando, pues ya se lo imaginaba.

Uno de los hombres de Hardbread se arrastraba por el suelo y aplastaba la hierba al arrastrar sus ensangrentadas piernas. Escalofríos se acercó a él y le reventó la cabeza con la parte posterior de su hacha. No le golpeó muy duro, pero sí lo bastante. Con precisión. Como cuando un minero experimentado comprueba el terreno. Alguien seguía gritando en algún lugar. O quizá sólo fuera en la mente de Craw. Quizá sólo se tratara del susurro de su propia respiración en su garganta. Observó todo cuanto lo rodeaba parpadeando. ¿Por qué coño se habían quedado ahí arriba? Movió la cabeza de lado a lado como si así pudiera sacarse la respuesta de encima. Lo único que consiguió fue que le doliera aún más la mandíbula.

—¿Puedes mover la pierna? —le pregunto Scorry a Brack, mientras se agachaba sobre él, que estaba sentado sobre el suelo y se agarraba con una mano ensangrentada uno de sus enormes muslos.

—¡Sí, claro que puedo moverla, joder! ¡Pero me duele cuando la muevo!

Craw estaba empapado de sudor, cubierto de rasguños y tremendamente acalorado. Sentía una punzada de dolor en la mandíbula, allí donde su propio escudo se la había roto y también le dolía el brazo. La rodilla mala y el tobillo también seguían molestándole, aunque, por lo demás, no parecía hallarse herido. Lo cierto es que no. No estaba muy seguro de cómo había logrado salir de aquella batalla indemne. El ardor de la batalla se iba desvaneciendo con gran rapidez, las piernas doloridas le temblaban como si fuera un ternero recién nacido, la visión se le volvía borrosa. Se sentía como si hubiera pedido prestada toda la fuerza que había utilizado y ahora tuviera que devolverla con intereses. Dio unos pasos hacia el fuego apagado y el caballo de carga muerto. No había ni rastro de los corceles ensillados. O bien habían huido, o bien estaban muertos. Entonces, se dejó caer al suelo de culo en medio de los Héroes.

—¿Estás bien? —inquirió Whirrun, quien se había inclinado sobre él, sosteniendo con un puño su larga espada, cuya hoja estaba salpicada por todas partes. De sangre, como debía ser. Una vez se desenvainaba el Padre de las Espadas, tenía que probar la sangre—. ¿Estás bien?

—Supongo.

Craw aferraba con tanta fuerza la correa de su escudo que apenas era capaz de recordar qué tenía que hacer para dejar de agarrarla. Al final, tuvo que hacer un gran esfuerzo para obligar a sus dedos a abrirse; a continuación, dejó caer el escudo sobre la hierba, cuya cara mostraba unas cuantas muescas recientes que ahora acompañaban a un centenar de viejas heridas, había una nueva abolladura en el umbo.

Wonderful tenía su corto pelo manchado de sangre.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, frotándose los ojos con la parte posterior del brazo—. ¿Estoy herida?

—Sólo es un rasguño —respondió Scorry, a la vez que le examinaba el cuero cabelludo con los pulgares.

Drofd se arrodilló junto a ella, se meció adelante y atrás, mientras se agarraba del brazo, del que manaba sangre que le llegaba hasta las puntas de los dedos.

El sol centelleó en los ojos de Craw y éste parpadeó. Pudo oír a Yon que gritaba desafiante, junto a las piedras, a Hardbread y sus muchachos.

—¡Volved aquí, hijos de puta! ¡Vamos, cobardes!

Aunque Craw era incapaz de ver la diferencia. Todo hombre es un cobarde. Un cobarde y un héroe, según las circunstancias. No iban a volver. Craw imploró a los antiguos dioses muertos de aquel lugar que se encargaran de que no volviera el enemigo.

Scorry estaba cantando en voz baja una melodía dulce y triste, mientras sacaba aguja e hilo de su bolsa para comenzar a dar puntos. Después de una batalla, nunca se cantan canciones alegres. Las melodías jubilosas se cantan antes y normalmente no son fieles a la verdad.

Craw pensó que habían salido bien librados de aquella batalla. Muy bien. Sólo habían sufrido una baja. Entonces, miró al rostro estúpidamente inerte de Athroc, con los ojos bizcos, con el jubón destrozado por el hacha de Cuervorojo que se había tornado asquerosamente rojo con sus entrañas y se sintió fatal consigo mismo por haber pensado que todos habían sobrevivido. Sabía que esa batalla lo dejaría marcado, igual que a los demás. Todos tenemos nuestras pesadas cargas que llevar.

Se tumbó sobre la hierba y observó cómo las nubes se desplazaban y cambiaban de forma en el firmamento. Un recuerdo lo asaltó y luego otro. Un buen líder no puede mortificarse en las decisiones que ha tomado, solía decirle Tresárboles, pero un buen líder no puede evitar mortificarse.

Había hecho lo correcto. Tal vez. O tal vez no exista tal cosa.