Scorry le estaba cortando el pelo a un compañero cuando Craw regresó para reencontrarse con su docena, o al menos con los siete que quedaban. Ocho si se le incluía a él. Se preguntó si alguna vez había existido una docena que contara realmente con doce miembros. La suya nunca los había tenido, de eso estaba seguro. Agrick estaba sentado sobre el tronco de un árbol caído recubierto de hiedra, contemplando con gesto contrariado la nada mientras esas tijeras revoloteaban alrededor de su cara.
Whirrun se encontraba apoyado sobre un árbol, tenía al Padre de las Espadas de pie, con la punta hacia abajo, y la empuñadura se mecía entre sus brazos cruzados. Por alguna razón, se había quitado la camisa y se encontraba ahí de pie con un chaleco de cuero, que tenía una gran mancha gris de sudor antiguo en la parte delantera y de donde sobresalían sus largos y vigorosos brazos. Daba la impresión de que cuanto más peligrosa se volvía una situación, más prendas le gustaba quitarse, así que era muy probable que acabara con el culo al aire para cuando hubieran terminado con este valle.
—¡Craw! —gritó, alzando su espada y agitándola en el aire.
—Hola, jefe —dijo Drofd, quien estaba sentado sobre una rama en lo alto y con la espalda apoyada en el tronco del árbol. Estaba afilando un palo para hacerse una flecha y las virutas caían revoloteando.
—Así que Dow el Negro no te ha matado, ¿eh? —preguntó Wonderful.
—De momento, no.
—¿Te ha dicho qué hay que hacer? —inquirió Yon, señalando con la cabeza a los hombres que abarrotaban el bosque que los rodeaba. Como tenía mucho menos pelo que cuando Craw se había marchado, parecía algo mayor; además, se percató de que tenía arrugas alrededor de los ojos y mechones grises en las cejas que Craw nunca antes había notado—. Tengo la sensación de que Dow planea ir para allá.
—Así es —replicó Craw, quien hizo un gesto de dolor al sentarse en cuclillas entre la maleza y miró hacia el sur. Más allá de la línea que conformaban los árboles parecía hallarse un mundo distinto. Un mundo totalmente oscuro y confortable que se hallaba bajo aquellas hojas. Un mundo sereno, como cuando uno se sumergía en una corriente fría. Un mundo bañado por la intensa luz del sol. Donde bajo el cielo azul se hallaba la cebada marrón y amarillenta, donde los Héroes sobresalían en el valle con un color verde intenso, con esas viejas piedras todavía en pie en su cima vigilando de manera inútil.
Craw señaló a su izquierda, hacia Osrung. Desde ahí, la ciudad no era más que una valla alta y un par de torres grises que se alzaban sobre las cosechas.
—Reachey va a ser el primero en entrar en acción, cargará sobre Osrung —Craw se sorprendió al percatarse de que estaba susurrando, a pesar de que la Unión estaba a unos cuantos cientos de pasos de distancia, en la cima de una colina; aunque hubiera gritado, apenas lo habrían escuchado—. Llevará todos los estandartes, para dar la impresión de que ése es nuestro gran ataque. Esperamos que esto hará bajar de los Héroes a algunos de los hombres del enemigo.
—¿Crees que van a caer en esa trampa? —preguntó Yon—. Es un poco burda, ¿no?
Craw se encogió de hombros.
—Cualquier treta parece burda a aquéllos que saben lo que va a pasar.
—Aunque no supondrá una gran diferencia que bajen o no —Whirrun ahora se estaba estirando, mientras permanecía colgado de la rama de un árbol y su espada le colgaba de la espalda—. Seguimos teniendo que subir a esa misma colina.
—No nos vendría mal que cuando lleguemos a la cima hubiera la mitad de hombres de la Unión que hay ahora —afirmó Drofd, mientras se bajaba de su propio árbol.
—Bueno, esperemos que caigan en la trampa, ¿eh? —Craw movió la mano hacia la derecha, para señalar los campos y pastos que se extendían entre Osrung y los Héroes—. Si ordenan a unos cuantos hombres que bajen de la colina, será entonces cuando Dorado entre en acción a lomos de su caballo. Para pillar a esos muchachos con los pantalones bajados en campo abierto y obligarlos a retroceder hacia el río.
—Sí, que esos cabrones se ahoguen —gruñó Agrick, haciendo gala de una extraña sed de sangre para tratarse de él.
—Mientras tanto, Dow lanzará el ataque principal. Asaltará los Héroes directamente, apoyado por Cabeza de Hierro y Tenways y todos sus muchachos.
—¿Cómo piensa realizar el ataque? —inquirió Wonderful, frotándose su nueva cicatriz.
Craw clavó su mirada en ella.
—Estamos hablando de Dow el Negro, ¿no? Va a subir corriendo hasta ahí arriba de frente y va a enviar al barro a todo aquél que aún no esté en él.
—¿Y nosotros qué?
Craw tragó saliva.
—Nosotros los apoyaremos.
—Ocuparemos la vanguardia y el centro, ¿eh?
—¿Vamos a subir otra vez a esa puñetera colina? —protestó Yon.
—Casi deseo que hubiéramos luchado por tomarla en nombre de la Unión la última vez —aseveró Whirrun, balanceándose de una rama a otra.
Craw señaló a su derecha.
—Scale está por ahí, en el bosque situado bajo el cerro de Salt. En cuanto Dow haya hecho su movimiento, cargará con sus jinetes por el camino de Ustred y él y Calder tomarán el Puente Viejo.
Resultó sorprendente con cuánta vehemencia Yon desaprobó ese plan con sólo mover de lado a lado la cabeza.
—Te refieres a tu viejo amigo Calder, ¿no?
—Eso es —Craw miró directamente a Yon—. A mi viejo amigo Calder.
—Entonces, ¡este encantador valle que no tiene nada de valor será nuestro! —exclamó Whirrun con un tono cantarín—. De nuevo.
—En cualquier caso, será de Dow —apostilló Wonderful.
Drofd estaba contando con los dedos cuántos eran mientras enumeraba sus nombres.
—Reachey, Dorado, Cabeza de Hierro, Tenways, Scale y el mismo Dow… son un montón.
Craw asintió.
—Podría ser el combate en que más gente participe de toda la historia del Norte.
—Aquí se va a librar una batalla tremenda —afirmó Yon—. Una batalla de cojones.
—¡De la que hablarán las canciones! —Whirrun se había agarrado con las piernas a la rama y se encontraba ahora colgado boca abajo, por alguna razón que sólo conocía él mismo.
—Vamos a hacer picadillo a esos sureños —aseveró Drofd, aunque no sonó muy convencido.
—Por los muertos, eso espero —apostilló Craw.
Yon se inclinó hacia delante.
—¿Conseguiste nuestro dinero, jefe?
Craw esbozó un gesto de contrariedad.
—Dow no estaba de humor como para que pudiera sacar el tema —al instante, se escuchó una salva de quejidos, tal y como se imaginaba que ocurriría—. Ya lo conseguiré más tarde, no os preocupéis. Nos lo deben y lo tendréis. Hablaré con Pezuña Hendida.
Wonderful chasqueó con la lengua.
—Es más fácil intentar entender a Whirrun que sacarle una moneda a Pezuña Hendida.
—¡Lo he oído! —exclamó Whirrun.
—Piénsalo bien —le dijo Craw a Yon, dándole un golpe en el pecho con el dorso de la mano—. Si subes a esa colina, te deberán más dinero. Tendrán que pagarte dos soldadas a la vez. Además, ahora tampoco tendrías tiempo para gastártelo, ¿verdad? Tenemos una batalla que luchar.
Nadie podía rebatirle eso. Ahora mismo, ciertos hombres se desplazaban por el bosque, totalmente equipados y listos para batallar. Entre crujidos y repiqueteos, entre susurros y tintineos, avanzaban agazapados en una formación que se estiraba en ambos sentidos entre los troncos de los árboles. La luz atravesaba las desiguales ramas, iluminando sólo en parte unos rostros ceñudos, haciendo centellear los cascos y las espadas desenvainadas.
—¿Cuándo fue la última vez que participamos en una batalla de verdad? —masculló Wonderful.
—Bueno, tuvimos esa escaramuza cerca de Ollensand —respondió Craw.
Yon escupió.
—Yo no llamaría a eso una batalla de verdad.
—En las Altas Cumbres —contestó Scorry, mientras acababa de cortarle el pelo a Agrick y le cepillaba los pelos que le habían caído sobre los hombros—. Cuando intentamos sacar a Nuevededos de ese valle que parecía una puñetera grieta.
—Eso fue hace siete años, ¿verdad? ¿U ocho? —Craw se estremeció al recordar esa pesadilla, a un buen número de combatientes apiñados en un hueco en la roca tan estrecho que apenas podían respirar, tan estrecho que nadie podía lanzar un ataque de verdad, sólo podían intentar alcanzar a su rival con su arma, darle un rodillazo o morderlo. Nunca creyó que podría salir de esa pequeña y aterradora abertura vivo. ¿Por qué iba a arriesgarse un hombre a vivir eso de nuevo?
Contempló la cuenca con todas las cosechas entre el bosque y los Héroes. Daba la impresión de ser un camino demasiado largo para un viejo que tenía que correr con una pierna herida. Las cargas gloriosas aparecían con mucha frecuencia en las canciones, pero, cuando te encuentras en una posición defensiva, cuentas con una ventaja que nadie puede negar: el enemigo viene hacia ti. Pasó de apoyar el peso de su cuerpo de una pierna a otra, intentando hallar la postura más beneficiosa para su rodilla, su tobillo y su cadera, pero lo único que pudo lograr fue sufrir una agonía muy variada y diversa. Resopló. La vida era así en general.
Echó un vistazo a su alrededor para comprobar si su docena estaba lista. Se llevó un gran sobresalto al ver al mismísimo Dow el Negro agachado, con una rodilla en el suelo, en los cerros, a no más de diez zancadas de distancia; iba con un hacha en una mano, una espada en la otra y tenía a su espalda a Pezuña Hendida, Escalofríos y sus Carls más próximos. Se había quitado todas las pieles y los demás ornamentos de encima y tenía el mismo aspecto que cualquier otro hombre de aquella formación. Salvo por su feroz sonrisa, daba la impresión de que estaba esperando esto con la misma ansia que Craw se preguntaba si habría alguna manera de librarse de ello.
—No dejéis que os maten, ¿eh? —les pidió Craw.
Miró a su alrededor, a todos ellos, mientras le apretaba la mano a Scorry. Todos movieron la cabeza de lado a lado, fruncieron el ceño, esbozaron sonrisas nerviosas, o dijeron «no», o «sí», o «yo no». Todos salvo Brack, que estaba sentado, mirando hacia los árboles como si estuviera solo, mientras el sudor perlaba su gran y pálida cara.
—No dejes que te maten, ¿eh, Brack?
El montañés miró a Craw como si se acabara de dar cuenta de que estaba ahí.
—¿Qué?
—¿Estás bien?
—Sí —contestó, cogiéndole a Craw de la mano con su mano sudada y fría—. Por supuesto.
—¿Podrás correr con esa pierna?
—He sentido más dolor cagando.
Craw arqueó las cejas.
—Una buena cagada puede ser bastante dolorosa, ¿verdad?
—Jefe —le dijo Drofd, quien señaló con la cabeza hacia una zona más iluminada situada más allá de los árboles. Craw se agachó un poco más. Había unos hombres deambulando por ahí. Iban montados, ya que únicamente sus cabezas y hombros se podían ver desde donde Craw estaba agazapado.
—Son exploradores de la Unión —le susurró Wonderful al oído.
Quizá se tratara de hombres del Sabueso, que se habían abierto camino entre los campos y granjas y se acercaban a la línea que conformaban los árboles. El bosque, que ocupaba el valle entero a lo largo, estaba repleto de hombres del Norte armados y ataviados con armaduras. Resultaba un milagro que aún no los hubieran visto.
Pero Dow sabía que estaban ahí, por supuesto. Agitó con suma serenidad su hacha en el aire, señalando hacia el este, como si estuviera pidiendo que le trajeran una cerveza.
—Será mejor que le digáis a Reachey que se vaya, antes de que nos fastidie la sorpresa.
La orden fue de boca en boca y el mismo gesto que había hecho Dow con el brazo fue imitado por toda la formación a modo de ola.
—Ya estamos otra vez, joder —rezongó Craw mientras se mordía las uñas.
—Allá vamos —acertó a decir Wonderful a través de sus labios fruncidos, con la espada desenvainada en la mano.
—Soy demasiado viejo para esta mierda.
—Sí.
—Debería haberme casado con Colwen.
—Ya.
—Hace tiempo que debería haberme retirado.
—Cierto.
—¿Quieres dejar de estar de acuerdo conmigo, joder?
—¡¿Acaso la misión de un segundo al mando no es apoyar a su jefe, pase lo que pase?! Pues sí, estoy de acuerdo en todo. Eres demasiado viejo, deberías haberte casado con Colwen y haberte retirado.
Craw suspiró a la vez que le ofrecía la mano.
—Gracias por tu apoyo.
Wonderful se la estrechó con fuerza.
—Siempre te apoyaré.
De repente, el grave y profundo bramido del cuerno de Reachey resonó desde el este. Dio la impresión de que la tierra entera zumbaba y Craw sintió un cosquilleo en las raíces de su pelo. A continuación, se escucharon más cuernos, luego pisadas, como el rugido de un trueno distante mezclado con el tintineo del metal. Craw se inclinó hacia delante, haciendo un gran esfuerzo, y echó un vistazo entre unos troncos de árboles negros, mientras intentaba divisar a los hombres de Reachey. Apenas logró ver unos pocos tejados de Osrung a través de esos campos bañados por el sol. Entonces, se empezaron a oír gritos de guerra, que flotaban por todo el valle, que retumbaban por los árboles como si fueran fantasmas. A Craw lo embargó una honda emoción, en parte por miedo a lo que iba a suceder y en parte porque quería ponerse en pie de un salto y añadir su voz a aquel clamor.
—Qué pronto —susurró, relamiéndose los labios mientras se ponía en pie, sin apenas ser consciente ya del dolor que sentía en la pierna.
—Eso digo yo —Whirrun se acercó y se colocó junto a él, con el Padre de las Espadas desenvainada en una mano, agarrada bajo la cruceta, mientras con la otra señalaba a los Héroes—. ¿Ves eso, Craw? —daba la impresión de que quizá algunos hombres se movían en la cima de esas pendientes verdes. Tal vez se estaban congregando alrededor de un estandarte—. Van a bajar. Van a disfrutar de un gozoso encuentro con los muchachos de Dorado en esos campos, ¿verdad? —inquirió, soltando su peculiar risa ahogada—. Un gozoso encuentro.
Craw movió la cabeza de lado a lado lentamente.
—¿No estás preocupado?
—¿Por qué? ¿Es que no te lo he contado? Shoglig me dijo cuándo y dónde moriría, así que…
—Ya, no morirás ni aquí ni ahora. Me lo has repetido diez mil puñeteras veces —Craw se inclinó para hablar entre susurros—. Aunque… ¿te dijo si aquí te cortarían ambas piernas?
—No, no me lo dijo —tuvo que admitir Whirrun—. Pero ¿me quieres decir qué diferencia supondría eso en mi vida? Sin piernas, aún puedes sentarte alrededor de una hoguera a decir tonterías.
—Tal vez te corten los brazos también.
—Cierto. Si eso ocurre… Tendré que plantearme la posibilidad de retirarme, cuando menos. Eres un buen hombre, Curnden Craw —le dijo Whirrun, a la vez que le daba un golpecito en las costillas—. Quizá te legue al Padre de las Espadas, siempre que sigas respirando cuando yo cruce la orilla distante.
Craw resopló.
—Yo no pienso llevar esa cosa por ahí.
—¿Acaso crees que yo elegí llevarla? Daguf Col me escogió para esta misión en su pira funeraria después de que los Shanka le arrancaran las entrañas. Qué púrpuras eran.
—¿El qué?
—Sus entrañas. La espada debe heredarla alguien, Craw. ¿No eres tú el que siempre está diciendo que hay una forma correcta de hacer las cosas? Pues tiene que heredarla alguien.
Permanecieron en silencio un momento más, contempló la zona iluminada situada más allá de los árboles, el viento mecía las hojas y las hacía crujir, provocando que algunas hojas secas cayeran sobre las lanzas, los cascos y los hombros de todos esos hombres que se encontraban arrodillados entre la maleza. Los pájaros gorjeaban en las ramas y trinaban sin parar, joder; en comparación, el grito distante de la carga de Reachey resultó hasta relajante.
Unos hombres se movían por el flanco este de los Héroes. Eran hombres de la Unión que descendían. Craw se frotó sus sudorosas manos y desenvainó la espada.
—Whirrun.
—¿Sí?
—¿Alguna vez te has preguntado si Shoglig no se pudo haber equivocado?
—Sí, cada vez que tengo que luchar.