Scale

Calder espoleó a su caballo para descender por un sendero tan tenue que ni siquiera estaba seguro de que lo fuera, con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro. Aunque no podía saber a ciencia cierta si Deep y Shallow lo estaban vigilando, seguramente lo estaban haciendo, ya que él era su mejor fuente de ingresos. Además, tampoco tendría mucho sentido que existiera gente como Deep y Shallow si un hombre como Calder era capaz de saber dónde se encontraban, pero, por los muertos, le habría gustado tener algo de compañía. Como un hombre hambriento al que le lanzan un mendrugo de pan, ver a Curnden Craw únicamente había logrado abrir el apetito de Calder por ver caras amistosas.

Había cabalgado con los hombres de Cabeza de Hierro, sufriendo su desprecio, y también con los de Tenways, sufriendo su hostilidad, y ahora se dirigía hacia el bosque situado en el extremo oeste del valle, donde los hombres de Scale se encontraban reunidos. Los hombres de su hermano, que también eran los suyos, o eso suponía, aunque no tenía la sensación de que fuera así, eran unos cabrones de aspecto muy rudo, harapientos por la dura marcha y repletos de vendas por la dura lucha. Fatigados por hallarse lejos del favor de Dow el Negro, para quien habían realizado las misiones más duras a cambio de las recompensas más exiguas. No tenían aspecto de hallarse de humor para celebrar nada y menos aún la llegada del cobarde hermano de su jefe.

Tampoco ayudaba el hecho de que se sintiera tan incómodo con esa cota de malla, que se había puesto para la ocasión con la esperanza de poder transmitir la impresión de que era un príncipe guerrero. Había sido un regalo que le había hecho su padre hace años, estaba hecha con acero estirio y era más ligera que la mayoría de las aleaciones norteñas, pero, aun así, tan pesada como un yunque y daba tanto calor como la piel de oveja. Calder no entendía cómo eran capaces de llevar encima esos puñeteros chismes durante varios días. Corrían con ellas. Dormían con ellas. Luchaban con ellas. Era una locura luchar con algo así. Luchar era una locura. Nunca había entendido qué gracia le veían los demás.

Y pocos hombres le veían más gracia a la lucha que su propio hermano, Scale.

Éste se encontraba de cuclillas en un claro con un mapa extendido ante él. Pálido como la Nieve se encontraba a su izquierda y Ojo Blanco Hansul, a su derecha; ambos habían sido camaradas del padre de Calder en la época en que éste había gobernado la mayor parte del Norte. Esos hombres habían caído en desgracia en cuanto Nueve el Sanguinario tiró al padre de Calder por una de sus almenas. Casi habían caído tan bajo como el propio Calder.

Él y Scale eran hijos de distintas madres y la gente siempre solía bromear con que la de Scale debería haber sido un toro. Pues tenía aspecto de toro, de uno particularmente agresivo y musculoso. Era todo lo contrario de Calder en casi todos los aspectos; era rubio mientras que Calder era moreno, tenía unos rasgos suaves mientras que Calder era de facciones duras; además, era fácil de enfadar y muy lento a la hora de pensar. No se parecía en nada a su padre. Calder se parecía más a Bethod y todo el mundo lo sabía. Ésa era una de las razones por la que lo odiaban tanto. Por eso y porque se había pasado casi toda la vida actuando como un capullo.

Scale alzó la vista en cuanto escuchó los cascos del caballo de Calder, lo recibió con una gran sonrisa mientras se acercaba a él a zancadas, aún cojeaba por culpa de aquella herida que le había infligido en su día Nueve el Sanguinario. Portaba su cota de malla como si no pesara nada, como una doncella lleva un vestido recto; se trataba de una cota de malla doble muy pesada y forjada en color negro, que contaba con unas placas de acero negro en la parte superior y que tenía rozaduras y abolladuras por todas partes. «Id siempre armados», les solía decir su padre, Scale se lo había tomado al pie de la letra. Llevaba varios cinturones entrecruzados encima, así como un buen número de armas: dos espadas y una gran maza en el cinturón, tres cuchillos que se podían ver a simple vista y probablemente unos cuantos más ocultos. Llevaba una venda en la cabeza que estaba manchada de marrón a un lado y tenía una nueva marca en la ceja que venía a sumarse a su colección de cicatrices, que crecía con suma rapidez. Daba la impresión de que los frecuentes intentos por parte de Calder de convencer a Scale de que debía evitar toda batalla habían sido tan en balde como los frecuentes intentos de Scale de convencer a Calder de que participara en una.

Calder se revolvió en su silla, lo cual le supuso un gran esfuerzo al llevar esa cota de malla encima; no obstante, intentó dar la impresión de que únicamente estaba agarrotado tras una dura cabalgada.

—Scale, gordo cabrón, ¿cómo has…?

Scale le dio un abrazo con el que no lo aplastó por muy poco, con el que lo levantó en el aire, y, a continuación, le dio un beso muy húmedo en la frente. Calder le devolvió el abrazo como pudo, pues apenas le quedaba aire en los pulmones y se le estaba clavando en la tripa la empuñadura de una espada; de repente, se sintió tan patéticamente feliz de poder estar con alguien que lo quería que le entraron ganas de llorar.

—¡Aparta! —resolló, a la vez que golpeaba a Scale en la espalda con la parte inferior de la palma de la mano, como cuando un luchador se rinde—. ¡Aparta!

—¡Me alegro de volver a verte!

Scale le hizo girar en el aire sin que pudiera hacer nada, como un marido haría con su nueva esposa, de tal modo que pudo ver fugazmente a Pálido como la Nieve y Ojo Blanco Hansul mientras daba vueltas. No parecía que ninguno de ellos tuviera muchas ganas de abrazar a Calder. Los Grandes Guerreros que se encontraban desperdigados por todo el claro tampoco lo miraban con mucho más entusiasmo. Esos hombres a los que conocía de antaño, de esos viejos tiempos tan buenos en que se habían arrodillado ante su padre o se habían sentado a aquella larga mesa o habían lanzado vítores tras una victoria. Sin lugar a dudas, se estaban preguntando si ahora tendrían que aceptar las órdenes de Calder y esa idea no les hacía mucha gracia. ¿Acaso debería? Scale encarnaba todas las virtudes que los guerreros tanto admiraban: era leal, fuerte y valiente hasta el punto de la estupidez. Calder no era como ellos y eso todo el mundo lo sabía.

—¿Qué te ha pasado en la cabeza? —preguntó Calder a Scale, en cuanto éste permitió que sus pies tocaran el suelo de nuevo.

—¿Te refieres a esto? Bah. No es nada —Scale se quitó la venda y la tiró lejos. «Nada» no era, ya que tenía su pelo rubio manchado de sangre seca marrón en un lado—. Además, me parece que tú también tienes una herida —comentó, dándole un golpecito a Calder en su labio magullado sin demasiados miramientos—. ¿Te ha mordido alguna mujer?

—Ojalá fuera así. Brodd Tenways intentó matarme.

—¿Qué?

—Lo digo en serio. Envió a tres hombres al campamento de Caul Reachey con orden de matarme. Por suerte, Deep y Shallow me estaban vigilando y… bueno, ya sabes…

Scale pasó rápidamente del desconcierto a la furia, ésas eran sus dos emociones favoritas y siempre pasaba de una a otra con suma facilidad, sus ojillos se abrieron cada vez más y más hasta que el blanco de sus ojos quedó totalmente al descubierto.

—¡Voy a matar a ese cabrón, a ese viejo asqueroso! —exclamó, mientras desenvainaba la espada, como si fuera a cargar, a través del bosque, contra las ruinas donde Dow el Negro tenía la silla de su padre, donde masacraría a Brodd Tenways en el acto.

—¡No, no, no! —Calder lo agarró de la muñeca con ambas manos y logró que no desenvainara la espada del todo, lo cual provocó que su hermano prácticamente lo arrastrara.

—¡Que se joda! —exclamó Scale, quitándose de encima a Calder. Acto seguido, golpeó el tronco del árbol más cercano con un puño enguantado y logró hacer saltar un trozo de su corteza—. ¡Lo voy a joder vivo! ¡Matémosle! ¡Matémosle sin más!

Volvió a golpear el árbol y una lluvia de semillas cayeron revoloteando. Ojo Blanco Hansul lo observó con recelo, Pálido como la Nieve lo contempló con hartazgo, daba la tremenda sensación de que no era la primera vez que eran testigos de un ataque de furia de Scale.

—No podemos ir por ahí matando a personalidades muy importantes —aseveró Calder con un tono de voz persuasivo, con las palmas de la mano vueltas hacia arriba.

—Ha intentado matarte, ¿no?

—Pero yo soy un caso especial. Medio Norte quiere verme muerto —eso era mentira, era más bien las tres cuartas partes—. Además, no contamos con pruebas —Calder le puso una mano en el hombro a Scale y le habló con un tono suave, como solía hacer en su día su padre—. Así es la política, hermano. ¿Recuerdas? El equilibrio de poder siempre es muy delicado.

—¡Que le den a la política! ¡Me cago en el equilibrio! —no obstante, su ira ya había menguado. Tanto que Scale ya no corría peligro de que los ojos se le fueran a salir de sus cuencas. Volvió a envainar del todo su espada, cuya empuñadura impactó con fuerza contra la vaina—. ¿No podemos luchar sin más?

Calder respiró hondo. ¿Cómo era posible que ese matón incapaz de razonar fuera hijo de su padre? ¿Y, encima, su heredero?

—Ya habrá tiempo de luchar, pero, por ahora, debemos andarnos con cuidado. No contamos con muchos aliados, Scale. He hablado con Reachey; no hará nada contra mí pero tampoco a mi favor.

—¡Cobarde de mierda! —exclamó Scale, alzando el puño para golpear de nuevo al árbol, pero Calder lo obligó con suma delicadeza a bajarlo con un solo dedo.

—Simplemente, está preocupado por su hija —y no era el único—. Además, Cabeza de Hierro y Dorado tampoco están demasiado dispuestos a apoyarnos. Si no fuera porque están enfrentados entre ellos, me atrevería a decir que han estado implorándole a Dow que les diera la oportunidad de matarme.

Scale frunció el ceño.

—¿Crees que Dow está detrás de tu intento de asesinato?

—¿Quién si no? —Calder tuvo que disimular lo frustrante que le resultaba todo aquello y mantuvo un tono de voz sereno. Había olvidado que hablar con su hermano podía ser como hablar con una pared—. Además, Reachey ha oído de boca del propio Dow que quiere matarme.

Scale negó con la cabeza, muy preocupado.

—No era eso lo que tenía entendido.

—No creo que te fuera a contar algo así, ¿verdad?

—Pero si eras su rehén —replicó Scale, quien tenía el entrecejo arrugado por culpa del esfuerzo que estaba haciendo para poder pensar—. ¿Por qué te ha dejado volver?

—Porque espera que conspire, para poder luego revelar el complot y ahorcarme con un motivo justo.

—Pues no conspires y nadie te incordiará.

—No seas idiota —un par de Carls, que hasta entonces tenían la mirada centrada en sus cuencos con agua, alzaron la vista, lo que le obligó a bajar el tono de voz. Scale se podía permitir el lujo de dejarse llevar por la furia, Calder no—. Tenemos que protegernos. Tenemos enemigos por todas partes.

—Es cierto, pero hay uno del que todavía no has dicho nada. El más peligroso de todos, que yo sepa —dijo Scale. Calder se quedó helado por un momento, preguntándose a quién había omitido en sus cálculos—. ¡La maldita Unión! —Scale señaló, a través de los árboles y con un dedo muy grueso, en dirección hacia el sur—. ¡Kroy, el Sabueso y sus cuarenta mil soldados! ¡Esa gente contra la que hemos estado librando una guerra! O, al menos, yo la he estado librando.

—Ésa no es mi guerra, sino la de Dow el Negro.

Scale volvió a negar con la cabeza lentamente.

—¿Has pensado alguna vez que tal vez el camino más fácil, menos costoso y más seguro sería hacer simplemente lo que te ordenan?

—Sí, he pensado mucho al respecto, pero decidí que ése no era mi camino. Lo que necesitamos…

—Escúchame —Scale se le acercó y le miró directamente a los ojos—. Una batalla va a tener lugar y tenemos que luchar. ¿Me entiendes? Esto es el Norte. Tenemos que luchar.

—Scale…

—Tú eres el hermano listo. Eres mucho más listo que yo, todo el mundo lo sabe. Los muertos saben que lo sé —entonces, se aproximó aún más—. Pero los hombres no siguen a los más inteligentes. No si no les respalda la fuerza. Tienes que ganarte su respeto.

—Oh —Calder echó un vistazo a su alrededor y se topó con las duras miradas que le lanzaban esos hombres desde los árboles—. ¿No te puedo pedir prestado ese respeto?

—Algún día, yo ya no estaré aquí y tendrás que hacerte respetar tú solo. No tienes que participar en ningún baño de sangre. Sólo tienes que compartir las penalidades y el peligro con esta gente.

Calder esbozó una sonrisa muy frágil.

—Es el peligro lo que me asusta.

Aunque tampoco le gustaba soportar penalidades, a decir verdad.

—El miedo es bueno —lo cual para él era muy fácil de decir, ya que era tan grueso de mollera que el miedo no podía penetrar en su cabeza—. Nuestro padre tuvo miedo todos los días de su vida. Eso lo mantuvo alerta —Scale cogió a Calder del hombro de tal modo que éste no pudo resistirse y se vio obligado a girarse hacia el sur. Entre los troncos de los árboles situados en los lindes del bosque, pudo ver una gran extensión repleta de campos dorados y verdes y de terrenos marrones sin sembrar. La estribación occidental de los Héroes se alzaba imponente a la izquierda, el dedo de Skarling sobresalía de su cima y tenía un camino a sus pies que era una mancha gris que atravesaba las cosechas—. Ese camino lleva al Puente Viejo. Dow quiere que lo tomemos.

—Quiere que lo tomes.

—No, que lo tomemos. Apenas cuenta con defensas. ¿Tienes un escudo?

—No —tampoco tenía el más mínimo deseo de ir allá donde pudiera necesitar uno.

—Pálido como la Nieve, préstame tu escudo.

El viejo guerrero, que tenía la cara blanca como la cera, se lo entregó a Calder. Estaba pintado de blanco, lo cual resultaba bastante apropiado. Como hacía mucho tiempo que no sostenía un escudo entre sus manos, desde la época en que recibía unas buenas palizas mientras practicaba con la espada en el patio, había olvidado cuánto pesaban esos malditos chismes. La sensación de su peso en el brazo le trajo malos recuerdos de antiguas humillaciones, la mayoría sufridas a manos de su propio hermano. Aunque, probablemente, esas humillaciones se verían eclipsadas por otras nuevas antes de que el día acabara. Si es que sobrevivía a él.

Scale volvió a dar a Calder una palmadita en su mejilla magullada. De un modo desagradablemente fuerte de nuevo.

—Si permaneces cerca de mí y mantienes tu escudo en alto, saldrás de ésta sin un rasguño —entonces, Scale giró la cabeza en dirección a los hombres que se hallaban desperdigados entre los árboles—. Y te ganarás su estima si te ven al frente del ataque.

—Bien —dijo Calder, alzando el escudo con poco entusiasmo.

—¿Quién sabe? —su hermano le dio una palmada en la espalda que estuvo a punto de hacerle caer al suelo—. Quizá con esto también ganes autoestima.