—Es hermoso, ¿verdad? —dijo Agrick, con una enorme sonrisa dibujada en su pecosa cara.
—¿Ah, sí? —masculló Craw, quien había estado pensando en el terreno, en cómo podría utilizarlo en su provecho y en cómo lo emplearía el enemigo.
Era un viejo hábito. El terreno y cómo convertirlo en un arma había sido lo más interesante de las conversaciones que solía mantener con Bethod cuando estaban en campaña.
La colina en la que se encontraban los Héroes era un terreno que poseía un gran valor estratégico, incluso un idiota habría sido capaz de verlo. Era lo único que sobresalía en aquel valle plano, estaba tan solo y tenía una forma tan extrañamente suave que casi parecía obra del hombre. Dos estribaciones brotaban de ella; una, hacia el oeste, que poseía una solitaria aguja de piedra en su extremo final que a la gente le había dado por llamar el Dedo de Skarling; otra, hacia el sudeste, con un anillo de piedras más pequeñas en su parte superior al que llamaban los Niños.
El río serpenteaba a través del fondo poco profundo del valle y bordeaba unos campos dorados de cebada al oeste, hasta perderse en una ciénaga llena de charcas para llegar después al ruinoso puente que Scorry Sigiloso estaba observando en esos momentos, al que llamaban, con una falta total de imaginación, el Puente Viejo. El agua discurría veloz alrededor del pie de la colina, centelleando por los brillantes bajíos repletos de guijarros. En algún lugar, allá abajo, entre los escuálidos arbustos y la madera que flotaba a la deriva por el río, se encontraba pescando Brack. O, lo que era aún más probable, durmiendo.
En el extremo más lejano del río, al sur, se alzaba el Cerro Negro. Una burda masa de hierba amarilla y helechos marrones, cubierta de guijarros y surcada por quebradas profundas por donde discurría el agua blanquecina. El río se extendía hasta el este de Osrung; un conjunto de casas situado alrededor de un puente y un gran molino, que se apiñaban dentro de una alta empalizada. El humo brotaba de sus chimeneas y ascendía por un cielo azul brillante hasta perderse en la nada. Todo parecía muy normal y no se veía nada destacable, tampoco había ni rastro de la Unión, ni de Hardbread, ni de ninguno de los muchachos del Sabueso.
Resultaba muy difícil creer que se estuviera librando una guerra.
No obstante, Craw sabía, gracias a su tremenda experiencia, que las guerras eran en un noventa y nueve por ciento aburrimiento, donde normalmente uno sufría además frío y humedad, hambre y enfermedad, y frecuentemente acababa teniendo que subir a una colina algo metálico de gran peso, y en un uno por ciento el terror más absoluto. Lo cual le hizo preguntarse una vez más por qué escogió en su día un oficio tan siniestro y por qué aún no lo había dejado. Quizá porque tenía talento para ello, o más bien porque carecía de talento para hacer otra cosa. O quizá se había dejado llevar por las circunstancias y éstas lo habían arrastrado hasta ahí. Entonces alzó la vista y vio cómo unos jirones de nubes se desplazaban por el cielo azul, convirtiéndose sucesivamente en meros recuerdos.
—Es hermoso —repitió Agrick.
—Todo parece mucho más bonito cuando brilla el sol —replicó Craw—. Si estuviera lloviendo, dirías que es el valle más horrendo del mundo.
—Tal vez —Agrick cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás—. Pero no está lloviendo.
Lo cual era innegable, pero no necesariamente una circunstancia afortunada. Como Craw siempre había tenido tendencia a quemarse si le daba el sol, se había pasado casi todo el día anterior al abrigo de las sombras de los Héroes más altos. El frío era lo único que le gustaba aún menos que el calor.
—Lo que daría yo por tener un techo —masculló—. Qué gran invento para protegerse de las inclemencias del tiempo.
—A mí que llueva un poco no me importa —comentó Agrick.
—Porque eres joven. Espera a tener mi edad y a hallarte a la intemperie con mal tiempo.
Agrick se encogió de hombros.
—Para entonces espero tener un techo, jefe.
—Buena idea —dijo Craw—. Ay, qué descarado eres, cabrón —entonces, cogió su machacado catalejo, que había arrebatado al cadáver de un oficial de la Unión que había hallado congelado en invierno, y volvió a observar el Puente Viejo. Nada. Comprobó los bajíos. Nada. Echó un vistazo al camino de Ollensand y se sobresaltó al ver que algo se movía por ahí, pero enseguida se dio cuenta de que se trataba de una mosca diminuta volando que se encontraba al otro lado del cristal y, acto seguido, se echó hacia atrás—. Bueno, al menos un hombre puede ver mucho más lejos cuando hace un buen día, o eso supongo.
—Estamos vigilando por si aparece alguien de la Unión, ¿no? Esos cabrones no podrían acercarse con sigilo ni a un cadáver. Te preocupas demasiado, jefe.
—Alguien tiene que hacerlo.
Sin embargo, Agrick tenía razón. Preocuparse demasiado o demasiado poco son dos actitudes extremas que no llevan a nada bueno; además, Craw siempre se inclinaba por preocuparse en demasía. Todo leve movimiento lo sobresaltaba y siempre parecía dispuesto a gritar que todo el mundo cogiera sus armas. Los pájaros aleteaban perezosamente por el cielo. Las ovejas pastaban en las pendientes de los cerros. Los carros de los granjeros se arrastraban por los caminos. Como hacía poco tiempo que el Jovial Yon había empezado a enseñarle a manejar el hacha a Athroc, el repentino estruendo del choque del metal lo había pillado desprevenido y había estado a punto de mearse en los pantalones. Sí, Craw se preocupaba demasiado. Lamentablemente, un hombre no puede decir que va a dejar de preocuparse por algo sin más.
—¿Por qué estamos aquí, Agrick?
—¿Aquí? Bueno, ya lo sabes. Estamos sentados en los Héroes para vigilar y comprobar si la Unión se acerca, y, en caso de que sea así, avisar a Dow el Negro. Estamos reconociendo el terreno como siempre.
—Lo sé. Eso ya te lo he dicho yo. Me refiero a por qué estamos aquí en general.
—¿Te refieres al sentido de la vida y demás?
—No, no —Craw hizo un gesto con la mano en el aire, como si lo que quería decir fuera algo que no pudiera aprehender—. ¿Por qué estamos aquí?
Agrick frunció el ceño mientras reflexionaba al respecto.
—Bueno… porque Nueve el Sanguinario mató a Bethod, se quedó con su cadena y se nombró a sí mismo rey de los Hombres del Norte.
—Eso es cierto —Craw se acordaba de ese día a la perfección, así como del cadáver de Bethod cubierto de sangre que yacía en el suelo de aquel círculo, de la muchedumbre rugiendo el nombre de Nuevededos y de que le recorrió un escalofrío a pesar de que hacía sol—. ¿Y?
—Dow el Negro traicionó a Nueve el Sanguinario y se quedó con la cadena —en ese instante, Agrick se percató de que quizá había utilizado unas palabras no muy adecuadas, por lo que intentó matizar lo que había dicho—. O sea, tuvo que hacerlo. ¿Quién querría como rey a un cabrón tarado como Nueve el Sanguinario? Sin embargo, el Sabueso consideró a Dow un traidor y lo acusó de haber roto su juramento, al igual que la mayoría de los clanes del Uffrith para abajo, que tienden a ver las cosas como las ve él. Por otro lado, el rey de la Unión había compartido una locura de viaje con Nuevededos y se había hecho amigo de él. Así que el Sabueso y la Unión decidieron declararle la guerra a Dow el Negro y, por todo eso, estamos aquí.
Agrick se echó hacia atrás, mientras seguía apoyado sobre los codos, y cerró los ojos, parecía muy satisfecho consigo mismo.
—Ésa es una buena explicación sobre las causas políticas que han llevado a este conflicto.
—Gracias, jefe.
—Por eso Dow el Negro y el Sabueso están enfrentados. Por eso la Unión ha tomado partido por el Sabueso, aunque me atrevería a decir que todo esto es más una mera cuestión de poder que de lealtades o amistad.
—Pues sí. Eso es.
—Pero ¿por qué estamos nosotros aquí?
Agrick volvió a incorporarse, con el ceño fruncido. Tras ellos, algo metálico resonó al golpear contra algo de madera; se trataba de su hermano, que había arremetido contra el escudo de Yon y había acabado siendo derribado de un modo doloroso.
—¡He dicho lateralmente, so idiota! —se oyó exclamar al no demasiado jovial Yon.
—Bueno… —conjeturó Agrick—. Supongo que defendemos a Dow porque Dow defiende al Norte, da igual que sea un cabronazo o no.
—Así que defiende al Norte, ¿eh? —Craw le dio unas leves palmaditas a la hierba que tenía a su lado—. Así que defiende sus colinas, bosques, ríos y demás, ¿no? Entonces, ¿por qué quiere que unos ejércitos pasen por encima de todas estas cosas?
—Bueno, no me refería a la tierra en sí, sino a la gente que vive en ella. Ya sabes. El Norte.
—Pero en el Norte viven todo tipo de personas, ¿verdad? A la mayoría Dow el Negro no les importa demasiado y a él seguramente tampoco le importan mucho ellos. La mayoría sólo quiere agachar la cabeza, no llamar la atención y sobrevivir como sea.
—Sí, supongo.
—Así que… ¿cómo es posible que Dow el Negro los represente a todos?
—Bueno… —Agrick retorciéndose un poco—. No lo sé. Supongo que… —entonces, miró hacia el valle con los ojos entornados mientras Wonderful se les acercaba por detrás—. Entonces, ¿por qué estamos aquí?
Wonderful le pegó un buen golpe en la cabeza que le hizo gruñir.
—Hay que quedarse en los Héroes a vigilar si se acerca la Unión. Dedícate a examinar el terreno, como siempre, idiota. Menuda pregunta más estúpida, joder.
Agrick negó con la cabeza por lo injusta que era esa reprimenda.
—Se acabó. No vuelvo a hablar.
—¿Lo prometes? —preguntó Wonderful.
—¿Por qué narices estamos aquí…? —masculló entre dientes Agrick mientras se frotaba la cabeza y se alejaba para observar cómo Yon y Athroc entrenaban.
—Yo sí sé por qué estoy aquí —aseveró Whirrun, quien había alzado lentamente su largo dedo índice y tenía una brizna de hierba entre los dientes que mascaba mientras hablaba. Como Craw había creído que estaba dormido, se había tumbado sobre su espalda y había utilizado la empuñadura de su espada como almohada. Pero Whirrun siempre parecía estar dormido, aunque, en realidad, nunca lo estaba—. Porque Shoglig me dijo que un hombre con un hueso atragantado me…
—Te guiaría a tu destino —apostilló Wonderful, llevándose las manos a las caderas—. Sí, eso ya lo hemos oído otras veces.
Craw hinchó los carrillos y resopló.
—Como si no fuera bastante responsabilidad velar por las vidas de ocho hombres, ahora encima tengo que llevar la pesada losa del destino de un loco sobre mis hombros.
Whirrun se incorporó y echó la cabeza hacia atrás.
—No estoy para nada de acuerdo con eso último y mucho menos con lo de que estoy loco. Es que… tengo mi propia manera de ver las cosas.
—Las ves como las vería un loco —masculló Wonderful en voz baja, al mismo tiempo que Whirrun se ponía en pie, se sacudía el culo para limpiarse los pantalones y se colocaba su espada envainada sobre el hombro.
Whirrun frunció el ceño, pasó de apoyar el peso de su cuerpo de una pierna a otra y, a continuación, se rascó sus partes.
—Necesito mear. ¿Tú qué harías? ¿Te meterías en el río, o mearías en una de esas piedras?
Craw se lo pensó un momento.
—En el río. Orinar en esas piedras podría parecer un poco… irrespetuoso.
—¿Acaso crees que nos observan los dioses?
—No hay manera de saberlo.
—Cierto —Whirrun se llevó la brizna de hierba que estaba mascando a la otra comisura de sus labios y descendió por la colina—. Entonces, lo haré en el río. Quizá incluso le eche una mano a Brack para pescar. Shoglig solía ser capaz de convencer a los peces de que salieran del agua, pero nunca fui capaz de aprender ese truco.
—¡Sácalos a golpes con ese chisme que tienes capaz de talar un árbol! —le gritó Wonderful a sus espaldas.
—¡Quizá lo haga! —acto seguido, alzó al Padre de las Espadas por encima de su cabeza, que prácticamente era tan grande como un hombre de la empuñadura a la punta—. ¡Hace mucho que no mato nada!
A Craw no le habría importado que reprimiera sus ganas de matar un poco más. En aquellos momentos albergaba la esperanza de abandonar el valle sin dejar ningún muerto detrás. Lo cual era un extraño deseo viniendo de un soldado, si uno se detiene a pensarlo un poco. Tanto él como Wonderful permanecieron en silencio un buen rato, uno junto al otro. Tras ellos, el acero chilló cuando Yon apartó a Athroc de un empujón y lo hizo retroceder tambaleándose.
—¡Esfuérzate un poco más! ¿Es que no puedes mover la muñeca?
La nostalgia se estaba apoderando de Craw, algo que últimamente le sucedía cada vez con más frecuencia.
—A Colwen le encantaba el sol.
—¿Ah, sí? —inquirió Wonderful, alzando una ceja.
—Siempre se burlaba de mí porque me quedaba en la sombra.
—¿Ah, sí?
—Debería haberme casado con ella —masculló.
—Sí, deberías, pero no lo hiciste. ¿Por qué?
—Entre otras razones, porque me dijiste que no lo hiciera.
—Cierto. Esa mujer tenía la lengua muy afilada. Pero, normalmente, sueles ignorarme sin ningún problema.
—Tienes razón. Supongo que fui demasiado cobarde como para pedirle matrimonio —además, en aquella época tenía muchas ganas de marcharse y labrarse una reputación con sus hazañas.
Ahora, sin embargo, no alcanzaba a comprender cómo había podido pensar de esa manera.
—Por aquel entonces, no sabía qué quería. Pensaba que me faltaba algo y que podría conseguirlo con una espada.
—¿Sigues pensando en ella? —preguntó Wonderful.
—No muy a menudo.
—Mentiroso.
Craw sonrió abiertamente. Lo conocía demasiado bien.
—Considéralo una verdad a medias. En realidad, ya no pienso en ella. La mitad de las veces no consigo recordar su cara. Pero sí pienso en cómo podría haber sido mi vida si hubiera tomado ese camino en vez de este otro —se imaginó sentado con su pipa, bajo el porche, sonriendo mientras el sol se ponía en el mar y profirió un suspiro—. Pero hay cosas que no se pueden cambiar, ¿eh? ¿Y qué me cuentas de tu marido?
Wonderful respiró hondo.
—Casi seguro que ahora se esté preparando para recoger la cosecha. Y los niños también.
—¿Te gustaría estar ahora con ellos?
—Sí, a veces.
—Mentirosa. Este año has ido a verlos dos veces, ¿verdad?
Wonderful contempló con el ceño fruncido el sereno valle.
—Voy a verlos cuando puedo. Ya lo saben. Saben lo que soy.
—¿Y aun así te soportan?
Permaneció callada por un momento y, acto seguido, se encogió de hombros.
—Hay cosas que no se pueden cambiar, ¿eh?
—¡Jefe! —exclamó Agrick, quien venía corriendo desde la otra punta de los Héroes—. ¡Drofd ha vuelto! Y no viene solo.
—¿Ah, no? —Craw esbozó un gesto de dolor en cuanto movió la rodilla que tenía fastidiada—. ¿Quién lo acompaña?
Agrick puso la misma cara que habría puesto si se hubiera sentado sobre un cardo.
—Me ha parecido que era Caul Escalofríos.
—¿Escalofríos? —rezongó Yon, girando la cabeza con gran celeridad hacia un lado. Era el momento que había estado esperando Athroc, quien sorteó el escudo que Yon había bajado un poco y le propinó un rodillazo en sus partes—. Aaaay, serás cabrón…
Yon cayó al suelo, con los ojos desorbitados.
En cualquier otro momento, Craw habría estallado en carcajadas, pero el mero hecho de haber oído el nombre de Escalofríos le había puesto de muy mal humor. Cruzó aquel círculo de hierba, deseando que Agrick se hubiera equivocado, a pesar de que era consciente de que eso era muy poco probable. Las esperanzas de Craw solían acabar sumidas en un baño de sangre; además, Escalofríos era alguien muy difícil de confundir.
Ese alguien ascendía ahora hacia los Héroes montado a caballo, por el camino empinado de la ladera norte de la colina. Craw no apartó la mirada de él durante todo el ascenso, se sentía como cuando un pastor observa que se aproximan unos nubarrones.
—Mierda —murmuró Wonderful.
—Sí —replicó Craw—. Mierda.
Escalofríos dejó que Drofd guiara cojeando a sus caballos hasta el muro de piedra seca y recorrió el resto del camino a pie. Miró a Craw y a Wonderful, y al Jovial Yon también; tenía la parte destrozada de su rostro tan flácida e inerte como la cara de un ahorcado, el lado izquierdo era poco más que una enorme quemadura que atravesaba su ojo metálico. No existía un hijo puta más aterrador en toda la faz de la tierra.
—Craw —susurró con voz ronca.
—Escalofríos. ¿Qué te trae aquí?
—Me envía Dow.
—Eso me lo suponía. Pero quiero saber por qué.
—Dice que debes asegurar esta colina y vigilar por si se acerca alguien de la Unión.
—Eso ya me lo había ordenado —replicó Craw, con más brusquedad de la que pretendía. Lo cual provocó que permaneciera callado un momento—. Así que… dime, ¿por qué te ha enviado de verdad?
Escalofríos se encogió de hombros.
—Para cerciorarse de que cumplas las órdenes.
—Gracias por la confianza y el apoyo.
—Eso agradéceselo a Dow.
—Lo haré.
—Le agradará. ¿Habéis visto a alguien de la Unión por aquí?
—No desde que Hardbread se marchó hace cuatro noches.
—Conozco a Hardbread. Es un capullo muy testarudo y viejo. Tal vez vuelva.
—Si lo hace, tendrá que regresar por uno de los tres caminos que hay para cruzar el río. No hay más, que yo sepa —le explicó Craw, a la vez que se los señalaba—. El Puente Viejo al oeste cerca de las ciénagas, el puente nuevo de Osrung y los bajíos al pie de la colina. Tenemos vigilados todos esos sitios y el valle es un espacio abierto. Desde aquí, podríamos ver hasta cómo una oveja cruza el río.
—No creo que necesitemos contarle a Dow el Negro si una oveja cruza el río —dijo Escalofríos, acercando más la parte destrozada de su cara a su interlocutor—. Pero será mejor que lo avisemos si aparece la Unión por aquí. ¿Qué te parece si cantamos algunas canciones mientras esperamos?
—¿Eres capaz de no desentonar? —inquirió Wonderful.
—Mierda, no. Pero no te atrevas a impedir que lo intente —replicó y, a continuación, se alejó por el círculo de hierba. Athroc y Agrick se apartaron para dejarle sitio. Craw los comprendió. Escalofríos era uno de esos hombres que parecían tener un espacio a su alrededor que era mejor no ocupar.
Craw se volvió lentamente hacia Drofd.
—Qué bien lo has hecho.
El muchacho alzó ambas manos.
—¿Y qué esperabas? ¿Qué le dijera que no quería que viniese? Al menos, tú no has tenido que pasar dos días cabalgando con él, ni dos noches durmiendo junto a él cerca de una hoguera. Nunca cierra ese ojo, ¿sabes? Es como si te estuviera mirando toda la noche. Te juro que no he pegado ojo desde que partimos.
—No puede ver con él, so necio —le espetó Yon—, al igual que yo no podría ver si tuviera tu hebilla del cinturón por ojo.
—Lo sé, pero aun así… —Drofd miró a su alrededor y bajó el tono de voz—. ¿De verdad creéis que la Unión viene hacia aquí?
—No —respondió Wonderful—. No lo creo.
Le lanzó a Drofd una de sus peculiares miradas y a éste se le hundieron los hombros. A continuación, se alejó mascullando algo entre dientes sobre qué otra cosa podría haber hecho. Después, Wonderful se acercó a Craw y se inclinó sobre él.
—¿De verdad crees que la Unión viene hacia aquí?
—Lo dudo. Pero tengo una sensación rara en la boca del estómago —contestó, mientras observaba preocupado la oscura silueta de Escalofríos, quien se encontraba apoyado sobre uno de los Héroes, tras el cual el valle se hallaba intensamente iluminado. Entonces, se llevó una mano al estómago—. Y he aprendido a hacer caso a mis tripas.
Wonderful resopló.
—Ya, supongo que es difícil ignorar algo tan grande.