Beck encorvó los hombros y contempló el fuego, que apenas era una maraña de palos ennegrecidos, con un par de brasas en el centro que todavía refulgían levemente y una pequeña lengua flamígera indefensa que el viento azotaba, sacudía y arremolinaba. El fuego se consumía. Al igual que sus sueños. Se había aferrado al sueño de ser un héroe durante tanto tiempo que ahora que había quedado reducido a cenizas ya no sabía lo que deseaba. Allí estaba, sentado bajo unas estrellas que se desvanecían, bautizadas en honor de grandes hombres, grandes batallas y grandes hazañas, mientras él no sabía siquiera quién era.
—Cuesta dormir, ¿eh? —Drofd se sentó junto al fuego y cruzó las piernas, llevaba los hombros cubiertos con una manta.
Beck respondió con el gruñido más tenue posible. Lo último que deseaba era hablar. Drofd le ofreció un pedazo de carne del día anterior, reluciente de grasa.
—¿Tienes hambre?
Beck negó con la cabeza. No estaba seguro de cuándo había comido por última vez. Probablemente, habría sido justo antes de la última vez que había dormido, pero sólo el olor de esa carne ya le estaba provocando náuseas.
—Será mejor que la guarde para luego —Drofd metió la carne en un bolsillo frontal de su jubón, del que quedó sobresaliendo el hueso de la carne, se frotó las manos y las acercó a la escasa lumbre. Tenía tan sucias las rayas de la mano que parecían estar pintadas de negro. Debía de tener más o menos la misma edad que Beck, pero era más pequeño y más moreno. Una escasa barba incipiente le cubría la mandíbula. En aquel momento, en la oscuridad, le recordó un poco a Reft. Beck tragó saliva y apartó la mirada—. Así que te has ganado un apodo, ¿eh?
Beck asintió ligeramente.
—Beck el Rojo —Drofd dejó escapar una risita—. Es un buen apodo. Suena fiero. Debes de sentirte satisfecho.
—¿Satisfecho? —Beck sintió el acuciante impulso de confesar: «Me escondí en un armario y maté a uno de los míos», pero, en vez de eso, dijo—. Supongo.
—Ojalá yo tuviera un apodo. Bueno, me imagino que todo llegará con el tiempo.
Beck siguió con la mirada clavada en el fuego, con la esperanza de disuadirle así de seguir charlando. Sin embargo, parecía que Drofd era un tipo parlanchín.
—¿Tienes familia?
Era el tema de conversación más ordinario, evidente y pobre que se le podría haber ocurrido a aquel tipo. El mero hecho de empezar a arrastrar las palabras le causó un doloroso esfuerzo a Beck.
—Sí, mi madre y dos hermanos pequeños. Uno es aprendiz del herrero en el valle —quizá fuera un tema de conversación muy pobre, pero en cuanto empezó a hablar, sus pensamientos vagaron hacia su hogar y se dio cuenta de que no podía parar—. Lo más probable es que mi madre se esté preparando ahora para recoger la cosecha. Estaba casi madura cuando me marché. Estará afilando la hoz y todo eso. Y Festen irá recogiendo tras ella y… —y por los muertos, cómo deseó estar ahora con ellos. Quería sonreír y llorar al mismo tiempo, pero no se atrevió a decir más por temor a hacerlo.
—Yo tengo siete hermanas —afirmó Drofd— y soy el más pequeño. Es como tener ocho madres echándome la bronca y corrigiéndome todo el día, cada una de ellas posee una lengua más afilada que la anterior. Como no había ningún otro varón en la casa, jamás podía hablar sobre cosas de hombres. Mi casa era un infierno muy especial, te lo aseguro.
Compartir un hogar acogedor con ocho mujeres donde no hubiera ninguna espada ya no le parecía algo tan espantoso. Beck también había pensado en otro tiempo que su casa era un infierno muy especial. Ahora, tenía una noción muy distinta de qué era un infierno.
Drofd siguió parloteando.
—Pero ahora tengo una nueva familia. Craw, Wonderful y el Jovial Yon y el resto. Son buenos combatientes. Con buenos apodos. Y unos compañeros muy leales, ¿sabes? Se preocupan de los suyos. Hemos perdido a un par de miembros estos últimos días. Eran buenos tipos, pero… —dio la impresión de que él también se había quedado sin palabras. Sin embargo, no le llevó mucho tiempo encontrar más—. Craw fue el segundo al mando del viejo Tresárboles, ¿sabes? Hace mucho, mucho tiempo. Ha estado en todas las batallas desde ni se sabe cuándo. Hace las cosas a la vieja usanza. Es un hombre de honor. Has caído de pie al ir a parar a este grupo, créeme.
—Ya —Beck no se sentía como si hubiera caído de pie. Se sentía como si todavía estuviera cayendo y, tarde o temprano, aunque probablemente más pronto que tarde, fuese a descalabrarse contra el suelo.
—¿De dónde has sacado esa espada?
Beck parpadeó mientras observaba la empuñadura, parecía hallarse sorprendido de ver que su arma seguía ahí a su lado.
—Era de mi padre.
—¿Era un guerrero?
—Sí, un Gran Guerrero. De los famosos, supongo —sí, cómo le había gustado jactarse de ello en otro tiempo. Ahora, sin embargo, el mero hecho de pronunciar su nombre le costaba un tremendo esfuerzo—. Se llamaba Shama el Cruel.
—¿Cómo? ¿El que luchó en duelo contra Nueve el Sanguinario? ¿El que…?
Perdió.
—Sí. Nueve el Sanguinario llevó un hacha al duelo y mi padre, su espada. Hicieron girar el escudo y Nueve el Sanguinario ganó, por lo que pudo escoger la espada para combatir —Beck la extrajo de su vaina con una absurda preocupación por si hería con ella a alguien accidentalmente. Sentía un respeto por el filo de ese metal que no había mostrado la noche anterior—. Lucharon y Nueve el Sanguinario le abrió a mi padre el estómago —ahora le parecía una locura haberse precipitado a seguir los pasos de un hombre al que nunca había conocido, cuyas pisadas conducían hasta sus entrañas derramadas por el suelo.
—Quieres decir que… ¿Nueve el Sanguinario sostuvo esa espada?
—Supongo que sí.
—¿Puedo?
En otro tiempo Beck le habría dicho a Drofd que ni se le ocurriera tocarla, pero jugar a ir de héroe solitario no había salido demasiado bien ni para él ni para ninguno de los demás implicados. Esta vez quizá intentase trabar alguna amistad. De modo que le ofreció la hoja, por la parte del pomo.
—Por los muertos, es una espada estupenda —Drofd observó la empuñadura con los ojos abiertos de par en par—. Todavía hay sangre en ella.
—Sí —acertó a decir Beck con voz ronca.
—Bueno, bueno, bueno —Wonderful se aproximó contoneándose, con las manos en las caderas y con la punta de la lengua sobresaliendo entre los dientes—. ¿Dos jóvenes acariciándose las armas a la luz de la lumbre? No os preocupéis, entiendo que estas cosas pasen. Uno se piensa que nadie le está viendo y… pero, claro, se avecina una batalla y puede que nunca tengáis otra oportunidad de probarlo. Es lo más natural del mundo.
Drofd se aclaró la garganta y le devolvió rápidamente la espada.
—Sólo estábamos hablando de… Ya sabes. De apodos. ¿Cómo obtuviste el tuyo?
—¿El mío? —replicó bruscamente Wonderful, entornando los ojos. Beck no sabía qué pensar de una mujer combatiente y, mucho menos de una que lideraba una docena. De una que ahora era su jefa. Debía reconocer que le asustaba un poco, con aquella mirada dura y su cabeza pelada, donde tenía una vieja cicatriz en un lado y otra más reciente en el otro. Antaño, asustarse de una mujer le habría parecido vergonzoso, pero ahora que prácticamente se asustaba de todo no parecía tener mayor importancia—. Lo obtuve tras darle una maravillosa[1] paliza a un par de jóvenes curiosos.
—Tu apodo te lo puso Tresárboles —afirmó el Jovial Yon, quien se revolvió entre las mantas y, acto seguido, se incorporó apoyándose sobre un codo. Luego, contempló el fuego con un ojo apenas abierto mientras se rascaba su espesa barba negra y gris—. Creo que tu familia tenía una granja al norte de Uffrith. Corrígeme si me equivoco.
—Lo haré —dijo Wonderful—. No te preocupes.
—Y cuando comenzaron los problemas con Bethod, algunos de sus chicos irrumpieron en el valle. De modo que te afeitaste la cabeza.
—Ya me la había afeitado un par de meses antes. El pelo me estorbaba siempre que iba por detrás del arado.
—Vale, corregido queda. ¿Quieres seguir tú?
—No, lo estás haciendo muy bien.
—Entonces, sustituiste la tijera de esquilar ovejas por la espada y convenciste a otros en el valle para que hicieran lo mismo, luego tendiste una emboscada a los chicos de Bethod.
Los ojos de Wonderful resplandecieron a la luz de la lumbre.
—Y tanto que sí.
—Entonces, apareció por ahí Tresárboles; Craw y yo íbamos con él. Esperábamos encontrarnos todo el valle quemado y a los granjeros desperdigados por todas partes. En vez de eso, Tresárboles se encontró con una docena de los muchachos de Bethod colgados y otra docena hechos prisioneros, y a esta puñetera muchacha vigilándolos con una gran sonrisa. ¿Qué fue lo que dijo entonces?
—No puedo decir que me acuerde —gruñó Wonderful.
—Qué extraña maravilla, esto de encontrar a una mujer al mando —dijo Yon, imitando una voz cavernosa—. Durante una semana o dos la llamamos Extraña Maravilla. Después, nos olvidamos de lo de «extraña» y se quedó con ese apodo.
Wonderful asintió siniestramente en dirección hacia el fuego.
—No obstante, un mes más tarde Bethod se plantó ahí con todas sus fuerzas y el valle terminó quemado de todas maneras.
Yon se encogió de hombros.
—De todos modos, fue una emboscada muy buena.
—¿Y qué hay de ti, eh, el Jovial Yon Cumber?
Yon se quitó las mantas de encima y se sentó.
—No hay mucho que contar.
—No seas modesto. Al Jovial Yon solían llamarle «el serio» en los viejos tiempos, porque era un bromista de cuidado. Después, le cortaron trágicamente la picha en la batalla de Ineward; las mujeres del Norte lloraron más por esa pérdida que por las muertes de todos los esposos, hijos y padres que allí perecieron. Desde entonces, no ha vuelto a sonreír jamás.
—Eso es una mentira cruel —replicó Yon mientras señalaba a Beck con un grueso dedo—. Nunca tuve sentido del humor. Y en Ineward sólo sufrí un pequeño corte en el muslo. Sangré mucho, pero no sufrí ninguna herida grave. Todo sigue funcionando perfectamente ahí abajo, no te preocupes.
En ese instante, por encima de su hombro y fuera de su vista, Wonderful se estaba señalando la entrepierna.
—La polla y los huevos —formó las palabras con los labios mientras con una mano abierta simulaba la acción de cortar—. La polla… y los… —pero en cuanto Yon se dio la vuelta, se miró las uñas como si no hubiera estado haciendo nada.
—¿Ya estáis despiertos? —preguntó Flood, quien apareció cojeando entre los dormidos y las fogatas, acompañado de un hombre al que Beck no conocía; era delgado y tenía el pelo largo y canoso.
—Los jóvenes nos han despertado —gruñó Wonderful—. Drofd le estaba sobando el arma a Beck.
—Aunque es comprensible, lo cierto es que… —dijo Yon.
—Puedes echarle un vistazo a la mía si queréis —Flood agarró la maza que colgaba de su cinto y la levantó en ángulo—. ¡Tiene un buen bulto en su extremo! —Drofd se rió para sí, pero parecía que los demás no estaban de humor. Beck, desde luego, no lo estaba—. ¿No? —Flood miró a su alrededor expectante—. Es porque soy viejo, ¿verdad? Podéis decirlo. Es porque soy viejo.
—Viejo o no, me alegro de que estéis aquí —dijo Wonderful, alzando una ceja—. La Unión no se atreverá a atacar ahora que contamos con vosotros dos.
—Nunca les hubiera dado la oportunidad de atacaros, pero tenía que salir a orinar.
—¿La tercera vez esta noche? —preguntó Yon.
Flood escudriñó el cielo.
—Creo que ha sido la cuarta.
—Que es por lo que le llaman Flood[2] —murmuró Wonderful por lo bajo—. En caso de que os lo estuvierais preguntando.
—Me he encontrado con Scorry Sigiloso de camino —comentó Flood, señalando con el pulgar al hombre delgado.
Sigiloso se tomó un rato para sopesar lo que iba a decir, después habló con suma suavidad.
—Estaba echando un vistazo por ahí.
—¿Has averiguado algo? —inquirió Wonderful.
Sigiloso asintió, muy lentamente, como si hubiera hallado el secreto de la vida misma.
—Hay una batalla en ciernes —se sentó junto a Beck, cruzando las piernas, y le tendió una mano—. Soy Scorry Sigiloso.
—Por su cautela —explicó Drofd—. Es explorador, principalmente. Aunque también suele manejar la lanza desde la retaguardia, ¿sabes?
Beck le estrechó la mano con muy poca fuerza.
—Beck.
—Beck el Rojo —apostilló Drofd—. Ése es su apodo. Lo recibió ayer. De boca del propio Reachey. Durante el combate en Osrung. Ahora se ha unido a nosotros… ya sabes… —dejó la frase inconclusa, al comprobar que tanto Beck como Scorry lo miraban con el ceño fruncido, y se acurrucó bajo su manta.
—¿Craw te dio la charla? —preguntó Scorry.
—¿Qué charla?
—Sobre que hay que hacer lo correcto.
—Algo mencionó.
—Yo no me lo tomaría demasiado en serio.
—¿No?
Scorry se encogió de hombros.
—Lo correcto es algo distinto para cada hombre —acto seguido, empezó a sacar cuchillos y a extenderlos en el suelo frente a él, desde uno enorme con cachas de hueso al que poco le faltaba para ser un espadín hasta uno pequeño y curvado que ni siquiera tenía mango, sino dos anillos por los que uno podía meter los dedos.
—¿Eso es para pelar manzanas? —preguntó Beck.
Wonderful se pasó un dedo por su fibroso cuello.
—No, para cortar gargantas.
Beck pensó que se estaba burlando de él, después Scorry escupió sobre una piedra de afilar y la pequeña hoja centelleó frente al fuego. De repente, ya no estuvo tan seguro de que fuera una broma. Scorry la pasó por la piedra primero por un lado y después por el otro: snick, snick. Súbitamente, unas mantas salieron volando.
—¡Acero! —gritó Whirrun poniéndose en pie de un salto, a la vez que se le enredaba la espada en el camastro—. ¡He oído el roce del acero!
—¡Cállate! —gritó alguien.
Whirrun liberó su espada de un tirón y se apartó la capucha de los ojos.
—¡Estoy despierto! ¿Ya ha amanecido? —parecía que las historias que decían que Whirrun de Bligh siempre estaba preparado eran algo exageradas. Dejó su espada caer, al observar que el cielo seguía negro y que las estrellas asomaban todavía entre jirones de nubes—. ¿Por qué está tan oscuro? No temáis, niños. ¡Whirrun está entre vosotros y listo para la pelea!
—Demos gracias a los muertos —gruñó Wonderful—. Estamos salvados.
—¡Así es, mujer! —Whirrun se quitó la capucha, se rascó el pelo, aplastado y liso por un lado y en punta como un cardo por el otro. Recorrió los Héroes con la mirada y, al no ver nada salvo fuegos mortecinos, hombres dormidos y las mismas viejas piedras de siempre, se acercó a las llamas, bostezando—. En fin, os he salvado de una conversación aburrida. ¿Estabais hablando de apodos?
—Sí —masculló Beck, sin atreverse a decir más. Era como hallarse ante el mismísimo Skarling. Había crecido oyendo historias sobre las hazañas de Whirrun de Bligh. El viejo Scavi solía contarlas en el pueblo y siempre le rogaba que le contara más. Soñaba con alzarse un día junto a él, como iguales, reclamando un lugar en sus canciones. Ahora estaba allí sentado junto a él, que no era más que un fraude, un cobarde y un asesino de amigos. Se abrigó aún más con la capa de su madre y, entonces, rozó algo duro con los dedos. En este instante, se dio cuenta de que la tela seguía manchada con la sangre de Reft y tuvo que reprimir un escalofrío. Beck el Rojo. Ciertamente, tenía las manos manchadas de sangre. Pero no se sentía como siempre había soñado que se sentiría.
—Apodos, ¿eh? —Whirrun alzó su espada y la exhibió a la luz del fuego. Parecía demasiado larga y pesada como para ser un arma realmente práctica—. Éste es el Padre de las Espadas, pero los hombres le han puesto centenares de nombres distintos —Yon cerró los ojos y volvió a acostarse, Wonderful levantó la mirada hacia el cielo, pero Whirrun siguió con su monólogo, con voz grave y mesurada, como si fuese un discurso que repitiese muy a menudo—. Cuchilla del Alba. Creatumbas. Cosechador de Sangre. El Más Noble y el Más Inmundo. Scac-ang-Gaioc, que en la lengua del valle significa la Partición del Mundo, es una referencia a la batalla que se libró al inicio de los tiempos y volverá a lucharse al final. Ésta es mi recompensa y mi castigo. Mi bendición y mi maldición. Me fue entregada por Daguf Col mientras yacía agonizante, y él la recibió de Yorweel la Montaña, que la recibió de Cuatro Caras, quien la recibió de Escollo Ockang, y así podríamos remontarnos hasta que el mundo era joven. Cuando se cumplan las palabras de Shoglig y yo yazca desangrándome, y me halle cara a cara al fin con la Gran Niveladora, se la entregaré a quien me parezca que más se la merece, y mi arma le otorgará fama, y la lista de sus nombres y la lista de los nombres de los grandes hombres que la blandieron y de los grandes hombres que murieron por su filo crecerá y crecerá, y se extenderá más allá de la oscuridad que hay más allá de la memoria. En los valles en los que nací, dicen que es la espada de Dios, caída del cielo.
—¿Y tú no crees que lo sea?
Whirrun frotó con el pulgar la cruceta para quitarle una mancha.
—Solía creer que sí.
—¿Y ahora?
—Dios crea cosas, ¿no? Dios es un granjero. Un artesano. Una comadrona. Dios insufla vida a las cosas —entonces, echó la cabeza hacia atrás y miró hacia el cielo—. ¿Para qué iba a querer Dios una espada?
Wonderful se llevó una mano al pecho.
—Oh, Whirrun, eres tan jodidamente profundo. Podría sentarme aquí durante horas intentando adivinar qué has querido decir.
—Whirrun de Bligh no parece un nombre tan profundo —aseveró Beck, quien lamentó de inmediato esas palabras en cuanto todos se volvieron hacia él, Whirrun en particular.
—¿No?
—Bueno… será porque eres de Bligh, supongo. ¿No?
—Nunca he estado allí.
—Entonces…
—Sinceramente, no podría decirte cómo surgió. Quizás Bligh sea el único lugar de allá arriba del que la gente de aquí haya oído hablar —Whirrun se encogió de hombros—. Tampoco tiene mayor importancia. Un nombre no tiene ninguna importancia por sí mismo. Lo importante es lo que haces con él. Los hombres no se cagan en los pantalones cuando oyen hablar de Nueve el Sanguinario sólo por su apodo. Se cagan en los pantalones porque saben cómo era el hombre que usaba ese apodo.
—¿Y por qué te llaman Whirrun el Tarado? —preguntó Drofd.
—Oh, eso es muy sencillo. Porque un hombre cerca de Ustred, me enseñó a partir nueces con el puño[3]…
Wonderful resopló.
—No te llaman el Tarado por eso.
—¿Eh?
—No —dijo Yon—. No es por eso.
—Te llaman el Tarado por el mismo motivo por el que le pusieron el apodo de Tarado a Escollo —entonces, Wonderful se golpeó con el índice su afeitada sien—. Porque la mayoría asume que tienes una tara en el coco.
—¿Ah, sí? —Whirrun frunció el ceño—. Oh, eso no es nada halagador, qué cabrones. La próxima vez que alguien me llame por ese apodo tendré una charla con él. ¡Me lo has jorobado del todo!
Wonderful extendió ambas manos.
—Es un don que tengo.
—Buenos días, muchachos —Curnden Craw se aproximó lentamente hasta el fuego con los carrillos hinchados y resoplando mientras su cabello gris ondeaba al viento. Parecía cansado. Tenía unas ojeras muy marcadas y los orificios nasales enrojecidos.
—¡Que todo el mundo se arrodille! —exclamó Wonderful—. ¡Ante la mano derecha de Dow el Negro!
Craw hizo un gesto con las manos como si así quisiera conminarlos a sentarse.
—¡No hace falta que os postréis!
Alguien más venía tras él. Beck se dio cuenta de que era Escalofríos y le dio un vuelco el estómago.
—¿Estás bien, jefe? —preguntó Drofd, al mismo tiempo que sacaba el trozo de carne de su bolsillo para ofrecérselo.
Craw esbozó una mueca de dolor al doblar las rodillas y acuclillarse junto al fuego, se tapó una fosa nasal con un dedo y sopló por la otra con un largo resuello, como de un pato moribundo. Después, cogió la carne y le dio un bocado.
—He descubierto que la definición de «bien» cambia a cada invierno que pasa. Estoy bien según los parámetros de estos últimos días. Hace veinte años, habría considerado que me hallaba a las puertas de la muerte.
—Estamos en un campo de batalla, ¿no? —comentó Whirrun, quien era todo sonrisas—. Aquí la Gran Niveladora camina pegada a todos nosotros.
—Bonita reflexión —replicó Craw, agitando los hombros como si alguien le estuviera resoplando en el cuello—. Drofd.
—¿Sí, jefe?
—Si la Unión ataca luego, lo cual supongo que es inevitable… quizá sería mejor que te mantuvieras al margen.
—¿Al margen?
—Será una batalla de verdad. Sé que tienes agallas, pero no cuentas con el equipo necesario para entrar en combate. ¿Un hacha y un arco? Los hombres de la Unión portan armaduras y buenas espadas y todo lo demás… —añadió Craw, negando con la cabeza—. Puedo encontrarte un buen sitio en la retaguardia…
—¡Jefe, no, quiero luchar! —Drofd miró a Beck, como si buscara su apoyo. Pero Beck no tenía ninguno para darle, pues deseaba que pudieran dejarle a él en la retaguardia—. Quiero ganarme un apodo. ¡No me quites esta oportunidad!
Craw hizo una mueca.
—Con apodo o sin él, seguirás siendo el mismo hombre. No mejor. Aunque quizá sí peor.
—Sí —dijo Beck sin darse cuenta.
—Eso es fácil de decir para quien ya lo tiene —replicó Drofd, clavando malhumoradamente la vista en el fuego.
—Si quiere pelear, déjale que pelee —afirmó Wonderful.
Craw alzó la mirada, sorprendido. Como si se hubiese dado cuenta de que no se hallaba exactamente donde pensaba que estaba. Después se recostó sobre un codo y estiró una pierna hacia el fuego, acercando una de sus botas a las llamas.
—Bueno, tú sabrás. Supongo que ahora es tu docena.
—Eso es evidente —replicó Wonderful, tocando la bota de Craw con la suya—. Y todos van a pelear —en ese momento, Yon le dio una palmada a Drofd en el hombro y éste sonrió sonrojado ante la perspectiva de poder obtener la gloria en batalla. Wonderful alargó la mano y le dio un golpe al pomo del Padre de las Espadas—. Además, no necesitas una gran arma para ganarte un apodo. Tú obtuviste el tuyo con los dientes, ¿no fue así, Craw?
—Le arrancaste a uno la garganta a mordiscos, ¿verdad? —preguntó Drofd.
—No exactamente —Craw adoptó una mirada ausente por un momento y la luz del fuego destacó las arrugas que le rodeaban los ojos—. La primera batalla en la que luché fue un día digno de recordar y teñido de sangre, y yo me encontraba en medio de todo aquel caos. Por aquel entonces, era muy ansioso. Quería ser un héroe. Quería ganarme un apodo. Cuando todo acabó, nos encontrábamos sentados alrededor del fuego y esperaba recibir algún apodo temible… —alzó la mirada por debajo de sus cejas— como Beck el Rojo… mientras Tresárboles se lo estaba pensando, le di un buen bocado a un trozo de carne. Supongo que estaría borracho. Se me quedó un hueso atascado en la garganta. Pasé un minuto que apenas era capaz de respirar, en el que todo el mundo me dio golpes en la espada. Al final, un tipo grandote tuvo que ponerme cabeza abajo para que el hueso saliera. Me tiré un par de días casi sin poder hablar. Por eso, Tresárboles me llamó Craw[4], porque se me atascó ahí el hueso.
—Shoglig me dijo —comentó Whirrun canturreando, mientras arqueaba la espalda para mirar el cielo— que mi destino sería revelado… por un hombre que se atragantaría con un hueso.
—Qué suerte la mía —gruñó Craw—. Me puse furioso cuando me dieron ese apodo. Pero ahora entiendo que Tresárboles me hizo en ese momento un favor. De ese modo, me mantuvo con los pies en la tierra.
—Parece que funcionó —señaló Escalofríos con voz ronca—. Pues ahora eres un hombre de honor, ¿no?
—Ya —Craw se relamió los dientes, sumido en una honda tristeza—. Todo un hombre de honor.
Scorry le dio al filo del último cuchillo que había cogido una última pasada con la piedra de afilar y cogió otro más.
—¿Ya conoces a nuestro nuevo recluta, Escalofríos? —le preguntó mientras señalaba con el pulgar hacia un costado—. Es Beck el Rojo.
—Sí, ya lo conozco —Escalofríos le observó por encima del fuego—. Lo conocí ayer. En Osrung.
Beck tuvo la demencial sensación de que Escalofríos era capaz de ver a través de él con aquel ojo y que sabía que era un mentiroso. Eso le hizo preguntarse por qué ninguno de los demás se había dado cuenta de ello, a pesar de que lo llevaba escrito en la cara como un tatuaje recién hecho. Sintió un cosquilleo en la espalda por culpa del frío y volvió a abrigarse aún más con la capa.
—Menudo día fue ayer —musitó.
—Y me imagino que hoy será parecido —Whirrun se levantó y se estiró cuan largo era, mientras alzaba al Padre de las Espadas por encima de su cabeza—. Si tenemos suerte.