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El hocico de un caballo,

de un caballejo sin casta, bayo, ruso. Un hocico indefenso, mansurrón.

Pero capaz de expresar tanta desesperación como un rostro humano: «¿Qué me pasa? ¿Adónde he venido a parar? ¡Cuántas muertes habré visto!». Y él mismo está en trance de morir.

Ni siquiera le han quitado la collera. Ni se la han aflojado. Exhausto y maltrecho, apenas le sostienen las patas. Ni le han dado de comer, ni le han desenganchado. No han hecho más que arrearle a latigazos: «¡Tira, sálvanos!». Y se ha desprendido del carro solo. Lleva rotas las riendas.

Replegadas las orejas, deambula sin rumbo, entra donde las pezuñas se hunden, en un cenagal chapoteante.

De un tirón, con esfuerzo, escapa del peligroso lugar, vuelve a errar, pisando las riendas que se arrastran por el suelo,

ha bajado la cabeza, mas no en busca de hierba, que no hay… Rodea, temeroso,

los cadáveres de caballos: tienen las cuatro patas levantadas como columnas, y los vientres hinchados.

¡Qué hinchazón! ¡Cómo se agranda un caballo cuando muere!

El hombre, en cambio, se achica. Yace boca abajo, contraído, pequeño; nadie le creería autor de tanto estruendo, de tanto cañoneo, del enorme movimiento de estas masas

ahora abandonadas y caídas. Un carro volcado en la cuneta, la rueda delantera a modo de timón…

Un furgón, como horrorizado, volcó de espaldas,

el varal hacia arriba…

una carreta loca, en pie sobre el trasero…

un arnés revuelto, deshecho, disperso…

un látigo…

fusiles, con las bayonetas arrancadas y las cajas rotas… bolsas sanitarias… maletas de oficiales…

gorras… cinturones……, botas… gorros… portaplanos… muchos de ellos en las espaldas de los cadáveres…

Barriles intactos, barriles horadados, barriles vacíos…

sacos llenos, medio vacíos, atados, sin atar…

una bicicleta alemana que no ha sido llevada hasta Rusia…

periódicos tirados… «La Palabra Rusa»…

documentos de oficina que vuelan en alas de la

brisa…

Cadáveres de esos bípedos que nos enganchan, que nos arrean, que nos dan latigazos…

Y más cadáveres nuestros, de mis semejantes.

Si un caballo muerto tiene desgarrada la barriga es más grande

las moscas, los tábanos y los mosquitos que pululan sobre los intestinos pútridos y descubiertos y zumban ansiosos.

Y más arriba, más arriba,

las aves evolucionan, descienden hacia la carroña y graznan, agoreras, con decenas de voces.

= Nuestro caballo no olvidará esto.

Además, él

(La pantalla corriente se cambia por otra más amplia).

= ¡él no está solo aquí! ¡Ooooh, cuántos como él

yerran por este campo de batalla!,

por la depresión pantanosa, por el paraje maldito,

donde todo está disperso, abandonado, revuelto,

entre cadáveres y cadáveres.

= Yerran los caballos a decenas y cientos,

se agrupan en piaras,

o en parejas, o en tríos,

perdidos, agotados, huesudos,

vivos todavía aquellos que consiguieron zafarse

de la reata de la muerte,

y algunos, como el nuestro, se arrastran con los

arreos,

o con la collera puesta,

o entre dos llevan a rastras el timón arrancado…

hay también caballos heridos…

héroes sin recompensa, héroes anónimos de esta batalla,

que acarrearon a lo largo de cien o de doscientas verstas

toda esta artillería, ahora muerta o hundida en

los pantanos…

todos estos pertrechos deflagrantes, todos estos

cajones de proyectiles unidos por cadenas…

¡Qué pruebe alguien a arrastrarlos!…

= ¡Ahí tenéis la suerte del que no consiguió zafarse!

Dos tiros completos yacen, cruzando el uno sobre el otro,

tres caballos sobre tres…

ahí están tendidos,

aplastándose los unos a los otros,

muertos…

o acaso no hayan muerto todos,

pero no hay nadie que los desenganche y los salve…

= O bien, estos tiros de acémilas, muertos también mientras trataban de retirar una batería de una posición. Los cañones dispararon hasta el último proyectil; ahora aparecen destrozados, y sus servidores, muertos en derredor, y, por lo visto, el coronel —una braza encorvada— ocupó el puesto del sargento…

Mas también los cadáveres de los alemanes que cayeron durante el ataque cubren el campo cercano a la batería.

= Hay una verdadera caza del caballo:

nos persiguen, nos atrapan… y nosotros, los caballos,

huimos…

pero vuelven a agarrarnos, y nos atan…

Son los soldados alemanes, les han dado esa orden;

no es para envidiarles:

correr detrás de los caballos…

Desaparecen miles de caballos,

escamoteados del botín.

= No es sólo la caza del caballo.

Junto a la linde del bosque están formando una columna

de prisioneros rusos y de heridos llenos de vendajes.

Y dentro del bosque, más adentro, yacen muchos más,

exhaustos o dormidos, o heridos,

y los alemanes, desplegados por el bosque los encuentran,

y les dan caza como a fieras;

los levantan, y, cuando están heridos de gravedad,

un tiro,

los rematan.

= Se alarga la columna de los prisioneros, sin escolta casi.

Los rostros de los cautivos… ¡Oh, triste destino!

¡Quien lo ha sufrido lo conoce!…

Los rostros de los prisioneros… La cautividad no

es la salvación de la muerte, sino el comienzo

del calvario.

Ya ahora se encorvan, tropiezan,

¡y los que peor van son los heridos de pierna!

Sólo un buen camarada, si le echas el brazo al

cuello,

te conduce, medio en volandas.

= Y aún más amarga es la suerte de otros prisioneros:

marchan uncidos como bestias,

arrastrando los cañones rusos,

ahora botín enemigo, empujándolos,

haciéndolos rodar,

para entregarlos a los vencedores que pasan por

la carretera en automóviles blindados,

o en motocicletas,

armados de ametralladores y prestos a disparar.

= Aquí han juntado ya, como en una exposición, muchos cañones nuestros, morteros, ametralladoras nuestras…

= Y, carretera adelante, corpulentos percherones tiran de un carro

bordeado de largas estacas,

una carreta propia para heno. Y en ella vienen,

más grandes cuanto más cerca, ¡generales rusos!

¡Sólo generales! Nueve en total.

Van quietos, sentados en la hierba, recogidas las piernas,

todas las cabezas vueltas hacia el mismo lado;

nos miran con resignación,

se resignan con su suerte; los unos, abrumados,

y algunos, hasta tranquilos: se acabó la guerra

para ellos; menos preocupaciones.

= De pie en su automóvil, detiene la carreta

un general alemán. Pequeño, aguda la vista, algo

más tieso de la cuenta, quizás enfatuado por la

victoria,

el general François tiene aire de vencedor.

No compadece a aquellos generales,

pero desprecia su indigencia moral. Un ademán:

«¿Qué hacen ahí, en una carreta?

»Para los generales nos sobran automóviles. Allí hay cuatro».

Desentumeciéndose las piernas dormidas,

los generales rusos descienden de la carreta;

abochornados, aunque, en cierto modo, satisfechos

de tanto honor, suben a los coches alemanes.

= La columna de a pie es conducida

a un campo de concentración, rodeado de una alambrada provisional,

casi convencional, con estacas también provisionales, en un descampado.

Los prisioneros se esparcen por el suelo pelado, se tumban, se sientan, la cabeza entre las manos, deambulan, maltrechos, molidos, vendados o sin vendas, sangrantes, con las heridas abiertas, algunos, ¿por qué?, en ropas menores; otros, descalzos, y, por supuesto, hambrientos todos.

Nos miran, decaídos y tristes, desde detrás de las alambradas.

= ¡Qué novedad! ¡Encerrar a tanta gente a campo abierto, de modo que nadie se escape!

En verdad, ¿dónde la iban a meter?

= ¡Qué novedad! ¡Un campo de con-cen-tra-ción!

= ¡El destino de decenas de años!

= ¡El prenuncio del Siglo Veinte!

Documento 4

PARTE DEL ESTADO MAYOR DEL JEFE SUPREMO

19 DE AGOSTO DE 1914

Aprovechando la llegada de refuerzos, traídos de todo el frente gracias a su extensísima red ferroviaria, fuerzas alemanas, superiores en número, han atacado a tropas nuestras, dos Cuerpos de Ejército aproximadamente, que fueron sometidas a intensísimo fuego de artillería pesada, sufriendo cuantiosas bajas. Según las informaciones de que disponemos, las tropas se batieron heroicamente. Han sucumbido los generales Samsónov, Martos y Péstich, así como algunos altos oficiales de Estado Mayor. Para remediar tan lamentables circunstancias están adoptándose, con energía y tenacidad, todas las medidas necesarias. El Jefe Supremo sigue manteniendo la firme convicción de que Dios nos ayudará a llevarlas a feliz término.