(15 de agosto)
El general aposentador del Mando Supremo, Y. Danílov —el número tres en el ejército ruso, pero el primero por su participación en la dirección—, trabajaba afanosamente los últimos días en importantes cuestiones: estaba redactando un proyecto sobre la transformación inmediata de la Prusia Oriental conquistada en gobierno general; la terminación de las operaciones militares en ella y el traslado del Ejército de Rennenkampf al otro lado del Vístula, para participar en las operaciones en dirección a Berlín. Por ello pedía al Frente Noroccidental medidas inmediatas para el traslado de un Cuerpo de Rennenkampf a Varsovia.
Oranovski, jefe del Estado Mayor del Frente, no podía oponerse a esto, ya que toda objeción de abajo arriba siempre deteriora la situación y promoción del objetante, y había dado ya orden de retorno del citado Cuerpo a la línea férrea. (Rennenkampf interpretará erróneamente esta orden, recibida por la noche, en el sentido de acudir en parte también en ayuda de Samsónov, y adentrará en Prusia el mencionado Cuerpo, por lo cual será objeto de un serio reproche). Oranovski tampoco se atrevió a informar, con más o menos insistencia, acerca de la inquietud que comenzaba a cundir en el Estado Mayor del Frente Noroccidental. Informó de cierto desplazamiento del I Cuerpo cerca de Soldau, con cierto desorden y de la súbita aparición ante el Segundo Ejército de los Cuerpos de François y Mackenzen, «que han desaparecido ante el frente de Rennenkampf». Pero nada de esto preocupó al Cuartel General, y en la noche del 15 al 16, durante una prolongada conversación telefónica, Danílov pedía a Oranovski, conforme a su nuevo proyecto, el traslado de la Guardia desde Varsovia al frente austríaco; acerca de Samsónov dijo despreocupadamente que disponía de cinco Cuerpos de Ejército y saldría adelante.
Zhilinski y Oranovski habrían hecho pagar a Samsónov la intranquilidad de aquel día, mas para disgusto suyo y, en parte, para alivio de ambos (ahora sería el culpable de todo), Samsónov retiró la comunicación alámbrica. Y así quedaron las cosas. El tomar contacto directo con el Cuerpo de Blagovéschenski y con el que había sido de Artamónov e impulsarles a acudir en ayuda del núcleo del Segundo Ejército hubiera sido para el Estado Mayor del Frente trabajoso y humillante; era un deber que no entraba en sus funciones.
El Cuerpo de Blagovéschenski vivía su propia vida, como si no fuera el flanco de ningún Ejército ni tuviera que responder ante este, a su propia cuenta, inconteniblemente, fue rodando hasta casi la frontera rusa, donde no molestaba ya a nadie: ahora había dejado la guerra. El general Blagovéschenski, por suerte no destituido un día antes que Artamónov (más que por suerte, por retener y saber redactar los partes), el general Blagovéschenski, después del miedo pasado el 13 de agosto, del súbito choque con los alemanes, del que no había sido advertido por el mando superior; después del miedo a ser hecho prisionero en Bischofsburg o perder la vida en Mensuth; después de varias horripilantes retiradas durante el 14 de agosto e incluso en la madrugada del 15, cuando la oleada del pavor se adueñó de todo el Cuerpo y lo arrastró; el general Blagovéschenski necesitaba tiempo para curarse de los nervios, tanto más a sus 60 años; vivir sin irritantes órdenes superiores y tampoco malgastarse él mismo redactándolas. Gracias a Dios, Blagovéschenski, a quien nadie perseguía ya y que se encontraba aislado de telégrafos y teléfonos, tenía tiempo para recuperarse y para que su Cuerpo de Ejército se recuperara. Por ello no había ordenado resistir en Ortelsburg, nudo de carreteras y ferrocarriles, sino contornearlo en el incendio, entregarlo sin combate, y seguir la retirada, lejos de las carreteras, hacia lugares extraviados.
¡Con qué pasión quería Blagovéschenski que no volvieran los dragones enviados por la noche con el parte a Samsónov! Que no los mataran, claro, sino que los retuviesen en el Estado Mayor del Ejército, que los agregaran a cualquier otra unidad. Incluso que volvieran con la orden, pero no hoy, sino mañana, pasado mañana. ¡Que le dejaran dormir y fortalecer el espíritu en un rincón apacible! ¡Ay, vanas esperanzas! Los infatigables dragones recorrieron por territorio ajeno medio centenar de verstas en el camino de regreso y el 15 de agosto, al mediodía, le presentaron las líneas de ancha caligrafía, escritas de puño y letra por el comandante en jefe: «Resista a toda costa en la zona de Ortelsburg. De la firmeza de su Cuerpo depende…».
¡Pero si entre Ortelsburg y el lugar desde él se encontraban mediaban ya veinte verstas! Blagovéschenski con profunda amargura, leyó, releyó y volvió a leer la disposición. Convocó al Estado Mayor y estudió circunstancialmente con él las razones por las cuales era absolutamente imposible cumplir aquella desagradable orden.
Y para bien del Cuerpo de Ejército a su mando (y para alivio de muchos subordinados) Blagovéschenski resolvió enmendar la disposición del comandante en jefe: el Cuerpo quedaría allí sin ir a ninguna parte; aquel día y el siguiente se dedicarían al descanso. El propio Blagovéschenski redactaría un digno y persuasivo parte acerca de cómo había sido abandonado Ortelsburg y por qué no se pudo proceder de otro modo: «… Al aproximarnos a Ortelsburg vimos que toda la ciudad ardía, incendiada por los habitantes. Naturalmente, era una celada. Consideró imposible seguir en las colinas cercanas y retiró el Cuerpo hacia el sur». Añadiría: «La gente está extenuada, solicito un descanso para ella». Más inteligente aun sería no enviar ningún parte escrito (a caballo hasta la primera ciudad rusa y, desde allí, por telégrafo) ahora, sino esperar hasta la mañana siguiente, cuando hubiera comenzado ya la jornada de descanso. Ya lo mandaría entonces.
En cuanto al I Cuerpo ruso, donde Artamónov había sido destituido, pero se hallaba imperativamente en él, Masalski se había hecho cargo del mando durante un día, y Dushkévich sólo ahora acababa de llegar y entraba en funciones; este Cuerpo de Ejército, sin mando único, abrumado por su retirada, fue uniéndose, también sin persecución, a la inercia del retroceso amparador hacia Mlawa, al otro lado de la frontera rusa. La frontera rusa —aunque no era una línea fortificada, ni una línea de trincheras, sino un trazo convencional en la tierra— parecía preservarles de los alemanes, tranquilizaba. En el Cuerpo se sabía que en Neidenburg estaban ya los alemanes. Pero la docena de generales estancada allí no tenía orden de actuar resueltamente y no podía hacerlo.
Así, el día 15 de agosto, los rusos hicieron todo cuanto se necesitaba para el triunfo del enemigo, para el desquite de Tannenberg. Sólo los Cuerpos de Ejército centrales, designados como víctima propiciatoria, no se portaron sumisamente. El regimiento de Keksholm, que hasta mediado el día no llegó a la línea del frente, había perdido ya por la tarde más de la mitad de sus hombres. El combate de Waplitz frustró el plan «reducido» de cerco ante Hohenstein. En el centro, todos los combates de este día fueron ganados por los rusos o no fueron ganados por los alemanes. Pero en el carrusel de los combates, la guerra gira de tal modo que lo ganado por excelentes regimientos es perdido por Cuerpos y Ejércitos ineptos. A cada combate tácticamente ganado en el centro, los rusos perdían más y más este día, corrían más y más hacia el precipicio.
Sin embargo, desde la parte alemana esto no se veía aún con claridad. Los sangrientos ataques de Scholz se resolvían en absurdos fracasos. A veces, la infantería tomaba por caballería rusa escuadrones propios que retornaban y abría insistente fuego contra ellos. Caían bajo un fuego repentino del flanco ruso y retrocedían. Después de combatir todo el día, casi no habían avanzado. Y en el bosque de Kammerwald, el regimiento del Neva dejó maltrecha una división y su plana mayor. Hasta Hindenburg y Ludendorff, al pasar en automóvil cerca de Mühlen, quedaron envueltos en una oleada de pánico originada… por los prisioneros rusos: pasaban compañías sanitarias y parques artilleros gritando «¡vienen los rusos!». Los jefes de Cuerpo Von Below y Mackenzen se pasaron el día discutiendo quién de ellos debía ir a Hohenstein y quién al sur. Mackenzen, de graduación mayor, ordenó a Below que despejara el camino a su Cuerpo de Ejército. Below no se subordinó. Enviaron a un aviador al Estado Mayor para que allí resolvieran. Entonces, Mackenzen suspendió todo movimiento y dio una jornada de descanso a su Cuerpo. Sólo a las cuatro de la tarde encontró Hindenburg el modo de telefonear a Mackenzen y le ordenó que se desplazara hacia el sur, para efectuar el envolvimiento de los rusos. Pero antes de que transcurriera una hora se tuvo que renunciar a la idea del envolvimiento y hacer girar a Mackenzen y a Below contra Rennenkampf: se tenía noticias (falsas) de que los tres Cuerpos de Rennenkampf y la caballería iban hacia el oeste. Los Cuerpos alemanes estaban dispersos y de espaldas al nuevo peligro. («Si Rennenkampf se hubiera aproximado habríamos sido derrotados», escribe Ludendorff).
En realidad, la orden principal enviada aquel día a Rennenkampf por Zhilinski decía: iniciar el bloqueo y la observación de Koenigsberg (donde se había hecho fuerte un puñado de ancianos y reservistas). Pero en la noche del 14, Zhilinski y Oranovski, inquietos por la incomprensible situación en el frente de Samsónov y por la aparición en él de nuevos Cuerpos alemanes, ordenaron por telegrama a Rennenkampf que fuera por el flanco izquierdo hacia donde se hallaba Samsónov y destacara a la caballería. Los subordinados quisieron respetar el sueño de su general y no entregaron a Rennenkampf este telegrama hasta las seis de la mañana. Rennenkampf dictó órdenes, pero el grueso de la caballería (el Khan de Najicheván) no estuvo dispuesto hasta el 15 por la tarde; el general Gurko estaba más cerca de la batalla, mas tampoco llegó a rozarla.
Mientras tanto, el Estado Mayor del Ejército prusiano rehacía ya la orden para el 16 de agosto. Ludendorff no menciona esta orden en sus memorias, aunque Golovin estima que era una orden perfecta: con el menor desplazamiento posible de los cuerpos de Mackenzen y Below se creaba un nuevo frente contra Rennenkampf, mientras los Cuerpos de François y Scholz, al tiempo que perseguían y envolvían a Samsónov, tendían una red sobre Rennenkampf, que se aproximaba.
Y la tarde de aquel día —precisamente del día en que el Cuartel General alemán retiró dos Cuerpos del Marne para enviarlos a Prusia—, el mando prusiano enterraba la idea de un nuevo Cannas e informaba al Cuartel General: «La batalla está ganada, mañana se reanuda la persecución. Posiblemente no se logrará el cerco de los Cuerpos septentrionales».
En la solución de Hindenburg y Ludendorff estaba la victoria segura de unos hombres mediocres. Faltaba el brillo de la intuición.
Esta intuición iluminaba al díscolo François, que posiblemente ignoraba el consejo de León Tolstoi: «Es una locura cruzarse en el camino de quienes ponen toda su energía en huir».
Y, por encima de la orden, François enviaba a sus ulanos, motociclistas y automóviles blindados a través de Neidenburg hacia el este, hacia Willenberg.
Mientras, el terco Mackenzen, irritado por la sucesión de órdenes del Ejército y agraviado por la decisión tomada en su disputa con Below, retiró la línea de comunicación, aparentando hacerlo antes de que llegara la última orden, y, ya inaccesible a nuevos cambios, se lanzó hacia el sur, también hacia Willenberg.
No olvidemos el funcionamiento ininterrumpido de la intendencia alemana. Cualesquiera que fueran las vicisitudes, las unidades alemanas no carecieron de nada.