(Resumen del 13 de agosto)
Lo que no alcanzaba a ver la corvina perspicacia del general Zhilinski —abarcar en Prusia algo más que el rincón de los lagos Masurianos— hubiera podido comprenderlo, con sólo mirar el mapa, un estudiante alemán de enseñanza media: el punto vulnerable del golpe ruso se encontraba por entero en el brazo pruso-oriental alargado hacia el este y que con la axila abarcaba el Reino de Polonia. El propósito de los rusos se adivinaba sin esfuerzo alguno: amputar Prusia. Por el este, partiendo del Neman, no se decidirían a emprender la ofensiva, alargarían entonces su vulnerable brazo y debían colocar unas débiles líneas de cobertura, que distrajeran fuerzas. El grueso de sus tropas presionaría desde el Narew y descargaría el golpe hacia el norte.
Si no se tratase de su propia tierra, si la batalla se librase lejos de Alemania, con una disposición tan desfavorable habría sido posible el repliegue. Pero esto era la raíz de la Orden Teutónica y la cuna de los reyes prusianos: debía ser conservada a toda costa, por desfavorables que fuesen las circunstancias.
Durante las maniobras anuales el mando alemán había comprobado en repetidas ocasiones la situación y había sido ensayada una enérgica contramaniobra: aprovechando la densa red de carreteras y ferrocarriles, construida previamente con este fin, escapar en dos o tres días de la bolsa y, a continuación, descargar un vigoroso golpe sobre el flanco izquierdo del grueso de las fuerzas enemigas, desconcertarlas, obligarlas a retroceder y, si llegaba el caso, cercanas.
Cierto, después de la guerra contra el Japón no se temía ya tanto, y en las instrucciones se decía: «No hay que esperar del mando ruso ni una utilización rápida de la favorable situación en se veía ni un rápido y exacto cumplimiento de la maniobra. Los desplazamientos de las tropas rusas son lentísimos, tropiezan con grandes obstáculos a la hora de dictar, transmitir y cumplir las órdenes. En el frente ruso nos podemos permitir unas maniobras que de ningún modo convendría realizar con otro enemigo».
Pero incluso con esta valoración, las acciones de los rusos en agosto de 1914 les sorprendieron. Por el este avanzaban no un escalón de cobertura destinado distraer fuerzas, sino diez divisiones de infantería y cinco de caballería, y entre ellas dos de la Guardia, la flor y nata de Petersburgo. Y por el sur los rusos no habían cruzado en absoluto la frontera, ¡ni siquiera se les veía en las proximidades!
¡Peligroso enigma! ¿Por qué los ejércitos rusos no simultaneaban su acción? ¿Por qué el del sur no se esforzaba en avanzar con más rapidez que el del este y asestar un golpe envolvente? ¿Había que interpretarlo como una novedad estratégica de los rusos: en vez de las teorías en moda que defendían la necesidad de rebasar el flanco, el simple desplazamiento, la expulsión del terreno, lo que evidentemente manifestaba la simpleza del carácter nacional ruso (das rusische Gemüt)?
Pues bien, ¡había que golpear de momento sobre el ejército del Neman, el de Rennenkampf! Y cuanto antes, la dilación podía ser funesta. El jefe del ejército prusiano, general Prittwitz, lanzó casi todas sus fuerzas a la extremidad oriental de Prusia. La victoria parecía segura: Rennenkampf, con toda la caballería, estaba tan ignorante de la proximidad del enemigo que la víspera del combate, el 7 de agosto, se dio un descanso a todo el Ejército; él no ejerció la menor influencia en la marcha del combate, su caballería no entró en acción y cada división de infantería luchó por cuenta propia. Mas, a pesar de todo, aquel día los alemanes fueron castigados por el desprecio en que tenían al enemigo: sus instrucciones enumeraban los vicios del mando ruso, pero habían olvidado recordar la firmeza de la infantería rusa y el excelente fuego de sus fusileros: la guerra contra los japoneses no había sido perdida en vano. El ejército de Prittwitz, a pesar de poseer doble número de bocas de fuego, en Gumbinnen fue dispersado y perdió el combate.
Aquella misma tarde, después de la penosa jornada, se informó a Prittwitz de que ese mismo día los aviadores habían visto también en el sur grandes columnas de rusos. Incluso aunque hubiese ganado el combate de Gumbinnen, ahora se exigía el inmediato repliegue a fin de apartarse de Rennenkampf. Habiéndolo perdido, Prittwitz se mostraba partidario de retroceder al otro lado del Vístula, cediendo toda la Prusia Oriental.
Pero el repliegue resultó más fácil: empezó aquella misma tarde y durante toda la noche recorrieron ya una jornada completa: durante todo el día siguiente del 8 de agosto, el 9 e incluso el 10 por la mañana, Rennenkampf —¡segundo enigma de los rusos!— no trató de alcanzar, aplastar y destruir al enemigo, de ocupar terreno, caminos y ciudades, sino que permaneció quieto, permitiendo que se abriera un vacío de sesenta kilómetros, después de lo cual comenzó a moverse con la mayor cautela, a razón de diez o quince kilómetros diarios.
Después de este éxito, al haber retirado en tres jornadas sus Cuerpos del contacto con Rennenkampf, Prittwitz decidió no replegarse a la otra orilla del Vístula, sino reagrupar sus fuerzas atrás, hacia la derecha, y golpear sobre el flanco izquierdo del ejército de Samsónov, que avanzaba por el sur. Porque —¡el tercer enigma ruso!— el Ejército del Sur no trataba ni de probar la consistencia del Cuerpo de Scholz, que se le enfrentaba cerrando el paso a Prusia como un escudo oblicuo, ni de rebasarlo, ni siquiera de atacarlo de frente, sino que seguía seguro su marcha oblicua en un terreno vacío a lo largo de las fuerzas de Scholz, presentándole su flanco.
Sin embargo, la propuesta sugerida por Prittwitz la víspera al Alto Mando y la alarma sembrada en Berlín por las columnas de fugitivos que escapaban de Prusia, produjeron efecto. El 9 de agosto, en el Cuartel General alemán se decidió sustituir a Prittwitz y retirar de la batalla del Marne, del ala que se acercaba a París, dos Cuerpos, uno de la Guardia y otro de línea.
Ludendorff, con la aureola de sus recientes victorias en Bélgica, fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército prusiano: «Acaso pueda aún salvar nuestra situación, impedir lo peor». La tarde del 9 ya fue recibido por Guillermo, quien le impuso una condecoración por la toma de Lieja y durante la noche del 10, en el tren especial que le llevaba de Coblenza hacia el este, se reunió de nuevo con el jefe del Ejército, Hindenburg, que hasta entonces había permanecido en la reserva. Pero la orden que desde el tren enviaron reagrupaba el Ejército de la misma manera que hasta entonces ya venía haciendo Prittwitz (La técnica única del pensamiento militar en que se habían educado todos los mandos alemanes conforme a las enseñanzas de Moltke el viejo: el jefe genial es una casualidad, la suerte del pueblo no puede depender de esas casualidades; con ayuda de la ciencia militar, la estrategia victoriosa debe ser también puesta en práctica por mediocridades).
Ahora bien, los rusos presentaron un cuarto enigma: ¡los radiogramas sin cifra! En efecto, no cesaban de llegar a Ludendorff en cuanto se incorporó a su puesto, e incluso por el camino, los automóviles alcanzaban al suyo para entregarle los radiogramas rusos interceptados: entre el Estado Mayor del Segundo Ejército y los Estados Mayores de los Cuerpos, así como del Primer Ejército, referentes al 11 de agosto, en los que se indicaba con exactitud la situación de los Cuerpos y sus misiones y propósitos y la total ignorancia en que se encontraban respecto del enemigo; ¡el 12 por la mañana tuvo en sus manos un radiograma completo con la situación de todo el Segundo Ejército! Estaba claro que el Primero no ofrecería obstáculo alguno y podrían atacar al Segundo.
Pero ¿no era todo esto un ardid? No, no cesaban de llegar, uno tras otro, los informes de los aviadores, de los espías dejados en la retaguardia, de las sociedades militares, las llamadas telefónicas de la gente. ¿Hubo en toda la historia militar una carta tan abierta, tal claridad en lo que al enemigo se refiere? Esta seria guerra, en una región cubierta de lagos y de bosques con pinos de veinte metros fue para los alemanes tan sencilla como un simple ejercicio en el campo de maniobras.
Los cuatro enigmas tenían una misma solución: los rusos no sabían concertar los movimientos de grandes masas. Podía, pues, correrse el riesgo de cambiar: ¡en vez del avance por el flanco, el cerco! El mapa lo suplicaba, el mapa lo pedía, el mismo mapa señalaba cómo se podía dibujar el Cannas del siglo XX.
Resultaba seductor el abrazar todo el Ejército de Samsónov, pero estaba demasiado disperso y las fuerzas podían resultar insuficientes. Se decidió por ello limitarse a desplazar los Cuerpos extremos de Usdau y de Bischofsburg, abriendo a unos pasillos para introducir las tenazas. A este objeto, ya el quinto día se reagruparon las tropas alemanas. El Cuerpo del general François fue trasladado en tren, a través de toda Rusia, por líneas diagonales. Y los Cuerpos de Mackenzen y Von Below (de los que Rennenkampf informaba que habían sido derrotados, buscando protección sus restos en Koenigsberg) después de cubrir en jornadas ordinarias ochenta kilómetros de ordenar sus filas con un tranquilo día de descanso, el 13 de agosto por la mañana sorprendieron a la división de Komarov, que avanzaba sin precaución alguna.
Era el mismo día 13 de agosto en que Samsónov trasladaba por fin su Estado Mayor a Neidenburg, donde se brindó por la toma de Berlín ya bajo el filo de las tenazas que se clavaban como flechas y bajo el cercano tronar de la artillería alemana, siete veces superior a la rusa, en las inmediaciones de Mühlen, contra la división de Minguin. El mismo día en que el Cuerpo de Martos, que era empujado a lo largo del de Scholz, pero que cada vez se aferraba más a él, giraba hacia sus fuerzas y le hacía retroceder. El mismo día en que el Cuerpo de Kliúev, sin la menor noticia del enemigo, avanzaba por los arenales hacia el vacío norte, hacia la trampa, hacia el pozo de lobo, adelantándose irrecuperables verstas cada una de las cuales tendría que pagar al precio de batallones. El mismo día 13 de agosto en que el Cuartel General ruso elaboraba un plan para retirar de Prusia Oriental a Rennenkampf y este recibía de Zhilinski un telegrama en el que se le marcaba como misión principal la de poner sitio a la fortaleza de Koenigsberg (que guarnecían viejos del Landsturm) y de empujar a los alemanes (que no había allí) hacia el mar al objeto de impedir su llegada al Vístula (a donde no se dirigían).
Con todo y con ello, el mando prusiano no consideró afortunado este día. No lo consideró, siquiera sea, porque durante la jornada no habían captado ni un solo radiograma abierto de los rusos, y el dispositivo de estos, hasta entonces tan claro, empezó a mostrarse confuso a consecuencia de un gran número de movimientos desconocidos.
Aunque habían derrotado a la división de Komarov, los Cuerpos de Mackenzen y Von Below atacaban en las inmediaciones del lago Dadey con cautela, a lo que les movía la acción de Gumbinnen. Esta cautela era justificada: el 13 por la tarde los rusos ofrecieron, al parecer con fuerzas considerables, enérgica resistencia. (Fue necesario que llegase la mañana del 14 para que los aviadores alemanes descubriesen al Cuerpo de Blagovéschenski en un repliegue tan desordenado como era imposible prever la víspera). Y la firmeza de dos regimientos rusos al sur de Mühlen confundió a Hindenburg, haciéndole creer que en este sector ya se había taponado la necesaria rendija; por eso escribió en la orden de operaciones que los rusos disponían allí de más de un Cuerpo. Al no ver allí la rendija abierta, trataron de practicarla en Usdau.
Las puntas de las gruesas flechas que rebasaban los flancos parecían agotadas en vísperas del salto.
Se proyectaba además la sombra de la Providencia (Vorsehung) en aquella misma línea fortificada de Mühlen, en aquellas rocas de los lagos y aquellos abetos de cinco siglos que montaban la guardia de la tierra natal, por donde ahora avanzaba al descubierto, sin protección alguna, el Segundo Ejército ruso: precisamente allí, en 1410, habían llegado las fuerzas eslavas unidas y en la aldehuela de Tannenberg, entre Hohenstein y Usdau, infligieron una grave derrota a la Orden Teutónica.
Quinientos años más tarde, el destino hacía que Alemania pudiera alcanzar cumplido desquite (das Strafgericht).