e acuerdo. Veamos si comprendo lo que está diciendo. —Vicki inspiró profundamente y espiró despacio. Chillar y arrojar cosas no aportaría nada a la situación—. Su estudiante de posgrado, Catherine, que está loca, ha asesinado a su otro estudiante de posgrado, Donald. Cuando volvió al laboratorio, avanzada la tarde, descubrió que había escondido a Henry y no sabe dónde está… están.
La doctora Burke asintió.
—En esencia.
Aquello era demasiado para seguir con buenas intenciones.
—¿QUÉ COJONES QUIERE DECIR EN ESENCIA?
El distanciamiento inducido por el alcohol se quebró cuando Vicki agarró las solapas de la bata de laboratorio de la doctora Burke y casi la arrastró sobre el escritorio.
—Si pudieras aflojar tu presa —jadeó esta—, puede que me fuera más fácil… contestar a tu pregunta.
Vicki se limitó a proferir un gruñido inarticulado.
—¡Detec… tive!
Celluci cambió su mirada a un punto a unos quince centímetros por encima de la cabeza de la doctora, con expresión agresivamente neutra.
Al bloquearle el cuello de la ropa la tráquea, la doctora Burke comprendió que más indecisiones sólo empeorarían las cosas.
—Está en el edificio viejo de Ciencias de la Vida. Tu amigo vampírico está encerrado en una gran caja de metal. Tratar de maniobrarla para sacarla por la puerta y meterla en su furgoneta habría llamado un poco la atención. En qué parte del edificio… —Teniendo en cuenta su posición, el encogimiento de hombros resultó creíble— no tengo ni idea.
Vicki no aflojó su agarre, sino que más bien empujó a la mujer de vuelta a su silla.
—¿Su laboratorio está allí dentro? ¿En el edificio viejo?
—Sí. —Restregándose la parte posterior del cuello donde el tejido se había clavado, la doctora Burke contestó con brusquedad—. Y también está tu madre. En alguna parte. —Le lanzó una mirada de superioridad por encima del borde de sus gafas—. Tu madre muerta. Paseándose.
Mi madre muerta. Paseándose, La ira no pudo resistir bajo el peso de aquella aseveración.
—¿Vicki?
Consiguió zafarse de la imagen de su madre aplastada contra la ventana y se encontró con la mirada preocupada de Celluci.
—Tenemos una confesión. Podemos llamar al detective Fergusson ahora. No necesitas tener nada más que ver con esto.
—Buen intento, Mike. —Ella tragó saliva, tratando de humedecer una garganta que se había secado—. Pero te olvidas de Henry.
—No hay que olvidar a Henry. —Sobre la mano que seguía frotándose la garganta, la doctora Burke casi sonrió—. Me encantaría oír como le explicas a él a la policía local. Hasta que encuentres a Henry, tienes que mantener esto en silencio. ¿Y después? ¿Qué hay de después? —Agitó la cabeza ante la expresión de ambos y suspiró, colocando ambas manos planas sobre su escritorio—. No importa, yo te lo diré. No habrá un después. Hasta que Catherine se ponga en contacto conmigo, no tenéis ninguna oportunidad de dar con vuestro amigo. Hay un millón de estúpidos e inútiles cuchitriles en ese edificio y puede haberlo atrapado en cualquiera de ellos. Vais a tener que quedaros aquí sin más, conmigo, y aguardar su llamada.
—¿Y entonces?
—Entonces le sigo el juego, ella me cuenta dónde lo ha guardado, lo sacáis, llamáis a la policía, y ella paga por lo de Donald.
Los ojos de Vicki se entrecerraron.
—Y usted pagará por lo de mi madre.
—Señorita Nelson, si eso la hace feliz, incluso pagaré la cena.
—¿Y si no llama? —preguntó Celluci, cortando la respuesta de Vicki.
—Dijo que lo haría.
—Usted dijo que está loca.
—Así es.
—Mike, no puedo esperar. —Vicki dio cuatro pasos hacia la puerta, se giró sobre un talón y dio tres pasos de vuelta—. No puedo basarlo todo sobre lo que una loca puede o no hacer. Voy a encontrarlo. Ella —un movimiento de la cabeza señaló a la doctora— puede llevarnos al laboratorio. Elaboraremos un patrón de búsqueda desde allí.
—¡Ni hablar! —Ella no iba a acercarse al laboratorio. Ya era bastante malo poder oírlo llamándola pese a la media botella de escocés—. Tendrás que arrastrarme. Lo cual podría alertar a Seguridad. Habrá un barullo. Tu Henry Fitzroy termina confiscado por el gobierno. Si quieres ir al laboratorio, puedes encontrarlo por ti misma.
Vicki se inclinó, apoyando las manos sobre el escritorio, sin llegar a tocar con las yemas de los dedos las de la doctora, su postura más amenazante de lo que habían sido sus anteriores acciones.
—Entonces nos proporcionará direcciones muy precisas.
—¿O harás qué? Trate de prestar atención, señorita Nelson… no puede hacer nada hasta que rescate a su amigo.
—Puedo partirle la puta cara.
—¿Y qué logrará con eso? Si me arranca las direcciones a golpes, puedo garantizarle que no serán precisas. Intente ser realista, señorita Nelson, si puede. Usted y su amigo pies planos aquí presente pueden ir y tratar de dar con el señor Fitzroy, pero tendrán que dejarme fuera de ello. —Ni siquiera con palabras recorrería el camino al laboratorio otra vez—. Pero sólo para demostrar que no hay rencor, le diré algo que no es un secreto. Existe un acceso al interior del edificio viejo desde el extremo norte del aparcamiento subterráneo. Se supone que Seguridad cuenta con cámaras de vídeo ahí abajo, pero se les acabó el dinero. No diga que nunca le dije nada. Feliz rastreo.
Celluci asió el hombro de Vicki y tiró de ella delicada pero inexorablemente, alejándola del escritorio.
—¿Y qué hará mientras estamos buscando?
—Lo mismo que estaba haciendo cuando aparecieron. —La doctora Burke se inclinó y abrió el cajón de abajo de su escritorio, sacando una botella de whisky sin abrir—. Tratar de beber hasta embotarme. Gracias a Dios, siempre guardo una de repuesto. —Le llevó tres intentos abrir el sello de papel—. Os lo aseguro, no voy a ir a ninguna parte.
—¿Por qué no, cuando como mínimo se enfrentará a un cargo de asesinato? —preguntó Vicki, soltándose con una sacudida de Celluci.
—Sigues pensando en tu madre, ¿no? —La doctora suspiró y miró fijamente por un instante al interior de las pálidas profundidades del líquido ámbar antes de proseguir—. Perdí el interés en el juego cuando Donald murió. —La botella se convirtió en un ataúd de plata. Se estremeció y levantó la cabeza, mirando más allá de las gafas de Vicki, encontrando sus ojos—. En esencia, y le ruego me disculpe, señorita Nelson, si la palabra la ofende, pero es la única que encaja, en esencia, simplemente ya no me importa.
Y no le importaba. Incluso a través de su propio dolor, rabia y confusión, Vicki podía percibirlo.
—Vamos. —Poniéndose el bolso sobre el hombro, sacudió la cabeza hacia la puerta—. Ahora mismo no va a irse a ninguna parte.
—¿La crees?
Vicki echó otra mirada dentro de los ojos de la doctora Burke y reconoció lo que vio allí.
—Sí. La creo —se detuvo junto a la puerta—. Una cosa más; puede que ahora no le importe, pero no crea que podrá usar su conocimiento de Henry como baza más tarde…
—Más tarde —la interrumpió la doctora Burke, ambas manos en torno a la botella para impedir que se derramara nada del whisky mientras rellenaba la taza—, sin una criatura real sobre la que efectuar pruebas, puedo gritar vampiro hasta que la cara se me ponga azul y nadie creerá una palabra de lo que digo. Robar tumbas no ayuda a conservar la credibilidad en la comunidad científica.
—Por no decir nada de asesinar a uno de sus estudiantes de posgrado —señaló Celluci secamente.
La doctora Burke resopló y alzó la taza en un sarcástico brindis.
—Se sorprendería.
—Dios. —Celluci golpeó con la mano plana contra la pared, frustrado—. Este sitio es como un laberinto; corredores que no dan a ninguna parte, aulas que conducen a despachos ocultos, laboratorios que aparecen de repente…
Vicki apuntó la potente luz de su linterna pasillo abajo. Con una de cada cuatro luces de emergencia encendidas en el edificio viejo, podía ver lo bastante bien para evitar chocar con las cosas, pero no lo suficiente para identificar aquellas con las que no chocaba. Sólo la zona completamente iluminada por su linterna conservaba cierta definición. Era como si se estuviese moviendo a través de las diapositivas de unas extrañas vacaciones, apareciendo en un escenario justo cuando era reemplazado por el siguiente. Sus nervios estaban tan tensos que casi podía oírlos tañer con cada movimiento.
Su madre muerta estaba paseándose por ese edificio.
Cada vez que movía su círculo de visión, se preguntaba: ¿será ahora cuando la vea? Y cuando todo lo que se revelaba era otro cuarto vacío o trozo de pasillo, se preguntaba: ¿está en la oscuridad a mi lado? Bajo la chaqueta y el jersey, la camisa se pegaba a sus costados, y tuvo que ir cambiando la linterna de una a otra mano para secarse las palmas.
—Esto no va a funcionar. —Su brazo cayó a un costado y el pasillo se deslizó en la oscuridad, salvo por el charco de luz que se derramaba sobre sus pies—. La estructura de este lugar rechaza cualquier clase de búsqueda sistemática. Tenemos que emplear nuestra cabeza.
—Cierto —convino Celluci. Se pegó contra el hombro izquierdo de ella; lo bastante cerca, estimó, para que le viera la cara—. Pero tenemos a una mujer loca que ha huido con un vampiro. Eso no se presta precisamente al análisis lógico.
—Tiene que hacerlo. —Ajustándose las gafas, más por el consuelo de una acción familiar que por necesidad, empleó la mitad de su mente en examinar la escasa información de que disponían en busca de pistas. La otra mitad filtró los ruidos de un edificio viejo por la noche, tratando de escuchar la aproximación de unos pies arrastrándose. De pronto, se volvió entornando los ojos para mirar a Celluci—. La doctora Burke dijo que Henry estaba en una gran caja de metal.
—¿Y qué?
—Y dejó entrever que era pesada.
—¿Bueno, y qué?
Vicki casi sonrió.
—Mira al suelo, Celluci.
Juntos, inclinaron las cabezas y miraron con atención las baldosas de gris pálido e institucional, deslucidas por el paso de miles de pies. Cierto número de muescas e impresiones cruzaban su superficie de sombras, y más oscuras aún eran las marcas de media docena de talones de goma.
—Si la caja es tan maciza como la doctora Burke dio a entender —dijo Vicki, levantando la cabeza y mirando a Celluci a los ojos—, de una u otra forma habrá dejado su huella. Las ruedas de goma se desgastan. Las de metal se marcan.
Celluci asintió despacio.
—Entonces buscamos las señales que dejó al mover la caja. Sigue siendo un edificio grande…
—Sí, pero sabemos muy bien que no la llevó por las escaleras. —Vicki levantó su brazo e iluminó la linterna pasillo abajo—. Hay corriente, así que los ascensores tienen que estar funcionando. Buscamos justo fuera de ellos las marcas, y luego seguimos el rastro desde ahí.
Una sonrisa de aprobación se extendió sobre el rostro de Celluci.
—Sabes, eso es casi brillante.
Vicki soltó un bufido.
—Gracias. No necesitas parecer tan sorprendido.
Por ninguna otra razón, salvo que tenían que empezar por alguna parte, comenzaron por el piso superior, el octavo. En el tercero, dieron con lo que estaban buscando: señaladas no sólo en las baldosas, sino también en la chapa de metal que conducía al ascensor, se hallaban las marcas de dos pares de ruedas con más de un metro de separación. En silencio, avanzaron por el pasillo y dejaron que la puerta se cerrara sibilante tras ellos.
Nadie apareció para investigar el ruido.
Reacia a usar la linterna arriesgándose a un prematuro descubrimiento, Vicki agarró el hombro de Celluci y le permitió que la guiara corredor abajo. Para su sorpresa, moverse en lo que para ella era total oscuridad era menos estresante que la furtiva visión que la linterna le había ofrecido. Aunque seguía tratando de escuchar pisadas aproximándose, la tensión que la acompañaba había disminuido. O tal vez, reconoció, agarrándose un poco más fuerte, es sólo que ahora tengo un ancla.
Cuando llegaron al primer cruce, incluso ella pudo ver el camino que debían tomar.
El blanco intenso de las luces fluorescentes se derramaba a través de la puerta abierta a lo largo del corredor.
Vicki sintió alzarse el hombro de Celluci mientras este buscaba bajo su chaqueta, y oyó el inconfundible sonido del metal liberándose del cuero. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que él llevaba su pistola. Teniendo en cuenta la cantidad de problemas en que podía meterse por usarla, no podía creer que de verdad la hubiese sacado.
—¿No es eso un poco americano? —susurró ella, los labios casi tocando su oreja.
Él arrastró la espalda alrededor de la esquina e inclinó la cabeza hacia la de ella.
—Lo que la doctora Burke olvidó mencionar —dijo con un tono de voz destinado a llegar hasta ella solamente—, es que hay algo más deambulando por aquí, además de un científico loco y tu eh…
—Madre —le interrumpió de plano Vicki—. Está bien. —Sus sentimientos eran irrelevantes en la presente situación. Y me limitaré a seguir diciéndomelo.
—Sí, bueno, algo más mató a ese chico, y no vamos a correr más riesgos de los necesarios.
—Mike, si ya está muerto, ¿de qué servirá dispararle?
La voz de él sonó torva al responder.
—Si murió una vez, puede morir de nuevo.
—Entonces, ¿qué se supone que he de usar yo, lenguaje indecente?
—Puedes esperar aquí.
—Jódete. —Bajo la bravata, el miedo. Sola no. No en la oscuridad. No aquí.
Se abrieron camino hasta la puerta abierta. Vicki deshizo su presa sobre el hombro de Celluci llegados al borde de la luz.
—Cuenta hasta cinco. —El aliento de él batió cálido contra el lateral de su rostro, luego se lanzó a través del vano.
Los siguientes cinco segundos estuvieron entre los más largos que Vicki había pasado mientras cerraba los ojos, echaba atrás la cabeza apoyándola contra la pared y se preguntaba si tendría el valor de mirar. Al llegar a cinco, tragó con fuerza, abrió los ojos y miró alrededor y dentro del cuarto, consciente de que Celluci repetía sus movimientos del otro lado del umbral.
Incluso con los párpados entrecerrados contra el resplandor, a sus ojos les costó un momento dejar de lagrimear lo bastante para enfocarlos. Era un laboratorio. Era evidente que había sido usado hacía poco. Resultaba igual de evidente que había sido abandonado. Ocho años con la policía le habían enseñado a reconocer el delator desorden dejado atrás cuando los sospechosos tenían que largarse.
Con precaución se alejaron de la puerta, girándose despacio, y localizaron a la vez la caja de aislamiento, zumbando en mecánica soledad en el extremo más alejado del cuarto.
Vicki dio dos rápidos pasos hacia ella, luego se detuvo y obligó a su cerebro a funcionar.
—Si este es el laboratorio original, sabemos que Catherine trasladó a Henry…
—Entonces Henry no está en esa caja.
—Tal vez está vacía.
—Tal vez.
Pero ninguno de los dos lo creía.
—Tenemos que saberlo con seguridad. —De alguna forma, sin que fuese consciente de ello, los pies de Vicki la habían llevado hasta estar a la distancia de un brazo de la caja. Todo lo que tenía que hacer era alargarlo y alzar la tapa.
… y alzar la tapa. Oh, mamá, lo siento. No puedo. Se despreció a sí misma por ser una cobarde, pero no pudo detener el repentino sudor frío ni la debilidad en las rodillas que amenazó con hacerla caer de bruces.
—Todo va bien. —No iba todo bien, pero aquellas eran las palabras que pronunciar, así que Celluci las dijo mientras la rodeaba y ponía una mano sobre el seguro. Eso, al menos, podía hacerlo por ella—. No tienes por qué quedarte.
—Sí. Sí que tengo. —Podía ser una observadora pasiva, aunque sólo fuese eso.
Celluci escudriñó su cara, jurándose que alguien pagaría por el dolor que seguía abriéndose paso a través de las grietas en la máscara que ella llevaba, y levantó la tapa.
El aflojamiento de la tensión fue tan grande que Vicki se tambaleó y habría caído si Celluci no hubiera dado un paso atrás sujetándola. Se permitió un momento de descanso sobre su poderoso brazo, y luego se soltó de una sacudida. Desde el comienzo, había asegurado que iba a encontrar a su madre. ¿Por qué me siento tan aliviada de que no lo hayamos hecho?
Incisiones de un púrpura viscoso, estrechamente cerradas con basto hilo negro, marcaban el desnudo cuerpo de un joven oriental con una desagradable forma de Y. Una serie de hematomas verde violáceos rodeaba la esbelta columna del cuello. Tubos de plástico se unían a ambos codos y a la parte interior del muslo. Atravesando la frente, en parte cubierta por una espesa mata de cabello negro ébano, otra incisión parecía haber sido cerrada con grapas.
Con el transcurso de los años, tanto Vicki como Celluci habían visto más cadáveres de los que querían recordar. El joven de la caja estaba muerto.
—Mike, su pecho… está…
—Lo sé.
Dos pasos adelante y ella estuvo lo bastante cerca para ponerse a un costado y rozar con las puntas de los dedos la piel sobre el diafragma. Estaba frío. Y subía y bajaba con la ayuda de algo que vibraba debajo de él.
—Jesús… hay un motor. —Retiró la mano y se frotó los dedos contra la chaqueta. Alzando la cabeza, vio a Celluci hacer el signo de la cruz—. La doctora Burke no dijo nada de esto.
—No. No del todo. —Se cambió la pistola a la mano derecha y la deslizó de nuevo dentro de la funda del hombro. No parecía que fuese a necesitarla de inmediato—. Pero algo me dice que hemos dado por fin con Donald Li.
Los ojos del joven se abrieron de golpe.
Vicki no podría haberse movido si hubiese querido hacerlo. Ni pudo apartar la mirada cuando los oscuros ojos fueron de ella a Celluci y volvieron a mirarla.
Un músculo se movió detrás de las moradas magulladuras sobre el cuello.
Labios gris azulados se separaron.
—Mata… me…
—Santa María Madre de Dios, está vivo.
En la caja, los negros ojos se deslizaron despacio hacia Celluci de nuevo.
—No…
—¿No? ¿Qué demonios quiere decir no?
—Quiere decir que no está vivo, Mike. —Vicki pudo oír a una parte de sí misma gritar. La pasó por alto—. Es como mi madre. —Manos extendidas contra el cristal. Boca moviéndose en silencio—. Está muerto. Pero está atrapado ahí dentro.
—Mata… me… por favor…
Los dedos clavándose en el pliegue del codo de Celluci, Vicki retrocedió, arrastrándolo con ella. Se detuvo cuando el alto borde de acero inoxidable sustituyó el rostro de Donald por el suyo propio.
—Tenemos que hacer algo.
Celluci siguió con la mirada fija en dirección a la caja.
—¿Hacer qué? —preguntó ásperamente.
Vicki luchó por resistir el impulso de volverse y correr, dando gracias porque Celluci pareciese congelado en el sitio, pues no tenía la fuerza para detenerlos a ambos.
—Lo que pide. Tenemos que matarlo.
—Si está vivo, matarlo es un asesinato. Si está muerto…
—Está muerto, Mike. Él mismo dice que está muerto. ¿Puedes irte dejándolo así?
Ella sintió cómo el estremecimiento bajaba por todo el cuerpo de él, y apenas oyó su respuesta.
—Vicki, estamos fuera de nuestro terreno aquí. —Eso era materia de pesadillas. Ni demonios ni hombres lobo, ni momias ni un escritor de novelas rosa de cuatrocientos cincuenta años… eso. Había pensado que trece años trabajando en la policía lo habían preparado para ocuparse de cualquier cosa y que los sucesos del último año lo cubrían todo. Se había equivocado—. No puedo…
—Tenemos que hacerlo.
—¿Por qué? —Abrumado por el horror, su voz se elevó apenas por encima de un susurro.
—Porque lo hemos encontrado. Porque somos todo lo que tiene.
Hay todo un mundo ahí fuera. Que otro se encargue de ello. Pero cuando se volvió y miró a Vicki a la cara, no pudo decirlo. Reconoció la expresión de alguien muy cerca del límite de sus recursos, alguien que había sido golpeado demasiado duro y con demasiada frecuencia, pero también reconoció el gesto de determinación de su mandíbula. Ella no podía alejarse dejando a Donald Li atrapado en su prisión de carne muerta. Él no podía alejarse y dejarla. Aunque tuvo que obligar a su boca a formar las palabras, preguntó:
—¿Cómo lo hacemos?
Hablando despacio (si perdía sólo un poco el control, lo perdería del todo), Vicki expuso lo que sabían.
—Está muerto. Lo sabemos. Él lo dice. Pero su… —La mentalidad del siglo XX aumentaba la dificultad para expresar lo que estaba tan terriblemente claro— su alma está atrapada. ¿Por qué? La única diferencia entre este cadáver y cualquier otro… —excepto el de mi madre. Sintió que empezaba a deslizarse hacia el precipicio. ¡No! No pienses en eso ahora— es que alguien le ha dado una semejanza artificial a la vida. Por eso se halla atrapado.
—¿Entonces desenchufamos su soporte de vida?
—Sí. Supongo.
—Vicki. Uno de nosotros tiene que estar seguro.
Ella alzó la cabeza y encontró su mirada.
Después de un instante, él asintió.
—Hagámoslo.
No les llevó mucho tiempo desenganchar los tubos, el entrenamiento y la práctica poniendo distancia entre lo que tenía que hacerse y los sentimientos al respecto. Ninguno de ellos tocó el cuerpo más que cuando era del todo necesario. Cuando hubieron acabado, aunque Donald Li no dijo nada, vieron cómo seguía mirando hacia arriba con ojos muertos, y supieron que no había sido bastante.
—Deberíamos haberlo sabido. Los otros están de pie y caminando.
Entonces Vicki encontró la toma oculta bajo el espeso flequillo y siguió el cable hasta el ordenador. Entornó los ojos al leer el mensaje de Catherine sobre la pantalla, y trató de evitar que sus manos temblaran justo lo bastante para usar el teclado.
—Parece estar cargando programación dentro de… —Había un sólo lugar donde podía estar cargándose un programa—. De acuerdo. Hay muchas posibilidades de que si se puede cargar programación, también pueda ser borrada. —Limpiándose las palmas sobre los muslos, se dejó caer en una silla.
—¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo? —preguntó Celluci, agradecido de tener una excusa para alejarse del horror de la caja—. Este sistema es más complicado que el equipo que tienes en casa.
—¿Cómo de complicado puede ser? —murmuró Vicki, anotando el fichero de destino—. Todo se reduce a unos y ceros. Además —añadió gravemente, pulsando el botón de reinicio—, ¿cómo podría empeorarlo?
Escudriñó el menú principal.
—Mike, ¿qué significa inicializar para ti?
—¿Algo así como empezar?
—Eso es lo que pensaba. —Bajo la lista de cosas que podían ser inicial izadas se hallaba el código de destino del programa que había estado cargándose.
—¿Bien?
—Simplemente le he mandado que reinicialice el cerebro de Donald.
—¿Y qué más?
—Y eso debería borrarlo del todo.
—¿Estás segura?
—No, pero limpié mi disco duro así una vez. —Empujando la silla lejos del escritorio, Vicki se levantó y se subió las gafas—. Es de esperar que lo libere.
—¿Y si no lo hace?
Ella agitó la cabeza.
—No lo sé. —Si no funcionaba, tendrían que dejarlo ahí y esperar que, mientras el cuerpo se descomponía lentamente, pasara otro tanto con lo que fuese que lo mantenía en él. Saber que estás muerto. Observar tu cadáver pudriéndose. Saber que esa es tu única esperanza… Reprimió con dureza la histeria que podía sentir alzándose. Después, se dijo. Después, cuando Henry esté a salvo y mi madre esté… mi madre esté…
… mi madre esté…
La voz de Celluci cortó el pensamiento.
—Ningún cambio.
—Dale un minuto. —Un paso cada vez, consiguió regresar junto a la caja y al lado de Celluci. Si él no hubiera vuelto delante de ella, no creía que pudiera haberlo hecho. Con el brazo apretado contra la cálida resistencia de él, bajó la vista hacia la cara de Donald Li.
Ojos oscuros captaron su mirada y la devolvieron. Abrumada, Vicki ni siquiera intentó apartarla. De pronto, comprendió que por muy sobrecogedores que fueran su terror y repulsión, no eran nada al lado del terror que gritaba detrás de los ojos de Donald Li.
No tenía nada de lo que asustarse en comparación.
Cuando el miedo se desvaneció, la ira se alzó para ocupar su lugar. ¿Qué clase de persona podría hacerle esto a otro ser humano? De repente, los ojos del hombre muerto se abrieron y, sólo por un instante, su expresión dejó paso a otra de incrédula alegría. Luego su faz perdió toda expresión. Vicki dejó escapar el aliento sin recordar haberlo contenido.
—¿Has visto eso?
—Sí.
—¿Alguna duda de que hemos hecho lo correcto?
—Ninguna.
Juntos alzaron las manos para coger la tapa y la cerraron.
Sólo en la oscuridad, Henry se preguntaba cuánta noche quedaba. A buen seguro había aguantado unas doce o más horas desde el ocaso. ¿Por qué no puedo sentir el alba? Con el Hambre dando zarpazos para salir libre y el acero envolviéndole como un sudario, ansió el olvido del mismo modo que lo temía.
Había repasado todos los momentos con Vicki que recordaba. Es injusto que un año se deslice a través de la memoria tan rápido. Si bien algo de lo que habían compartido se había añadido al Hambre, la mayor parte había ayudado a hacerlo retroceder. Vicki le había entregado su vida, no sólo su cuerpo y sangre. Había fraguado amistad a partir de las circunstancias. Le había ayudado cuando la necesitaba. Había recurrido a él en busca de ayuda. Había confiado en él. Había obtenido confianza a cambio.
Pasión. Amistad. Necesidad. Confianza.
En conjunto, amor. Visto desde esa perspectiva, supuso que no era en realidad necesario que Vicki dijera que lo amaba. Aunque habría estado bien oírlo…
Trató de recordar cuántas veces había escuchado esas palabras. Un centenar de voces clamaron; voces de mujeres, voces de hombres… Las acalló a todas, explorando el pasado en busca del destello del oro entre la escoria. Un millar, cien mil noches pasaron ante él, y de toda la pasión y amistad y necesidad compartida, sólo quedaron cuatro, tres mujeres y un hombre, con quienes había habido asimismo confianza suficiente para amar.
—Ginevra. Gustav. Sidonie. Beth. —Musitó sus nombres en la oscuridad. Tantos otros a los que había dejado ir, olvidado, mas a aquellos todavía los conservaba.
—Sólo cuatro en todos estos años…
Dos le habían sido arrebatados por medio de la violencia, uno por accidente, otro por el tiempo.
Podía sentir la melancolía acumulándose en una presencia tangible, amenazando con aplastarlo bajo su peso.
—Vicki. —Un quinto nombre. Un nombre vivo—. Y como suele decirse —aunque sabía que no serviría de nada, Henry empujó con su mano ilesa contra la tapa con tanta energía como le permitían el agotamiento y el dolor—… donde hay vida, hay esperanza.
Los músculos se tensaron, la negrura adquirió un matiz rojizo, entonces el brazo se desplomó sobre su pecho y el sonido de su corazón martilleando contra sus costillas casi lo ensordeció. No tenía ni idea de qué estaba intentando demostrar.
¿Un último esfuerzo por amor? Se revolvió un poco, cambiando su posición tanto como pudo, con el acolchado de plástico bajo él tirando de la piel desnuda de su espalda. Al menos esta vez no seré el único que se queda atrás para lamentarse.
La melancolía se tornó desesperación y estrechó helados dedos en torno a él.
Seria tan fácil rendirse.
Soy Henry Fitzroy, duque de Richmond, el hijo de un rey.
Soy vampiro.
Estaba demasiado cansado. Eso ya no era suficiente.
Vicki no abandonaría.
Vicki no abandonará. No hasta que te encuentre. Apóyate en eso. Confía en ella.
Ella vendrá.
Cristina había venido. Le había engendrado a partir de las tinieblas, alimentado, protegido, enseñado, y por último dejado ir.
—Escucha lo que te dictan tus instintos. Henry. Nuestra naturaleza dice que cacemos solos. Este es tu territorio, yo te lo entrego, y no me quedaré para luchar contigo por él.
—¡Entonces quédate y compártelo conmigo!
Ella se limitó a sonreír, con cierta tristeza.
Él atravesó toda la habitación y volvió a arrojarse de rodillas a sus pies. Hacía sólo un instante, habría finalizado el movimiento enterrando la cabeza en su regazo, pero en aquel momento, a pesar de su posición, fue incapaz de salvar esa distancia.
La sonrisa de ella se hizo aún más triste.
—El vínculo de tu creación casi se ha roto. Si me quedo —añadió suavemente—, muy pronto uno de nosotros expulsará al otro y eso destruirá incluso el recuerdo de lo que compartimos.
La voz del Cazador elevándose cada vez más en su cabeza le contó que ella decía la verdad.
—¿Entonces por qué —gritó— me cambiaste, sabiendo que esto ocurriría? ¿Sabiendo que pasaríamos tan poco tiempo juntos?
Sus cejas de ébano bajaron mientras lo pensaba.
—Creo —dijo despacio—, creo que lo olvidé por algún tiempo.
La voz de él se alzó, resonando por las húmedas paredes de piedra de la torre abandonada.
—¿Lo olvidaste?
—Si. Tal vez por eso somos capaces de persistir como raza.
Él inclinó la cabeza, los ojos cerrados con fuerza, pero su naturaleza ya no le permitía las lágrimas.
—Duele. Como si me cortaras el corazón y te lo llevaras contigo.
—Sí. —Sus faldas susurraron mientras se levantaba, y él sintió sus dedos tocándole el cabello en tierna bendición—. Tal vez por eso somos tan pocos.
Nunca la volvió a ver.
—Pero eso —le dijo a la oscuridad mientras la presa de la desesperación se estrechaba— no va a ayudarme. —Sin duda había tiempos más agradables para emplear como armas contra el hecho de saberse atrapado, y solo…— No. Ha habido prisiones y prisioneros antes —dijo con un gruñido—. Puedo sobrevivir.
Puedes sobrevivir a las noches, le susurró la desesperación, ¿pero qué hay de los días? Te han quitado tanta sangre… ¿Cuánta más te quitarán? ¿Cuánta más puedes perder y seguir teniendo una noche a la que regresar? ¿Qué más harán que serás incapaz de impedir?
Con labios que dejaron al descubierto sus dientes, Henry trató de retorcerse para alejarse de la voz. Lo rodeaba, sonaba dentro de él, reverberaba contra el metal que lo encerraba.
—Vicki…
Ella no sabe dónde estás. ¿Y si no te encuentra a tiempo?, ¿y si no aparece?
—¡NO!
Soltó su presa sobre el Hambre y dejó que la Bestia se apoderara de él mientras intentaba liberarse a zarpazos.
Era todo lo que le restaba para luchar.
—Mientras funcionen, no tenemos ninguna garantía de que vaya a dejar a Henry en un lugar. —Vicki entornó los ojos en el brillantemente iluminado interior del ascensor y apagó su linterna—. Puede llevarlo rodando por todo el edificio con nosotros dos pasos detrás al estilo de una mala película de los hermanos Marx.
—¿Entonces los bloqueamos? —preguntó Celluci, atravesando el umbral, con el mismo tono de no-me-jodas de su compañera. El simple hecho de que los dos siguieran funcionando ya le parecía alguna clase de milagro. Atribuyámoslo a la capacidad de luchar del animal humano.
Vicki negó con la cabeza y golpeó el botón al subsótano con fuerza bastante para casi quebrar la tapa de plástico.
—No es suficiente. Los ascensores se hallan en extremos opuestos del edificio. Ella puede desbloquearlos tan rápido como los atasquemos. Vamos a pararlos.
—¿Cómo?
—Cortando el suministro de energía del edificio.
—Repito, ¿cómo?
Vicki se giró para mirarlo con ojos entrecerrados.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? ¿Tengo aspecto de electricista? Buscaremos el cuarto de electricidad y tiraremos del enchufe.
—Metafóricamente hablando.
—No emplees esa pose de mierda conmigo, Celluci.
—¿Pose? Nelson, tienes un temperamento de todos los diablos.
—¿Temperamento?
—¿Quieres una pose?
Sus voces se superpusieron, atronando contra las paredes que los confinaban y rebotando de vuelta. Las palabras se perdieron en el alboroto y fueron despojadas de significado. Pie con pie, se irguieron y se gritaron invectivas el uno al otro.
El ascensor llegó al subsótano. Se detuvo. La puerta se abrió.
—¡… gilipollas paternalista!
El eco cambió. Las palabras volaron hacia la oscuridad y no regresaron.
Se dieron cuenta a la vez y a la vez se callaron.
Vicki temblaba tan violentamente que no estaba segura de poder resistirlo. Sentía las piernas como si fueran pasta hervida y una banda de metal le envolvía tan apretadamente la garganta que respirar dolía y tragar era imposible. Las gafas se habían deslizado tan abajo de la nariz que eran casi inútiles. Miró con atención por encima de ellas, a través del túnel al que la enfermedad había reducido su visión, y trató de enfocar el rostro a sólo unos centímetros del suyo. Su mano se alzó para subírselas de un golpe, pero en lugar de eso siguió moviéndose hasta rozar el rizo de pelo, apartándolo de la frente de Celluci. Le oyó suspirar.
Despacio, él levantó el brazo y, con un dedo contra el puente, deslizó las gafas hasta su sitio de nuevo.
—¿Estamos bien?
El aliento de él era cálido contra su mejilla. Ella asintió nerviosamente y dio un paso atrás, fuera del alcance de aquel consuelo.
—¿Qué hay de las huellas? —preguntó él.
Ella encendió la linterna y salió al subsótano, un poco sorprendida de que sus piernas obedecieran incluso tan elementales órdenes.
—Buscaremos huellas después de que inmovilicemos a Catherine.
Celluci se detuvo por un instante en el umbral del ascensor, impidiendo con su presencia que la puerta se cerrase.
—Desconectemos la energía del edificio —dijo—, y desconectaremos cualquier otro experimento que ella pueda estar llevando a cabo.
Vicki se paró medio volviéndose para mirarlo.
—Sí.
Él se dio cuenta de la cruda ira con que escupió la palabra. Se dio cuenta porque él mismo la sentía. No tenía nada que ver con la vitriólica contienda que habían mantenido en el ascensor (que no había sido otra cosa que tensión a la que habían puesto voz), y todo que ver con el horror que habían hallado en el laboratorio. Quería dar con quienquiera que hubiera sido el responsable, cogerlo por la garganta y… No había palabras para lo que quería hacer.
Durante la última semana, capa tras capa del control de Vicki, de su protección, había sido arrancada. Temía que no quedara nada para impedir actuar a su rabia.
Temía que, si encontraban a Henry de la forma en que habían encontrado a Donald Li, se lanzaría derecha al abismo y él no sería capaz de detenerla. Temía aún más que ni siquiera lo intentase.
En el segundo piso, en un armario trasero que compartía pared con la caja del ascensor, Marjory Nelson accionó los músculos de su rostro en lo más parecido a un ceño que podía componer. Oía voces.
Voces.
Voz.
Conocía aquella voz.
Le habían ordenado que esperara. Era una de las órdenes implementadas por la red neuronal. Una de las órdenes que había grabado un profundo surco en la memoria.
Espera.
Temblando, se levantó…
¡Espera!
… caminó arrastrando los pies hacia la puerta…
¡ESPERA!
… la abrió y salió tambaleándose al pasillo.
Había algo que tenía que hacer.