os sentidos desplegados, Vicki escudriñó la oscuridad en busca de algún indicio de una presencia fantasmal. Según Henry, debería sentir un escalofrió y una inconfundible sensación de malestar. Se suponía que era imposible no percibirla.

—Entonces por qué no la percibo —murmuró, apoyándose sobre un codo y tendiendo una mano hacia la luz.

El cuarto estaba vacío de todo salvo el olor de Henry.

Fuera, el teléfono del apartamento sonó.

sep

—¿Quién era?

Celluci volvió a colocar con cuidado el auricular plano, casi sin rasgos distintivos, de alta tecnología en su soporte.

—Fitzroy —dijo sin volverse.

—Bueno, si quiere saber qué le he preguntado al fantasma, no tiene nada de suerte. —Vicki apoyó un hombro contra la pared del cuarto de estar y cruzó los brazos sobre sus pechos—. Nuestro espectral amigo no ha aparecido.

—Lo ha hecho. —Celluci inspiró profundamente y dejó salir el aire despacio. Las cosas acababan de ponerse mucho más complicadas—. Ha seguido a Henry. Se le ha aparecido este anochecer tal como siempre.

—Mierda. ¿Ahora qué?

—Está regresando.

—¿Aquí?

—Aquí.

Vicki se enderezó y su voz se alzó.

—¿Y qué espera que haga yo?

—No lo ha dicho. —Separando las manos, Celluci se giró por fin para darle la cara. Ella se había puesto deprisa una camisa demasiado grande y no se había molestado en abrochar los botones. Distraído por un momento, se obligó a dejar atrás su inmediata reacción y añadió bruscamente—. Tal como lo veo, tenemos dos posibilidades. Nos vamos a casa, o nos quedamos y tú tienes otra oportunidad de demostrar tu teoría.

Los ojos de ella se entornaron.

—Si recuerdas, fue la teoría de Henry lo que demostramos. No podemos estar juntos sin pelear.

Celluci suspiró y apoyó su muslo derecho sobre la mesa del comedor.

—Vicki, nosotros no podemos estar juntos sin pelear, pero eso no parece disuadirnos. Si no puedes dejar que Fitzroy se ocupe de sus propios problemas (un proceder que obtiene mi voto, por cierto), entonces vosotros dos vais a tener que resolver algo.

—¿Cómo resolvemos un imperativo biológico?

—Tú eras la que decía que no te dejarías gobernar por tu naturaleza.

Tras un instante, ella clavó la mirada en el suelo y gruñó.

—Estaba equivocada.

A Michael Celluci nunca le había sido difícil saber qué estaba pensando Vicki, y su reciente metamorfosis no había cambiado aquello. Para ella, admitir realmente que estaba equivocada sin una discusión de tres horas y media docena de evidencias irrefutables sólo podía significar que perder la pelea con Henry había alterado su visión del mundo más de lo que él había pensado. Era hora de arreglarlo.

—Fitzroy provocó la pelea, Vicki. No tenía ninguna intención de concederos a los dos una oportunidad de resolverlo.

La mirada de Vicki saltó al instante abandonando el diseño de tablas de madera dura y se acopló al rostro de él, plateándosele los ojos.

—¿Lo sabes a ciencia cierta?

—Lo reconoció antes de irse.

—¡Y me lo cuentas ahora!

—¡Eh! —Celluci alzó ambas manos a la altura del pecho, en un gesto simbólico de defensa en el mejor de los casos—. Yo no soy el malo aquí.

—No… —Los dientes apretados, Vicki pugnó por liberar el recuerdo de la pelea en sí de la nube de emociones contrapuestas que la oscurecía.

Tú insististe en que podíamos trabajar juntos —le recordó él con sorna.

¡Podríamos si dejaras esa chorrada del Príncipe de las Tinieblas y te largaras!

—Ese asqueroso hijo de puta… por qué… —El taco parecía en cierta forma insuficiente. Los dedos engarzados en forma de puños, se giró sobre un talón desnudo y volvió a dirigirse al dormitorio.

—¿Adónde vas?

—¡A vestirme!

Una frase inofensiva de por sí, pero por la forma en que Vicki la escupió, sonó mucho más como una amenaza. Con la intensa sensación de que iba a necesitar la cafeína, Celluci fue a la cocina a por otra taza de café.

sep

—Lo siento. Llego tarde. Casi me da un taxista de camino, y… —La voz de Tony se apagó cuando Celluci apareció en la entrada y pudo verle la cara—. ¿Algo va mal?

—Fitzroy está regresando. Parece que el fantasma se le aparece sólo a él.

Tony se quedó mirando abajo a su casco. Un centenar de minúsculos reflejos de gotas de lluvia le devolvieron la mirada.

—¿Regresando aquí? —Como el detective no respondió en el acto, Tony miró arriba encontrándose una especulativa y fija mirada—. ¿Qué?

—¿No quieres que vuelva aquí?

—No he dicho eso. —Tiró el casco al suelo al lado de sus patines y se encogió de hombros quitándose su mojada chaqueta—. Quiero decir, Santo Dios, es su apartamento, ¿no? ¿Qué va a hacer Victoria?

—Victoria va a salir de caza.

Los dos hombres se volvieron hacia la voz, con un movimiento casi involuntario.

Tony, que esperaba una variante del atuendo de Príncipe de las Tinieblas de Henry, se sorprendió al verla con vaqueros, deportivas, y una chaqueta clara de algodón, ni remotamente vampírica. Aparte de no llevar ya gafas y haber dejado su bolso de bandolera en el dormitorio, no parecía en nada distinta de lo que había sido un centenar de noches de verano en Toronto cuando él todavía estaba viviendo en la calle.

Y entonces pareció muy distinta.

Y luego no lo pareció de nuevo.

Tony pestañeó. Mirarla era como mirar a una de esas imágenes que podían ser bien un jarrón o dos personas.

—Esto, Victoria, se te ve la cara de vampiro.

Ella pareció sorprendida, y después se rio. Con un sutil cambio de énfasis, ajustó con mayor firmeza la máscara de civilización en su sitio.

—¿Mejor?

—Sí. Pero, esto, si Henry viene, no deberías… —echó una mirada a Celluci, quien obviamente no iba a ser de ninguna ayuda— ¿no deberías irte de aquí?

—¿Me estás advirtiendo que no cace en el territorio de Henry?

Conocía ese genio. Había visto usarlo a Henry un centenar de noches.

—¿Te parezco estúpido?

—No. —Cuando ella le sonrió, resistió a duras penas el impulso de elevar su barbilla y soltó un agradecido suspiro cuando Vicki volvió su atención hacia Celluci—. Si Henry llega aquí antes de que vuelva, preséntale mis excusas, ¿lo harás?

—Vicki. —Le puso la mano sobre el brazo y Tony creyó ver las aristas suavizarse cuando ella alzó la vista hacia él—. Ten cuidado.

—Siempre tengo cuidado.

—Tonterías.

Pero la dejó ir.

Se detuvo en la puerta.

—¿La gente a la última sigue reuniéndose en Denman, Tony? —Este apenas si había empezado a asentir cuando ella desapareció.

A Henry le gustaba cazar en Denman. Tony se mordió la comisura del labio y se volvió hacia el detective.

—Pensaba que ibas a pedirle que no fuera.

Celluci bufó.

—Ni hablar. Es más seguro no tenerla por aquí cuando está de ese humor.

—Sí, pero… —Separó las manos, inseguro de las palabras.

—Sé lo que es ella, Tony. —La voz de Celluci era sorprendentemente amable—. No siempre me gusta, pero la alternativa me gusta aún menos. —Se aclaró la garganta, de repente avergonzado del secreto compartido de manera espontánea—. ¿Has comido?

Después de que Tony le explicase que a Henry no le gustaba que el apartamento oliera a comida, Celluci encargó una pizza.

—Dale algo más en lo que pensar.

—¿Además de Vicki?

—Además de Vicki.

Esperando sentirse incómodo, Tony se asombró de encontrarse relajado. Eran sólo dos tíos juntos de cualquier manera debido a amigos mutuos, siendo la edad la mayor diferencia entre ellos. Incluso discutieron sobre qué ingredientes pedir.

En mitad de una pizza grande con doble de queso, champiñones, tomate, y pepperoni, Celluci se sentó cómodo, se limpió la salsa de la barbilla y dijo:

—¿Quieres contarme qué va mal?

—Nada… —Tony dejó que la frase muriera a medio formular. Podía ver por la expresión de su acompañante que era inútil acabarla—. No lo entenderías.

—Tony, si tiene que ver con Henry, lo más probable es que sea la única persona del mundo que lo entendería.

—Sí, supongo. —Masticó y tragó, inseguro de si estaba tratando de pensar qué decir o si estaba evitando la pregunta del todo. Pudo sentir a Celluci esperando, no impaciente pero como si en realidad quisiera saber. Tras un instante, dejó la porción medio comida y se restregó la grasa de los dedos—. ¿Esto es sólo entre tú y yo?

—Si eso es lo que quieres.

Tras unos instantes de expectante silencio, suspiró.

—Cuando encontré por primera vez a Henry, yo no era nada, ¿sabes? Y no sería lo que soy ahora sin él. Quiero decir, no sé por qué pero me hizo volver y acabar el instituto sólo porque, bueno, él creía que yo podía, y… —tocó con la punta del dedo un pedazo de queso enfriándose—. Supongo que suena bastante estúpido.

—No. —Celluci negó con la cabeza, recordando cómo había acabado del lado de Henry Fitzroy en más de una ocasión—. Ese pequeño cabrón tiene una forma de hacer que estés a la altura de sus expectativas.

—Sí, eso es exactamente. Se limita a estar a la expectativa. —Tony rasgó su servilleta en grasientos cuadrados antes de continuar—. El problema es que a veces en realidad no me incluye en esas expectativas. Quiero decir, no escogió que yo supiera de él, Vicki más o menos no hizo más que descargarme sobre él y él nunca sintió por mí lo que sentía por ella. —Dándose cuenta de a quién estaba hablando, enrojeció—. Lo siento.

—Está bien. Sé lo que sentía. —Pero ella es parle de mi vida, no de la suya, proclamaba su tono con suficiencia—. Me parece que es hora de que te vayas y busques tu propia vida.

—Supongo. —Levantó la cabeza y encontró los ojos de Celluci—. ¿Pero cómo dejas sin más a alguien como Henry?

sep

Vicki hizo que el taxi la dejara delante del Sylvia Hotel en English Bay. Su recuerdo de las tres noches con Henry en el edificio Victoriano cubierto de enredaderas, aprendiendo a manipular el mundo del cual ella ya no formaba parte, era uno de los pocos recuerdos no empapados en sangre que tenía de su «niñez» en Vancouver. Permaneció por unos instantes enfrente del edificio, recordando cómo Henry le había enseñado a sobrevivir; luego inspiró profundamente el fragante aire nocturno y anduvo las dos manzanas hasta Denman Street.

Denman, que dividía en dos el West End, yendo más o menos del sudoeste al nordeste, era una preciosa calle peatonal, y ello la convertía en un territorio de caza de primera.

La lluvia había cesado y los cafés bien iluminados, todavía reluciendo del último chaparrón, se habían llenado. Los habitantes de Vancouver nunca dejaban que un poco de lluvia les fastidiara (dado que llovía con tanta frecuencia, no tenía mucho sentido) y estaban enamorados de sus cafeterías. Escudriñando la multitud, Vicki advirtió ciertas semejanzas en la mezcla, pues los jóvenes a la última se codeaban con los mayores y en cierto modo todavía a la moda, todos vestidos con lo que sólo podía ser llamado un estilo deportivo y preocupado por la salud… muy distinto del gótico punk tan predominante en el Toronto marchoso. A pesar de la hora, todo el mundo parecía tener aspecto de «voy a patinar/hacer bicicleta de montaña/kayac en el mar en cuanto termine mi capuchino». En cualquier otro estado de ánimo, Vicki tal vez lo habría encontrado divertido. Aquella noche, la sacaba de quicio.

Tal vez, se dijo, mirando furiosa a un par de jóvenes con pantalones de algodón fuera de su alcance, Denman haya sido un error. Quería algo con sustancia, algo que demostrara de forma categórica su presencia en el territorio de Henry. Nunca hay una banda de motoristas cerca cuando la necesitas.

Entonces le vio.

Estaba sentado dentro de uno de los cafés, solo, toda su atención centrada en el cuaderno delante de él. Una esbelta sombra entre los protoatletas circundantes, parecía inquietantemente familiar.

Se parecía de manera notable a Henry.

Un examen más detenido reveló que el parecido era puramente superficial. Sus ropas eran negras, la piel pálida, pero el rubio cabello era demasiado largo, y el rostro más anguloso que curvo al estilo Tudor. Si estuviera de pie, probablemente sería sensiblemente más alto.

Sin embargo…

Cuando él alzó la vista, Vicki cruzó una mirada con la suya a través del cristal, la sostuvo por un momento, luego desapareció en la noche. Oculta a salvo en la oscuridad entre dos edificios, observó la fachada del café y sonrió. Sabía qué clase de hombre era. La clase que, contra toda instancia del sentido común, quería creer que había algo más. La clase que quería creer en el misterio.

Quería creer, pero no lo bastante.

La puerta se abrió, y él apareció en la acera. Vicki pudo oír su corazón martilleando, y cuando cerró los ojos ella supo que estaba buscando el momento que ambos habían compartido, buscando el misterio. Un hombre mayor, con un marcado acento eslavo y el brazo cruzando la espalda de una mujer bien vestida, le pidió que se apartara de la puerta. Volviendo de forma visible a la realidad, el joven pidió disculpas y empezó a andar por Denman, una sonrisa algo triste retorciendo sus labios, una mano arrastrándose por los macetas que separaban el café de la acera propiamente dicha.

Vicki dejó que el Hambre se alzara.

Siguió el canto de su sangre a una distancia prudencial hasta que subió los anchos escalones de una casa victoriana de cuatro pisos construida en caliza roja en Barclay Street. Cuando metió la llave en la cerradura, ella salió de la noche, puso una mano sobre el hombro de él, y le hizo volverse. En alguna parte, en lo más profundo de unos ojos casi tan plateados como los de ella, la estaba esperando.

Él quería creer en el misterio.

Así que ella le ofreció un misterio en el que creer.

sep

—¿Quién crees que volverá primero?

—Fitzroy. —Celluci cambió varias veces más de canal, preguntándose por qué alguien con el dinero de Fitzroy no compraba una televisión mejor. A juzgar por su aspecto, había gastado una fortuna en el reproductor estéreo—. Es lunes por la noche, no habrá mucho tráfico viniendo de las montañas, así que llegará bastante pronto.

—Tal vez quiera alimentarse antes de venir aquí, sin embargo. Para no perder el control ante las cosas.

—¿Cosas como Vicki? Bueno, supongo que ella lo ha tenido en cuenta. Él va a contar con que ella esté aquí cuando llegue, así que ella no va a estar… aunque tenga que ocultarse al otro lado de la calle y esperar a que él se acerque con el coche. —Echó un vistazo a tres comedias de situación de productoras independientes, dos de ellas de los setenta, un episodio clásico de Star Trek que había visto cien veces y el mismo partido de fútbol americano en cuatro canales—. Quinientos canales y cuatrocientos noventa y nueve de ellos siguen poniendo mierda. ¿Qué es esto?

Tony sacó la cabeza de la cocina, donde estaba limpiando los restos de su comida.

—Un programa de entrevistas local —dijo tras mirar por un momento—. La mujer es Patricia Chou. Es todo un carácter. Uno de mis profesores de nocturno dice que hace reportajes kamikaze y piensa que está tratando de lograr una historia lo bastante grande para conseguir un puesto en el circuito nacional. Tiene aterrorizado a medio ayuntamiento como poco, y he oído que estuvo dispuesta a ir a la cárcel una vez para proteger a una fuente de información. No sé quién es el tío viejo.

—El tío viejo —gruñó Celluci— probablemente no me saca más de diez años.

Tony se retiró prudente.

En la pantalla, Patricia Chou frunció el ceño ligeramente y dijo:

—¿Asi que está diciendo, señor Swanson, que los miedos que tiene la gente acerca de la donación de órganos son del todo infundados?

—El miedo —declaró su invitado— se basa a menudo en la falta de información.

Era una buena respuesta; Celluci lanzó el mando a distancia sobre el cristal de la mesa de café (Fitzroy tenía una clara afición por los muebles frágiles) y se acomodó para seguir escuchando.

El señor Swanson se puso cómodo de forma muy parecida y miró a la cámara con la desenvoltura de un hombre entrevistado a menudo.

—Abordemos esos miedos uno por uno. La gente con influencia o dinero no tiene más oportunidades de conseguir un trasplante. Los ordenadores indican el mejor candidato posible para cada órgano disponible basándose en el grupo sanguíneo, tamaño, enfermedad del paciente y tiempo en la lista de espera.

Patricia Chou se inclinó hacia delante, extendiendo un delgado dedo para remarcar su argumento.

—¿Pero qué hay de los recientes reportajes en los medios de comunicación sobre gente famosa que es trasplantada?

—Creo que se dará cuenta de que la cobertura periodística es la respuesta a esa pregunta, señorita Chou. Se hacen reportajes sobre ellos porque son famosos, no porque hayan recibido un trasplante. Cientos de personas reciben trasplantes y nunca son noticia. Se lo aseguro, mi esposa todavía estaría viva si pudiese haberle comprado un trasplante.

—¿Su esposa, Rebeca, murió de un fallo crónico del riñón?

—Así es. —Tuvo que tragar saliva antes de poder proseguir, y Celluci, que con los años había visto pena de todas las formas posibles, estaba dispuesto a apostar a que no era nada fingido—. Tres años de diálisis, tres años esperando un riñón compatible, tres años muriendo. Y mi esposa no estaba sola; aproximadamente un tercio de todos los pacientes a la espera de un trasplante muere. Por eso soy un miembro activo de la Sociedad de Trasplantes de la Columbia Británica.

—Pero en estos tiempos de recortes, sin duda el coste de los trasplantes…

—¿Coste? —Su mirada cambió de dirección y se concentró en la cara de ella—. Señorita Chou, ¿sabía usted que si todos los pacientes en espera al final del año pasado hubiesen podido recibir riñones, el ahorro en asistencia sanitaria habría superado los mil millones de dólares?

La señorita Chou no lo sabía, ni, a juzgar por cierta tensión en torno a sus ojos, le complacía ser interrumpida.

—Para volver a los miedos de la gente, señor Swanson, ¿qué hay de la posibilidad de tráfico de órganos? —Su énfasis hizo que las tres últimas palabras se cernieran en el aire por uno o dos segundos después de acabar de hablar.

—Esa clase de cosas resulta imposible, al menos en cualquier nación del primer mundo. Tendría que disponer de doctores dispuestos a trabajar fuera de la ley, costosas instalaciones, tendría que hacer frente a un sistema informático con múltiples medidas de seguridad… no estoy diciendo que no pudiera hacerse, sólo que los costes serían tan prohibitivos que no tendría sentido.

Buena respuesta, concedió Celluci. Aunque no muy espontánea. Sin duda Swanson había estado esperando una variante de la pregunta.

—¿Así que desde un punto de vista puramente económico, no se obtendría ningún beneficio de ello?

—Exactamente. Tendría que contratar asesinos para obtener donantes involuntarios e imagino que un asesino de fiar, suponiendo que pudiese encontrar tal cosa, no sale barato.

Ella hizo caso omiso de su intento de quitar hierro a la entrevista.

—¿Entonces el cadáver encontrado flotando en el puerto, un cuerpo que tenía un riñón extraído quirúrgicamente, no tenía nada que ver con el tráfico de órganos?

Allí, comprendió Celluci, era donde ella había querido llegar desde un principio.

El señor Swanson abrió las manos, las cuidadas uñas brillando bajo las luces del estudio.

—Existen varias razones para que a uno pueda habérsele extraído un riñón, señorita Chou. El cuerpo humano sólo necesita uno.

—¿Y no cree que alguien necesitaba uno de los del cuerpo?

—Creo que esta clase de periodismo sensacionalista es la causa de que haya una carencia crítica de órganos donados y de que gente como mi esposa esté muriendo.

—Pero no habría alguien dispuesto a pagar…

La pantalla volvió al negro, y Henry volvió a poner el mando sobre la mesa de café.

Celluci, que ni siquiera se había enterado de que este estaba en el cuarto hasta que cruzó de lleno su línea de visión, trató de relajar varios músculos convertidos de repente en nudos a causa de la súbita aparición de Fitzroy.

—¿Tenías que hacer eso? —gruñó.

—No, no tenía que hacerlo. —El tono de Henry sugería que había conseguido exactamente el efecto que pretendía—. ¿Dónde está Vicki?

Echando un vistazo por encima del hombro de Henry sin prestar atención luego a la silenciosa advertencia de Tony desde la cocina, Celluci dijo arrastrando las palabras:

—Ha ido de caza.

—Caza. —Fue una repetición carente de emoción que no obstante albergaba un caudal de significado.

—Sabías que esto iba a pasar cuando le pediste que viniera aquí.

—Sí. —Con los dedos enlazados con fuerza para no perder el control sobre sus reacciones y atravesar el cristal con el puño, Henry anduvo hasta la ventana y se quedó mirando hacia abajo a las luces de Granville Island—. Sabía que esto iba a pasar.

—Pero eso no significa que tenga que gustarte.

—No te las des de listo, detective.

—¿Listo? ¿Yo?

En la cocina, Tony dio un respingo. Se preguntó si sobrevivir algunos años como policía hacía creer en la invulnerabilidad personal o si dicha creencia era necesaria antes de emprender el trabajo. Fuera como fuera, el sargento detective Michael Celluci parecía estar pasándoselo la mar de bien jugando con la muerte.

—Le conté que provocaste de forma deliberada su ataque. —No tan relajado como aparentaba, Celluci contempló los músculos que atravesaban la espalda de Henry tensarse y destensarse bajo la chaqueta de seda salvaje. Si tenía lugar, sabía que no podría sobrevivir a un ataque desencadenado. Ni siquiera a un ataque a medio gas, ya puestos… algo demostrado la última vez que Henry y él se habían enzarzado.

—Si estás tratando de distraer mi atención de Vicki hacia ti, detective, el sacrificio resulta innecesario. Si hemos de conjurar a este espectro, no tenemos otra elección que trabajar juntos. Parece que debo conceder la posibilidad de que podamos vencer nuestra naturaleza territorial.

—Muy amable por tu parte.

—¡Maldita sea, Vicki! —Celluci se catapultó de su silla tan rápido que perdió el equilibrio y se golpeó con fuerza las rodillas, el hueso cubierto de tejido vaquero chascando contra el pulido suelo de madera dura—. ¿Tienes que asustar a la gente de esa manera? —Se levantó—. ¿Primero él, y ahora tú?

Las manos puestas en el respaldo de la silla que él acababa de desocupar, Vicki se obligó a sí misma a sonreírle, se obligó a apartar los ojos de Henry Fitzroy.

—Tal vez deberías reducir la cafeína.

—Tal vez tú deberías silbar cuando entres en un cuarto —gruñó él.

Vosotros dos.

Ella y Henry.

Imposible en aquel instante pasar por alto la caldeada conexión entre ellos. Él estaba junto a la ventana, el rostro inexpresivo, los ojos en sombras. Ella no podía saber lo que estaba pensando, ni estaba del todo segura de querer saberlo. El corazón de él latía más lento que el de los mortales de los que ambos se alimentaban; el de ella iba a la par. La sangre de él no cantaba una invitación sino una advertencia; la de ella le hacía eco. El aroma de él erizaba el vello de la nuca de ella.

—Entonces… —Aunque sólo fuera para demostrar que podía, ella mantuvo el desafío alejado de su voz y, si bien las palabras no eran del todo neutras, al menos el tono era puramente humano—. He oído que me debes una disculpa.

—Sí. —Henry inclinó la cabeza—. Pero he pasado más de cuatro siglos y medio creyendo que los vampiros son incapaces de compartir un territorio, Vicki. No esperes que cambie de forma de pensar de la noche a la mañana.

El tono de ella se volvió claramente sarcástico.

—Las disculpas suelen comenzar con un «lo siento».

—Lo siento. Tenías razón. Estaba equivocado. No nos di una verdadera oportunidad. Lo haré esta vez.

—Porque tienes que hacerlo.

Él se encogió de hombros.

—Cierto.

—Vuelve a probar esa chorrada del Príncipe de las Tinieblas conmigo, Henry, y me largo de aquí.

—Eso dijiste en el pasado. —De repente sonrió, y ella no vio ninguna competencia sino a uno de los dos hombres a los que había aprendido a amar a pesar de sí misma—. No has cambiado, ¿sabes?, no más allá de lo evidente… sigues siendo tan definitivamente tú. Después de renunciar al día, me convertí en otra persona por completo distinta.

Celluci, todavía de pie entre ellos, cambiando de un lado a otro una inquisitiva mirada, resopló.

—Si. Bueno. Eras un bastardo real antes, fuiste un bastardo real después… con todo el bagaje que ello conlleva. Puesto que tenías apenas diecisiete años cuando ocurrió, yo diría que sí cambiaste, creciste, y ese cambio le sucede a todo el mundo.

Henry abrió la boca y volvió a cerrarla, muriendo la protesta tras sus dientes. Incluso Vicki pareció ligeramente sorprendida.

Complacido con el resultado, Celluci se movió por el cuarto hasta formar el tercer vértice del triángulo y dijo:

—Ahora que está arreglado, tenemos otros problemas de que ocuparnos. El primero, ¿dónde va a pasar Vicki el día? En tu cama no…

—Imagino que quieres decir en mi cama conmigo no. En realidad, eso no es posible.

—Puedes apostar el culo a que no.

Henry hizo caso omiso.

—Hay un apartamento vacío al otro lado del pasillo con una distribución idéntica a la de este. No llevaría mucho tiempo asegurar el dormitorio pequeño. La dueña murió hace poco. Llamé a su acompañante de camino…

»De todas formas, la señora Munro se va a pasar la semana próxima con su hijo a Kamloops y nos ha permitido amablemente usar el apartamento de su difunta jefa.

—Muy amable por su parte.

—No lo es; pero te aseguro que mi persuasión fue, en su mayor parte, monetaria. Aunque es probable que la señora Munro reciba la mayor parte de la herencia, acaba de perder su trabajo y no recibirá ningún ingreso hasta después de que el testamento sea declarado legal. Me pasé y cogí las llaves y creo que debería servir para el caso. —Sacó un llavero del bolsillo y se lo lanzó a Vicki, que lo atrapó con una mano en el aire.

Y lo volvió a lanzar.

—¿Nunca se te ha ocurrido preguntarme lo que yo pienso?

—Siempre puedes pasar el día encerrada en tu camioneta —le recordó.

—Y un cuerno, ya ha sido robada una vez. —A Celluci le brindó un gran placer pasar por alto la sorprendida exclamación de Henry—. Coge las llaves, Vicki. Él te pidió que vinieses aquí, lo más lógico es que te encuentre alojamiento.

A regañadientes, Vicki alargó la mano.

—Si te pones así…

—Así es como me pongo. —Esperó hasta que las llaves hubieron cambiado de manos de nuevo, luego continuó—: Mi segundo punto tiene que ver con el territorio y con manteneros alejados de la garganta del otro. Esta es una ciudad grande. ¿Por qué no puede cazar Vicki en una zona que tú no uses? Me pareció que dejaste entrever que era posible cuando aquel otro vampiro se trasladó a Toronto.

—Por desgracia, detective, no es sólo la caza, es todo el contacto. He compartido ciudades en el pasado, pero ha habido fronteras muy claras delimitadas con zonas neutrales en medio. Nuestros caminos nunca se cruzaron.

Vicki intervino antes de que Celluci pudiera responder.

—No funcionaría, Mike. Si tengo que averiguar quién se cargó a nuestro espíritu inquieto, las limitaciones de la noche serán más que suficientes. No sé, no puedo saber, a dónde van a llevarme las pistas hasta que esté allí, y unas fronteras muy claras lo único que harán es interponerse.

—Esto, tengo una idea que podría ayudar.

Vicki se giró, luego echó una mirada furiosa, no a Tony sino a los otros dos hombres.

—¿Por qué no me habéis dicho que estaba ahí? ¡Los dos estabais mirando a la cocina!

—Muy descuidada, Vicki. —Henry volvió a dejarse llevar fácilmente por su papel de maestro y guía, ya que al menos ese papel se movía dentro de parámetros que comprendía—. Deberías haber sabido que estaba ahí. Haber captado su olor. Haber oído su latido.

—Su olor impregna el apartamento. Y su latido se pierde con el sonido del lavaplatos.

—Los peligros del vampiro moderno —murmuró Celluci.

Tony sonrió abiertamente mientras se adelantaba.

—Y de eso se trata. Tíos, vosotros sois vampiros modernos. Quiero decir que eso de no compartir un territorio tal vez tenía sentido en la Edad Media, cuando los pueblos eran sólo de un par de cientos de personas y más de un vampiro seria bastante aparente, pero esta ciudad tiene casi tres millones de personas.

—Tiene sentido —concedió Vicki—. Puede que haya tanta gente en este complejo de apartamentos como en un pueblo de gran tamaño de 1500.

—Pero es mi ciudad…

—Santo Dios, Henry, nunca has estado siquiera en Vancouver Oeste. Podría haber otro vampiro, media docena de necrófagos y una familia de extraterrestres por allí por lo que tú sabes, y ya has dicho que las ciudades pueden dividirse. Eso no tiene nada que ver con esto.

—Mira, es una cuestión de actitud. —Tony se detuvo justo fuera del perímetro del triángulo—. Tú mismo lo has dicho, Henry, el tiempo no te cambia, así que tú has de cambiar con él o quedarte atrás. Y cuando te quedes lo bastante atrás, bueno, ya sabes lo que sigue, estarás extendiendo la toalla para tu último bronceado.

—¿Último bronceado? —repitió Vicki con una mirada incrédula a Henry.

—Nunca he dicho eso.

—Tal vez no con esas palabras —admitió Tony—, pero eso era lo que dabas a entender. —De pronto se volvió solemne y clavó una atenta y preocupada mirada en Vicki y Henry—. Cambiad o morid, tíos.

Tras un largo instante, Vicki se encogió de hombros.

—Mira, no estoy intentando apoderarme de tu territorio, y hay comida de sobra aquí para ambos, así que en buena lógica no somos una amenaza el uno para el otro. No hay ninguna razón por la cual no podamos tolerarnos mientras dure esto.

—Escucha tu sangre y dime que lo crees.

—Estoy escuchando mi cerebro, Henry. Deberías probar alguna vez.

Él gruñó. Ella lo imitó. Ambos dieron un paso adelante.

—¡EH! —La voz de Celluci no cortó la tensión sino que la apartó a un lado—. ¡Calmaos! Esperaba esto de perros callejeros, pero no de dos personas supuestamente sensatas. —Al no ser ya capaces de ruborizarse, los dos se interesaron de pronto por la puntera de sus zapatos—. Los tiempos cambian. Cambiad con ellos, o reconoced que no podéis y dejad de hacerme perder el tiempo… tengo muchísimo menos que vosotros.

La mirada todavía en el suelo, Vicki murmuró:

—Sabes qué, Henry. Te prometo no seguir desbocándome como un niño por tu territorio si prometes ceder un poco.

—No será fácil.

—Nada que valga la pena lo es.

—Oh, por favor —murmuró Celluci.

Henry se apartó de la ventana y Vicki retrocedió, manteniendo cuidadosamente la distancia entre ellos. Él se detuvo por un momento, como comprobando sus respectivas posiciones. Cuando ninguno de los dos pareció dispuesto a acercarse más, dijo, en tono algo cansado:

—Tengo lo necesario para que aseguréis esa ventana en mi armario. ¿Por qué no echáis un vistazo a vuestras habitaciones mientras Tony y yo vamos a por ello?

Conteniendo a duras penas el impulso de gruñir cuando él pasó junto a ella, Vicki asintió, sin confiar en su voz. Celluci echó una ojeada a su rostro y tiró de ella con cuidado hacia su costado. Ella liberó su brazo con una sacudida pero permaneció pegada a él, usando su olor para disimular el de Henry.

—Vaya —dijo cuando la puerta se cerró y estuvieron a solas—, no ha sido tan malo. Hemos progresado, sin duda.

—Entonces afloja los dientes.

Un músculo saltó en su mandíbula.

—Todavía no.

Cuando pareció haber transcurrido tiempo suficiente para dejarles el camino despejado fuera del apartamento pasillo abajo, se abrieron camino hasta el número 1409.

—Dios.

—Bendito —añadió Vicki.

Las paredes habían sido jaspeadas. Las ventanas lucían cuatro tipos distintos de guirnaldas. Los muebles parecían haber sido tapizados de seda salvaje. Las alfombras imbricadas eran persas. Las obras de arte, en dos y tres dimensiones, habían sido dispuestas para impresionar. El apartamento 1409 parecía haber sido decorado a beneficio de los fotógrafos del Vancouver Life Magazine.

—Pensaba que nadie vivía de verdad así. —Dando la espalda al esplendor del salón, Vicki anduvo pasillo abajo—. ¿Crees que el resto del lugar es igual?

Un par de perros guardianes de cemento de un templo chino vigilaban una enorme cesta de rosas secas en un rincón del dormitorio principal. En un extremo de la cama de gran tamaño había amontonadas unas cincuenta almohadas de varias formas y colores. La funda del edredón de seda muaré hacía juego con el papel pintado. Las cortinas, aunque del mismo tejido, eran varios tonos más oscuras.

—Este cuarto probablemente cuesta tanto como toda mi casa —masculló Celluci.

—Desde luego tiene más clase que el Holiday Inn —convino Vicki, retrocediendo al pasillo y abriendo la puerta del más pequeño de los tres dormitorios—. Oh, Dios mío. —Se quedó inmóvil en el umbral—. No puedo quedarme en este.

Celluci miró por encima del hombro de ella y comenzó a reírse.

Una enorme muñeca con una falda rosa y blanca de ganchillo se sentaba en medio de la colcha de raso rosa. El faldón rosa con volantes iba a juego con las cortinas rosas con volantes que complementaban los volantes rosa del sillón rosa pálido metido en una esquina. El tocador y el baúl al pie de la cama eran blancos. La cama misma era la monstruosidad de bronce más recargada que ambos habían visto nunca, cubierta de fiorituras y esmaltes de flores, con un corazón gigante en el centro de la cabecera y otro en el pie de la cama.

Riendo demasiado fuerte para seguir de pie, Celluci se dobló contra la pared apretándose el estómago.

—La idea… —empezó a decir, miró de Vicki a la cama, y no pudo acabar—. La idea… —Un segundo intento no fue más lejos que el primero.

—¿Qué pasa, risitas? ¿No puedes soportar la idea de un vampiro en un entorno tan femenino?

—Vicki… —Limpiándose los ojos llorosos con una mano, agitó la otra hacia el cuarto—… No puedo soportar la idea de que estés en este entorno. Ni siquiera se me había ocurrido pensar en lo otro.

Los labios de ella se crisparon.

—Parece como si hubiese sido decorado por Polly Pocket, ¿no?

Instantes después, Tony los encontró sentados hombro con hombro en el suelo del pasillo, con la expresión de quienes se han reído hasta casi ponerse malos.

—Nadie ha contestado al llamar —explicó—. ¿Dónde está la gracia?

Vicki cabeceó hacia la habitación y jadeó:

—Una cripta de plástico rosa que cabe en la palma de tu mano.

—Sí. Bien. —Echó un vistazo al interior, se encogió de hombros, y volvió a bajar la vista hacia los dos—. No tengo ni idea de lo que estáis hablando, pero el material para bloquear la ventana está fuera. Henry ha pensado que seria mejor si él no entraba. Ya sabes, mantener alejado su olor.

Apoyada contra el muro, Vicki se puso de pie, tendió una mano a Celluci y se detuvo justo antes de ponerlo derecho sin esfuerzo; las demostraciones de fuerza le molestaban más que cualquier otra cosa. Cuando se dio cuenta de que Tony la observaba y vio que este comprendía lo que ella había hecho, apretó los dientes irritada.

—Este no es el caso de una mujer siendo menos de lo que puede para proteger el machismo de un hombre —gruñó—. Es el de una persona haciendo una concesión hacia alguien por quien se preocupa.

Tony retrocedió, levantando ambas manos.

—No he dicho nada.

—Te he oído pensarlo.

Cuando ella pasó junto a él pisando con fuerza, Tony echó una mirada a Celluci.

—¿Siempre ha sido así de temperamental?

Celluci no le hizo caso.

—¿Qué machismo? —preguntó siguiéndola por el pasillo—. ¿De qué diablos estás hablando?

Tony suspiró.

—No importa. —Caminó arrastrándose detrás de ellos, aguardó a una pausa en la discusión e hizo saber—. Henry dice que una vez metas el material y antes de que lo montes, deberíamos reunimos todos en su apartamento para hablar del caso.

Apoyando dos tablas de madera contrachapada de dos centímetros de grosor contra la pared, Celluci frunció el ceño.

—¿No tendría más sentido buscar un terreno neutral?

—Dice que su apartamento servirá puesto que Vicki ya lo ha impregnado.

—¿Dice qué?

—¡Eh! ¡Victoria! —Los ojos muy abiertos, Tony retrocedió hasta golpear contra un aparador y se quedó inmóvil por completo, lanzando una mano para sujetar un antiguo candelabro mecido por el impacto—. Tranqui. Yo sólo repito lo que ha dicho Henry.

—Hace que suene como si hubiese estado rociando los muebles.

Recordando su anterior conversación con Celluci, Tony no consideró oportuno añadir que Henry había inspirado profundamente también, su expresión se había suavizado, y había musitado «Dios, cómo la echo de menos». En ese momento, Tony se había visto tentado de recordarle de forma nada amable que Vicki estaba justo pasillo abajo y que si la echaba de menos era su maldita culpa. Ese no era, sin embargo, un tono con el que dirigirse uno a Henry Fitzroy.

sep

—Mientras Vicki y yo aseguramos el cuarto, te sugiero que te dirijas al depósito de cadáveres de la ciudad en el Hospital General e identifiques un cadáver.

Henry recorrió con la mirada su mesa de comedor y alzó una pelirroja ceja.

—¿Disculpa?

—Si hay un fantasma, existen muchas probabilidades de que haya un cuerpo en alguna parte. —Del todo consciente de que su precaria tregua necesitaría un mantenimiento constante, Celluci enterró su primer impulso ante el hecho de ser tratado de forma condescendiente por un hombre que escribía novelas rosa y logró mantener su tono tranquilo y su expresión corporal circunspecta—. Hay más posibilidades todavía de que un cuerpo sin manos, si ha sido encontrado, salga en el periódico. Así que esta tarde, mientras vosotros dos dormíais vuestro sueño reparador, he examinado tu papelera. —Cogió el periódico doblado y se lo lanzó a Henry—. Un cuerpo sin manos fue sacado del muelle precisamente cuando apareció tu fantasma.

—No es mi fantasma —le dijo Henry de forma brusca.

Celluci se encogió de hombros.

—Como quieras. El cuerpo tiene que estar todavía en el depósito. La policía no ha sido capaz de identificarlo o saldría en una edición posterior.

—¿Y si es el cuerpo que buscamos? —Volvió a deslizar el periódico a lo largo de la mesa.

—Averiguamos lo que sabe la policía —empezó a decir Celluci—, y luego… —Unos dedos helados se cerraron alrededor de su muñeca como un torno.

—Mike. Es mi caso. Antes de que lo resuelvas, ¿no te parece que tal vez tendrías que hablar de ello conmigo?

Se giró a medias para darle la cara a ella. Del todo consciente del peligro, no la miró a los ojos.

—Vicki. Es nuestro caso. Supuse que hablaríamos de ello mientras Henry estaba en el depósito. ¿O prefieres que me limite a largarme con Tony de vacaciones hasta que decidas volver a casa?

Los ojos entornados, ella se soltó de su brazo. Reacia a mirarlo a él o a Henry, barrió con la mirada el cuarto y de pronto se rio.

—Creo que Tony está aterrorizado de que puedas llevar a cabo realmente tu amenaza.

—Aterrorizado no —protestó Tony mientras los tres se volvían para mirarle—. Sólo que voy a quedarme con amigos, y no tienen espacio y no es como… —Su voz se fue desvaneciendo, y fulminó a Vicki con la mirada—. Muchas gracias.

—Puedes venir a casa —le recordó Henry—. Mi plan inicial parece haber sido… descartado.

—No. —El joven se movió en su silla—. Ya he trasladado mis cosas, y John y Gerry me han hecho sitio, así que sería grosero irme sin más.

—Como quieras. —Henry frunció el ceño con aire pensativo, pero justo cuando estaba a punto de hablar, Celluci, que había estado observando con atención la cara de Tony, le interrumpió.

—Mejor mira si puedes conseguir una copia del informe de la autopsia mientras estás en el hospital.

La pelirroja ceja se alzó de nuevo, pero si Henry receló del sentido de la oportunidad de Celluci, lo dejó pasar. Si Tony quería guardar secretos con Michael Celluci, eso no era asunto de él.

—¿Algo más? —preguntó secamente mientras se levantaba.

—Sí, escribe una descripción completa de tu fantasma… apuntando en especial cualquier diferencia entre este y el cuerpo del depósito.

—¿Y los otros espíritus? ¿Los que había dentro del alarido?

—¿Puedes describirlos?

Nunca dispuesto a confesar incapacidad, y menos aún en las presentes circunstancias con tales interlocutores, Henry negó con la cabeza.

—No.

—Entonces olvidémoslos por el momento y ciñámonos a la descripción que puedes ofrecer.

—Puedes agregarlo al informe de la autopsia —dijo Vicki, poniéndose asimismo de pie—. Ahora, si nos disculpas… —Su tono dejó claro que los disculpase o no, no le importaba demasiado—. Vamos a aislar mi santuario mientras tú das cuerpo a tu fantasma.

—Vicki.

Ella se detuvo, una mano en el respaldo de la silla.

—Como he dicho antes, no es fácil dejar a un lado un dogma en el que he creído durante más de cuatrocientos cincuenta años. Aunque nunca lo haya comprobado, aunque ya no sea cierto, la creencia en que los vampiros son incapaces de mantener contacto físico es, aunque sólo sea eso, una arraigada tradición.

La mano de ella se alzó hasta el hombro de Celluci y lo aferró tranquilizándolo cuando se tensó.

—No soy lo que se dice un vampiro tradicional, Henry.

Él sonrió, y fue la sonrisa que ella recordaba de antes del cambio.

—Entonces deja de dar tanto la tabarra adrede.