o hay ningún sitio donde esconder el coche.
—No lo escondas. Entra en el aparcamiento, y aparca.
—Es más de la una —observó Henry mientras dejaba atrás la señal del Proyecto Esperanza, giraba entre los postes de la entrada y subía por la larga avenida—. Aunque normalmente no se me ocurriría discutir con tu experiencia en moverte sin ser vista, ¿no crees que se fijarán en nosotros? Habrá una enfermera en el turno de noche como mínimo.
—¿Y?
—¿Y vas a entrar y preguntarle si tienen al detective Celluci atado a la cama de una de las habitaciones?
—¿Por qué no? —Su voz tenía muy poco de la agente de policía, de la detective privada, o del mortal que quedaba en ella. Henry luchó por reprimir su reacción mientras ella continuaba—. No es que vayan a mentirme. Además, si está ahí dentro, lo sabré.
—¿Y si no está?
El marfileño destello de sus dientes hizo de su sonrisa una amenaza.
—Voy a buscar al tipo grande con ojos de vaca y le hago algunas preguntas.
Más allá de los límites del control de ella, tan abruptamente definidos que podían sacar sangre, Henry pudo percibir la violencia sin purgar aflorando a borbotones. Parecía cerca de dejarse ir. Algo apenas sorprendente dado lo próximos que habían estado desde que abandonaran la clínica… la tensión entre ellos era una tercera presencia en el coche. Podía sentir sus propias barreras debilitándose, y tratar de convencerse a sí mismo de que se trataba de una continuación del año que habían pasado en una relación padre/hijo, profesor/estudiante no le ayudaba en absoluto. Si la anticipada violencia no se llevaba a efecto dentro del Proyecto Esperanza, se lanzarían el uno a la garganta del otro antes de que volviera a meter las llaves en el contacto.
Vicki saltó del coche en el instante en que dejó de moverse y aspiró una bocanada de aire no corrompida por el aliento de otro. Si llegaba el caso, decidió, subiéndose el bolso al hombro, volvería andando al apartamento antes que dejar que Henry la llevara a ninguna parte, nunca más. Aminoraba con los semáforos en ámbar. No pasaba cuando podía. Tomaba las esquinas demasiado lento. Habían sido los cincuenta minutos más frustrantes que había pasado nunca. Sólo un férreo control había impedido que lo sacara a rastras de detrás del volante y lo cogiera ella. Tengo que volver a sacarme el carné de conducir. Con los labios fruncidos en una delgada línea, anduvo a grandes pasos hacia el edificio.
—Recuerda, Vicki, no ser advertido es infinitamente mejor que tener que rectificar una impresión peligrosa.
—Jesús, Henry. Hablas como en un episodio antiguo de Kung Fu.
Este cerró el coche y se apresuró a llegar a su altura.
—Hablo por experiencia…
—Lo sé, lo sé, más de cuatrocientos cincuenta años. No me extraña que conduzcas como una anciana —añadió por lo bajo mientras abría de un tirón la puerta de madera de cedro de la clínica.
Media docena de olores en pugna casi la echaron para atrás en el exterior: un ramo de rosas en un jarrón grande de cristal, un ambientador diseñado para imitar la brisa del océano a la que se impedía el paso por medio de ventanas selladas herméticamente, y por encima, por debajo, e imponiéndose a todos, el eau de desinfectante que gastaban todas las instituciones médicas del mundo.
Pudo sentir acaso una docena de vidas, las fronteras entre ellas eliminadas por el sueño… natural o inducido por las drogas, Vicki no contaba con la experiencia necesaria para percibir la diferencia. En alguna parte de la amalgama, creyó distinguir el inconfundible aroma de la vida de Celluci. Pero ¿por qué no puedo estar segura? Estaba tan convencida de que si estaba en la clínica lo sabría que aquella súbita ambivalencia resultaba inquietante. ¿Pienso que está aquí sólo porque deseo tanto que esté? ¿Lo habría sabido con seguridad antes del baile en la horizontal en el baúl de los recuerdos con Henry? Un latido después, halló una respuesta que podía aceptar. Jesús, Vicki, no seas semejante idiota.
La persistente desesperación (una desesperación sin apenas rastro de esperanza, advirtió, pese al nombre de la clínica) hacía difícil concentrarse con claridad en una vida concreta. Puesto que ello incluía también la de Henry, supuso que debía aceptar sin más lo bueno y lo malo.
La única persona despierta les lanzó una airada e interrogativa mirada desde detrás de las paredes de cristal del puesto de enfermeras.
—Tenía razón —murmuró Henry—. Nos han visto.
—Bueno —afirmó Vicki con mayor énfasis del necesario. Incapaz de sonrojarse, dio un respingo. Desde que podía recordar, las mujeres con uniforme de enfermera le habían hecho sentirse inútil, tal vez porque parecían tan competentes. Tal vez se trataba de todo ese color blanco. No tenía ni idea. Sintiéndose menos como una todopoderosa criatura de la noche y más como si estuviese donde no debería estar, rodeó la sala de espera y entró en el despacho débilmente iluminado.
—¿Sí? ¿Puedo ayudarles? —Aunque bastante cortés, el tono de la enfermera indicaba a las claras que la única ayuda que pretendía ofrecerles consistía en mostrarles la salida.
—Estoy buscando a un amigo.
—Esto es un centro de tratamiento privado, no la sala de urgencias local. No encontrará a su amigo aquí.
—Lo han debido de ingresar esta tarde.
—No ha habido ningún ingreso esta tarde.
—¿Te importa dejarme a mí? —preguntó Henry en voz baja, sin lograr del todo que su voz no reflejara su diversión. Había visto a Vicki enfrentándose a demonios, hombres lobo, momias y una multitud de mortales asesinos con más ímpetu.
Ella gruñó una inarticulada réplica, atrapó la mirada de la enfermera de noche y la mantuvo, sobreponiéndose a sus viejos esquemas por amor propio.
—¿Estás sola aquí?
Reflejando sus dilatadas pupilas un débil destello plateado bajo un molesto ceño, la enfermera negó con la cabeza.
—Hay un asistente.
—¿Dónde está?
—Dormido en una cama plegable en la sala de enfermeras.
—¿Por qué está aquí?
—Se queda a veces, por si hay algún problema.
—¿Problema con qué? —Vicki apoyó las manos sobre el escritorio y se echó hacia delante—. ¿Con los donantes de partes del cuerpo compradas?
La enfermera de noche se puso de pie, todavía atrapada en los plateados abismos de los ojos de Vicki, e imitó el gesto de ella. Era casi igual de alta.
—No sé de qué diablos está hablando.
Esa no era la respuesta habitual. Algo desconcertada, Vicki soltó un poco más la correa del Cazador, dejó caer algo más de su disfraz mortal.
—¿Nunca has notado que está pasando algo extraño? ¿Pacientes que no encajan del todo con su historial? ¿Puertas cerradas con llave?
Respirando pesadamente, la enfermera movió la cabeza.
—Seas lo que seas, no me asustas. ¿Quieres saber lo que me asusta? Tener dos hijos adolescentes y un marido que lleva seis meses sin trabajar y perder este trabajo, eso me asusta. No voy a contarte nada.
—Si estás muerta —dijo Vicki con un gruñido, agotada la paciencia—, no seguirás trabajando.
—Quizá seas la muerte para algunos, puedo ver… —el miedo se mostró por fin, atrapándole la voz en la garganta. Tragó saliva con fuerza y prosiguió—… verlo, pero seas lo que seas, no eres la muerte para mí.
—Tiene razón —dijo Henry con voz queda, impresionado por una fuerza de voluntad que se negaba a ser ofuscada por el terror—. Sabe que no la matarás sin motivo. Ha descubierto tu farol.
Dividida por igual entre la irritación y la vergüenza, Vicki mantuvo su posición en el escritorio.
—Eso no me vuelve débil —le advirtió, cerrando los dedos en forma de puños.
Divertido, pero cuidando de no demostrarlo, él se acercó un poco más.
—Lo decía como un cumplido hacia ella, no como un insulto hacia ti. Tal vez sea mejor que me…
—¡No! —Aquella mortal era suya. Si Henry podía convencerla o no para que hablase era irrelevante. Con los ojos entornados, Vicki masculló—: Tiene que ser un trabajo condenadamente bueno.
—Lo es… en general.
En general. Vicki sonrió.
—Si yo tuviese un trabajo bien pagado en estos tiempos, supongo que estaría dispuesta a pasar por alto cosas que no encajan del todo, asimismo.
—Eh, yo cuido de los pacientes, y lo que hago lo hago muy bien. —Se puso derecha y cruzó los brazos sobre el amplio saliente de sus senos—. Lo que pase en la parte de atrás no es asunto mío.
—Por supuesto que no lo es. Olvida que nos has visto alguna vez.
Sus labios se estrecharon en una delgada y desaprobadora línea.
—Vaya que sí.
—Mike está aquí dentro.
Un letrero sobre la puerta decía «Cuarto de Electricidad».
—¿Estás segura?
Vicki no le hizo caso, hurgando en las profundidades de su bolso de bandolera en busca de sus ganzúas.
—Puedo sentir varias vidas, Vicki; arriba, abajo, rodeándonos por todas partes. La mayoría de ellas están drogadas, todas se han mezclado a causa de su estado en una sola masa informe. ¿Cómo puedes estar tan segura de que una de esas vidas pertenece a Michael Celluci?
Ella se puso de rodillas e insertó sus dos ganzúas más gruesas.
—Estoy mucho más próxima a su vida que tú.
—Y deseas encontrarlo como sea. No debería ser yo el que te lo recuerde, pero no sabemos con seguridad si vino aquí. No sabemos qué es lo que la enfermera cree que pasa en la parte de atrás.
—Y no lo averiguaremos a no ser que echemos una ojeada. —La puerta se abría a otro corto pasillo. Una puerta daba al cuarto de electricidad.
La otra daba a un cuarto igual a la mayoría de las habitaciones de hospital salvo por las paredes de ladrillo de cenizas y la pequeña y alta ventana. Vicki se detuvo en el umbral, clavando la mirada en el cuerpo sobre la cama, sintiéndose ligeramente mareada mientras todas las piezas de su mundo volvían a colocarse en su sitio.
Tenía la cara magullada. La sangre se había secado en la comisura de su boca. La piel de los nudillos de su mano derecha estaba despellejada. Su corazón latía a un ritmo que no era del todo el que ella conocía. Olía a drogas y unas correas de cuero lo sujetaban a la cama.
Quiso liberarlo haciéndolas trizas, cogerlo entre sus brazos y ponerlo a salvo, pero no corrían ningún peligro inmediato, así que, en atención a él, averiguaría lo que le habían hecho primero. Lenta, deliberadamente, atravesó el cuarto hasta la cama y desabrochó las correas. Más tarde, se abandonaría a la violencia. Más tarde, alguien lo pagaría.
—¿Mike?
Un rápido reconocimiento, dibujando con sus manos sobre una carne tan familiar como la suya propia, determinó que nada evidente había sido extraído.
—Mike, vamos. Espabílate.
Su pulso era fuerte. Trazó la línea de su mentón, raspando con su dedo contra una negra barba incipiente.
Henry la observó desde la entrada, sabiendo que había sido olvidado, maravillándose de lo mucho que dolía. Los instintos territoriales, ataques, contraataques, cortante cortesía, el control apenas mantenido, todo desapareció bajo los recuerdos de su amor. En aquel momento odió a Michael Celluci más de lo que nunca había odiado a nadie en su vida.
Pero el momento pasó.
Celluci nunca gozaría de la intimidad suprema que Vicki y él habían compartido: la vida de ella recreada en sus brazos, su sangre suya, la suya de ella. Después de eso, todo…
Sonrió, sin poder evitarlo. Después de eso todo lo que había seguido era un quebrantamiento de tradiciones que había creído inquebrantables, una pasión inducida por la matanza, una tregua empapada en sangre y algo que tenía una posibilidad de convertirse en una amistad recobrada pese a parecer poco probable.
No podía odiar a Celluci cuando había recuperado más de Vicki de lo que debería haber sido posible.
—Huele a sedante. Trata de despertarlo.
Vicki se volvió bruscamente hacia la puerta, hasta interponerse entre la amenaza y el cuerpo sobre la cama. Le costó un momento darse cuenta de que era Henry quien había hablado y otro momento más recordar que, en ese instante al menos, no constituía una amenaza.
—¿Un sedante? ¿Cómo lo sabes?
—Experiencia.
—De verdad prefiero no saber cómo conseguiste esa experiencia, Henry. —Se volvió de nuevo hacia Celluci, le sacó una zapatilla de deporte un tirón, agarró la carne más blanda del arco de su pie entre el pulgar y el índice, y la pellizcó.
Su pierna se contrajo.
—¿Qué estás haciendo?
—Es una técnica de acupresión. Estoy activando un punto de presión en el pie que le ayudará a sacudirse las drogas.
—¿Cómo…?
—¡No lo sé! —saltó ella—. Un viejo sargento me lo enseñó. Solíamos usarlo en caso de sobredosis con barbitúricos; si no funcionaba, lo más probable es que estuvieran muertos. Vamos, Mike. Despierta. —Volvió a pellizcarle.
Aquella vez gruñó y trató de apartar el pie de un tirón. Para cuando sus ojos se abrieron pestañeando, Vicki tenía ambas manos abrazándole la cara. Parpadeó medio dormido hacia ella, luego los párpados comenzaron a caer y los iris a quedar en blanco.
—Michael Frances Celluci, no te atrevas a cerrar los ojos mientras te estoy hablando.
—Jesús, Vicki… te pareces a… mi abuela.
—¿Sí? —Los labios de él estaban secos, así que ella los humedeció con su lengua, lamiendo la sangre de la comisura de su boca.
—Asi… cualquiera —remarco, cuando ella se retiro—. Donde estoy… oh, mierda.
—Quería asegurarme de que no había ningún hueso roto antes de que te moviéramos.
—Qué considerada. —Entonces frunció el ceño—. ¿Moviéramos? —Giró la cabeza hasta que pudo ver a Henry, todavía en el umbral—. ¿Qué es esto… una tregua?
Los dos hombres se miraron por un instante, luego Henry dijo con voz calma:
—La camioneta desapareció contigo. Alguien tenía que conducir.
—Podías haberle prestado… tu coche.
—Creo que no. La última vez que ella tomó prestado mi coche, le dio un golpe un camión.
—Sí… pero conducía… el hombre lobo.
—Basta ya de fraternidad varonil. Es una tregua. ¿Vale? —Vicki giró con suavidad la barbilla de Mike hasta tenerlo de frente otra vez—. Y dado que seguro que esa gente tan simpática que extirpa riñones va a volver, ¿estás bien? ¿Podemos moverte?
—No.
—¿No? ¿No, qué?
—No, no podéis moverme.
—¿Qué pasa? ¿Qué te han hecho? —Su voz prometía un ojo por ojo como mínimo.
—Por ahora, sólo secuestrarme. —Sus pensamientos se estaban aclarando, pero su cuerpo seguía débil. Trató de incorporarse y no tuvo energía para protestar cuando Vicki lo levantó, puso una almohada entre sus hombros y la pared, y volvió a bajarlo con cuidado—. Tenéis que dejarme aquí. —Luchó por dar con las palabras que convencerían a Vicki de que hiciera lo que él decía… algo nunca sencillo ni siquiera en plena posesión de sus facultades mentales—. Si me sacáis de aquí nunca averiguaremos lo que está pasando.
—Oye, sabemos lo que está pasando.
—No sabemos nada de nada salvo que algunas personas van demasiado lejos cuando son seguidas por gente que resulta ser de la policía. —Explicó lo que había pasado exactamente yendo al grano; las cosas se descontrolaron sólo por un momento cuando Vicki se dio cuenta de que no sabía decirle dónde estaba la camioneta de ella—. Mira, ¿podemos preocuparnos de la camioneta más tarde, cuando tengamos algo más de tiempo?
Los ojos de Vicki se entrecerraron.
—Habríamos tenido tiempo de sobra si dejases de ser tan testarudo…
—Considéralo un topo en misión secreta.
Ella esbozó una tensa sonrisa.
—Considéralo una vaca en el matadero.
—Vicki, puede que esta gente no esté vendiendo partes del cuerpo, podría ser algo tan simple como venta de drogas. Todo lo que tenemos es un secuestro y un confinamiento ilegal.
—Y el robo del coche. —Rozando con las puntas de los dedos la magulladura de su mejilla, ella añadió—: Y agresión.
—Creo que podría alegar defensa propia.
—Mike, viniste aquí en un principio por la misma razón que nosotros; el nombre de Ronald Swanson salió a relucir demasiadas veces para tratarse de una coincidencia. Primero averiguamos que está detrás de una clínica privada especializada en pacientes a la espera de un trasplante de riñón y luego te encontramos atado a una cama. Eso basta para mí.
Él cerró la mano en torno a la muñeca de ella cuando sus ojos se bañaron de plata.
—Deja de reaccionar por instinto y empieza a pensar. Imagina que entras por la fuerza en la casa de Swanson y le obligas a confesar de plano, ¿luego qué? No tienes nada que se mantenga en el tribunal. Si queremos descubrir lo que está pasando de verdad, tiene que haber una investigación.
—¿Qué estoy haciendo yo? ¿Deambular sin rumbo a través de la noche?
Once muertos en un almacén de Richmond; deambular sin rumbo era una forma mucho más sencilla de llamarlo.
—Sí, más bien. Desenredar este embrollo va a requerir recursos con los que no contamos.
—Si consigo que lo confiese todo, tengo suficientes recursos para encargarme de Ronald Swanson.
—No.
Había tanta determinación en aquella única palabra que el fulgor plateado de los ojos de Vicki se apagó.
—¿Qué quieres decir con «no»?
—Si Swanson muere, si lo matas, es más de lo que puedo pasar por alto.
Ella soltó su mano y se frotó la banda de calor que habían dejado sus dedos. Más de lo que podía pasar por alto. Era la clase de palabras que se decían justo antes del adiós.
—Pero…
—Sin peros, Vicki. —La asió por el hombro, sacudiéndola, obligándola a escuchar—. Por ahí no paso.
Un latido. Dos.
—No me gustan nada los ultimátums, Mike.
—Y a mí no me gusta nada el homicidio premeditado.
Dicho así, sin la máscara de retórica ni el ardor de la Caza, tampoco a ella. Eso creía. Una de las comisuras de su boca se curvó en una torcida sonrisa mientras tendía la mano y le quitaba el mechón de pelo demasiado largo de la cara.
—Supongo que toda relación conlleva compromisos. —Un poco sorprendida por el alivio que suavizó la expresión de él (¿qué había esperado?), le puso la palma de la mano contra el pecho, tranquilizada a su vez por el ritmo regular de su corazón—. Ahora que está arreglado, ¿qué quieres que haga?
—Quiero que me dejes aquí…
—Olvídalo.
—Maldita sea, Vicki, ¿quieres escuchar un minuto? La única forma de que descubramos lo que está sucediendo es no asustándolos. Déjame como me encontraste… —Hizo una pausa—. De acuerdo, no hace falta volver a drogarme, pero aparte de eso… —Al ver que ella no sonreía, suspiró y continuó—. Ve a casa, y llama a la policía. Diles que habías aparcado para mirar un mapa de carreteras cuando viste a un tipo grande con camiseta roja cargando un cuerpo por la puerta trasera. Vendrán y encontrarán…
—Nada. Este es un cuarto oculto. La enfermera de noche seguramente ni siquiera sabe que existe; ¿cómo diablos va a encontrarte la policía?
—De acuerdo, bien. Diles que habías ido a visitar a un amigo enfermo, estabas volviendo a tu coche, viste al tipo de la camiseta roja con el cuerpo, asomaste la cabeza por la puerta de atrás y viste este cuarto. Te largaste antes de que pudiera descubrirte y después de no saber qué hacer durante un par de horas, decidiste llamar a la policía.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Los ojos de él se entornaron al oír su tono.
—¿Qué?
—Eres policía, trata de pensar como uno. ¿Creerías un cuento chino como ese?
—No importa si lo creen, mientras lo comprueben.
—Creo que puedo sugerir una historia que creerán.
Celluci bufó mientras Vicki se giraba para mirar airada a Henry.
—Cierto, eres un escritor de novela rosa.
—Mantente aparte de esto, Henry.
—Comencemos por recordar que estás trabajando para mí, y que creo que el detective tiene mucha razón. Si les dejamos saber que estamos sobre su pista, se esfumarán.
—¿Entonces estáis los dos a favor de dejar a Mike en peligro? —Vicki obligó a las palabras a salir a través de unos dientes apretados, cambiando ligeramente de posición para defender mejor al hombre en la cama.
Celluci suspiró.
—Vicki, cálmate. Con independencia de lo que vayan a hacerme, nada va a pasar hasta mañana por la mañana.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Tú qué crees? Se lo oí decir a los malos cuando hablaban en el pasillo justo antes de que me drogaran.
—¿Los malos?
—El tipo grande que me trajo…
—¿Ojos de vaca?
—No sabría decirte. Lo más cerca que he estado nunca de una vaca es en una hamburguesería. Estaba hablando con una mujer, pero no llegué a verla. Estoy bastante seguro de que era la que usó la jeringuilla, pero él me cubrió la cara con una almohada antes de que ella entrara en el cuarto. Ellos no importan ahora. —Tratando de encontrar una postura en la que la cabeza no le martilleara, se removió contra la almohada—. Todo lo que tienes que hacer es asegurarte de que la policía llega aquí antes por la que sea de mañana y yo los llevaré hasta donde me sorprendieron y les dejaré que lleguen a la misma conclusión que yo.
—¿Es decir?
—Que podrías enterrar a un ejército en esos bosques. —Su voz se volvió más amable—. Prometo que no pasará nada en el tiempo que le lleve a la policía llegar aquí. Todo lo que tienes que hacer es contarles una historia de forma que tengan que encontrarme. Yo haré el resto.
—¿Por qué no te llevamos a la policía para que se la cuentes tú?
—¿Cómo me solté de las correas?
Ella alzó las manos.
—¿Tengo que pensar en todo?
—Es que no estás pensando. —Encontró su mirada y la sostuvo, sin temor de lo que pudiera encontrar—. Tenemos que preparar esto a fin de que podamos, pueda, responder a las preguntas que van a formular. Tú y Fitzroy no podéis quedar implicados.
Declaraciones, comparecencias en el tribunal… ni la menor posibilidad de que el sistema sólo los reclamara tras el ocaso. Vicki se giró para mirar a Henry y vio que los dos hombres estaban por completo de acuerdo. Aún peor, tenía que confesarse a sí misma que tenía sentido. A sí misma. No a ellos.
—Has estado drogado toda la tarde. No estás en condiciones de hacer planes.
—Mi cuerpo parece tapioca y la cabeza me martillea, pero mis procesos cognitivos siguen intactos.
—Seguro. Y tú sueles hablar así. —Suspirando, comenzó a acariciar el vello del brazo de Celluci a contrapelo—. Sigue sin gustarme.
—Basta ya. —La mano de él cubrió la suya—. Vicki, ¿cuánto tiempo va a llevarte volver al apartamento, una hora? Estamos en junio. El sol sale a las 4:14. No tienes tiempo para hacer nada esta noche, así que, por favor, deja que la policía se encargue.
—Los fantasmas quieren que Henry vengue sus muertes.
—Entonces deja que Henry haga la llamada. Es la única forma de que todos los implicados reciban lo que se merecen.
Los labios de ella se retiraron descubriendo sus dientes.
—Si te hacen daño, Mike…
—Puedes devolvérselo. —No lo habría dicho de no estar seguro de que iba a resultar ileso… la sonriente respuesta de ella fue todo lo que temía que fuese—. Esta es la única manera de cubrir todas las bases, Vicki. No te pido que te guste, te digo que es como tiene que ser. Ahora vuelve a atar las correas y sal de aquí, y todo habrá acabado en un par de horas.
—Si Swanson muere, si lo matas, es más de lo que puedo pasar por alto… Por ahí no paso.
Las palabras se cernieron en el aire entre ellos.
Si sacaba a Celluci fuera de la clínica, él nunca la perdonaría, eso era seguro. Si lo dejaba, y Henry enviaba a la policía de inmediato, ¿qué podía ir mal?
A pesar del persistente olor de otra mujer (y por el bien de Celluci esperaba que se tratase de la mujer de la jeringuilla), su sonrisa adoptó un cariz distinto mientras volvía a atarle las muñecas.
—Sabes, esto promete. —Cuando una suave caricia recorriendo la cara interna del brazo de él le puso la carne de gallina, le cogió el cinturón de los vaqueros con los dientes y dio un tirón.
—¡Vicki!
—Michael…
—Fitzroy, te importaría llevártela de aquí.
Ella le lanzó una mirada de advertencia. Henry alzó una especulativa ceja.
—Por sabroso que parezca, tal vez no sea el momento.
Celluci gruñó mientras Vicki saltaba sobre la cama, la mano todavía sobre su muslo.
—Tócale y te haré pedazos tan pequeños que podrás… —Entonces se detuvo, enderezándose, y frunció el ceño—. Lo has hecho a propósito.
—Sí. —A pesar de lo que habían progresado, costaba bien poco provocar una respuesta territorial. Miró más allá de ella a Celluci forcejeando contra las correas y reconoció que aquella respuesta en particular podría haber sido provocada casi con la misma facilidad antes de que ella cambiase—. No te preocupes, detective. No tengo ningún deseo de alimentarme en este momento. Di adiós, Vicki, y vámonos.
Mascullando por lo bajo, Vicki se volvió hacia la cama y Michael Celluci. Se inclinó para besarle y se detuvo justo sobre sus labios pudiendo sentir su aliento.
—No estoy segura de que tenga que salir así, sin más, dejándote a ti aquí.
—Tonterías. Puedes hacer lo que quieras.
—No seas condescendiente conmigo, Celluci.
—Entonces deja de comportarte como una reina de la tragedia. Estaré bien hasta que llegue la policía. —La boca de él se movió bajo la suya—. Ahora vete.
—Deberíamos salir por la parte delantera. La puerta de atrás puede que esté conectada a una alarma.
—No veo nada. —Vicki pasó rápidamente un dedo por el canto de la puerta—. Y no siento ningún cable. Mira, el coche está justo a la salida en el aparcamiento. Hagamos simplemente lo que ha dicho Mike y vayámonos. —Apoyó el peso sobre la barra de seguridad y empujó. El ruido ambiente de la clínica permaneció inalterado—. Ves, ninguna alarma. Las personas de aquí son enfermos, probablemente no quieren asustarlos con ruidos altos. Vamos, anciano. Te echo una carrera hasta el coche.
Como Henry había observado, costaba bien poco provocar una respuesta territorial. Una vez ella empezó a correr, él tuvo que correr tras ella. Moviéndose demasiado rápido para ser seguidos por ojos mortales, llegaron al coche antes de que la puerta se cerrara de golpe.
Se despertó al instante, se puso en pie un momento después, sin saber qué había oído pero seguro de haber oído algo. Si había aprendido algo en prisión, era a tener el sueño ligero. El amortiguado sonido de las puertas de un coche cerrándose lo llevó hasta la ventana del cuarto de enfermeras donde, pegado a un lateral, invisible desde el aparcamiento, observó un BMW dando marcha atrás y alejándose. Las dos personas en su interior parecían estar peleando. No reconoció la silueta de ninguna.
Probablemente chicos buscando un lugar tranquilo para perder el tiempo. Bostezó, pensó en volverse a dormir, pensó en lo que diría la doctora si algo iba mal, y decidió que no estaba de más hacer una breve visita a su inesperado invitado.
La puerta de acceso al cuarto de electricidad estaba abierta. Estaba seguro de haberla cerrado.
Sin que sus zapatos de suela de crepé hicieran ruido contra las baldosas, entró en el cuarto oculto, casi esperando encontrar una cama vacía. El policía grande seguía atado y sin conocimiento. Encendió la luz, levantando una mano para protegerse los ojos del súbito resplandor fluorescente. El cuerpo sobre la cama se limitó a contraerse. Un examen más detenido pareció indicar que nada había cambiado.
Pero algo lo había hecho.
¿No había antes un mechón de pelo sobre la cara del poli? No había manera de que hubiese podido retirárselo atado como estaba.
Comprobó las correas con el dedo. La muñeca izquierda estaba en el cuarto agujero, la derecha en el tercero. Solía atarlas a igual altura pero, incluso medio aturdido, el poli había luchado con él y tal vez…
El poli se movió ligeramente, murmurando algo. Eso era bueno. El efecto del sedante debía estar pasando siendo reemplazado por un sueño más natural. Usaban sedantes un montón en el hospital de la prisión pues era más cómodo que tratar de verdad a los pacientes y, en su experta opinión, el pecho del poli subía y bajaba ahora con un ritmo distinto al del sedante.
Frunció el ceño. Justo sobre la cadera izquierda había un semicírculo oscuro sobre los vaqueros azul claro. Parecía húmedo, como…
Lo tocó. Estaba casi seco pero parecía como si alguien hubiese estado masticando los vaqueros del poli. Cerró el pulgar y el índice sobre el punto y tiró.
—No quiero saber qué estaba pasando aquí —dijo. La piel de la nuca le hormigueó al sentir el peso de la mirada del poli. Cuando volvió la cabeza, unos ojos entornados lo miraban furiosos—. Tienes unos amigos muy pervertidos, poli. ¿Quieres contarme por qué te han dejado aquí?
—No sé de qué estás hablando.
—Seguro que no.
Incapaz de evitarlo, Celluci rodó con la bofetada propinada con el revés de la mano.
—Que te jodan —gruñó.
—Tal vez. —El teléfono más próximo estaba en el cuarto de enfermeras—. Veamos qué tiene que decir la doctora.
—¿Adónde vamos? —Vicki escupió la pregunta a través de unos dientes apretados. Henry conducía de nuevo porque se había negado a darle las llaves, se había puesto su cara de Príncipe de los Hombres y había dicho «no» en un tono que daba a entender que discutir sería una pérdida de tiempo. Ella había vuelto al coche por el bien de Celluci y no dejaba de lamentarlo. En un minuto, Henry iba a lamentarlo también—. El apartamento está en esa dirección.
—Hay un café aquí en la esquina, y necesitamos hablar con un agente de policía.
—Jesús, Henry, esto es Vancouver, hay un café en cada esquina. —Alargó la mano hacia el volante.
Al mantener Henry su presa, la riña resultante fue breve; tras haber pasado treinta y dos años siendo mortal, Vicki no se hacía ilusiones acerca de sobrevivir al resultado de un coche en movimiento fuera de control. Además, los cinturones de seguridad estorbaron su ataque.
—A diferencia de la mayoría, este café tiene aparcamiento —le dijo Henry cuando ella volvió al asiento del pasajero, mirando furiosa por la ventanilla—. Un lugar para que dejen el coche patrulla.
Y, en efecto, había un coche patrulla en el aparcamiento.
—Adelante, refuerza los estereotipos —murmuró Vicki mientras Henry aparcaba el coche y apagaba el motor—. ¿Ahora qué?
—Ahora voy y tengo unas palabras con los dos agentes, interrumpiendo su descanso con una historia sobre un cuerpo entrevisto desde un lado de la carretera.
Ella salió del coche cuando lo hizo él, agradeciendo la oportunidad de desenredar su espacio personal del de Henry.
—No puedo creer que apruebes esto de verdad. Diablos, no puedo creer que yo lo apruebe de verdad. Le hemos dejado allí, Henry. —Con la barrera del coche entre ellos, Vicki dejó que un poco de ira se deslizase de su presa… aunque con quién estaba furiosa exactamente, no lo sabía—. Lo abandonamos. Lo dejamos indefenso y solo.
—Es un riesgo mínimo, Vicki, y un riesgo que está dispuesto a correr a fin de acabar con esto de una vez por todas. La policía estará allí en una hora. ¿Qué podría salir mal?
—Bonito epitafio. —La noche olía a tubo de escape y metal recalentado, menos intensamente allí en la costa que en Toronto, pero seguía habiendo demasiada gente apiñada en un espacio demasiado pequeño. Vicki se volvió hacia la clínica y trató de no pensar en cómo las cosas que podían ir mal solían ir mal—. Lo he dejado allí porque me lo ha pedido —dijo en voz baja, con ojos de plata clavados en Henry una vez más—. Estoy haciéndolo por Mike, pero a ti nunca te ha importado lo que piensa él de ti.
¿No? Michael Celluci es un hombre honorable y a veces las opiniones de los hombres honorables son todo lo que tenemos para definirnos a nosotros mismos. Pero servía de poco desencadenar otra disputa territorial acerca de los afectos de Celluci aunque la anterior reacción de ella le había divertido más que enojado.
—No soy ningún vengador justiciero, Vicki, no importa cuánto pueda haberlo parecido en el pasado. Si consigo dar con una solución dentro de la ley, eso debería contentar a todo el mundo.
—¿Una solución dentro de la ley? —repitió ella. Moviendo la cabeza, cruzó los brazos sobre el techo del coche y descansó la barbilla sobre ellos—. Adelante. Y que sea buena.
Henry estaba totalmente seguro de poder contar una historia que la policía creería, añadiendo suficientes detalles para que no sólo tuvieran que comprobarla, sino que encontraran también todo lo que necesitaban. Sin embargo, no hacía falta abusar de su imaginación. A fin de cuentas, lo que importaba no era lo que dijera sino cómo lo decía.
—Disculpen, agentes, ¿puedo hablar con ustedes?
Resistiendo el impulso del todo inexplicable de atender, el policía en el asiento del conductor dejó su café y espetó un eficiente «sí, señor».
Cuando la agente en el asiento del pasajero, preguntándose qué diablos estaba pasando con su compañero, se inclinó para ver mejor, se encontró reaccionando de forma muy parecida.
El hijo bastardo de Enrique VIII, Duque de Richmond y Somerset, bajó la cabeza en señal de reconocimiento de la deferencia de ambos.
—Tengo cierta información que tal vez consideren merecedora de una investigación. —Su padre habría aprobado su tono.
Tony despertó al entrar Henry en el apartamento, se incorporó en el sofá, y se restregó los ojos.
—¿Lo habéis encontrado?
—Sí.
—Eso debe haber puesto contenta a Victoria.
—No exactamente.
—Oh, tío. Henry, ¿no la habrás matado antes de llegar a la clínica?
—No sé de qué estás hablando.
—Y tampoco emplees conmigo esa majadería de soy-más-noble-que-vos. No estoy de humor. Si no mataste a Vicki antes de llegar a la clínica y encontrasteis a Celluci, ¿por qué no está contenta?
—Porque lo dejamos allí.
—¿Hicisteis qué?
—Fue idea de él. Pensó que si lo rescatábamos, ello pondría sobre aviso a la gente que está detrás de todo este asunto del tráfico de órganos de que vamos tras ellos. Nos dijo que informáramos a la policía y se lo dejáramos a ellos mientras la evidencia siga siendo tan manifiesta.
—Sí, pero a no ser que pierda un riñón, ¿cómo van a relacionarlo con el cuerpo del muelle?
—Celluci parece saber dónde están enterrados los cuerpos.
—¿Y Victoria lo dejó quedarse sin más?
—No exactamente. Él tuvo que apelar a sus sentimientos más nobles.
Tony resopló.
—No sabía que los tuviese con respecto a él. ¿Se lo dijiste a la policía?
—Sí, y con suerte eso bastará para satisfacer a mis visitantes. —Henry echó un vistazo a su reloj—. ¿Por qué no estás en la cama? ¿No tienes que trabajar mañana?
—Quería saber si Celluci estaba a salvo antes de volver con Gerry y John. —Se retrepó hasta ponerse de pie, plegó la manta de cualquier manera y se quedó mirando al suelo.
Henry suspiró, preguntándose en qué preciso momento se habían vuelto tan complicadas las cosas entre ellos.
—Tony, es tarde. El sol saldrá en breves instantes. ¿Por qué no te quedas aquí en tu propio cuarto?
—Yo no…
—Lo sé.
La cabeza de Tony se alzó, atraída por la comprensión en la voz de Henry.
—Cuando esto haya acabado, lo cual fácilmente podría ser mañana al anochecer, tenemos que hablar, pero ahora mismo no hay ninguna razón para que te vayas.
—Supongo que no. —Echó un vistazo al reloj del aparato de vídeo y sus ojos se ensancharon—. Henry, el sol sale en menos de cinco minutos.
—Soy consciente de ello. —Comenzando a irse por el pasillo, Henry le indicó a Tony que se acercara.
—¿Puedes estar atento a las noticias de mañana? Graba si puedes la emisión matinal antes de irte. Estoy seguro de que el detective Celluci nos mantendrá a Vicki y a mí al margen cuando se descubra el pastel, pero me sentiría mejor si lo supiese a ciencia cierta.
—No hay problema. Lo programaré para que grabe las noticias del mediodía y el parte de las seis también.
—¿Eso no impedirá grabar Batman, no?
Tony sonrió burlón. Era la parte no vampírica, no principesca de Henry la que los había mantenido juntos durante tanto tiempo.
—Tranquilo. Tendrás tus dibujos. —Estaban ante la puerta, la mano de Henry sobre el pomo, y en un momento se encerraría con llave hasta el ocaso. De pronto Tony quiso prolongar aquel instante—. Esto, ¿tienes alguna pregunta para los fantasmas? ¿Una que les concierna a los dos?
—Vicki me ha sugerido que pregunte si fueron asesinados por la misma persona.
—¿Crees que sabe de lo que está hablando?
—Por eso le pedí que viniera aquí, pero, con algo de suerte, eso no será ningún problema. Con suerte, ambos estarán descansando en paz para el ocaso. —Abrió la puerta, tendió la mano, y acarició la mejilla de Tony con dos dedos. Todo lo que se le ocurría decir era «adiós», pero no quería decirlo todavía, así que no dijo nada.
—No lo soporto. Este dormitorio rezuma rosa incluso en plena oscuridad. —Vicki dio forma a la almohada a puñetazos y volvió a echarse, del todo consciente de que el dormitorio no tenía nada que ver con su humor, así como de que no tenía nada más con lo que desahogarse.
La vuelta en coche al apartamento había sido más fácil que la ida al Proyecto Esperanza. Cuanto más tiempo pasaban juntos Henry y ella, cuanto más obligaban a la tregua a resistir, más fácil resultaba. Pero seguía queriendo matar algo.
No a Henry.
Mike.
—Fue un error dejarlo allí. Lo sé. Simplemente lo sé. Tras todos estos años —preguntó a la noche mientras esta se desvanecía—, ¿cómo es que he decidido de repente comenzar a escuchar a…?