Seis figuras avanzaron por el camino nevado: dos muchachos vestidos de oscuro, otros dos con vestiduras blancas, un perro disfrazado que parecía un pequeño fantasma y un soberbio caballo. Los cuatro niños tenían la cara embadurnada de blanco y su aspecto era sorprendente por demás. Pero como no se encontraron con nadie, el extraño grupo pasó inadvertido.
Peter no cesó de hablar en todo el camino. Explicó detalladamente su aventura en compañía de Jack. Colin y Jorge le escuchaban asombrados. Experimentaban cierta sensación de inferioridad por no haber tomado parte activa en la aventura nocturna.
—Dejaré a Kerry Blue en una de las cuadras de nuestra finca —dijo Peter—. Allí estará muy bien. ¡Qué sorpresa se llevarán los ladrones cuando vean que hasta el caballo ha desaparecido! Mañana avisaremos a la policía. Reunión a las nueve y media. Recoged a Pamela y a Bárbara, no lo olvidéis. Ha sido un misterio verdaderamente formidable. Ahora estoy cansadísimo. Me quedaré como un tronco apenas llegue a casa y me acueste.
Media hora después, los cuatro dormían profundamente. Janet no se despertó cuando su hermano entró en la casa. Antes Peter había llevado a Kerry Blue a una cuadra con el mayor sigilo. El caballo le seguía dócilmente y sin la menor desconfianza.
Al día siguiente, ¡qué emocionante fue todo! Peter contó a su familia lo que había hecho aquella noche, y su padre se trasladó inmediatamente a la cuadra para ver a Kerry Blue.
—¡Es un magnífico caballo de carreras! —exclamó—. Un auténtico pura sangre. Lo han teñido de color castaño con una sustancia desconocida. Sin duda, los ladrones pensaban venderlo o hacerlo correr bajo otro nombre. Pero tú, Peter, lo has impedido; tú y tus seis compañeros del club.
—Creo que debemos dar parte a la policía inmediatamente —dijo la madre, nerviosa—. Seguramente ya lo estarán buscando.
—Nuestro club tiene reunión en el cobertizo a las nueve y media —dijo Peter gravemente—. Podríamos citar allí a la policía.
—¡Eso no; de ningún modo! —exclamó la madre, alarmada—. No estaría bien que esos señores tuvieran que sentarse en cajones y macetas. Debéis reuniros en el cuarto de estudio o en el despacho de tu padre. Estas dos habitaciones son las más apropiadas.
A las nueve y media, cuando los Siete esperaban impacientes y Scamper se entretenía en mordisquear el extremo de una alfombra, sonó el timbre y entraron un inspector y un agente, los dos de gran estatura y cara tan seria que infundía miedo. Se asombraron al ver tanta gente menuda alrededor de la mesa.
—Buenos días —balbuceó el inspector dirigiéndose al padre de Peter—. ¿Quiere decirme qué significa esto? Por teléfono no ha sido usted muy explícito.
—No podía serlo —respondió el dueño de la casa—. La historia deben oírla ustedes de labios de los propios protagonistas.
Luego desdobló el periódico de la mañana y lo extendió sobre la mesa. Los muchachos se agruparon a su alrededor. En la primera página había una fotografía de un magnífico caballo y debajo unas líneas en grandes caracteres.
ROBO DE KERRY BLUE
DESAPARECE UN FAMOSO CABALLO DE CARRERAS
NO HAY EL MENOR RASTRO DE SU PARADERO
—Supongo que usted estará ya enterado, señor inspector —dijo el padre de Peter. Y añadió, dirigiéndose a su hijo—: Peter, dile dónde está Kerry Blue.
—En nuestra cuadra —manifestó Peter con cierto énfasis. Y, con disimulado regocijo, sostuvo la severa mirada que le dirigieron el inspector y el agente.
—Muy interesante, señor —dijo el inspector al padre de Peter—. Pero ¿puede garantizarnos que es el caballo desaparecido el que tiene en su poder?
—De eso no hay la menor duda. Pueden verlo cuando lo deseen. —Y añadió, volviéndose hacia su hijo—: Ahora, Peter, cuenta vuestra hazaña.
—Empezaré por el principio —dijo Peter. Y les habló de la construcción de los muñecos de nieve, de que Jack había ido por la noche a buscar su insignia, de que vio llegar un auto con remolque.
—Ahora comprendo qué clase de remolque era —dijo Jack—. Entonces, su extraña forma y su falta de ventanas me llenaron de confusión.
Peter continuó su relato. Dijo que interrogaron al guarda y explicó lo que éste les había contestado; que siguieron el rastro de los coches; que los cuatro chicos y el perro se disfrazaron de figuras de nieve para poder vigilar.
Luego vino la parte más emocionante, la de la entrada de Peter y Jack en la casa, donde los descubrieron y los encerraron en el sótano con Kerry Blue.
Colin y Jorge continuaron el relato. Explicaron la impaciencia que les produjo la larga espera, lo que los decidió a ir en busca de sus amigos.
—¡Qué muchachos tan intrépidos! —exclamó el inspector, mirando a la madre de Peter—. ¿No le parece, señora?
—Sí, señor inspector; muy intrépidos. Pero yo no apruebo estas correrías nocturnas. A esas horas los niños deben estar en la cama, que era donde yo creía que estaba mi hijo.
—Estoy de acuerdo con usted, señora —dijo el inspector—. Estos chicos debieron avisar inmediatamente a la policía y dejar que nosotros aclarásemos el misterio. ¡Pasearse de noche vestidos de muñecos de nieve! ¡En mi vida oí cosa semejante!
Hablaba con voz tan severa, que los cuatro chicos se asustaron. Pero luego le vieron sonreír y se dieron cuenta de que estaba satisfecho de la hazaña de los Siete.
—Tendré que averiguar el nombre del propietario del caserón —siguió diciendo el inspector—. Hay que poner en claro si él sabe algo del asunto.
—Es mister Holikoff —dijo inmediatamente Jorge—. Su dirección es calle de Heycom, 64; Covelty. Lo averiguamos Pamela y yo.
—¡Buen trabajo! —dijo el inspector, mientras el agente tomaba nota de la dirección—. ¡Excelente trabajo! Os felicito… Pero supongo que no tendréis el número de la matrícula del coche. Sería un dato interesantísimo.
—No, no tomamos el número —confesó Colin, avergonzado—. Pero las chicas saben algo del remolque. Tomaron la medida del ancho de los neumáticos e incluso reprodujeron los dibujos que las ruedas habían dejado en la nieve. Aquí lo tiene todo, señor inspector.
—Lo hizo Janet —se apresuró a decir Bárbara, en un arranque de nobleza y arrepentida de haberse burlado de la obra de su compañera.
El inspector se guardó el documento con visible satisfacción.
—¡Espléndido! —comentó—. Fue una excelente idea. Ahora sería inútil buscar las huellas, porque la nieve se ha fundido. Esto es una prueba evidente contra los malhechores. Estoy verdaderamente asombrado de ver las ideas geniales que tienen estos chicos.
Janet enrojeció de orgullo. Peter le dirigió una sonrisa de felicitación. También ella se había portado superiormente. ¡Vaya hermanita que tenía! ¡Bien merecía pertenecer al «Club de los Siete Secretos»!
—¡Estos chicos han hecho la mayor parte de nuestro trabajo! —dijo el inspector, cerrando su cuaderno de notas—. Gracias a ellos sabemos quién es el dueño del caserón, y si éste tuviera un remolque que se ajustara a los datos que se nos acaban de dar, tendrá que responder a algunas preguntas que le pondrían en un aprieto.
Los policías fueron a ver a Kerry Blue y los muchachos los siguieron. El caballo se asustó al ver tanta gente, pero Peter lo tranquilizó al punto.
—Sí, lo han teñido —dijo el inspector, pasando la mano por el cuerpo del animal—. Si le hubieran dado otra capa, habría sido imposible reconocerlo. Supongo que esos individuos tenían el propósito de volver esta noche para terminar el trabajo y llevarse el caballo a otro sitio. Es natural que quisieran tenerlo oculto hasta haberlo transformado por completo. Por eso lo habían encerrado en el sótano del caserón. ¡Bien, bien, bien! No me extrañaría que el propietario de la casa supiera algo de todo esto.
Los Siete del club esperaban con impaciencia el final de su aventura, y lo conocieron en la reunión siguiente, que no fue convocada por ellos, sino por los padres de Janet y Peter.
No obstante, se celebró en el cobertizo. El matrimonio ocupó los dos cajones mayores, y Janet y Peter se sentaron en el suelo.
El padre tomó la palabra y dijo:
—Como sospechábamos, el dueño del caserón es también el propietario del coche y del remolque. A la noche siguiente, la policía esperó a los dos hombres en los alrededores de la casa y los detuvieron cuando llegaron. Ahora están en un calabozo. Quedaron tan sorprendidos al no ver a Kerry Blue, que ni siquiera pudieron ofrecer resistencia.
—¿A quién pertenece Kerry Blue, papá? —preguntó Peter.
—Según dice el periódico, el dueño es el coronel Haaley.
—¿Vendrá a buscarlo?
—Sí. Hoy mandará un coche especial para recogerlo. Por cierto que ya ha enviado algo para vuestro club. Toma, abre este sobre.
Peter lo abrió y encontró un fajo de localidades. Janet se apoderó en el acto de una de ellas.
—¡Son entradas para el circo! ¡Y también para las marionetas! Hay siete de cada clase.
Efectivamente, había dos localidades para cada uno de los miembros del club. Sólo Scamper se había quedado sin recompensa.
—Para ti no hay —le dijo Janet, acariciándolo—. Pero te daremos un hueso estupendo; es decir un hueso «estucioso» y «delipendo». ¿Verdad, mamá?
—¿Qué dices? ¿En qué idioma hablas? —preguntó la madre, sorprendida.
Todos se echaron a reír. Luego leyeron lo que el remitente había escrito en el sobre. ¡Era emocionante! Allí decía con toda claridad:
PARA EL «CLUB DE LOS SIETE SECRETOS».
Con mi agradecimiento y mis mejores deseos.
J. H.
—¡Qué bueno es ese señor! —exclamó Jack—. No hacía falta que nos obsequiase. La aventura ha sido tan emocionante, que ya estábamos recompensados.
—Bueno; os dejamos para que podáis hablar de todo esto —dijo la madre levantándose—. Seríais capaces de nombrarnos miembros de vuestro club secreto, y entonces no sería de los Siete, sino de los Nueve.
—No —dijo Peter con firmeza—. Es y será de los Siete. ¡Viva la mejor sociedad del mundo! ¡Viva el «Club de los Siete Secretos»!