Salida nocturna

Janet se pasó toda la tarde cosiendo una funda blanca para Scamper. Peter encontró una gran sábana vieja y un impermeable blanco desechado Calculó que, cortando la sábana en tres trozos, podría abastecer de sudarios a sus compañeros. Janet le ayudó a cortarla y a hacer los boquetes para la cabeza y los brazos. Se moría de risa cuando Peter se probó una de aquellas túnicas para ver cómo le sentaba.

—¡Qué gracioso estás! —exclamó sin dejar de reír—. Pero ¿cómo te las compondrás para que no se vea tu pelo negro? Ten en cuenta que esta noche habrá luna…

—Tendrás que hacemos unos gorros blancos o algo así. Además, nos blanquearemos las caras.

—Haré los gorros con unos trozos de tela blanca que hay en el cobertizo —dijo Janet, todavía riéndose—. Ya veréis qué graciosos vais a estar. ¿Puedo ir a las nueve al cobertizo para veros?

—Si, pero con la condición de que salgas de la casa sin que nadie se dé cuenta. Creo que los papás saldrán esta noche. Si es así, no habría dificultades; pero si no salieran, lo mejor sería que no vinieses, pues cualquier imprudencia podría desbaratar nuestros planes.

Pero los padres de Janet y Peter salieron. Por lo tanto, nada impidió que la niña se dirigiera sigilosamente al cobertizo. Peter le advirtió que se enfriaría y que podría dormirse durante la espera, en cuyo caso no la despertaría.

—¿Dormirme yo? —exclamó Janet, indignada—. Bien sabes que no soy de las que se duermen cuando debo estar despierta. Lo que has de procurar es no dormirte tú.

—No digas tonterías —replicó, más indignado aún, Peter—. ¡Como si fuera posible que el cerebro de una organización tan importante como la nuestra, y precisamente cuando tenemos entre manos un asunto tan emocionante, se durmiese! Ten en cuenta, Janet, que el «Club Secreto de los Siete» ha emprendido una gran aventura.

A las ocho y media los cuatro niños apagaron las luces de sus habitaciones y ya no las volvieron a encender. Pero encendieron sus linternas. Entre tanto, se veía que Janet deseaba vestir a Scamper de blanco. Al perro no le gustó la cosa lo más mínimo y la emprendió a mordiscos con la extraña vestimenta.

Janet perdió la paciencia.

—Te advierto que no irás con ellos como no parezcas un perro de nieve.

No podemos afirmar que Scamper entendiera a la niña, pero lo cierto es que desde este momento se dejó vestir pacientemente. Así llegó a tener un aspecto entre estatuario y fantasmagórico.

—Vamos ya; son casi las nueve —susurró la voz de Peter al otro lado de la puerta.

Segundos después, los dos hermanos bajaban la escalera en compañía de Scamper. Iban muy abrigados. Además, cuando estuvieron al aire libre, notaron que la temperatura había mejorado.

—La nieve se funde. Esta noche no hiela —murmuró Janet.

—¡Qué mala pata! —exclamó Peter—. ¡Mira que si se han derretido los muñecos!

—No, no se han derretido. Mira, desde aquí se ve uno en pie.

La consigna fue pronunciada varias veces ante la puerta del cobertizo y pronto estuvieron reunidos cinco de los siete miembros del club. Peter encendió una vela, y todos se miraron con los nervios en tensión. Acto seguido empezaron a ponerse las blancas túnicas.

—Ahora sólo falta que nos embadurnemos las caras de blanco y nos pongamos los gorros —dijo Peter.

Jack se echó a reír.

—¡Mirad! El perro también va de blanco. ¡Pareces un bicho raro, Scamper!

El pobre animal lanzó un ladrido lastimero. Él era el primero en creer que parecía un bicho raro.

Muy agitados, conteniendo la risa y burlándose unos de otros, iban blanqueándose las caras mientras Janet les ponía los blancos gorros que ella misma había confeccionado.

—¡Qué horror! No me gustaría encontrarme con vosotros a medianoche. Parecéis fantasmas.

—Adiós, Janet —dijo Peter—. Tenemos que marcharnos. Vete a la cama y duerme tranquila. Ya te lo contaré todo mañana. No pienso despertarte cuando vuelva.

—Pero yo te esperaré despierta —dijo la niña, frunciendo el ceño.

Los vio alejarse a la luz de la luna, sobre la nieve que empezaba a fundirse. Parecían cuatro fantasmas en formación o cuatro muñecos de nieve dotados de movilidad.

Salieron por la puerta del jardín y se dirigieron al camino que conducía al viejo caserón. Procuraban no cruzarse con nadie, y al principio lo consiguieron, pero de pronto, al doblar una esquina, se encontraron con un niño. Tanto éste como los del grupo se detuvieron. El chiquillo se quedó mirándolos con ojos desencajados.

Lanzó unas exclamaciones incongruentes, y Peter respondió con un rugido. El niño se estremeció y salió corriendo y gritando:

—¡Socorro! ¡Cuatro muñecos de nieve vivos! ¡Socooooorro!

Los cuatro del club tuvieron que hacer grandes esfuerzos para ahogar las carcajadas.

—Eres tremendo, Peter —dijo Jack—. No sé cómo he podido contener la risa cuando has lanzado ese espantoso rugido.

—No nos detengamos —dijo Peter—. Ese chiquillo avisará a otras personas y pronto habrá aquí un grupo de curiosos. Vámonos, y de prisa.

Pronto llegaron ante el caserón. Allí estaba el viejo edificio, silencioso y sombrío, con su tejado que brillaba bajo el resplandor de la luna.

—Todavía no ha llegado nadie —dijo Peter—. No hay luz en ninguna ventana y no se oye el menor ruido.

—Entonces tenemos tiempo para distribuirnos estratégicamente entre los muñecos de nieve —dijo Jack—. Pero oye, Peter, haz el favor de decir a Scamper que no se meta entre mis pies. Va a conseguir que me arme un enredo con la sábana.

Saltaron la cerca y fueron hacia los muñecos de nieve. Estos seguían en pie; pero se iban derritiendo y eran más pequeños que por la mañana. Scamper empezó a olfatearlos. Peter lo llamó.

—¡Ven aquí! ¡Has de estarte quieto como estamos todos! Y ten esto muy en cuenta: ni un gruñido, ni un resoplido; ¡ni siquiera un bostezo!

Scamper le miró como diciendo que lo había comprendido, y desde este momento estuvo al lado de Peter tan inmóvil como una estatua. Quien los viera, creería que eran verdaderos muñecos de nieve. Estuvieron un buen rato esperando. No llegaba nadie. Al cabo de media hora empezaron a sentir frío.

—La nieve se funde en torno a mis pies —se lamentó Jack—. ¿Cuánto tiempo crees que habremos de esperar aún?

Los demás estaban también cansados y empezaban a arrepentirse de su decisión de pasar toda la noche haciendo de estatuas. Sólo llevaban allí media hora, y ya les parecía aquello insoportable.

—¿No podríamos dar un paseíto o saltar un poco? —preguntó Colin—. Sólo para entrar en calor.

Ya iba Peter a contestar, cuando se contuvo y prestó atención. Había oído algo. ¿Qué sería?

Colin iba a decir algo más, pero Peter se lo impidió.

—¡Calla!

Colin enmudeció. Todos aguzaron el oído. Percibieron una especie de grito lejano.

—Es el extraño ruido de que os hablé —dijo Jack—. Lo recuerdo perfectamente. La única diferencia es que ahora lo oigo desde más lejos y más apagado. Sale de la casa. Por lo tanto, alguien hay en ella.

Todos se estremecieron. Volvieron a escuchar, y otra vez el indefinible sonido, amortiguado por la distancia, llegó hasta ellos a través de la noche.

—Esto es muy sospechoso —dijo Peter—. Me acercaré a la casa a ver si oigo mejor ese ruido. Creo que es la clave del misterio.

—Vayamos todos —dijo Colin.

Pero Peter se negó enérgicamente.

—No; sólo iremos dos, y los otros dos se quedarán aquí de guardia. Así lo convinimos y así se hará. Iremos tú y yo, Jack. Y vosotros, Jorge y Colin, os quedaréis aquí para vigilar.

Peter y Jack, con su extraño y fantasmal aspecto y sus rostros pálidos, volvieron a saltar la valla y se dirigieron a la verja del caserón. La abrieron, entraron y la volvieron a cerrar, todo con el mayor sigilo. El silencio era absoluto. Echaron a andar hacia la casa. Iban sin decir palabra y procurando esquivar la luz de la luna, por si el viejo guarda estaba acechando desde la ventana. Llegaron a la puerta principal y miraron por el ojo de la cerradura. No se veía nada, todo estaba sumido en la oscuridad.

Luego se acercaron a la puerta lateral. Estaba cerrada, como suponían. Finalmente, se dirigieron a la puerta trasera. En este momento oyeron algo semejante a un golpe en el interior de la casa. Casi se abrazaron en un impulso de terror. ¿Qué diablos ocurriría allí dentro?

—Mira —susurró Jack—. La ventana está entreabierta. El viejo debió de dejarla así después de hablar con nosotros esta mañana.

—¡Qué suerte! —exclamó Peter con voz turbada por la emoción—. Así podremos entrar para ver si averiguamos dónde está el prisionero.

No tardaron ni un minuto en hallarse en el interior de la oscura cocina. Prestaron atención. No se oía ruido alguno. ¿Dónde estaría la persona raptada?

—¿Quieres que registremos toda la casa? —propuso Peter—. Me he traído la linterna.

—Sí —respondió Jack—; para eso hemos venido. Es nuestro deber, y lo cumpliremos.

De puntillas y tan en silencio como les fue posible, pasaron junto a la despensa y avanzaron por un pasillo. No había la menor señal de vida en ninguna parte.

—Ahora —ordenó Peter— echemos un vistazo al vestíbulo y a todas las habitaciones.

La parte delantera de la casa recibía la luz de la luna; la de atrás estaba sumida en la oscuridad más completa. Los dos muchachos fueron abriendo puertas y paseando la luz de la linterna por todos los rincones. Todas las habitaciones estaban vacías; por todas partes reinaba el mayor silencio.

Al fin oyeron ruidos tras una puerta cerrada. Peter susurró a Jack:

—Aquí dentro hay alguien. Supongo que estará echada la llave, pero voy a intentar abrir. Prepárate para echar a correr si nos persiguen.