El viejo cascarrabias

A la mañana siguiente, cinco niños acudieron a la finca del «Viejo Molino», llamada así porque en la cumbre de un cerro cercano había un molino en estado ruinoso.

Pero no formaron el proyectado ejército, ya que sólo tuvieron tiempo para construir cuatro muñecos. La nieve era en aquel lugar gruesa y blanda, lo que permitía a los chicos formar fácilmente la bola que aumentaba a cada vuelta y que utilizaban como cuerpo del muñeco. Scamper se divertía de lo lindo ayudando a unos y otros.

Janet colocó el gorro sobre el primer muñeco que terminaron, y Peter lo acabó de vestir, poniéndole el abrigo sobre los hombros. Con menudas piedras imitaron los ojos y la nariz, y un trocito de madera sirvió para que el muñeco tuviese su boca. Después le pusieron un palo en el brazo. Resultó el mejor muñeco del grupo.

—Yo tengo que marcharme —dijo Colín—. Por desgracia, en mi casa se come a las doce y media.

—Lo mejor será que nos vayamos todos —opinó Pamela—. Tenemos que lavarnos, quitarnos estas ropas y poner a secar los guantes. Por lo menos los míos, están chorreando y tengo las manos heladas.

—Lo mismo me pasa a mí —dijo Bárbara—. Ya verás cómo nos pican cuando empiecen a entrar en calor… ¡Ay! Ya empiezan a picarme —exclamó mientras se daba palmadas en los brazos.

Abandonando los muñecos, emprendieron el camino de vuelta. Al pasar junto a la verja del viejo caserón, vieron que en un extremo había una ventana con visillos. Por lo tanto, allí habitaba alguien.

—¿Quién vive aquí? —preguntó Pamela.

Janet explicó:

—El único habitante de la casa es un guarda, un viejo que está sordo como una tapia y tiene un humor de perros.

Pegados a la verja, contemplaron la vieja mansión.

—¡Qué casa tan grande! —observó Colin—. ¿No os parece raro que sólo tenga un habitante? ¿Quién será el dueño?

—El camino de entrada —observó Janet—, está cubierto de nieve. El guarda no se ha preocupado de quitarla. Eso prueba que debe de utilizar una puerta de la parte de atrás… ¡Scamper, ven aquí!

Scamper se había deslizado por debajo de la verja y corría hacia la casa, ladrando y dejando sus huellas en la nieve.

Los visillos de la ventana se movieron y tras los cristales apareció una cara de pocos amigos. Seguidamente, la ventana se abrió.

—¡Fuera de aquí ese animalucho! ¡Sacad en seguida a vuestro perro! ¡No quiero perros ni chiquillos en esta casa! ¡Bribones! ¡Granujas! ¡Marchaos!

Scamper le plantó cara y empezó a ladrar con todas sus fuerzas. El viejo desapareció de la ventana y reapareció poco después por una puerta lateral armado de un grueso garrote.

Con la tranca en alto, vociferó amenazadoramente.

—¡Voy a moler a palos a vuestro perro!

—¡Scamper, Scamper, ven aquí! —gritó Peter.

Pero Scamper no obedecía: estaba ciego de rabia. El guarda avanzaba hacia el perro manteniendo en alto el garrote. Temeroso de que el viejo cumpliera su amenaza, Peter empujó la verja y corrió hacia Scamper.

—¡Ya me lo llevo, ya me lo llevo! —gritaba mientras corría.

—¿Qué dices? —gruñó el guarda bajando el palo—. ¿Por qué has hecho entrar a tu perro?

—¡Yo no le he dicho que entrara! ¡Ha sido cosa suya! —respondió Peter, echando mano al collar de Scamper.

—¡Habla más fuerte, que no te oigo! —gritó el viejo, como si el sordo fuera Peter y no él.

Peter vociferó con todas sus fuerzas:

—¡¡Yo no he dicho al perro que entrara!!

—Está bien, está bien —refunfuñó el guarda—. No hace falta que des esas voces. ¡Hala, marchaos y no volváis por aquí! Os aseguro que si esto se repite, os denunciaré a la policía como ladrones.

Y desapareció por la puerta lateral.

Peter salió por la verja, llevándose a Scamper.

—¡Qué mal genio tiene ese vejestorio! Si llega a darle un solo trancazo a Scamper, lo desloma.

Janet cerró la verja, mientras se lamentaba:

—Tan liso y tan blanco como estaba el camino, y vosotros lo habéis estropeado con vuestras pisadas.

En esto, el reloj de la iglesia dio la campanada de las doce y cuarto. Janet exclamó:

—¡Hemos de marcharnos a toda prisa!

Todos echaron a correr, camino de sus casas. Peter gritó mientras corría.

—¡Ya os avisaremos cuando tengamos que volver a reunimos! ¡No os olvidéis del santo y seña ni de la insignia!

Jack fue el primero en llegar a su casa, por ser el que vivía más cerca. Se fue como una tromba al cuarto de baño, donde se lavó las manos y se peinó. Al salir, pensó que debía guardar su insignia; pero al llevarse la mano a la solapa, se dio cuenta de que no la tenía. Frunció el ceño y volvió al cuarto de baño, diciéndose que debía de habérsele caído. Al no encontrarla allí ni en ninguna parte de la casa, dedujo que la había perdido en el campo, mientras construían los muñecos de nieve.

—¡Maldita sea! Mamá está fuera y no puede hacerme otra. Y miss Elly seguro que no me la querrá hacer.

Miss Elly era la institutriz de su hermanita Sussy. Quería mucho a la niña, pero de Jack decía que era un brutote insoportable. Esto no era verdad; mas, fuera por lo que fuere, lo cierto es que Jack y miss Elly no habían hecho nunca buenas migas.

—Le preguntaré si me la quiere hacer —decidió Jack—. Al fin y al cabo, no me he portado mal estos últimos días.

Miss Elly parecía dispuesta a hacerle la insignia; pero a la hora de comer ocurrió algo inesperado, que lo echó todo a rodar.

Ya estaban sentados los tres a la mesa, cuando Sussy dijo a su hermano en son de burla:

—Ya sé dónde has estado esta mañana. ¡Ay, qué risa! Te has reunido con tus antipáticos amigos del club secreto. Tú crees que yo no sé nada y ya ves que lo sé todo. ¡Ay, qué risa!

Jack la miró indignado.

—¿Te quieres callar? No se debe hablar de los secretos de otro en público. ¡Cierra esa boca chismosa y entrometida!

—¡Un poco más de moderación en el lenguaje, Jack! —le reprochó miss Elly.

—¿Y cuál es el nuevo santo y seña? —siguió pinchándole Sussy—. Sé cuál era el anterior, porque lo leí en tu agenda, donde lo apuntaste para que no se te olvidara. Era…

Jack lanzó un puntapié por debajo de la mesa. Iba dirigido a la espinilla de Sussy, pero desgraciadamente, las piernas de miss Elly estaban en medio y uno de sus tobillos recibió de lleno el punterazo de la bota de Jack.

La institutriz lanzó un grito de dolor.

—¡Ay! —Luego se encaró con Jack—. ¡Qué atrevimiento! ¡Fuera de aquí ahora mismo! Te quedarás sin comer y no te dirigiré la palabra en todo el día.

—Perdóneme, miss Elly —murmuró Jack, rojo de vergüenza—. Le doy mi palabra de que el golpe no iba contra usted.

—Lo que importa es el puntapié y no la persona que lo ha recibido. El hecho de que te hayas equivocado de víctima, no disculpa tu falta. Por lo tanto, haz el favor de marcharte.

Jack salió del comedor. No cerró la puerta de golpe, pero no por falta de ganas. Ya no estaba enojado con Sussy: la mirada que su hermana le dirigió cuando él iba hacia la puerta estaba llena de compasión. Ella quería hacerle rabiar un poco, pero no dejarle sin comer.

Jack tropezó con todos los escalones al subir las escaleras. Estaba furioso. La expulsión había ocurrido precisamente cuando se iban a repartir las tortas rellenas de mermelada que tanto le gustaban. Miss Elly era el mismo demonio. Ahora ya podía estar seguro de que no le haría la insignia. Y si se presentaba sin ella en la siguiente reunión, lo más probable era que se le expulsara del club. Peter había advertido que despediría de la sociedad a todo el que se presentara sin la insignia.

—Me parece que se me cayó algo cuando estaba modelando el último muñeco de nieve. Esta tarde iré a echar un vistazo. Es conveniente buscarla antes de que vuelva a nevar, pues en ese caso quedaría sepultada.

Pero mis Elly lo sorprendió en el momento que salía.

—¡Vuelve en seguida, Jack! Después de tu incalificable conducta de este mediodía, no puedes salir de casa. Hoy no hay juego.

—Es que he perdido una cosa, miss Elly, y tengo que buscarla —dijo Jack en tono suplicante y tratando de escabullirse.

—¡He dicho que a casa! —gritó miss Elly.

Y el pobre Jack hubo de volver atrás.

El chico iba cabizbajo, pero diciéndose con resolución:

«Saldré esta noche y buscaré con mi linterna, Miss Elly no me impedirá cumplir con mi deber».