EXPLICACIONES SOBRE EL TERRENO

Peter no apartaba los ojos de las huellas circulares. La niña seguía yendo de un lado a otro con sus zancos y dejando profundas huellas por dondequiera que pasaba. ¡Otra pieza del rompecabezas que encajaba en su lugar! El ladrón era un zancudo. Desde la altura de sus zancos había podido pasar a la cima del muro fácilmente.

—Tengo que explicárselo a Colin —se dijo para sí Peter.

Y corrió a reunirse con su compañero.

—¡Colin, he descubierto algo de gran importancia! Ya sé de dónde vienen las huellas redondas. No tienen nada que ver con las patas de palo de los cojos.

—Entonces ¿de qué son?

—De unos zancos. El ladrón es un zancudo. Con los zancos puestos, le fue fácil alcanzar la cima del muro.

—Pero ¿cómo se las arregló para pasar al otro lado sin nada en los pies? —preguntó Colin—. En fin, lo mejor será que nos vayamos a casita. No estoy para discurrir ni comprender nada: es ya muy tarde y me caigo de sueño.

—Yo tampoco veo la cosa del todo clara —dijo Peter—. Bueno, dejemos este asunto para mejor ocasión. Mañana nos reuniremos. Entre tanto, habremos tenido tiempo para pensar. Janet se encargará de avisar a todos. En este momento no puedo comprender cómo se las compondría el ladrón para librarse de los zancos después de llegar al muro.

Colin lanzó un gran bostezo. En aquel momento era incapaz de hacer la menor deducción. Todavía notaba los efectos de su caída del carro. Le dolía la cabeza y su único deseo era acostarse y dormir.

Cuando Peter llegó a casa, Janet dormía profundamente y no quiso despertarla.

Se acostó con el propósito de reflexionar sobre su último descubrimiento; pero el sueño lo venció y se quedó dormido como un tronco.

A la mañana siguiente no dijo a Janet ni una palabra de su aventura nocturna: se limitó a enviarla a convocar a los socios del club.

Expectantes y puntuales, fueron llegando uno tras otro. Decían el santo y seña: «Aventura», y se les abría la puerta Colin fue el último en acudir. Se excusó diciendo que se le habían pegado las sábanas.

—¿Qué ocurrió anoche? —preguntó Pamela, impaciente—. ¿Encontrasteis el collar? ¿Ya sabéis quién es el ladrón?

—No encontramos el collar, pero ya lo sabemos todo —dijo Peter, triunfante.

—¿Lo sabemos? —exclamó Colin—. Lo sabrás tú, Peter; pues lo que es yo, estoy tan confundido como anoche.

—¡Cuenta, Peter; por favor! —suplicó Jorge—. ¡No nos hagas esperar más!

—Vamos a «La Pequeña Selva» —dijo Peter— y os explicaré cómo saltó el ladrón el muro.

El jefe del club tomó esta decisión por parecerle que explicar las cosas sobre el terreno era lo mejor para poder atar todos los cabos sueltos.

—Explícanoslo aquí —suplicó Janet.

—No —replicó Peter—; ha de ser en el lugar del suceso.

Se dirigieron, pues, a «La Pequeña Selva» y se acercaron a la entrada de «Milton Manor». De nuevo hallaron a Johns trabajando en el jardín.

—¿Podemos entrar otra vez, Johns? —preguntó Peter—. No estropearemos nada.

Johns abrió la verja, sonriendo.

—¿Qué? ¿Habéis averiguado algo?

—Mucho —repuso Peter, mientras se dirigía al lugar por donde el ladrón había saltado el muro—. Venga usted con nosotros, Johns, y verá cuántas cosas hemos descubierto.

—Id vosotros; yo iré después. Primero he de dar paso a este coche —dijo, señalando un auto que acababa de parar ante la verja.

Los muchachos se agruparon junto al muro.

—¡Atención! —dijo Peter—. Vais a saber lo que ocurrió. El ladrón sabía andar sobre zancos. Llegó a través del bosque, se los puso, se acercó al muro y se sentó en él. Entonces se quitó los zancos y los pasó al otro lado de la pared. Siguió andando sobre ellos hasta donde le convino, se los volvió a quitar y los escondió en un seto.

—¿Y qué más? —le apremió Janet.

—Entró en la casa, robó el collar, volvió a calzarse los zancos y saltó de nuevo el muro.

—¡Ahora lo comprendo todo! —exclamó Pamela—. Estas huellas redondas son de un par de zancos.

—Naturalmente —dijo el jefe del club. Y siguió explicando—: Cuando el ladrón se acercó al muro, su gorra quedó prendida en la rama donde la encontramos, y él no la recogió para no perder tiempo. Después se sentó en el muro, y en este momento su calcetín se enganchó en el canto del ladrillo saliente. Luego el ladrón saltó al exterior.

—Entonces fue cuando yo lo vi —dijo Colín—. Pero ahora caigo en un detalle. Entonces no llevaba puestos los zancos. ¿Qué habría hecho de ellos?