Los siete contemplaron con un gesto de desilusión aquella cabeza completamente calva. Sólo en la coronilla, precisamente en la coronilla, brotaba una pelusilla gris. Colin había observado atentamente la cabeza del ladrón cuando los dos se hallaban en el árbol, y estaba seguro de que la cubría una cabellera negra que sólo dejaba un vacío en la coronilla, donde se veía una pequeña calva circular.
Colin cogió la peluca y empezó a examinarla diciéndose que quizás el ladrón la llevase puesta cuando cometió el robo. Pero faltaba el detalle de la coronilla calva. Era una peluca negra y espesa que no presentaba ningún claro.
—Por lo visto, te interesa mucho mi peluca —dijo riendo el acróbata—. Los que tenemos esta profesión no podemos permitirnos el lujo de ser calvos. Tenemos que aparecer ante el público jóvenes y guapos. Ahora os daré un autógrafo a cada uno y haréis el favor de marcharos.
—Muchas gracias —dijo Peter, entregando al hombre un papel y un lápiz.
En este momento se acercó a ellos un osezno, con su andar patoso y lanzando gruñidos.
—¡Mirad, mirad! —exclamó Janet alegremente—. Por lo visto, le hemos sido simpáticos. ¡Ven, osito, ven!
El animalito se levantó sobre sus patas traseras y restregó su cuerpo contra las piernas de Janet. La niña le rodeó con sus brazos e intentó levantarlo hasta su pecho; pero el osito pesaba demasiado para sus escasas fuerzas. En esto llegó un joven malcarado, que cogió al animalito por el cuello y empezó a zarandearle.
—¡Ven aquí, mal bicho!
El osito empezó a gemir.
—¡No le pegue! —suplicó Janet, apenada—. ¡Tan cariñoso como es! El pobrecito ha venido a vernos.
El joven vestía del modo más extraño. Llevaba una blusa de mujer con botones dorados, un ridículo sombrero adornado con flores y unos pantalones de franela llenos de mugre. Peter observó su rostro con viva curiosidad.
—¿Ha salido a la pista? —preguntó cuando se hubo marchado el joven—. Yo no lo recuerdo.
—Sí que ha salido —repuso el acróbata mientras escribía los autógrafos—. Es uno de los zancudos y el que se cuida de que no falte nada a los animales del circo. Se llama Luis. ¿No os gustaría venir a ver los osos en su jaula algún día? Son muy mansos. Y el viejo Jumbo, el elefante, se comerá muy a gusto un par de panecillos si se los traéis. Es tan dócil como un perro.
—¡Claro que nos gustaría ver a los animales! —exclamó Janet, pensando que así podría estrechar su amistad con el osezno—. ¿Podemos venir mañana?
—¡Pues claro que sí! Venid por la mañana y preguntad por mí. Me llamo Tríncolo.
Los niños le dieron las gracias y se alejaron del lugar donde estaba montado el circo.
Hasta que estuvieron seguros de que no podían oírles los artistas, no despegaron los labios.
—Me alegro de que el ladrón no sea Tríncolo —dijo Janet—. ¡Es tan simpático! Tiene una cara la mar de graciosa. ¡Qué impresión recibí cuando se quitó la peluca!
—Y yo —dijo Peter—. Me quedé pasmado como un tonto. Qué chasco, ¿eh? Yo creía estar viendo la cara del ladrón cuando miraba a Tríncolo. Me pareció que eran casi iguales, pero ahora veo que son muy diferentes. El hombre que estaba escondido en la retama era mucho más joven.
—No debemos fiarnos de las caras —repuso Colín—. Lo mejor es buscar a un hombre que lleve un jersey azul con rayas rojas.
—Pero no es cosa de recorrer toda la comarca en busca de jerseys azules —dijo Pamela—. Sería un trabajo interminable.
—¿Tienes otra idea mejor? —preguntó Colin.
Pamela confesó que no la tenía. Y en el mismo caso estaban los demás.
—Hemos encallado —dijo Peter con un gesto de preocupación—. Este misterio es muy traidor. Varias veces hemos creído encontrar algo, y ha resultado que no era nada.
—¿Iremos mañana a ver a los animales del circo? —preguntó Pamela. Y añadió en seguida—: No se trata de buscar al ladrón, pues ya sabemos que no puede ser ninguno de los acróbatas, sino sólo de ver a los animales.
—¡Cómo me gustaría volver a ver al osito! —exclamó Janet—. También me encantaría ver de cerca al viejo Jumbo. Tengo chifladura por los elefantes.
—Pues yo creo que no iré —dijo Bárbara—. Los elefantes no me son muy simpáticos.
—Yo, desde luego, no iré —dijo Jack—. ¿Y tú, Jorge? Recuerda que quedamos en cambiar sellos.
—Es verdad —respondió Jorge—. Jack y yo no podemos ir. ¿Verdad que no te importa, Peter? Sólo vais para ver los osos y los elefantes. Por lo tanto, no se trata de una visita oficial del club.
—Bien —repuso Peter—; iremos sólo Janet Pamela, Colin y yo. Pero no olvidéis que andamos a la busca de un jersey azul con rayas rojas. Nunca se sabe las cosas interesantes que se pueden ver si se tienen los ojos muy abiertos.
Peter no se equivocaba en esto. Pero estaba muy lejos de sospechar que, al visitar el circo al día siguiente, él y sus tres compañeros harían un descubrimiento importantísimo.